Asesinos en serie

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David Avendaño Ballina

El Hamburguesa
  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Líder de "las Goteras", una banda de prost*tutas que envenenaban a sus clientes para robarles
  • Número de víctimas: 25 - 70 +
  • Fecha del crimen: 1997 - 2007
  • Fecha de detención: 12 de febrero de 2008
  • Date of birth: 1974
  • Perfil de la víctima: Hombres de entre 20 a 38 años de edad
  • Método del crimen: Envenenamiento
  • Lugar: México, D. F., México
  • Estado: Condenado a 13 años y 4 meses de prisión el 17 de octubre de 2011
Índice

David Avendaño Ballina
Wikipedia

David Avendaño Ballina, alías «el Hamburguesa» (nació en 1974), fue el supuesto líder de «las Goteras» una banda de sexoservidoras que envenenaban a sus clientes para robarles, entre 1997 y 2007, fueron responsables de decenas de muertes. Se le vincula con por lo menos 70 asesinatos (convirtiéndolo en el tercer asesino en serie más prolífico de México, solo después de Delfina, María de Jesús, Carmen y Eva González «las Poquianchis» y Abdul Latif Sharif. Y el envenenador en serie más grande del cual se tenga registro en la historia de México). Aunque a causa de que su móvil es económico no se acostumbra catalogarlo como un asesino serial.

Su asociación delictiva operaba principalmente en bares y restaurantes de la Cd. de México, pero tenía presencia en varios estados de la república. Representó una gran polémica con respecto a la doble moral de la sociedad.

Modus operandi
Supuestamente, según declaraciones de miembros detenidos de la banda de las Goteras, David Avendaño junto con su esposa, Claudia Castillos Maya, lideraban la banda.

Las Goteras deben su nombre a que usaban gotas oftalmológicas combinadas con bebidas embriagantes como veneno para perpetrar sus crímenes. Su modus operandis era sencillo y efectivo: las mujeres pertenecientes a la banda abordaban a sus víctimas y los conducían a moteles, donde les ofrecían alguna bebida embriagante de un alto grado etílico (tequila o vodka) combinadas con gotas oftalmológicas que poseyeran benzodiacepina o ciclopentolato en su fórmula. Estos compuestos combinados con el alcohol etílico actúan como supresores del sistema nervioso; el intoxicado con esta mezcla primero siente mareos y debilidad general, seguido de pérdida de la conciencia, finalmente fallecía de una falla cardio-respiratoria.

Muchas veces las víctimas sobrevivían pero quedaba con varias secuelas (desde una terrible resaca, hasta ceguera o shock anafiláctico.) Y por miedo a la opinión social no denunciaban.

Arresto
El 11 de mayo de 2007, es arrestada en la Cd. de México, una de las más importantes células de la banda; conformada por 18 personas (11 mujeres y 7 hombres). Los detenidos en sus declaraciones mencionan la existencia de más células asociadas a la banda y refieren a Avendaño como líder.

Un año después, tras varias investigaciones, David Avendaño es detenido, el 12 de febrero de 2008.

La doble moral
La noticia de la existencia de una banda delictiva de tal naturaleza conmocionó a la opinión pública; las víctimas fueron rápidamente satanizadas. Más polémico fue que dentro de esta larga lista de muertes se encontraba la del cuñado de un ex-gobernador del estado de Chiapas.

Nuevos casos
Un hecho reciente, a principios del 2009, hizo pensar que posiblemente la banda de las Goteras seguía en función, esto a pesar de las afirmaciones del gobierno federal que declaraba a la banda completamente extinta.

En 14 de febrero de 2009, son encontrados los cadáveres de 2 luchadores profesionales de lucha libre, dentro de un hotel en la colonia Centro de la Cd. de México, se definió la causa de muerte como una falla respiratoria, se encontró rastros de benzodiacepina en los cuerpos; por lo que de inmediato se le atribuyó a la banda de las Goteras.

Este suceso apuntó a la posibilidad de que la banda como tal aún seguía en función y el arresto de Avendaño representó una estrategia política para poder ganar credibilidad con respecto a la lucha armada que se desarrollaba y aun se desarrolla (nunca se pugnó por la inocencia de Avendaño, pero si se llegó a creer que él sólo fue un simple integrante de la banda y no el líder) o, simplemente, fue una equivocación judicial.

En realidad, esta hipótesis representó una línea de investigación a seguir, (era posible que la banda estuviera aun en función, pero esta era una ramificación o descendiente de la primera ya aprehendida; esto según el gobierno). Aunque tampoco se descartó la posibilidad que fueran imitadores o, simplemente, hechos aislados.

El 21 de julio y el 12 de agosto del 2009, fueron detenidas María de Los Ángeles Sánchez Rueda y Estela González Calva, las dos sexoservidoras responsables de los asesinatos de los 2 luchadores. Se descartó que fueran miembros de «Las Goteras», se determinó que este caso era de «copycat» (asesinas que se inspiraron en otros asesinos en serie, en este caso «Las Goteras»). Fueron sentenciadas, cada una, a 47 años de prisión.

Dan más de 77 años de cárcel a integrantes de Las Goteras
Israel Yáñez – Cronica.com.mx

18 de octubre de 2011

El Juez 59 penal del Reclusorio Oriente dictó sentencia condenatoria de 23 años de prisión en contra dos integrantes de Las Goteras, vinculada en el homicidio de julio César Albores Trujillo, ocurrido en abril de 2007.

En tanto que a otros dos procesados, les impuso una condena de 13 años.

Los acusados utilizaban gotas oftálmicas para drogar a sus clientes, con quienes ingerían bebidas alcohólicas para dormirlos y robarles sus pertenencias; no obstante, uno de ellos murió.

El impartidor de justicia impuso una pena de 23 años y nueve meses de cárcel a las principales «enganchadoras» de las víctimas: Susana Flores Benítez, alias La Jessica, y su cómplice, Damaris Hernández Mejía.

Las mujeres fueron encontradas penalmente responsables de los delitos homicidio calificado, tentativa de homicidio, robo calificado y delincuencia organizada.

A otros cómplices de la misma banda, el juzgador dictó sentencia de 13 años y cuatro meses de prisión, de manera individual a María Dolores Cedillo González, La Lola, y David Avendaño Ballinas, El Hamburguesa, por los delitos de tentativa de homicidio calificado, robo calificado y delincuencia organizada.

También sentenció a Pilar Irene Berumen Mejía a cinco años y seis meses de cárcel por el ilícito de delincuencia organizada, conde derecho a la libertada bajo fianza.

De acuerdo con el expediente de la causa, el pasado abril del 2007 Susana Flores y Damaris Hernández, abordaron a su víctima y a uno de sus amigos en un bar, posteriormente acudieron a un domicilio en el Fraccionamiento Los Cedros de Coyoacán, donde continuaron la fiesta.

Aprovechando la distracción de sus víctimas, las responsables suministraron gotas oftálmicas en las bebidas de sus acompañantes, por lo que al combinarlas con alcohol les causó alteraciones y provocó la muerte de Julio César Albores, situación que aprovecharon para robar objetos de valor y escapar del lugar.

El mismo patrón estableció con otros de sus clientes a los que contactaban en bares, cantinas, restaurantes o centros nocturnos y posteriormente los llevaban a hoteles donde los sedaban para robarlos.

Cayó El Hamburguesa, líder de la banda de «Las Goteras»
Manuel Olmos – La Prensa

13 de febrero de 2008

Tras casi un año de buscar a David Avendaño Ballina, alias «La Hamburguesa», considerado el líder de la banda de «Las Goteras», quienes narcotizaban a sus clientes en hoteles de la capital y varios estados de la República, fue detenido ayer por agentes de la Policía Judicial capitalina en calles del Centro Histórico.

«El Hamburguesa» cuenta con 34 años de edad y su captura se logró en la esquina de República de Uruguay y Eje Central, Colonia Centro, cuando intentaba comercializar varios objetos.

El detenido fue remitido a la agencia número 50 de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, en conferencia de prensa el comandante de la zona norte de la PJ, Octavio Ortiz, informó que David Avendaño era buscado desde hace varios meses, pues junto con su esposa, Claudia Castillos Maya, fueron los organizadores del grupo criminal que contactaba a hombres en bares para narcotizarlos con gotas oftalmológicas para robarlos, en algunos casos sus víctimas murieron al ingerir bebidas embriagantes con el medicamento.

Dicho individuo era buscado en diferentes estados del país, como Jalisco, Querétaro, Hidalgo, Michoacán, Guanajuato y San Luis Potosí, donde también cometieron este tipo de ilícitos.

Su detención ocurrió en Eje Central Lázaro Cárdenas, esquina con Uruguay, Colonia Centro, en atención a una orden de aprehensión girada por el juez 59 penal del Reclusorio Preventivo Oriente, bajo la partida 137/07, por los delitos de delincuencia organizada, homicidio calificado diversos y robo agravado diversos.

Según información de la PGJDF, la organización delictiva que encabezaba se conformaba principalmente por mujeres, quienes «enganchaban» a sus víctimas en algún restaurante, bar o centro nocturno, hombres de entre 20 a 38 años de edad a quienes les insinuaban querer convivir con ellos, incluso estar dispuestas a tener relaciones íntimas.

Luego de convencer a sus víctimas para dirigirse a otro lugar, principalmente hoteles, les suministraban medicamentos en gotas oftálmicas, lo que les provocaba estado de inconsciencia o la muerte por congestión visceral generalizada, asfixia por obstrucción de las vías respiratorias, edema cerebral y pulmonar, infartos pulmonares y al miocardio, así como hemorragia cerebral.

Al despertar, los que sobrevivían, se percataban que les habían robado sus pertenencias, tales como dinero, joyas, vehículos, chequeras, de las cuales expedían documentos para su cobro, así como tarjetas de crédito, la cuales vaciaban.

También se descubrió que operaban en las delegaciones Cuauhtémoc, Gustavo A. Madero, Miguel Hidalgo, Azcapotzalco, Alvaro Obregón, Benito Juárez, Coyoacán e Iztapalapa, en el Distrito Federal; y en los estados de México, Hidalgo, Tlaxcala, Guanajuato, Veracruz, Morelos, Puebla, Querétaro y Jalisco, entidades que abandonaban una vez que realizaban el «trabajo» para regresar a sus lugares de origen en los municipios de Ecatepec y Nezahualcóyotl, y en la Delegación Gustavo A. Madero.

El 22 de mayo pasado la fiscalía para asuntos especiales integró el pliego de consignación, sin detenido, y remitió el expediente ante el juez, con pedimento de orden de aprehensión contra las 17 personas identificadas como miembros de dicha organización delictiva.

Servidores públicos de la Subprocuraduría de Averiguaciones Previas Centrales recabaron elementos de prueba para consignar a Humberto Heredia Jiménez, alias «El Beto», o Mario Gutiérrez Silva; Susana Flores Benítez, «La Jessica»; Damaris Hernández Mejía; Paola Adriana García Espinosa, y Marco Antonio Pilotzi Zamora, como presuntos responsables de homicidio calificado, homicidio calificado en grado de tentativa y robo calificado diversos; el primero de ellos, también por utilización de documento auténtico para el pago de bienes y servicios sin consentimiento de quien esté facultado para ello.

Entre las víctimas de homicidio que cometieron se encuentra Mariano Espinosa Falcón, ocurrido el 3 de febrero de 2005, cuando acudió en compañía de su amigo Erick Iván Martínez Urbano a un salón de baile de la Plaza Garibaldi, donde conocieron y convivieron con dos mujeres solas a quienes invitaron a su mesa.

Por la madrugada decidieron dirigirse a un hotel de la Colonia Guerrero, donde continuaron ingiriendo bebidas alcohólicas, a las que les suministraron medicamento en gotas, que provocaron que Erick Iván Martínez perdiera el conocimiento y Mariano Espinosa Falcón falleciera.

Otro caso de homicidio es el de Julio César Albores Trujillo, en su domicilio de la Colonia Cedros en Coyoacán, cometido el 11 de enero de ese mismo año, mientras departía con su amigo Francisco Ruiz Guízar, quien quedó inconsciente por la ingesta de alcohol y medicamento que le suministraron cuatro mujeres.

Por lo que respecta a Dolores Cedillo González y Daniel Villanueva Gómez, fueron consignados por tentativa de homicidio calificado diversos y robo agravado diversos.

También se ejercitó acción penal contra los internos Karla Espinosa García alias «América»; Sandra Ivonne Carrasco Rodríguez «María Fernanda» o «Fernanda», y Enrique Angel Gutiérrez Ortega por homicidio calificado, tentativa de homicidio y robo agravado.

Pilar Irene Berumen Mejía alias «La Pilar»; Sergio Avendaño Ballinas y Pedro Valdez de la Cruz, fueron acusados de delincuencia organizada.


https://criminalia.es/asesino/david-avendano-ballina/
 
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La Marquesa de Brinvilliers

La Medea de París
  • Clasificación: Asesina
  • Características: Envenenadora
  • Número de víctimas: 54 +/-
  • Fecha del crimen: 1664 - 1673
  • Fecha de detención: 25 de marzo de 1676
  • Date of birth: 22 de julio de 1630
  • Perfil de la víctima: Pacientes de hospital / Su padre, hermanos y un amante
  • Método del crimen: Veneno
  • Lugar: París, Francia
  • Estado: Fue decapitada y su cuerpo quemado el 16 de julio de 1676
Índice

La marquesa de Brinvilliers
Alain Monestier – Los grandes casos criminales

Marie-Madeleine d’Aubray, marquesa de Brinvilliers (1630-1676)

Un «bonito monstruito»
Asesinando con un cuidado de aficionada apasionada y un hermoso cinismo a su padre, sus dos hermanos, su hermana y a numerosos enfermos del hotel Dieu, la Brinvilliers asombró a sus contemporáneos.

El caso Brinvilliers fue la primera historia de envenenamiento notable del siglo XVII. Como casi todos los casos de veneno legados a la posteridad, su heroína principal era una mujer.

Un padre virtuoso
Se llamaba Marie-Madeleine d’Aubray, había nacido el 6 de julio de 1930 y tenía por padre a un magistrado austero y puntilloso en el asunto de la moral. «Guapa, precoz y ardiente en el deseo», había mantenido, según la leyenda, relaciones incestuosas con sus jóvenes hermanos antes de casarse, a la edad de veintiún años, con Antoine Gobelin de Brinvilliers, que la abandonó pronto para correr la tuna, al menos tanto como podía permitirle su edad avanzada. Para consolarse, la joven y guapa marquesa empezó a coleccionar amantes hasta el día en que se enamoró perdidamente de un antiguo oficial de caballería, hombre abnegado y sin escrúpulos, llamado Gaudin de Sainte-Croix. En seguida se hizo su amante, pero los amores de los dos pichoncitos fueron pronto turbados por el padre de la joven, que, a pesar de la complacencia de su yerno, no aprobaba que se burlasen en su familia las normas de la fidelidad conyugal.

La cárcel lleva al crimen
El 19 de marzo de 1663, una carta sellada envió a Sainte-Croix a la Bastilla. Dos meses más tarde, volvió a ocupar su sitio en el lecho de la marquesa, no sin haber aprovechado su tiempo de cautividad aprendiendo de un boticario del rey, también detenido, el arte y el modo de elaborar y administrar venenos. Marie-Madeleine se hizo inmediatamente instruir por su amante en una ciencia totalmente nueva para ella, y decidió llevar sus conocimientos a la práctica haciendo pasar a su padre a mejor vida. Para asegurarse de que su jugada no iba a fallar, experimentó los productos que preparaba ella misma administrándolos a los enfermos indigentes del hotel Dieu.

Durante la investigación, La Reynie intentó evaluar, según los registros del hospital, el número de inocentes que debieron a la caritativa marquesa el fin de sus sufrimientos. Constató que en la época en que ella se ocupaba de obras de caridad el número de defunciones había aumentado notablemente. Todos, sin duda, no le eran imputables, pero Marie-Madeleine mató seguramente a varias decenas.

Habiendo mantenido sus promesas, fue a visitar a su padre y le hizo beber gran cantidad de caldos. El pobre hombre entregó el alma el 10 de septiembre de 1666.

El placer de matar
Sus primeras proezas realizadas con éxito avivaron sus instintos de criminal. Hasta ahora había matado por venganza y por amor; se puso entonces a asesinar por placer, por amor al arte. Arruinada por la vida desenfrenada que llevaba con sus múltiples amantes -Sainte-Croix tenía el espíritu tan amplio como su marido-, se deshizo sucesivamente de sus dos hermanos y de su hermana, y recuperó para ella sola la herencia paterna. Finalmente, habiendo decidido casarse con Sainte-Croix, que, a pesar de sus travesuras, seguía siendo el gran amor de su vida, decidió deshacerse de su marido complaciente.

Defensa del marido complaciente
Desgraciadamente para ella y para sus proyectos matrimoniales, Sainte-Croix había hecho amistad con el marqués de Brinvilliers, cuya complacencia había agradecido desde hacía mucho tiempo. En cuanto reconoció en él los primeros síntomas de un envenenamiento, comprendió que su amante había emprendido los preparativos de su boda, y se apresuró a administrarle un contraveneno poderoso, que lo salvó in extremis.

La Brinvilliers administró inmediatamente una nueva pócima a su esposo, y su muerte accidental, en 1673, hizo finalmente estallar el escándalo. Como estaba cargado de deudas, la justicia precintó su puerta y ordenó un registro. En medio de las ampollas de veneno, los alambiques y los tarros de arsénico, los alguaciles descubrieron una carta escrita por el difunto. Temiendo ser él mismo asesinado, había preparado su venganza póstuma haciendo en ella la confesión completa de los crímenes que habían cometido juntos.

Abandonando en manos del verdugo al llamado La Chaussée, que era a la vez su criado, su cómplice y ocasionalmente su amante, Brinvilliers huyó. Condenada a muerte por contumacia, pasó a Inglaterra y luego a Liége, donde fue detenida tres años más tarde en el convento donde había encontrado refugio. Su juicio se abrió en París el 29 de abril de 1676. Apasionó y sobre todo preocupó a toda Francia.

Por privilegio ligado a la nobleza, Marie-Madeleine d’Aubray fue decapitada en lugar público, tras cual su cuerpo fue quemado y sus cenizas dispersas al viento.

*****

Desgrais
La Sra. de Brinvilliers fue detenida por el teniente Desgrais, brazo derecho de La Reynie, que se puede considerar como el primer detective de la historia. Para lograr cumplir su misión, no vaciló en disfrazarse de clérigo, introducirse en el convento donde la criminal se había refugiado y seducirla con declaraciones de amor apasionadas.

Después de su muerte, Brinvilliers fue objeto de un auténtico culto entre la plebe de París. Muchos la consideraban como una santa. Corrió el rumor de que había obrado milagros.

Los “polvos de sucesión”
Con el progreso de la ciencia, el uso de venenos ha perdido gran parte de su interés; las autopsias se practican hoy en día con una precisión fatal para los criminales. Bajo el reinado de Luis XIV, al contrario, su empleo, se hacía casi sin riesgo, ya que los conocimientos de los médicos forenses no permitían descubrir la huella en las vísceras de las víctimas. Por lo tanto, en aquella época en que no existía el divorcio y en que el adulterio podía llevar a las mujeres a los muros de un convento, las pócimas a base de sapos secos y arsénico hacían furor. Eran un medio seguro de deshacerse de un marido molesto o de enviar al otro mundo a una tía con herencia. Se las llamaba burlonamente “polvos de sucesión”. Para que los culpables fueran descubiertos, tenía que intervenir la casualidad. El público aficionado al escándalo descubrió entonces con estupor, pero no sin deleite, las interioridades poco confesables de una sociedad donde parecían, sin embargo, reinar el orden y la religión.

La marquesa de Brinvilliers
Colin Wilson y Patricia Pitman

Famosa envenenadora francesa del s. XVII.

Marie Madeleine d’Aubray, futura Mme. de Brinvilliers, nació el 22 de julio de 1630. Era la mayor de los cinco hijos de Antoine Dreux d’Aubray de Offemont y Villiers, Gobernador civil de la ciudad, alcaldía y vizcondado de París, Consejero de Estado y «Maitre de Requétes» e hijo de un Tesorero de Francia.

Marie d’Aubray recibió una buena educación, aunque aparentemente sin religión. Se sabe poco del ambiente familiar en que vivía, pero parece que se la permitía siempre hacer su voluntad. Antes de llegar a los diez años tenía ya relaciones sexuales con sus hermanos, y algunas afirmaciones que hizo durante su proceso permiten asegurar que se trataba de una ninfomaníaca.

A los 21 años contrajo matrimonio con el hijo del presidente del Tribunal de Cuentas, Antoine Gobelin de Brinvilliers, Barón de Nourar, oficial del Regimiento Normando. Marie era entonces una hermosa joven de pelo castaño y ojos azules. Llevó al matrimonio una dote de 200.000 libras (aproximadamente, unos diez millones de pesetas actuales).

El Barón era un jugador empedernido y pronto terminó con la fortuna de su esposa. Pasaron ocho años sin que marido y mujer mostrasen una gran desavenencia. Un día el Barón conoció a un hombre destinado a representar un importante papel en su vida; se trataba de un joven libertino llamado Godin conocido generalmente como Ste. Croix. Poseía gran talento e inteligencia, pero era jugador y calavera. A pesar de sus defectos, su simpatía y vitalidad eran arrolladoras y Marie de Brinvilliers se convirtió en su amante poco después de conocerle.

El Barón no pareció darle importancia al asunto (él tenía, por su parte, numerosos amoríos) y ni su esposa ni Ste. Croix se molestaban en disimular sus relaciones. Sin embargo, Marie cometió la indiscreción de comunicarle el hecho a su padre, que apresó a su amante y le encerró en la Bastilla. Allí conoció Ste. Croix a un famoso envenenador italiano llamado Eggidi o Exili, que había estado al servicio de la reina de Suecia. Permaneció en la prisión desde el 19 de marzo hasta el 2 de mayo de 1663.

Exili fue puesto en libertad el 27 de junio y deportado a Inglaterra; sin embargo, volvió a París y se instaló en casa de Ste. Croix, con quien vivió durante seis meses instruyendo a su mecenas en los secretos del arte del envenenamiento. Ste. Croix descubrió a su vez los secretos de tal arte de su amante, que había vuelto a sus brazos con renovado ardor.

La fortuna de Marie disminuía rápidamente empleada en pagar las cuantiosas deudas de juego que contraía Ste. Croix. Por otra parte, odiaba a su padre desde el episodio de la Bastilla. Los amantes decidieron adelantar el momento en que Marie había de heredar su gran fortuna.

Por alguna razón prefirieron no utilizar para ello ninguno de los polvos que Ste. Croix confeccionaba ya como un experto y llamaron a un químico suizo, llamado Glaser, farmacéutico del rey. Glaser les dio una pócima que decidieron probar antes de administrarla a su víctima. Marie se dedicó entonces a visitar enfermos en los hospitales obsequiándoles con vinos y frutas previamente envenenados con el fin de averiguar si la pócima podía ser descubierta en la autopsia. Para asegurarse más la probó también con algunos de sus criados, convirtiendo a uno de ellos en un inválido.

El día de Pentecostés de 1666, Marie recibió una invitación de su padre para que fuera a pasar con él una temporada en su finca de Offemont. Allí cayó enfermo y fue atendido solícitamente por su hija que continuó haciéndolo también en París, adonde d’Aubrey tuvo que volver para someterse a tratamiento médico. Ocho meses más tarde, el día 10 de septiembre, fallecía entre fuertes dolores.

Marie se lanzó entonces a una vida desenfrenada. Con su personalidad dominadora esperaba de su amante que la permaneciera fiel mientras ella tenía una larga serie de amoríos. De sus relaciones con un primo de su marido, el marqués de Nadaillac, nació un hijo (tenía ya dos de St. Croix); más tarde sedujo al tutor de los niños, un joven llamado Briancourt. Este harén masculino le ocasionaba innumerables gastos. No soportaba que nadie la contrariase; esta faceta de su carácter está bien ilustrada por un hecho que sucedió en 1670. Uno de sus acreedores consiguió que la justicia se apropiase de una casa de Marie para venderla y cancelar la deuda; ella, inmediatamente, prendió fuego al edificio.

Al ver cómo menguaba su fortuna, decidió que sus próximas víctimas habrían de ser sus dos hermanos, que vivían en su misma casa. Ste. Croix se prestó a ayudarla por la suma de 55.000 libras (siendo una libra de aquella época unas cuarenta pesetas actuales). El intento de matar a uno de sus hermanos utilizando asesinos a sueldo falló y entonces llamaron en su ayuda a un hombre llamado Jean Hamelin, más conocido por La Chaussée.

El envenenamiento del hermano mayor fue un largo proceso que se prolongó casi todo el año de 1667; finalmente murió el 17 de junio.

El segundo le siguió a la tumba en septiembre. Al cadáver de éste último se le practicó una autopsia que dio por resultado el descubrimiento de que había muerto envenenado. Sin embargo, el hecho no se denunció a la justicia y La Chaussée recibió la suma de 100 coronas en recompensa a sus fieles servicios.

Pero Mme. de Brinvilliers tenía el defecto de hablar demasiado y esto había de perderla. Por otra parte, los hombres en que confiaba no eran dignos de crédito. La Chaussée la hizo víctima de un «chantage» y se convirtió en su amante (no se sabe si esto fue una de sus exigencias o si Marie llegó a serio por voluntad propia).

Por su parte, Ste. Croix la exigía también grandes sumas de dinero; conservaba en su poder varias cartas de su antigua amante y también los dos recibos que ésta había firmado el día en que acordaron que la ayudaría a envenenar a sus hermanos. Asustada ante los acontecimientos, Marie decidió envenenarse, pero cuando acababa de hacerlo, fue descubierta por St. Croix, quien la hizo beber un vaso de leche caliente como antídoto. Escapó de la muerte, pero estuvo enferma durante varios meses.

En su convalecencia, decidió deshacerse también de su hermana y su cuñada, pero cometió el error de confiar sus propósitos a Briancourt, que, aterrado, intentó disuadiría de su propósito, enviando además a una criada con un mensaje en que avisaba del peligro a Mlle. d’Aubray.

Marie resolvió entonces suprimir primero al tutor de sus hijos, pero éste, que sospechaba lo que ocurriría, descubrió el complot preparado para envenenarle. Sin desfallecer organizó otros dos atentados contra la vida de su nueva víctima; Ste. Croix fue el encargado de llevar a cabo el primero entrando un día en su dormitorio por la chimenea cuando suponía que Briancourt estaría durmiendo, pero le encontró levantado y vestido y tuvo que huir. Viendo que su vida pendía de un hilo, Briancourt acudió a consultar a un abogado amigo suyo llamado Bocager, quien por alguna razón desconocida le instó a callar lo que sabía. El segundo atentado fracasó al fallar un disparo; Briancourt reaccionó esta vez acudiendo a casa de St. Croix para llamarle bandido y bribón.

El siguiente incidente da un toque de comedieta a la macabra historia. Marie decidió envenenar a su esposo para poder contraer matrimonio con St. Croix, pero éste, que no tenía ninguna intención de casarse con ella, se dedicó a anular con antídotos los efectos de los venenos administrados por su amante. Todo este proceso no hizo ningún bien a la salud del Barón, quien, por otra parte, sospechaba de las intenciones de su esposa y contrató un sirviente encargado especialmente de vigilar sus comidas y bebidas. Mientras todo esto sucedía, Briancourt había logrado escapar a Auberviniers, donde trabajó como profesor en el convento de los Padres del Oratorio.

Inesperadamente murió St. Croix. Cuando Marie se enteró de la noticia gritó: «¡La cajita!» Su preocupación no estaba fuera de lugar; la caja a que aludía era lo que habría de entregarla a manos del verdugo.

Una leyenda dice que Ste. Croix murió asfixiado en su laboratorio intentando buscar el elixir de la vida, pero la realidad es que murió por causas naturales. Su esposa, de la que se había separado mucho tiempo antes, se hizo cargo de sus objetos personales y descubrió la caja de Mme. de Brinvilliers y una «confesión» de St. Croix, así como una nota en que decía que la caja debía ser entregada, sin abrir, a su dueña. Por razones desconocidas, la confesión fue quemada sin leer, pero la caja fue abierta.

St. Croix había muerto a fines de julio de 1672; durante todo el mes de agosto, Mme. de Brinvilliers se esforzó desesperadamente por conseguir la cajita, pero no pudo lograrlo. Desesperada, llegó a pedir ayuda a Briancourt, que se negó a intervenir en el asunto.

Cuando La Chaussée se enteró de que la caja que contenía las cartas y recibos de Marie había sido abierta, intentó huir, pero fue arrestado el 4 de septiembre y torturado. Por su parte, Mme. de Brinvilliers escapó a Inglaterra acompañada de una pinche de cocina.

En febrero de 1673 La Chaussée hizo una completa confesión y fue sentenciado a morir descuartizado en la rueda.

Se pidió la extradición de Maríe, pero ésta pudo huir a tiempo a Holanda. De allí pasó a Cambrai y más tarde a Valenciennes, donde entró en un convento, teniendo que abandonarlo al poco tiempo a causa de la guerra. Fue a Amberes y luego a Lieja, refugiándose en otro convento. Allí permaneció tres años, hasta que fue arrestada el 25 de marzo de 1676, la víspera de la rendición de la ciudad a los españoles (tras de la cual terminó la jurisdicción del rey de Francia sobre ella). En poder de Mme. de Brinvilliers fue encontrada una confesión de sus crímenes, tan franca y detallada, que se imprimió más tarde en latín.

El juicio, presidido por Lamoignon, se desarrolló a lo largo de veintidós sesiones, desde el 29 de abril al 16 de julio de 1676. Marie fue sentenciada a muerte.

Antes de la ejecución fue conducida en una carreta de bueyes hasta la puerta principal de la Catedral de París, donde hizo una confesión pública de sus pecados.

Fue sometida a tormento, haciéndola tragar enormes cantidades de agua a través de un embudo introducido en su garganta. Un sacerdote llamado Edmé Pirot la acompañó durante los últimos días de su vida y parece que la proporcionó un gran consuelo.

El día de la ejecución hizo de nuevo una confesión pública en Notre Dame, siendo conducida después al patíbulo alzado en la Place de Grêve.

El verdugo, Guillaume, le cortó la cabeza de un solo tajo. Se quemó el cadáver, dispersando las cenizas al viento; algunas reliquias suyas fueron vendidas como amuletos. Su contrición y la dignidad con que se enfrentó con la muerte hicieron que algunos la considerasen como una santa. Hoffman, en su historia «Madame de Scudery», hace una excelente narración del caso.

María Margarita d’Aubray – La marquesa de Brinvilliers
Crónicas del Crimen

María Margarita d’Aubray era hija de Drogo d’Aubray, quien, a través del melodrama de mala fama «El Perro del señor d’Aubray», por cuyos capítulos Goethe se hizo famoso en Weimar, se dio a conocer. Era el padre alférez civil del Chatelet de París. En 1651 casó, siendo casi una niña, a su hija con el marqués de Brinvilliers. Éste era hijo del señor Gobelín, el rico presidente de la Tesorería.

La mayoría de los matrimonios, en tiempos de Luis XIV, eran arreglados, determinados por las apariencias exteriores y no por afecto o por amor.

