Autoestima y otros temas de psicología

El saludable arte de disfrutar del silencio


El silencio. Si te detienes un momento a pensarlo, te darás cuenta de que es una dimensión que no abunda demasiado en nuestras vidas. Estamos acostumbrados al rumor de las ciudades, del tráfico, a las conversaciones interminables, a esa televisión que no apagamos en todo el día e, incluso, al sonido de nuestras propias preocupaciones que casi nunca encuentran descanso.


El silencio es un valor y una necesidad. Hablemos hoy sobre ello para tenerlo en cuenta, para descubrir que el silencio es, a veces, un refugio de paz al que deberíamos acudir más a menudo.






1. El miedo al silencio

Seguro que te ha ocurrido en alguna ocasión. Hay personas que en cuanto notan que surge un silencio en medio de una conversación, se encuentran incómodos y acaban diciendo lo primero que les viene a la cabeza. ¿Por qué nos incomodan los silencios?



  • En ocasiones, hacemos un mal uso de las palabras consiguiendo que pierdan su auténtico valor. Hablar es comunicar con sinceridad e integridad, y los silencios, aunque te sorprenda, pueden ser en ocasiones signo de cariño y de intimidad. Cuando dos personas se encuentran a gusto con sus silencios, establecen un símbolo de unión, ahí donde no hace falta ningún artificio. Sólo la intimidad mutua.
  • El miedo a estar en silencio demuestra, en ocasiones, un miedo particular a estar en contacto con nosotros mismos, con nuestro ser, con nuestros pensamientos, sueños y deseos.

  • Debes tener en cuenta otro aspecto importante: Estar callado no es estar en silencio. Uno puede estar callado y tener a su alrededor una aglomeración de personas, tráfico, música… Es lo que llamamos ruido externo, pero también existe el ruido interno. ¿Sabes a qué nos referimos cuando hablamos de ruido interno? A nuestras preocupaciones, a esa voz interior que a veces nos juzga y nos oprime llenándonos de ansiedad. El verdadero silencio, el auténtico, debe estar libre de estas dos dimensiones.
2. El silencio que nos aporta verdadera tranquilidad

Ahora ya sabes que estar en silencio no es únicamente estar callado. Permanecer en silencio supone establecer una auténtica armonía con nuestro exterior y nuestro interior. Para conseguirlo, debes seguir las siguientes pautas:

  • No hace falta que nos vayamos muy lejos para encontrar silencio. Seguro que en casa puedes disponer algunas horas al día donde todo quede tranquilo, sin televisión, música y sin que nadie te moleste. Si no te es posible, acude a algún parque, ahí donde el sonido de la naturaleza te permita también apagar “tu ruido interno”.
  • Una vez encuentres esa unión con el exterior y tu interior, relájate y no dejes que vuelvan esas voces interiores que te angustian o te llenan de estrés. Apágalas. Permite que te envuelva el silencio para escuchar tu verdadero ser. Es entonces cuando podremos reflexionar con tranquilidad sobre nuestro momento actual; sobre lo que eres y lo que deseas. El silencio es armonía, calma y un modo de entrar en contacto con nuestro niño interior.
  • Tampoco temas a los silencios que surgen en una conversación. Toma conciencia de que las palabras deben ser usadas con su auténtico valor. No vale la pena hablar por hablar o comunicar cosas que no sentimos. Un silencio compartido es, a veces, la mejor prueba de cariño, amor y respeto.
Aprendamos a valorar el silencio como un tesoro, como un arte que cultivar cada día.

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Dar mucho y recibir poco, también cansa



Hay veces que tenemos la sensación de que estamos dando y dando pero, sin embargo, no estamos recibiendo. Esto nos suele ocurrir cuando estamos tristes, pues no obtenemos ningún tipo de recompensa tras el acto de dar y acabamos pensando que el mundo no es merecedor de nuestra dedicación. Porque dar mucho y recibir poco, cansa y desgasta.


Si te ocurre esto, lo mejor es abandonar tu puesto y relegar esas obligaciones que te has impuesto, pues es un intercambio que resulta tóxico para ti y que, por lo tanto, destruye tu salud. Cuando te cansas de dar y dar mucho sin recibir puede que, incluso, acabes evitando que alguien te ofrezca ayuda. Así, la falta de reciprocidad se acaba alimentando de una espiral de desencanto y de dolor.

¿Cómo puedo saber si estoy dando demasiado de mí?

Algo va mal si te estás cansando, si te invade la tristeza, la desilusión o el desencanto y si sientes que lo que haces por la otra persona es una carga cuando no debería serlo. Hay personas que pueden shuparnos, literalmente, la energía.


Es probable que ellos no se den cuenta, por eso siempre es recomendable y necesario armarse de valor y aclarar estas cuestiones. También puede que sí que se percate del tema pero que le interese mantener la situación. Entonces, lo mejor es poner a prueba ese interés dejando de esforzarnos por satisfacer sus necesidades y ver lo que sucede después.


Una actitud egoísta se ve a leguas, solo necesitamos mirar en la dirección adecuada.

¿Te amas lo suficiente como para dar mucho con justicia cuando estás recibiendo lo mínimo?

No vale de nada luchar contra viento y marea y dar mucho por una persona que no mueve ni un dedo. No sirve ayudar constantemente a alguien con un trabajo que no está interesado en aprender a realizar. No nos hace bien dar sin recibir.


No podemos dedicarnos a los demás y olvidarnos de nosotros. La única gratitud sin la que no podemos vivir es la gratitud a uno mismo, pues es el pilar del AMOR PROPIO y el cimiento de nuestro crecimiento personal.

Dar mucho para sentirnos bien

Da mucho. Da poco. Pero da siempre.
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Cuando ayudamos a alguien le estamos ofreciendo una parte muy importante de nosotros. Esto nos enseña a apreciarnos, por lo que es esencial cuidar esta parcela de nuestra vida.


Obviamente, no vamos a dar ni a agradecer nada a quien se está aprovechando de nosotros. Eso nos haría sentir necios, a la vez que resulta peligroso para nuestro autoestima y nuestro bienestar.


Por otra parte, dicen que nunca es suficiente el agradecimiento a aquel que no te abandonó en los malos momentos. Por eso, ofrecer buenas palabras, buenos sentimientos, buenos actos y buenos pensamientos para quien nos ayudó en algún momento es muy importante, ya que esto nos ayudará a recordar el valor de la bondad y del ofrecimiento a los demás.

El poder de la reciprocidad y de la gratitud

Solo nos hace falta darnos cuenta de lo que agota y desmoraliza dar demasiado sin recibir nada a cambio para conocer el valor de la gratitud.

La verdad es que podemos agradecer lo que los demás hacen por nosotros de muchas maneras. Podemos hacerlo con una simple sonrisa, con unas palabras o con nuestras acciones. Lo que está claro es que el agradecimiento es siempre una forma de dar o de corresponder por algo que hemos recibido.


La reciprocidad sana es aquella que tiene como base un intercambio que responde a la gratitud. Ofrecer un gracias o cualquier otro acto de recompensa es reconocer que la persona a la que tenemos delante hizo algo que nos produjo felicidad.


El agradecimiento es un importante pilar para nuestro bienestar y para nuestra salud. Su ausencia nos duele y nos frustra, llegando a crear una espiral de lamentos y de quejas que nos hará sentirnos tristes y desilusionados.


Agradecer y ser receptores de gratitud nos hace sentir personas válidas y merecedoras de amor, lo que mantiene nuestra autoestima y nuestro bienestar emocional en buenas condiciones. Tanto en los buenos como en los malos momentos nos reconforta y nos impulsa a seguir dando y, por supuesto, a seguir queriendo recibir.

Por Raquel Aldana
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Personalidad egocéntrica: 15 rasgos característicos
Repasamos las características básicas de la persona egocéntrica.

La personalidad egocéntrica y el conjunto de conductas egocéntricas suelen estar vinculadas a ciertos patrones comportamentales, como la ambición, la arrogancia o el exhibicionismo.


Ser capaz de reconocer los rasgos de personalidad y las manifestaciones conductuales de la personalidad egocéntrica te dotará de recursos para identificar a este tipo de personas.

