Autoestima y otros temas de psicología

Personas con autoestima sana

1. Viven sin complicaciones. Cuando las personas con confianza quieren algo, tienen la capacidad de trazar un plan para alcanzarlo y ejecutarlo pase lo que pase. El camino se puede hacer largo, complicado y a veces sinuoso, pero mantienen su objetivo claro en su mente y no permiten que el ruido de otras personas les distraiga o les persuada para dejar de su sueño a un lado. Y puedes empaparte un poco sobre este nuevo estilo de vida que promete la clave para la felicidad.

2. Se concentran en lo que quieren. La gente que cree en sus capacidades recorre el camino que le separa de su sueño con la confianza de que alcanzará sus propósitos. Construyen imágenes en su mente de su objetivo y tienen la seguridad de que, en el transcurso del trayecto, cosas buenas les ocurrirán. Y no hay nada que llame más a que sucedan acontecimientos positivos que ir con una predisposición positiva, también tener confianza en ti te ayudará a socializar.

3. Actúan como si fuesen a conseguir todo lo que se proponen. Las acciones y el lenguaje de las personas que creen en sus capacidades van en sintonía con su propósito y objeto. Esta actitud, además, provoca que las personas que las rodean se inspiren de esa confianza y actúen con mayor positivismo, lo que sin duda, crea un ambiente más propicio para alcanzar la felicidad buscada.

4. Le dan al lenguaje significado e intención. La forma de expresarse de la gente que cree en ella misma, de elegir cada palabra que emplean y su gesticulación tienen intencionalidad. Todo su lenguaje, el verbal y el no verbal, muestra su confianza y su determinación. Opta por construcciones positivas en vez de negativas. A veces, los pequeños detalles marcan la diferencia y si no, aquí está la diferencia entre un “creo que puedo” a un “creo que no voy a poder”

5. Escuchan la opinión de los demás, pero tienen la suya propia. Son conscientes de las buenas intencionalidades de las opiniones ajenas, pero son precavidos con ellas. Se parna a escuchar lo que el resto tenga que decir, pero no se dejan influenciar por el otro punto de vista si no comulga con sus intenciones o sueños, o su forma de entender la vida. Al fin y al cabo, su vida es solo suya.

6. Gestionan su tiempo. Las personas con confianza saben de la importancia de los momentos y son conscientes de que hay que exprimir todo el jugo a la vida. Son capaces de decir que no a compromisos o peticiones de terceros para imponer sus prioridades, lo que no hay que confundir con ser egoístas. Una cosa es no estar nunca disponible para la gente amada, otra, es manejar tu tiempo para hacer lo que verdaderamente te importa.

7. Son humildes. Tener confianza en uno mismo no está reñido con tener la humildad suficiente como para no ir alardeando constantemente de tus éxitos. Es importante sentirse orgulloso de los logros obtenidos, pero no ir presumiendo a cada rato de ellos. De hecho, los triunfos de una persona, si realmente lo son, hablan por si solos.

8. No temen el fracaso. El miedo a fracasar puede ejercer tanta presión que obstaculiza a una persona para iniciar cualquier aventura nueva. La gente con determinación y confianza en sí misma mantiene esa autoestima a pesar de las derrotas. Y es a través de esa convicción que se levanta y vuelve a comenzar.

9. Practican todos los pasos anteriores. Adquirir confianza puede ser complicado y, en ocasiones, es un trabajo arduo que hay que practicar y desarrollar a diario. Cuanta más actitud, mayor confianza. Así son las personas con autoestima alta: personas que no se doblegan ante las adversidades, menos las que ellas mismas se imponen.

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Amor pasional vs. Amor romántico

Muchos confunden el amor pasional con el amor romántico. Pero la obsesión los separa.
De acuerdo con Bianca P. Acevedo, especialista en investigación de la psicología de las relaciones, el amor romántico tiene la intensidad, el compromiso y la química sexual del amor pasional, pero no presenta el componente obsesivo.

La diferencia entre ambos estriba en los sentimientos de ansiedad e inseguridad.

Entre la autoestima y el amor existe una relación causal. Aquellas personas que se sienten más seguras de sí mismas tienen relaciones más funcionales basadas en sentimientos de amor romántico, mientras que los individuos más inseguros son menos proclives a tener relaciones satisfactorias, lo que se manifiesta en el amor obsesivo.


Cuestiones de seguridad y autoestima

En su libro " Romantic Love", Susan Hendrick considera que la seguridad y el autoestima son características previas para que el amor romántico tenga lugar. “Es lo que permite un intensa atención a la pareja, sin caer en los celos o sentimientos de posesión”. La autora señala que la obsesión propia del amor pasional se entiende como “duda relacionada con una turbulenta relación”.


En muchas ocasiones, las personas se enamoran no sólo de alguien más, sino de la fantasía de sentirse completos con ese otro, cuando en realidad ese vacío interior se debería llenar con un trabajo personal.

El psicoanalista Adam Phillips explica esta paradoja en su libro Missing Out: In Praise ofe the Unlived Life, en donde detalla que “en la era moderna las personas se obsesionan con tener u obtener lo que les falta en la vida; por lo que se imaginan y se proyectan para alcanzarlo creando así vidas de fantasía”.

En la psicología moderna el amor pasional se asemeja a una droga, ya que genera una liberación de dopamina en el cerebro, al igual que las sustancias que alteran el estado de conciencia. El amor pasional prioriza la atracción sexual haciendo crecer una unión que ocurrió con estado emocional muchas veces influido por la ansiedad y los celos. Mientras que en el amor romántico la compenetración crece con los años, al tiempo que la persona confía en su pareja.

Las siete etapas del amor pasional son la admiración y atracción física, fantasías amorosas, esperanza, nacimiento del amor, cristalización de cualidades, la duda y la segunda cristalización, que se traduce en el anhelo de ser correspondido.

