Autoestima y otros temas de psicología

Síntomas ocultos de la tristeza que debes conocer


Los síntomas ocultos de la tristeza pueden camuflarse de infinitas formas. Ese malestar del que intentamos defendernos y que impacta en nuestro equilibrio psíquico puede manifestarse a menudo en forma de enfados, malhumor, apatía, cansancio, etc. Es una presencia que lo solapa todo y que todo lo invade: nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestra motivación…

A menudo suele decirse eso de que hay personas con las más bonitas sonrisas, pero que serían capaces de contarnos las más tristes historias. Es una realidad. Porque pocas emociones nos pasan tan desapercibidas y son, a su vez, tan difíciles de llevar, entender y, por supuesto, de gestionar.


“Dudo en llamar con el nombre bello y serio de tristeza a este sentimiento desconocido cuya dulzura y cuyo dolor me tienen obsesionada. Es un sentimiento tan completo y egoísta que me llega a dar vergüenza, mientras que la tristeza me ha parecido siempre honrosa”.
-Françoise Sagan-

La tristeza podríamos asemejarla esa luz parpadeante que aparece en nuestro coche, avisándonos de que no nos queda combustible. La vemos, pero a menudo no hacemos caso a esa señal de alarma y elegimos segur hacia delante, como si nada. Es entonces cuando todo empieza a fallar, cuando no quedan fuerzas y el mundo parece ir más deprisa de lo normal, mientras nosotros nos quedamos rezagados, desafinados y atrapados en una cuneta extraña con una inexplicable sensación de irrealidad.

Entender esos síntomas ocultos de la tristeza nos ayudará a reaccionar mucho antes. Identificarla, ser más receptivos a sus pistas nos puede permitir manejar mejor esos estados. Es esencial poner nuestra mirada en el centro de esta compleja emoción para saber qué quiere decirnos. Entenderla nos ayudará adaptarnos mucho mejor a nuestro día a día.

La tristeza, esa gran incomprendida
Existe un libro muy interesante titulado “El poder positivo de las emociones negativas”, de los psicólogos Anthony Horwitz y Jerome Wakefield. En él se nos enseña que las personas, por término medio, vemos la tristeza como algo incorrecto, como algo patológico de lo que es mejor no hablar. Es eso que uno elige engullir, esa presencia incómoda que disimular y dejar que cuando así lo quiera, se vaya.

Así, y en referencia a esto mismo, es importante señalar que el campo de la psicología positiva está experimentando un avance muy destacable. Es lo que ha venido en conocerse como “la segunda ola”. Este nuevo enfoque llega en un intento por hacernos entender algo esencial. Hay fenómenos emocionales tan complejos que es imposible etiquetarlos como positivos o negativos. Es un tipo de covalencia que puede darse por ejemplo en el amor.


Cuando amamos a alguien es común experimentar la más increíble de las felicidades y, al instante, la más absoluta desolación. Las emociones, al igual que la propia vida puede ir de la luminosidad a la oscuridad en un mismo minuto, tienen matices muy ricos, . Con la tristeza ocurre lo mismo. Estamos acostumbrados a etiquetarla como “negativa”. Sin embargo, se nos olvida todo lo que esta sensación puede propiciarnos, inspirarnos. Bien entendida y gestionada puede promover en nosotros cambios significativos (y muy positivos).


Síntomas ocultos de la tristeza
Como ya podemos intuir, los síntomas ocultos de la tristeza son muy amplios y heterogéneos. A su vez, cada persona los puede experimentar de un modo particular. Sin embargo hay ejes comunes, realidades habituales que pueden ser recurrentes. Veámoslas a continuación.

Enfados frecuentes, mal humor, rabia
La furia es muy a menudo el disfraz de la tristeza. Es su válvula de escape, su canal de expresión. Es ese resplandor emocional que emerge en la forma menos adecuada.


Cuando no somos capaces de poner la mirada en el detonante de esa tristeza o nos negamos a aceptar una realidad, surge el enfado. Aparece la frustración y, en el peor de los casos, la rabia.

Cansancio, lentitud psicomotora, dolor muscular
Las emociones son sabias, y la más sabia de todas es la tristeza. Así, cuando hay algún punto importante que intentamos ignorar, al que no prestamos atención, nuestro cerebro reduce nuestra energía para obligarnos a “ir más despacio”. Lo que busca es que dediquemos tiempo a la introspección, a deshacer ese nudo emocional.

Por ello, es común experimentar cansancio, insomnio e incluso dolor muscular. Es un aviso para que lo hagamos, para que nos detengamos.


Una mente dispersa, incapaz de centrar la atención
A menudo suele decirse eso de que no hay emoción más inspiradora que la tristeza. Es una realidad evidente, uno de esos síntomas ocultos de la tristeza que deberíamos tener presentes.

  • Esa mente dispersa que busca escaparse de la realidad, anhela un nuevo escenario donde poder expresarse, donde estar en soledad. De ahí que evitemos el contacto social, de ahí que el mundo nos parezca extraño. Necesitamos intimidad y un canal de expresión.
  • Escribir, dibujar, componer… Todo ello son prácticas muy apropiadas para dejar que nuestra mente halle un refugio donde transmitir. Necesitamos por tanto una práctica donde volcar sus emociones y sacar a la luz la auténtica forma de nuestra tristeza.
Mayor sensibilidad
Otro de los síntomas ocultos de la tristeza es la sensibilidad. Esta emoción nos hace mucho más empáticos a las emociones ajenas. Nos conecta más a los asuntos del corazón que de la mente. Es ella la que coloca nuestra mirada en matices que antes nos pasaban desapercibidos…

Podemos pasarnos horas viendo cómo caen las gotas de lluvia en un cristal. Podemos también dejar pasar el tiempo mientras vemos cómo el viento mueve las hojas de los árboles… Son detalles que en un momento dado, pueden inducirnos incluso las lágrimas y con ello el desahogo emocional.

En conclusión, estamos seguros de que más de uno se sentirá identificado con muchas de estas características. Ahora bien, más allá de reconocernos en estos síntomas, hay un hecho aún más importante. Miremos a la tristeza de otro modo. Esta emoción tiene como finalidad propiciar nuestro desarrollo psicológico.

Nos anima a recogernos en la caracola de nuestra introspección para conectar con nuestro yo. Quiere que naveguemos en nuestras necesidades, que nos tratemos con compasión, que despertemos. La tristeza quiere reflexión y ansía cambios. Escuchémosla con más frecuencia, la tristeza es una emoción que habla.


Por Valeria Sabater



 
Neurofelicidad, ¿la ciencia de la felicidad?



