A
JAIME PEÑAFIEL
14/03/2020
CHSSS...
TAMBIÉN A LA OTRA
LA REINA CERRABA LOS OJOS
DEJAR TANTO POR TAN POCO
Descubra Orbyt
Y la periodista Françoise Laot, en su obra biográfica Juan Carlos y Sofía, decía que “la Reina ha cerrado los ojos ante cierta mala conducta de su marido”. El historiador Juan Balansó hablaba de la “dama gaya” como la amante de Don Juan Carlos y el periodista Jaime Campmany se refería en uno de sus artículos en ABC “al secuestro por amor de la dama del rumor”. Personalmente, yo me sumé a la oleada de críticas por el comportamiento de Don Juan Carlos comentando en la Cope: “El Rey pasa por un momento emocional muy delicado derivado de un viejo problema sentimental que ha terminado por hacer crisis. Estoy seguro de que si se le deja tranquilo acabará por superar”, decía yo ingenuamente. Este comentario mío fue reproducido en varias biografías sobre Don Juan Carlos, entre ellas la magnífica de Paul Preston.
No pocas veces los caprichos de los reyes han erosionado la historia de los pueblos. Un momento de mal humor del monarca o un antojo sexual pueden influir en los destinos de un país. La Reina, en esta ocasión y a diferencia de lo que suele suceder a las esposas engañadas, no fue la última en enterarse. Ahora tampoco.
Si la boda de Felipe con Letizia supuso una vulgarización de la Monarquía española, como la de Haakon con Mette-Marit en Noruega o la de Enrique de Luxemburgo con María Teresa Mestre, la de Harry con Meghan Markle ha supuesto la mayor crisis de la monarquía británica desde que otro miembro de la familia real británica se enamorara: el rey Eduardo VIII, de una arribista norteamericana, como Meghan, dos veces divorciada y de aspecto andrógino llamada Wallis Simpson. La reina Isabel bien podía, con toda la razón, cuando su nieto se ha despedido esta semana definitivamente de la familia real, como en su día el duque de Windsor, repetir aquellas palabras de la reina Mary hacia el frívolo e irresponsable hijo y que resumían el concepto que de Wallis tenía la soberana: “Dejar tanto por tan poco”. Cierto es que Harry no deja un trono, sino una familia de la que se ha despedido en la ceremonia más triste y humillante en la abadía de Westminster, durante la cual su abuela, la reina, ni se dignó a mirarle. Y mucho menos su padre y su hermano. Cuando yo escribía que las “letizias” ponían en peligro no solo a las familias reales sino incluso a las monarquías reinantes, no exageraba. A la vista está. La opinión pública británica se pregunta ¿había necesidad de esto? Ante este lamentable suceso sentimental, uno no puede por menos que recordar las sabias palabras del Conde de Barcelona referidas al matrimonio de su nieto, el Príncipe Felipe: “Sabe que no es libre de casarse con quien quiera sino con quien deba, aunque lo más deseable es que el querer y el deber coincidieran, es difícil pero no imposible”. Aunque desde que se arrumbaron felizmente los matrimonios de Estado que atentaban cruelmente al libre albedrío, la libertad de elección y la facultad de decidir entre varias tendencias de la voluntad, según el diccionario de la Real Academia, comenzaron los problemas en las familias reales reinantes. En unas más graves que en otras. Huelgan los ejemplos. Pero en ningún caso tan grave y tan desagradable como la británica, donde al nieto preferido de la reina e hijo del futuro rey no le ha dolido dejar tanto por tan poco.
¿Serán capaces los hijos de recibir, el día que papá muera, esa herencia tan sucia que hay en Suiza? (...) Tan digna, tan sufridora nadie entiende que, con todo lo que ha pasado y está pasando, no se hubiera separado en su momento. (...) A propósito de todo lo que se está sabiendo sobre papá, pena me da su hijo, que se ha quedado sin argumentos ante las críticas de ella contra el suegro a quien nunca ha querido. Él, tampoco. (...) No puedo creer que ella esté dispuesta a vender el vestido que lució en la boda de su sobrina y que le costó 2.500 euros de un crédito que tuvo que pedir. (...) ¡Qué cara tiene el tío! Ha esperado que pasara el día de la manifestación de las tías que quieren llegar a casa borrachas y solas para tomar medidas de choque contra el coronavirus. (...) Y encima, el cínico responsable de Sanidad explica sin sonrojarse que “el brote de coronavirus” había surgido el domingo al anochecer. Vamos, inmediatamente después de que terminara la irresponsable manifestación feminista de la ministra de las tartas, que, por cierto, parece ser que ha dado positivo, como era de esperar (...) Mientras la Asociación Europea de Economía y Competitividad le concede la Medalla del Mérito al Trabajo, se pide para ellos nada menos que 25 años de cárcel por defraudar a Hacienda. ¡Qué ridícula condena!
JAIME PEÑAFIEL
14/03/2020
CHSSS...