El marqués recibía unos ingresos anuales de 230.000 libras. Su esposa, por su parte, trajo una dote de 200.000 libras, alimentando además la esperanza de una cuantiosa herencia que, a la muerte de su padre, tendría que compartir con sus hermanos, una hembra y dos varones. La riqueza no era la única particularidad de la marquesa. La naturaleza la había dotado favorablemente. Era, digámoslo así, una «beauté du diable». En su cara se unían la gracia y tal perfección de líneas que le daban una expresión de pureza de alma indescriptible. Esta calma reflejada en sus ojos, espejo de su sensibilidad, así como sus armoniosos movimientos, ofrecían el verdadero aspecto de un carácter despreocupado y falto de maldad. Por ello, se ganaba la confianza de todos cuantos la trataban. Ni el malhumor ni las contrariedades lograban alterar su gracia jamás. Su radiante belleza cautivaba todos los corazones.

Su amante fue un tal Godín, que se hacía llamar Juan Bautista de Sainte Croix; era teniente del Regimiento de Caballería de Trossi. El marqués de Brinvilliers, que tenía el grado de coronel del Regimiento de la Normandía, hizo con él gran amistad en el frente.

Se hablaba con cierta suspicacia de aquel militar señor de Sainte Croix. Únicamente se tenían noticias de que había nacido en Montauban, aunque se tenían ciertas dudas sobre sus antecedentes familiares, sospechándose era un hijo bastardo de alguna noble familia. Poseía un rostro atractivo e inteligente e inspiraba en todas partes gran confianza, lo que le proporcionaba buenas amistades, pues poseía la feliz sutileza del espíritu que asimila con facilidad cualquier imagen. Interpretaba con destreza el papel de devoto, en cualquiera de las travesuras que ejecutara. Era muy sensible a los insultos, susceptible con el s*x* contrario hasta el apasionamiento y celoso en el amor hasta la locura. Con una tendencia enorme al despilfarro, falto de todo medio auxiliar, estaba siempre dispuesto a cometer cualquier infamia si con ella abrigaba la esperanza de salir beneficiado. Pocos años antes de morir empezó este afortunado caballero a jugar al devoto. Incluso, parece ser que, durante aquellos años de conversión, escribió algún libro de rezos. Hablaba de Dios como un profeta mientras que al mismo tiempo, pecaba contra todos los mandamientos. Se daba así, con aquella máscara, que sólo aireaba el aspecto de un beato en el círculo de sus más íntimos amigos, mientras era el protagonista y cómplice de los mayores crímenes.

El marqués de Brinvillers no podía sustraerse a las atenciones de un hombre semejante. Con gran predisposición hacia toda clase de diversiones, el noble caballero despilfarraba en grande. Esto era suficiente motivo para que Sainte Croix estuviera dispuesto a lanzar el anzuelo hacia él… Pronto consiguió ganar su confianza.

En cuanto terminó la guerra fue el propio marqués quien le introdujo en su casa. El amigo del marido fue muy pronto el amante de la mujer. El marqués, dilapidador y mal esposo, concedió, incluso a su mujer, la misma tolerancia en sus relaciones y libertades que se tomaba él en sus diversiones. Le dejaba indiferente su conducta, en tanto, los dos amantes no se privaban de hacer lo que querían. El marqués llegó a embrollar finalmente de tal forma sus asuntos hogareños que incluso autorizó a su mujer para que retirase su fortuna y se la administrase por sí misma. Por cuyo motivo ella se creía autorizada a prescindir de toda clase de escrúpulos. Se dedicó plenamente a sus inclinaciones sin ninguna clase de obstáculos.

Muy pronto se habló en alta voz de las andanzas de la marquesa con Sainte Croix. El marqués escuchaba con la mayor indiferencia. En cambio, el señor d’Aubray, preocupado por su buen nombre de caballero y por el honor de su hija, mucho más que su propio marido, consiguió una «lettre de cachet», es decir, una orden de detención contra el amante de su hija, haciéndolo encarcelar inesperadamente, justamente en el momento en que éste se encontraba en plena calle, dentro del carruaje de la marquesa, con quien se había citado. Fue encerrado en la Bastilla durante un año. Aquel castigo, por desgracia, puso en manos de Sainte Croix el medio más atroz de venganza.

Hizo amistad en la Bastilla con un tal Exili. Era oriundo de Italia y todavía le azuzaba más en sus intentos de venganza, enseñándole los medios de poder realizarla sin ser por ello castigado.

«Los franceses -le decía- cometen sus crímenes con demasiada ingenuidad, pues ejecutan su venganza con tanta torpeza que se convierten inmediatamente después en víctimas de sus propios actos. En consecuencia obran contra el enemigo con tanto ruido que consiguen para sí mismos una muerte mucho más horrible que la ejecutada por ellos, perdiendo al mismo tiempo honor y fortuna. Los italianos somos más hábiles en la venganza. En Italia se ha alcanzado tal maestría en la elaboración de venenos que éstos quedan ocultos al médico más avispado. Una muerte rápida o lenta, según se desee, está en nuestras manos. En ninguno de los dos casos el medio empleado deja rastro alguno. Y si se llegara a encontrar algún indicio, algo bastante dudoso, puede ser relacionado fácilmente con una enfermedad cualquiera, pues los médicos, en su total desconocimiento de los síntomas experimentados e inconcretos, es posible que, en su exploración anatómica, atribuirán la muerte del paciente, después de soltar cualquier palabrota de las que siempre tienen a mano, a materias dañinas desconocidas, graves coincidencias o algo parecido.

»Este es un arte verdadero cuando se consiguen endosar en la cuenta de la naturaleza los crímenes cometidos por el hombre.»

Aquello significaba una oportunidad magnífica para Sainte Croix de poderse armar con los instrumentos invisibles para ejecutar su venganza mediante la que, no solamente podría satisfacer su amargo odio, sino que, al propio tiempo, pondría en manos de su amante una enorme fortuna; la marquesa gustosamente compartiría con él lo robado. Aquella idea fue acogida por Sainte Croix con una avidez comparada solamente a sus deseos de venganza.

Exili era químico y alumno de la «mezcladora» de veneno napolitana Trufania cuyas recetas más secretas se había estudiado de memoria. Ahora se complacía en transmitirlas a su compañero de celda. Éste tuvo tiempo suficiente, durante su cautiverio, de aprender concienzudamente aquel arte terrible del italiano. El estudio llenaba las horas libres de los dos presos. La habilidad del profesor y el anhelo de saber del alumno, espoleado por el amor, la venganza y el robo, dieron alas a la sabiduría de Sainte Croix de forma que, mucho antes de abandonar la Bastilla, ya era maestro del infernal invento.

La primera víctima que escogió fue el señor d’Aubray, padre de la marquesa. Aparte de que el severo moralista le había privado de gozar con plena euforia de la posesión de su amante, cuyo marido se hacía el ciego o se limitaba a ser observador impasible de cuanto sucedía, seguía entorpeciendo sus andanzas con la marquesa, privándose saborear los dulces frutos de la pasión que ni con el tiempo de separación se aplacaron, por el contrario, fueron aumentando. Fue su firme determinación deshacerse del hombre que tanto le había humillado y que se había convertido ahora en su molesto vigilante. Pero no se conformaba con matarle solamente. La muerte había de serle producida por mano de su propia hija.

La marquesa, por su parte, dio su plena conformidad ante el hecho de convertirse en verdugo de su propio padre cuya severidad ponía freno a sus deslices con su extremada vigilancia. Cegada por la pasión que sentía hacia aquel malhechor, ahogó la hija el mayor sentimiento que nos ha dado la naturaleza y acordó convertirse en criminal, asesinando sin escrúpulos a su padre. Con una premeditación espantosa empezó a poner en práctica los preparativos; los detalles son todavía más abominables que el hecho concreto de matar.

Contagiada por los deplorables principios de su amante, y aleccionada en los secretos de aquel arte destructor, se ejercitó la marquesa en inauditos experimentos a fin de alcanzar con más seguridad la ambicionada meta. Los primeros experimentos los hizo con animales. Como su finalidad estribaba en las personas no se conformó con ellos. Por ello, decidió aplicarlos a seres humanos.

Un día repartió galletas envenenadas entre los pobres ingresados en el «Hotel de Dieu» con el fin de comprobar con sus propios ojos los resultados producidos por aquel mortal regalo en los enfermos. Su inteligencia, no obstante, le impidió hacerse cargo personalmente de los efectos y síntomas producidos por el veneno. Así que decidió nuevamente hacer una segunda prueba en su propia doncella, dándole a probar un plato con jamón y frambuesas envenenadas. La infeliz muchacha enfermó hasta el umbral de la muerte… pero sobrevivió. Sainte Croix comprendió que a su veneno le faltaba todavía un ingrediente para que tuviera pleno éxito.

La marquesa de Brinvillers repitió sus experimentos con otras personas para estudiar metódicamente los efectos del tóxico en diferentes cuerpos.

Madame de Sevigné, excelente cronista de aquel tiempo, cuenta en una de las cartas a su hija los experimentos de la Brinvillers: «La Brinvillers obsequiaba de vez en cuando a sus invitados con pastas envenenadas. No lo hacía con la intención de quitarles la vida, sino para observar la reacción del veneno. Pero algunas personas murieron realmente por su causa. También el caballero de Guet había ingerido una comida así en su casa. El veneno le iba consumiendo lentamente. Cuando la desgracia era inminente hizo preguntar si todavía seguía con vida. Cuando le comunicaron que aún vivía, dijo:

«Realmente dispone de una vida resistente.»

»El señor de La Rochefocauld me contó este hecho como una cosa cierta.»

Endurecida por aquellas crueldades y segura ya después de tales prácticas de alcanzar el fin propuesto se decidió a ejecutar su plan con la víctima elegida. No le sería difícil hallar el momento propicio para llevarlo a término. Como buena alumna de Sainte Croix, había aprendido tanto en el arte de fingir que no le fue nada difícil apaciguar el malhumor de su padre, resultado de su mal comportamiento. Así que éste volvía a mostrarse completamente confiado. Desde que su amante fue encerrado en la Bastilla había mostrado un comportamiento tan teatralmente sumiso que su padre había hecho nuevamente las paces con ella. Como seguía obrando con la mayor cautela, no infundió sospechas la continuidad de sus relaciones con Sainte Croix, recuperando con ello el cariño y la confianza ilimitada de su padre.

Cuando un buen día decidió éste marcharse a disfrutar unas tranquilas vacaciones en su residencia campestre de Offemont, deseando descansar del pesado trabajo de su cargo, tuvo que acompañarle la marquesa. Ésta se había hecho imprescindible para el anciano. A su hija le había confiado totalmente todas las preocupaciones de su viejo y ya cansado cuerpo, gastado por el trabajo. Sin ella no deseaba disfrutar de ninguna alegría. De su brazo deseaba el viejo d’Aubray dar sus paseos y solamente con ella quería compartir las delicias de su estancia campestre.

En aquel lugar apacible y tranquilo, bajo las más emotivas caricias paternales, la hija entregó a su progenitor el cáliz de la muerte. Para no inspirar la menor sospecha fue ella quien desde un principio se hizo cargo del cuidado y servicio de su padre. ¿Quién mejor que una hija tan cariñosa hubiera podido cuidar y atender el más mínimo deseo de tan cara existencia? Ella misma vigilaba la confección de cada uno de los alimentos a él destinados. Y era ella quien se los servía por su propia mano. Ningún rasgo de su cara delataba el descomunal crimen que, desde el fondo de su alma, estaba decidida a cometer. No obstante, aparentaba estar preocupadísima multiplicando los cuidados y la vigilancia de su padre para cuya destrucción ya tenía preparado el veneno.

Por fin se creyó suficientemente segura para llegar al final de su obra. Derramó el veneno preparado por su galán en la sopa y se la dio a comer con la máxima solicitud.

No tardó mucho en producir su efecto la terrible pócima. El señor d’Aubray experimentó fuertes vómitos y dolores de estómago. Un calor infernal quemaba sus intestinos. Con el pretexto de asistirle y darle personalmente los medicamentos no dejaba de vigilarle un solo instante, observando con tensa expectación los efectos del veneno. Su único deseo consistía en que la muerte se produjese cuanto antes, pues abrigaba el temor de que la fuerte complexión del desdichado pudiera resistirse al mismo. Pero ni un solo gesto de su rostro dejaba entrever su satánico propósito. Antes bien, tenía el aspecto de estar profundamente afectada por el estado de su padre. Por expreso deseo del mismo, fue trasladado a París, donde esperaba la salvación por medio de su médico particular. Pero a los pocos días hubo de sucumbir al poder de tan terrible veneno. El pobre viejo murió bajo los más atroces dolores.

Nadie podía imaginar los verdaderos motivos de la súbita muerte del padre de la marquesa, y, por ello, a nadie se le ocurrió analizar sus intestinos. Expresaron a los hijos su más profundo pesar por la dolorosa pérdida. La hermosa y apesadumbrada hija era la que más palabras de condolencia recibía, pues su bien representada pena, detrás de la cual se ocultaba su gran alegría, tenía todas las trazas de verdadera autenticidad. Todo el mundo creía que su sentimiento era mucho más profundo que el del resto de sus hermanos. Se consolaba de la molesta obligación de seguir con el luto en los brazos de su amante con quien planeaba la forma de utilizar la herencia del difunto.

Pero la parte de la herencia que le tocó a la marquesa no correspondía a la cuantía que ellos esperaban. La mayoría de los bienes los compartía el mayor de los hermanos, que siguió al padre en su empleo, con el menor, consejero del Parlamento. Sainte Croix y la marquesa, por tal motivo, sólo vieron realizado su plan a medias. Habían de caer todavía dos cabezas más para llegar a poseer toda la fortuna y las posesiones que esperaban heredar cuando planearon el asesinato del señor d’Aubray. Por lo tanto, decidieron la muerte de los dos hermanos. El derecho de prioridad en la herencia paterna, que las leyes y los tratados familiares concedían a los hijos, se convirtió en aquel caso en una sentencia de muerte. Sainte Croix se hizo cargo esta vez personalmente de la ejecución del plan. Era suficiente para él que la marquesa hubiera cometido el asesinato de su padre, con ello se aseguraba su silencio, así como la conformidad en el crimen que pensaba efectuar. Lo que restaba por hacer quería realizarlo él mismo.

Dos subalternos que tenía bajo su nómina le parecieron los colaboradores ideales. Uno de ellos, llamado Martín, que procedía de la misma provincia que él, lo tenía empleado en su casa realizando algo así como el cargo de administrador. A este individuo podía encomendarle los asuntos más estrafalarios. Estaba seguro de que no se amilanaría ante ninguna dificultad si se trataba de cometer un crimen. La acuñación de moneda falsa era su negocio principal. El tiempo restante lo empleaba en un desenfrenado libertinaje. En fin, un sujeto digno de servir a tal señor.

El otro, que ostentaba el original nombre de La Chaussée, era su criado y poseía todas las cualidades para gozar plenamente de su confianza.

La Chaussée fue elegido como instrumento. La marquesa encontró la oportunidad de que entrara a servir en casa de sus hermanos, que vivían juntos. Ocultó astutamente, a manera de precaución, que aquel hombre había estado anteriormente al servicio de Sainte Croix. Del mismo modo ocultó con el mayor celo la convivencia con su amante.

Se acordó que el primer ataque fuera dirigido contra el Intendente. A La Chaussée se le prometieron cien pistolas además del compromiso de mantenerle durante el resto de su vida, si conseguía eliminarlo felizmente de su camino. El ímpetu con que realizó su misión estuvo a punto de desarticular tan bien preparada intriga. Anhelante el criado por cumplir lo antes posible su misión, y con la intención de evitar un fracaso, empleó una dosis de veneno demasiado fuerte. Llevó al intendente un vaso de agua y otro de vino, envenenado. Pero, apenas éste se llevó el vaso a los labios, retrocedió asustado gritando: «¿Qué es lo que me has dado? ¡Creo que quieres envenenarme!» Dio el vaso a su secretario quien, con una cuchara, probó un poco de líquido y respondió: «Tiene un gusto amargo y huele a vitriolo». La menor vacilación por parte del criado lo hubiera descubierto todo. Pero raramente les falta a esta clase de criminales la serenidad necesaria. Sin demostrar alteración alguna se apresuró La Chaussée a coger el vaso de vino y lo vació dentro del agua que llevaba en el otro vaso. «Seguramente -dijo-, con la prisa habrá ido a parar a mis manos el vaso en el que acaba de beber la medicina su hermano el procurador. Posiblemente tiene por ello este sabor amargo». Rápidamente trajo nuevas bebidas frescas, saliéndose de su fracaso con una ligera reprimenda por su negligencia, no ocasionando este incidente ninguna clase de sospecha.

Aunque fallara en su primer intento, y a pesar del grave peligro que corrió, los confabulados no desistieron de su siniestro plan. Únicamente para poder ejecutarlo con más seguaron las debidas precauciones, aun con riesgo de perjudicar a varias personas más a quienes, en realidad, no iba destinado.

En los comienzos de abril de 1670 el Intendente se dirigió a su finca de recreo en Villequay en Beaussée para disfrutar sus vacaciones de Pascua. El consejero, acompañado de La Chaussée, viajaba también con su hermano. Un día, un grupo de siete personas se encontraba celebrando una fiesta; algunas de ellas, repentinamente, se encontraron enfermas después de la comida. Fueron los que comieron una pasta de Ragua que había sido servida durante la comida. Los que no lo habían probado se encontraban en perfecto estado. El Intendente y su hermanos el concejal fueron los primeros que notaron los síntomas del veneno, sobreviniéndoles grandes vómitos. El día 12 de abril regresaron a París, los dos con la cara demacrada y muy pálidos, dando la sensación de que acababan de levantarse de una larga y penosa enfermedad.

Aquel fue el momento escogido por Sainte Croix para asegurarse los derechos que, había asignado a su propia persona en aquellos crímenes. Se hizo librar por la marquesa dos pagarés de 30.000 y 25.000 pesetas respectivamente, uno a su nombre y otro a nombre de Martín. Esta fue la suma que la marquesa pagó por la muerte de sus hermanos.

El Intendente, entretanto, se encontraba cada día peor. Experimentaba un asco invencible a los alimentos y los vómitos no cesaban. Tres días antes de su muerte sintió tan terrible fuego en el estómago que parecía le había de consumir totalmente. Por fin, el día 17 de junio expiró. Al practicarle la autopsia encontraron el estómago y el duodeno completamente negro y carcomido así como el hígado también en las mismas condiciones. No cabía duda ya. Forzosamente tenía que haber sido envenenado. ¿Pero de quién iba a sospecharse? Realmente no se sospechaba, ni remotamente, de nadie.

La marquesa fue suficientemente prudente de hallarse durante aquel tiempo ausente, instalándose en otro pueblo. Sainte Croíx le comunicó el fallecimiento de su hermano el Intendente con una postdata, diciendo que el estado del consejero hacía esperar que pronto seguiría a su hermano.

Efectivamente, en el consejero se manifestaron los mismos síntomas de su hermano, pero todavía tuvo que sufrir otro mes. Intensamente molesto, y siempre atenazado por fuertes dolores, no se encontraba cómodo en ninguna posición. Su cama se convirtió en una tortura y la muerte en su liberación. Tan pronto abandonaba el lecho, pedía nuevamente que le volvieran a meter en él, tratando de hallar un alivio, si bien sólo pudo hallarlo cuando expiró. Al practicarle la autopsia encontraron su estómago e hígado exactamente igual que el de su hermano. Nadie pudo imaginar que fuera Chaussée su asesino. Es más, el difunto le legó en su testamento la cantidad de 300 libras, que le fueron entregadas sin ninguna dificultad.

Sin embargo, la sed de dinero de la marquesa todavía no estaba saciada. Hasta aquel momento, había estado trabajando a medias para su hermana, con la que tuvo que partirse la herencia de los difuntos. Para verse en posesión de todo, había de liquidarla también a ella. Su obra quedaba incompleta, si después de los asesinatos cometidos, no añadía un cuarto. Realmente no dejó de intentar eliminar a su hermana con el mismo procedimiento. Pero ésta, horrorizada por los tres horribles casos precedentes, que se habían sucedido tan rápidamente en el seno de su familia, estaba alerta, logrando evitar todo acercamiento con una sabia guardia.

Más perjudicado resultó el esposo de la marquesa. Madame de Sevigné informa en otra de sus cartas: «La señora de Brinvillers deseaba casarse con Sainte Croix. Para conseguir este plan suministró, en repetidas ocasiones, veneno a su marido. Sainte Croix, por su parte, no quería casarse con una mujer semejante, que le igualaba en atrocidades, y trató de encontrar el modo de impedir sus anhelos, suministrando al marqués el contraveneno adecuado. Así fue cómo el desgraciado marido pudo seguir conservando la vida, aun siendo juguete de los dos monstruos, luchando el uno por matarle y el otro por salvarle».

Sin embargo, se hablaba genéricamente en la sociedad parisiense de los tres casos de muerte ocurridos en tan corto espacio de tiempo. Los hechos, tal como se desarrollaron no dejaban ninguna duda de que también el padre fue envenenado, al igual que sus dos hijos. Pero, sobre la identidad del asesino, solamente se tenían vagas suposiciones. En Sainte Croix no recayó la más mínima sospecha. Todo el mundo creía que sus relaciones con la marquesa habían terminado hacía tiempo. Por lo tanto, ¿con qué fin había de ser él quien cometiera tales crímenes? Tampoco sobre La Chaussée recayó ninguna sospecha.

Fue por mera casualidad como, por fin, se descubrió el infernal complot. Cierto que Sainte Croix ya había alcanzado su objetivo respecto a la familia d’Aubray. Pero para un hombre que, una vez conseguido un deseo, todavía deseaba más, que poseía un arte que ofrecía medios tan fáciles para llegar a la realización de sus fines, tenía éste tal atractivo que no era posible dejarlo de lado, después de haber recogido los frutos de su primer experimento. Al contrario, se dedicó entonces con mayor intensidad al estudio de los venenos.

En la alta sociedad, existían, en aquella época, más solapados bribones que deseaban heredar por la vía más rápida, sin necesidad de esperar el camino normal. Sainte Croix se dedicó a la fabricación de tóxicos en gran escala. Los venenos que elaboraba eran tan finos en su perfección y tan poderosos que podían ocasionar la muerte con una sola inhalación. Por cuyo motivo utilizaba, durante el tiempo de su elaboración, una máscara de cristal, que le protegía contra los vapores venenosos. Pero, en cierta ocasión, se le desprendió la máscara de la cara cayendo al suelo y rompiéndose. Los vapores fueron la causa de que quedase muerto en el acto.

Todo el mundo ignoraba si existían parientes del difunto. La Superioridad hizo sellar las habitaciones y sus pertenencias, ordenando se hiciera un inventario de todas sus cosas. Entre otras, salió a relucir una arquilla; al abrirla, mostró en su interior un escrito con el texto siguiente:

«Pido encarecidamente a aquellos que lleguen a poseer la presente arquilla, tengan la amabilidad de entregarla personalmente a la marquesa de Brinvillers, que vive en la Nueva calle de San Pablo; todo lo que contiene la misma, hace referencia a dicha señora y es de su exclusiva propiedad; aparte del interés que pueda suponer para ella, a nadie puede beneficiar.

»Ahora bien, en el caso de que dicha dama hubiera ya fallecido, suplico no abran la arquilla ni examinen su contenido, quemando, en cambio, el contenido de la misma.

»Para que la persona a quien caiga en sus manos la arquilla, no dude que todo debe realizarse como digo, juro ante Dios, al que adoro, y ante todo aquello que me es sagrado, que se considere ésta como única verdad. Pero si desatendiera esta persona mi ruego, a pesar de mis claras y bien meditadas disposiciones, hago responsable a su conciencia, en este y en el otro mundo, declarando que esta es mi última voluntad. Escrito en París, el 15 de mayo de 1672, por la tarde.

»Firmado: De Sainte Croix.»

Más abajo se leía: «Paquete destinado al señor Penautier quien deberá hacer la entrega».

A pesar del deseo del difunto, no dudó la Superioridad en examinar el contenido de la arquilla en cuestión.

La descripción de los tesoros confiados a la protección divina, y a todo lo sagrado, figura en el siguiente inventario:

1) En el interior de dicha arquilla se encontraba un paquete, sellado por ocho distintos escudos, con la siguiente inscripción: «Papeles que deben ser destruidos después de mi muerte, ya que no pueden ser útiles a nadie. Ruego encarecidamente que así se haga y apelo a la conciencia de quienes llegue a sus manos que lo hagan sin abrirlo».

Dentro de este paquete, había otros dos más pequeños que contenían sublimado de mercurio de plata.

2) En otro paquete sellado, también con seis sellos de distintos escudos y con idéntica inscripción, se encontró otra media libra de sublimado de mercurio de plata convenientemente preparado.

3) En un tercer paquete, igualmente sellado y escrito, aparecían tres más pequeños, conteniendo el primero media onza y el segundo dos onzas de sublimado de mercurio de plata y un cuarto de libra de vitriolo romano; contenía el tercer paquete un preparado de vitriolo calcificado.

4) Una botella grande cuadrada que contenía un líquido transparente, en el que, según explicación dada por el doctor Moreau, no podía distinguirse nada, hasta que no se hubieran realizado varias pruebas con la misma.

5) Otra botella pequeña con el mismo líquido, en cuyo fondo se encontraba un pequeño poso blanco.

6) Un pequeño recipiente de porcelana en el que había tres o cuatro onzas de opio preparado.

7) Un papel doblado en el que se hallaban dos dragones de sublimado corrosivo de mercurio.

8) Una lata con piedra de fuego.

9) Un papel con una onza de opio.

10) Un trozo de tres onzas de Regulus Antimoni.

11) Un paquete con polvos, en cuyo dorso estaba escrito:

«Para aplacar la sangre de las mujeres». El doctor Moreau dice que «estaba hecho de capullos exprimidos y hojas de Quitte.»

12) Un paquete con seis sellos, inscritos igual que los demás en el que había 27 trozos de papel con la siguiente inscripción:«Distintos extraordinarios secretos».

13) Un paquete, con la inscripción arriba indicada, que contenía seis nuevos paquetitos etiquetados y listos para enviar a su correspondiente destinatario con setenta y cinco libras de mercurio sublimado.

A esta lista de venenos se añadía un informe que los médicos efectuaron después de haber hecho los experimentos pertinentes.

«El veneno artificial, creado por Sainte Croix, se excluye de todos los experimentos que se hagan con él. Está tan disimulado que no es posible reconocerlo; es tan fino que burla toda la sabiduría del médico.

»Los experimentos normales con venenos se efectúan bien con personas o animales. En el agua, el veneno es conocido por la gravedad con que se precipita hacia el fondo. En el fuego, es eliminado y destruido todo cuerpo extraño. Resta solamente una amarga y fuerte materia como residuo. En los animales su huella se nota por todo el cuerpo, esparciéndose por todas partes, corroyendo los intestinos. Con los venenos de Sainte Croix es nula toda experiencia; las reglas resultan inciertas y las deducciones irrisorias. Los variados venenos flotan sobre el agua, en la prueba del fuego solamente dejan una dulce e inofensiva materia como residuo y penetran éstos tan sabiamente en los cuerpos de los animales que resulta totalmente imposible localizarlos. Se han efectuado toda clase de experimentos con ellos. En primer lugar, se virtieron un par de gotas del líquido de la botella sobre agua de mar. Pero el caso fue que no se precipitaba hacia el fondo del recipiente. Se hizo otra prueba, se virtió un poco del agua en cuestión, sobre un recipiente con arena candente, pero no quedó ninguna materia de gusto fuerte como residuo en la arena. El tercer experimento se hizo con una gallina de las Indias, una paloma y un perro. Estos animales murieron rápidamente. Pero al día siguiente, cuando los abrieron, no pudieron encontrar nada sospechoso, aparte de un par de gotas de sangre, fluidas en el ventrículo. Todavía se efectuó otro experimento, con los polvos blancos, en un gato, haciéndole comer algo con ellos. ]este vomitó durante media hora y murió al próximo día. Cuando se le abrió, no pudo observarse, en ninguna parte del cuerpo, la menor señal producida por el veneno.

»Otro experimento con los mencionados polvos se hizo con un palomo, que murió poco después de ingerirlos. Al analizarlo, sólo se encontró un poco de líquido rosado en el estómago.»

De este documento podemos deducir lo mucho que se había perfeccionado Sainte Croix en la elaboración de venenos.

Además de tan horribles tóxicos, la arquilla contenía todos los papeles que, para desgracia de la señora de Brinvillers, hacían referencia a ella personalmente.

No solamente se encontraron en ella todas las cartas que dicha señora escribió a Sainte Croix, sino que también fue hallado el pagaré, librado por ella a su amante, por valor de 30.000 libras.

En una de sus cartas escribía la marquesa:

«Decidida a poner fin a mi vida, he tomado esta noche un poco de lo que su amable mano me ha indicado. Está hecho según receta del farmacéutico Glazer. Ya ve que puedo sacrificar mi vida por usted. Pero no desisto del deseo de poderle ver otra vez, en cierto lugar, para darle mi último adiós».

Probablemente aquello fue solamente una amenaza, que pertenece al vocabulario normal de los enamorados enfadados y no es más que la señal de una próxima reconciliación. No obstante, deducimos que, entre estas dos almas tenebrosas, unidas por los crímenes más infames, no siempre reinaba la mayor armonía.

La marquesa se enteró, al mismo tiempo, de la muerte de Sainte Croix y del precinto judicial de todas las pertenencias del difunto. Inmediatamente, el dolor por la muerte de su amante, fue relegado a segundo término ante la inquietud que le produjo el precinto judicial de todas sus pertenencias. El amor que aquellos dos seres siniestros habían experimentado el uno por el otro, es muy probable que se hubiera enfriado. Y la fatal arquilla no dejaba lugar para pensar en cualquier otra cosa. Los pasos y gestiones que realizó para apoderarse de ella, nos lo demuestran las siguientes testificaciones:

Pierre Schreiber, escribiente del Comisario Picard, quien se cuidó de poner a buen recaudo los efectos del difunto Sainte Croix, dijo durante su declaración: «La marquesa de Brinvillers vino, por la noche, muy excitada, a casa de mi señor, tratando de obtener una entrevista con él. Yo le respondí que mi señor estaba ya en la cama. Sin importarle, exigió que comunicara al comisario que había venido a recoger la arquilla que se, encontraba entre los bienes precintados de Sainte Croix y, por ser de su pertenencia, debía devolvérsela sin abrir. El comisario Picard me encargó que le comunicara que ya se había ido a acostar. Al verse obstaculizada, dijo que a la mañana siguiente enviaría una persona para recoger la arquilla. Seguidamente se marchó con la misma excitación».

Otro testigo, apellidado Cluet, testificó: «La marquesa de Brinvillers dijo, en una ocasión, que su hermano mayor no era hombre digno. «Si me hubiera empeñado en liquidarle -añadió-, ya lo habría podido hacer hacía tiempo, cuando todavía era intendente en Orleans, habiéndole podido asesinar mediante dos gentilhombres, mientras iba de camino hacia dicha ciudad». Si había correspondido a Sainte Croix fue únicamente tratando de que le entregara la arquilla. Gustosa pagaría 50 luises de oro a la persona que, después de muerto, se la devolviera».

«No deseaba que nadie viera su contenido. Hay cosas de importancia, pero solamente atañen a ella personalmente.

»Contestando aquellas palabras le comuniqué que el comisario Picart había dicho que había encontrado cosas muy interesantes en ella. Al oír mi contestación, se sonrojó intensamente y trató de llevar la conversación por otros derroteros. Me tomé la libertad de preguntarle si ella había tomado parte en los envenenamientos que se sospechaba había efectuado Sainte Croix. A esto contestó con notoria excitación: «¿Por qué yo, precisamente?» Al mismo tiempo, visiblemente confundida y sin saber bien lo que decía, añadió: «He perseguido durante mucho tiempo a Sainte Croix tratando de conseguir la arquilla. ¡De haberla obtenido a tiempo, le hubiera hecho ahorcar!» Así me habló la marquesa.»