Neurofelicidad. Basta con leer el término para que la curiosidad se avive igual que cuando a un niño le hacemos un truco de magia. De repente, notamos que la palabra “felicidad” no aparece sola, designando un estado emocional intangible. No. Aquí la felicidad es un estado vinculado a nuestro cuerpo: "Neuro" es un prefijo que hace referencia al sistema nervioso.

Las emociones (entre ellas, la felicidad) dependen de la actividad de nuestro cerebro y son esenciales para la supervivencia del individuo. Se caracterizan por tener dos planos: producen una sensación subjetiva y suelen ir acompañadas de una manifestación externa. De este modo, la felicidad se manifiesta como bienestar interior y se exterioriza creando formas de expresión de este bienestar que normalmente lo retroalimentan.


Felicidad y sistema nervioso
Usualmente, en el momento de definir y explicar la felicidad, la relacionamos con nuestro universo emocional, con la satisfacción e insatisfacción de un deseo, con el sueño cumplido. Esta emoción se presenta en el plano metafísico. No es algo que podamos tocar, guardar en nuestro armario y ponernos cada mañana. Es algo variable, incontrolable, en la mayoría de los casos, vinculado a la experiencia exterior.

Sin embargo, no somos conscientes de que esta emoción no se origina en la experiencia misma. Es el subproducto de un proceso químico en nuestro sistema nervioso. Tiene su asidero en nuestro cuerpo. Somos productores de felicidad. No aparece de improviso, como consecuencia divina. Es una reacción química a la experiencia y en concordancia con nuestra concepción de la realidad.


Los químicos de la felicidad
Quizá nos estemos preguntando qué es una reacción química y cómo nuestra concepción de la realidad juega un rol central en nuestra felicidad. La respuesta a estas dos cuestiones es simple. Por un lado, tenemos las hormonas de la felicidad: endorfina, serotonina, dopamina y oxitocina. Hablamos de reacción química cuando estas hormonas trabajan en nuestro sistema nervioso asociadas a sentimientos positivos: amor, placer, bloqueo del dolor, etc.

Por otro lado, tenemos nuestra concepción de la realidad. Esta es una construcción psico-social que se ha ido ajustando desde nuestra infancia, determinada por nuestras primeras vivencias y que define nuestro futuro. Ella influenciará nuestra relación con la experiencia y, por consiguiente, nuestra producción biológica de felicidad.

Teorizando y construyendo un bienestar duradero
Entonces, hablar de Neurofelicidad es teorizar el bienestar. Esto quiere decir que establecemos bases reales para entender la felicidad y poder crear estrategias que nos permitan ser felices. Es posible construir una felicidad que no dependa de la experiencia misma. Para lograrlo sólo necesitamos transformar la química de nuestro cerebro y nuestra percepción de la realidad.

En otras palabras, podemos comenzar a ver “el vaso medio lleno” en vez del “vaso medio vacío”. Y este cambio en nuestra ‘mentalidad’ transformará la capacidad de nuestro cerebro para producir químicos asociados bienestar; una inercia y un origen que lo perpetúe.

Neurofelicidad, un concepto nuevo para ser feliz
Esta nueva perspectiva alrededor de la felicidad nos empodera en el proceso de alcanzar un bienestar duradero. Es decir que, sabemos que la felicidad está al alcance de nuestro esfuerzo; es algo que podemos lograr y perpetuar, trasformarla en una realidad tangible.

Incluye métodos y ejercicios que nos permiten generar estas hormonas, despertando aquellos circuitos cerebrales diseñados para brindarnos un estado de bienestar. La clave está en ser capaces de activar estos circuitos de manera voluntaria. De este modo podemos ser nuestros propios fabricantes de felicidad.

¿La Neurofelicidad es ciencia de la felicidad?
Podemos responder esta pregunta con un rotundo “Sí”. Hay una relación esencial entre nuestras emociones positivas y nuestro sistema nervioso. Es decir que podemos explicar y teorizar sobre la felicidad dirigiéndonos a la química de nuestro cerebro.

Además, esta concepción re-significa nuestra felicidad, pues nos dice que no depende de cuánto dinero guardamos en el banco o de los logros conseguidos, sino que está mucho más condicionada por un proceso en el plano biológico que la crea y la regula dentro de nosotros. Este proceso está influenciado por la manera en que percibimos la realidad y a su vez condiciona la manera en la que vemos la realidad. En este sentido, la felicidad es un camino que podemos elegir.

Por Javier Zamudio
 
Eres más fuerte que la envidia de los demás

La envidia es un sentimiento (o pasión si es muy intensa) de carácter displacentero que surge al considerar lo que posee o ha conseguido otra persona. El término envidia procede del latinismo “invidere”, que significa “ver con malos ojos”. El envidioso mira con malos ojos las cualidades, éxitos o posesiones de los demás. Constituyen para él una fuente de sentimientos displacenteros y de profunda insatisfacción.


Ser envidioso es algo íntimo que no se suele confesar. Pocas veces habrás oído de alguien que tiene envidia hacia ti en un tono serio. Resulta un tanto vergonzoso admitir que el bien ajeno puede inspirar un profundo malestar interior, a veces cargado de hostilidad hacia esa persona.


En otras ocasiones intentamos justificar ese sentimiento de envidia mediante juicios de valor. Juicios, que a pesar de que puedan llegar a tener cierto fundamento, están tan matizados por nuestro estado afectivo que no suelen ser demasiado objetivos. Por este mecanismo, a veces la envidia da lugar por este mecanismo a la calumnia o difamación.

El envidioso mira con malos ojos las cualidades, éxitos o posesiones de los demás. Constituyen para él una fuente de sentimientos displacenteros y de profunda insatisfacción.

Es difícil encontrar una persona que nunca haya sentido envidia a lo largo de su vida. Aunque casi nadie reconoce ser envidioso, no hay más que observar a alguien que recoge muchos éxitos en poco tiempo, para darnos cuenta de cómo después es objeto de esta envidia disfrazada de críticas.

¿Existe la envidia sana o se trata de un deseo de superación?
Hay situaciones que guardan ciertos puntos de conexión con la envidia, pero que pertenecen a órdenes distintos. En ocasiones decimos sentir envidia de alguien porque admiramos sus cualidades o lo bien que le saca partido a sus habilidades. Nos gustaría ser en esto como él. No se trata de envidia, sino de un deseo de superación que se concreta en una persona y a la que tomamos como ejemplo.