Sin embargo, la pasión no es una ciencia exacta y, por el contrario, es una variable que despierta muchas controversias. Para la mayoría de los científicos sociales, de la pasión emergen sentimientos positivos; sin embargo, para los psicólogos no es más que un vaivén de emociones,que oscila entre el éxtasis hacia la ansiedad.

Jill Tweedie, en su libro "In the Name of love", define la pasión como “un sustento para nuestras debilidades y un accesorio para nuestro tambaleante ego”.

Pero, ¿puede el amor pasional convertirse en amor romántico?

Satisfacción de larga duración

La respuesta depende de la persona y su relación. Muchas veces, las etapas del amor pasional llevan al amor romántico. Por ejemplo, la atracción puede definirse como felicidad y goce, condición necesaria para el amor romántico. Aunque puede haber cierto miedo al rechazo, las características de un amor pasional pueden marcar el inicio de una relación de entrega y compromiso.

Para conocer el grado de satisfacción que un amor romántico y un amor pasional (romanticismo obsesivo) pueden tener, el investigador Arthur Aron encuestó a más de 6 mil personas involucradas en relaciones cortas y en relaciones largas, de más de 4 años. Los resultaron mostraron más satisfacción en parejas que practican el amor romántico -que implica un mayor grado de compromiso, sin importar si su relación es corta o larga-

Asimismo, tras estudiar una muestra de 140 parejas, un grupo de investigadores de la Universidad de Texas encontró que la comunicación es un aspecto de suma importancia respecto al grado de satisfacción mostrado en las parejas.

¿Conclusión? Compromiso y comunicación son los aspectos clave para generar mayor satisfacción en las relaciones de pareja.

El amor romántico brinda más satisfacción al final.

Por Valeria Léon
 
¿Eres racional o pasional?

¿Eres una persona racional o pasional? Dedica un momento a pensar sobre esta pregunta y sigue leyendo cuando tengas clara la respuesta.

Cuál de las dos opciones crees que es mejor? ¿Te imaginas una vida sin pasión? ¿Y una vida dirigida sólo por ella? ¿Es útil racionalizar las cosas que sientes? ¿Hay momentos en que la razón debe dejarse a un lado? ¿Y la pasión?



¿Son demasiadas preguntas? Pues empecemos a plantear algunas posibles respuestas…

Lo que puedo asegurarte es que desde que he empezado a pensar detenidamente sobre lo que siento y por qué lo siento, especialmente cuando se trata de “pasiones” negativas (celos, frustración, enfado…), he conseguido desactivar muchas bombas emocionales en el último segundo. Sólo hay que fijarse bien en los cables, saber de dónde vienen y cuál debes cortar.

Pero supongo que necesitarás algún argumento, ¿verdad? Pues apaga a tele porque te voy a obligar a pensar un rato y te necesito concrentrad@.

¿Sabes en cuántas partes te divides?
Hace más de 2.500 años los griegos empezaron a diseccionar filosóficamente al ser humano, elaborando teorías muy complejas acerca de las partes de las que estábamos hechos. La división más temprana y persistente a lo largo de la Historia es la que nos parte en dos: cuerpo y alma. Del alma, pura y virtuosa, emanaba la razón y del cuerpo, pérfido y dado a los vicios, emanaba la pasión.

Así quedaron enfrentadas durante siglos, evolucionando y cambiando de forma, pero sin dejar de estar en guerra. La pasión casi siempre llevaba las de perder y a la pobre la tenían machacada, pero llegó un día que la sociedad decidió sacarla de la jaula de las fieras y ponerle la gorra de capitán.

Hoy la inversión de valores empieza a ser total y “sigue tu pasión”, “no pienses tanto”, “déjate llevar por lo que sientes”… son los nuevos mantras en venganza por tantos siglos de repudia. Eso o que la idea quedaba mejor en las campañas publicitarias…

El caso es que seguimos asumiendo que debemos elegir una de las dos y apartar la otra. Pero, ¿por qué no hacerlas funcionar juntas? ¿Crees que una emoción va a ser menos intensa si reflexionas sobre ella? ¿O que la razón va a ser inútil si tiene en cuenta los sentimientos? Yo creo que no.

En otra ocasión ya te hablé un poco del pensamiento lateral, una de cuyas peculiaridades es que requiere la estrecha colaboración de ambos hemisferios cerebrales. Enfrentarte a tus contradicciones pasa por establecer un “diálogo” entre esas dos partes, no por atropellar a una de las dos y darte a la fuga sin mirar atrás.

Si tienes que decidir entre A y B, pero ninguna de las dos opciones te satisface, ¿por qué no crear C?

¿Sentir o entender?
En estas cuestiones me hacía pensar Javier Zeta, autor de mente Mediterránea, cuando decía que “la clave es sentir, no entender” y que tomar las decisiones acertadas en esta vida no va sobre comprender el porqué del asunto”. Y esta idea es muy bonita cuando tus sentimientos son positivos, cuando el cerebro te bombardea con opioides endógenos que te hacen sentir capaz de todo, pero… ¿qué ocurre cuando no son tan buenos? ¿Te dejas arrastrar también por ellos o introduces los opiáceos desde fuera?

Cuando algo deja de funcionar como debería tal vez podamos trampearlo dándole un golpe, apagándolo y volviendo a encenderlo…Cada maestrillo tiene su librillo del “a ver si así…”, pero lo cierto es que sólo si comprendemos cómo funciona algo podremos arreglarlo cuantas veces falle.

Es mucho lo que desconocemos sobre nuestra cabecita loca: funciona tan rápido y de un modo tan complejo que es imposible alcanzarla. Pero desvincularte de su funcionamiento como si fuese algo ajeno a ti no es nada práctico. Me refiero a ideas del tipo “cuando crees que estás tomando una decisión tu cerebro ya lo ha decidido mucho antes que tú”.