Personalidad egocéntrica: 15 rasgos para detectar el egocentrismo
Habitualmente, las personas egocéntricas emplean esta característica como una barrera psicológica que les impide actuar teniendo en cuenta las consecuencias de sus acciones en los demás. Frecuentemente, el origen de este rasgo puede encontrarse en su experiencia familiar, generalmente en un entorno integrado por padres de poca afectividad, que proyectan en el niño sus deseos de grandeza y omnipotencia.

Pero, ¿cómo es exactamente la personalidad egocéntrica? Los siguientes 15 rasgos son característicos de las personas egocéntricas.

Autoimagen distorsionada
1. Falsa autoconfianza
A pesar de que la imagen externa del egocéntrico puede aparentar una gran confianza en sí mismo, la realidad es otra. Las personas egocéntricas suelen ser, en realidad, inseguras. Según el psicólogo alemán Erich Fromm, esto se debe a un mecanismo de defensa (1991). Proyectan una autoconfianza artificiosa y parecen convencidos de todo lo que dicen, es por ello que pueden resultar persuasivos y ser capaces de actuar como si tuvieran una gran autoestima.

2. Exceso de autoestima
Se observa que se valoran excesivamente a sí mismos. No obstante, el investigador D.M. Svarkic sostiene que esta actitud puede indicar justo lo contrario: una autoestima frágil que intentan compensar mediante esfuerzos para ser respetados, reconocidos y admirados por las demás personas.

3. Los sentimientos de grandeza
La persona egocéntrica cree ser poseedora de grandes talentos y habilidades especiales, y piensa que sus problemas y necesidades solo pueden ser atendidos por personas con gran capacidad y prestigio. El entorno de la persona egocéntrica suele emplear algunas expresiones para referirse a esta actitud, como por ejemplo "se cree un/a divo/a".

4. Ambición y expectativas desmedidas
A consecuencia de sus sentimientos de grandeza, las personas egocéntricas pueden estar focalizadas constantemente en sus fantasías de poder, éxito, amor, s*x*, etcétera. No es raro que piensen que en cualquier momento su vida profesional eclosionará y se convertirán en millonarios.

5. Distorsión de la realidad
El egocéntrico solo acepta la realidad que encaja con sus ensueños de grandiosidad. Tiende a no dar crédito o simplemente rechaza aquellos aspectos de su vida que ponen en tela de juicio su prestigio y su imagen de persona perfecta y admirable.

Poca empatía
6. No es capaz de reconocer los sentimientos de los demás
La pobre manifestación de sentimientos y gestos afectivos hacia las personas de su entorno (mostrarse sensible le haría sentirse inferior) contrasta con la necesidad del egocéntrico de ser admirado, halagado y respetado. Se muestra poco sensible ante los demás.

7. Dificultad para valorar las características personales de las persona de su entorno.
Este punto genera una falta total de compromiso, empatía y afectividad entre la persona egocéntrica y sus allegados.

Hipersensibilidad a la evaluación de los demás
8. Reacciona de forma excesiva ante las críticas que recibe
Aunque pueda no expresarlo de forma directa, el individuo con personalidad egocéntrica es muy proclive a sentirse ofendido ante cualquier crítica (Kohut, 1972). Considera que los demás no tienen suficiente nivel o autoridad para juzgarle, y que probablemente las críticas se deban a la envidia que despierta. Suelen mostrarse excesivamente susceptibles.

9. Se compara con los demás y siente envidia
Le preocupa sentirse valorado como mejor que los demás. De forma indirecta, la persona egocéntrica expresa sentimientos de envidia, ya que no es capaz de aceptar el éxito ajeno. Tampoco son capaces de aceptar la ayuda de otra persona. Este último punto es paradójico, puesto que a pesar de que necesitan recibir elogios y respeto por parte de los demás, se muestran incapaces de aceptar ninguna clase de ayuda.

Dificultades en las relaciones interpersonales
10. Exhibicionismo
La personalidad egocéntrica también se manifiesta en ciertas actitudes como la motivación por el placer de sentirse halagado y admirado. Esto suele observarse en el deseo excesivo de esperar ser recompensado con halagos por los demás, y también una necesidad permanente de acaparar la atención. Por este motivo suelen mostrar mucha tendencia a ocupar cargos de repercusión pública, a partir de las cuales puedan ser objeto de atención y admiración (Akhtar y Thompson, 1982).

11. Sentimiento de tener derecho sobre otras personas
Esto implica que la persona egocéntrica se cree con derecho a recibir un trato preferente y ciertos privilegios respecto a los demás. Esto se manifiesta en las muestras de orgullo, vanidad y en los momentos en que se exige que se le otorguen ciertos privilegios y prebendas.

12. Maquiavelismo
El Maquiavelismo se define como la tendencia a utilizar a las demás personas en beneficio propio. Este comportamiento refuerza en la persona egocéntrica fuertes sentimientos de envidia, y solo se interesa por las demás personas en la medida en que puede emplearlas para obtener algo a cambio.

13. El control sobre los otros (manipulación)
La personalidad egocéntrica precisa de una alta cuota de poder para poder compensar el sentimiento de inseguridad de fondo. El individuo egocéntrico trata de forzar a otras personas a que les ofrezcan su admiración incondicional a través del control sobre sus ideas, acciones o comportamientos; a través de la manipulación o el chantaje emocional.

14. Distorsión en la expresión verbal
Es habitual referir esta característica como “egocentrismo del lenguaje”. El objetivo fundamental del lenguaje basado en el yo es tratar de impresionar e incrementar su propia autoestima. La función comunicativa del lenguaje pasa a un segundo plano. El estilo comunicativo se caracteriza por una focalización constante en uno mismo, y por ser incapaz de escuchar al interlocutor.

15. Solitario y pesimista
La persona egocéntrica, por último, se caracteriza por sufrir sensaciones de vacío existencial y tristeza. La soledad es uno de los peajes de la personalidad egocéntrica, puesto que poco a poco van siendo rechazados por las personas próximas (amigos, familiares, compañeros).


Por Bertrand Regader
 
Última edición:
Personas narcisistas: estos son los 9 rasgos que las definen


Estas personas viven la vida como si fuese un concurso de popularidad en el que deben ganar.

El narcisismo es uno de los rasgos de personalidad más investigadas del ámbito de la psicología. Si se da en una intensidad extremadamente alta, puede llegar a dar paso a trastornos mentales, como el transtorno Narcisista de la Personalidad, pero incluso en niveles bajos presenta características llamativas y, a veces, ocasionadoras de conflictos.


En este artículo veremos cuáles son los rasgos que definen a las personas narcisistas y de qué manera es posible identificarlas.


1. Sentimiento de grandiosidad

Las personas narcisistas hablan y actúan como si fuesen parte de la élite más importante del planeta Tierra. Esto se nota, por ejemplo, en la manera de dirigirse al resto de personas: no es necesariamente hostil (no suele serlo), pero se basa en la presuposición de que uno mismo tiene el poder y el otro debe adaptarse a uno.


Pero no todos los narcisistas expresan de un modo transparente su sentimiento de grandiosidad. Algunos adoptan un perfil más bien bajo y discreto. En estos casos, el sentimiento de grandiosidad se basa en fantasear con un futuro en el que se ostentará un poder que someterá al resto, y en cultivar resentimiento contra aquellos que se percibe como mejor valorados por sus entornos sociales.


2. Se frustran rápidamente

Cuando algo no sale bien, las personas narcisistas reaccionan con ira y de una manera rápida, casi automática. Esto es así porque la autoimagen grandiosa que tratan de mantener a través de sus actos y de su interacción con el entorno y con los demás puede verse dañada profundamente con cualquier contratiempo.


3. Aspiran a roles de liderazgo

Otra de las características de las personas narcisistas es que, para que la realidad encaje lo máximo posible con su autoimagen, tratan de ganar poder y llegar a roles de liderazgo. No es que sean mejores líderes de por sí, sino que tratan de evitar la disonancia cognitiva de ostentar un rol bajo jerárquicamente y, a la vez, creer que se es más que el resto.

. Tienen baja autoestima

Puede parecer contraintuitivo, pero las personas narcisistas tienen, detrás de la coraza que es su imagen pública, más inseguridades que el resto. Es por eso que les frustra profundamente si el resto no les muestra el debido respeto (que, para que satisfaga a sus expectativas, es muy alto).


