El Mundo Orbyt.
MI SEMANA AZUL & ROSA
JAIME PEÑAFIEL
13/08/2016
YAMAMOTO Y YO
HACERSE EL HARAKIRI
TANTO POR TAN POCO
EL DIVORCIO DE LA PRINCESA HORTERA
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Cierto es que esta metedura de pata no era achacable solo al autor. En esa portada tan contundente podía leerse también: “A un rey solo debe jubilarle la muerte. Que muera en su cama y se pueda decir: el Rey ha muerto, ¡viva el Rey!”. No lo decía yo sino la reina Sofía que lo dijo en su día a Pilar Urbano en el libro La Reina muy de cerca (Planeta, 2009).
Cierto es que la renuncia de Don Juan Carlos al trono no se produjo en aquel año 2011, cuando se publicó el libro, sino el 19 de junio de 2014. ¡Tres años después! Pero ya se conoce el sentido cainita de la profesión.
Cuando se anunció la abdicación, faltó tiempo para recordar “la visión profética del autor”. No me consolaban las palabras de Sófocles “el error es común a todos los hombres”. Ni las de San Agustín “si me equivoco, soy”. Simple y sencillamente, don Juan Carlos abdicando nos dejaba, “a la Reina y yo” no solo al pies de los caballos sino tan en ridículo como a Thinichiro Yamamoto, después de que el emperador Akihito anunciara su abdicación, después de que el funcionario lo negara tajantemente. El compañero Álvaro Martínez, en un delicioso artículo escribe que “ese lince de Yamamoto bien podría hacerse hoy mismo el harakiri, pues ha quedado en ridículo”. Cierto es, como recuerda, que hay que remontarse a 1817 para encontrar un precedente de abdicación en Japón. Hasta ahora, no se contemplaba otra posibilidad que el emperador muriera en la cama. Como pensaba la propia doña Sofía. Pero don Juan Carlos, al abdicar, nos dejó en ridículo tanto a la reina, su esposa, como a este humilde periodista. Pero ya se sabe lo que escribió Cervantes: “Los yerros por amor, son dignos de perdonar”.
Después de lo del emperador de Japón, no seré yo quien escriba que la reina Isabel no abdicará algún día. Cierto es que Inglaterra, donde el relevo en la Casa Real, se ha desarrollado siempre dentro de la normalidad sucesoria y nunca con abdicaciones. Tanto en la dinastía de los Hannover con Jorge I, Jorge II, Jorge III, la reina Victoria y Eduardo VII, como en la dinastía de los Windsor. Isabel, todavía está por ver. Lo de Eduardo VIII, el tristemente famoso duque de Windsor, siendo como era una historia apasionadamente romántica, la de un rey (no coronado) dispuesto a abandonar el trono (en el que no llegó a sentarse) por la mujer que amaba. Era imperdonable e irresponsable. Como si Felipe lo hubiera hecho por Letizia. Con la señora Simpson, perdió no solo la dignidad real sino el sentido de la responsabilidad de Estado. Por ello, las palabras de la reina viuda Mary, después de oír el discurso de abdicación de su hijo (“Me resulta imposible soportar y desempeñar mis funciones como rey sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”), no solo eran crueles e inhumanas sino una dura crítica, llena de desprecio, hacia la señora Wallis Simpson: “Renunciar a tanto por tan poco”.
Cuando una princesa real es hortera, olvídense ustedes de la Pedroche. A las pruebas me remito, recordando a Marta Luisa de Noruega vistiendo el día de su boda con Ari Behn, como Blancanieves: un corsé corpiño, bien apretado al culo, con la palabra Love bordada sobre la caderona y un corazoncito en el hombro desnudo. En el bodorrio, el 24 de mayo de 2002, estuvo honrada con la presencia del entonces príncipe Felipe. Por aquello de que su ausencia, de haberse producido, podría relacionarse con la reciente historia amorosa fallida con Eva Sannun. Para bajar la tensión y tranquilizar al personal, los reyes Sonia y Harald, que, desde la boda del heredero con la impresentable Mette Marit, habían perdido los papeles como tales, garantizaron que el polémico muchacho que se casaba con su hija “no aparecería nunca en actos oficiales”. Varios han sido los escándalos protagonizados por el yerno escritor. Uno de ellos, a nivel internacional, con un documental a favor de los talibanes, auténtica apología al terrorismo. Antes de la boda, el rey Harald desposeyó a su hija de títulos, honores, privilegios y designación.