TAMBIÉN A LA OTRA
LA REINA CERRABA LOS OJOS
DEJAR TANTO POR TAN POCO
Descubra Orbyt
- Disminuye el tamaño del texto
- Aumenta el tamaño del texto
- Imprimir documento
- Comparte esta noticia
Y la periodista Françoise Laot, en su obra biográfica Juan Carlos y Sofía, decía que “la Reina ha cerrado los ojos ante cierta mala conducta de su marido”. El historiador Juan Balansó hablaba de la “dama gaya” como la amante de Don Juan Carlos y el periodista Jaime Campmany se refería en uno de sus artículos en ABC “al secuestro por amor de la dama del rumor”. Personalmente, yo me sumé a la oleada de críticas por el comportamiento de Don Juan Carlos comentando en la Cope: “El Rey pasa por un momento emocional muy delicado derivado de un viejo problema sentimental que ha terminado por hacer crisis. Estoy seguro de que si se le deja tranquilo acabará por superar”, decía yo ingenuamente. Este comentario mío fue reproducido en varias biografías sobre Don Juan Carlos, entre ellas la magnífica de Paul Preston.
No pocas veces los caprichos de los reyes han erosionado la historia de los pueblos. Un momento de mal humor del monarca o un antojo sexual pueden influir en los destinos de un país. La Reina, en esta ocasión y a diferencia de lo que suele suceder a las esposas engañadas, no fue la última en enterarse. Ahora tampoco.
Si la boda de Felipe con Letizia supuso una vulgarización de la Monarquía española, como la de Haakon con Mette-Marit en Noruega o la de Enrique de Luxemburgo con María Teresa Mestre, la de Harry con Meghan Markle ha supuesto la mayor crisis de la monarquía británica desde que otro miembro de la familia real británica se enamorara: el rey Eduardo VIII, de una arribista norteamericana, como Meghan, dos veces divorciada y de aspecto andrógino llamada Wallis Simpson. La reina Isabel bien podía, con toda la razón, cuando su nieto se ha despedido esta semana definitivamente de la familia real, como en su día el duque de Windsor, repetir aquellas palabras de la reina Mary hacia el frívolo e irresponsable hijo y que resumían el concepto que de Wallis tenía la soberana: “Dejar tanto por tan poco”. Cierto es que Harry no deja un trono, sino una familia de la que se ha despedido en la ceremonia más triste y humillante en la abadía de Westminster, durante la cual su abuela, la reina, ni se dignó a mirarle. Y mucho menos su padre y su hermano. Cuando yo escribía que las “letizias” ponían en peligro no solo a las familias reales sino incluso a las monarquías reinantes, no exageraba. A la vista está. La opinión pública británica se pregunta ¿había necesidad de esto? Ante este lamentable suceso sentimental, uno no puede por menos que recordar las sabias palabras del Conde de Barcelona referidas al matrimonio de su nieto, el Príncipe Felipe: “Sabe que no es libre de casarse con quien quiera sino con quien deba, aunque lo más deseable es que el querer y el deber coincidieran, es difícil pero no imposible”. Aunque desde que se arrumbaron felizmente los matrimonios de Estado que atentaban cruelmente al libre albedrío, la libertad de elección y la facultad de decidir entre varias tendencias de la voluntad, según el diccionario de la Real Academia, comenzaron los problemas en las familias reales reinantes. En unas más graves que en otras. Huelgan los ejemplos. Pero en ningún caso tan grave y tan desagradable como la británica, donde al nieto preferido de la reina e hijo del futuro rey no le ha dolido dejar tanto por tan poco.
¿Serán capaces los hijos de recibir, el día que papá muera, esa herencia tan sucia que hay en Suiza? (...) Tan digna, tan sufridora nadie entiende que, con todo lo que ha pasado y está pasando, no se hubiera separado en su momento. (...) A propósito de todo lo que se está sabiendo sobre papá, pena me da su hijo, que se ha quedado sin argumentos ante las críticas de ella contra el suegro a quien nunca ha querido. Él, tampoco. (...) No puedo creer que ella esté dispuesta a vender el vestido que lució en la boda de su sobrina y que le costó 2.500 euros de un crédito que tuvo que pedir. (...) ¡Qué cara tiene el tío! Ha esperado que pasara el día de la manifestación de las tías que quieren llegar a casa borrachas y solas para tomar medidas de choque contra el coronavirus. (...) Y encima, el cínico responsable de Sanidad explica sin sonrojarse que “el brote de coronavirus” había surgido el domingo al anochecer. Vamos, inmediatamente después de que terminara la irresponsable manifestación feminista de la ministra de las tartas, que, por cierto, parece ser que ha dado positivo, como era de esperar (...) Mientras la Asociación Europea de Economía y Competitividad le concede la Medalla del Mérito al Trabajo, se pide para ellos nada menos que 25 años de cárcel por defraudar a Hacienda. ¡Qué ridícula condena!