Así, el autoconcepto de estas personas es una cuestión de todo o nada: por defecto, se da por supuesta una autoimagen idealizada, pero el más mínimo roce con la realidad genera mucho malestar y pone en jaque a todas las creencias sobre uno mismo.


5. Se inventan historias para no asumir sus errores

Las personas narcisistas tienen serios problemas a la hora de aceptar que han cometido un error, y evitan mostrar debilidad pidiendo perdón.


Por eso proyectan la culpa sobre otros, llegando a extremos en los que el fracaso de una acción que han realizado ellos es visto como culpa de otra persona que no está presente, por ejemplo, por haber comprado un objeto o material de mala calidad con lo que no se puede trabajar bien.



A veces, la frustración que produce no poder inventarse sobre la marcha una historia mínimamente creíble sobre por qué otra persona tiene la culpa de lo que uno ha hecho puede llevar a aumentar el grado de frustración y de enfado.


6. Valoran mucho la estética y las apariencias

Las personas narcisistas están constantemente juzgando al resto, y por ello necesitan una manera fácil y sencilla de hacerlo. A la práctica, eso significa que se fijan mucho en las apariencias de las personas: la ropa que usan, su estilismo, etc. No tienen por qué valorar mejor a quienes encajan mejor con los cánones de la moda, sino que atribuyen más o menos “carácter” y “personalidad” a quienes cumplen con ciertos requisitos.


7. Controlan mucho su imagen en redes sociales

Son personas muy escrupulosas a la hora de filtrar la imagen que dan en redes sociales como Facebook. Además de tender a tener agregados a muchos “amigos” (ya que tener muchos da una imagen de popularidad, se los conozca o no), muestran tan solo aquellas fotografías personales que han pasado por un proceso de selección. En ocasiones, utilizan programas de edición de imagen para retocar estas fotos procurando que no se note.


8. Se lo toman todo como algo personal

Las personas narcisistas creen que todo lo que ocurre forma parte de un concurso de popularidad. Lamentablemente, eso significa que muchas veces se ven superadas por alguien, incluso aunque ese alguien ni siquiera se proponga agradar al resto. En estos casos, el narcisista se siente atacado y puede adoptar estrategias de ataque contra el otro, no siempre enfrentándose a él directamente.


9. No conciben el concepto de “crítica constructiva”

Para las personas narcisistas es inaceptable que alguien ponga el foco de la atención en sus errores y debilidades. Por eso, la idea de que esas críticas puedan servir para mejorar en el futuro no tiene sentido.

Por Artur Torres

 
Eremofobia (fobia a la soledad): síntomas, causas y tratamiento

La fobia a la soledad puede adoptar diferentes formas y tener repercusiones graves para la salud.

El ser humano es un animal gregario, que precisa del contacto social para sobrevivir y medrar en la vida. Familia, pareja, amigos… todo ello forma parte de nuestra vida y resulta de gran importancia en todas las etapas de la vida. Pese a que a veces podamos necesitar estar solos y algunas personas no necesiten un contacto continuado, la mayoría de seres humanos necesitamos y disfrutamos de la compañía de los demás.


Así, la idea de una soledad prolongada en el tiempo es algo que genera cierto malestar y sufrimiento. Sin embargo algunas personas llegan a desarrollar una fobia o pánico desproporcionados a la idea de estar solos, incluso aunque sea durante breves periodos, llegando a padecer crisis de pánico y síntomas fisiológicos ante dicho miedo. Es lo que les ocurre a las personas con eremofobia.


Fobia a la soledad: la eremofobia

Se entiende por eremofobia a la fobia a la soledad. La eremofobia se clasificaría como una fobia específica situacional, es decir lo que produce miedo no sería un elemento físico concreto (como una araña o un rayo) sino una situación o estado en el que el sujeto se halla o puede hallarse: en este caso, estar solo.


Como fobia que es se trata de un alteración psicológica en el que aparece un miedo irracional y desproporcionado (siendo a menudo la consideración de esta irracionalidad reconocida por el sujeto) hacia un estímulo o situación concreta, en este caso el estar solo.


Este miedo es tan intenso que el hecho de enfrentarse al estímulo fóbico o la mera idea de hacerlo genera una ansiedad tal que es capaz de generar alteraciones como sudores fríos, mareos, cefaleas, taquicardias o problemas respiratorios, algo que genera asimismo una evitación o huida activa de dicha situación o estímulo o de aquello que pueda recordar a ello.


En la eremofobia el miedo es en general hacia lo soledad, siendo habitual que el miedo se dé a quedarse físicamente solo aunque también suele incluirse la idea de sentirse solo pese a estar rodeado de gente.


En este caso concreto suele aparecer también rumiación y pensamientos de tipo obsesivo con la posibilidad de quedarse solo, nublandose la capacidad de juicio y racionalización y sintiendo gran ansiedad en todo momento. Incluso en eventos en los que se está acompañado es frecuente que aparezca el pensamiento anticipatorio de que se va a quedar solo. También puede generar respuestas ansiosas la posibilidad de estar solo con desconocidos, no siendo necesario que la soledad sea física.

Síntomas

Este nivel de miedo hacia a soledad puede llegar a ser muy invalidante, precisando la persona una atención o compañía constante y limitando en gran medida su funcionamiento cotidiano.


El contacto social con familia, pareja y amigos puede llegar a deteriorarse, así como también el tiempo de ocio y el rendimiento laboral (si bien dependerá del tipo de empleo en cuestión). La persona afectada evitará a toda costa quedarse solo, pudiendo en casos extremos llegar a ser totalmente dependiente de la compañía ajena. Así, buscarán por lo general quedar con alguien o mantenerse en compañía en todo momento.


En casos extremos esto puede llegar a generar comportamientos histriónicos, teatrales e incluso el fingimiento de enfermedades con el fin de manipular a su entorno, algo que una vez detectado va a generar por lo general un alejamiento del entorno y un aislamiento cada vez mayor del sujeto (algo de hecho totalmente contrario a lo que el sujeto pretende).


Asimismo también es probable que se adopte un posicionamiento de dependencia emocional hacia su entorno, independientemente del trato que este les prodigue, mientras no se queden solos. De hecho más allá del propio sufrimiento que genera esta fobia uno de sus posibles riesgos más graves es que el pavor a quedarse solo puede conducir a aceptar tratos degradantes e incluso situaciones de maltrato en cualquiera de los ámbitos vitales, incluyendo el acoso laboral, el acoso sexual o incluso la de violencia de pareja. En algunos casos, además, puede llegar a aparecer miedo y desesperación, irritabilidad e incluso agresividad si les intentan dejar solos.


Posibles causas

Las causas concretas de la aparición de esta fobia no son totalmente conocidas, aunque se han elaborado varias hipótesis al respecto. En primer lugar cabe mencionar que el miedo a la soledad es algo frecuente en casi todas las personas, debiéndose distinguir dicho miedo normativo de la existencia de una fobia.


Una de las teorías al respecto nos habla de que existen algunas fobias que provienen de estímulos y situaciones que estamos preprogramados para temer, siendo producto de la evolución de la especie. Si pensamos por ejemplo en la fobia a los insectos o a las serpientes, podemos imaginar que en la antigüedad este miedo y huida de dichos estímulos nos eran adaptativos ya que suponían una amenaza real para la subsistencia. En el caso de la soledad ocurre lo mismo: en la prehistoria una persona solo sería víctima fácil de un depredador, estando la capacidad de defensa o de adquisición de alimentos muy disminuida.


Así, quien se mantenía en el grupo y tenía miedo a estar solo tenía más fácil sobrevivir, pasándose este rasgo a las siguientes generaciones. Si a esta tendencia heredada le sumamos la existencia de algún tipo de estresor o situación amenazadora vinculada a estar solo, tenemos un probable caldo de cultivo para la aparición de una fobia o de trastornos de personalidad como el dependiente o el histriónico.


Otra teoría nos indica que esta fobia se adquiere por condicionamiento: en algún momento de la vida se ha asociado la soledad a un evento traumático o a la sensación de indefensión y falta de control de nuestra vida, y posteriormente el miedo generado por dicho momento se generaliza a toda situación relacionada con la soledad. Ejemplos frecuentes son los casos de niños abandonados en la infancia por sus padres, desamparados o aquellos que se quedan huérfanos a temprana edad. También el acoso escolar o no poder generar relaciones de amistad sólidas puede generar miedo a quedarse sólo.