Es verdad que está hecho para atajar (aunque eso implique decirnos alguna mentirijilla) y para facilitarnos la vida a costa de no mostrárnoslo todo e inventarse alguna que otra cosa. Es un poco manipulador, pero por una simple cuestión de supervivencia y practicidad. ¿Quieres ver un ejemplo de cómo te engaña tu cerebro? O quizá prefieras ver cómo algunas veces tu cerebro no te lo muestra todo.

Pero eso no quiere decir que no puedas tomar parte activa (racional) en esos procesos de decisión.

¿Quién decide por ti?
Hay veces en que no hay tiempo para pensar y en milésimas de segundo tienes que salir corriendo, pero cuando se trata de tomar una decisión sin que te esté persiguiendo un león del Serengueti, puedes alumbrar el problema desde distintos puntos de vista y desmarcarte de los mecanismos ortodoxos de toma de decisiones.

¿Qué quiere decir esto? En tu cerebro ya hay construidos muchos caminos, hojas de ruta para solucionar los problemas en base a tu aprendizaje y a tu experiencia pasada. Pero merece la pena saltarte las señales y descubrir un camino nuevo: encontrar tu propia forma de enfrentarte a los problemas y hacer elecciones. Si no lo haces tú, piensa que en la mayor parte de los casos serán otros los que estén decidiendo por ti. Y no te vas a dar ni cuenta.

Sobre este tema leía entre las 10 ideas que cambiaron la vida de Ángel, que “no somos seres racionales”. Que muchas de las decisiones que tomamos están condicionadas por el sistema operativo que traemos de serie. Pero que “entender que vengo de fábrica con varios sesgos cognitivos y saber cuáles son me permite reconocerlos cuando ocurren y, gracias a eso, puedo remplazar una decisión natural (irracional) por una mejor (racional)”.

Esto me hizo pensar.

Tenemos a un ser que es consciente de su propia irracionalidad y es capaz de conocer, explicar y sistematizar sus mecanismos. Un ser que utiliza esa capacidad para manipular a sus congéneres, que aún no han caído del guindo (o la parra, o la higuera, o el frutal que más te guste). Yo no llamaría a este ser “irracional”, sino metarracional: es decir, capaz de razonar sobre su propia racionalidad o irracionalidad.

No es que unos seamos más racionales que otros: sólo es que algunos están mejor informados.

Si sabes cómo funciona puedes arreglarlo.

Y he aquí otra razón muy importante para no amordazar al pensamiento cuando decides dejarte llevar sólo por la intuición o la emoción: puede que alguna persona mejor informada que tú esté manipulando tus circuitos para que hagas lo que quiere (como comprar algo o que friegues tú los cacharros de la cena).

Sí, ya lo sé: es mucho más fácil dejar que los marrones se los coma el inconsciente y, a veces, cuando no quieres pasar horas dándole vueltas a una elección irrelevante, está bien ir en automático. Pero volviendo a lo que decía Javier, tomar las decisiones acertadas (o al menos con mayor probabilidad de acierto), no va ni de sentir ni de entender: va de las relaciones que se establecen entre ambas partes y de la totalidad mayor que generan. Y ahora te estarás preguntando con el ceño fruncido, ¿¿¿lo cualo???

El todo es mayor que la suma de las partes.
Aristóteles, que era un señor muy griego, muy lógico y muy metafísico, todo a la vez, enunció que “el todo es mayor que la suma de sus partes”. La idea es que el “todo” (en este caso nuestra azotea) es un sistema mucho más complejo de lo que nos haría pensar el simple análisis de sus partes por separado. Es decir, mi cerebro no es sólo hemisferio derecho +hemisferio izquierdo. A esta ecuación hay que añadirle la relación que se genera entre los dos.

Desde este punto de vista, es mucho más útil poner al Doctor Jeckyll y a Mr. Hyde a trabajar juntos en vez de intentar mantenerles en habitaciones separadas. Más que nada porque, como son uno, va a ser imposible.

Argh, qué lío. ¿Entonces qué?
¿Pero qué es este híbrido entre calculadora humana y veleta emocional? Es como cuando Sauron mezcló orcos con elfos y le salieron los Uruk-hai. Más fuertes, más resistentes, mejor adaptados… Nada simpáticos, pero desde luego unos superclase dentro de su especie.

Sé más list@ que tú. Destierra los malos usos de la razón: esos que se dan por pura costumbre y que no implican que pienses de un modo a la vez crítico y creativo, sino que repitas algo que has aprendido con anterioridad.

No te empeñes en separar cosas que deberían ir unidas. No renuncies al todo en favor de una parte. No crees compartimentos estancos y evitarás las inundaciones y los naufragios. Crea canales donde hay compuertas y deja que las contradicciones se reconcilien (o, al menos, actúa como si eso fuera posible).

Utiliza todo tu potencial y recuerda que el que divide vence, pero sólo si no se divide a sí mismo. Aunque esto me hace preguntarme… si tú eres el que divide y a la vez el dividido, ¿ganas, pierdes o empatas?

¿Y ahora qué me dirías?
¿Quieres volver a plantearte las preguntas que te hice al principio?
Al principio te he dado a elegir entre A y B (¿eres racional o pasional?)… ¿Has creado tu propia opción C a lo largo del post?


Por Anina
 
La autoestima marca el desarrollo del niño

La autoestima es un elemento básico en la formación personal de los niños. De su grado de autoestima dependerá su desarrollo en el aprendizaje, en las buenas relaciones, en las actividades, y por qué no decirlo, en la construcción de la felicidad.

Cuando un niño adquiere una buena autoestima se siente competente, seguro, y valioso. Entiende que es importante aprender, y no se siente disminuido cuando necesita de ayuda. Será responsable, se comunicará con fluidez, y se relacionará con los demás de una forma adecuada. Al contrario, el niño con una baja autoestima no confiará en sus propias posibilidades ni en las de los demás.


Se sentirá inferior frente a otras personas y, por lo tanto, se comportará de una forma más tímida, más crítica y con escasa creatividad, lo que en algunos casos le podrá llevar a desarrollar conductas agresivas, y a alejarse de sus compañeros y familiares.