Otras veces pueden surgir sentimientos de indignación por el triunfo de una persona que nos parece inmerecido. También, en un ascenso, puede que creamos que no está suficientemente preparada para desarrollar la función que se le ha encomendado. Este pensamiento no siempre se debe a una envidia más o menos encubierta, sino que a veces hay razones objetivas para hacer esta apreciación. Esto ocurre sobre todo si no se trata de personas próximas a nosotros y si su éxito o cargo está encuadrado en un ámbito de actuación distinto al nuestro.


No todas las críticas provienen de la gente envidiosa. Hay otros factores que pueden confundirse con la envidia, como los celos o el deseo de superación.

En otras ocasiones se trata, más que de envidia, del temor a la prosperidad de alguien: tememos que una vez situado en una posición superior pueda perjudicarnos en algún sentido. Otras veces se trata, más que de envidia, de celos. Se sufre cuando otros consiguen el cariño o admiración que nos gustaría que ciertas personas mantuviesen con nosotros de forma exclusiva.

Por último, no hay que confundir la envidia con el disgusto que puede surgir tras conocer el éxito o un golpe de fortuna de una persona hacia la que se mantienen sentimientos de odio o deseos de venganza. Si se deja para ella el mal, su fortuna no produce envidia, sino una frustración de esos deseos hostiles.

La soberbia y el egoísmo están íntimamente ligados a la envidia
La soberbia y el egoísmo son dos rasgos de personalidad íntimamente vinculados con la envidia. Por soberbia una persona no está dispuesta a aceptar que otros sean más valorados por los demás. Los considera iguales o inferiores y tampoco está dispuesta a aceptar que adquieran un mayor patrimonio o atesoren más éxito. Tanto es así, que en la envidia son muy frecuentes las comparaciones con otras personas como fuente de autovaloración y autoafirmación del yo.

El egoísmo supone un exagerado afán de poseer todo para sí. Es una actitud en la que predomina el estar volcado sobre uno mismo, ignorando los intereses del resto. Así, los sentimientos y las preocupaciones de los demás permanecen un tanto al margen, como si no existiesen o no tuvieran importancia. Lo conseguido por los otros se vive como si se tratase de algo propio hurtado por ellos. Los demás han obtenido algo que, en justicia, nos pertenecía a nosotros y que “ellos no merecen”.

La soberbia y el egoísmo van íntimamente ligados al sentimiento de envidia. Están movilizados por deseos de autoafirmación y mecanismos de defensa.

Soberbia y egoísmo están movilizados por deseos de autoafirmación y mecanismos de defensa de la propia autovaloración por comparación con los demás. Se impregnan de juicios de valor sobre los otros, que carecen de objetividad, ya que están deformados por cualidades afectivas. Este es el escenario en el que la envidia hace acto de presencia.

7 señales de que hay alguien que me envidia
Una amistad verdadera es aquella que te ayuda a crecer y a ser mejor persona. Sin embargo, te habrás preguntado en alguna ocasión si tus amistades te tienen envidia o es simplemente admiración. Para aclarar este punto, te dejo 7 señales que podrían indicar que tus amistades sienten envidia hacia tu persona:

  • Tus amistades no se interesan por ti. Es más, se alejan cuando obtienes algún gran éxito o triunfo.
  • A veces tus amistades no guardan los secretos que les confías.
  • Si tus amistades hablan mal de otras personas, puede que también lo hagan de ti.
  • Tus amigos ocultan la verdad a través de falsos halagos hacia tu persona.
  • Tus amistades hablan mal acerca de las personas a las que amas.
  • Sólo están contigo en los buenos momentos, pero en los malos te dejan sola.
  • Tus amigos no respetan tu opinión.
7 consejos para enfrentarse a una persona envidiosa
El primer paso es aprender a reconocerla. A veces es fácil, pero otras veces te puede resultar sumamente complicado. Por eso te expuse una serie de criterios en el apartado anterior. En segundo lugar, una vez reconocida esas persona, puede ser conveniente seguir los siguientes consejos para hacerle frente:

  • Fíjate en los comentarios negativos que te haga esa persona. Cuando lleve 3, entonces finaliza la conversación.
  • Rodéate de personas que te apoyen. Así, la persona envidiosa tendrá menos probabilidades de hacerte sentir mal al quedar expuesta ante el grupo.
  • Ten una amistad con alguien de su círculo. Esto hará que se sienta como la extraña del grupo.
  • Coméntale a esa persona que te incomoda su negatividad. Esto puede hacer que se ella se replantée su forma de tratarte, aunque no siempre será así.
  • Elogia a la persona que te envidia. Con esto conseguirás desarmarla.
  • Comparte tus dificultades y cualidades negativas con ella. Así, ella sentirá que no eres perfecta y dejará de envidiarte un poco menos.
  • Ayúdala a mejorar. A menudo, las personas envidiosas tienen una falta de autoestima.
Si nada de esto funciona, lo mejor que se puede hacer en estos casos es alejarse de esa persona. No pasa nada por cambiar de amistades o dejar de tener contacto con una persona que antes era nuestra amiga, pero ahora con su envidia nos hace daño. Tenemos derecho a elegir de quienes rodearnos y con quiénes queremos pasar nuestro tiempo.

Por Francisco Pérez

 
¿Conoces las dos caras de la envidia?

La cultura occidental no quiere ver a la envidia ni por asomo. Si la mujer ha tenido que arrastrar a lo largo de la historia “su engaño a Adán”, la envidia ha tenido que cargar a lo largo de la historia con el estigma de haber sido el motivo por el que Caín mató a Abel. De hecho, en el hablar cotidiano existe la expresión “eres más malo que Caín“. Una expresión que no es raro que se vierta sobre niños de poca edad, ya sea para censurar su comportamiento directamente, ya sea para describirles a una tercera persona.

Además, es uno de los pecados capitales, asociada con la codicia, y un claro motivo para la confesión. Fuera del ámbito religioso, los relatos históricos de la vida palaciega en la Edad Media están repletos de asesinatos que nacen de la envidia por la posición de poder que ocupaba una determinada persona. Sin ir tan lejos en el tiempo, la envidia es uno de los sentimientos que no suele perderse esas cenas en las que vemos a personas que hace mucho que no veíamos y hablamos de andanzas edulcoradas en el marco de vidas contadas a golpe de retoque.


“La envidia es una declaración de inferioridad”

-Napoleón-

Si la envidia es tan mala, ¿por qué no se ha extinguido?
Hay dos razones que podrían justificar que la envidia haya sobrevivido como una de las motivaciones más poderosas y no haya caído en destierro que la selección natural impone a aquello que perjudica o compromete el futuro de una especie. En este caso, la nuestra.