Es importante también tener en cuenta que por norma general la eremofobia suele aparecer, al igual que ocurre con la fobia social, durante la adolescencia y la formación de la identidad. En esta etapa la privación de la compañía ajena o la percepción de no aceptación por parte del resto dificulta la adquisición de una identidad sólida, algo que a la larga nos va a hacer inviable estar solos con nosotros mismos y precisar de la compañía de alguien para sentirnos completos. Es habitual asimismo que este tipo de fobia se dé en personas con pocas habilidades sociales, falta de confianza en sí mismos, inseguridad y poca autoestima.


También hace falta tener en cuenta que el miedo a la soledad en el fondo puede estar transmitiendo un miedo a la muerte, a no ser capaz de salir adelante por uno mismo, al fracaso o a la no consecución de metas vitales (siendo frecuente que una de ellas sea la de tener familia o éxito social).

Tratamiento

La eremofobia es un problema altamente invalidante para quien lo sufre, pero afortunadamente es una alteración tratable a través de la psicoterapia.


En primer lugar será necesario explorar qué es lo que teme el sujeto de la soledad o las ideas o concepciones que tiene sobre ella. Asimismo habrá que trabajar el porqué de la necesidad de compañía, en qué momento cree el paciente que se originó el miedo y por qué, qué significado le da a la fobia y las expectativas y creencias que tiene tanto sobre sí mismo como sobre el mundo o su futuro.


Hecho esto puede ser recomendable la aplicación de recursos terapéuticos tales como la reestructuración cognitiva de cara a trabajar las creencias del sujeto e intentar generar explicaciones sobre la realidad y sobre uno mismo que resulten más adaptativas que las mantenidas hasta el momento, así como las expectativas y exigencias tanto en lo relativo al sí mismo como al entorno.


También será de utilidad trabajar la gestión del estrés, las habilidades sociales y de resolución de problemas, la autoestima y la sensación de autoeficacia y autonomía, siendo todo ello algo vital en este tipo de fobia.


Asimismo y como en casi todas las fobias, el método más efectivo en el tratamiento de la sintomatología fóbica (no tanto en sus causas, algo que debería trabajarse con metodologías como las anteriores) es la exposición. Se trataría de hacer que el sujeto fuera realizando una exposición gradual a la soledad, tras pactar con el terapeuta una jerarquía de ítems vinculadas a ella a la que poco a poco se irá sometiendo. Puede ser útil emplear también la prevención de respuesta, es decir que el sujeto evite buscar compañía en el momento de la aparición de la ansiedad.

Por Oscar Castillero

 
¿Cómo tratar a un narcisista?


El narcisismo es una característica cada vez más común. Se estima que el 6,2% de la población tiene un trastorno narcisista de personalidad pero la cifra es aún mayor si nos referimos únicamente al narcisismo como rasgo de personalidad acentuado. Tratar con un narcisista suele ser muy complicado porque esta persona puede llegar a ser muy egocéntrica, egoísta y manipuladora.



El problema es que el narcisista tiene un sentido exagerado del “yo”, suele ser vanidoso y se cree superior, piensa que los demás deben rendirle pleitesía y se molestará si no lo hacen. Por eso quienes tienen una pareja o una madre narcisista, terminan manteniendo una relación tóxica en la que solo ellos dan y se sacrifican, mientras que el otro solo recibe y pide cada vez más.



¿Cómo reconocer a una persona narcisista?



- Critica constantemente a los demás o los menosprecia porque creen que son inferiores. La persona narcisista cree que es superior a los demás, por lo que devalúa el trabajo y esfuerzo de los otros continuamente para quedar ellos en una posición mejor.



- Piensa que el mundo gira a su alrededor, lo cual se debe a que tienen una perspectiva de la vida demasiado egocéntrica. Esta persona se centra en sus necesidades y deseos, por lo que suele mostrarse bastante insensible con los demás y siempre intentará ser el centro de la atención.



- Al inicio puede parecer encantadora ya que suele tener una personalidad seductora y confiada, la cual atrae a los demás, hasta que descubren que en realidad se trata de una persona muy egoísta.



- Piensa que tiene la verdad en la mano, por lo que a menudo desarrolla una actitud de superioridad intelectual que llega a ser muy incómoda. La persona narcisista cree que lo sabe todo y que el resto se equivoca.



- Asume una actitud intransigente, casi nunca está dispuesta a ceder ante las peticiones y necesidades de los demás, sobre todo si ello implica que tiene que hacer alguna concesión personal.



- No conoce la palabra “humildad”, de manera que a menudo alimenta metas tan elevadas que colindan con lo irracional.



- Alardea de sí misma, de sus habilidades, profesión o estilo de vida. La persona con una personalidad narcisista se encarga de hacerle ver a los demás que es mejor en todo.



- No acepta las críticas y puede reaccionar de manera muy agresiva puesto que siente que están atacando su ego.



Afortunadamente, los narcisistas “natos” suelen ser fáciles de detectar, aunque también existe lo que podríamos llamar “narcisistas encubiertos”, que a primera vista parecen humildes, inocentes y caritativos. Bajo esa máscara “sensible” se esconde el desprecio y una sensación de superioridad que es mucho más difícil de detectar, de manera que tratar con estos narcisistas suele ser más complicado porque de repente pasará a convertirse en la víctima de la situación.



No obstante, ambos tipos de personalidad narcisista comparten el mismo perfil de maltratador psicológico y su objetivo: disminuir, humillar y sabotear a sus víctimas, quienes terminan sometiéndose a esa violencia psicológica que les discapacita emocionalmente.



¿Cómo tratar a un narcisista sin perder el equilibrio emocional?



Para saber cómo tratar a un narcista es fundamental conocer a fondo sus técnicas de manipulación.



1. Mezcla de humillación, dobles intenciones y lenguaje en clave



Cuando una persona narcisista siente que su inteligencia, logros o apariencia están siendo amenazados, se lanzará sobre el otro sin dudarlo. Su objetivo es bajar a la víctima del pedestal. Puede hacerlo a través de un cumplido seguido de una “bofetada” emocional, o viceversa. Por ejemplo, puede decirnos lo bien que hacemos algo para después señalar lo mal que hacemos otra cosa y hacernos sentir fatal.



También puede recurrir al sarcasmo o imprimirle un tono condescendiente a su halago, como si en realidad no lo mereciéramos. Obviamente, la crítica siempre irá dirigida a uno de nuestros puntos sensibles. Con esta estrategia, la persona narcisista hace pasar su ataque como una verdad legítima, obligando a la víctima a aprobar y validar su idea. Si no lo hacemos y reaccionamos atacándole, inmediatamente pasará a convertirse en la víctima y nosotros seremos el “malo de la película”.



Esta técnica se conoce como gaslighting y se basa en una serie de juegos mentales sutiles que rozan el terreno de lo ambiguo, para socavar la confianza de la víctima en su propia realidad y sentido de sí mismo. Como resultado de esta estrategia, a menudo la víctima se queda confundida y no entiende muy bien qué ha ocurrido.



Lo más usual es que intentemos reducir la disonancia cognitiva y la confusión eligiendo "creer" en la versión del narcisista. El problema es que poco a poco esas humillaciones encubiertas, mensajes en clave y comentarios ambiguos se integran en una realidad deformada con la que la persona narcisista domina a su víctima.



¿Cómo tratar con este narcisista?



Mantén tus emociones bajo control. Cuando la persona narcisista te critique, intenta no reaccionar porque cuando más te involucres emocionalmente, más quedarás a su merced pues comprenderá cuál es tu punto débil y no dudará en volver a atacarte por ese frente en el futuro.



Si la persona narcisista dice algo usando un lenguaje en clave, lanza indirectas o intenta desvirtuar la realidad, pídele que sea más preciso, porque no estás entendiendo lo que quiere decir. De esta manera desarmas su estrategia de sometimiento y humillación indirecta.



2. La labilidad



Quien tiene una personalidad narcisista hará todo lo posible por humillar a su víctima, pero sin que esta se dé cuenta, al menos al inicio. Para lograrlo recurrirá a todo tipo de estrategias que disimulen su intención de tomar el control y someter. El resultado de esas tácticas de manipulación es que puedes sentir que estás caminando todo el tiempo sobre un terreno minado, lo cual genera una gran tensión.