Ésta se dio muy pronto cuenta de que era imposible hacerse con la arquilla; en manos de la Superioridad, resultaba imposible que le fuera entregada, sin antes ser registrada. Para sustraerse a un posible arresto, tomó la decisión de huir. Con la mayor celeridad, abandonó repentinamente Picpus, donde residía entonces, durante una noche oscura y nublada. Con la ayuda de su hermana menor, huyó a través de Alemania e Inglaterra hacia Lüttich.

Antes de su partida, encargó a su administrador que se presentara, en nombre suyo, ante la Comisión de requisa. Ésta reseñó lo siguiente en el protocolo: «Se presenta Alexandre La Mare, como administrador de la señora Marie Margaret d’Aubray, marquesa de Brinvillers, declarando que si en la arquilla aparece un escrito firmado por dicha marquesa de Brinvillers, comprometiéndose a pagar la suma de 30.000 libras, se debe a que le fue arrancado con astucia y valiéndose de la sorpresa, por lo que desea se tome en cuenta su deseo de considerarlo nulo y sin efecto.»

Tales precauciones dieron motivos más que suficientes para sospechar de la marquesa, suponiéndose que ésta había actuado juntamente con Sainte Croix. No obstante, aquellas pruebas no eran suficientes para arrestarla.

Más tarde los jueces recibieron nuevos datos, aportados por mediación de La Chaussée, quien, con sus imprudencias, se había puesto en poder de la justicia. Éste presentó una demanda, ante la Comisión de Incautación, de los efectos de Sainte Croix, reclamando sus propiedades. «Durante los siete años que estuve a su servicio -así lo afirmaba-, me entregó cien pistolas y cien ducados de plata para que me los guardara y deben de estar en una bolsa de lino, detrás de la ventana de su dormitorio. Ha de existir forzosamente una declaración escrita de Sainte Croix atestiguándolo. También se encontrará, en el mismo lugar, una cesión de 300 libras a nombre de La Serre, que él obtuvo a su tiempo del legado del consejero Aubray, además de tres recibos de su señor, de 100 libras cada uno.»

Exigió tanto estos documentos como la devolución de su dinero.

Estas peticiones de cosas tan especiales, que, además eran ciertas, suscitaron la sospecha de que La Chaussée debía tener un absoluto conocimiento del gabinete de Sainte Croix. Era casi seguro que solamente los más íntimos debían tener acceso a este gabinete, puesto que en él era donde se dedicaba a componer los venenos y donde hacía sus experimentos. Resultaba de todo punto imposible que gozase uno de su confianza, a no ser que estuviera complicado también en sus crímenes. La Chaussée, por lo tanto, con esa demanda, hizo recaer sobre él grandes sospechas, que fueron en aumento al demostrar un gran nerviosismo, cuando le hicieron saber los atroces descubrimientos que se habían hecho.

La señora de Villarceau, viuda del intendente d’Aubray, encontró indicios suficientemente sólidos para acusarle del asesinato de su marido por envenenamiento. Inmediatamente se procedió a dar la orden de detención. Al amanillar a La Chaussée, se halló veneno en sus bolsillos.

El proceso dio comienzo con las testificaciones de Lorence Perrete, un aprendiz de la farmacia Glazer, quien declaró: «He visto muy a menudo a Sainte Croix acudir, acompañado de una dama, a visitar a mi señor. Un lacayo de dicha señora me dijo: «esta es la marquesa de Brinvillers». Apuesto mi cabeza que, en aquella visita a Glazer, sólo acudió para que le compusiera su veneno. El coche lo dejaba cada vez a más distancia de la farmacia».

El segundo testigo fue Armande Huet, hija de otro farmacéutico, que tenía libre acceso a la casa de la marquesa de Brinvillers, a donde acudía con bastante frecuencia. Declaró lo siguiente: «Un día, hallándome en el gabinete de la marquesa, entró ésta, completamente bebida, a dormir la borrachera. En aquel estado, fue lo suficientemente imprudente para mostrarme una caja que sacó de un cofrecillo: «Aquí hay algo -me dijo- con que se puede uno vengar de sus enemigos. También es muy conveniente en cuestiones de sucesión de herencias». Yo reconocí su contenido como mercurio sublimado, parte en polvo v arte en masa. Debido a que la marquesa despertó al cabo de seis o siete horas de sueño, habiéndose disipado los efectos del alcohol, le conté todo lo que me había dicho. «Fueron cosas dichas al viento» respondió. Sin embargo, me recomendó absoluto silencio. Seguidamente guardó su cofrecillo con gran cuidado; me rogó que, si moría, lo tirara inmediatamente al fuego. Un día tuvo un contratiempo y, estando muy afligida, se le escapó decir que quería envenenarse. Otro día, que estaba muy enfurecida contra cierta persona, dijo: «Existen medios de sacudiese de encima a las personas impertinentes. Hay algo que, puesto en cierto caldo, produce el mismo efecto que una mortífera bala». También tuve ocasión de ver muchas veces a La Chaussée con la marquesa, sosteniendo una conversación confidencial. «Eres un buen muchacho -le dijo un buen día, acariciándole la mejilla-. Me has hecho grandes servicios.»

Su doncella, Villeray, declaró: «En varias ocasiones, encontré a La Chaussée muy íntimamente con la marquesa. Después de la muerte del intendente, encontré a los dos haciéndose caricias. Dos días después de la muerte del consejero, pude ver cómo la marquesa lo escondía, detrás de la cabecera de su cama, por habérsele anunciado en aquel momento la llegada del secretario del finado, monsieur Cousté».

Este acontecimiento lo admitió incluso el mismo La Chaussée durante el segundo interrogatorio. Tenía que entregar una carta de Sainte Croix a la marquesa y estuvo a punto de ser sorprendido por el señor Cousté con ella. Por ello tuvo que esconderse rápidamente detrás de la cama.

Cluet, que ya había testificado contra la marquesa, añadió«Ya antes del envenenamiento del joven señor daubray, un buen día a la señora de Brinvillers: «Si el intendente supiera que La Chaussée había estado al servicio de Sainte

Croix como criado, estoy seguro de que lo despediría inmediatamente.

»-¡Dios mío! -contestó ella precipitadamente-. Por favor, no diga nada de esto a mi hermano. Creo que lo sacaría a palos de la casa. Y a pesar de ello, veo con agrado que sea él quien se beneficie a su servicio y no otro cualquiera.»

Otros testigos cuentan: «Cuando se preguntaba a La Chaussée sobre el proceso de la enfermedad de su amo, contestaba con un ordinario y despreciativo apodo que le había puesto: «Ya está bastante carcomido, pero todavía nos da mucho trabajo. No puedo decirles cuándo piensa pedir su retiro».

Luego, una vez muerto y ya amortajado, también tuvo para el difunto palabras ofensivas: «Ya está muerto. Ahora lo voy a enterrar. Cuando lo he amortajado, le he zarandeado a gusto. En vida, nunca lo hubiera podido hacer».

Sin embargo, el tribunal no consideró estas declaraciones lo suficientemente acusatorias para poder condenarle a muerte, sometiéndole, no obstante, al primer grado de tortura.

La señora de Vilacrea, viuda del asesinado, apeló contra esta sentencia, ya que el reo podría escapar bien del castigo merecido, si tenía el suficiente valor y aguante para sobreponerse a los dolores de la tortura o reconociendo, o negando los crímenes que se le imputaban.

Finalmente, el tribunal de justicia dictó el 4 de marzo la siguiente sentencia contra La Chaussée: «Declaramos pública y solemnemente que La Chaussée ha sido declarado autor de los crímenes cometidos contra el intendente y el consejero, señores d’Aubray, por envenenamiento, condenándole a que sea atado vivo a la rueda para, seguidamente, ser trenzado en la misma. Antes de ejecutar la sentencia debe ser conducido a sufrir tortura ordinaria y extraordinaria a fin de poder saber, según su declaración, el nombre de los otros culpables. Además, ha sido condenada la marquesa de Brinvillers, quien se niega a comparecer ante los jueces, para ser decapitada.»

Durante la tortura, La Chaussé confesó todos sus crímenes, declarando ser, en realidad, nada más que el instrumento de Sainte Croix, quien le había seducido prometiéndole grandes recompensas: «La primera vez -reconoció- que Sainte Croix me dio veneno, me dijo que lo había obtenido de la marquesa, cuyos hermanos debían ser envenenados por él. Después de haberse consumado el delito, me dijo Sainte Croix que la señora de Brinvillers no sabía nada de aquello, lo que no me parece cierto, ya que ella no solamente me hablaba de venenos todos los días, sino que, una vez cometido el crimen, quiso convencerme para que huyera, entregándome incluso dinero a este fin. El envenenamiento de los dos hermanos d’Aubray lo intenté con agua y con caldo. En el vaso de agua del intendente había veneno rojo y en las pastas que serví, durante la fiesta del señor Villequoy, utilicé el del “agua trasparente”.»

De esta declaración se deduce que efectuó varios intentos hasta conseguir envenenar a los dos funcionarios.

«Sainte Croix también -dijo por fin- tenía grandes deseos de envenenar a la hermana de la marquesa. Se esforzó mucho en poder introducir uno de sus sirvientes de confianza, quien debía cometer el crimen. Pero fallaron todos sus intentos. Quizá fue por casualidad fortuita, porque alguien la aconsejó o quién sabe si la señorita d’Aubray sospechaba la verdad, ante las repentinas muertes ocurridas en el seno de su familia, desconfiando de todo y de cuantas recomendaciones pudieran llegarle de parte de su hermana. Sin embargo, apoyó a su hermana en la huida, a pesar de sus crímenes, mandándole constantemente dinero.»

La sentencia de muerte de La Chaussée fue ejecutada seguidamente en la plaza de la Greve.

Todo el peso de la acusación había recaído, después de estas investigaciones, sobre la marquesa de Brinvillers. Todo el mundo estaba convencido de que era culpable. Se pronunciaba con repulsión su nombre. Entretanto, se creía en su huida hacia el extranjero libre del brazo de la justicia. Pero la libre permanencia que conceden los príncipes a ciertos criminales en sus Estados, no rige para aquellos que han ahogado en su alma toda clase de sentimiento humano. La protección concedida por faltas menores, no significa ningún visado para criminales ante quienes tiembla la Humanidad. Deben de ser entregados a la justicia tan pronto son presentados los motivos de la extradición.

Con esta finalidad, enviaron un sargento de la policía montada, llamado Desgrais, hacia Lüttich, acompañado de varios ujieres, con un escrito real dirigido al Consejo de la ciudad, en el cual Luis XIV exigía la extradición de la marquesa para que se pudiera ejecutar la pena a que había sido sentenciada. El Consejo, a quien Desgrais entregó el escrito, junto con una copia del acta de la sentencia, no halló ningún motivo para no autorizarla inmediatamente y proceder a la detención de la señora de Brinvillers. Desgrais era uno de los agentes de policía más eficientes y famosos de París. Muy pronto supo que la marquesa se ocultaba en un convento. Pero no juzgó oportuno sacarla de aquella residencia, usando la violencia. Por un lado, temía el fracaso de su misión y, por otro, pensaba que una detención en el, convento tal vez podría considerarse como una irreverencia al producirse en lugar santo, pudiendo incluso llegar a convertirse en una protesta unánime de la ciudad.

Por lo tanto, decidió emplear la astucia. La marquesa era muy beata, pero esto no la impedía ser muy galante. Sobre esta base, trazó el policía su plan. Con el hábito de monje hizo su presentación a la marquesa: «Soy francés -le dijo- y no he querido pasar por Lüttich, sin antes visitar a la dama que inspira tanta compasión a todo el mundo por su infortunio y, al propio tiempo, la admiración general por su belleza.»

No podía él, por lo tanto, dejar de presentarle sus más fervorosos deseos. Hizo tan bien su papel que muy pronto pudo llegar al punto de poder hablar, graciosa y espiritualmente, sobre el amor. Fue atendido. Un convento es sitio inadecuado para llevar a cabo íntimos encuentros entre dos enamorados. Desgrais propúsole una salida al campo. Su proposición fue aceptada con gusto por la marquesa, la que, desde su retiro en el convento, habría tenido que rechazar el pensamiento de cualquier aventura amorosa. A la mujer criminal, sedienta de compañía de hombre, pareció muy bueno el plan, resultándose además tan picante que, ruborizándose, permitió al insistente monje que preparase la cita a su gusto. Apenas llegaron a la ciudad, el enamorado clérigo se transformó en el cruel sargento de policía, que la entregó a manos de los alguaciles, citados de antemano en un determinado punto.

Con una orden del Consejo, que le facilitaba la libre entrada en el convento, se dirigió Desgrais seguidamente al mismo y se llevó todo lo que encontró en el cuarto de la marquesa. esta estaba muy preocupada por la arquilla que el sargento halló debajo de su cama. Imploró insistentemente que le fuera devuelta inmediatamente. Pero Desgrais resultó sordo a toda súplica.

Finalmente pidió la restitución de unos papeles que, según ella decía, trataban de su confesión. Pero también esto le fue negado. Incluso el respeto que suele tener todo lo relativo al sacramento de la confesión, no pudo convencer a la policía para que devolviese los escritos. Consideraba un deber de su cargo no solamente la entrega de la criminal, sino también de todo aquello que pudiera servir para el esclarecimiento del delito, en manos de la justicia.

La marquesa intentó entonces otro medio para salvarse o, por lo menos, salvar su arquilla. Ofreció a uno de los guardianes dinero para que hiciera el encargo. Como éste Se Mostró dispuesto, le entregó una carta para un tal Theria, con quien había tenido durante su estancia en Lüttich un trato muy íntimo. En esta carta le pedía que acudiera inmediatamente en su ayuda y le librara de las manos del horrible Desgrais, quien la había engañado de manera tan miserable. En una segunda carta le informó de que toda la escolta se componía solamente de ocho agentes, que podrían ser dispersados fácilmente por cinco hombres decididos. En una tercera carta, escribió a su amado Theria que, aunque le resultase imposible libertarla por la violencia, fuera, por lo menos, a tratar, por todos los medios a su alcance, de apoderarse de su arquilla, pues, de lo contrario, estaba irremisiblemente perdida.

Ninguna de estas cartas llegaron a poder de Theria puesto que el guardia reveló la misión que le había encomendado la marquesa. No obstante, se presentó su amante en la ciudad de Maastricht, cuando la detenida iba conducida por aquella localidad, intentando sobornar a la guardia. Subió su oferta hasta mil pistolas, si dejaban escapar a la marquesa. Pero los policías franceses fueron insobornables. Perdidas todas las esperanzas de salvación, quiso la marquesa, desesperada, atentar contra su vida. Con este fin trató de tragarse una aguja; uno de sus guardias observó algo e impidió el su***dio.

Entretanto el Parlamento recibió la orden de que el juez de Instrucción se trasladara a Rocroi para tomar declaración a la detenida, El propósito de dicha orden era evitar un complot a favor de la criminal, que estaba en buenas relaciones con la mayoría del Parlamento, que tuviera tiempo suficiente de pensar sus respuestas o evasivas o que llegara a encontrar consejo en otra parte. El encargo se cumplió satisfactoriamente.

Tan pronto como llegó la marquesa a París, y fue encerrada en la prisión del Parlamento, se dirigió a monsieur Penautier que, como contador de la dieta y del clero de Languedoc, disfrutaba de un gran sueldo, de buenas relaciones y de una mesa lujosa. Por estas causas, gozaba del aprecio general, pudiéndose convertir realmente en protector. Pero llegó a comprometerse tanto en este asunto que necesitó para sí mismo todo el crédito que tenía.

Una carta que le escribió a la marquesa desde la cárcel del Parlamento fue interceptada, lo que le ocasionó grandes contratiempos. En ella le comunicaba, con toda franqueza, el grave peligro que la amenazaba de acabar su vida en el patíbulo y el comportamiento que pensaba adoptar en el interrogatorio. Se había propuesto, escribía, «negarlo todo y no aceptar el menor cargo». Le pedía consejo y le rogaba que hiciera prevalecer su influencia entre sus muchos amigos del Gobierno, para que intervinieran a su favor.

Ya de acuerdo con esta determinación, había actuado en este sentido durante su interrogatorio de Rocroi, rechazando tercamente toda acusación. No quería saber nada de las cartas escritas durante su detención. Tampoco quiso reconocer la arquílla de Sainte Croix, cuando le fue presentada. Referente al pagaré de las 30.000 libras, declaró que se lo había extendido a Sainte Croix a fin de que, presentado éste a sus acreedores como garantía, lograse retirar una demanda judicial contra él. Por ello, él había firmado otro pagaré, por el mismo importe, el cual se había extraviado en uno de sus numerosos viajes.

En la prisión mostraba exteriormente una tranquilidad que interiormente estaba muy lejos de sentir. Conocía el alcance de sus crímenes y se daba perfecta cuenta de que tampoco a los jueces les eran desconocidos. Constantemente flotaba alrededor suyo la imagen de la muerte que la aguardaba. En cuanto solicitaba, con fingida calma, poder jugar una partida de piqué, su único pensamiento era quitarse la vida. Escogió para ello un medio, con el que esperaba eludir mejor la vigilancia de sus guardianes. Se había proporcionado una jeringa de inyecciones, con el tubo muy largo, para podérselas poner ella misma,sin necesidad de ayuda ajena. Pretendía clavársela profundamente en el vientre para perforarse los intestinos. Estaba dispuesta a soportar estos atroces dolores antes de pasar por la humillación de ser ajusticiada por el verdugo, en nombre de la justicia. También se descubrió su propósito, de forma que le fue imposible ejecutar tan extravagante su***dio.

La más importante de las pruebas presentadas contra ella la proporcionó su propia confesión escrita. En ella había hecho constar las más secretas circunstancias de su vida. No existía casi ningún delito del cual no se acusara ella personalmente, como detallaba en su escrito. Ya, en principio, se declara ser pirómana, habiendo incendiado una casa. Por otra parte, conocedora, desde su más tierna infancia, del libertinaje, se entregaba al mismo con el ardor propio de una naturaleza apasionada, como también a la bebida.

Mme. de Sevigné escribe sobre ello en una carta, que figura en la colección con el n.º 269, a su hija Margarita: «La marquesa de Brinvillers manifiesta en su confesión -y se ha comprobado como cierto lo que en ella escribe, y no suele ser así- que, ya en el séptimo año de su vida, había dejado de ser virgen, prosiguiendo ya en su camino de crápula.» Prosigue diciendo que «envenenó a su padre, a sus hermanos y a uno de sus hijos». Incluso, intentando probar un contraveneno, se había tomado un tóxico ella misma. La propia Medea no llegó a tanto.»

Por último, reconoció dicha confesión como escrita de su puño y letra. Esta torpeza, toda una sarta de fecharías, atestigua que la escribió en estado febril. Son una mezcla de habladurías sin sentido que «no se pueden leer sin echarse a reír».

La Brinvillers tiene razón. No se pueden leer sus relatos sin reírse. Pero con la terrible risa del terror, la risa de la burla, del infierno.

Mme. Sevigné sigue diciendo: «No se habla ahora en todo París de otro asunto que del escándalo de la Brinvillers. Se cuenta una y otra vez lo que ella dice, se describe lo que hace, se excitan comentando su manera de comportarse. Parece que tenía anotado el asesinato de su padre en su confesión para no olvidar decírselo al confesor. Debe reconocerse que, en realidad, los pequeños remordimientos de conciencia, de los que teme olvidarse, son francamente admirables.»

La delincuente encontró un defensor muy hábil en el señor Neville, hombre famoso por sus genialidades, por su sabiduría y por la constancia que empleaba, con todas las fuerzas de su saber y poder de persuasión, intentando salvar a su cliente del cadalso. Hizo imprimir su escrito de defensa del cual extraemos los siguientes párrafos, muy interesantes, desde luego:

«La marquesa -decía ya en el principio de la defensa – tenía toda la culpa al dejar que echara raíces en su corazón un amor tan punible y resulta aún más censurable porque eligió al hombre más abominable de todos como objeto de su cariño. Ella lo ignoraba y tampoco lo supo reconocer más tarde. nste supo fingir, logrando ocultar la perversidad de su corazón bajo una máscara de rectitud. Él fue, únicamente, responsable del horrible destino que destruyó la familia de la marquesa. Y con este hombre vicioso, a quien tan tiernamente amó y a quien hizo confidente de sus males, se encontró fuertemente atada, herida por la repentina y triste pérdida de sus queridos familiares, buscando en él consuelo para mitigar su pena.

»Tan dañino malhechor obraba tan cruelmente que, mientras con una mano secaba sus lágrimas, atravesaba con la otra nuevamente su corazón. Éste había jurado el hundimiento de su familia y mantuvo su juramento. Ofendido sensiblemente por la actitud del padre, señor d’Aubray, que le arrancó de los brazos de su amor para dejar que se pudriera en la dureza de la prisión, había ido alimentando desde largo tiempo en su corazón, la más terrible de las venganzas. La codicia de dinero completó, por fin, la decisión que el odio había preparado desde el momento que fue encarcelado. Deseaba, al propio tiempo que daba satisfacción a su inmenso rencor, apoderarse de su gran fortuna. Disponía de dos motores en acción, que fueron suficiente poderosos para poner en marcha los propósitos de un alma tan negra y tan ruin. Es cierto que la fortuna no iba a parar a sus manos, pero la marquesa, a la que tenía dominada por completo, era la heredera y, lo que estaba en sus manos, lo manejaba él a su antojo. Maldijo ella el infortunio que puso estas riquezas en su poder y que tuvo que comprar con tan grandes pérdidas. Desconociendo la cruel mano de quien recibía tan desdichados regalos, hacía responsable a la misma naturaleza de este reparto, que hubiera comprado gustosa a cambio de su vida, si hubiera estado en sus manos … »

En las cartas, halladas en la arquilla de Sainte Croix, no existe muestra ni rastro alguno que la acusen de cómplice en tales perversidades. ¿No habría de haberse encontrado, de ser así, algún indicio, siendo que Sainte Croix guardaba tan celosamente cuando venía de ella? En sus cartas sólo se traslucía una gran confianza en el más tierno amor. Éstas demuestran la impresión de la más verídica pasión.

En ellas se ve reflejado todo su corazón, no pudiéndose hallar el menor detalle que pudiera expresar la más mínima participación de la señora de Brinvillers en estos horribles crímenes. Un asesino tan avispado como Sainte Croix sabía perfectamente que la impunidad de un delito depende de su secreto y que cada confidente, en el tejido de sus intrigas, ha de ser considerado siempre como un punto flaco por donde puede escurrirse fácilmente la verdad. Un criminal de esta calaña solamente se confía a sus más imprescindibles colaboradores y desprecia todos aquellos de quienes se puede temer que, por razón de la misma voz de la naturaleza, se asusten, ya en el primer momento. Si falla quedan descartados los atacados de remordimiento una vez cometida la acción, porque suelen convertirse en delatores.

Sainte Croix, con gran habilidad, supo hacer su mejor elección. No precisaba más que un solo ayudante para cometer sus fecharías. Y éste fue La Chausseé. Finalmente se ha demostrado que tenía razón al descargar sobre él su mayor confianza.

«Si tenemos en cuenta estas objecciones, con las particulares circunstancias de la marquesa, hay que desechar todavía más los motivos de cargo contra ella y hay que reconocer que se trata de la peor intencionada y calumniosa acusación que se podía hacer. Ninguna fechoría, ni tan siquiera la más leve recriminación, ha manchado jamás la sangre que corre por sus venas. Honor intachable y mejor conducta constituyen la herencia de sus antepasados y de todos los que ostentan el apellido d’Aubray. Los gérmenes de esta virtud, ya transmitidos al corazón por ley de nacimiento, han sido valorados por su selecta educación y esmerados cuidados.

»La naturaleza y su mala suerte han intentado derribar estas cualidades. Lo cierto es que la reputación de la marquesa no ha quedado del todo intachable. Pero todos los pasos que han producido una sentencia desfavorable contra ella, fueron solamente la consecuencia de un amor apasionado, que nació de una ofuscación y fueron secundados por la conducta amoral de su marido. Aparte de todo esto, su comportamiento, su carácter encantador y afable estaban tan en contradicción con el crimen que ahora se le imputa que, cuando estos delitos fueron cometidos, no inspiró a nadie la más mínima sospecha. Se le permitió, sin ninguna clase de duda ni obstáculos, tomar posesión de los bienes que, según se dice, adquirió cometiendo tales atrocidades.

»Es una verdadera desgracia que esta lamentable víctima de las calumnias haya de publicar sus debilidades para su defensa que, en otras circunstancias, hubieran sido veladas por el manto del pudor y la vergüenza. únicamente para librarse de un castigo inmerecido, se ve obligada a basar su defensa en sus propios deslices. La fidelidad absoluta, que derrochaba la marquesa hacia un rufián seme ante, su seductor y causante de sus deshonestas acciones, tiene solamente cabida en un tierno corazón. ¿Creen ustedes que un corazón así es capaz de cometer el asesinato de su padre y de sus hermanos? ¿Un corazón que compadece todo dolor y siente las desgracias de los demás como si fueran propias? Pero la calumnia hace, en este caso, una excepción con la marquesa para llevarla al cadalso. En ella han de estar los pensamientos más tiernos unidos con los más crueles, cosa completamente anormal, hasta en los animales salvajes.

»Ciertamente, no se puede negar que, a veces, el amor conduce por senderos incompatibles con los sentimientos familiares, si no está dominado. Sin embargo, teniendo en cuenta que ejemplos así son muy raros, pueden atribuirse tales sentimientos a los celos e incluso a la excesiva vigilancia. Es imposible que la marquesa haya envenenado a su padre y hermanos, para eliminar a un rival. Ni tampoco se puede comprobar que haya atentado jamás contra ninguna mujer. En la correspondencia a su amante, no se observa el menor síntoma de celos. Nunca se quejó verbal ni gráficamente de que su amante compartiera su amor con otra mujer. Asimismo tampoco estuvieron sus relaciones con Sainte Croix bajo una severa vigilancia. A su marido, cuya vida desordenada con toda clase de vicios, causante de su desliz, por su frialdad hacia ella, le importaba un comino sus relaciones con Sainte Croix, no poniéndole, como si se tratase de una extraña, ninguna clase de impedimento a sus goces amatorios. Su padre y sus hermanos no ejercieron ninguna presión sobre ella. Era lo suficientemente inteligente para engañarles. Murieron con la certeza de que las relaciones de la marquesa con Sainte Croix habían terminado hacía mucho tiempo.

»Por todo lo dicho, es imposible encontrar un solo motivo que haya podido inducir a tan sensible y amoroso corazón a cometer tales acciones.

»Sospechas de este calibre hablan a favor de la marquesa. Para repudiar hechos tan claros, pueden exigirse con razón pruebas más contundentes; para que pueda brillar la verdad haría falta un milagro. ¿Pero cuáles son las pruebas que se presentan contra la marquesa para llevarla al patíbulo?

»La más peligrosa de las testificaciones, que han declarado los testigos, es la de Cluets. Pero éste está solo; y un solo testigo no puede ser válido para sentenciar en este caso. Además, parece improbable que una dama de alcurnia haya hecho confidencias a persona tan insignificante. ¿Puede ser éste merecedor de su confianza?

»De los demás testigos, ninguno se ha presentado como testigo ocular. Ninguno puede relatar nada que haya visto con sus propios ojos. Todo lo que dicen son meras suposiciones.

»La declaración de La Chaussée antes de su ejecución, contiene dos partes. Primero declara con seguridad: Sainte Croix le confió que, no solamente no tenía parte la marquesa en el envenenamiento, sino que además lo ignoraba todo. La segunda parte de su declaración se basa solamente en suposiciones y conatos de acusación con los que este hombre indigno esperaba demostrar que cada afirmación de Sainte Croix era una mentira. Que la marquesa hablara con él repetidamente de venenos nos demuestra una vez más que sus pensamientos y su imaginación estaban preocupados con los crímenes, por cuya causa perdió a sus dos hermanos en plazo tan breve. Todo le recordaba aquellos tan trágicos sucesos y, por ello, era el principal tema de conversación entre sus amigos y parientes. Y justamente el hecho de que hablara incesantemente de envenenamientos, constituye otra prueba, que no debe pasarse por alto, y que habla en favor de su inocencia. Sabido es que los criminales no acostumbran a mencionar sus fecharías en la conversación. Esquivan todo cuanto pueda significar un indicio con el máximo cuidado. No suelen estar bastante curtidos; sus remordimientos se despiertan cada vez que se habla de crímenes de los que no son culpables. Temen como a sus propios delatores cada una de sus palabras, sus miradas, incluso cada gesto de su cara. Muy lejos, por lo tanto, debemos estar de utilizar cada conversación que mantuvo la marquesa sobre venenos como base de acusación de su complicidad con Sainte Croix en la ejecución de tan horrendos crímenes; por el contrario, debe ser aprovechada, como muestra de su inocencia.

»No existe el menor indicio de que la marquesa estuviera enterada del uso de los venenos que se hallaban entre sus cartas depositadas en la arquilla. Sainte Croix, acostumbrado a utilizarla para guardar las cartas de su amada y como archivo de sus secretos, eligió también este lugar para guardar sus armas criminales. Ni la marquesa tenía la más remota idea de que su amante fuera un envenenador profesional ni podía pensar que el archivo de sus secretos fuera al mismo tiempo almacén de los venenos más horribles.

»Además, sólo hace falta comparar las fechas de los envoltorios con la fecha del escrito de sus últimas voluntades para llegar a la total conclusión de que Sainte Croix, al dejar a la marquesa en herencia su arquilla, no pensó un solo instante en dejarle también los venenos. Por lo tanto, cuando designó heredera de la arquilla a la acusada, no debía encontrarse en su interior nada más que sus cartas de amor, lo que fue también motivo del legado. Está claro, pues, que la marquesa no tuvo ninguna participación en los envenenamientos. Si reclamó con tanta insistencia la arquilla, no fue para que le entregaran aquella repulsiva colección de venenos, colocados más tarde en la misma y de los cuales no quería saber nada.»

Éste fue uno de los párrafos más agudos con que trató de defender el señor Neville a la marquesa. Pero el hecho de haber muerto envenenados sus dos hermanos estaba ya comprobado en las actas entregadas por un médico, dos cirujanos y un farmacéutico. La complicidad de Sainte Croix, la marquesa y La Chaussée quedó plenamente demostrada al coordinar y completar todas las testificaciones. Las contestaciones de la propia marquesa contienen la prueba más convincente. ]Éstas son sus respuestas anotadas en el acta:

Con motivo de su huida de Francia, habla de ciertas desavenencias con su cuñada. Escribió la confesión, que encontraron entre los papeles de su arquilla, cuando se encontró en país totalmente desconocido, abandonada de todos sus parientes y amigos, en tiempo de tan extremada pobreza que tenía que contar cada céntimo para poder comer, estando su ánimo tan maltrecho que no supo lo que hacía y mucho menos lo que escribía. A la pregunta sobre el primer artículo de su confesión, que se refiere al incendio de una casa, así como sobre seis preguntas más, contestaba siempre con negativas; si lo escribió, debió de ser en un estado de total enajenación de espíritu. Asimismo manifestó su inocencia al serle preguntado si había envenenado a su padre y a sus dos hermanos. A la pregunta sobre sus palabras, «mi hermana no vivirá mucho más», contestó que no fueron debidas a estar enterada de la preparación de un nuevo envenenamiento; se expresó así debido al mal estado de salud de su hermana, cuyas enfermedades, ya entonces igual que en la actualidad, la seguían atormentando. Dijo además que había olvidado en qué fecha escribió su confesión. Añadió que había abandonado Francia por consejo de sus parientes. A la pregunta: ¿Por qué le habían dado sus parientes este consejo?, contestó que fue por lo ocurrido a sus hermanos; confesó además sus relaciones con Sainte Croix, después de ser liberado de su prisión en la Bastilla. A la pregunta de si había consultado con él su propósito de matar a su padre, contestó que ya no se podía acordar de nada más. Tampoco se podía acordar si Sainte Croix le había entregado polvos u otros medicamentos, así como tampoco de que dijera que tenía medios para hacerla rica.