El primero tendría que ver con su utilidad para marcar objetivos o propósitos. La envidia actúa como un subrayador fosforito sobre la realidad y resalta aquello que deseamos e incluso, aunque sea en raras ocasiones, que necesitamos. Así, envidiar a alguien que tiene un determinado trabajo puede señalarnos nuestra vocación, porque lo que conocemos de él a través de la persona que lo desempeña nos encanta.


La envidia no solo señala deseo por objetos, también lo hace sobre aptitudes, actitudes y formas de comportamiento. Hay personas que tienen ese don para encajar en todos los ambientes, hay otras que lo tienen para iluminar con su presencia, otras que lo tienen para poner calma, otras para escuchar…

Ver los efectos que tiene una manera de ser puede hacer que nos pongamos en marcha para intentar imitarla.

La envidia también está relacionada de manera íntima con los celos. Junto al temor a la pérdida, la envidia señala que necesitamos la atención de las personas que rodean. La necesitamos desde pequeños, así la envidia es uno de los sentimientos más complicados de gestionar cuando se incorpora un nuevo miembro a la familia.

La envidia como motivación
Con esto enlazamos con la segunda razón positiva que tiene la envidia para existir. Esta razón tienen que ver con la motivación. Puedes pensar que no es una motivación noble porque rara vez trasciende el interés egoísta, pero es una motivación al fin y al cabo. Como hemos dicho antes podemos ver cómo se comporta una persona amable y envidiar los efectos que consigue con su actitud. Así, contrastar los efectos de esta manera de comportarse con la realidad puede hacer que nos pongamos manos a la obra para mejorar la vida de los demás.


Por supuesto, la actitud no tiene por qué ser positiva. Pensamos que trabajamos demasiadas horas para lo poco que nos pagan y entonces empezamos a apreciar que muchos de nuestros compañeros de trabajo salen antes del trabajo y que esto no tiene consecuencias. Así, no será extraño que terminemos optando por imitar su comportamiento.

Así, muchas veces la envidia no nace de un elemento en sí, sino de los efectos que ese elemento tiene sobre la realidad. Existen personas que envidian a otras porque tienen un coche muy moderno, portento y vistoso. En realidad muchas personas no envidian ese coche, lo que envidian es el estatus en el que sitúa el coche a su propietario. Envidian tener un objeto que les diga al mundo que ellos tienen dinero e influencia.

De hecho hay estudios que dicen que muchas personas no se comprarían un teléfono de una determinada marca si les obligaran a llevarlos con una funda que tapara la identificación del fabricante. Esto es algo complicado de reconocer ya que, al igual que la envidia, la asociación con marcas habla de las personas como seres emocionales, cuando lo que la mayoría quiere ser es un ser racional.

La envidia nos recuerda que somos seres emocionales, cuando la mayoría de las personas le guarda más estima a lo racional.

De hecho, muchas de las justificaciones que barajamos para nuestros comportamientos distan mucho de ser la motivación primaria de dichos comportamientos. Antes de comprarlo no vimos que la batería duraba más o menos, incluso puede que en las características se especificara con muy pocos mA. Sin embargo, si después comprobamos que tiene una duración aceptable y nos preguntan introduciremos fácilmente este motivo entre los de compra.

Los grandes problemas que causa la envidia
Uno de los grandes problemas que puede causarnos la envidia es obstaculizar la capacidad de gozar de lo que tenemos. Puede capturar hasta tal punto nuestra atención que nos haga perder la visión del bosque y consiga que la cambiemos por la visión reducida y empobrecida de un único árbol. Un árbol al que encima muchas veces no podemos optar.

Además, la envidia se convierte en una carcoma para nuestra vida cuando hace más profundo el sentimiento de insatisfacción con el que, en mayor o menor grado, contamos todos. Ese no parar, ese perseguir, esa necesidad de seguir escalando, motivada muchas veces por la envidia.

La envidia es un sentimiento, como otros muchos, que nos aporta energía e información para que nosotros la regulemos. Así, la envidia se convierte en mala cuando toma el control y nubla nuestra atención, impidiendo que disfrutemos de todo lo bueno con lo que contamos.


Por Sergio De Dios González
 
¿Conoces los mecanismos de defensa que más utilizamos?


Todos, absolutamente todos los seres humanos, nos hemos puesto alguna vez pequeñas capas para salvaguardar nuestra integridad, nuestra dignidad, o nuestra salud psíquica. Estas capas, que llamamos en Psicología mecanismos de defensa, son mágicas porque parecen protegernos del daño. Pero lo cierto es que habitualmente la amenaza, y el daño en algunos casos, no quedan contrarrestados tan fácilmente como en un principio puede parecer. Dicho de otra manera, estas estrategias no suelen ser tan efectivas como prometen.

Así, en ocasiones nos tapamos los oídos muy fuerte porque no queremos escuchar una verdad que sospechamos dolorosa. El problema es que esto acaba convirtiéndose en algo real. Acabamos tapándonos “los oídos del alma“. No escucho lo que no quiero escuchar. Me hace tanto daño que prefiero vivir en la ignorancia. Una ignorancia muy peligrosa.

El problema es que vivir en la ignorancia es un castigo también. Porque lo que negamos nos somete. Se nos presentará una y mil veces hasta que lo aceptemos. Y esto…ya lo decía Carl Gustav Jung:

“Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”
-C. G. Jung-

Parece que la vida nunca hará oídos sordos a nuestra existencia y nos pondrá una y otra vez aquellas situaciones que estamos evitando para poder afrontarlas y aceptarlas.


Los mecanismos de defensa nos protegen de las verdades dolorosas
Para ayudarnos a protegernos de estas verdades, que tanto nos daña conocer, existen los mecanismos de defensa. Estas verdades dañan el ego, dañan a nuestro amor propio, dañan el concepto que teníamos de nosotros mismos… A pocas personas les resulta agradable aceptar aquello que está relacionado con una parte que detestan de sí mismos y que difícilmente reconocerán frente a un espejo.

Por ejemplo, hay personas que dan por supuesto que su pareja desea a otras personas y ello les enfada. De hecho no dudan en echárselo en cara, cuando realmente son ellas los que desean a otras personas (ajenas a su pareja). Así, es su propio deseo el que proyectan en su pareja en forma de recriminación.


Reconocer que deseamos a otros, cuando somos celosos, es una verdad que puede ser a la vez causa de dolor y vergüenza. Asumirla implica reconocer que lo que nos aterra ver en el otro, en verdad lo estamos haciendo nosotros. Así, quienes estarían haciendo algo “despreciable” -porque así lo juzgamos- somos nosotros.