El papel de los padres en la autoestima de los niños
Algunos expertos afirman que una baja autoestima puede conducir a los niños hacia problemas de depresión, anorexia o consumo de drogas, mientras que una buena autoestima puede hacer que una persona tenga confianza en sus capacidades, no se deje manipular por los demás, sea más sensible a las necesidades del otro y, entre otras cosas, esté dispuesto a defender sus principios y valores. En este sentido, sería recomendable que los padres se preocupasen tanto por mantener una buena salud física en sus hijos, como por fomentar su estabilidad y salud emocional.

La autoestima es una pieza fundamental en la construcción de los pilares de la infancia y adolescencia. La autoestima no es una asignatura que se aprenda en el colegio. Se construye diariamente en a través de las relaciones personales de aceptación y confianza. El lado emocional de los niños jamás debe ser ignorado por los padres y profesores. Hay que estar atentos a los cambios de humor de los niños y a sus altibajos emocionales. Desde el nacimiento a la adolescencia, por su vulnerabilidad y flexibilidad, los niños deben encontrar seguridad y afecto en las personas que les rodean y los padres pueden hacer mucho por mejorar la autoestima de su hijo.

Todo lo que se consigue en este periodo de desarrollo y crecimiento físico, intelectual y emocional puede sellar su conducta y su postura hacia la vida en la edad adulta.

Los niños que tienen baja autoestima no se sienten bien integrados, queridos o aceptados en su familia, y en ocasiones, busca pertenecer a otros entornos que no siempre son los más adecuados. Además suelen tener problemas en el colegio ya que no tienen la confianza suficiente en sí mismos para afrontar los retos. Para evitar que tus hijos tengan baja autoestima y tengan éstos y otros problemas, debes:

1. No criticarle con el verbo 'ser': si el niño se comporta mal, nunca hay que decirle cosas como "eres tonto", o 'eres malo' ya que de esa manera lo que hacemos es hacer creer al niño que realmente es malo o tonto.


2. No criticar nunca en público: cuando el niño tenga una mala actitud en público, espera a regañarle en privado y no repruebes sus actos delante de los demás.

3. No insistir en el pasado: ya no podemos cambiar las malas acciones que han cometido los niños, por lo tanto en vez de insistir en lo que hizo, debemos darle pautas o ideas de cómo queremos que se comporte la próxima vez.

4. Nunca compararle: con el hermano, primo o amigo. Cada persona es única y tiene su talento y es trabajo de cada uno encontrarlo y aportarlo al mundo. Comparar lo que hace es obviar el talento del niño.

5. No justificar el pasado con el presente: muchos padres tienden a justificar su actitud con los hijos porque ellos mismos fueron tratados así. Por ejemplo, en el caso del castigo físico tienden a justificarlo con frases como 'mis padres me dieron azotes y no me pasó nada, así que yo le doy azotes a mi hijo'. Hoy en día sabemos mucho más sobre psicología o gestión emocional de lo que se conocía antes, por lo que es una pobre excusa no querer aprender para mejorar.

6. Tener baja autoestima: si en un tiempo no consigues hacer subir la autoestima de tu hijo, quizás es necesario que revises la tuya propia. ¿Cuánto te quieres o te aceptas incondicionalmente? Reforzar y estimular la propia autoestima es básico porque para los hijos somos modelos a seguir.

Por Matti Hemmi
 
Estrategias para ayudar al niño inseguro
1. Elogiarle en lugar de criticarle. Los padres debemos ofrecer a los niños la confianza sufriente en ellos mismos para que sean capaces de enfrentarse a cualquier tarea, reto o circunstancia que se le plantee. Eso se consigue alentándole, elogiándole sinceramente, brindándole ánimo cuando está aprendiendo a caminar, a leer, a tocar un instrumento pero también cuando hace otras tareas cotidianas como poner la mesa, hablar con un vecino, mantener el orden en su habitación, o sencillamente cuando juega.


Las críticas constantes, los '¡Qué torpe eres!', 'Otra vez has sido tu', 'Deja eso que lo vas a romper!' u otras frases similares… vulneran la autoestima y el autoconcepto de nuestros hijos mermando la seguridad y confianza en ellos mismos. Si queremos un niño que confíe en sí mismo debemos empezar transmitiéndole que nosotros confiamos en él.

2. Darle responsabilidades acordes a su edad. Un niño aprende a confiar en sí mismo y en lo que es capaz de hacer en la medida que tiene oportunidades de enfrentarse a diferentes responsabilidades.

Un niño sobreprotegido, al que no se le permite hacer nada por sí mismo porque siempre tiene quien se lo haga, es un niño que aprenderá a pensar que él no es capaz de hacer todo eso que hace mamá o papá por él. Será un niño que crecerá pensando que siempre necesitará a alguien a su lado para superar cualquier adversidad. Si queremos que nuestro hijo deje de ser un niño inseguro o que no se convierta en uno de ellos debemos fomentar su autonomía e independencia, ofreciéndole tareas y responsabilidades acordes a su edad.

3. Jugar, reír, bailar, disfrutar. En la mayoría de casos los niños inseguros son niños rígidos en sus comportamientos, no se dejan llevar por miedo al ridículo o a las críticas, así que es importante que aprendan a disfrutar jugando, riendo o bailando en compañía de otros niños o adultos. Deben vernos a nosotros mismos, sus padres o educadores, realizando estas acciones, observar que no pasa nada, que es divertido reírse de uno mismo.

4. Minimizar los fracasos. Para que un niño recupere la seguridad en sí mismo debe vivir los fracasos como nuevas oportunidades de éxito no como algo paralizante y frustrante. Eso no es posible si vive o en una familia con estilos educativos rígidos, autoritarios o con falsas expectativas. Estilos educativos que no toleran los fracasos y que generan inseguridad. Es necesario fracasar para aprender, es necesario caer muchas veces antes de aprender a andar, rebajemos expectativas y minimicemos los pequeños fracasos o errores que cometan nuestros hijos. Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender. Charles Dickens, escritor y novelista inglés.