La persona narcisista puede hacerte un comentario ácido sobre tu forma de ser y al segundo siguiente aliviará el golpe diciendo algo dulce sobre ti. Esa labilidad tiene un objetivo preciso: hacer que te centres en tus comportamientos y “defectos” en vez de analizar los suyos, que son los que representan el verdadero problema. De esta forma terminarás echándote la culpa si la relación va mal.



De hecho, notarás que la persona narcisista cambia bruscamente el tema cuando este cae en su terreno. Cuando le reproches algo dirá frases como: "No voy a discutir contigo" o "No vale la pena seguir hablando". Lo cierto es que no importa lo que hagas porque el narcisista nunca estará satisfecho y no está dispuesto a asumir la responsabilidad.



¿Cómo tratar con este narcisista?



Es fundamental que te mantengas fiel a lo que piensas y sientes, que observes sus patrones de comportamiento desde una actitud objetiva y desapegada. No te fijes en las palabras sino en su comportamiento. Cuando no te dejas seducir por sus palabras y halagos, te darás cuenta de que su comportamiento es voluble y manipulador.



Si necesitas aclarar algún asunto, no caigas en las discusiones emocionales, apégate a los hechos y no permitas que la persona narcisista se vaya por las ramas. Reencauza la discusión hacia el tema principal.



3. La visión de túnel



La "visión de túnel" es una estrategia que utiliza la persona narcisista para centrarse en algún detalle irrelevante o que no está relacionado directamente con la cuestión, ya sea para minimizar algo que has logrado o para liberarse de su responsabilidad. Por ejemplo, si acabas de terminar la maestría, el narcisista te felicitará y acto seguido te preguntará cuándo piensas hacer el doctorado.



De esta forma minimiza tus logros y te hace sentir mal, resaltando lo que te falta por lograr o las cosas negativas que tienen lo que ya has logrado. Con esta estrategia el narcista lo que hace es restringir tu campo visual, de manera que te fijes solamente en lo que él resalta. Se trata de una técnica muy sutil que puede llegar a generar una profunda insatisfacción en la víctima, la cual puede llegar a conseguir grandes cosas pero aún así sentirá que no es capaz de nada.



¿Cómo tratar con este narcisista?



No permitas que te arrastre a su visión limitada. Disfruta de lo que has logrado y recalca el esfuerzo y las habilidades necesarias para ello. Aprende a hacer oídos sordos cuando alguien desee minimizar tus logros o hacerte sentir culpable por algo que aún no has alcanzado o que no has hecho de manera “perfecta”.



También puedes desenmascararle, decirle que su crítica te parece excesiva y que no sientes ninguna necesidad de impresionar a los demás. Si le dices que lamentes mucho su opinión pero no la compartes y te sientes satisfecho con lo que has logrado, la persona narcisista comprenderá que no puede manipularte emocionalmente.

¿Cómo ayudar a una persona narcisista?



Por último, recuerda que para tratar con un narcisista sin perder tu equilibrio emocional no es necesario discutir, bastará con que le hagas entender que su opinión y actitudes no pueden hacer mella en ti. Cuando la persona narcisista se dé cuenta de que tienes una autoestima a prueba de balas, dejará de lanzarte dardos envenenados porque, al final, lo único que desea es establecer una relación de dominación emocional, y cuando se percate de que no lo conseguirá, quizá hasta reflexiona sobre su forma de ser y poco a poco comienza a cambiar.

En caso de que sea una persona significativa para ti, puedes intentar abordar el asunto para que comprenda que sus actitudes y comportamientos no son adecuados. Recuerda que en una relación nunca hay un solo culpable ya que las relaciones se construyen entre dos. Por eso, evita atacarle y recriminarle. En vez de eso, explícale cómo sus actitudes y palabras te hieren o te hacen sentir mal. Y dile qué te gustaría que hiciera en su lugar. A veces el narcisismo es una manera de protegerse contra el mundo, que parece hostil, por lo que para atenuar esos comportamientos solo es necesario mostrarles que les queremos y estimamos pero que existen límites que no se deben traspasar.

https://www.rinconpsicologia.com/2017/09/como-tratar-un-narcisista.html
 
Cómo anular a una persona

Hay veces que encuentras, lees algo que te impacta. Que lo firmarías de principio a fin, porque llevas mucho tiempo pensando lo mismo que ahí se ha escrito; quizás tu lo dirías de otra forma, quizás con otras palabras. O, quizás, no te atreverías a tocar ni una coma de lo escrito, por su brillantez, tanto argumental como expositiva.

Hoy traigo aquí uno de esos casos, Cómo anular a una persona, un escaneado de un artículo publicado a saber en qué periódico y que vi/encontré en alguna cuenta de Linkedin. Su brillantez me impactó; y la coincidencia con sus tesis, asombrosa.


Sin más… aquí va (los remarcados son míos):

El peor daño que se le hace a una persona es darle todo. Quien quiera anular a otro solo tiene que evitarle el esfuerzo, impedirle que trabaje, que proponga, que se enfrente a los problemas (o posibilidades) de cada día, que tenga que resolver dificultades.

Regálele todo: la comida, la diversión y todo lo que pida. Así le evita usar todas las potencialidades que tiene, sacar recursos que desconocía y desplegar su creatividad. Quien vive de lo regalado se anula como persona, se vuelve perezosa, anquilosada y como un estanque de agua que por inactividad pudre el contenido.

Aquellos sistemas que por “amor” o demagogia sistemáticamente le regalan todo a la gente, la vuelven la más pobre entre las pobres. Es una de las caras de la miseria humana: carecer de iniciativa, desaprovechar los talentos, potencialidades y capacidades con que están dotados casi todos los seres humanos.

Quien ha recibido todo regalado se transforma en un indigente, porque asume la posición de la víctima que sólo se queja. Cree que los demás tienen obligación de ponerle todo en las manos, y considera una desgracia desarrollarse en un trabajo digno.

Es muy difícil que quien ha recibido todo regalado, algún día quiera convertirse en alguien útil para sí mismo. Le parece que todos a su alrededor son responsables de hacerle vivir bien, y cuando esa “ayuda” no llega, culpa a los demás de su “desgracia” (no por anularlo como persona, sino por no volverle a dar).

Solo los sistemas más despóticos impiden que los seres humanos desarrollen toda su potencialidad para vivir. Creen estar haciendo bonito, pero en definitiva están empleando un arma para anular a las personas. (No quiere decir que la caridad de una ayuda temporal no sea necesaria en momentos especiales).”


Cómo anular a una persona :: Ana Cristina Aristizábal Uribe
La autora, la periodista colombiana Ana Cristina Aristizábla Uribe, de quien solo he podido localizar un blog olvidado desde 2012, una cuenta de Twitter suspendida (@AnaCAristizabal) y sus colaboraciones en el periódico “El Colombiano”, de Antioquía, Colombia.

No puedo por menos que dar la enhorabuena a Ana Cristina, agradecerle su artículo y esperar que nos vuelva a regalar perlas de sabiduría tales como las del transcrito.

En la misma línea, pero más orientado a la educación de niños y jóvenes, un estupendo artículo de Natalia Barcáiztegui en el blog de José Iribas: Secuelas de la sobreprotección. Lectura muy recomendable.

Y, al poco tiempo de publicar este artículo, me encontré uno en el mismo sentido, publicado —no recuerdo ya en qué periódico— por el profesor de filosofía José M. Marco Ojer (josemmarco@gmail.com), “Uno aprende que realmente es fuerte“, del que entresaco algunas frases relevantes.

«Se habla ahora de “padres helicópteros”, “padres apisonadora” y “padres guardaespaldas”, aunque los tres tipos vienen a resumirse en lo mismo: padres que sobrevuelan constantemente sobre sus hijos, van por delante allanando el camino o se convierten en su sombra con la intención de evitar cualquier dificultad o daño que puedan ir encontrando sus vástagos.