Le presentaron ocho cartas escritas de su puño y letra y le preguntaron a quién las había escrito. Contestó que ya no podía acordarse de ello. Referente al pagaré de las 30.000 libras, que había entregado a Sainte Croix, preguntaron si lo había extendido antes o después de la muerte de sus hermanas. Contestó que ya no podía acordarse. Más tarde dijo que Sainte Croix había pedido prestada dicha suma a un amigo para entregársela a ella, habiéndole entregado entonces ella a cambio el pagaré. Confesó que estuvo tres veces en la farmacia Glazer para consultar sobre su salud. A la pregunta de por qué había pedido consejo a Penautier, contestó que sabía, por mediación de sus amigos, que éste estaba en condiciones de octknarse con energía de sus asuntos.

«¿Por qué -insistieron- añadió que tenía la seguridad de que haría todo lo que le aconsejara?»

En realidad, ni ella misma lo sabía. En su estado actual, necesitaba pedir consejo a cualquiera.

«¿Por qué escribió a Theria que la liberara?» No comprendía qué querían decir con esto. «¿Por qué había dicho, en otra carta a Theria, que estaba perdida si no podía apoderarse de su arquilla?» Tampoco podía acordarse.

Cuando le enseñaron la arquilla de Sainte Croix, dijo que no le pertenecía y que no la conocía.

Basta con leer las contestaciones de la procesada, para darse cuenta de que la verdad, que tanto trata de ocultar, resalta en ocasiones con mayor fuerza. Se observa el fracaso de un alma tenebrosa, capaz de cometer las mayores crueldades sin temblar mientras no teme ser descubierta, pero que, a la vista del juez, pierde toda su intensidad. Se habia propuesto firmemente negarlo todo; la precipitación y el pánico pusieron respuestas en su boca que, contra su voluntad, ponían en evidencia diáfana la verdad, encubierta con tanto tesón y fuerza de espíritu.

Si realmente hubiese sido inocente, no hubiera contestado ante una acusación que tenía forzosamente que sublevar su interior: «No sé que haya envenenado a mi padre ni a mis hermanos.» La simple pregunta hubiera tenido que provocar en ella una respuesta llena de indignación contra sus acusadores, incluso contra el juez. Su propio sentido de culpabilidad la ha desposeído totalmente de escudarse tras un rotundo no y, en su azoramiento, no ha sabido hacer otra cosa que aparentar ignorancia. No sabe si ha matado a su padre y hermanos. Todas sus restantes contestaciones también llevan el mismo sello.

Las declaraciones de la marquesa y las testificaciones presentadas contra ella concluyeron en el Tribunal Supremo.

El 16 de julio de 1676 fue leído, en la convocatoria de la Gran Cámara y en la Cámara Criminal del Parlamento, el siguiente escrito de sentencia contra la marquesa:

«María Margarita d’Aubray, esposa del marqués de Brinvillers, es declarada culpable de haber envenenado a su padre, Drogo d’Aubray, a sus dos hermanos, Antonio d’Aubray, intendente de París, y al señor d’Aubray, consejero, así como de haber atentado contra la vida de su difunta hermana, Teresa d’Aubray. Por todo ello es sentenciada a la merecida pena de tener que ir descalza, atada con una cuerda al cuello y llevando un cirio de dos libras encendido en la mano, sobre un carro, hasta la puerta de la iglesia principal de París, donde hará penitencia. Puesta de rodillas, reconocerá públicamente que, tanto por avaricia como por venganza, envenenó a su padre y a sus dos hermanos y atentó contra la vida de su hermana. De allí será conducida a la plaza de Grive, donde estará montado el patíbulo en que ha de ser decapitada, quemado su cuerpo y esparcidas sus cenizas por el aire. Pero antes deberá ser transportada a la cámara de torturas ordinaria y extraordinaria para que indique sus cómplices.

»Al mismo tiempo, queda desposeída de la herencia de su padre, hermanos y hermana desde el día que se cometieron los crímenes; toda la fortuna será confiscada por las autoridades. Y de la parte de sus bienes, que no entran en la confiscación, deberán abonarse 4.000 libras, como penitencia, al rey; 5.000 libras a la capilla de la prisión del Parlamento para misas por el alma de su padre, de sus hermanos y hermana; 10.000 libras para el sustento de la señora de Villarceau, viuda del seííor d’Aubray, y, además, para el pago de todos los gastos del proceso, así como también los gastos del proceso de La Chaussée.»

La marquesa escuchó la sentencia sin demostrar ningún síntoma de miedo. Pero, al llegar al fin, pidió que se repitiera lo referente al carro, lo que había ocupado, desde un principio, su atención, entreteniendo su imaginación con dicho detalle, por lo que le impidió prestar atención a lo demás. Cuando se la condujo a la cámara de los suplicios y vio tres grandes cubas de agua depositadas allí, gritó: «¡Parece que me van a ahogar, porque no me considero con fuerzas para beberla!»

Hasta aquel momento, había vivido con la esperanza de deslumbrar a sus jueces con una actitud firme, negando simplemente todos sus crímenes. Ahora, ante la tortura, confesó todo voluntariamente.

El señor Pirot, doctor de la Sorbona, con quien se confesó, la acompañó hasta el lugar de la ejecución y posteriormente escribió una narración muy sentimental sobre las últimas veinticuatro horas de la marquesa:

«Solicitó que le dieran la comunión, pero no se lo concedieron. Nunca se da a criminales sentenciados a muerte. Ante esta negativa, pidió pan santificado, como hizo su primo, mariscal de Marsillac, antes de ser ejecutado. Pero también le fue negado porque el crimen del mariscal no fue tan horrible como los cometidos por ella.»

La afluencia de gente, que quería presenciar la ejecución, fue enorme. No solamente la plaza del patíbulo, sino también las calles por donde fue conducida, estaban invadidas por la multitud. En ventanas y tejados se esperaba, cabeza con cabeza, el paso de la envenenadora aristócrata.

El famoso pintor Le Brun se colocó en un lugar estratégico, desde donde la podía contemplar, para poder copiar la expresión de la muerte en su semblante, segundos antes de la terrible y justa ejecución. No le fue posible hallar en su faz lo que buscaba. La marquesa, acostumbrada ya al cuadro de la muerte, por haberla distribuido en varias ocasiones, había conseguido adoptar una dureza tal que incluso la hizo insensible a su próximo y fatal desenlace. Ni por un solo instante perdió su presencia de espíritu de forma que, cuando ya era conducida hacia el lugar de su ejecución, donde la esperaba una humillante y atroz muerte, en la posición más indigna de un ser humano, contemplaba con aplomo lo que sucedía a su alrededor. Abarcó con una fría mirada a un grupo de damas de la alta sociedad, que también habían acudido a curiosear y gritó amargamente: «¡Ciertamente es un gran espectáculo para ustedes, señoras!»

Madame de Sevigné no faltó a la ejecución. En su carta del 17 de julio de 1676 escribió:

«Todo ha terminado ya para la Brinvillers. Ahora ya se encuentra en el aire. Su pequeño y pobre cuerpo fue echado a una gran hoguera, una vez decapitado, esparciendo luego al aire sus cenizas. Ahora la podemos respirar y Dios sabe con qué mezcolanza de venenos nos intoxicará ahora a capricho mediante esta transmisión.»

«Ayer se dictó la sentencia. Esta mañana se la han leído. Quisieron torturarla pero aseguró que no era necesario, que estaba dispuesta a confesarlo todo. Verdaderamente hasta las cuatro ha estado dando una versión de su vida, que todavía es más horrible de lo que se creía. Diez veces consecutivas dio veneno a su padre, antes de que lograra su fin. Cada vez le fingía el cariño más acendrado.»

«Luego exigió hablar con el Procurador General. Estuvo durante una hora con ella. No se sabe lo que todavia pudo contarle. »

«A las seis, vestida únicamente con una camisa, fue conducida, atada con una soga al cuello, a la iglesia de Nuestra Señora para que hiciera penitencia. Luego fue izada nuevamente a la carreta. En este lugar la vi yo misma, echada de espaldas sobre la Paj*, con una cofia sobre la cabeza, el clé,rigo a un lado, el verdugo al otro. Todos mis miembros temblaron ante aquel cuadro. Aquellos que presenciaron la ejecución aseguran que subió al cadalso valerosamente. Yo, por mi parte, estaba con el buen Deseurs en el puente de Notre Dame. Nunca he visto en París tanta agitación. Si me preguntan a conciencia qué fue lo que vi, he de reconocer que no recuerdo haber visto más que una cofia blanca. Fue un día horroroso. Hoy me enteraré de más detalles y los sabrá mañana.»

«Todavía un par de palabras más sobre la Brinvillers -decía en su próxima carta- Murió como había vivido, con decisión. Camino del patíbulo, rogó a su confesor que hiciera sentarse al verdugo de forma tal, delante de ella, que no tuviera la necesidad de ver al granuja de Desgrais, aquel agente de policía que le había prendado una vez y que, con su falso juego amoroso, la hizo caer en la trampa. Desgrais acompañaba el carro montado a caballo. Debido a que el padre no pudo complacerla, replicó: “¡Oh, Dios mío, ruego tu perdón! ¡Aparta de mí esta horrible visión!” La marquesa sentía mucho más el ridículo de los hechos de su detención que la propia detención que la conducía ahora hacia la muerte.

»Sola, por su propio pie, subió al patíbulo. Tardó todavía un cuarto de hora antes de que los verdugos la tuvieran preparada; los mirones ya empezaban a impacientarse.

»Al día siguiente se recogieron los residuos de su esqueleto, pues el populacho estaba convencido de que era una santa.»

«Antes de su detención -dice- tuvo dos confesores. “El uno -decía-, exige que se lo diga todo. El otro, en cambio, aseguraba que no tenía que hacerlo . Yo -añadió riéndose de esta diversidad de opiniones- puedo hacer lo que me plazca.”

»A ella le ha complacido no decir nada sobre sus cómplices. Penautier, su avalador, sale más blanco que la nieve de este asunto. El público no está satisfecho.»

“.El mundo siempre es injusto -dice Madame de Sevigné en su próxima carta, que sigue hablando todavía de la ejecutada-. También lo fue con la Brinvillers. Nunca se ha tratado un crimen tan horrible de esta manera. No han torturado a la envenenadora. Incluso se llegó a hacerla creer en el indulto de tal forma que llegó a pensar que podría salir con vida. Todavía dijo al momento de subir al cadalso: «Ahora sí creo que ya todo está terminado». Entretanto está por los aires y su confesor asegura que es una santa; iluminada por la luz de la clemencia, penetrada de pena y remordimiento y tan sinceramente convertida, el confesor, en su entusiasmo, llegó a expresar el deseo de estar en su lugar.» El marqués de Brinvillers no fue complicado durante el proceso de su mujer y nadie ha sabido lo que fue de él después de la ejecución.

Madame de Sevigné cuenta todavía que pidió clemencia para su esposa. Seguramente debió buscar paz y tranquilidad en un apartado lugar y también con el objeto de borrar de la memoria del público un nombre, que sirve ahora para evocar los más terribles crímenes. Cuando se habla de envenenar a alguien, se dice textualmente: «Donner un morceau á la Brinvillers.»

El farmacéutico Glazer fue llamado a responsabilizarse durante el proceso por haber entregado a Sainte Croix las materias primas que necesitó para sus aleaciones venenosas. Le costó mucho trabajo conseguir la absolución completa.

Contra el señor Penautier, con motivo de las cartas que le escribió la señora de Brinvillers desde la cárcel, se puso todo en marcha. De su correspondencia se deducía que debía haber mantenido relaciones muy íntimas con la criminal. También sus relaciones con Sainte Croix por el asesinato de su marido. Declaró que el marido, Saint Laurent, recaudador general de clerecia, fue envenenado por el sirviente recomendado por Sainte Croix. Esta mujer asegura que Sainte Croix efectuó este envenenamiento por indicación de Penautier, quien estaba decidido, desde hacía tiempo a apoderarse a la fuerza del cargo que ocupaba su marido, quien se lo había quitado a su competidor. Basó principalmente su acusación en el interés que tenía el señor Penautier en eliminar a su marido con cuya muerte vengaría, al mismo tiempo, al odiado rival y obtendría asimismo uno de los cargos más remunerativos. Trataba de justificar esta mujer que había sido utilizado Sainte Croix para este envenenamiento, especialmente por los lazos íntimos de amistad que unían a Penautier con aquel horrible criminal. «Sainte Croix -decía ésta – recibía de Penautier tanto dinero como para poder mantener una casa, criados, cochero, ete. En una palabra, una lujosa mansión. Un gasto así no se acostumbra mantener con un tercero por simple amistad. Pero, ¿qué motivo podía tener Penautier para llenar de tantas dádivas a Sainte Croix, si no era por los servicios realizados por él con su arte de envenenar? Pero era muy natural que, con la realización de tamaños complots, percibiera una parte de los ingresos del cargo ostentado por su amigo a quien se lo había proporcionado con riesgo de ir a parar a la hoguera. La íntima amistad que existía entre aquellas dos personas era bien conocida. Todo el mundo sabía que no podía vivir el uno sin el otro, que diariamente estaban juntos y que, cuando Sainte Croix no podía acudir, enviaba, por lo menos, a su compinche de atrocidades, Martín, a casa de Penautier. También la relación de su última voluntad, que Sainte Croix hizo a favor de la marquesa de Brinvillers y que se hallaba en aquella enigmática arquilla, es una prueba fehaciente del trato íntimo que le unía con Penautier; a nombre de éste iba dirigida y a éste debía ser entregada.

Finalmente, aseguraba la señora de Saint Laurent:

«Sainte Croix recibió, como premio por sus servicios a Penautier, una asignación muy elevada.» El tal Penautier demostró ser tan listo que hizo desaparecer del interior de la arquilla dicha asignación antes de que se estableciera una relación del inventario.

Estos eran por lo tanto los motivos con los que se quería demostrar que Penautier era cómplice de Sainte Croix, habiendo utilizado el arte del envenenamiento en su propio provecho. Si bien bastaron estos motivos para poner en entredicho su comportamiento y su buen nombre, no podían servir al juez como pruebas para hacerle condenar.

El Parlamento también halló insuficientes dichas pruebas y le declaró inocente de la acusación, restituyéndole en todos sus cargos. Sin embargo, el público sí le sentenció. Se aíirinaba públicamente que no hubiera eludido el justo castigo, si no hubiera repartido dinero a manos llenas. En París se decía de él el siguiente verso de burla:

Si Penautier dans son affaire

n’ha pu trouver que des amis,

c’est quil avoit sou se defaire

de ce qu’il avoit dennemis.

Si, pour paroitre moins cotipable .

Il fait largesse de son bien

c’est qu’il prévoit bien, que sa table

ne lui conterá jamais rien.

Cuando, en 1858, los editores del Nuevo Pitaval se hicieron cargo de las actas completas del letrado parisiense Francois Gayot sobre el caso de la marquesa de Brinvillers, tomaron nota de que hacía cinco años, o sea, en 1853, se hizo el macabro descubrimiento en las ruinas de la casa, que había habitado la marquesa de Brinvillers en París, de tres esqueletos.

Pertenecían éstos a dos hombres y a una mujer joven.

«Este hallazgo de huesos humanos, de un crimen cometido hacía doscientos años de una forma secreta en las celdas del hotel de la envenenadora -decía la «Gazette des Tribunaux»-, había abierto un amplio campo a las suposiciones.»

Los unos creían que estos tristes restos, sobre los cuales cayeron los picos demoledores de los trabajadores, pertenecían a los dos hermanos y a una pariente de la marquesa, envenenados conjuntamente con otras cinco personas, por medio de la pasta de paloma envenenada. Pero esta suposición no es admisible. Las actas del proceso criminal , las declaraciones del lacayo Jean Goulains quien sirvió el día del crimen la mesa y las deducciones ante el texto de la sentencia prueban que el envenenamiento se efectuó en la Misma casa de campo donde anteriormente ya se había efectuado el de d’Aubray, padre de la marquesa. Por lo tanto, no fue en su lujosa mansión de París. Otros opinan que estos tres esqueletos pertenecían a tres de los favoritos de turno de esta mujer fogosa, hambrienta de amoríos que, como una furia, se lanzaba igualmente a las orgías del crimen que a las locuras del amor. Por fin, otros, basándose en los muchos pleitos que tuvo que sostener la marquesa por asuntos de herencias, los cuales sabía decidir tan repentinamente a su favor, opinan con razón que los tres esqueletos sólo pueden corresponder a tres enemigos personales a quienes ella decidió aniquilar.

Otras muchas hipótesis han surgido que derivan en verdaderas novelas. Ciertamente, ya en tiempo de la Brinvillers, creció este caso en proporciones novelescas, tanto por interés como por curiosidad. Ha sido usado también con la intención de avivar esta curiosidad con otros fines; mientras, aquí sólo se reproducen hechos verídicos sacados de las Actas de Frangois Gayot exprofeso para esta Colección.



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Joe Ball

Joe Ball - El carnicero de Elmendorf - El hombre aligator - El Barba Azul de Texas
  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Se deshacía de los cadáveres de sus víctimas dándoselos de comer a los caimanes
  • Número de víctimas: 5 - 14 +
  • Fecha del crimen: 1936 - 1938
  • Fecha de detención: 24 de septiembre de 1938
  • Date of birth: 7 de enero de 1896
  • Perfil de la víctima: Mujeres jóvenes
  • Método del crimen: Arma de fuego
  • Lugar: Elmendorf, Estados Unidos (Texas)
  • Estado: Se suicidó el mismo día que fue detenido
Índice

Joe Ball
Última actualización: 3 de enero de 2016

De 45 años. Tejano. Propietario de la hostería de la Amistad y dedicado a la cría de caimanes. Era un hombre de intensa vida sexual que utilizaba a sus amantes (cuando comenzaba a cansarse de ellas), como alimento de sus cinco caimanes domesticados.

En septiembre de 1937 desapareció una de sus camareras, hecho que se repetía a menudo en la hostería. Hazel Brown, de 22 años, había dejado allí, como habían hecho inexplicablemente todas las anteriores, sus vestidos y objetos personales.

Su madre comunicó sus sospechas al sheriff de la localidad, John Klevenhagen, quien había recibido ya varios informes poco favorables sobre la hostería, mal llamada «de la Amistad».

Se decía que un vecino de Joe Ball, horrorizado de la violencia de este, había abandonado su hogar, trasladándose con su familia a otra región. Otro de sus vecinos, el policía Elton Cude, contaba que el estanque donde Ball tenía sus caimanes, situado casi en el lindero con su propiedad, despedía un olor pestilente y que al quejarse de ello al hostelero, este le amenazó con un revólver.

Cude determinó averiguar el motivo del hedor y algún tiempo después pudo llegar, sin ser visto, hasta el estanque y en un barril de lluvia que había junto al mismo, creyó ver flotando algo que le pareció ser trozos de carne. Cuando el sheriff le interrogó sobre esto, Joe Ball declaró que se trataba de la carne que compraba para sus caimanes, la cual había tirado allí porque se había estropeado.

La policía averiguó que Hazel Brown había abierto una cuenta en un banco pocos días antes de su desaparición y que desde entonces no había realizado ninguna operación. De la misma forma que Hazel, habían desaparecido muchas otras camareras de la hostería así como la segunda y la tercera mujer de Joe Ball.

Sometido a un largo interrogatorio, Ball declaró que no conocía el paradero de ninguna de dichas mujeres. Al volver a la hostería, creyendo erróneamente que una de sus leales sirvientas le había traicionado, Joe Ball se dirigió al mostrador, sacó de su escondite un revólver y se disparó un tiro, procedimiento que había utilizado seguramente para deshacerse de sus víctimas. El sheriff declaró más tarde que durante el interrogatorio Ball parecía muy abatido.

El antiguo vecino de Joe Ball que había abandonado la comarca, declaró entonces que una noche de 1936 había visto al hostelero descuartizar el cuerpo de una mujer y echar después los trozos a los caimanes: «…Me apuntó con su revólver… ; dijo que me dejaba marchar vivo porque tenía muchos hijos…»

Los cinco caimanes fueron enviados al parque zoológico de San Antonio.

Joe Ball, El Carnicero de Elmendorf
LatinoSeguridad.com

Frank Ball llegó a Elmendorf, un pequeño pueblo al sudeste de San Antonio, Texas, alrededor de 1885. A través de un préstamo del banco local abrió una fábrica para procesar algodón y la llegada del tren, pocos años después, hizo prosperar su negocio volviéndolo rico. Frank se casó con Elizabeth, y acrecentó su fortuna haciendo negocios de bienes raíces, eventualmente abrió una gran tienda en el pueblo.

La familia Ball crió en total ocho hijos, Joseph D. Ball, su segundo hijo, nació el 7 de enero de 1896. La niñez de Joe Ball fue normal, pero era un niño de carácter retraído que disfrutaba más de la pesca y largas excursiones en solitario que de actividades con otros chicos. Siendo ya un adolescente adquirió pasión por las pistolas y solía pasar largas horas practicando el tiro, se sabe que llegó a ser un tirador muy habilidoso.

En 1917, cuando los Estados Unidos declaran la guerra a Alemania, Joe se alista y es enviado al frente poco después. No existen registros sobre su desempeño durante la guerra, pero sobrevive y en 1919 es dado de baja honorablemente y regresa a Elmendorf.

A su regreso trabaja durante algún tiempo con su padre, pero al parecer, los dos años en las trincheras le hacen difícil adaptarse a la vida civil y renuncia. Habiendo aprendido algo de negocios, se da cuenta que La Prohibición ha dado lugar a una gran demanda de licor ilegal por lo que decide dedicarse al contrabando y, a pesar de los riesgos (que parece disfrutar), se dedica a recorrer la región en su Ford modelo A vendiendo whisky.

A mediados de los años 20, Joe Ball contrata a un joven afroamericano llamado Clifton Wheeler para que le ayude en el negocio, un tipo inteligente y más bien taimado que pronto queda encargado del trabajo sucio. Se ha dicho que Clifton temía a Joe, ya que cuando este se emborrachaba se entretenía haciéndolo bailar disparando a sus pies.

Al finalizar La Prohibición, el negocio de Joe se vino abajo, pero, aprovechando sus conocimientos en el negocio del licor, decide abrir una cantina. Así es como, tras comprar un terreno a la orilla de la carretera a las afueras de Elmendorf, construye una taberna con dos habitaciones en la parte de atrás, y la bautiza con el nombre de Sociable Inn. El lugar no es más que una habitación grande con mesas y un piano en donde los parroquianos pueden beber y ocasionalmente disfrutar de una pelea de gallos.

Aun cuando el negocio parece ir bien, Joe Ball siente que debe de contar con alguna atracción que haga llegar más clientes así que construye, en la parte trasera de la taberna, un pequeño lago artificial rodeado con una reja de tres metros de altura en donde pone cinco caimanes vivos, uno grande y cuatro más pequeños. El éxito es inmediato y sus nuevas mascotas atraen a muchos nuevos clientes. Los sábados son especialmente concurridos ya que ese día Joe tiene un espectáculo especial que consiste en alimentar a los caimanes con algún mapache, perro, gato o cualquier otro animal vivo del que pueda echar mano.

Además de los caimanes, el éxito de la taberna está en que Joe Ball siempre se las arregla para contratar chicas jóvenes y guapas para atender a los parroquianos. Ninguna de las chicas parece quedarse demasiado tiempo, pero él siempre lo explica diciendo que son chicas que van de paso buscando la manera de hacer un poco de dinero rápidamente.

En 1934 Joe conoce a Minnie Gotthardt, una chica de 22 años de Seguin a quien apodan Big Minnie. A pesar de que ella no agrada a la mayoría de sus clientes, Joe Ball comienza una relación con ella y juntos atienden el Sociable Inn durante los siguientes tres años. Los problemas comienzan cuando Joe se enamora de una de sus meseras más jóvenes, Dolores Buddy Goodwin. Las cosas se complicaron aun más en 1937 cuando entra a trabajar a la taberna Hazel Schatzie Brown, una guapa chica de 22 años que de inmediato comienza a recibir las atenciones de Joe Ball.

En el verano de 1937 el problema de Joe se soluciona parcialmente al salir de escena Big Minnie; según explica a amigos y familiares de la mujer, Minnie decide dejar el pueblo tras dar a luz a un bebé de color. Algunos meses más tarde Joe Ball se casa con Dolores, a quién confía que no es verdad que Minnie huyera, según le cuenta, la verdad es que él la llevó a una playa cercana, le disparó en la cabeza y la enterró en la arena. Ella no le cree y el asunto no se vuelve a tratar entre ellos.

En enero de 1938 Dolores se ve envuelta en un accidente automovilístico que casi le cuesta la vida, como resultado le es amputado el brazo izquierdo. Rápidamente comienzan a correr rumores de que la verdad es que uno de los caimanes de Joe le había arrancado el brazo. Independientemente de cual haya sido la verdad, Dolores desapareció misteriosamente el siguiente abril y no demasiado tiempo después Hazel también.

Quizá las mujeres no fueran muy fieles a Joe Ball ni él a ellas, pero ese no era el caso con sus caimanes. Según se cuenta, cuando un vecino reclamó a Joe por el fuerte olor a carne podrida del alimento de sus mascotas, Joe tomó una escopeta y le sugirió que no se metiera en asuntos que no eran de su competencia a menos que quisiera terminar como alimento él mismo. El vecino decidió mudarse a otro pueblo.

El negocio de Joe parecía ir viento en popa no obstante la continua desaparición de sus ayudantes, pero a mediados de 1938 la familia de Minnie comenzó a hacer preguntas de nuevo al no poder localizarla a pesar de los esfuerzos de la oficina del sheriff del condado de Bexar. Como Joe Ball había sido su último amante y patrón conocido fue interrogado en varias ocasiones, sin embargo, sin evidencias de algún crimen, tuvieron que dejarlo en paz.

Algunos meses más tarde, los familiares de otra chica desaparecida, Julia Turner, de 23 años, acudieron a la policía. Como Julia también había sido empleada de Joe nuevamente la policía lo interrogó, él les dijo que al parecer la chica había tenido algunos problemas locales y había decidido marcharse del pueblo. Las investigaciones de la policía concluyeron que ella no había regresado al departamento que compartía con otra chica, su ropa y efectos personales aún estaban ahí, los investigadores regresaron a la taberna e interrogaron de nuevo a Joe Ball. Esta vez él «recordó» que la chica estaba realmente desesperada y él le había prestado quinientos dólares, ya que ella ni siquiera quería regresar a su departamento.

Durante los meses siguientes dos chicas más, empleadas de Joe Ball, desaparecieron. Los ayudantes del sheriffinterrogaron a Joe durante horas, pero no lograron sacarlo de su postura: las chicas habían dejado el pueblo, él no sabía nada más. Al no tener alguna prueba contra él, de nuevo tuvieron que dejarlo ir.

El 23 de septiembre de 1938 la suerte de Joe comenzó a decaer. Un viejo vecino de Joe Ball declaró a la policía que lo había visto cortando pedazos de carne humana para alimentar a sus caimanes. Mientras la policía decidía que acción tomar, un méxico-americano pidió ayuda al alguacil del condado de Bexar, John Gray, acerca de un barril «con olor a muerto» que Joe había dejado tras el granero de su hermana. A la mañana siguiente los alguaciles John Gray y John Klevenhagen fueron a investigar, pero el barril había desaparecido. De nuevo decidieron visitar a Joe Ball.

Cuando Gray y Klevenhagen llegaron al Sociable Inn informaron a Ball que lo iban a llevar a San Antonio para interrogarlo, Joe accedió y pidió permiso para cerrar apropiadamente el establecimiento, ellos accedieron. Joe Ball tomó una cerveza y la dejó caer, se acercó a la caja registradora y oprimió la tecla «NO SALE» («Sin Venta»), cuando el cajón de la registradora se abrió tomó de él un revolver colt calibre 45 y tras colocárselo contra el pecho jaló del gatillo ante la impotencia de los agentes. El disparo fue mortal.

Alguaciles de toda la región convergieron en la taberna para la investigación. Tras encontrar carne en estado de putrefacción en el lago de los caimanes y un hacha cubierta con sangre y pelo desarrollaron la teoría de que Joe Ball descuartizaba a sus víctimas y alimentaba con ellas a sus mascotas.

Las investigaciones concluyeron que solamente Clifton Wheeler podría haber ayudado a Joe Ball en estas espeluznantes tareas, así que Wheeler fue detenido y llevado a San Antonio para su interrogatorio.

Al principio Wheeler negó tener conocimiento alguno de las acciones de Joe, pero tras todo un día de preguntas, finalmente aceptó colaborar. Explicó a los agentes que Hazel Brown, una de las chicas de Joe Ball se había enamorado de otro hombre y estaba planeando irse para comenzar una nueva vida. La noticia, y el que ella lo acusara de haber asesinado a Minnie, hicieron que Joe perdiera los estribos y la matara. Para poder corroborar el hecho le pidieron que les mostrara en donde estaba enterrado el cuerpo.

Al día siguiente, Wheeler los condujo a un sitio apartado, a unas tres millas de pueblo, cerca del río San Antonio. Ahí comenzó a cavar en un sitio en que la tierra estaba medio suelta y poco después descubrieron dos brazos, dos piernas y un torso en avanzado estado de putrefacción; cuando le preguntaron por la cabeza, él señaló los restos de una hoguera. Entre las cenizas se encontraron una mandíbula, algunos dientes y pedazos de un cráneo humano.

Wheeler les contó que una noche, tras haber estado bebiendo copiosamente, Joe le había ordenado traer algunas cobijas y una lata de alcohol, después habían recogido del granero de su hermana un barril de 55 galones y en el auto de Joe lo habían llevado hasta el río. Una vez ahí, Joe Ball lo había obligado, a punta de pistola, a cavar una fosa y cuando abrieron el barril dentro estaba el cadáver de Hazel. Siempre bajo amenazas, lo había obligado a ayudarlo a desmembrar el cadáver. Una vez enterrado Joe Ball arrojó la cabeza de Hazel a la fogata.

Cuando lo interrogaron sobre Minnie Gotthardt, dijo que Joe la había llevado a Ingleside, cerca de Corpus Cristi, donde después de beber en cantidad, le había pegado un balazo en la cabeza. Joe Ball la mató porque descubrió que estaba embarazada y no quería que esto interfiriera en su relación con Dolores. Ambos la enterraron en la arena.

El 14 de octubre de 1938 fue encontrado el cuerpo de Minnie donde Wheeler había dicho que estaría.

Cuando fue interrogado sobre la desaparición de las otras chicas negó saber algo al respecto. Wheeler se declaró culpable de complicidad bajo amenazas y fue condenado a dos años de prisión.

Entre las cosas que se encontraron en la taberna de Joe había un álbum con fotografías de docenas de mujeres, nunca se comprobó que Ball las hubiera conocido realmente, pero según el alguacil J. W. Davis podría ser la pista de varios otros asesinatos.

En cuanto a Dolores, fue localizada varios meses más tarde en California, adonde había huido para comenzar una nueva vida. También fue encontrada en Phoenix, Arizona, otra de las chicas supuestamente desaparecidas. Los caimanes de Joe Ball terminaron en el zoológico de San Antonio.