5. Entrenar el pensamiento positivo, autorefuerzo. Esta última estrategia proporciona a los niños la oportunidad de creer en ellos mismos, deben aprender a alentarse, motivarse, a decirse cosas positivas, a cambiar su discurso interno. Cambiar el 'yo no lo sé hacer' por un 'yo no lo sé hacer todavía', cambiar el 'sé que no puedo' por '¿y que pasa si lo intento?', cambiar el 'qué mal que lo he hecho' por 'un muy bien, lo he intentado, la próxima vez seguro que irá mejor'.

Por Sara Tárres
 
Donde ocurre la magia
Suele ocurrir en algún momento de nuestra vida que nos sentimos extraños, como si nada sucediera, ni avanzáramos ni creciéramos aunque en apariencia estamos muy cómodos. De repente no falta nada, nuestras rutinas son fáciles, habituales, el entorno es conocido, predecible, seguro y nada pareciera ser motivo de gran preocupación. Nada nos reta, nada nos apasiona, ni nos mueve, pero en el fondo nos sentimos como estancados. En realidad nada es realmente productivo, no evolucionamos y el tiempo se va como si nada. Esto significa que hemos llegado a nuestra zona de “confort” y es probable que sea difícil atreverse a salir de ella. Sin embargo, es allí cuando deberíamos comenzar a cuestionarnos y reflexionar sobre qué estamos haciendo con nuestras vidas y movernos hacia donde sucede la magia, donde todo puede ser diferente, vivir y aprender nuevas experiencias.

Por supuesto, será lógico que sintamos algo de miedo y mucha incertidumbre con tan solo pensar en cambiar algo de todos esos hábitos, personas, lugares, que nos hacen la vida más fácil y que sintamos que si movemos algo sería una locura, mucho menos sin saber lo que nos espera. Pero es importante que sepamos que esa sensación es la que justamente nos hace sentirnos vivos y nos permite crecer.

Cuando las oportunidades o los cambios no llegan por sí solos, es vital salir a buscarlos, porque en el fondo sentimos que es necesario, algo nos invita a aventurarnos o arriesgarnos al presentir que hay cosas más allá que nos hacen falta o que nos harían mucho más felices. Hay una película muy interesante que una vez vi con mis hijos que se titulaba “Los Croods” y se trataba de una familia de la prehistoria que no se atrevía a salir del lugar donde vivía, hasta que por esas cosas de la vida se vieron obligados y pudieron descubrir un mundo fantástico, lleno de maravillas y oportunidades una vez que superaron el miedo ancestral que todos tenemos de explorar lo desconocido.

Ese miedo adaptativo, que nos protege de peligros y que a veces resulta ser solo imaginario o más fantasía que realidad, tiene la misión de protegernos, pero ¿qué sería de la vida si no fuese por los aventureros, los exploradores, los científicos, los viajeros, los soñadores o los emprendedores? Todos ellos aun sabiendo que corren riesgos, no se enfocan en lo que podría salir mal, sino en la emoción y las ventajas de crear y conocer algo novedoso, por supuesto, sin olvidarse también de darle ciertas bases sólidas a esas ideas, planificando, proyectando, evaluando las posibilidades, estudiando, conversando, intercambiando información y buscando asesoría sobre cómo hacer algo totalmente diferente.

Este tipo de decisiones no son fáciles, pero pueden ser fuente de gran inspiración, alegría, realización y satisfacción si creemos en todo nuestro potencial creativo. Solo se requiere una buena dosis de optimismo, valentía, voluntad, motivación, amor, fe, confianza, para dar el primer paso, alguien con quien contar y algo por lo cual comenzar.

Por eso la invitación es a dejar atrás esa zona cómoda, que a veces puede llegar a limitarnos o convertirse en una jaula de cristal, que esconde una doble trampa. Incluso aprovechar nuestros talentos en épocas de crisis, los cuales nos empujan a salir de lo conocido para poder hacer frente a los problemas, carencias y dificultades. Nuestro instinto de supervivencia, nos ayuda a usar la situación a nuestro favor, mientras que el estrés y la presión se convierten en motores que nos impulsan a salir adelante. También hay quien emprende un camino por desviarse de otro que creía su único destino, porque las circunstancias así lo obligaron o para alejarse de situaciones o personas tóxicas que no les permitían crecer. Por eso no debemos temerle a las situaciones difíciles ni a los retos que la vida nos impone, pues se trata de desafíos. Lo menos indicado es adaptarse a las situaciones que no nos permiten crecer, acostumbrarnos o conformarnos a algo que no nos gusta o no nos satisface por comodidad o temor, lo que además es una muestra de un alto grado de alienación y de muy baja autoestima. Sea cual sea tu caso, al final te darás cuenta que ha valido la pena cuando veas los resultados de ese viaje o aventura a la cual le temías tanto.
 
Carácter y autoestima


Autoestima y educación


Como señala Miguel Angel Martí, a veces parece como si sólo existieran dos tipos de personas. Unas que se sobrevaloran, cayendo así en actitudes más o menos engreídas o prepotentes. Y otras —que son quizá las menos—, que se infravaloran, que únicamente son capaces de ver en su personalidad los aspectos negativos y las deficiencias. Y su relación con ellos mismos es intrapunitiva, se sienten culpables de todos sus fracasos, aunque éstos se deban a factores externos, y esto les lleva a una cruel inseguridad, y a valorar siempre más la opinión de los otros que la suya propia. Son personas que, en casos extremos, pueden terminar necesitando ayuda médica para entablar con los demás unas relaciones de igualdad y sentir un mínimo de afecto por ellas mismas.