Esta conducta prolongada en el tiempo nos ha llevado a situaciones que nos parecen más ficción que realidad, pero que son verídicas: padres que acompañan a su hijo a una entrevista de trabajo y a su salida preguntan al entrevistador cómo le ha ido, que acuden a la universidad para hablar con los profesores sobre exámenes y pruebas mientras el interesado está “a lo suyo”: en casa o de vacaciones (…).

Esta situación (…) tiene su base en el miedo y el error del que partimos los padres y en la infravaloración de nuestros hijos, aspectos que marcan la educación que les damos desde la infancia.

(…) nos parece que les hacemos un favor evitándoles cualquier dificultad y pensamos que ellos por sus medios son incapaces de solucionar sus problemas. Como consecuencia, les sustituimos en asuntos que son suyos, cuando nuestra función —adaptada a cada edad— no es sustituir, sino acompañar y orientar.

(…) Estamos creando —teniendo en cuenta que toda generalización es injusta— una generación que se queda inmóvil ante las dificultades porque no tiene recursos para solucionarla. Y no tienen recursos porque nosotros, sus padres, no les hemos dejado que las adquieran.

“Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno realmente vale. Y con cada adiós uno aprende” (J.L. Borges)»

Por Rufino Lasaosa
 
No es oro todo lo que reluce


En esta vida hay que tener mucho cuidado con las apariencias. Las cosas no siempre son lo que parecen, sino que hay que investigar un poco para llegar a averiguar cómo son realmente.


Con esta expresión española, no es oro todo lo que reluce, lo que queremos decir es que, aunque a primera vista algo parece ser bueno, alomejor (o bueno, a lo peor) no lo es, sino que tenemos que mirar bien de cerca, investigarlo, para ver si realmente es así.


¿No os ha pasado nunca que habéis visto algo en el suelo que brillaba mucho y, después de pensar por unos segundos que sería algún objeto valioso de joyería ha resultado ser un simple cristal que reflejaba la luz del sol? Pues esto es lo mismo.


Si veis una oferta de trabajo en la que os ofrecen un excelente salario desde el principio, coche de empresa, ordenador personal, gastos pagados, etc., cuidado, es posible que sea un trabajo tan estresante que no os deje vivir.


Así que, como no es oro todo lo que reluce, antes de aceptar que algo es bueno, investigad un poco para ver si realmente lo es. Os llevaréis muchas menos decepciones a lo largo de vuestra vida.
 
Cuando el fracaso nos anula como personas



Como seres humanos que somos, irremediablemente habrá momentos en nuestra vida que nos equivoquemos debido a la inexperiencia, ignorancia o simplemente porque hemos actuado como nuestra consciencia nos decía, pero después el resultado real ha sido bien distinto.

Ante esta situación, a muchas personas (entre las que yo me incluyo por supuesto) les inunda el pesimismo, la tristeza y el desasosiego debido a que no les ha sido posible conseguir lo que realmente querían. Es más, muchas de ellas caen incluso en una depresión debido a que no son capaces de asimilar lo ocurrido. Sin embargo, no todo en nuestra vida va a ser un camino de rosas, y es por ello por lo que se antoja muy importante superar esta situación lo antes posible.




¿Acabas de sufrir un fracaso tanto en tu vida profesional como personal? Pues ante todo no te preocupes. Esto es algo que le ocurre a todo el mundo. Por ello, a continuación os daremos una serie de consejos para “digerir” el fracaso de la mejor manera posible y así puedas retomar tu vida con el máximo optimismo posible.






Casi todo tiene solución

Cuando alguien sufre un fracaso en su trabajo por ejemplo, en muchas ocasiones se “castiga” recayendo toda la culpa sobre sí mismo y diciéndose que no “vale para nada”. Y de ahí que pueda entrar en un periodo de estrés e incluso depresión. Sin embargo, después del error no queda otra que salir para delante. Y para conseguirlo, no estaría de más que nos preguntásemos lo siguiente.


¿Tiene solución lo que hemos hecho mal? Pues sí es así, adelante. Intenta lo primero enmendar tu error y si lo consigues seguro que te olvidarás de tu acción pasada mucho antes de lo que imaginas. Es más, incluso tus superiores pueden premiarte y elogiarte tras ver que eres una persona profesional que ante todo se crece ante las adversidades. Algo que cada vez buscan más las empresas. ¡Son todo ventajas!




En el ámbito personal, solo te queda pensar qué has hecho mal, y si no hay vuelta atrás, no queda otra que pedir perdón. Muchas veces desconocemos el poder que tiene un “Lo siento, me he equivocado”. De esta forma, aparcarás el problema con la otra persona en un tiempo récord.


¿Has puesto todo el esfuerzo posible en ello?

Así mismo, muchas veces nos auto-engañamos a nosotros mismos echando la culpa a otro agente externo a nosotros que ha sido el culpable de nuestro error. Sin embargo, eso a la larga no nos ayudará a solucionar el problema. Por ello, no estaría de más, tranquilizarse y mentalizarse un poco preguntándonos lo siguiente: ¿De verdad he hecho todo lo posible para conseguir que me saliese bien lo que me proponía? En caso afirmativo, pues no queda otra que aceptarlo y volver a intentarlo en otra ocasión.


Sin embargo, en caso contrario, hay que responsabilizarse de nuestro error y asumir toda la culpa. No me refiero a "flagelarnos psicológicamente" con lo ocurrido, sino simplemente aceptar nuestro error con la máxima resignación para volver a levantarnos lo antes posible, y a la siguiente vez poner el máximo empeño posible para que no caer de nuevo en la misma piedra.


Y es que tras el fracaso, seguro que después vienen experiencias mucho más positivas. Esto ya lo dijo una vez Truman Capote afirmando que“todo fracaso es el condimento que da sabor al éxito.”


Por José Maria Tabares
 
No temas decepcionar: quítate los disfraces


No queremos defraudar a los demás y por esa razón nos comportamos muchas veces de una manera que no se corresponde con lo que de verdad somos.

En una de las mesas de un pequeño restaurante de barrio, cuatro amigas cenaban juntas. Una de ellas, Carmen, les estaba proponiendo al resto realizar una gran fiesta para celebrar el ya cercano aniversario de todas ellas.


—¡Imaginaos! Todos nuestros amigos, desde el colegio hasta ahora. Un montón de gente, música en directo… ¡Será una pasada!


Mientras dos de las amigas se apuntaban entusiastas a la idea, otra de ellas, Ana, se limitaba a escuchar sin pronunciarse. Lo cierto es que le horrorizaban los grandes actos públicos, y ya había previsto hacer una celebración íntima con un pequeño grupo de amigos. En un momento dado, Carmen le preguntó:


—Ana, ¿tú qué dices? Te apuntas, espero...


Ana no sabía qué responder. Tras un silencio que se le hizo eterno, se oyó a sí misma decir:


—Claro, será fantástico.


Tras lo cual, y con la excusa de un mensaje que le había entrado en el móvil, salió un momento a la calle. Estaba tomándose un respiro y tratando de asimilar el compromiso que acababa de adquirir cuando escuchó una voz a su lado que le decía:


—Sospecho que no es precisamente el tipo de fiesta que planeabas…


Ana se quedó petrificada. A su lado, un entrañable hombre mayor la miraba con una sonrisa. Ana se preguntó: “¿Estaba pasando realmente aquello? ¿Acaso aquel hombre le leía la mente como en las películas?”. El hombre se apresuró a hablar:


—Me llamo Max, y he cenado en la mesa de vuestro lado. Me temo que estabas demasiado ofuscada para reparar en mí, pero yo he podido ver tu cara al aceptar la propuesta de la fiesta y sobre todo he captado el tono de tu voz al declarar que sería fantástica. Por eso sospecho que no te hace ni la más mínima gracia.


Ana se dio cuenta de que aquel hombre estaba dando en el clavo, así que se atrevió a confesarle la realidad.


—Soy Ana, y no, no me apetece en absoluto esta fiesta. Pero, como siempre, no he podido negarme. Algo dentro de mí no me ha dejado.


—¿Me cuentas más?


—Son mis amigas del colegio, y las quiero un montón. Pero ellas funcionan de una manera y yo de otra. A mí no me gustan las fiestas multitudinarias. Ni las salidas nocturnas. No me va todo eso. La fiesta que planean no era lo que quería ni lo que esperaba.


—¿Y por qué has dicho lo que has dicho?


—Porque, como siempre, no he querido defraudarlas.