Las investigaciones concluyeron que la sangre y pelo encontrados en el hacha tomada de la taberna de Joe Ball no eran humanos, pero muchas de las chicas desaparecidas jamás fueron localizadas. En 1957, Dolores declaró en una entrevista con el periódico San Antonio Light que Joe Ball era un hombre dulce y cariñoso que jamás haría daño a nadie que no le obligara a ello, además dijo, que Joe había alimentado a sus caimanes con carne humana… La duda quedará por siempre…



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Petr Zelenka

El asesino de la Heparina
  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Enfermero - Envenenador
  • Número de víctimas: 7
  • Fecha del crimen: Mayo - Septiembre 2006
  • Fecha de detención: 1 de diciembre de 2006
  • Fecha de nacimiento: 1976
  • Perfil de la víctima: Hombres y mujeres (pacientes hospital)
  • Método del crimen: Envenenamiento (sobredosis del fármaco anticoagulante Heparina)
  • Lugar: Havlíčkův Brod, República Checa
  • Estado: Condenado a cadena perpetua el 22 de febrero de 2008
Índice

Petr Zelenka – Enfermero asesina a pacientes
ElSigloDeTorreón.com

13 de diciembre de 2006

Petr Zelenka mató a ocho pacientes del hospital de Hlavickuv Brod, a 100 kilómetros de Praga con fármaco anticoagulante; sus motivos, “sólo por necesidad”, afirmó.

La opinión pública checa está conmocionada por la sangre fría con la que actuó el enfermero Petr Zelenka, asesino confeso de ocho pacientes inconscientes en el hospital de la localidad de Hlavickuv Brod, a 100 kilómetros de Praga.

Zelenka “se embriagaba con la sensación de moverse en la frontera entre la vida y muerte del paciente, y poder decidir a su gusto”, según explicó el médico Zdenek Basny, ex director del Centro Psiquiátrico de Bohnice, en Praga.

El enfermero, que trabajaba en el Departamento de Anestesiología y Reanimación del hospital de Hlavickuv Brod, comenzó en mayo pasado a administrar altas dosis de un fármaco anticoagulante llamado Heparin a sus pacientes.

Esa sustancia es un medicamento de difícil detección que tiene consecuencias mortales si se aplica durante una operación debido a las hemorragias que suscita.

La policía descartó que su motivo del sanitario fuera aplicar la eutanasia o tratar de enriquecerse con los bienes dejados por sus víctimas, como ha ocurrido en otros casos.

La trayectoria profesional del enfermero reveló un acentuado interés por hallarse junto a pacientes inconscientes, sobre cuya vida pudiera optar para satisfacer sus propios deseos.

Si bien la primera víctima fue asesinada para comprobar la pericia y experiencia de los doctores, a las demás les quitó la vida porque “debía hacerlo”, indicó el abogado de Zelenka, Jan Herout.

“El señor Zelenka se pronunció de manera inequívoca y delante de testigos. Dijo: tenía necesidad. Tan pronto como veía en la nevera el Heparin, me di cuenta de que debía aplicarlo. No era capaz de vencer esa necesidad imperiosa”, añadió Herout.

Algunas de las víctimas pasaron por sus manos en estado crítico y otras habían sido sometidas a operaciones aparentemente leves, de las cuales no salieron con vida.

Ese es el caso de Marie Simunkova, operada de vesícula biliar, o de Frantisek Skvaril, que acudió por una intrascendente intervención en una pierna.

Otros nueve fallecimientos permanecen sin esclarecerse, según el jefe médico Pavel Longin, quien empezó a investigar las causas de unas muertes que le parecieron sospechosas.

Pero según el abogado Stanislav Hykys, Longin actuó con negligencia ya que no evitó la comisión de, al menos, el último de los delitos, cuando las sospechas sobre la intervención de Zelenka en los casos estudiados eran fundadas.

El mayor crimen de este género cometido en la historia del país centroeuropeo sorprendió a personas cercanas al enfermero, al que consideraban una persona “siempre muy cariñoso y agradable”.

“Asesino del hospital” se declaró culpable
Kateřina Oratorová – Radio Praga

22 de enero de 2008

El ex enfermero del hospital de la ciudad checa de Havlíčkův Brod, Petr Zelenka, acusado de siete asesinatos y diez intentos de asesinato, confesó haber quitado la vida a cinco pacientes. Se trata de un caso sin precedentes en la República Checa.

Petr Zelenka, de 31 años, escogía a las víctimas entre los pacientes del Departamento de Anestesiología y Reanimación del hospital de Havlíčkův Brod, ciudad situada en Bohemia Oriental.

Entre mayo y septiembre de 2006 les administró sobredosis del fármaco anticoagulante denominado Heparina. Siete personas murieron desangradas, otras diez fueron salvadas por el personal del hospital.

Los motivos de estos asesinatos en serie se siguen investigando. El abogado del acusado, Jan Herout, sostiene que su cliente sufre graves problemas psíquicos y debe someterse una vez más a pruebas psicológicas.

“Insisto en que los especialistas comprueben el estado psíquico de mi cliente. Ya he presentado la solicitud oficial ante la Policía, ante la Fiscalía Municipal y ante el Tribunal Municipal de Hradec Králové”, señaló Herout.

Ser calificado como enfermo mental es para Zelenka, que acaba de declararse culpable de cinco asesinatos, la única posibilidad de evadir la cadena perpetua, el castigo más duro del Código Penal checo.

Durante su declaración ante el Tribunal Municipal de Hradec Králové, que duró casi una hora, el ex enfermero explicó que nunca se había sentido como un asesino y que el motivo de su crimen era el de despertar el interés de los médicos. “Necesitaba alguna actividad, alguna acción”, sostuvo el criminal.

Los médicos sospecharon que en el hospital fallecían pacientes bajo circunstancias extrañas, pero fue difícil de probar la culpabilidad de Zelenka. El médico en jefe, Pavel Longin, lo despidió y formuló una denuncia contra él sólo después de cinco meses. Otros 12 meses tardó en empezar la investigación policíaca del caso.

El Tribunal Municipal de Hradec Králové tomará durante esta semana declaraciones de unos 60 testigos. El juez Jiří Vacek decidirá el caso a principios de febrero.

Petr Zelenka recibe cadena perpetua
Silvie Pohlová – Radio Praga

22 de febrero de 2008

Siete asesinatos y diez intentos de matar a pacientes realizó el enfermero Petr Zelenka, conocido como el asesino de la heparina. El Tribunal Regional de Hradec Králové, Bohemia del Este, le condenó este jueves a cadena perpetua.

Entre mayo y septiembre de 2006 Zelenka mató a varios pacientes de gravedad internados en el hospital de Havlíčkův Brod, administrándoles una sobredosis del fármaco anticoagulante Heparina. Los enfermos luego se desangraron. Este jueves ha sido sentenciado a la máxima pena que permite la ley checa, a la cadena perpetua. El Tribunal Regional aceptó todas las recomendaciones de la denuncia, propuestas por la fiscal Lenka Faltusová.

“La sentencia va de acuerdo con mi ponencia final presentada este jueves, tanto en lo que se refiere a la culpa como a la pena. El Tribunal también aceptó mi sugerencia sobre que el condenado permanezca en una prisión de alta seguridad. Y en lo que se refiere a la compensación financiera por daños a perjuicios, esta también corresponde a mi sugerencia”, resalta la fiscal.

Además de la cadena perpetua, el enfermero tendrá que pagar casi cien mil euros a los familiares de sus víctimas. El abogado defensor de Zelenka apeló contra el veredicto inmediatamente, argumentando que el estado mental del asesino no había sido investigado suficientemente. Los análisis especializados sostuvieron que al poner las sobredosis mortales de Heparina, Zelenka estaba plenamente consciente y por lo tanto es responsable de sus actos. La fiscal Faltusová no considera necesario hacer nuevos exámenes.

“Las investigaciones de los expertos han sido suficientes tanto en el campo de la psiquiatría o la psicología como en lo referente a los asuntos médicos. Pienso que debido a las pruebas facilitadas, el cambio del veredicto queda descartado”, opina Faltusová.

El juez del Tribunal Regional, Jiří Vacek, elogió también a Pavel Longin, médico jefe del hospital de Havlíčkův Brod. Este fue enfrentado a acusaciones por parte del abogado defensor de Zelenka con términos de que el mal funcionamiento del departamento de anestesiología contribuyó a que el asesino matara a los pacientes. Sin embargo, el juez recalcó que fue precisamente el médico jefe quien reveló los asesinatos e impulsó la investigación policial.

El caso de Zelenka será tratado ahora por el Tribunal Supremo de Praga. Si este confirma el veredicto de esta semana, Zelenka pasará a las crónicas como el mayor asesino en serie checo.



MÁS INFORMACIÓN EN INGLÉS

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Ricardo Alberto Barreda

El Dentista Asesino
  • Clasificación: Asesino en masa
  • Características: Parricida - Harto de «los oprobios y humillaciones» que habría sufrido por parte de su esposa, hijas y suegra
  • Número de víctimas: 4
  • Fecha del crimen: 15 de noviembre de 1992
  • Fecha de detención: 16 de noviembre de 1992
  • Fecha de nacimiento: 16 de junio de 1936
  • Perfil de la víctima: Su esposa Gladys McDonald, de 57 años; su suegra Elena Arreche, de 86; y sus dos hijas, Adriana, de 24, y Cecilia, de 26
  • Método del crimen: Arma de fuego (escopeta de cartuchos)
  • Lugar: La Plata, Argentina
  • Estado: Condenado a cadena perpetua el 17 de agosto de 1995. Recibió el beneficio de prisión domiciliaria el 3 de mayo de 2008. Puesto en libertad el 29 de marzo de 2011
Índice

Ricardo Barreda – Asesinadas a sangre fría
Rodolfo Lar – Clarin.com

13 de agosto de 2000

Ricardo Barreda eliminó a su familia el domingo 15 de noviembre de 1992. Todo terminó antes del mediodía.

Terminó en un sillón abrazado al caño frío y brillante de su escopeta española. Un rato antes había eliminado a toda su familia con nueve disparos furiosos. Ese domingo, 15 de noviembre de 1992, Ricardo Barreda se había levantado de buen ánimo, con la idea de hacer un intento por quebrar la indiferencia de su esposa, Gladys. «Voy a limpiar las telarañas del techo», comentó.

No tuvo éxito. «Andá a limpiar, que los trabajos de ”conchita” son los que mejor hacés», llegó la respuesta como latigazo. Prefirió ir a podar la parra. Cuando llegó al armario para buscar un casco se encontró con la escopeta Víctor Sarasqueta, calibre 16,5, que su suegra, Elena Arreche, le había traído de Europa.

El arma recompuso su ego. La tomó casi con pericia. Cargó rápido. Y guardó más cartuchos en el bolsillo de su guardapolvo. Entonces inició la cacería. Fue hasta la cocina, donde estaban su mujer y su hija menor, Adriana. Primero le disparó a Gladys. «Mami, está loco», escuchó con nitidez a pesar del estruendo que rebotaba en las paredes. No se detuvo. Esta vez, los disparos fueron contra la chica.

Por las escaleras bajó Elena Arreche, la suegra, quien en la mente del dentista aparecía como «la desintegradora de la familia». Otra vez tuvo precisión. Su otra hija, Cecilia, saltó sobre el cadáver de su abuela y le gritó: «¿Qué hiciste, hijo de put*?». Era su preferida. También la mató.

Luego, con la prolijidad que utilizaba para acomodar su consultorio, comenzó a levantar los cartuchos usados. Los puso en una caja y los colocó en el baúl de su auto.

Barreda regresó al comedor, con un plan en la cabeza. Desacomodó algunos muebles, desparramó papeles y armó un escenario de robo. Al mediodía salió en su Ford Falcon. Tiró los cartuchos en una boca de tormenta del centro platense. Después, fue hasta un paraje cercano a Punta Lara y tiró la escopeta a un canal.

Ninguna evidencia podría cercarlo, pensó. Entonces, se fue tranquilo al zoológico. Tuvo tiempo para llegar al cementerio («para conversar con mis viejos», contó luego) y a las 16.30 entró a un hotel alojamiento con su amiga, Hilda Bono.

A la medianoche regresó a su casa y prendió las luces. Los cuatro cuerpos seguían ahí, desparramados.

Siguió su plan: fue a buscar un servicio de ambulancias. Y cuando llegó la Policía contó la historia de robo, fingió sorpresa y mantuvo su gesto de suficiencia.

Fue trasladado a la seccional 1. El comisario Ángel Petti tenía una sospecha, pero Barreda seguía haciendo su papel. Hasta que el policía probó una fórmula: le dio un Código Penal, abierto en la página donde el artículo 34 establece la inimputabilidad. Es decir, donde se indica que no son castigados aquellos que no entienden -por locura u otra causa- lo que hacen.

Leyó el texto. Se sintió más seguro. Entendió el mensaje. Había llegado el momento de cambiar de papel. Un rato después llamó a Petti y le contó la verdad.

El 7 de agosto de 1995 reveló cada detalle del cuádruple crimen a los integrantes de la Sala I de la Cámara Penal Carlos Hortel, Pedro Soria y María Clelia Rosentock. Nunca se quebró.

Un perito, Bartolomé Capurro, aseguró al tribunal que el acusado padecía de «psicosis delirante». Si esa teoría hubiese sido aceptada por la Cámara, Barreda habría terminado en un manicomio. Para entonces, la opinión pública estaba dividida entre quienes lo creían loco y aquellos que veían un gran simulador en él.

Después de largas jornadas de juicio, el acusado fue condenado a reclusión perpetua por triple homicidio calificado y homicidio simple.

De los tres jueces, sólo Rosentock creyó que Barreda estaba loco. Y dijo en el fallo: «Era un fanático de la unión familiar que sucumbió cuando la vio desintegrarse». Hoy, en la cárcel, Barreda sueña con otro hogar que borre los fantasmas del pasado.

El crimen del odontólogo, diez años después
Leopoldo Mancinelli – La Plata

10 de abril de 2004

A pocas horas del hecho, lo visitamos en la Comisaría Primera de La Plata, junto con el Dr. Miguel Angel Maldonado, que me convoca como Perito de parte. Noviembre del 93, un domingo por la tarde. Ricardo Barreda tiene 57 años, es odontólogo y acaba de matar a toda su familia, incluida su suegra.

Nos recibe con toda amabilidad, con los gestos propios de un experimentado anfitrión. Mientras fuma sus Benson contesta con lujo de detalles nuestras preguntas. Sus respuestas son prolijas y excesivamente detalladas, dotando al discurso de un ritmo moroso y cansino. Ricardo quiere estar seguro de ser comprendido hasta en las mínimas expresiones. A pesar de esta pulcritud verbal exasperante sus relatos mantienen el interés porque se crea una atmósfera casi teatral.

Es un tipo muy elegante, tostado y de porte olímpico. Se muestra muy conocedor de los asuntos más refinados y está al tanto de todas cuestiones referidas al arte, el deporte y la política. No obstante lo comprometida de su situación, se conduce en la entrevista como si nos hubiera invitado a su living. Su capacidad de seducción y su tendencia a agradar a los otros se evidencia en una situación: En la entrevista del domingo, uno de nosotros estaba muy resfriado y con la voz tomada. Al día siguiente, antes de comenzar la entrevista, Ricardo pide al agente de guardia que traiga el paquete de pastillas de eucaliptos que había mandado a comprar para por ese motivo. -Créame que el eucaliptos le va a suavizar la garganta.

En este gesto paradigmático, el hombre que acaba de asesinar a sus dos hijas, a su esposa y a su suegra, se preocupa por el resfrío de uno de los peritos y encarga un paquete de pastillas. Cuando Barreda acude a la Asesoría Pericial, donde le practican veinte entrevistas psicológicas, uno de los peritos actuantes confiesa sin remilgos: Me hubiera gustado ser su amigo.

Después del juicio y la condena, Barreda sigue mostrando su disposición empática. En las dependencias donde le toca estar alojado, todos quieren pertenecer a su grupo, colaborar o trabajar con él. Cada vez que llega a la Facultad de Derecho para rendir algún examen recibe muestras de simpatía, discurre amablemente con los que se le acercan y acepta con humor las cargadas que le hacen con respecto a la justa muerte de su suegra. En la cancha de Estudiantes, Barreda es un pincha confeso, durante varios años se han mostrado carteles alusivos a su persona, siempre en términos elogiosos.

Comenta las circunstancias de su crimen, los gestos y movimientos que produjeron las cuatro muertes, con la misma elegancia y pulcritud que emplea para describir un buen vino, un perfume o un evento turístico. Interesados en conocer más íntimamente su respuesta emocional ante aquélla carnicería, preguntamos si alguna de sus víctimas, por diversos motivos, pudo merecer clemencia. Lo piensa un poco; está por decir que una de sus hijas, también odontóloga y que siempre lo acompañaba de niña, no hubiese merecido los escopetazos. Pero se retracta; ella, como las otras, merecía ese castigo.

El tribunal quiere saber quién es este hombre, qué circunstancias lo llevaron a obrar de esa manera, y si al momento del hecho que se le incrimina se encontraba en condiciones de comprender su criminalidad.

Barreda es hijo único del matrimonio de su madre con un Capitán retirado del ejército; un hombre viudo con cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. El Capitán era un hombre mayor, que pasaba muchas veces por abuelo de Ricardo. Por otra parte se trataba de un señor imbuido del espíritu aristocrático propio de los militares de esa época, que contrastaba con el origen humilde de su esposa, hija de un carnicero de barrio.

La disparidad entre la pretendida alcurnia del Capitán y la sencillez de su esposa, motivaba reacciones temperamentales de parte del militar, que daba termino a las discusiones conyugales colocando la cabeza de su esposa bajo la canilla del lavadero, en un literal lavaje de cerebro.

Estas escenas dantescas, con un Ricardo de cuatro o cinco años tratando de proteger a su madre de los embates disuasivos del Capitán, lo visitan a menudo en sus noches sin sueño. Sus hermanastros no pueden ayudarlo en la protección de su madre, porque todos se confabulan con el Capitán y atacan a la señora por advenediza y simplona.

En realidad, las pretensiones aristocráticas del Capitán no eran más que secreciones ideológicas del Colegio Militar. El hombre no era culto y nunca supo lo que significaba vivir en casa propia. Se quejaba de que el nacimiento de su hijo Ricardo haya sido un desgraciado accidente que selló su unión con esta señora descalificada.

Barreda se encuentra en la frontera entre ambas familias. Tiene que agradar a unos y a otros. Quiere salir del silencio de radio que su padre y sus hermanastros han aplicado a su madre, sumiéndola en la marginación. Tiene que ser el mejor, el más lindo, el más inteligente, el más cumplidor, para convertirse en amalgama de la familia grande.

Se le han presentado desde el vamos algunos objetivos primordiales. En primer lugar, defender con uñas y dientes a su madre, que tiene a todos en contra. Por otra parte siente la necesidad de mantener unida a la familia, a pesar que no ve muchas esperanzas en ese sentido. Además se ha obligado a elaborar un patrimonio que lo aleje del fantasma de la pobreza y la incultura que ha victimizado a su madre.

Cuando muere el Capitán, Ricardo queda viviendo con su madre en la misma casa alquilada de su primera infancia. Allí mismo inicia su vida matrimonial con Beba y nacen sus dos hijas, Adriana y Cecilia. En una aparente armonía, los tres adultos de la casa distribuyen sus funciones; mientras el matrimonio parte para sus respectivos trabajos, la madre de Ricardo se encarga de las niñas y de la cocina.

Una serie de pequeñas desinteligencias y conflictos que Ricardo no percibe o no valora en toda su magnitud, culmina con una decisión sorpresiva de Beba: dejar el hogar y partir con sus hijas a la casa de su madre. Barreda comienza a acosar a su esposa, presionándola para reflotar el hogar, y después de varios meses de deliberaciones y propuestas, deciden volver a unirse, con la condición de no incluir a terceras personas.

Con su dinero y el de su madre, Barreda compra una casa para vivir con su familia, pero conserva su consultorio en el domicilio materno, pensando en los cuidados que la señora necesitaría en los últimos años de su vida. De manera gradual y silenciosa va tomando presencia la suegra de Ricardo, en principio convocada para cuidar a las niñas, después para otros menesteres y finalmente queda instalada con toda la potencia. La pareja que había acordado no convivir con terceras personas, estaba incluyéndola.

El papel de la tercera, la señora Elena, va tomando un tono cada vez más protagónico, hasta convertirse en un miembro familiar con derecho pleno. Vale decir que el papel que le fuera negado a la madre de Ricardo, la posibilidad de convivir con la familia de su hijo, le es otorgado con todos los honores a su suegra. Como ocurriera con su familia de origen, cuando las hermanastras de Barreda y el Capitán condenaban al silencio y al escarnio a su madre, otra vez la mandan al margen, pero ahora de manera más sutil y disimulada.

Es obvio que en este nuevo hogar el poder se ha desplazado de modo evidente. Cuando Beba planta bandera y se marcha con sus hijas, dibuja un nuevo panorama. Ella y sus hijas representan un bando que se ha enfrentado a Ricardo y le ha exigido condiciones. Barreda va deponiendo actitudes de autoridad; paulatinamente cede espacios de poder porque tiene en mente la unidad de la familia; no quiere que se vuelva a fracturar.

Hay que destacar que mientras Barreda hace esfuerzos por aglutinar su familia y seguir perteneciendo a ella de manera estable, se conduce fuera de su casa de una manera ciertamente trasgresora, manteniendo romances extramatrimoniales poco discretos y sin las elementales condiciones de reserva. Por un lado van sus proposiciones morales, con las arengas éticas del Capitán, y por otro sus escapadas amorosas. Incluso en las primeras etapas del matrimonio, aún sin hijos, Ricardo mantiene un affaire con una chica de quince años y debe ser rescatado por su esposa y por el padre de la joven.

Su posición enclenque dentro de la casa, a pesar de haber sido el socio capitalista, lo obliga a hacer algunas manifestaciones de poderío, embarcándose en múltiples proyectos, como comprar una casa en Mar del Plata, construir un inmueble en La Plata y adquirir la casa materna, donde todavía funciona su consultorio. Es evidente que estos movimientos patrimoniales vienen a resarcirlo de viejas heridas, por cuanto a pesar de su apariencia de playboy y de sus continuas referencias a la aristocracia del Capitán, nunca ha tenido casa propia. Este movimiento impetuoso de acumular ladrillos y de proyectar una casa faraónica en la calle 45, lo muestra ante las mujeres de su casa con renovada potencia, aunque en el fondo se trate de diseños que no se adecuan con la realidad económica del odontólogo.

La pertinencia de esos proyectos faraónicos, las adhesiones y rechazos, dieron pie a interminables discusiones con dos bandos que agudizaban sus perfiles y fortalecían sus posiciones. Las mujeres se oponían asistidas por el sentido común, mientras Barreda calificaba esta oposición como una animosidad particular hacia su persona. Pasa a sentirse incomprendido, víctima inocente del odio cerril de las mujeres. Entiende que ellas rechazan todo lo grandioso que él tiene para ofrecerles. Hay que tener en cuenta que este profesional que habla de inversiones millonarias y de casa suntuosas, que toma café en el Costa Azul con los platenses exitosos, es un hombre que se desplaza en un DKW o en un Falcon modelo 70, para vergüenza de su familia.

El vínculo entre Ricardo y las mujeres se deteriora rápidamente hasta llegar a una nueva separación. Esta vez él se retira de la casa. Ahora los ex cónyuges quedan junto a sus respectivas madres. Barreda puede desarrollar hacia su madre las conductas de cuidado e higiene que la involución senil de ésta necesita, maniobras propias de una enfermera. La cuida de manera solícita y persistente, de una forma que no hubiese podido cumplir estando con Beba.

Recordemos que en el proyecto faraónico, que Barreda llamó el «elefante blanco», había previsto para su madre un cuarto contiguo al destinado para consultorio, privilegiado con respecto al resto de las habitaciones, y que Beba vetó desde el principio con toda sus fuerzas. Ricardo quería asistir a su madre hasta en los mínimos detalles, hasta su último suspiro, y cumplió.

Barreda sigue visitando periódicamente la que fue su casa, para hablar con su ex mujer, para hablar sobre las chicas y para tratar de acercarse nuevamente a reflotar el matrimonio. A través de distintos amigos trata de crear puentes que lo acerquen a Beba y se pueda instalar la idea de la reconciliación. Ya ha muerto su madre y ha vendido el «elefante blanco», dividiendo el producido en partes iguales con su ex cónyuge; estos avatares lo sumen en una depresión que devendrá en un tratamiento psiquiátrico.

Los empeños de Barreda hacia la reconciliación tienen resultado, a pesar de estar ya legalmente divorciado, con la adquisición de una casa que será la morada definitiva del matrimonio y teatro del drama que se investiga en esta causa. El argumento de fuerza que motiva su inclusión en la casa, en medio del clan de las mujeres que le son adversas, radica en que al morir su madre, los dueños de la casa le piden el inmueble, por lo que Barreda no tiene donde vivir ni donde instalar su consultorio. En realidad parece una explicación banal, teniendo en cuenta la escasísima simpatía que su presencia suscita entre las mujeres de la casa. Como en los viejos tiempos, se encuentra otra vez entre mujeres amenazantes, como antes con sus hermanastras y el Capitán atacando a su madre; sólo que ya no hay una madre a defender.

Es difícil comprender las decisiones de este hombre instalado en una casa sitiada, con la imposibilidad explícita de reestablecer el vínculo amoroso con Beba, con una nula relación con su suegra y contactos esporádicos y superficiales con sus hijas, que preferirían verlo lejos. Hay que admitir que una clara patología familiar permite que las cosas sigan su curso a pesar del clima de hostilidad y descalificación recíproco y persistente; patología que se manifiesta patente cuando la familia recibe invitados y celebra reuniones sociales donde Ricardo oficia de pater familis como en los mejores tiempos.

La inclusión de Barreda en la que fuera su última finca familiar era de casi aislamiento, ya que disponía de una pequeña habitación y el consultorio que utilizaba para atender sus pacientes y para recibir sus visitas personales. Los lugares oficiales de la casa le estaban taxativamente vedados, salvo cuando la familia recibía invitados en un agasajo a familia completa, y todos se ponían la sonrisa social.

Barrera no encontraba la forma de tomar algún rol protagónico en una casa donde no había sido invitado. Sólo recuperaba su rol masculino cuando aconsejaba a las mujeres que ahorren, que no carguen las cuentas del teléfono o de electricidad. También el arreglo de pequeños desperfectos hogareños lo hacía sentir nuevamente útil, valioso.

La vivencia de segregación, de apartamiento total en la vida de la familia, se hace cada vez más espesa y asfixiante, y toca su punto más alto con una intervención de hernia inguinal que Barreda tiene que someterse, con una reoperación posterior. El período de recuperación, con el consiguiente reposo absoluto y las necesidades de la curación, mostraron a las mujeres con una actitud de franco fastidio, sin bien cumplieron con los servicios asistenciales mínimos. En esos momentos surge un sentimiento que se anida en una frase reiterada: ya no tengo familia.

Un esfuerzo desesperado para recuperar la familia, para que las mujeres de una vez por todas consientan en aceptarlo en la casa con su status de esposo, lo lleva a la consulta con un parapsicólogo, que le sugiere unas prácticas para limpiar la casa de ondas negativas. Como las maniobras del brujo no dieran el resultado esperado, empiezan a escucharse con más frecuencia las frases que hablan de su desesperanza final: «esto ya no tiene solución» «ya no tengo familia» «esto es simple: o ellas o yo».

Un nuevo aporte de lo parapsicológico o mágico puede resultar clave para el desarrollo de los acontecimientos espeluznantes que sobrevendrán. Entre los amoríos de Ricardo se encuentra Pirucha, una vidente con quien el acusado en esta causa tiene una prolongada amistad – romance. En el largo devenir de las confidencias, ella comienza a interpretar lo que le ocurre a su amante con una perspectiva particular, de donde se desprende que ellas representan una entidad cuyo objetivo es terminar con el hombre, aniquilarlo con mezquindades, descalificaciones y otras injurias. En una palabra, ellas representan la maldad. La consigna se cae de madura: O terminás con ellas o terminan con vos.

Un diagnóstico ofrecido por el que se supone poseedor de un saber superior, con más razón cuando proviene de un ser amado, debe tener una fuerza de ley, enfatizado con continuas reafirmaciones a través de sueños y otras señales más o menos difusas que van dando cuerpo al mensaje diabólico. Un hombre que se siente acorralado, alejado definitivamente de los que quiere a pesar de los intentos más heroicos y disparatados, y que ha perdido los mínimos blasones del prestigio, se aferra con uñas y dientes a la versión alocada de su amiga.

Este aporte desde el más allá lo convence de que hay una sola solución. Empieza a decir a sus amigos, incluso al médico que lo trata, que «un día de estos agarro una escopeta y las mato a todas.» Una frase que todos escuchan con cierta displicencia, con un oído de entendido que trata de interpretar el mensaje para ver «qué habrá querido decir». Nadie escucha la frase patética, por lo tanto nadie puede ayudarlo, disuadirlo, permitirle una sana confrontación de esa decisión.

Un paso más en la dirección que le sugiere su amiga adivina, consiste en comprar cartuchos para la escopeta española que su suegra le regalara hace tiempo. Ahora está mejor pertrechado para lo que vendrá. Se mantiene algunos meses en este clima de sospechosa calma, donde sus pensamientos van y vienen, todavía con algunos levísimos resplandores de mejores tiempos pasados en familia, repasando los poquísimos momentos de dicha y atisbando la absurda idea de la reconciliación.

Un nudo más en la cuerda de este drama. Cecilia, la que en un tiempo había sido compañera de viajes, compinche en las salidas de compras, y la que eligió su misma profesión, anuncia su mudanza hacia el Gran Buenos Aires, donde instalará su consultorio y vivirá con un divorciado algo mayor que ella. Demás está decir que Ricardo no está de acuerdo con una cosa ni con la otra, pero su hija se va sin escucharlo. Como al descuido Barreda mira de reojo la mudanza y observa que Cecilia se está llevando una mesita. Es una mesita común, no tiene nada de exquisito ni valioso. Pero es el único elemento que quedaba del que fuera su hogar de origen; la mesita del dormitorio de sus padres. La actitud de Cecilia constituyó la última gota; ya en otro momento se había animado a tener una confrontación física con su padre, y ahora se atreve a hurtar la preciada mesita de su dormitorio. Fue la señal para iniciar la cuenta regresiva.

Una versión de terceros afirma haber visto a Barreda en un Seminario sobre «Homicidios» que daba un conocido especialista, dos meses antes del evento fatal. El imputado no lo niega, pero ofrece unas explicaciones pueriles para justificar su presencia en el lugar. En realidad se estaba probando el traje. Así como había comprado los cartuchos y los acariciaba, también necesitaba hundirse transitoriamente en el clima que luego lo tendría como protagonista. Ya estaba armado el escenario de la tragedia: los cartuchos, el curso sobre Homicidios y la debida participación a sus amigos, incluso a su médico de cabecera: «Un día de éstos las mato a todas con la escopeta».

La llegada de Barreda a esta casa y su nueva inclusión en la familia representaba a todas luces un desatino, y cualquiera que hubiese tanteado el clima de la convivencia podría vaticinar el violento final. Las mujeres no aflojaron ni un paso en su reivindicación frente al hombre, al que dejaron entrar porque había ayudado económicamente y porque sellaba el hogar con una pátina de normalidad; él tampoco aflojó en sus pretensiones de reivindicar lo que aquéllas mujeres del pasado le hicieron y por amasar el hogar que nunca pudo tener. En esa confrontación entre bandos tan obstinados y tozudos un vencedor habrá afirmado su propia libertad, su propia existencia. Por eso la sensación de plenitud y serenidad que coronaron la tarea fatal.