La falta de autoestima, además, suele conducir a un círculo vicioso de actitudes mentales negativas. Puede comenzar pensando, por ejemplo, que no será capaz de alcanzar una meta que se ha propuesto, porque tiene la impresión de que rara vez logra lo que se propone. Se encamina hacia ella con talante gris y mortecino, tarde y sin entusiasmo, con más miedo al fracaso que afán de lograr el éxito. Si luego las cosas no salen —y no suelen salir cuando se acometen así—, la experiencia, una vez más, vuelve a reforzar el juicio negativo anterior: de nuevo se ha demostrado que no valgo, que he fallado y que seguiré igual en el futuro.

Un correcto sentido de autoestima debe estar presente en todo proceso educativo, tanto familiar como escolar, y resulta fundamental para la propia maduración psicológica y para formar el carácter. Cuando la persona aprende a respetarse a sí misma, y a no compararse dañosa e inútilmente con los demás, tiene entonces mayor facilidad para tomar conciencia de su propia singularidad y dignidad. Es decisivo comprender que cada ser humano posee unas virtualidades propias que sólo él mismo —con la ayuda que sea necesaria— puede llegar a hacer rendir, proponiéndose proyectos y metas a las que se siente llamado y que llenarán de contenido su existencia.

El fomento de la autoestima no debe llevar, bajo ningún concepto, a promover un modelo de personalidad narcisista. La autoestima es un sensato y equilibrado afecto por uno mismo, que no tiene por qué conducir al egoísmo ni a la vanidad. La autoestima es respeto a la propia persona, convicción de que cada uno es portador de una alta dignidad como hombre, comprensión profunda de que cada ser humano es irrepetible, llamado a realizar en el mundo una tarea que dará sentido a su vida y que nadie puede hacer por él.

¿Son compatibles autoestima y humildad? Para muchas personas parecen valores difíciles de conciliar, quizá porque en su interior piensan que la humildad es algo tan simple como tener una mala opinión acerca de los propios valores y talentos. Pero la verdadera humildad no es eso, ni es tampoco una absurda simulación de falta de cualidades, pues la humildad no puede violentar la verdad, no está en exaltarse ni en infravalorarse, sino que va unida al conocimiento propio, a la sinceridad, la sencillez y la naturalidad.

Muchos afirman que las personas de mucho talento tienen más fácil caer en la vanidad o la egolatría. Sin embargo, tengo la impresión de que las actitudes vanidosas o ególatras no son cuestión de mucho o poco talento, sino que son más bien un problema de virtud, de educación, de sentido común. Es más, podría incluso decirse que las actitudes engreídas revelan, en cierta manera, poca cabeza: porque todo ese tórrido presumir de talentos que uno ha recibido sin ningún mérito propio es bastante ridículo y carente de sentido, y quizá venga a demostrar más bien que todo ese supuesto talento es bastante escaso.

Tal vez el hecho de que en el mundo abunden los ególatras sea la causa de que se insista tan poco desde los distintos ámbitos de la educación en la necesidad que tiene el hombre de ser educado en un sensato principio de autoestima.


Autoestima y estado de ánimo


Cuando alguien se encuentra desanimado, se ve peor a sí mismo, y eso suele llevarle a un menor aprecio hacia sí mismo. Autoestima y estado de ánimo suelen ascender o descender de modo paralelo.

Una autoestima demasiado baja suele generar actitudes de frecuente desánimo, de no atreverse a casi nada, de desarrollar poco las propias capacidades y ver casi todo como inasequible. Con esa actitud, la derrota viene dada de antemano, antes de entrar en batalla, por esa injustificada infravaloración de uno mismo.

Cuando esa baja autoestima ha arraigado de modo profundo en una persona, hacerle comprender su error no será tarea fácil. Les cuesta mucho admitir cualquier valoración positiva de uno mismo, y cuando otras personas intentan hacérselo ver, con frecuencia lo interpreta como halagos infundados, simples cumplidos de cortesía, o bien como un ingenuo desconocimiento de la realidad, o incluso un intento de tomarle el pelo.

¿Es bueno entonces tener una alta autoestima, cuanta más mejor? Sí, si se enfocan bien las cosas. Pero si tener una alta autoestima lleva a pensar sólo en uno mismo, a valorarse más de lo que se vale, o a un exceso de comprensión con uno mismo, a ser egoísta y engreído, etc., es evidente que eso sería malo. En ese sentido, podría decirse que tanto la baja autoestima como la excesivamente alta son destructivas para la personalidad y psicológicamente insanas.

Los sentimientos de culpa, o de vergüenza, o de insatisfacción ante algo que hemos hecho o dejado de hacer, no son sentimientos buenos ni malos de por sí. A veces serán muy necesarios, puesto que habrá cosas que haremos mal y de las que es bueno que nos sintamos culpables y avergonzados; otras veces serán inadecuados, porque nos atormentan de modo patológico y tienen un efecto destructivo y contraproducente. Se trata de sentimientos que, como todos, deben tener medida y adecuación a su causa.

A medida que una persona va madurando y adquiriendo solidez, su nivel de autoestima se irá haciendo más estable, gracias a un mejor conocimiento de sí misma y a poseer criterios más sólidos a la hora de encontrar motivos de propia estimación. Ya no es tan fácil que una opinión favorable o desfavorable, o un sencillo acierto o error, una buena o mala noticia, ocasionen fuertes oscilaciones en su estado de ánimo o su autoestima.

También es importante aceptar con el modelo de vida a que uno aspira. Por ejemplo, el éxito social o profesional no bastan para garantizar la autoestima; si ciframos el ideal de persona valiosa y respetable en ser capaz de alcanzar grandes resultados económicos o de reconocimiento social, dejando al margen otros criterios más sólidos, es fácil que las cosas no nos vayan bien, tanto si conseguimos esos logros como si no. De hecho, hay una constante comprobación de que si los modelos de éxito se reducen a sólo una parte de la vida y no a su conjunto, al final no se quedan satisfechos de esos éxitos ni siquiera los pocos que llegan a conseguirlos.