—Como siempre, dices.


—Sí, porque siempre hago lo mismo.

—¿Y qué crees que pasaría si, como tú dices, las defraudases?


—Que probablemente las perdería.


Max esbozó una sonrisa. Aquella absurda creencia la hacia actuar así, y era tan solo eso: una creencia.


Pero tendría que explicárselo, y quizás una pequeña provocación le ayudase.


—¿Estás cómoda con la decisión tomada? –le preguntó Max.


—En absoluto. Ya me has visto la cara.


—Pues que sepas que así sí que realmente vas a perderlas.


Ana puso cara de no entender nada.


Max se explicó:


—Verás, Ana, con la intención de no defraudar a los demás decimos muchas cosas que no salen de nosotros. Que no son auténticas. Y esto sí pone en riesgo nuestras relaciones, mucho más que decir las cosas que de verdad pensamos. Porque acabamos aceptando compromisos incómodos o dando opiniones que no sentimos. Acabamos sintiéndonos mal, y queriendo renunciar a esas relaciones…


—Es lo que me pasa con ellas. Más de una vez me he planteado no venir a las cenas.


—Ahí lo tienes. Y si no eres tú la que huyes, serán los demás los que lo hagan cuando se descubra la verdad, porque se romperá en gran medida la confianza.


Max no estaba seguro de que la idea hubiera calado en ella, así que añadió:


—Ana, lo que estás haciendo con tus amigas –y probablemente con mucha gente de tu alrededor– es llevar una gran máscara, que no deja que te vean como eres. Tú piensas que a los demás les gusta tu máscara incluso más que tu verdadero rostro, pero las máscaras no nos gustan a nadie. Porque sabemos que son solo una farsa.

Ana ahora sí lo entendía perfectamente, y le disgustaba la idea de llevar una máscara. Al mismo tiempo se veía incapaz de cambiar de proceder. No sabía qué tenía que hacer.


—Vale, ¿y qué hago? ¿Cómo me saco la máscara si es lo que han visto de mí toda la vida?


—Da un cierto respeto, ¿no? Pues en el caso de hoy es bien simple.


Solo tienes que decir lo que piensas.

Dilo con cariño, con respeto a lo que ellas han elegido, pero con sinceridad. Es todo lo que necesitas para dejar caer tu máscara y descubrir tu verdadero rostro.

Max dejó pasar un generoso espacio de tiempo, tras el cual añadió:

—Solo las relaciones basadas en la autenticidad son duraderas en el tiempo. Las relaciones en las que yo no puedo ser yo son una tremenda carga, de la que tarde o temprano necesitaré desprenderme. Llevar siempre una máscara con los demás es un ejercicio mortalmente cansado y frustrante.

—Pero tengo miedo de que no les guste cómo soy, que no les guste mi rostro.

—¿Tiene para ti valor la amistad de alguien a quien no le gusta cómo eres?

—No, visto así… no lo puede tener.

—Pues es que no hay otra manera de verlo. Descubre tu verdadero rostro; deja que la gente lo perciba y lo aprecie. Y quienes no lo hagan no merecen ser tus compañeros de viaje.

Ana se quedó pensativa. Intentaba asimilar aquella valiosa lección. De repente le volvió a sonar el móvil. Le había entrado un mensaje de Carmen que decía: “¿Dónde te has metido?”. Tenía que volver, y tenía que volver con una decisión tomada.

Con determinación, le dijo a Max:

—¿Entramos?

—Adelante. Tú primero.

Llegó a la mesa, y tal y como se sentaba les dijo a sus amigas:

—Chicas, rectifico. Lo siento. Os quiero un montón y lo sabéis, pero esta fiesta –una fiesta que me encantará que organicéis y disfrutéis– no va conmigo.

Se hizo un denso y largo silencio, que Carmen rompió para decir:

—Lo entiendo perfectamente, Ana. Y te agradezco y me gusta que tengas la suficiente confianza para decírnoslo.

Y todavía añadió:

—Y perdona por no habernos dado cuenta.

Ana se giró para mirar a Max. Quería –aunque solo fuese con su sonrisa– mostrarle su agradecimiento. Pero la mesa contigua estaba vacía. Y no solo eso: estaba impoluta, con el servicio preparado. Le pareció imposible que alguien hubiera cenado allí esa noche.


Por Ferran Ramon-Cortés
 
Cómo entender y superar una decepción


Pequeñas frustraciones del día a día que nos alejan de personas de nuestro entorno. ¿Podemos hacer algo para afrontar las decepciones?

Siempre que nos sentimos decepcionados –por un resultado determinado, por nuestro comportamiento o el de otra persona...– es porque previamente nos habíamos creado ciertas expectativas alejadas de la realidad. La solución no es dejar de ilusionarse, sino dedicar toda nuestra energía a sacar el mayor partido a aquello que nos ha tocado vivir.

Una historia para entender la decepción
Cuando tenía cinco o seis años, mi padre me regaló por mi cumpleaños un pequeño libro. Era mi primer libro, un libro de verdad, lleno de texto. No era un cómic ni un álbum ilustrado. Acababa de aprender a leer y recuerdo perfectamente cuál fue mi reacción: ¡una enorme decepción! ¿Por qué un libro? Como si yo fuese un adulto… ¡Yo no quería un libro! ¡Quería un juguete! No me atreví a decirle nada por no herir sus sentimientos, pero supongo que la decepción se leía en mi cara. Todavía recuerdo el título del libro: Oui-Oui et la voiture jaune, en la colección para niños Bibliothèque Rose [Oui-Oui es un personaje creado por la escritora de literatura infantil Enid Blyton, conocido en español como Noddy]. Lo leí a disgusto.

Pero, ¡oh milagro! Me gustó mucho y desde entonces ya no dejé de leer. La lectura se ha convertido en una de las actividades a las que dedico más tiempo y que más placeres me aporta. Y escribir libros es hoy mi segunda profesión, junto a la de médico. Mi decepción, aun siendo real, era engañosa; dolorosa en un primer momento, dio paso a una pasión que todavía me dura hoy, muchos años después.

Definiendo el concepto
La decepción es ese movimiento de sorpresa y tristeza que nos golpea cuando no obtenemos aquello que esperábamos y que, a menudo, habíamos confiado con anhelo en que sucedería. Nos pueden decepcionar algunas situaciones: una fiesta menos alegre de lo previsto, la derrota de nuestro equipo de fútbol, un tiempo lluvioso, el resultado de las elecciones… También nos puede decepcionar alguien: un amigo que traiciona nuestra confianza, un hijo que no rinde en la escuela, un cónyuge que no se muestra receptivo durante una velada íntima porque está demasiado preocupado por el trabajo…

La decepción solo sobreviene cuando, previamente, hemos esperado o amado, cuando hemos pasado por una espera positiva. Es como una caída, un retorno doloroso a una realidad muy alejada de nuestras expectativas. Sin expectativas, no hay decepción. Por eso nuestros enemigos nunca nos decepcionan, porque no esperamos nada de ellos. Así, para evitar la decepción, podemos intentar no esperar nada, ni de la vida ni de los demás. Pero ese desapego supremo no nos parece muy gozoso ni atractivo. Preferimos vivir con esperanzas a las que en ocasiones siguen decepciones, en vez de neutralizar todas nuestras ilusiones con el fin de no experimentar ningún tipo de decepción. Y tenemos razón, pues existe otra forma de vivir con ella.

Reformulando el modo en que vivimos las decepciones
Muchos de los pacientes que acuden a mi consulta sufren decepción. ¿Pero su problema es la decepción? ¿O más bien una forma inadecuada de vivirla? Realmente existen decepciones enfermizas: son aquellas que rumiamos continuamente, que nos empujan a retirarnos del mundo y a tomar distancia, que siguen este razonamiento: “Me han decepcionado ya demasiadas veces; cada vez que he dado mi confianza, en la amistad, en el amor, cada vez que he esperado… ¡decepción y sufrimiento! Así que he decidido no comprometerme más y no esperar nada”.