Proyección o cómo echar hacia fuera lo que es mío
Entonces llega un punto en el que tenemos que ver todo con cierta claridad y realidad para poder sentirnos de una manera o de otra. Si no aceptamos ni reconocemos lo que a nos está pasando, nos pasaremos una vida viéndolo con soberana nitidez en la otra persona. Lo que detestamos de nosotros lo vemos en el otro perfectamente. De forma tan nítida que nos trasformamos en jueces severos y sin ningún ápice de empatía con la víctima.

A este mecanismo de defensa, que de alguna manera protege la integridad de nuestro auto-concepto, se le llama "proyección" y es uno de los más utilizados. Mediante él “proyectamos” -y nunca mejor dicho- en el otro aquello que detestamos de nosotros. Rebaja la ansiedad que causaría velo en nosotros al verlo en el otro.

Cuanto más proyectemos hacia fuera, más ciegos nos estamos volviendo. Cuanto más pongo DE MÍ en el afuera, más me voy difuminando y más capacidad de actuación voy perdiendo. En cambio, si poco a poco, vamos haciendo un ejercicio en el que vayamos recuperando y rescatando todas aquellas flechas que lanzamos con crueldad hacia fuera, con toda seguridad iremos ganando en autenticidad, honestidad y conciencia.

Negación o cómo tapar todo aquello que no queremos ver
La proyección está íntimamente ligada con la negación. Mediante la negación tapamos algo que no queremos ver. Ponemos diques encima de ese torrente de verdad que tenemos que asumir. No queremos ver la verdad, ni olerla si quiera. La verdad, lejos, a un mundo mágico donde dejamos todo aquello que no queremos ver.

La negación, por ejemplo, es una de las fases por las que pasa una persona que está en duelo. Ya sea por una ruptura sentimental, por la muerte de alguien querido, por un cambio drástico y definitivo en su vida… La negación es una defensa contra la angustia y el dolor.

Pero la vida también es dolor… y ya sabemos que es pasando por este y aceptándolo como podemos seguir caminando. Las defensas están ahí para ayudarnos en muchas ocasiones, pero hemos despojarnos de ellas si queremos vivir con toda nuestra potencialidad y siendo fieles a lo que en realidad somos.

Por Alicia Garrido Martín

 
¿Te afectan las personas negativas? Aprende a defenderte



Además de protegerte de su personalidad tóxica, es importante que hagas ver a esas personas que para ser feliz es fundamental tener una visión más optimista de las cosas

Estamos seguros de que también tú conoces a alguien que siempre está del mal humor y tiene una gran facilidad para contagiarselo a las personas que le rodean. Son personas que tienen una baja tolerancia la frustración y que están acostumbradas a responder con protestas y comportamientos negativos a cualquier cosa que pase que no se corresponda exactamente con sus expectativas . Pero, entonces ¿Cómo podemos defendernos de ellas?



¿A qué se debe el continuo mal humor en algunas personas?
Hay personas que viven en un continuo pesimismo, una negatividad que no solo afecta a sus propias vidas sino que también influyen en las de los demás. Los expertos nos dicen que en realidad, lo que hay detrás de estas personas es una continua irritabilidad y una insatisfacción con ellas mismas. En el fondo, estas personas son unas víctimas de sí mismas porque se pasan el día sufriendo por su continuo desencanto con la realidad que experimentan.

Puede que en ocasiones no lleguen a una auténtica depresión, pero sí presentan una baja autoestima que revisten con cierta apatía y desprecio. Como una coraza con espinas. Aunque al vaso le falte una gota siempre lo ven medio vacío, son desconfiadas e incapaces de disfrutar de lo bueno que les rodea; además disponen de un arte especial para trasmitir su negatividad a los demás.

Es frecuente que nos encontremos con frases como “para que vas a hacer esto si no te va a salir bien” “no vale la pena que lo intentes, tú no eres buena en esas cosas”. Y a pesar de que intentamos no hacerles caso, en cierto modo nos afectan y nos desaniman, especialmente en los siguientes casos:

  • Si la persona negativa es un familiar cercano: padre, madre, pareja…
  • Si la persona negativa tiene cierto poder sobre nosotros: como es el caso de nuestro jefe en el trabajo.



En este caso, al ser figuras que tienen influencia en nuestra vida y que vemos con relativa frecuencia, pueden originar un impacto en nosotros. Nos molesta, nos afecta y nos obliga a tener que defendernos de ellos a diario. Te explicamos pues cómo conseguirlo.

Claves para defendernos del negativismo
1. Pon límites

Ten en cuenta que si dichas personas negativas son muy cercanas en tu círculo personal, tarde o temprano acabaran teniendo influencia sobre nosotros, aunque sea a fuerza de su insistencia y los días en los que nos pillen con la guardia baja.


Hemos de ir con cuidado porque dichos comportamientos, afirmaciones y comentarios, pueden atentar contra nuestra autoestima. Nos lastiman por dentro. Hemos de poner límites razonando cada negatividad: “¿Para qué te vas a presentar a esa oposición si solo entran los enchufados a trabajar” “Me voy a presentar porque pienso que estoy capacitada”. “¿Cómo puedes fijarte en ese chico/a si es demasiado atractivo/a para ti?” “Me fijo en la persona que quiero porque yo valgo lo mismo que cualquier persona y porque también tengo derecho a ser feliz”.

Es decir, con calma y equilibrio, debemos poner límites a esas personas que con sus afirmaciones, siempre intentan hacernos daño.

2. Demuéstrales que son ellos quienes tienen un problema

Esto ya es algo más difícil. Pero tras una persona negativa, está siempre el derrotismo y el escaso valor por disfrutar de las cosas positivas de la vida. Por ilusionarse, por tener esperanza. Demúestrales que están equivocadas, y ante todo, que tú no eres como ellos. Sonríe ante sus comentarios negativos y coméntales algo como “solo las personas positivas consiguen cosas. Solo las personas positivas aprecian lo que vale la vida”.

Tras estas personalidades está la desconfianza, en ocasiones hasta la envidia. Siempre es bueno hacerles ver que su visión de la realidad solo les traerá problemas. Es así como debes verlas, como personas infelices. No dejes que tengan poder sobre ti.

3. Actúa con asertividad

No hay nada mejor que la asertividad para defendernos de quienes intentan hacernos daño. De quienes quieren manipularnos. Tú debes saber en todo momento lo que quieres para ti, y lo que deseas es simplemente ser feliz, vivir tu vida y demostrar que eres capaz de cualquier cosa que te propongas.