Está claro que tampoco se trata de rebajar los ideales para evitar las decepciones. Sería un camino fácil y equivocado. Es la estrategia del escepticismo vital, en la que se apagan los sentimientos de sana emulación y se enaltece, por el contrario, la falta de ideales y la mediocridad. Rebajar los ideales y decir que todo da igual, o que hoy día todo el mundo va a lo suyo y ya está, son actitudes que no conducen a nada bueno.


Autoestima y afán por mejorar
Es preciso proponerse aspiraciones e ideales altos, pero hay que hacerlo sobre una escala de valores y de expectativas acertada. Y una buena forma de progresar en autoestima es avanzar en la propia mejora personal. El hombre puede y debe aspirar a mejorar cada día a lo largo de su vida. Se trata de una tarea que siempre produce grandes satisfacciones, y que, en cierta manera, llenará de sentido nuestra existencia.

Nunca se llegará a ser perfecto, es verdad, y por eso no debe confundirse el ideal de buscar la propia mejora con un enfermizo afán perfeccionista. Querer aproximarse lo más posible a un ideal de perfección es muy diferente del perfeccionismo, o de embarcarse en la utópica pretensión de llegar a no tener defecto alguno (o la más peligrosa aún, de querer que los demás tampoco los tengan).

El hombre ha de enfrentarse a sus defectos de modo inteligente, aprendiendo de cada error, procurando evitar que sucedan de nuevo, conociendo sus limitaciones —sin miedo a mirarlas de frente— para evitar exponerse innecesariamente a ocasiones que superen nuestra resistencia. Así, además, comprenderá mejor los defectos de los demás y sabrá ayudarles de modo eficaz.

La tarea de mejorarse a uno mismo no debe afrontarse como algo crispado, angustioso o estresante. Ha de ser un empeño continuo, que se aborda en el día a día con ánimo sereno, de modo cordial y con espíritu deportivo, sabiendo las dificultades con las que nos enfrentaremos y la importancia radical de la constancia en ese propósito.

En las dos o tres últimas décadas, la enseñanza básica de muchos países occidentales se ha esforzado por fortalecer la autoestima de los alumnos prodigando alabanzas incluso cuando los resultados eran desoladores. Se trataba, ante todo, de no desanimar. La idea era que, educando así, esas personas tendrían en el futuro muchos menos problemas, porque su elevada autoestima les impediría tener un comportamiento antisocial.

Los resultados —la terca realidad— está haciendo que sean cada vez son más los especialistas que dudan seriamente de que ése sea un buen método pedagógico, y piensan que esa falsa autoestima puede causar mucho daño. Si se pone tanto empeño en no culpabilizar a nadie y en defender cualquier opción, el resultado es que esas personas acaban parapetándose tras sus opiniones y sus actos y se hacen impermeables al consejo y a cualquier crítica constructiva, puesto que toda observación que no sea de alabanza se recibe negativamente.

La conclusión parece clara: el exceso de autoindulgencia, el alabarlo todo, o relativizarlo todo, conduce a más patologías de las que evita. Decir a los hijos o a los alumnos que todo lo que hacen está bien, o que hagan lo que les parezca mientras lo hagan con convicción, o cosas por el estilo, acaba por dejarles en una posición muy vulnerable. Esas personas se sentirán tremendamente defraudadas cuando al final choquen con la dura realidad de la vida.

Como ha señalado Laura Schlessinger, es mejor basar la autoestima en logros reales. En pensar y servir a los demás, en hacer cosas que les lleven a sentirse útiles. No se trata de hacer cavar zanjas, alabar ese trabajo, y luego volver a taparlas. Se trata de avanzar en el camino de la virtud, dejar de lamentarse tanto de los propios problemas y tomar ocasión de ellos para forjar el propio carácter. Si se enseña a los niños a esforzarse por conseguir virtudes, la autoestima vendrá sola. Y si no se logra, al menos estarán viviendo en el mundo real.



Sentimientos de inferioridad

Como ha señalado Javier de las Heras, el sentimiento de inferioridad se debe a la existencia de un defecto que se vive como algo vergonzoso, humillante, indigno de uno mismo e inaceptable. En no pocos casos, además, se trata sólo de un presunto defecto, ya que, cuando se conoce y se analiza con un mínimo de objetividad, se comprueba que no hay motivos de peso para considerarlo tal, o que, en cualquier caso, se le está dando una importancia subjetiva desmesurada.

Lo habitual es que todo esto se lleve en el secreto de la propia intimidad, y que tenga una importante carga subjetiva. Son evidencias interiores que muchas veces no resultan nada previsibles ni evidentes desde el exterior, pero que suelen constituir un intenso y profundo motivo de desasosiego y condicionar bastante la personalidad y el comportamiento de quien las sufre.

Lo sorprendente es que hay gente muy valiosa que también sufre sentimientos de inferioridad. La fuerte carga subjetiva de esos sentimientos hace que, en efecto, se produzcan situaciones bastante sorprendentes. No es extraño, por ejemplo, que una persona que posea unas cualidades muy superiores a la media de quienes le rodean esté fuertemente condicionada por un sentimiento de inferioridad proveniente de cualquier sencilla cuestión de poca importancia.

Las épocas más proclives para esas impresiones son el final de la infancia y todo el periodo de la adolescencia. Por eso es importante en esas edades ayudarles a ser personas seguras y con confianza en sí mismas.

Por otra parte, muchos autores aseguran que los sentimientos de superioridad suelen tener su origen en un intento de compensar otros sentimientos de inferioridad firmemente arraigados. Esos procesos suelen provocar actitudes presuntuosas, arrogantes e inflexibles, de personas envanecidas que tienden a tratar a los demás con poca consideración, y que si a veces se muestran más tolerantes o benevolentes, es siempre con un trasfondo paternalista, como si quisieran destacar aún más su poco elegante actitud de superioridad.