Como terapeuta opino que esta actitud engendra a las personas más desgraciadas del mundo. No podemos vivir sin expectativas ni esperanzas, y esto es así porque estas nos hacen tan felices como la consecución de nuestros objetivos y, a veces, incluso más. Recuerdo una frase muy conocida que dice: “El mejor momento en el amor es cuando subimos la escalera”. Y esto es así porque la mitad de nuestra felicidad está en la espera y la otra mitad, en el instante presente. De modo que, en lugar de rehuir el sentimiento de decepción, hagamos de él un mejor uso.

Reflexionando sobre la situación
La decepción es una doble pena: nos decepciona la situación –una lluvia que no cesa y nos irrita– y también nuestra actitud –gruñir contra la lluvia es inútil, pero aun así gruñimos–. Sin embargo, es bien sabido que hay que aceptar la vida como es. Decía Marco Aurelio, el emperador filósofo: “¿Está amargo ese pepino? Tíralo. ¿Hay zarzas en el camino? Evítalas. Con eso basta. No añadas: ‘¿Por qué existe esto en el mundo?’”. Y como nos recuerda otro filósofo, André Comte-Sponville: “La decepción forma parte de nuestra humanidad. Por lo que debemos aceptarla también y dejar de esperar que nunca más nos sintamos decepcionados”.

Así, la decepción nos conduce a reflexionar sobre la aceptación, ese elixir para vivir en lo real y no en una sucesión de ilusiones y desilusiones. Aceptar no es resignarse ni someterse, no es renunciar a esperar o a actuar. Es tomar nota de lo que ya está ahí: acoger el mundo tal como es, en vez de exhortarlo a que sea como debería ser. Es aceptar también la decepción, reconocer tranquilamente que esperábamos algo distinto. Decirnos sin más: “Bueno, las cosas son así”, y dejar de lamentarnos (“¿Por qué las cosas no son de otra forma?”), para volvernos luego hacia la realidad y ver qué es lo que podemos hacer: la decepción desemboca así, suave y progresivamente, en la acción.

También podemos sentir decepción por nosotros mismos: todas las ocasiones en que no hemos estado a la altura de lo que preveíamos, que no hemos obtenido los resultados que esperábamos. Una vez más, la solución no se encuentra en la renuncia (“Ya nunca intentaré nada”) ni en la autodesvalorización (“Soy inútil”), sino en la aceptación: mientras esté vivo, me propondré vivir. Y en todo lo que me proponga, unas veces lo conseguiré y otras fracasaré. Mi vida será, pues, una sucesión de regocijos y decepciones. Y está bien que sea de este modo. La vida está hecha así: la decepción tiene su lugar. Fue el escritor Paul Valéry quien señaló en sus Mauvaises pensées et autres (1942): “Soy decepcionante: bonito lema de alguno… ¿quizá de algún dios?”. ¿El mundo y sus habitantes son a veces decepcionantes? Quizá lo sean para ayudarnos a apreciar mejor todo aquello que no lo es.

Por Christopher André
 
Amigos de verdad: cómo reconocer la amistad real en 7 señales

William Shakespeare lo supo decir muy bien, “los amigos son la familia que escogemos”, son los hermanos con los que decidimos recorrer nuestro camino y con quienes compartimos tristezas, alegrías, bromas, desencantos y fantasías. Pero especialmente, los amigos de verdad son con quienes compartimos nuestro corazón.

Los amigos de verdad nos sacan sonrisas y de vez en cuando una que otra rabieta, pero están siempre ahí, firmes en el camino de nuestras vidas para sostener nuestra mano. Así que aprende a reconocer a los amigos de verdad y valorarlos.


Señales para reconocer a los amigos de verdad
A veces perdemos el tiempo queriendo llamar la atención de personas que en realidad no son nuestras amigas, mientras que hay otras que están esperando pacientemente desde la otra esquina a que valoremos su amistad, porque son amigos de verdad.

No te preocupes, confundirnos en nuestras relaciones es totalmente humano y nos pasa a todos. Sin embargo, ten presente estas señales para reconocer a tus amigos de verdad cuando estés confundida, o sientas que no estás valorando una amistad o que no valoran la tuya. Eso sí, siempre observando con amor incondicional y con el corazón lleno de compasión.



1. Te sientes libre de ser tal cual como eres
Cuando nos rodeamos de amistades sinceras las máscaras sobran. No nos hace falta aparentar nada porque estamos frente a nuestros amigos de verdad y, de hecho, nos gusta mostrarles nuestra verdadera esencia, nuestras emociones, sentimientos, lo que nos gusta y lo que no, compartir nuestros sueños y fantasías, tanto como aquello que nos hace vulnerables, que nos hace sentir inseguras o que nos duele.

Estar con nuestros amigos de verdad se siente igual que estar en casa; estás cómoda, sin ataduras, libre de decir y hacer lo que quieras y sin miedo a nada. Justamente esto, los amigos de verdad, son libertad y traen alegría para el espíritu.



2. Los amigos de verdad valoran el tiempo que pasan juntos
Tanto a ti como a tus amigos les importa pasar tiempo juntos y se preocupan por hacerlo. Por más ocupada que sea su vida, siempre tienen espacio para ti y guardan cada momento como una aventura muy preciada.

Para los amigos de verdad, eres la prioridad ante otras cosas en su agenda y no te andan moviendo de fecha y fecha. Obviamente si llegase a pasar que tuvieran que cambiar una cita, tu eres la persona de absoluta confianza a quien le podrían pedir entendimiento por sus circunstancias y sin juicio alguno, como con los hermanos.

3. Quieren compartir todo el uno con el otro
Te aseguro que hay una persona en tu vida con la que lo hablas todo, desde lo más común y ordinario hasta las cosas más trascendentales de tu vida, y esos son los amigos de verdad.



Quienes quieren compartirlo todo contigo y quieren que compartas todo con ellos, por quien no puedes esperar para contarle lo que ha pasado en las vacaciones o lo nuevo que has descubierto. Esa persona que está siempre de primeras en tu lista de Whatsapp y seguramente en muchos grupos compartidos.

4. Complicidad
Hay algo difícil de explicar a otros que solo compartimos con nuestros amigos de verdad y es la complicidad. Con las amistades reales se habla en otro idioma, con una mirada o un gesto basta para que tu amiga se de cuenta desde el otro lado del salón que necesitas rescate, por ejemplo. Pero esto no es todo, pues también los amigos de verdad se paran con los pies firmes a tu lado, pase lo que pase, y se enfrentan contigo al mundo así no quieran hacerlo.

5. No te juzgan
No todas las personas somos iguales y para ser amigos de verdad no necesitamos ser la fiel copia del otro; de hecho, muchas relaciones fuertes de amistad surgen con personas con las que tenemos muchos gustos opuestos y algunos puntos de desencuentro. Lo maravilloso de todo esto, es que a pesar de las diferencias, los amigos de verdad no juzgan, no te culpan ni te critican por tus decisiones o por tu manera de ser.



Esto no quiere decir que no les importe ni les afecte lo que hagas, de hecho si ven que estás cayendo en picado te lo van a decir de frente, pero lo harán a través del amor y la compasión, mas no a través de los juicios, porque así son los amigos de verdad.

6. Están contigo en las malas
Algo que siempre es sinónimo de una amistad de corazón es que estén contigo en los peores momentos y no solo para pasarlo bien. Porque esa es la vida, momentos en los que todo está genial y otros que se ponen difíciles, que nos cuestan enfrentar y de los que muchos huyen; pero los amigos de verdad se quedan ahí, acompañándote mientras la tormenta pasa y listos para celebrar cuando haya sucedido.

7. Pero también les alegra cuando estás en las buenas
Siempre hablamos de lo buenas que son las amistades cuando nos acompañan en los momentos difíciles, y no es para menos. Pero hay otra prueba un tanto más difícil de la amistad, y es cuando estás pasando por momentos realmente buenos.



Es totalmente humano que, cuando algo excelente les pasa a nuestros amigos, se nos pase por la mente en un segundo los logros y no logros de nuestras vidas, los objetivos no cumplidos, las inseguridades y las envidias.

Son realmente amigos de verdad, quienes son capaces de dejar esos 10 segundos de auto conciencia para celebrarte y felicitarte de corazón por lo que has logrado, apoyarte en tus objetivos, disfrutar contigo del triunfo sin necesidad de criticar, o hablar desde la envidia acerca de esto. Compartir la alegría del otro sin importar en que estemos nosotros es una gran señal de que son amigos de verdad.

 

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