Los jueces quieren saber quién es este hombre, porqué se comportó de esta manera y si comprendió la criminalidad del acto juzgado. Los Peritos hacen su trabajo de acuerdo al lugar que ocupan en el proceso. Es probable que los que han sido designados por la defensa armen sus posiciones de acuerdo con esa perspectiva y seleccionen los datos guiados por su cometido central. Los que representan al Particular Damnificado utilizarán el sesgo que favorezca a su posición. No es fácil hablar de objetividad en estos exámenes, y finalmente el sano criterio del tribunal cortará el nudo gordiano de este drama.

El juicio oral movilizó a la opinión pública y a los medios nacionales e internacionales. Las cadenas más prestigiosas, como CNN transmitieron en vivo partes del proceso y el veredicto final. A las 8 de la mañana, un camión del Servicio Penitenciario frena violentamente junto al cordón del edificio de Tribunales. Baja una maraña de guardias y en medio sobresale la cabeza de Ricardo Barreda. Lo llevan casi en vilo hacia las escalinatas. De repente la marea humana se detiene. Se escuchan órdenes confusas y cabezas que se vuelven como buscando algo. ¡Un cigarrillo! ¡Un cigarrillo! ¡El Dr. pide un cigarrillo! Las manos apuradas de los gendarmes buscan en los bolsillos de sus casacas, y aparecen siete ú ocho cigarrillos que apuntan hacia Barreda. Ricardo los mira casi con displicencia y con sus manos esposadas escoge uno. -Prefiero un Benson, se disculpa. Mientras, el oficial a cargo del operativo se apresura a encenderle el cigarrillo.

La sentencia se expidió por la imputabilidad de Ricardo Barreda, en una votación de dos a uno. La única mujer del Tribunal se inclinó por la inimputabilidad del acusado. Fue condenado a reclusión perpetua.

Ricardo Barreda
Wikipedia

Ricardo Alberto Barreda (n. La Plata, Provincia de Buenos Aires, 16 de junio de 1936), es un odontólogo argentino de la ciudad de La Plata, quien se hizo conocido en 1992 por asesinar a su esposa, Gladys McDonald, a su suegra, Elena Arreche, y a sus dos hijas, Cecilia y Adriana Barreda.

En 1995 fue condenado a prisión perpetua. A principios de 2008 le concedieron el beneficio del arresto domiciliario, por su buena conducta y por ser mayor de 70 años, revocada luego por violarla con la excusa de necesitar ir a una farmacia. El 11 de febrero de 2011, el beneficio de prisión domiciliaria le fue devuelto. Luego de violar el arresto domiciliario en marzo de 2011, volvió a la prisión, al final de ese mismo mes le fue otorgada la libertad condicional.

Crimen
El 15 de noviembre de 1992, en la casa de Calle 48 entre 11 y 12 de la ciudad de La Plata, con una escopeta marca Víctor Sarasqueta mató a su esposa, Gladys McDonald (de 57 años), a su suegra Elena Arreche (de 86 años) y a sus dos hijas Cecilia (de 26) y Adriana (de 24), quienes eran odontóloga y abogada respectivamente.

Según contó Ricardo Barreda, esa mañana se despertó y le dijo a su mujer que iba a limpiar las telarañas del techo. Ella le respondió, despectivamente, «Andá a limpiar, que los trabajos de conchita son los que mejor hacés».

La mala relación ya llevaba un tiempo y Barreda recuerda siempre «los oprobios y humillaciones» que habría sufrido por parte de su esposa, hijas y suegra.

Decidió podar la parra, al ir a buscar un casco encontró la escopeta Víctor Sarasqueta que su suegra le había traído de Europa. Tomó la escopeta, la cargó y se llevó cartuchos adicionales en los bolsillos. En la cocina de la casa se encontraban su mujer y su hija menor, Adriana. Primero mató a Gladys, y luego a Adriana. Por las escaleras bajaba su suegra, a la que le disparó, y por último mató a su hija Cecilia, quien bajaba detrás de su abuela.

Luego de esto recogió los cartuchos y los guardó en el maletero del coche. Con la intención de hacer pasar esto como un robo, Barreda desacomodó los muebles y tiró papeles. Al mediodía tomó su auto y se deshizo de los cartuchos (arrojándolos en una alcantarilla) y de la escopeta (que tiró en un canal en un lugar cercano a Punta Lara, Ensenada a pocos kilómetros de La Plata). Se sintió tranquilo y se fue al zoológico, luego al cementerio y más tarde a un hotel alojamiento con su amante, Hilda Bono.

Al regresar a medianoche a su casa, llamó a un servicio de ambulancias. Al llegar la policía se mostró tranquilo y contó la historia del robo. Al ser trasladado al destacamento policial, el comisario Ángel Petti le dio un ejemplar del Código Penal abierto en la página que contenía el artículo 34, que establece la inimputabilidad de aquellos que no entienden lo que hacen, por locura u otra causa. Barreda al parecer se sintió seguro con este dato, y poco tiempo después le confesó todo al comisario.

Juicio en 1995 y prisión
Declaró los días 7 y 14 de agosto de 1995, donde con mucha serenidad contó cada detalle del crimen a los jueces que integraban la Sala I de la Cámara Penal (Carlos Hortel, Pedro Soria y María Clelia Rosentock).

Bartolomé Capurro, perito, declaró que Ricardo Barreda padecía de «psicosis delirante». Esta teoría solo fue aceptada por uno de los tres jueces (Rosentock), y Barreda fue condenado a reclusión perpetua, por triple homicidio calificado y homicidio simple.

Estando en la cárcel comenzó a estudiar Derecho, y formó pareja con una mujer que conoció por carta.

Barreda manifestó estar «tremendamente arrepentido» por lo sucedido y que siente «una angustia y un dolor muy hondo».

Prisión domiciliaria
El 23 de mayo de 2008, Ricardo Barreda salió de la Cárcel de Gorina bajo el beneficio de prisión domiciliaria, para vivir con su novia Berta Pochi André en el barrio de Belgrano de Buenos Aires. El 21 de enero de 2011, Barreda salió sin autorización de su domicilio ubicado en el barrio de Belgrano, acompañado de su pareja, Berta André. Más tarde Barreda declaró qué salió por una «urgencia» ya que se había «descompuesto» y salió a la farmacia para tomarse la presión.

El 10 de febrero de 2011 Barreda regresó a la prisión domiciliaria por disposición de la Sala I de la Cámara Penal platense, que conforman los jueces Pedro Soria y María Oyhamburu, al hacer lugar a una presentación efectuada por Eduardo Gutiérrez.

Libertad condicional
El 29 de marzo de 2011, la Sala I de la Cámara Penal de La Plata le otorgó ese beneficio al cuádruple homicida por considerar que el cómputo de tiempo transcurrido en prisión «excedía» el de la condena impuesta. «Ahora voy a poder salir a la calle para caminar, ya que el arresto domiciliario me limitaba mucho», dijo Barreda tras conocer la noticia en los tribunales platenses junto a su abogado defensor Eduardo Gutiérrez.

Barreda hoy
En el libro Conchita, Ricardo Barreda, el hombre que no amaba a las mujeres, el periodista y escritor Rodolfo Palacios cuenta la vida del odontólogo después de los crímenes: la cárcel, el enamoramiento de su ex-novia Berta y la extraña idolatría que el asesino sigue despertando entre hombres y mujeres. También cuenta cómo, por primera vez, Barreda se muestra arrepentido. -¡Cómo pude haberlas matado! ¡Por qué lo hice! ¡Yo era un buen tipo! ¡Soy un desgraciado! ¡No puedo vivir así!, confiesa.

Barreda en la cultura popular
En televisión

  • En 1995 en el ciclo Sin Condena emitido por Canal 9, Norman Briski interpreta al odontólogo Barreda, Silvina Rada a Gladys McDonald, Margara Alonso a Elena Arreche, Lara Zimmermann a Cecilia, y Leticia Brédice a Adriana. La historia comienza narrando la infancia del odontólogo y su vida familiar. El papel del padre de Barreda fue interpretado por el actor Ulises Dumont. El tango Reminiscencia del compositor argentino Astor Piazzolla fue la música utilizada para la escena en la que Barreda sale de paseo luego de cometer los asesinatos.
En literatura
  • Ricardo Canaletti y Rolando Barbano escribieron El caso Barreda (2006).
  • En No somos ángeles, de Liliana Caruso, Florencia Etcheves y Mauro Szeta, tratan el caso Barreda.
  • Guillermo Barrantes y Víctor Coviello citan al caso de Barreda en el capítulo «La Sonrisa Perfecta» de su tercer libro sobre mitos urbanos de Buenos Aires, Buenos Aires es Leyenda 3 (2008). El mito trata de un dentista psicótico y asesino, y Barreda es citado como ejemplo de agente disparador del mito, o de parte de éste.
  • Rodolfo Palacios escribió Conchita. Ricardo Barreda, el hombre que no amaba a las mujeres (2012). Editado por Libros de Cerca.
En música
  • El grupo argentino de punk-rock Attaque 77 le dedicó la canción «Barreda’s Way» del álbum Antihumano (2003). Fue el primer corte de difusión del disco y se trataba de un homenaje al odontólogo Barreda.
  • Se lo menciona en la canción «La Argentinidad Al Palo» de Bersuit Vergarabat, (2004).
  • Horacio Fontova, músico argentino, compuso un tema que llamó «Milonga Para Barreda».
  • El grupo Sometidos Por Morgan, de Argentina, con Pablo Marchetti en voz, compuso el tema «La Cumbia Del Odontólogo». El tema fue publicado en su disco Ludomático (1995).


VÍDEO: ENTREVISTA A RICARDO ALBERTO BARREDA

PARTE 1PARTE 2
https://criminalia.es/asesino/ricardo-barreda/
 
Os recomiendo el documental de Netflix sobre Ted Bundy.


Netflix repasa el perfil del asesino en serie más mediático de la historia de los Estados Unidos, con testimonios del propio criminal desde la cárcel. El documental describe cómo el cruel homicida se convirtió en un icono pop.

Hay muchos asesinos en serie pero a mí Bundy me produce escalofríos.
Encantador, elocuente, atractivo y con un autentico monstruo dentro, creo que su ego y confianza en si mismo hicieron que lo pillasen porque podría haber matado a cientos de mujeres.
Se creía superior y boicoteó hasta su propia defensa pensando que él lo haría mejor, es inquietante ver cómo en el juicio interroga al policía que encontró a las víctimas de la hermandad Chi Omega insistiendo que contase con detalles escabrosos cómo se encontraban los cuerpos, estaba disfrutando recreando los crímenes antes un juzgado atónito...
Aún así hasta el juez acabó fascinado con él diciéndole que no le guardaba ningún rencor y que era una pena que hubiese elegido el mal camino porque hubiese sido un gran abogado.
 
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Mark Barton

  • Clasificación: Asesino en masa
  • Características: Parricidio - Negocios
  • Número de víctimas: 12
  • Fecha del crimen: 27 - 29 de julio de 1999
  • Fecha de nacimiento: 1955
  • Perfil de la víctima: Su mujer, sus 2 hijos y 9 empleados de oficinas bursátiles
  • Método del crimen: Golpes con martillo - Arma de fuego
  • Lugar: Fulton, Estados Unidos (Georgia)
  • Estado: Se suicidó con un arma de fuego el 29 de julio de 1999
Índice

Corredor bursátil mata a nueve personas
AFP

29 de julio de 1999

ATLANTA, EEUU. – Un corredor de bolsa disparó este jueves contra varias personas en Atlanta y dejó un saldo de al menos nueve muertos y 12 heridos, cuatro de ellos en estado grave, y podría estar relacionado con la muerte de otras tres personas ocurridas antes del mediodía, según el alcalde de Atlanta, Bill Campbell.

El francortirador fue identificado como Mark Barton, de 44 años, pero logró fugar de la policía y se mantiene prófugo. La policía rodeó su casa, ubicada a unos 40 km de Atlanta, pero «aún lo buscamos y no sabemos dónde se encuentra en este momento», dijo el alcalde.

«Nueve personas perdieron la vida. Es una terrible tragedia», indicó Campbell.

Hay «12 personas heridas, de las cuales siete de bala», precisó. «No sabemos si (Barton) era un cliente» pero «es un corredor de bolsa y ex químico», añadió.

El presidente de la sociedad bursátil All-Tech Investment, donde se desarrolló el drama, dijo por su parte a la cadena CNN que Barton era uno de sus clientes.

Según el alcalde, el tirador «simplemente manifestó su presencia, evocó la baja del mercado bursátil y luego desenfundó sus revólveres y comenzó a disparar». «Por ahora no conocemos» las motivaciones del sospechoso, señaló.

«Tenemos razones para pensar que Barton está relacionado con la muerte de tres personas en el condado de Henry», no lejos de donde ya mató a nueve personas, en el sur de Atlanta, precisó Campbell ante la prensa a las 18:45 hora local (20:45h GMT).

Según varios medios de comunicación, las otras personas asesinadas se trataría de su mujer y de sus dos hijos.

Estas tres muertes habrían ocurrido antes del mediodía del jueves, según el alcalde.

Todos los inmuebles del barrio donde se produjo la matanza están siendo inspeccionados y el vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, propuso la ayuda del FBI, dijo el Campbell.

El asesino -que portaba dos armas de puño- mató en principio a cuatro personas en una sociedad de corredores de bolsa. Luego atravesó la calle y asesinó a otras cinco.

Ligan otras muertes a corredor bursátil
AFP

29 de julio de 1999

ATLANTA .- Antes de darse a la fuga, un agente especulador bursátil asesinó el jueves a nueve personas en dos sociedades financieras de Atlanta y también estaría ligado a la muerte de otras tres personas en la región, indicó el alcalde de Atlanta, Bill Campbell.

El francotirador fue identificado como Mark Barton, de 44 años. «Creemos que él también está relacionado» a un triple asesinato ocurrido al sur de Atlanta, donde tres cuerpos fueron descubiertos este mismo jueves, declaró Campbell.

Según los medios locales, se trataría de la esposa y de los dos hijos de Barton y habrían sido asesinados antes de las muertes de esta tarde.

Una amplia búsqueda para atrapar al sujeto se desarrollaba la noche del jueves en Atlanta.

La policía rodeó su casa, ubicada a unos 40 km de Atlanta, «pero aún no lo encontramos y no tenemos ninguna idea de dónde se encuentra en este momento», anotó Campbell.

Siembra el terror con una matanza en Atlanta
AFP

30 de julio de 1999

ATLANTA, EU.- Un pequeño especulador bursátil de 44 años sembró el terror el jueves en Atlanta (Georgia, sureste), matando a 12 personase hiriendo a siete con dos revólveres antes de suicidarse, al término de una jornada sangrienta que despierta nuevamente los viejos demonios de Estados Unidos

Este viernes por la mañana, seis personas aún estaban hospitalizadas, entre ellas tres en un estado crítico, indicó un portavoz del hospital Grady.

La ciudad de Atlanta seguía conmocionada tras el anuncio de esta nueva tragedia, la peor que haya vivido la capital del sureste de Estados Unidos.

El jueves por la tarde, un hombre entra sucesivamente en dos sociedades de corretaje de bolsa en Buckhead, un barrio acomodado de Atlanta.

«La bolsa está bajando hoy», dice, antes de desenfundar sus revólveres y de disparar, matando a cuatro personas.

Tranquilamente, cruza la calle, entra en una segunda firma de corretaje. «Espero que no echar a perder su jornada de corretaje», afirma, y mata a cinco personas.

Centenas de personas evacúan en pánico entonces los edificios. Mark Barton logra huir, dejando atrás suyo un verdadero baño de sangre.

Las unidades de élite de la policía lanzan entonces una enorme cacería humana. Pero para los agentes que acuden a su domicilio, en Stockbridge, a 40 km al sureste de Atlanta, el hallazgo es macabro: el cadáver de la esposa de Barton, Lee Ann, yace en un armario. Sus dos hijos, una niña de ocho años y un varón de 12, están desnudos y sin vida en su cama. Los tres están envueltos en mantas, con su cabeza afuera.

En la computadora, una carta escrita recientemente por Mark Barton. La policía dio a conocer su contenido este viernes, junto al de tres notas manuscritas encontradas junto a los cuerpos de su esposa y de sus hijos.

«No espero vivir mucho más, lo suficiente como para matar a cuantos pueda de quienes vorazmente buscaron mi destrucción», advierte en la nota computarizada, según Jimmy Mercer, jefe de policía del condado de Henry.

Según la policía, Lee Ann murió primero, probablemente golpeada hasta la muerte el martes o el miércoles. La pareja, al parecer, estaba a punto de divorciarse.

En Buckhead, mientras tanto, el barrio es cercado y todos los edificios registrados minuciosamente.

Todas las cadenas de televisión estadounidenses interrumpen sus programas. Ahora, el mundo entero sabe todo de Mark Barton, su retrato, su vestimenta. Pero no pueden dar con él…

Finalmente, al caer la noche, tras una persecución de cinco horas, la policía lo encuentra, lo rodea con automóviles. El asesino detiene su camioneta Ford de color verde en una estación de servicio del condado de Cobb, en el norte de Atlanta. Todo va muy rápido: Barton desenfunda sus dos armas y se vuela la cabeza.

Por la noche, el alcalde de la ciudad, William Campbell, tiene dificultades para encontrar las palabras para comentar la «terrible tragedia».

«Lo único que podamos hacer es aportar nuestro apoyo y consolar a las familias de las víctimas», afirma.

El presidente Bill Clinton, quien fue informado de la matanza cuando estaba en camino a la cumbre sobre la estabilidad en el sudeste de Europa, que se realiza en Sarajevo, capital de Bosnia, envió sus condolencias a las familias de las víctimas.

«Nuestros pensamientos hoy, van principalmente hacia las familias de las víctimas y hacia quienes todavía luchan por conservar sus vidas», dijo Clinton a los periodistas antes del comienzo de la cumbre.

Los detalles empezaron a surgir sobre la personalidad de Mark Barton, un químico que se había lanzado a la especulación bursátil, un hombre descrito por sus vecinos como «de compañía agradable», un «padre afectuoso», «encantador y simple». Un hombre «irritable», según otros.

La policía da de él una imagen totalmente diferente. Mark Barton era el sospechoso número uno en la investigación sobre el doble crimen nunca dilucidado de su ex esposa y de su ex suegra en septiembre de 1993, en Alabama.

Deborah Barton, de 39 años, y su madre Eloise, de 59, habían sido halladas muertas, el cuerpo descuartizado con una hacha. Poco antes, Barton había sacado un seguro de vida para su esposa por un monto de 600.000 dólares. Sin embargo, la policía no tenía pruebas suficientes y no lo inculpó.

El presidente de la sociedad de corretaje All-Tech Investment, donde tuvo lugar parte del drama, explicó que Mark Barton practicaba el «day trading» (especulación a un día), una actividad potencialmente lucrativa pero extremadamente arriesgada.

Según informaciones no confirmadas, el criminal había perdido 70.000 dólares en la bolsa la víspera de la matanza.

El drama reanimó el debate sobre el tema de las armas de fuego en Estados Unidos.

«Es evidente, eso espero, que debemos hablar de las armas de fuego en este país», reconoció el alcalde de Atlanta. «Pero, esta noche, en Atlanta, es hora de rezar», añadió.

Predice masacre el asesino de EE.UU.
El Norte

31-07-1999

ATLANTA.- La Policía encontró una carta profética y tres breves mensajes en la casa donde la esposa y dos hijos del múltiple homicida estadounidense Mark Barton fueron hallados muertos el jueves.

La carta encontrada en su computadora personal sugirió que se sentía torturado por la separación de su esposa, por sus pérdidas en el mercado bursátil y por temores no explicados que dijo le habían sido «transferidos de mi padre a mí y de mí a mi hijo».

«No pretendo vivir mucho más, sólo lo suficiente para matar a todas las personas que pueda de las que con avaricia buscaron mi destrucción», agregó en la carta.

La Policía supone que enojado por las pérdidas financieras sufridas en los últimos meses, Barton llegó el jueves hasta las oficinas de la firma de intermediación financiera All Star Investment Group y empezó a disparar.

Después salió del edificio, cruzó la calle y entró a otro edificio donde mató a otras 4 personas. Después se suicidó a bordo de un vehículo Ford Aerostar.

El jefe policial del condado de Henry, Jimmy Mercer, leyó en conferencia de prensa ayer la misiva que Barton supuestamente escribió y firmó confesando los tres crímenes y anticipando la orgía de sangre que desató el jueves.

Después de matar a su esposa e hijos, Mark Barton, un químico convertido en especulador bursátil, protagonizó el jueves una masacre en Atlanta, que dejó nueve muertos, antes de suicidarse.

En la carta fechada, el 29 de julio a las 06:38 horas, describe lo que hizo con su esposa e hijos: «Leigh Ann está en el vestidor del dormitorio bajo una sábana. La maté el martes en la noche. Asesiné a Matthew y Mychelle el miércoles en la noche».

Afirma que procuró asesinarlos sin que sufrieran, golpeándolos con un martillo mientras dormían y colocándolos boca abajo en la bañera llena de agua para asegurarse que murieran.

Luego describe la «agonía» que según dijo sufría él desde octubre y que lo llevó a cometer los tres crímenes, por los cuales dijo sentirse apenado.

La carta supuestamente escrita por Mark Barton afirma que decidió que no quedara ni madre, ni hijos, para, según dijo, evitar que sus miedos se transmitan, tal como su padre le hizo a él.

Dice querer a su esposa e hijos y pide a Jehová que los proteja.

En la casa fueron halladas tres breves notas para cada una de las víctimas en las dice quererlas y le pide a Dios que las proteja.

Barton rechaza haber matado a su primera esposa y su madre.

Tras matar a cinco personas en Momentum Securities, Barton cruzó la agitada calle Piedmont Road y caminó hacia las oficinas de All-Tech Investment Group, otra corredora de valores, donde murieron cuatro personas.

«Espero que esto no arruine su día de operaciones», se le escuchó decir mientras disparaba indiscriminadamente usando pistolas semiautomáticas de 9 milímetros y una calibre .45.

Opina el psicólogo
Poco después de los homicidios en septiembre de 1993 de la primera esposa y la suegra de Mark Barton, un psicólogo del Condado de Cobb, Georgia, que lo entrevistó dijo a funcionarios estatales que Barton era capaz de cometer los asesinatos.

«Lo recuerdo como si fuera ayer», expresó David McDade, fiscal del Condado de Douglas, «porque dijo que en su opinión Barton era capaz de actos y pensamientos homicidas».

El psicólogo no mencionó sus sospechas en el reporte escrito. Sus únicas observaciones de Mark Barton fueron que parecía, «quizá comprensiblemente, molesto por la insistente sospecha de las autoridades y por estos nuevos alegatos de un posible abuso sexual», contra su hija Mychelle, de 7 años de edad.

«Parecía más o menos controlado, orientado al poder y muy sospechoso», escribió el psicólogo. «Parece haber estado molesto por vivir en una casa con una mujer a la que consideraba mucho más inteligente que él y una mujer junto a la cual sentía que tenía que ser “perfecto”».

Mark Barton, un asesino
Jornada.unam.mx

29 de julio de 1999

A quien corresponda:

Leigh Ann está en el clóset del dormitorio principal bajo una cobija. La maté la noche del martes. Asesiné a Matthew y a Mychelle la noche del miércoles.

Mark Barton, químico y ex operador de bolsa desempleado de 44 años, escribió esta nota horas antes de asesinar a nueve personas y herir a 12 más en dos corredurías de bolsa en el sector financiero al noroeste de la ciudad de Atlanta, para después suicidarse ante los ojos de policías que lo acorralaron cuando trataba de huir.

Al redactar la nota en computadora, Mark Barton tuvo la necesidad de aclarar su pasado y sus actuales conflictos en la medida de lo posible.

Podría haber similitudes entre estas muertes y la de mi primera esposa, Debra Spivey. Sin embargo, rechazo haberlas matado a ella y a su madre. No hay razón para que mienta ahora. Me pareció, simplemente, una manera tranquila de matarlos, y una forma relativamente indolora de morir.

Hubo muy poco dolor. Todos murieron en menos de cinco minutos. Los golpee con un martillo mientras dormían y luego los sumergí boca abajo en la tina para asegurarme de que no despertaran con dolor. Para estar seguro de que estaban muertos. Lo siento tanto. Desearía no haberlo hecho. Las palabras no pueden describir esta agonía. ¿Por qué lo hice?

En 1993, la primera esposa y suegra de Mark Barton fueron asesinadas por alguien que les destrozó la cabeza con un objeto pesado durante un campamento. Un seguro de vida y la presencia de restos de sangre en el auto de Barton lo señalaron como el principal sospechoso. Pero el hombre presentó una coartada perfecta: demostró que en el momento del asesinato se encontraba en casa con sus dos pequeños hijos Matthew y Mychelle, de 11 y 8 años, respectivamente.

Años después Mark Barton reconstruyó su familia al casarse con Leigh Ann, quien fungió felizmente como madre postiza de los niños, hasta que hace poco pidió el divorcio a Barton, quien le había pedido permiso de seguir viviendo en el hogar familiar un tiempo.

Aunque las autoridades atribuyeron los asesinatos a los problemas financieros de Barton, quien había invertido todo lo que tenía en operaciones bursátiles arriesgadas, el hombre responsabilizó veladamente de sus actos a su esposa de 27 años.

Maté a Leigh Ann porque ella era una de las principales razones de mi desaparición, cuando planee asesinar a los otros. Ahora desearía no haberla matado. Ella no pudo evitarlo, y la amaba tanto de todas formas.

En algún momento del martes, Mark Barton asesinó a su mujer, envolvió su cuerpo en una cobija y la ocultó en el clóset. Sobre el cadáver, el hombre colocó una nota con una plegaria en la que encomienda a su compañera:

Te doy a mi esposa, Leigh Ann Vandiver Barton. Mi cariño, mi amor precioso. Por favor cuida de ella. La amaré siempre.

La noche siguiente, el hombre asesinó a sus hijos, cuyos cuerpos recostó en sus camas y rodeó de juguetes. Y encomendó a los niños con plegarias similares:

Te doy a mi hijo, (…) mi amiguito, mi vida. Por favor cuida de él. Te doy a mi hija (…), mi corazón, mi vida. Por favor cuida de ella.

En su nota explicativa, Barton se dijo convencido de que Jehová cuidaría a su familia y se encargaría de reunirlos en otra vida. Sin embargo, reconoció que esto no explicaría sus actos ante los demás.

…Sé que los cuidará en la otra vida. Estoy seguro de que no le importarán lo detalles. No hay excusa, ni buenas razones. Estoy seguro de que nadie entenderá. Y si acaso alguien entiende, no quiero que lo haga. Solo escribo esto para decir por qué. Sepan que quería a Leigh Ann, Matthew y Mychelle con todo mi corazón. Si Jehová lo dispone, quisiera volver a verlos en la resurrección y tener con ellos una segunda oportunidad.

Mark Barton se declaró convencido de que sus hijos estaban predestinados a vidas como la que tuvo él mismo. Prefirió liberarlos.

Maté a los niños para darles sólo cinco minutos de dolor, en lugar de una vida de dolor. Me obligué a hacerlo para evitarles todos los sufrimientos por los que pasarían después. Sin madre, sin padre, sin parientes. Los temores del padre se transmiten al hijo. Así fue de mi padre a mí, y de mí a mi hijo. Él ya lo tenía consigo, cómo dejarlo solo así. Tuve que llevarlo conmigo.

Esa vida que Barton no quería para sus hijos lo torturó varios meses. Se cree que cuantiosas pérdidas en operaciones bursátiles arriesgadas, pero sólo el hombre sabía si eso era todo.

He estado muriendo desde octubre. Despierto en la noche con tanto miedo, tan aterrado, que no puedo seguir con ese miedo cuando estoy despierto. Me ha dañado. He llegado a odiar esta vida y el sistema de las cosas. Ya no tengo esperanza.

Sin embargo, en su última carta Barton advirtió que se vengaría. El objeto de esta venganza eran, al parecer, los empleados de las dos casas de bolsa en las que abrió fuego, matando a nueve e hiriendo a 12 personas a las que saludó con comentarios sobre la situación bursátil.

No planeo vivir mucho más tiempo, sólo el necesario para matar al mayor número posible de las personas que tan avariciosamente buscaron mi destrucción.

Deben matarme si pueden. Mark O. Barton.

Mark Orrin Barton
Bombaencamino.blogspot.com

Dentro de toda la fauna de amantes del dinero sin esfuerzo, existe uno particularmente irritante: el «day trader».

Este personaje -como su nombre permite intuir- es un corredor de valores que compra y vende en un mismo día distintos instrumentos financieros, ganando los márgenes de los puntos que pueden variar en su valor durante el día. O sea, es el exprimidor máximo. El que literalmente se quiere hacer rico en un día. Y por lo mismo, son los que más pueden ganar en los momentos de crisis.

Mark Orrin Barton era uno de éstos. A pesar de que era químico de profesión, se dedicaba a negociar con acciones.

Entre junio y julio de 1999 perdió 105.000 dólares apostándole a empresas de Internet principalmente. Pues bien, se enojó Barton. Se enfadó. Y bastante.

El jueves 29 de julio de 1999 tomó una calibre .45 y una 9 milímetros y entró a All-Tech Investment Group, la empresa de Atlanta a través de la cual hacía sus negocios. Últimamente (debido a las pérdidas) All-Tech había cerrado su cuenta. Mark ya no podía tratar de recuperarse.

Disparó, con calma y una pistola en cada mano, a quien se le cruzó en su camino. Mató a 4 personas. Los testigos dicen que antes de hacerlo dijo «espero no arruinarles sus transacciones de hoy».

Cruzó la calle y entró al edificio de Momentum Securities, otra empresa con la que había negociado antes en la bolsa. Allí mató a 5.

Cundió harto pánico, y hasta 200 oficiales de policía (incluyendo los SWAT) se dedicaron a buscarlo. Lo encontraron en una estación de servicio. Cuando se dio cuenta de que habían dado con él, se voló los sesos. Tenía 44 años.

Pero no terminaba aquí la cosa.

La policía encontró en su casa los cuerpos de su hijo Matthew de 12 y su hija Mychelle, de 10. Los había matado a martillazos mientras dormían el miércoles. Los sumergió en agua para asegurarse que habían muerto, y los acostó en la cama con un juego de video y un peluche respectivamente como si estuvieran durmiendo.

En la cama matrimonial estaba su 2ª esposa, Leigh Ann de 27, también muerta a martillazos, pero desde el martes.

¿Su primera esposa?

Junto a su suegra fueron asesinadas en 1993 a golpes con algo como un hacha. Él fue sospechoso de los asesinatos, pero la sangre que encontraron en su auto no era suficiente para acusarlo. Argumentó que podía venir de un corte en su mano, sin embargo no aceptó someterse voluntariamente a exámenes de ADN o detector de mentiras.

Cuando consiguieron la orden, la muestra de sangre del auto ya había sido limpiada por Mark Barton.

Una carta había en su casa. Algunos extractos:

«Puede haber similitudes entre estas muertes y la de mi primera esposa, Debra Spivey. En todo caso, niego haberla asesinado a ella y su madre. No tengo razones para mentir ahora. […]»

«He llegado a odiar esta vida y este sistema de cosas. He llegado a perder las esperanzas… Los miedos del padre son transferidos al hijo. Fue de mi padre a mí, y de mí a mi hijo… Estoy seguro de que los detalles no importan. No hay ninguna excusa, ninguna buena razón. Estoy seguro que nadie entenderá. Si pudieran, yo no quisiera que lo entendieran… Debieran matarme si pueden.»