Son personas a las que gusta darse importancia, y que exageran sus méritos y capacidades siempre que pueden; que siempre encuentran el modo de hablar, incluso a veces con aparente modestia, de manera que susciten —eso piensan ellos— admiración y deslumbramiento. Suelen ser bastante sensibles al halago, y por eso son presa fácil de los aduladores. Fingen despreciar las críticas, pero en realidad las analizan atentamente, y esperan rencorosamente la ocasión de vengarse. Están siempre pendientes de su imagen, muchas veces profundamente inauténtica, y con frecuencia recurren a defender ideas excéntricas, o a llevar un aspecto exterior peculiar y extravagante, con objeto de aparecer como persona original o con rasgos de genialidad. Buscan el modo de sorprender, para obtener así en otros algún eco que les confirme en su intento de convencerse de su identidad idealizada: por el camino de la inferioridad, acaban en el narcisismo más frustrante.



Perdonarse a uno mismo

Todos sabemos que, muchas veces, perdonar es difícil. Pero quizá para algunos sea especialmente difícil perdonarse a uno mismo. Y están tristes porque no se perdonan sus propios fracasos, porque alimentan sus errores dándoles vueltas en su memoria, porque parece que se empeñan en mantener abiertas sus propias heridas. Son como cadenas que se ponen a sí mismos, cárceles en las que se encierran voluntariamente.

A lo mejor están tristes y sienten dentro del corazón como una especie de lanzada que les amarga la existencia, porque cargan con una responsabilidad que no les corresponde, por un fracaso que no es suyo, al menos en su totalidad.

Sucede a veces, por ejemplo, con la educación de los hijos. Unas veces se falla porque se hace mal, otras porque hay circunstancias ajenas que lo estropean sin culpa de los padres, y otras simplemente porque los hijos son libres. En cualquier caso, la solución nunca es dejarse consumir por la tristeza, sino rectificar en lo posible el rumbo, procurar aprender, intentar recuperar el terreno que se haya perdido, mirar al futuro con esperanza.

La falta de perdón para uno mismo suele generar tristeza, y una y otra tienen su origen en el orgullo. Y así como el orgullo del que es simplemente vanidoso, o de quien está pagado de sí mismo, es el más corriente y menos peligroso; en cambio, pasarse la vida dando vueltas a los propios errores suele ser señal de un orgullo más refinado y destructivo.

Es preciso aprender a aceptarse serenamente a uno mismo. Aceptarse, que nada tiene que ver con una claudicación en la inevitable lucha que siempre acompaña a toda vida bien planteada, sino que es encontrar un sensato equilibrio entre exigirse y comprenderse a uno mismo.

Conociéndose un poco es fácil saber cómo hacer frente a esos desánimos que acompañan a los propios errores y fracasos. Son instantes de hundimiento y de desazón, bajones de ánimo que pretenden ganarnos la partida de la vida.

Conviene pararse a pensar en las razones que los producen. A veces nos avergonzará ver cómo pueden desanimarnos contratiempos tan tontos; cómo cosas de tan poca importancia pueden hacernos pasar de la euforia al abatimiento, o viceversa, de forma tan rápida. Para superarlos, conviene hacer un esfuerzo de reflexión, un serio intento para ser objetivo, para ver cómo alejar esas sombras de pesimismo que asaltan inadvertidamente a todos y que tantas veces no dejan ver la cara soleada de la vida.



¿Falta de dotes naturales?

«Veo que lo que yo tardo una tarde entera en estudiar y luego apenas me acuerdo, mi compañera lo estudia en una hora... —decía con pesimismo Alicia, una atribulada estudiante de dieciséis años.

»Yo me paso encerrada todo el fin de semana estudiando, y ella, en cambio, no da ni golpe y saca luego mejor nota.

»Y estamos las dos igual de distraídas en clase, nos pregunta la profesora, y ella con dos ideas que recuerda le sale una respuesta convincente, y yo, en cambio, me quedo sin saber qué decir.

»Cuando pienso en esto y me dedico a compararme, a veces me pongo muy triste al ver que todas me aventajan y que es algo que nunca podré evitar, porque no puedo hacer nada por remediarlo...»

Las personas que, como Alicia, sufren con esta preocupación, deben convencerse de que no es verdad que estén en todo en inferioridad de condiciones, ni que lo suyo no tenga remedio. Que la naturaleza suele otorgar sus dones de forma más repartida de lo que parece. Y que otras personas con limitaciones superiores a las suyas han triunfado en la vida y han sido muy felices.

Para empezar, es probable que se esté lamentando de unas limitaciones que no tienen la trascendencia que ella le da.

Quizá también se olvida Alicia de otras muchas cualidades que posee, y que quizá no brillen tanto y por eso apenas las ha advertido, pero que probablemente sean más importantes que esas otras que le deslumbran en los demás.

Ciertamente quizá otros tengan más simpatía, más gracia, más habilidad en lo que sea, mejor aspecto, más medios económicos o —en apariencia— más suerte y éxito en la vida. Pero eso no es lo fundamental. Son más importantes otras cosas que quizá llaman menos la atención. Y tantas veces, además, el que tiene menos talentos pero se esfuerza por hacerlos rendir, aunque le parezcan escasos, acaba finalmente por superar a otros mucho más capacitados.

No es buena filosofía contemplar la vida en condicional, como lo que habría podido ser si fuéramos de otra manera o tuviéramos otras dotes o hubiéramos actuado de distinto modo. Se puede y se debe vivir la propia vida aceptándola como es.

Y si nos faltan medios o talentos, habrá que sacar rendimiento a lo que se tiene y dejarse de vivir entre fantasías.

Un chico o una chica inteligente debe sacar partido a su inteligencia y dejar de lamentarse de no lograr triunfar en los deportes, en las relaciones públicas y en el arte a la vez. Y un chico o una chica un poco feos o no muy listos, difícilmente llegarán a ser muy guapos o muy inteligentes, pero pueden ser simpáticos, agradables, buenos profesionales y hombres o mujeres excelentes. Lo mejor es ser el que somos y procurar ser cada día un poco mejor.

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