De nada te va a servir que estas personas negativas te digan que “no vales, que no eres capaz, que te va a salir mal”. La vida es aprender y experimentar, y puede que en alguna ocasión cometas un error. Pero después te levantarás y lo intentarás de nuevo, consiguiendo lo que te propongas. Debes ser asertiva y decir en voz alta lo que quieres, sin miedo, debes poner límites y demostrar que no tienes miedo. Son las personas negativas quienes tienen miedo, no tú.

Por ello, es esencial que aprendamos a abrir nuestros paraguas particulares para protegernos de estas personalidades tan frecuentes. Vale la pena ayudarles también si está en nuestra mano, hacerles ver que para ser feliz hace falta tener una visión más optimista de las cosas. Hace falta elevar nuestra autoestima y pensar, que todos tenemos derecho a la felicidad y que está en nuestra mano el conseguirlo. ¡No lo dudes!


https://mejorconsalud.com/te-afectan-las-personas-negativas-aprende-defenderte/



 
La fuerza de la verdad


La verdad es una de esas fuerzas capaces de darle un giro de 180 grados a la realidad. Es a partir del encuentro con la verdad como se producen las grandes transformaciones, tanto individualmente, como en el conjunto de la sociedad. Así como la mentira genera una gran cadena de equívocos y errores, la verdad engendra una secuencia de resoluciones y aciertos.

A partir de la verdad es como se construyen los cimientos de una realidad estable y dotada de confiabilidad. A partir de la verdad también, nace en las personas una fuerza interior que no se derrumba ante nada. Pero ¿qué es y cómo llegamos a la verdad?


“Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”
-Arthur C. Doyle-

La verdad y las verdades

La palabra “verdad” es un término polémico. Hay verdades absolutas, verdades científicas, verdades subjetivas, verdades históricas… el reino de la verdad está habitado por especies muy diferentes. Se llama “verdad” a todo discurso que da cuenta de hechos que efectivamente se dieron en la realidad. Por ejemplo, que vives en determinado lugar, que ayer fuiste al supermercado, o que estamos vivos.


Dentro de esas verdades, algunas son absolutas y otras relativas. Una verdad absoluta es que todos hemos nacido de una mujer. Una verdad relativa es que es de día o de noche: sabemos que mientras en un hemisferio sale el sol, en el otro aparece la luna. Pero ese tipo de verdades no crean mayor dificultad. Se verifica en los hechos: ocurren o no. El problema viene cuando profundizamos en las causas de los hechos, o en su significado.

Las apariencias nos juegan malas pasadas, como cuando introducimos una vara en un vaso de agua y vemos que se dobla, pero en realidad no es así. O cuando “adivinamos intenciones” en las actuaciones de los demás, del tipo: su retraso en llegar es prueba de su desinterés.

En el plano científico y filosófico, esta dificultad para llegar a la verdad ha dado origen a polémicas que se han extendido por siglos enteros. En el mundo cotidiano también es fuente de conflictos, confusiones y equívocos. Así como reinan algunas verdades absolutas, también diariamente se nos imponen verdades que son solamente ciertas para sujeto que las experimenta.

¿En dónde está la verdad?
Planteadas así las cosas, parecería que estuviéramos condenados a no poder alcanzar jamás la mayoría de las verdades. ¿Existe alguna manera de construir verdades en nuestra vida cotidiana, que nos sirvan de soporte y nos liberen de la incertidumbre?

Lo primero es aclarar que en el mundo de la subjetividad humana no hay verdades absolutas. Nadie podría decir, con total grado de certeza, que hay algo completamente “verdadero” o “falso” en materia de percepciones, sentimientos y emociones. Aunque se haya promovido un concepto de “normalidad”, en la práctica es imposible encontrar alguien que se ajuste por completo a ese estereotipo, o que se salga totalmente de él.

En realidad, podría decirse que cada quien tiene como tarea construir la verdad acerca de sí mismo. Es quien es por unas razones específicas. No es quien no es, por lo mismo. Siente o resiente con mayor o menor intensidad debido a sus propias características, que son únicas. Ese extraordinario viaje hacia el fondo de uno mismo es también la fuente de las mayores fortalezas que podamos tener como individuos en la vida.

Conocer nuestras propias verdades nos libera del mandato de tener que ser algo que no somos. No tenemos por qué ajustarnos a un concepto prediseñado de éxito, de bondad o de lo que sea. No tenemos por qué construirnos a la medida de un modelo que otro inventó. Es precisamente a partir de ese reconocimiento de nuestras propias verdades que logramos tener la suficiente fuerza vital para luchar por aquello en lo que creemos.

Cuando ocurre lo contrario, cuando vivimos solamente para ajustarnos a las verdades de los demás, nuestra fuerza vital se diluye. Nos convertimos en personas temerosas y dependientes de la mirada de quienes nos rodean. Tan importante es ajustarse a las verdades colectivas, como el respeto por las leyes que nos mantienen unidos en sociedad, como descubrir las verdades personales, que le otorgan sentido a lo que somos y queremos ser.

Por Edith Sánchez






 
Datos fascinantes sobre los sueños



“Estamos hechos de la misma materia que los sueños, y nuestra pequeña vida termina durmiendo”
William Shakespeare


Las investigaciones realizadas alrededor del mundo de los sueños nos resultan fascinantes e inquietantes. Todos sabemos que el sueño es una necesidad biológica del ser humano, nos ayuda a organizar recuerdos, informaciones… el cerebro está increíblemente activo por la noche reorganizando experiencias y recuerdos como el ordenador más sofisticado que pueda existir.


Mientras, nuestro cuerpo descansa, repone fuerzas.
Nuestros sueños, esas complejas salas de lo onírico donde acontecen inexplicables historias son casi siempre un reflejo de nuestras preocupaciones y ansiedades, de nuestros deseos… la noche es casi siempre un mundo donde caemos sumidos en una dimensión que no comprendemos en su totalidad. Así que ¿y si conocemos hoy algunos datos más sobre el sueño?

1. ¿Por qué unas personas recuerdan sus sueños y otras no?
Seguro que tienes algún familiar o algún amigo que siempre te sorprende contándote sus sueños. ¿Cómo puede ser que los recuerden tan vivamente? Tiene una explicación sencilla. Diversos estudios como el publicado hace poco en la revista “Neuropsychophamacology” nos dicen que aproximadamente un 40% de la población logra recordar sus sueños debido una actividad diferente en sus cerebros.


Su ciclos de sueño son más cortos y suelen despertar después de finalizar la fase REM, ahí donde suelen surgir los sueños. Es decir, suelen volver a la conciencia tras una pesadilla o un sueño, y eso facilita el recuerdo. Si tú eres de los que suelen disfrutar de un sueño plácido desde que te acuestas hasta que te levantas, es probable que no recuerdes muchos de ellos.