«[…] Maté a Leigh Ann porque ella fue una de las principales razones de mi muerte… Ella no pudo evitarlo realmente, y la amo tanto de todas formas.»

En su carta se refería con rabia a la gente que «codiciosamente buscaron mi destrucción».

Simbólico, ¿no?

Víctimas
Última actualización: 16 de abril de 2015

Lista de las 9 personas asesinadas en los tiroteos de las oficinas:

  • Russell J. Brown, 42, Cumming, Georgia
  • Dean Delawalla, 62, Atlanta
  • Joseph J. Dessert, 60, Marietta, Georgia
  • Kevin Dial, 38, Atlanta
  • Jamshid Havash, 44, Dunwoody, Georgia
  • Vadewattee Muralidhara, 44, Peachtree City, Georgia
  • Edward Quinn, 58, Norcross, Georgia
  • Charles Allen Tenenbaum, 48, Atlanta
  • Scott Webb, 30, Chesterfield, Missouri
Miembros de la familia asesinados con anterioridad:

  • Leigh Ann Barton, 27, esposa del asesino en masa Mark Barton
  • Matthew Barton, 11, su hijo de un anterior matrimonio
  • Elizabeth Mychelle Barton, 7, su hija de un anterior matrimonio


MÁS INFORMACIÓN EN INGLÉS

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Joanna Dennehy

Los asesinatos de las zanjas
  • Clasificación: Asesina en serie
  • Características: «Maté para ver cómo me sentía, para divertirme (…) Luego le cogí el gusto»
  • Número de víctimas: 3
  • Fecha del crimen: 19 - 29 de marzo de 2013
  • Fecha de detención: 2 de abril de 2013
  • Fecha de nacimiento: 1982
  • Perfil de la víctima: Kevin Lee, de 48 años / Lukasz Slaboszewski, de 31 / John Chapman, de 56
  • Método del crimen: Apuñalamiento
  • Lugar: Peterborough, Inglaterra, Gran Bretaña
  • Estado: Condenada a cadena perpetua el 28 de febrero de 2014
Índice

Joanna Dennehy – Una mujer británica admite haber matado a tres hombres a puñaladas
ABC.es

19 de noviembre de 2013

Una británica de 31 años se declaró hoy culpable ante un tribunal de Londres de haber matado a puñaladas a tres hombres cuyos cuerpos se encontraron este año en diversas zanjas en la zona de Cambridgeshire, en el centro de Inglaterra.

Joanna Dennehy, nacida en la ciudad de Peteborough, admitió haber cometido la serie de asesinatos y reconoció asimismo los cargos adicionales por haber intentado matar a otros dos hombres.

Los cuerpos de Lukasz Slaboszwski, de 31 años; Kevin Lee, de 48, y John Chapman, de 56, fueron hallados entre marzo y abril de este año en diversas zanjas apartadas varios kilómetros de las poblaciones de Newborough y Thorney, a las afueras de Peteborough.

Ante la corte penal de Old Bailey, el abogado de Dennehy afirmó que no había «anticipado» el desarrollo de la vista en la que la acusada admitió los cargos ante el magistrado Nigel Sweeney.

«Me he declarado culpable y eso es todo», dijo ante el juez Dennehy, que compareció al lado de su novio, Gary Richards, un hombre de 2,2 metros de altura que por su parte negó tres cargos por evitar un entierro digno y dos por intento de asesinato.

Dennehy fue detenida después de que la policía divulgara en abril una fotografía suya y una descripción en la que se advertía de que la sospechosa de las tres muertes lucía un peculiar tatuaje de una estrella bajo su ojo derecho.

Cadena perpetua para psicópata inglesa que asesinó a tres hombres
Cooperativa.cl

28 de febrero de 2014

La mujer mujer no mostró «ningún arrepentimiento» por sus múltiples crímenes.

La inglesa Joanna Dennehy cumplirá cadena perpetua tras ser declarada culpable del asesinato, en 2013, de tres hombres y de dos tentativas de asesinato.

Dennehy, de 31 años y diagnosticada con psicopatía, admitió en una audiencia haber matado a puñaladas el pasado año, durante un periodo de diez días, a tres varones cuyos cuerpos se encontraron en diversas zanjas en la zona de Cambridgeshire, en el centro de Inglaterra.

Al pronunciar hoy su fallo, el Tribunal Penal de Old Bailey en Londres calificó a Dennehy como «mentirosa compulsiva», además de «cruel, calculadora, maliciosa y manipuladora».

También destacó que la mujer no había «ningún arrepentimiento sincero; todo lo contrario».

Los cuerpos de las víctima mortales, Lukasz Slaboszwski, de 31 años; Kevin Lee, de 48, y John Chapman, de 56, fueron hallados entre marzo y abril del pasado año en diversas zanjas apartadas varios kilómetros de las poblaciones de Newborough y Thorney, a las afueras de Peterborough.

La acusada fue detenida después de que la policía divulgara en abril de 2013 una fotografía suya y una descripción en la que se advertía de que la sospechosa de las tres muertes lucía un peculiar tatuaje de una estrella bajo su ojo derecho.

Mientras la policía empezaba una búsqueda a nivel nacional, la asesina condujo 225 kilómetros hacia Hareford, en el centro de Inglaterra, donde apuñaló al azar a otros dos varones que paseaban perros, si bien estos «milagrosamente sobrevivieron», según apuntó hoy el juez.

Penas para los cómplices
Uno de los cómplices de Dennehy, Gary Richards, de 47 años, fue sentenciado a cadena perpetua por los intentos de asesinato de Robin Bereza y John Rogers en Hereford en una vista anterior celebrada en la Corte de Magistrados de Cambridge, el 12 de febrero.

Leslie Layton, de 37, otro de sus cómplices, también recibió una sentencia de 14 años de cárcel por evitar un funeral digno y alterar el curso de la justicia, mientras que un tercer hombre, Robert Moore, fue condenado a tres años de cárcel por ayudar a Dennehy.

Asesina en serie condenada a cadena perpetua bromea durante y después del juicio
Benito Kozman

12 de marzo de 2014

Se ha sabido que después de llevar a cabo su tercer asesinato, llamó a un amigo para cantarle un tema de Britney Spears: «Oops I dit it again».

Ahora Joanna Dennehy, de 31 años, natural de Peterborough, una ciudad enclavada a 125 kilómetros al norte de Londres, ha sido sentenciada a cadena perpetua por el asesinato premeditado de tres hombres y la agresión no menos sangrienta sobre otros dos que milagrosamente se salvaron.

Sin embargo, lo que parecería ser un escenario de tristeza fue para Joanna un momento de risas y bromas. De muy poco valió que se le recordara que en el plazo de tan solo 10 días había asesinado en Peterborough a Lukasz Slaboszewski, de 31 años, con quien al parecer llevaba una relación amorosa; al propietario de su casa, Kevin Lee, de 48 años, también tras una fase de insinuaciones sexuales; y finalmente a su compañero de piso John Chapman, de 56 años, un veterano de la Guerra de las Malvinas.

El cuerpo de Lee fue encontrado en una zanja en Newborough, con un vestido negro de lentejuelas y el trasero al descubierto.

También constó en el sumario que Dennehy había apuñaleado repetidamente a John Rogers y a Robin Bereza, dos personas que paseaban con sus perros, escogidas al azar por ella en Hereford, a 180 kilómetros de su ciudad de residencia. Todo esto entre marzo y abril del pasado año.

Tras haberse declarado culpable de los cinco actos que se le imputaban, Joanna Dennehy admitió no sentir ningún remordimiento, aunque no dio detalles de los móviles que la condujeron a convertirse en una asesina en serie en un periodo de tiempo tan estrecho. «Maté para ver cómo me sentía, para divertirme (…) Luego le cogí el gusto» -fueron sus palabras ante la psiquiatra que estudió su comportamiento con vistas al juicio.

Las palabras del juez Spenser fueron categóricas, cuando describió a esta madre de dos hijos como una «asesina en serie cruel, calculadora y manipuladora», que asesinó para «gratificar su propia lujuria sádica de sangre».

Según un vídeo que ha circulado inconteniblemente por los medios de prensa y las redes sociales, Joanna Dennehy ya había dado muestras de su carácter frío cuando fue arrestada y conducida a la estación de la policía en Hereford, tan solo 40 minutos después de haber atacado a Rogers, de 56 años, y a Bereza, de 63.

Ahora su actitud se ha repetido. La psicópata murmuró varias frases y sonrió durante y después de su juicio, según reportes de la prensa inglesa.

Se trata de la tercera mujer que un jurado inglés considera suficientemente peligrosa como para nunca más ser puesta en libertad. La primera, Myra Hindley, condenada a perpetuidad por una serie de asesinatos entre 1964 y 1965, murió de un infarto en prisión, en 2002; y la segunda, Rosemary West, juzgada por el asesinato de doce jóvenes mujeres, entre 1973 y 1978, continúa en prisión.

Joanna Dennehy – Como mantis religiosa
José Luis Durán King

16 de agosto de 2014

Sonriente… así se mantuvo todo el tiempo la británica Joanna Dennehy desde que fue detenida y hasta su presentación en Old Bailey, la corte por la que han desfilado los homicidas seriales más notorios de Inglaterra.

Pero, además de repartir sonrisas a diestra y siniestra, la desparpajada mujer de 31 años demostró que para ella la vida es una concatenación de bromas.

Cuando los policías que la escoltaron durante su aprehensión mostraron su sorpresa ante la belleza de la detenida, ésta dijo: «Pudo ser peor. Pude ser voluminosa, gorda, negra y fea», refiriéndose al físico de la mayoría de las delincuentes que desfilan por los cuarteles policiacos.

En un vídeo que fue distribuido por las autoridades a los medios, Dennehy señala: «Asesinar y asesinar no es nada. Es como ir a una parrillada de domingo».

La simpatía que desplegó la detenida fue de gran utilidad para el equipo psiquiátrico institucional que ha estado pendiente del caso.

Dennehy es una psicópata que mató por placer. El representante de la parte acusadora explicó, mientras la miraba de forma acusadora: «Dice sentir remordimiento por lo que hizo. No tengo motivos para rechazar esa declaración. Usted es una homicida serial cruel, calculadora y manipuladora».

Joanna Dennehy asesinó a tres hombres, incluyendo a su amante en turno, Kevin Lee, de 48 años, en una saga que duró 10 días, del 19 al 29 de marzo de 2013.

Aunque no participaron de forma directa en los crímenes, los tres acompañantes de correrías de la mujer -Gary Stretch, de 40 años, Leslie Layton, de 36 y Tobert Moore, de 56- , recibieron condenas que van de tres a 14 años de prisión.

En las fotografías que los investigadores decomisaron en el departamento de Dennehy se ve a una mujer atractiva, orgullosa de sus tatuajes, altiva en la mirada, y en algunas de las imágenes posa con enormes cuchillos tipo cazador.

De hecho, los tres hombres fueron asesinados de certeras y repetidas puñaladas en el corazón. Todos eran conocidos de la homicida. Los atrajo a sus citas mortales con mensajes de texto que prometían s*x*, alcohol y drogas. Y así fue, solo que Dennehy nunca aclaró que la muerte señalaría el fin de la fiesta.

El amante de Dennehy fue asesinado en el interior de su casa. La mujer y dos de sus acompañantes introdujeron el cuerpo en el maletero de un auto y condujeron hasta un callejón aislado de Peterborough, Cambridgeshire, donde arrojaron el cadáver. Una adolescente atestiguó la maniobra, pero Dennehy no tuvo empacho en mostrarle a la víctima asesinada.

Los datos aportados por la joven fueron cruciales para lograr la detención de la asesina y sus acompañantes.

Durante el regreso al centro de la ciudad, los criminales se metieron a un cementerio donde practicaron un trío sexual sobre una de las tumbas.

En la corte, la mujer tuvo un momento de preocupación por lo que había hecho, al preguntar a los investigadores cómo estaba el perro de una de sus víctimas. Dijo que el animal solo había sido «un testigo inocente de los hechos».

Al ingresar a prisión, Dennehy apeló a sus derechos humanos para que no le quitaran el piercing que lucía en uno de los labios. Exigió, asimismo, que no le asignaran un uniforme de suicida. «Estoy a gusto con la ropa que traigo», añadió.

Dennehy es una de las tres homicidas seriales que han merecido prisión de por vida en la historia del crimen británico.

Las otras dos son Myra Hindley, quien junto con su novio Ian Brady mató a cinco menores durante los años 60; y Rosemary West, una practicante de magia negra que en compañía de su esposo, Fred West, asesinó a 12 adolescentes femeninas, entre ellas una de las hijas de un matrimonio anterior, y otra que concibió con Fred.

Joanna Dennehy: la hembra alfa
José Luis Durán King

21 de febrero de 2015

Más que con los asesinos hombres, Reino Unido mantiene un romance de hace muchas décadas con las mujeres asesinas. Es cierto, el símbolo del homicidio serial británico es masculino, al menos eso es lo que se cree, que Jack el Destripador era hombre, pero las predadoras femeninas irradian un candor especial para el público inglés.

La detención de Joanna Dennehy el 2 de abril de 2013, quien asesinó a tres hombres en un lapso de 10 días en la ciudad de Peterborough, Cambridgeshire, Inglaterra, ha significado tiradas extra en los tabloides ingleses, además de programas televisivos en torno a una mujer que no ha dicho qué motivó sus ataques.

En días pasados fue el turno de un documental en el que David Wilson aporta su experiencia y conocimiento para arrojar luz en torno al caso. Wilson es profesor de criminología en la Universidad de la Ciudad de Birmingham, además de experto en homicidas seriales, asesor en diversas fuerzas policiacas de Gran Bretaña y autor de varios libros en el tema.

Para el académico, la señora Dennehy, madre de dos hijos, es un fenómeno único. El experto señala que, en contraste con otros ejemplos en los que homicidios seriales son cometidos por parejas hombre-mujer, entre ellos Myra Hindley y Ian Brady o Frederick y Rose West, donde los hombres eran las figuras dominantes, a Dennehy sus cómplices masculinos nunca le cuestionaron su liderazgo.

Wilson indica: «La psicología detrás de esas relaciones se le denomina folie a deux o locura compartida por dos, y en esos dos por lo general el hombre es el dominante y el otro el subordinado. Lo inusual en el caso de Dennehy es que ella era la dominante y los hombres la obedecían».

Dennehy tuvo una infancia feliz, destacó en la escuela y en los deportes, y sus padres siempre creyeron que Joanna terminaría una carrera universitaria. No fue así, eso está visto.

Días antes de la detención de Dennehy, algunos vecinos de la pequeña ciudad británica de Hereford reportaron a la policía que una mujer atacaba al azar a transeúntes que se cruzaban en su camino. Una de las llamadas indicaba que no se trataba de amagues sino de agresiones directas a las personas.

Los testimonios de los heridos, más las imágenes capturadas por cámaras de vigilancia, condujeron al arresto de la mujer. Y entonces, una personalidad complicada salió a la luz.

Sin perder el glamour ni la sonrisa, Joanna Dennehy parecía estar feliz con los minutos de fama que le proporcionaron los tres asesinatos que cometió.

Para el profesor Wilson, la actitud de la asesina tiene que ver con una personalidad psicopática. Explica que es sorprendente lo atractivo que pueden resultar algunos psicópatas. «Te pueden hacer sentir que eres el centro de universo, pues necesitan acercarse a ti para después utilizarte. Es esa habilidad camaleónica lo que dificulta identificar al verdadero psicópata».

En el caso de Dennehy, su encanto personal atrajo a un puñado de hombres que la obedeció sin chistar, incluso a sabiendas de que la relación con ella era peligrosa. Tan peligrosa que para Kevin Lee, de 48 años, Lukasz Slaboszewski, de 31, y John Chapman, de 56, fue letal después de disfrutar con la mujer orgías de alcohol y s*x*.

Slaboszewski y Chapman, de hecho, habían sido parejas sentimentales de Dennehy.

Los tres cómplices de la mujer, que también disfrutaban de los encantos sexuales de Dennehy y a la que obedecían con lealtad canina, recibieron condenas que van de tres a 14 años de prisión. Los individuos presenciaron los asesinatos, pero no participaron de forma activa en los homicidios. Solo estuvieron ahí. La estrella indiscutible en esa obra negra fue Joanna Dennehy.

Una psicópata condenada a cadena perpetua pide que la indemnicen por haberla aislado
Juan Manuel García – Lavanguardia.com

14 de marzo de 2016

Sus abogados se amparan en la Convención Europea de Derechos Humanos para exigir el pago porque el aislamiento le produjo «lágrimas y tristeza».

Hace exactamente tres años, en marzo de 2013, Joanne Dennehy, que entonces tenía 31 años, mató a tres hombres a puñaladas e intentó lo propio con otros dos «por diversión», según reconoció en el juicio al que fue sometida.

Se convirtió en la primera mujer condenada a cadena perpetua en el Reino Unido al considerarse probado que era una «asesina en serie sádica, cruel, calculadora, egoísta y manipuladora», según la juez que dictó su sentencia, en febrero de 2014.

En prisión, Dennehy fue confinada en régimen de aislamiento durante dos años después de que los funcionarios de la penitenciaría descubrieran en su diario un plan para huir de la cárcel. Sus planes de fuga incluían matar un guardia y pasar por el sistema de seguridad biométrico usando su dedo cortado.

Ahora, sus abogados piden una indemnización por considerar que este confinamiento era ilegal, alegando que viola sus derechos humanos, según las leyes europeas. Lo cierto es que la segregación de esta reclusa fue técnicamente ilegal, ya que la autorización debía de ser expresamente concedida por el exsecretario de Justicia, Chris Grayling. El presunto delito de aislamiento ilegal está regulado por la Convención Europea de Derechos Humanos.

El Gobierno británico argumentó que estaba justificado debido a la naturaleza de su ofensor y el riesgo de fuga. El abogado de la asesina en serie sostuvo ante el Tribunal Supremo de Londres que su defendida es víctima de discriminación por discapacidad y «torturas o tratos degradantes», según publica el diario británico The Sun.

Dennehy, diagnosticada con psicopatía, admitió en el juicio celebrado en 2013 haber matado a puñaladas a tres varones durante un periodo de diez días. Los cuerpos de Lukasz Slaboszwski, de 31 años; Kevin Lee, de 48, y John Chapman, de 56, fueron hallados entre marzo y abril de este año en diversas zanjas apartadas varios kilómetros de las poblaciones de Newborough y Thorney, a las afueras de Peteborough, en el centro de Inglaterra.

La acusada fue detenida después de que la policía divulgara en abril de 2013 una fotografía suya y una descripción en la que se advertía de que la sospechosa de las tres muertes lucía un peculiar tatuaje de una estrella bajo su ojo derecho.

Mientras la policía empezaba una búsqueda a nivel nacional, la asesina condujo 225 kilómetros hacia Hareford (centro de Inglaterra), donde apuñaló al alzar a otros dos varones que paseaban perros, sin bien estos «milagrosamente sobrevivieron», según apuntó hoy el juez.

https://criminalia.es/asesino/joanna-dennehy/
 
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Phoolan Devi

La reina bandida
  • Clasificación: Asesina
  • Número de víctimas: 20 +
  • Fecha del crimen: 30 de enero de 1981
  • Fecha de detención: Febrero de 1983
  • Fecha de nacimiento: 10 de agosto de 1963
  • Perfil de la víctima: Hombres (aldeanos de casta superior)
  • Método del crimen: Arma de fuego
  • Lugar: Uttar Pradesh, India
  • Estado: Pasó 11 años en la cárcel central de Gwalior, en Madhya Pradesh y fue puesta en libertad sin juicio en 1994. El 25 de julio de 2001 fue asesinada a tiros por tres hombres armados y enmascarados en Nueva Delhi
Índice

Phoolan Devi
Wikipedia

Phoolan Devi (Uttar Pradesh, 1963 – Nueva Delhi, 2001), conocida como la «Reina de los Bandidos», fue una bandolera y política socialista.

Infancia
Nació en agosto de 1963 en una pequeña aldea de Uttar Pradesh, en el seno de una familia de la subcasta mallah, una de las más bajas de la India. A los 11 años fue obligada a casarse con un hombre 20 años mayor que abusó sexualmente de ella de forma continuada. Según parece, Phoolan Devi se escapó de su marido y volvió a la casa de su familia, siendo rechazada y denunciada por robo. Tras esto fue detenida por la policía y nuevamente violada por los policías en prisión.

La vida de ladrona
Al salir de la cárcel, Phoolan Devi se dedicó a ganarse la vida mediante robos menores hasta que fue capturada por una cuadrilla de dacoits (bandoleros o asaltantes de caminos), siendo protegida de una nueva violación por el jefe de la cuadrilla, Vikram, el cual se casaría con Devi.

Una de las primeras acciones de Devi en dicha cuadrilla sería la de asaltar la aldea de su antiguo marido, asesinándolo y exhibiendo su cadáver a todos los aldeanos. Posteriormente, la actividad de la banda de dacoits consistiría en asaltar aldeas pobladas por miembros de castas superiores y en secuestrar a terratenientes para exigir un rescate por su liberación. Al parecer, tras cada crimen, Devi visitaba un templo de Durga para agradecer a la diosa su protección.

La entrada en la cuadrilla de varios miembros de una casta superior (los tahkur o kshatriya) comenzó a causar tensiones en el grupo, que culminaron con el asesinato de Vikram (él también pertenecía a la casta mallah) y el secuestro y nueva violación de Phoolan Devi. Cuando ésta consiguió escapar, organizó una cuadrilla de mallahs y, como líder de la misma, dirigió nuevos ataques contra castas superiores. Aunque se afirma que Devi tan solo atacaba a las castas elevadas y repartía el botín, las autoridades indias insisten en que estas afirmaciones son tan solo parte de la leyenda romántica del personaje.

Durante la incursión a la aldea de Behmai en febrero de 1981, Devi reconoció a dos miembros de su anterior cuadrilla, los cuales habían participado en su violación y el asesinato de su marido. Tras buscar por los alrededores al resto de la cuadrilla sin encontrarlos, fueron asesinados todos los miembros de la casta tahkur de la aldea. Posteriormente Devi negó haber participado en la matanza.

Tras la masacre de Behmai, las autoridades de Uttar Pradesh persiguieron infructuosamente a la cuadrilla de Phoolan Devi, y el gobernador del estado dimitió a consecuencia de la matanza. En estos momentos es cuando comienza a conocérsela como la «Reina de los Bandidos» y se comercializan las muñecas de Phoolan Devi caracterizada como la diosa Durga.

Rendición y estancia en la cárcel
En 1983 las autoridades indias no habían conseguido detener a Devi, por lo que el gobierno de Indira Gandhi decidió llegar a un acuerdo con la banda. Por su parte, la cuadrilla de Devi estaba muy mermada a consecuencia de las muertes de varios miembros en enfrentamientos armados y la propia Devi se encontraba enferma.

En febrero de 1983 Devi hizo públicas sus condiciones:

  • Se entregaría tan solo a la policía de Madhya Pradesh, ya que no confiaba en la policía de Uttar Pradesh.
  • No sería condenada a muerte.
  • Los miembros de su cuadrilla no serían condenados a más de 8 años de prisión.
  • Su hermano debería recibir un trabajo como funcionario.
  • Su familia debería ser escoltada hasta la ceremonia de entrega.
En la ceremonia de rendición entregó su fusil ante los retratos de Mahatma Gandhi y la diosa Durga. A la ceremonia asistieron aproximadamente 10.000 personas, y Devi y su cuadrilla fueron detenidos por 300 policías. Phoolan Devi fue acusada de 48 crímenes, incluyendo bandolerismo, asesinato y secuestro. Sin embargo, la causa principal de su detención, la masacre de Behmai, no fue resuelta en el juicio al estar muertos todos los testigos y negar Devi su responsabilidad en las muertes.

Tras pasar 11 años en las cárceles de Gwalior y Tihar, Devi se benefició de un indulto parcial y salió de prisión en 1994.

Vida política
Después de salir de la cárcel Phoolan Devi se casó con un constructor adinerado y se estableció por un tiempo en Nueva Delhi. Sin embargo, esta relación fue bastante turbulenta y Devi interpuso varias denuncias contra su marido por malos tratos.

En 1996 regresó a Uttar Pradesh y se presentó a las elecciones como diputada por el Partido Samajwadi, socialista, por el municipio de Mirzapur. El Partido Bharatiya Janata (representante de las castas más altas) y el Kshatriya Swabhimaan Andolan Samanvay (KSASC) comenzaron una fuerte campaña en contra de Devi, pese a lo cual fue elegida como diputada. En 1998 fue nominada para el Premio Nobel de la Paz y, en 1999, renovó su escaño.

Asesinato
El 25 de julio de 2001, Phoolan Devi fue asesinada a tiros a la entrada de su residencia en Nueva Delhi. El principal acusado del asesinato, Sher Singh Rana, se entregó a la policía y justificó el crimen como venganza por la matanza de Behmai. En 2004 Rana se escapó de la cárcel, siendo arrestado en 2006. Ese mismo año el KSASC honró a Rana por haber limpiado el honor de su casta con el asesinato de Devi.

Cine y autobiografía
Shekhar Kapur hizo una película Bandit Queen (1994) acerca de la vida de Phoolan Devi hasta su entrega en 1983. Aunque Phoolan Devi es una heroína en la película, ella disputó su exactitud y luchó por conseguir que fuera prohibida en la India. Incluso amenazó con inmolarse a sí misma si no se retiraba la película. Posteriormente retiró sus objeciones después de que el productor de Canal 4 le pagara £ 40.000.

Aunque era analfabeta, Phoolan Devi escribió su autobiografía con la ayuda de los autores Marie-Therese Cuny y Rambali Paul.

Matan a la «Reina Bandida»
BBC Mundo

Miércoles, 25 de julio de 2001

La política india Phoolan Devi, conocida como la «Reina Bandida», fue asesinada en Nueva Delhi.

Phoolan Devi acababa de regresar del Parlamento a su casa cuando, al bajar de su automóvil, varios hombres le dispararon indiscriminadamente.

Varias balas hicieron impacto en su cabeza. «Fue conducida al hospital, donde se le declaró muerta», dijo el oficial de la policía Suresh Roy.

Aún no se dispone de información acerca de la identidad de sus atacantes. El Parlamento aplazó sus sesiones cuando se dio a conocer la noticia.

Vida legendaria
Phoolan Devi, quien nació en una familia de baja casta, perteneció en su juventud a varias pandillas de bandidos de los estados de Uttar y Madhya Pradesh.

Se hizo famosa en la década de 1980, cuando tenía cerca de 25 años de edad, y se le acusaba de una serie de atracos, secuestros y asesinatos.

La mayor acusación que pesaba sobre ella era la muerte -en lo que pasó a conocerse como la Masacre del Día de San Valentín- de 22 hombres de una casta superior, quienes supuestamente la habían violado.

A pesar de que se había ofrecido una recompensa de más de US$10.000 por su captura, la Reina Bandida, la Reina Bella, la Reina de las Flores -algunos de los nombres con que la bautizó el imaginario popular- continuó desandando con sus subordinados por las campiñas de Utar Pradesh.

De película
Dos años más tarde, en medio de una espectacular ceremonia exigida por ella como condición para su rendimiento -con música de Bollywood transmitida por altoparlantes, retratos de Mahatma Gandhi y la bella y terrible diosa Durga en una tribuna- Phoolan Devi se entregó a la policía.

Aunque negó haber dirigido a los asesinos, permaneció once años en prisión sin haber sido juzgada por un tribunal.

En febrero de 1994, el nuevo ministro del estado de Uttar Pradesh, Mulayam Singh Yadav, también de una casta inferior, negoció su liberación.

Poco después se estrenó una película, «La Reina Bandida», supuestamente basada en su vida pero realizada sin consultarla, que ganó varios premios y fue prohibida en India después de varias demandas judiciales presentadas por Phoolan Devi, quien consideraba que no había sido justamente representada.

De símbolo de las bajas castas y las mujeres oprimidas, Phoolan Devi, la hija de un pescador, pasó a ser, con un extraordinario apoyo popular, miembro del Parlamento indio por el partido Samajwadi.

Fue precisamente al regresar del Parlamento -en cuyo seno ganó renombre como defensora de los pobres- cuando este miércoles la Reina de las Flores fue asesinada.

La policía india busca a los asesinos de la «Reina de los Bandidos»
Reuters

26 Julio 2001

NUEVA DELHI – Los partidarios de la «Reina de los Bandidos» de India desataron disturbios por su asesinato a la luz del día, mientras la policía lanzó una cacería humana en busca del sospechoso del crimen de la mujer cuya trayectoria de violadora de la ley a legisladora le ganó respeto masivo.

Activistas del Partido Samajwadi, que acusaban a rivales políticos por la muerte de su heroína, arrojaron piedras y rompieron los vidrios de automóviles estacionados frente a la casa donde yacía el cuerpo de Phoolan Devi en un lecho de flores en medio de un vasto jardín.

En Uttar Pradesh, el estado de Phoolan Devi, una persona murió cuando la policía abrió fuego contra una multitud enardecida que protestaba por el asesinato de su ídolo y que disparó contra una patrulla policial, dijo la agencia United News of India.

No hubo manifestaciones masivas de dolor por la notoria figura que otrora vivía del arma y que murió por el arma.

Sin embargo, un simple titular de un diario «Una Reina ha Muerto» resumía la conmoción de India y comentaristas alabaron la valentía de Phoolan Devi que combatía por los pobres y los oprimidos.

Atacantes enmascarados rociaron de balas a la robusta mujer de 37 años cuando el miércoles regresaba a su casa de Nueva Delhi desde el Parlamento.

No hubo un informe oficial sobre el motivo de los asesinos, aunque la policía dijo que ya habían identificado a uno de los hombres que huyó de la escena de crimen en un automóvil.

Phoolan Devi, que recibió tres balazos en la cabeza y dos en el cuerpo, fue trasladada al hospital donde ingresó muerta. Su esposo dijo que los atacantes escaparon en un automóvil que poco después quedó abandonado.

La policía recuperó una pistola y varias balas del vehículo abandonado, dijo el comisionado Roy, agregando que el motivo del ataque no estaba claro.

«Una alerta roja comenzó a sonar en la capital y se han levantado puestos de revisión policial en toda la ciudad para encontrar a los asesinos», dijo el funcionario.

Devi saltó a la notoriedad a comienzos de la década de 1980 y su historia fue narrada en una película cruda y perturbadora del director Shekhar Kapur.

Crimen y fama
Phoolan Devi, una de las mujeres más conocidas en la India, era adorada por millares de integrantes de las bajas castas hindúes, en el estado norteño indio de Uttar Pradesh, cuyos intereses representaba en el Parlamento del país.

La pequeña y robusta Phoolan Devi fue inmortalizada en una película de 1994, «La Reina de los Bandidos», como una víctima de violación en una comunidad marginal cuya carrera en el crimen comenzó con la búsqueda de venganza contra sus atacantes.

Se hizo notoria en 1981 cuando 22 hombres de una casta de alto nivel fueron masacrados en la villa Behmai, de Uttar Pradesh. Negó haber encabezado el ataque asesino, pero se entregó a la policía en el estado de Madhya Pradesh en 1983.

Cuando fue liberada bajo palabra en 1994 se eliminaron otras acusaciones en su contra y pudo unirse al partido Samajwadi, que representa a las castas de bajo nivel.

Phoolan Devi, una fuerte luchadora por la gente de pocos recursos, fue elegida como miembro de la Cámara baja del Parlamento en 1996. Posteriormente fue derrotada en las elecciones de 1998, pero ganó nuevamente su banca en 1999.