MI SEMANA AZUL & ROSA
JAIME PEÑAFIEL
13/08/2016
YAMAMOTO Y YO
HACERSE EL HARAKIRI
TANTO POR TAN POCO
EL DIVORCIO DE LA PRINCESA HORTERA
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Cierto es que esta metedura de pata no era achacable solo al autor. En esa portada tan contundente podía leerse también: “A un rey solo debe jubilarle la muerte. Que muera en su cama y se pueda decir: el Rey ha muerto, ¡viva el Rey!”. No lo decía yo sino la reina Sofía que lo dijo en su día a Pilar Urbano en el libro La Reina muy de cerca (Planeta, 2009).
Cierto es que la renuncia de Don Juan Carlos al trono no se produjo en aquel año 2011, cuando se publicó el libro, sino el 19 de junio de 2014. ¡Tres años después! Pero ya se conoce el sentido cainita de la profesión.
Cuando se anunció la abdicación, faltó tiempo para recordar “la visión profética del autor”. No me consolaban las palabras de Sófocles “el error es común a todos los hombres”. Ni las de San Agustín “si me equivoco, soy”. Simple y sencillamente, don Juan Carlos abdicando nos dejaba, “a la Reina y yo” no solo al pies de los caballos sino tan en ridículo como a Thinichiro Yamamoto, después de que el emperador Akihito anunciara su abdicación, después de que el funcionario lo negara tajantemente. El compañero Álvaro Martínez, en un delicioso artículo escribe que “ese lince de Yamamoto bien podría hacerse hoy mismo el harakiri, pues ha quedado en ridículo”. Cierto es, como recuerda, que hay que remontarse a 1817 para encontrar un precedente de abdicación en Japón. Hasta ahora, no se contemplaba otra posibilidad que el emperador muriera en la cama. Como pensaba la propia doña Sofía. Pero don Juan Carlos, al abdicar, nos dejó en ridículo tanto a la reina, su esposa, como a este humilde periodista. Pero ya se sabe lo que escribió Cervantes: “Los yerros por amor, son dignos de perdonar”.
Después de lo del emperador de Japón, no seré yo quien escriba que la reina Isabel no abdicará algún día. Cierto es que Inglaterra, donde el relevo en la Casa Real, se ha desarrollado siempre dentro de la normalidad sucesoria y nunca con abdicaciones. Tanto en la dinastía de los Hannover con Jorge I, Jorge II, Jorge III, la reina Victoria y Eduardo VII, como en la dinastía de los Windsor. Isabel, todavía está por ver. Lo de Eduardo VIII, el tristemente famoso duque de Windsor, siendo como era una historia apasionadamente romántica, la de un rey (no coronado) dispuesto a abandonar el trono (en el que no llegó a sentarse) por la mujer que amaba. Era imperdonable e irresponsable. Como si Felipe lo hubiera hecho por Letizia. Con la señora Simpson, perdió no solo la dignidad real sino el sentido de la responsabilidad de Estado. Por ello, las palabras de la reina viuda Mary, después de oír el discurso de abdicación de su hijo (“Me resulta imposible soportar y desempeñar mis funciones como rey sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”), no solo eran crueles e inhumanas sino una dura crítica, llena de desprecio, hacia la señora Wallis Simpson: “Renunciar a tanto por tan poco”.
Cuando una princesa real es hortera, olvídense ustedes de la Pedroche. A las pruebas me remito, recordando a Marta Luisa de Noruega vistiendo el día de su boda con Ari Behn, como Blancanieves: un corsé corpiño, bien apretado al culo, con la palabra Love bordada sobre la caderona y un corazoncito en el hombro desnudo. En el bodorrio, el 24 de mayo de 2002, estuvo honrada con la presencia del entonces príncipe Felipe. Por aquello de que su ausencia, de haberse producido, podría relacionarse con la reciente historia amorosa fallida con Eva Sannun. Para bajar la tensión y tranquilizar al personal, los reyes Sonia y Harald, que, desde la boda del heredero con la impresentable Mette Marit, habían perdido los papeles como tales, garantizaron que el polémico muchacho que se casaba con su hija “no aparecería nunca en actos oficiales”. Varios han sido los escándalos protagonizados por el yerno escritor. Uno de ellos, a nivel internacional, con un documental a favor de los talibanes, auténtica apología al terrorismo. Antes de la boda, el rey Harald desposeyó a su hija de títulos, honores, privilegios y designación.