2. El sueño alivia los traumas o los malos recuerdos

Dormir, es imprescindible para encontrar sosiego. Lo más curioso es sin duda lo que nos explica un estudio de la Universidad de California. Mientras estamos en la fase REM, nuestro cerebro experimenta unos cambios a nivel químico. El nivel de norepinefrina desciende y reduce la sensación de estrés y de dolor emocional. Es un modo que tiene el cerebro de procesar las experiencias más dolorosas. Es como si las pasara por un filtro acompañándolas de una pequeña dosis de anestésicos.



3. Sueños lúcidos: el modo de controlar los sueños

Resulta increíble pensar que pueda existir un modo de controlar los sueños. Pero no es cosa de magia, en absoluto. Se trata de los llamados sueños lúcidos. Los sueños conscientes se suceden cuando nos damos cuenta de que estamos soñando. Seguro que te ha ocurrido alguna vez. Estamos casi a punto de despertar, pero no lo hacemos del todo, sino que estamos sumergidos en un estado de semivigilia donde de pronto, podemos tomar el rumbo y el control sobre ese vasto mundo onírico.

Ocurre en especial al final de un ciclo, termina un sueño y, de algún modo, nos decimos a nosotros mismos que todo lo sucedido no ha sido real… sentimos que estamos a punto de despertar pero no abrimos los ojos. No despertamos a la conciencia, simplemente, cogemos los hilos del sueño y lo movemos a nuestro antojo. Pero hay que ir con cuidado con lo que deseamos… si ansías por ejemplo tener un encuentro erótico con tu actriz/actor predilecto, la propia excitación terminará por despertarte.

4. El olor de nuestra habitación influye en nuestros sueños
Hasta hace poco se pensaba que al caer en el mundo de los sueños, uno desconectaba por completo de la realidad. Pero parece que no es así… un estudio de la Universidad de Dresden nos dice que la fragancia que nos envuelva en la habitación, determina el contenido de nuestros sueños.

Los experimentos que realizaron fueron realmente curiosos: utilizaron desde huevos podridos, basura y fragancias tan sugerentes como la canela o las rosas. ¿Los resultados? Fascinantes. La pestilencia derivó en pesadillas y en sueños cargados de ansiedad… los sueños más agradables se sucedieron, cómo no, en aquellos casos en que el perfume agradable de una flor o una esencia envolviera a los pobres sujetos del experimento.


Por Valeria Sabater

 
Claves para enseñar a los niños a pensar

Hace solo unos días salió a los medios un polémico artículo donde se afirmaba que casi el 90% de la población mundial no sabe pensar. Tal afirmación viene de la mano del doctor y filósofo Robert Swatz.


Quien conozca un poco su obra y los centros educativos que gestiona en varios puntos del mundo, sabrá que lo que pretende no es solo el conseguir que los padres (preocupados) apunten
a sus hijos a dichas academias de aprendizaje. Lo que busca poner en evidencia un dato cierto, a la vez que no exento de cierta polémica.


La gran mayoría de personas enfocamos las cosas de un modo muy objetivo y racional, hemos perdido la flexibilidad y la capacidad de pensar de un modo más crítico, más creativo.

Es posible que debido a ese enfoque de pensamiento más "vertical que lateral", es decir, de razonar de una forma más lineal, clasificada y más bien rígida, perdemos esa espontaneidad que nos permitiría, por ejemplo, gestionar mucho mejor el estrés cotidiano, o esos problemas tan habituales en el día a día.

Perdemos un pensamiento que sabe hablar de emociones, que las identifica, las entiende, y que a su vez prioriza la curiosidad, el sentido crítico y la apertura a todo lo que le rodea. Es un pensamiento más libre, capaz de ofrecernos mayor felicidad

No hace mucho te hablamos en nuestro espacio de la pedagogía de María Montessori. Sin lugar a dudas, podríamos utilizar muchas de sus bases para fomentar en los niños un pensamiento más libre y más creativo. No obstante, al igual que la escuela es importante en la educación de nuestros hijos, también lo es el papel de las madres, de los padres, de los abuelos…

Enseñando a pensar a los niños
Una vez establecidas las bases, ¿qué tal si empezamos a poner en práctica estos sencillos consejos para “enseñar a pensar a los niños”?

1. El niño es único e importante
Un error que se ve a día de hoy en nuestra educación escolar es que se tiende a “construir” niños iguales, con una misma mentalidad y unos mismos aprendizajes. Al final tenemos mentes “en serie” y niños que piensan de la misma manera.


Debemos fomentar al niño la idea de que él es único, especial e importante. Es una persona capaz de ofrecer muchas cosas, así que no importa si llega a casa con ese suspenso en ciencia o en matemáticas.

En él existe sin duda un potencial que debe aprender a explorar desde muy pequeño, y para ello, como padres, hemos de darles confianza y apoyo desde muy pequeños. Si ante cada palabra, idea o razonamiento ellos se sienten apoyados y valorados, se sentirán seguros para seguir avanzando.

2. Educar en emociones
Para enseñar a pensar, es primordial que los niños entiendan lo antes posible cómo funciona el mundo de las emociones. Desarrollar la empatía, por ejemplo es una clave esencial en su desarrollo como “persona social”.

Un pensamiento que entiende qué es la tristeza y cómo se gestiona, que sabe identificar la rabia interior y que aprende a canalizarla, es un pensamiento sabio porque sabe entenderse a sí mismo, a la vez que a los demás. La educación de los niños no empieza a los 3 o 4 años cuando inicia su vida escolar. La educación, al igual que enseñar a pensar, empieza desde el mismo momento en que vienen al mundo.


Un niño que siente las caricias, que se siente querido desde el primer día, asienta en su cerebro un tipo de aprendizaje emocional y social que es básico para el día de mañana.

3. La importancia de saber reflexionar y de atender los propios pensamientos
Aprender a estar solos con ellos mismos es otro pilar de ese pensamiento maduro y equilibrado que no necesita de segundas personas para tomar decisiones o para saber lo que uno desea en cada momento.

Fomenta el que los niños sepan ser reflexivos, a que antes de hablar o hacer algo, lo mediten pensando en las consecuencias. A su vez, es básico que fomentes su independencia y su madurez, evita ante todo los apegos poco saludables y la sobreprotección.

Un niño que sabe estar solo y que no siente ansiedad por ello es un niño más seguro.


Ofrécele libros, aunque todavía no se haya iniciado en el proceso lectoescritor. Haz que los toquen, que los manipulen y que se fijen en los dibujos como amigos cercanos que más tarde, cuando ya sepan leer, le permitirán llegar a mundos increíbles donde aprender, y reflexionar.

4. Fomenta su creatividad

Impide que a medida que crezcan “pierdan ese niño interior. Para ello es interesante que fomentes siempre su curiosidad aportándole retos, estímulos, proyectos que iniciar, temas que investigar y en los cuales, aprender a la vez que divertirse.

Un niño creativo es un adulto más libre el día de mañana. Desarrolla sus capacidades imaginativas, su hambre por aprender, y esa curiosidad que jamás deben perder por todo lo que les rodea.

5. Sí al sentido crítico
No te obsesiones en conseguir que tus niños sean como “tú quieras que sean”. Cada niño, al igual que nosotros mismos, dispone de una personalidad propia que hay que respetar en todo momento.

Permite que tenga sus ideas y sus opiniones, y que sepa argumentarlas. Y aún más, no dejes que el niño se quede solo con una visión de las cosas. Si en el colegio están estudiando un tema en concreto, anímalo a que sea crítico, a que busque otras opiniones, otros enfoques.



Desarrolla el que tenga “voz y voto”, el que tenga opiniones propias sobre todo y que su forma de pensar sea crítica y flexible, no una mente “normalizada” que se deja llevar antes que defenderse.

Por Valeria Sabater

 
5 síntomas de la intoxicación emocional

Me siento vulnerable, me enfado con facilidad y de vez en cuando siento la necesidad de marcharme y dejarlo todo. Paso del interés a la indiferencia en una milésima de segundo, pues tan pronto me apetece llevar a cabo un proyecto como que me aburre soberanamente.

Vivo en una montaña rusa constante, la risa y el llanto me acompañan y me desestabilizan en los momentos más inesperados. Me cuesta un gran esfuerzo separar mis preocupaciones presentes y pasadas y la inseguridad reina mi vida.


Reacciono con frecuencia de forma desproporcionada y no consigo exponer con claridad mis pensamientos y emociones, lo que me está trayendo muchos problemas. Además, tan pronto no me siento a gusto con nada ni con nadie como que me ahogo porque siento una profunda necesidad de tener a alguien que me lleve de la mano…

¿Te identificas a ti o a alguien de tu entorno en estas palabras? Este podría ser perfectamente el discurso de una persona bajo los efectos de la intoxicación emocional. Muchos de nosotros comprendemos cuáles son los efectos de una intoxicación por alcohol, nos parece claro que las percepciones se alteren, que la capacidad de reacción se deteriore, que el pulso cardíaco se ralentice…

Pero, ¿somos capaces de interpretar la intoxicación emocional?
Si estás pasando o has pasado por momentos de gran carga emocional es probable que estés intoxicado. Las causas son diversas puesto que somos seres emocionales en nuestra totalidad pero, en cualquier caso, la intoxicación emocional es la consecuencia de no otorgarnos un tiempo diario para cultivar nuestro interior.

1-Tus percepciones se alteran
Estás mirando el mundo con las gafas de las emociones, no atiendes a razones y no te escuchas ni a ti ni a los demás. Al fin y al cabo puede que hacerlo te parezca una pérdida de tiempo, aunque no hay nada más lejos de la realidad.

Esto puede ocasionar nerviosismo e impaciencia ante reacciones emociones inesperadas que están fuera de nuestro control, ya que no sabemos cómo manejar lo que venga a continuación.

2-Tus inseguridades afloran
Tus inseguridades afloran y dirigen tu vida. Te has vuelto más reactivo y te pones a la defensiva con frecuencia. Tu autoestima está completamente mermada y te sientes vulnerable ante cualquier acontecimiento.

3-El bloqueo emocional te impide avanzar
Dar pase libre a nuestras reacciones emocionales sin pasarles un filtro mental limita nuestra capacidad de comunicación y de avance. Es frecuente que nos encontremos con situaciones a las que no sabemos responder como consecuencia de nuestro intoxicación. Digamos que estar emocionalmente intoxicado te impide pensar antes de hablar y tomar perspectiva sobre lo que acontece.

Debes tener siempre la cabeza fría, caliente el corazón y larga la mano, dijo Confucio. Una reacción en caliente hace que nos controlen nuestras emociones y estallen nuestros impulsos, por lo que no seremos nosotros mismos si actuamos en ese momento.

Tus fuerzas flaquean y tus emociones te están impidiendo que veas con claridad lo que vales y lo que eres capaz de hacer. Esto fomenta el desarrollo de tu dependencia emocional, hasta tal punto que a veces llegas a pensar que no puedes hacer nada por ti mismo.

4-El vértigo emocional te impide dejar ir lo que no te hace bien
Al "temor a soltar" yo lo definiría como vértigo emocional; este no es más que el miedo en estado puro, el miedo a enfrentarnos con el vacío que la pérdida genera. Es el miedo al duelo por la pérdida de nuestro amor por el sacrificio y de nuestra debilidad por el masoquismo.

Te sientes irritable si te sales del guión que has preestablecido para tu vida y sientes que, si te desvías provocarás una hecatombe que desequilibrará por completo tu vida. No te sientes capacitado para seguir con tu vida si abandonas esos hábitos o personas que permanecen a tu lado pero, aún así, sabes que algo en relación a ellos no va bien.

5- La pereza mental rige tu vida y tu capacidad de esfuerzo
Es probable que, si estás intoxicado, sientas que no has escuchado lo que otros te están diciendo y que no solo tu atención, sino tu memoria, han sido selectivas en exceso.

Esto se agrava si te encuentras en la encrucijada de una discusión, pues empiezas a retorcer las palabras escuchadas y a sacar tus propias conclusiones de acuerdo a tus frustaciones y problemas.

No es que no quieras hacerlo de forma adecuada, sino que te supone un tremendo esfuerzo mental tomar diferentes perspectivas sobre cualquier cuestión y estar al tanto de todo. Y no, no tienes la energía necesaria para enfrentar estos retos cotidianos, no te sientes fuerzas para hacerlo.

¿Cómo actuar ante la intoxicación emocional?
Tenemos que entender que cuando estamos bajo la influencia de nuestras emociones e inseguridades nos deterioramos enormemente. No estamos interpretando las cosas con precisión y somos muy propensos a decir o hacer cosas que podemos lamentar más adelante

Ante estos problemas, lo importante es que seamos conscientes de que estamos borrachos de emociones y que debemos de darnos tiempo para depurarlas y aceptarlas.

Si aprendemos a identificar estos cinco síntomas con rapidez, nos daremos cuenta a tiempo de nuestro estado de embriaguez, permitiéndonos una retirada a tiempo que resultará ser extraordinariamente ventajosa en nuestro balance vital.

Por Raquel Aldana

 

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