El presidente indio, K.R. Narayanan, dijo que se sintió estremecido al enterarse de la muerte de Devi y condenó el «cobarde y brutal ataque».

«Su vida fue una historia de rebelión y de un exitoso desafío contra la opresión y la explotación», dijo Narayanan en una declaración. «Habiendo superado los prejuicios que una sociedad ortodoxa impone contra una mujer pobre y marginada, se levantó para convertirse en legisladora por derecho propio», agregó.

Reina de bandidos y pobres
Luis Mazarrasa – El Mundo

Nunca me consideré una diosa y nada de lo que sucedió aquellos años debió pasar. El origen de todo, y, por supuesto, de las creencias de los pobres que vieron en mí una especie de redentora, es la tremenda miseria e injusticia que esas gentes sufren en la India. Aquí ocurren una serie de cosas terribles, y cuando yo actuaba en contra del orden establecido brotó ese intento de deificarme, causado, sobre todo, por la desesperación de las castas más bajas».

La noche caía en Nueva Delhi en el otoño de 1994 y Phoolan Devi, la Reina de los Bandidos, interrumpía la conversación para rezar ante el altar de Durga en su nueva casa, una especie de bungaló en una de las zonas más exclusivas de la capital adonde se había mudado después de 11 años en prisión y de casarse con Umaid Singh, un próspero constructor.

Durga es una de las personalidades más terribles de Parvati, la consorte de Shiva, el dios de la trimurti o Santísima Trinidad de la cosmología hindú que destruye el Universo y vuelve a crearlo a partir de la energía que se desprende de su danza tandava.A Durga se la representa encabalgada a lomos de un tigre y portando un arma en cada uno de sus 10 brazos con las que abate a los demonios.

No es casual que la mujer que acaba de ser tiroteada y muertaa las puertas de su casa de Nueva Delhi rezara a Durga. Porque algo parecido a una reencarnación de Durga debieron de ver en ella que quiere decir diosa miles de campesinos miserables de las castas más bajas del norte de la India cuando el 14 de febrero de 1981, en una especie de reedición de la matanza de Texas, la menuda Phoolan al mando de su partida de dacoits, los legendarios asaltantes de caminos indios que todavía hoy actúan en zonas remotas del subcontinente, se llevó por delante a 22 hombres de la aldea norteña de Behmai.

Un año antes Phoolan Devi se había enrolado en una banda de ladrones de poca monta, casi todos pertenecientes a la subcasta mallah, una de las más bajas de la India. Secuestrada por una banda rival de takhures, una casta que desprecia a los mallahs, estuvo retenida durante un mes en la aldea de Behmai y violada, escupida y golpeada sistemáticamente cada noche por gran parte del pueblo, mientras la otra parte miraba hacia otro lado.

Cuando se cansaron de ella, una mañana la desnudaron y la obligaron a traer agua del pozo hasta la placita de Behmai para que todos pudieran reírse de su lamentable estado. Pocas humillaciones pueden resultar más ultrajantes para una mujer en la India que la exposición de su cuerpo en público; eso es casi peor que una violación.

Después, la echaron del pueblo a patadas. Phoolan se volvió cuando salía de la aldea y espetó a los lugareños: «Volveré». Pero no era más que una mujercita india de apenas un metro sesenta de estatura, de casta baja, miserable y analfabeta, y nadie pareció tomarse muy en serio la amenaza.

Transcurrió ese año y San Valentín o la diosa Durga quisieron que fuese precisamente un 14 de febrero el fatídico día en que una partida de terribles dacoits con bandas de tela roja en la frente, armados con rifles y encabezados por aquella misma mujer de apenas un metro sesenta de estatura pero esta vez con fuego en los ojos entrara por sorpresa en Behmai.

Los hombres tomaron el pueblo mientras Devi se paseaba lentamente por la plaza, el mismo lugar donde un año antes la gente se había congregado para mofarse de aquella piltrafa. De pronto reconoció a un jovencito que se había ensañado especialmente con ella y que en sus repetidas violaciones, de paso, le atizaba unas buenas tundas acompañadas de escupitajos. «Hoy no pareces tan valiente», increpó Devi al aterrorizado muchacho. Y le descerrajó un tiro en la rodilla, donde más duele. Después, mandó a sus hombres que cargaran con él, eligió quizás al azar o puede que recordara algunos rostros entre sus pesadillas a otros 21 hombres del pueblo y los condujo a la orilla del río. Allí fueron asesinados y en la India nació una leyenda.

¿Qué piensa de la venganza? ¿Es un acto lícito en determinads circunstancias?

La vida es una cuestión de acción y reacción. A mí me hicieron cosas terribles y no me iba a quedar con los brazos cruzados.

Fue su respuesta en aquella tarde de 1994. Menuda, con vocecilla de niña y aspecto frágil acentuado por el cáncer vaginal que entonces padecía y del que finalmente se operó hace ahora unos meses en EEUU, costaba reconocer en ella a quien habían bautizado años atrás como la Reina de los Bandidos. Salvo en momentos y respuestas como aquélla, cuando los ojos se le encendían como tizones, acaso con intensidad parecida a la que mostraban desafiantes en los años de clandestinidad.

Entre 1981 y 1983 la banda de Devi atacó trenes, autobuses y aldeas y mantuvo en jaque al Ejército y la policía indios, que fueron incapaces de atraparla entre las cañadas de Madhya Pradesh, el gran estado norteño de la India.

Robin Hood
En muchos de los pueblos que estos dacoits tomaron, Devi se subía a un tejado con un megáfono y ordenaba a los más ricos que sacaran todas sus joyas y rupias a la calle. Luego tomaba gran parte del botín y repartía el resto entre los desheredados de la aldea.

«Antes de dejar el pueblo advertía que si se atrevían a reclamar lo entregado, volvería y se verían en un bonito problema conmigo.Se trataba, a veces, de gente que trabajan las cosechas de los terratenientes por 50 rupias (200 pesetas) al mes y de mujeres que trabajaban jornadas enteras en el campo para conseguir una botella de leche para sus niños», me contaba en su casa de Gulboar Park de la capital india.

Todos esos asaltos le valieron una fama de Robin Hood entre los campesinos, alguien que robaba a los ricos para dárselo a los pobres, aunque no fuera del todo exacto. Pero sobre todo le granjeó una reputación de vengadora, de Durga, entre las mujeres más débiles. «En la India, si eres pobre y te violan, vas a la policía y en la comisaría te violan de nuevo», decía.

Y sabía de lo que hablaba. La historia de los padecimientos de Phoolan Devi no empezó en Behami, ni mucho menos. De hecho, los primeros años de su vida trazan una estampa casi de libro de la miseria y la injusticia que todavía hoy sufren en la India las castas más bajas más aún si son mujeres , por mucho que la Constitución aboliese formalmente las desigualdades sociales.

La futura Reina de los Bandidos nació hacia finales de los años 50 en Gurha ka Purwa, una remota aldea del Estado de Uttar Pradesh, en el norte de la India. Estos días se escribe que tenía 38 años, pero la verdad es que ni ella misma sabía su fecha de nacimiento.Cuando tenía unos 11 años su familia la entregó a un hombre de 35 a cambio de una bicicleta y una cabra.

Su marido y su suegra la trataron a palos y Phoolan hizo algo impensable en el código que rige el sometimiento de las mujeres más pobres de las aldeas indias: se escapó y volvió a casa de sus padres, donde fue rechazada por su osadía y repudiada por todo el pueblo. Más tarde, su primo, miembro de una rama de la familia siempre enfrentada al entorno de Devi, la denunció a la policía por robo y en la comisaría fue golpeada y violada.

Cuando fue liberada, Phoolan empezó su vida en grupos de rateros que cometían pequeños robos, sobre todo en las aldeas dominadas por los clanes takhures.

Devi fue feliz en los barrancos de Madhya Pradesh, cuando vivió probablemente de una forma muy parecida a la de los bandoleros españoles de Sierra Morena del siglo XIX. Madhya Pradesh es una zona de gran tradición dacoit, un término empleado para asaltantes de caminos, pero que admite multitud de matices, pues dacoits eran también los hombres que, al mando de otra mujer mítica, Maharani de Jhansi, se enfrentaron a las tropas británicas en la Revuelta de los Cipayos de 1858, que los indios conocen como su primera guerra de independencia.

El gran amor
En los tres años que la banda sembró el terror entre los terratenientes y los miembros de las castas más altas en las aldeas, que se consideraban enemigos de Devi, uno a uno fueron cayendo casi todos sus lugartenientes en tiroteos con la policía. Incluido Vikram, su gran amor y seguramente la persona con la que había conocido sus únicos momentos de auténtica dicha. Él fue quien la empujó definitivamente y sin retorno hacia la clandestinidad.En julio de 1979 Phoolan Devi había sido secuestrada por una cuadrilla de ladrones y, una vez más, ultrajada. Después de varios días, Vikram, uno de los miembros de la banda raptora, arremetió contra su cabecilla, lo mató y liberó a Devi.

Con el bandolero salvador, que falleció en 1981, la joven compartió una forma de vida sin duda excitante. Una suerte de existencia a lo Bonnie and Clyde con tablas y sitares sustituyendo los banjos en la que años más tarde se inspiraría uno de los cineastas indios más conocidos, Shekhar Kapur, para rodar la película Bandit Queen (La Reina de los Bandidos).

El filme, en el que otro de los santones de la cultura oriental en el extranjero, el maestro de la música quwwali del norte de la India y Pakistán Nusrat Fateh Ali Khan, firmó la banda sonora, triunfó en los festivales de Toronto y Cannes en 1994. Pero, apesar de los parabienes internacionales, nunca llegó a convencer del todo a Devi. La Reina de los Bandidos siempre quiso que se denunciaran las vejaciones que había sufrido, pero al mismo tiempo, no podía dejar de sentir cierta vergüenza cuaado se publicitaban.

En febrero de 1983, la Reina de los Bandidos, extenuada y harta de esconderse en madrigueras, pactó con el Ejército una rendición.Se entregaría y entregaría sus armas con dos condiciones: en primer lugar, no ser condenada a muerte; en segundo lugar, que no se la juzgara en el distrito de Behmai, donde la animadversión a su persona era, lógicamente, mucho mayor que en cualquier otro lugar de la India y no contaba con el apoyo que los campesinos y las mujeres e incluso ciertos sectores de la opinión pública le brindaban en otras zonas del país.

El día de su rendición unos 10.000 campesinos acudieron para aclamarla y un griterió que invocaba a Durga estalló en el momento en que entregó sus armas al gobernador del distrito.

Phoolan Devi compareció ante la Corte de Gwalior e ingresó en el penal por los 53 casos pendientes por robo, asalto, pertenencia a banda armada, asesinato, etcétera que se le imputaban. Pero la causa fundamental, las 22 muertes de Behmai, nunca pudo aclararse completamente. Todos los testigos estaban muertos y Devi siempre aseguró que simplemente quiso dar un susto a aquel pueblo de malvados algo que algunos letrados consideraron una actuación lógica y hasta moderada , pero que en la orilla del río, su amante montó en cólera y los ametralló…

En 1994 la Reina de los Bandidos se benefició de un indulto parcial.A la hora de concederlo, las autoridades consideraron las circunstancias de tremenda injusticia en que se había desarrollado su vida y sus crímenes. Había pasado 11 años en las cárceles de Gwalior y Tihar.

Gracias a la enorme popularidad que había adquirido, Devi no volvió nunca más a la miseria de las aldeas. Conoció a un constructor adinerado, se casó y se instaló en Nueva Delhi. Pero tampoco se contentó con quedarse en casa preparando chapatis y en 1996 se presentó a las elecciones en Mirzapur (en el Estado de Uttar Pradesh) en una lista del partido socialista Samajwadi y consiguió un escaño que renovó en los comicios de 1999.

Cuentas pendientes
Hace apenas un mes Phoolan Devi solicitó una licencia de armas, pues se sentía en peligro a pesar de contar con un guardaespaldas, el mismo que fue herido en el ataque del pasado miércoles. Tres hombres con el rostro tapado que la estaban esperando en la puerta de su casa le disparararon cinco balas en la cabeza y huyeron.El viernes, la policía hindú informaba de la detención de uno de los sospechosos, Sher Singh Rana, en Dehradun.

Devi tenía muchas cuentas pendientes. Sobre todo con los takhures y, más en concreto, con los familiares de las víctimas de Behmai, que nunca aceptaron el indulto. Las crónicas cuentan que nada más enterarse de la noticia, un muchacho cogió su bicicleta y recorrió todo el pueblo al grito de «Buenas noticias; la asesina ha muerto».

La policía, sin embargo, ha situado el origen del atentado en los enfrentamientos entre los partidos políticos de Uttar Pradesh, donde el Bharatiya Janata Party (BJP), la formación que ocupa el Gobierno de la nación y que representa a las castas más altas, mantiene una lucha encarnizada con el Partido Samajwadi de Devi.

También hay quien apunta a su marido. Devi había puesto cuatro denuncias contra él por malos tratos y se dice que quería el divorcio. Se esclarezcan o no algún día las circunstancias del asesinato, la leyenda de la Reina de los Bandidos no hará más que crecer gracias a un final también legendario.

¿Realmente es usted tan religiosa, señora Devi? le pregunté cuando salía de su bungaló y ella se inclinaba de nuevo ante su altar.

No hay Dios ni religión en la India para los pobres; sólo para los ricos. Yo creo en Durga, que también luchó contra la injusticia.Ser mujer en la India significa someterse a la gran opresión de los hombres. ¿Cuándo llegará el día en que vuelva Rama a rescatarnos a todas las Sitas de la India, como nos cuenta el poema sagrado Ramayana?

Bandidas famosas
La historia y la mitología nos han dejado memoria de otras «reinas de bandidos»:

Abigail (siglo XI a. de C.). Esposa de un acaudalado personaje llamado Nabal. Cuando éste se negó a suministrar alimentos a un bandolero, Abigail fue la que intercedió ante el capitán de bandidos para que no desencadenara represalias. Tras morir Nabal, el bandido tomó a Abigail como esposa y la integró en su partida.Durante años compartieron suerte… hasta que él se convirtió en el rey David de Israel.

Medea. Hija de Eetes, rey de Cólquida, y hechicera. Medea se enamoró del héroe griego Jasón que, al mando de los Argonautas, había llegado a Cólquida con la intención de robar el Vellocino de oro. A fin de obtener el amor de Jasón, Medea engañó a su padre, mató a su hermano y robó el Vellocino.

Tsu (siglo X d. de C.). Habría controlado la flota de piratas que asolaba el Yang-Tse-Kiang. La relacionan con el héroe chino Fan Ruoshui y su lucha contra la invasión de los Tang meridionales.

Anne Boney y Mary Read (siglo XVII). Tras una vida de penuria y vejaciones se alistaron disfrazadas de hombre en el mismo barco pirata. El hecho de que en el curso de un duelo quedaran al descubierto los pechos de una de ellas les impidió continuar con aquella farsa.

Bonnie Parker (1910-1934). Nacida en Texas, Bonnie conoció a Clyde Barrow en 1930. Se les inculpó de atracos a gasolieras, establecimientos hoteleros y bancos, y se les acusó de la muerte de 12 personas.

«Ma» Barker. Posiblemente, junto a Dillinger, «Pretty Boy» Floyd y Bonnie y Clyde, una de las figuras paradigmáticas de la delincuencia rural en los EEUU de la Gran Depresión.



MÁS INFORMACIÓN EN INGLÉS

https://criminalia.es/asesino/phoolan-devi/
 
Bruce McArthur: los escalofriantes detalles de los asesinatos en serie que aterrorizaron al barrio gay de Toronto
RedacciónBBC News Mundo
  • 6 febrero 2019
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Derechos de autor de la imagenREUTERS
Image captionBruce McArthur fue arrestado el 18 de enero y se declaró culpable.
* Advertencia: La historia incluye detalles gráficos que algunos lectores pueden considerar perturbadores.

Cuando la policía canadiense llegó al apartamento de Bruce McArthur, en enero de 2018, este parecía estar a punto de cobrarse una nueva víctima.

"John", un hombre con quien salía en secreto, había ido a su vivienda, en Toronto, lo que despertó la preocupación de las autoridades.

McArthur le dijo que "quería probar algo diferente" y sacó un par de esposas.Encadenó a "John" al marco de su cama de acero y le puso una bolsa negra en la cabeza.

Cuando "John" intentó quitarse la bolsa, McArthur trató de amordazarlo con cinta adhesiva. En ese momento la policía tocó la puerta y liberó a la posible víctima.

Detalles como estos fueron revelados por los fiscales durante el proceso contra McArthur que se celebra esta semana en Canadá.

El hombre, jardinero y paisajista canadiense de 67 años, se declaró culpable a fines de enero pasado de ocho asesinatos en primer grado y el miércoles se espera que se conozca su sentencia.

Su arresto, en enero de 2018, confirmó los peores temores de muchos en el barrio gay de Toronto, quienes durante años sospecharon que un asesino en serieestaba atacando a su comunidad.

Víctima final
El perfil de "John" se ajustaba al de muchas víctimas anteriores de McArthur.

Había llegado a Canadá hace cinco años desde Medio Oriente, y su familia no sabía que era homosexual, explicó el fiscal Michael Cantlon a la corte esta semana.

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Derechos de autor de la imagenTORONTO POLICE/BBC
Image captionVíctimas de McArthur: arriba, desde la izquierda, Selim Esen, Andrew Kinsman, Majeed Kayhan y Dean Lisowick. Abajo desde la derecha, Kirushna Kumar Kanagaratnam, Abdulbasir Faizi, Skandaraj Navaratnam y Soroush Mahmudi.
Los mensajes que se enviaban John y McArthur revelan que los dos se habían conocido en una aplicación de citas y habían acordado mantener su romance en secreto.

Durante su investigación, la policía descubrió un dispositivo USB que contenía nueve carpetas, con varios de los ocho nombres de las víctimas.

La última carpeta se llamaba "John".

Contenía fotos de este hombre que habían sido descargadas el mismo día en que McArthur asesinó a Andrew Kinsman, una víctima clave en el caso.

Un "lobo en el rebaño"
Kinsman tenía una entrada en su diario titulada "Bruce" del 26 de junio de 2017, el día en que desapareció.

Unas imágenes de videovigilancia lo muestran subiendo a un automóvil relacionado con McArthur.

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Derechos de autor de la imagenFACEBOOK
Image captionBruce McArthur no saldrá de prisión antes de los 91 años.
Durante los siguientes meses, la policía empezó a vigilar a McArthur e hizo un registro de su apartamento mediante una orden judicial.

Un amigo de Kinsman, Adrian Betts, dijo en la corte que estaba enojado consigo mismo por no haber visto a McArthur como realmente era.

McArthur había conocido a Kinsman y Skandaraj Navaratnam, otra de sus víctimas, varios años antes de que los matara.

"Pensé que yo era bueno para juzgar el carácter de las personas, pero no vi al lobo que había en el rebaño", dijo Betts entre lágrimas durante el proceso contra el asesino confeso.

Antecedentes policiales
Las autoridades terminaron de exponer sus pruebas contra McArthur el lunes por la tarde.

Se reveló que el sujeto había tenido tres encuentros con la policía antes de convertirse en sospechoso del asesinato de Kinsman.

En 2003, McArthur fue declarado culpable de asalto después de golpear a una ex pareja sexual en la cabeza con un tubo de metal.

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Derechos de autor de la imagenONTARIO’S SUPERIOR COURT OF JUSTICE
Image captionLa habitación de Bruce McArthur, donde la policía cree que mató a varias de sus víctimas.
Diez años después, McArthur fue interrogado como parte de la investigación policial sobre las desapariciones de Navaratnam, Faizi y Kayhan, tres de sus víctimas.

Como era viejo amigo de Navaratnam, la policía trató a McArthur como testigo, no como sospechoso.

En 2014, después de que ya hubiera asesinado a estos tres, se le concedió el beneficio de que su pasado criminal ya no apareciera en las verificaciones de antecedentes.

Estrangulamiento
Posteriormente, en 2016, la policía lo entrevistó por tercera vez por intentar estrangular a un amigo en su camioneta.

McArthur lo había citado supuestamente para tener un encuentro sexual y le pidió que se recostara de espaldas sobre un abrigo de piel.

La víctima notó que la camioneta estaba forrada de plástico.

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Derechos de autor de la imagenREUTERS
Image captionSe espera que Bruce McArthur sea condenado a un largo periodo de cárcel.
McArthur lo agarró de la muñeca y la víctima recordó que tenía una expresión de "enojo" en su rostro.

Luego comenzó a estrangularlo con las manos.

"¿Qué quieres de mí? ¿Por qué?", preguntó la víctima antes de poder escapar y avisar a la policía.

Los agentes interrogaron aMcArthur, pero en esa ocasión consideraron "creíble" su versión de los hechos y no fue acusado.

Además, su arresto de 2003 no apareció en las búsquedas de antecedentes.

Cabello en bolsas Ziploc y otros detalles perturbadores
Las evidencias mostradas durante el juicio han sido tan perturbadoras que en la sesión del lunes el fiscal Clanton tomó la inusual medida de advertir a la corte llena de gente de que las pruebas podrían afectar su salud mental.

"Pregúntense ustedes mismos si necesitan estar aquí", avisó Cantlon.

Las imágenes de la computadora de McArthur revelaron que hacía posar desnudas a muchas de sus víctimas, cubiertas solo con un abrigo de piel o sombreros.

Al menos uno tenía los ojos cerrados y otros tenían cigarros apagados en los labios.

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Derechos de autor de la imagenREUTERS
Image captionUna de las casas en las que Bruce McArthur trabajaba como jardinero y que la policía de Toronto incluyó en la investigación.
McArthur afeitó algunas de las cabezas y barbas de sus víctimas después de estrangularlas y almacenaba mechones de cabello en bolsas de plástico Ziploc en un cobertizo cerca de un cementerio de Toronto.

Prisión hasta los 91
El miércoles se espera que se conozca la sentencia contra McArthur.

El asesinato en primer grado se castiga con cadena perpetua obligatoria, sin libertad condicional durante 25 años.

Lo único que el juez debe decidir es si lo sentencia a cadenas perpetuas consecutivas, o si McArthur puede cumplir ocho cadenas perpetuas simultáneamente.

En cualquier caso, no saldrá de prisión antes de cumplir los 91 años.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-47130540
 
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Robert Berdella

El carnicero de Kansas
  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Violador - Torturador
  • Número de víctimas: 7
  • Fecha del crimen: 1984 - 1988
  • Fecha de detención: 2 de abril de 1988
  • Fecha de nacimiento: 1949
  • Perfil de la víctima: Hombres entre 19 y 23 años
  • Método del crimen: Varios
  • Lugar: Kansas City, Estados Unidos (Missouri)
  • Estado: Condenado a cadena perpetua en 1988. Murió en prisión el 8 de octubre de 1992



Índice

Robert Berdella
Última actualización: 13 de marzo de 2015

Robert Berdella (31 de enero de 1949 en Cuyahoga Falls, Ohio – 8 de octubre de 1992 en la Penitenciaría Estatal de Missouri) fue un asesino en serie americano convicto por haber violado, torturado y asesinado a seis hombres en Kansas City, Missouri entre 1984 y 1987.

Crímenes y muerte
Berdella fue arrestado en la primavera de 1988 después de que una de sus víctimas escapara desde la ventana del segundo piso, usando solamente un collar de perros que Robert Berdella le había colocado para deleite sexual. Cuando este joven escapó, Berdella se encontraba en su trabajo. El joven fue auxiliado por un vecino que llamó a la policía.

Al llegar la policía, el joven contó lo acontecido a los agentes quienes primeramente pensaron que se trataría de una riña amorosa entre homosexuales. Sin embargo, debido al tipo de acusación (violación, tortura y secuestro), decidieron investigar. Al llegar Berdella de su trabajo fue inmediatamente abordado por los agentes, quienes lo arrestaron en cargos de violación. Al intentar ingresar a la casa, Robert Berdella les negó la entrada por lo que necesitaron un permiso judicial.

Decenas de fotos Polaroid de sus víctimas fueron encontradas en su habitación en el segundo piso. Además, se encontraron elementos de tortura en uno de los cuartos, también del segundo piso, como cadenas, mordazas, esposas, baterías eléctricas, etc. En una investigación más a fondo se encontraron restos humanos y manchas de sangre por toda la casa. Además, había un cráneo humano enterrado en su jardín.

Según sus propias declaraciones, Robert Berdella ataba a los jóvenes después de drogarlos para poder someterlos sexualmente y torturarlos. En un caso específico, arrancó un ojo del joven para ver qué sucedía. Se deshacía de los cuerpos desmembrándolos en su bañera y tirándolos a la basura en bolsas de plástico.

Sus vecinos no podían creerlo, era un hombre ejemplar. Recibió la máxima sentencia de cadena perpetua y murió en prisión en 1992 producto de un ataque cardíaco. Una de sus últimas quejas fue de que el personal policial no le daba las medicinas por sus problemas del corazón. Su muerte nunca fue investigada.

Robert Berdella: el asesino homosexual que mató a siete hombres en su casa
Última actualización: 13 de marzo de 2015

Anticuario, propietario de la tienda Bob’s Bizarre Bazaar en el mercado de Westport Flea en Kansas City donde vendía falsos cráneos, lámparas de lava, incienso y pendientes de los que colgaban dientes humanos. Curiosamente, Robert Berdella había puesto en sus tarjetas de visita y en las comerciales que tenía “veneno en la cabeza”. Todos sus vecinos pensaban que era un personaje extraño pero inofensivo.

Esto hasta el 2 de abril de 1988. Esa tarde, un hombre completamente desnudo y con un collar de perro en el cuello saltó de la ventana del segundo piso de la casa de Bob. Salió corriendo y se refugió en el porche de una casa cercana. El joven, de 22 años, fue auxiliado por los vecinos a los que pidió que avisaran a la policía.

La víctima manifestó que había estado secuestrado los últimos cinco días en casa de Berdella, sufriendo todo tipo de abusos sexuales, hasta que consiguió fugarse arrojándose por la ventana. Además, explicó a los investigadores que Robert le había dicho que no se quitara el collar de perro y que no intentara escapar o “terminaría en la basura como los otros”.

Cuando los detectives registraron la casa de Robert Berdella encontraron una colección de más de 200 fotografías de hombres desnudos, padeciendo torturas y en diversos estados de sufrimiento. También se encontraron numerosos dispositivos de tortura, junto con dos cráneos humanos, literatura ocultista, y una túnica ritual satánica.

Ese fin de semana, los investigadores desenterraron numerosos fragmentos de hueso y otra cabeza humana en el patio de Berdella.

El 4 de abril de 1988, Robert Berdella fue acusado de siete cargos de sodomía y uno de ataque en primer grado. Todos ellos en relación con el joven que consiguió escapar por la ventana.

Se fijó una fianza de 500,000$, pero fue revocada al día siguiente cuando especialistas forenses testificaron que al menos uno de los hombres que aparecía en las fotografías halladas en casa de Berdella, estaba muerto cuando fue fotografiado.

Según comprobaron los detectives, Robert solía trabar amistad con vagabundos, para conseguir que le acompañaran hasta su casa. Una vez allí les drogaba con tranquilizantes para animales y los ataba a su cama de tortura hecha por él mismo. Entonces experimentaba con electroshock con ellos y les inyectaba toda clase de limpiadores de hogar en sus venas, todo ello entrecortado con violaciones. Llevaba un detallado informe de cómo respondían las víctimas y tenía una colección de 200 fotos de hombres desnudos en diferentes estados de sufrimiento. A Bob le gustaba alargar la vida de sus víctimas durante unos días antes de atarles una bolsa de plástico en la cabeza.

En su casa, Berdella mantuvo secuestrados, torturó, violó y asesinó a 7 hombres jóvenes, desmembró sus cuerpos y abandonó los restos en la basura, salvo los cráneos que conservó en su casa o enterró en el patio de la parte de atrás.

Como ocurre en numerosos casos en Estados Unidos, Robert Berdella llegó a un acuerdo con los fiscales. El 19 de diciembre de 1988, Berdella se declaró culpable del asesinato de Robert Sheldon, y de cuatro cargos de asesinato en segundo grado, siendo sentenciado a cadena perpetua.

Años después murió en prisión envenenado o de un posible ataque al corazón.

Historia de Robert Berdella
AsesinatoSerial.net

Robert Berdella nació en el pueblo de Cuyahoga Falls, Ohio en Estados Unidos el 31 de enero de 1939 en el seno de una familia católica, fe en la cual fue bautizado a los 12 años. No se conoce gran cosa de su niñez ni de su familia excepto que tuvo un hermano llamado Daniel, siete años menor que él, y que su padre falleció cuando contaba 16 años, en 1965. Supuestamente el señor Berdella sufrió un ataque cardíaco y lo que es el destino, el mismo Berdella falleció de forma parecida. Poco tiempo después la madre de Robert se juntó con otro hombre, una situación que le provocó mucho resentimiento. En ese momento identifica su orientación homosexual. Se reporta que fue violado por un compañero del restaurante donde trabajaba. Con seguridad este lamentable acontecimiento debió minar su fe al grado que desde esa temporada dejó de asistir a los servicios religiosos como acostumbraba.

Robert Berdella relató que durante su adolescencia vio una película llamada The Collector que causó gran impresión en su persona. La trama de la referida cinta gira en torno a un hombre que vive una vida ordinaria y cuya única pasión es la recolección de mariposas. Siente que le falta algo, que su existencia está incompleta hasta que conoce a una chica de la cual se enamora. Sin embargo desarrolla un plan para secuestrar a la muchacha con el fin de mantenerla cautiva y hacer que ella se enamore de él, pero en sus términos. Para tal efecto se muda de casa a un sitio cuyo sótano acondiciona para mantener a la dama. Mediante engaños logra introducir a la mujer a su casa y la mantiene cautiva. Después de no pocas dificultades y altercados la mujer cede y se enamora del protagonista. Vuelcos inesperados y un final aterrador ocurren en el transcurso del film. Esta película produjo en Robert Berdella ideas y planes que mantuvo latentes hasta el final de su vida.

En 1967, a la edad de 18 años, Berdella se inscribe en el Kansas City Art Institute para estudiar artes. Nunca terminó dichos cursos pero si aprovechó el viaje para convertirse en un drogadicto y alcohólico. No pasó mucho tiempo para que fuera arrestado por posesión y venta de estupefacientes, acusación por la que se declaró culpable. Le fue suspendida la sentencia por 5 años que se ganó esa vez. De nuevo fue arrestado por posesión de marihuana y LSD, aunque tras permanecer arrestado unos días fue liberado por falta de pruebas.

A partir de 1968 entró como cocinero a un restaurante y a los 20 años se salió definitivamente de la escuela de artes. No era malo, por cierto, para las artes culinarias, pues durante mucho tiempo desarrollaría con buen éxito el trabajo de cocinero. En septiembre de 1969 se compraría la casa de Charlotte Street donde cometería los crímenes por los que sería mundialmente conocido.

De 1970 a 1980 su vida transcurrió con aparente normalidad. Como vecino era de conducta excepcional pues ayudó a conformar una patrulla vecinal contra el crimen. En el trabajo se convirtió en un chef de calidad colaborando para importantes restaurantes y clubes campestres. En ese momento ya era abiertamente gay. Después vinieron los cambios drásticos.

En 1981 renunció a su trabajo como chef para dedicarse de lleno a su negocio personal. Un puesto de parafernalia gótica llamado Bob’s Bizarre Bazaar ubicado en un mercado local. Ahí comerciaba antigüedades y objetos raros. Sus tarjetas de presentación decían que tenía veneno en el cerebro y su extraño comportamiento era considerado como una treta publicitaria.

A los 33 años se involucra sentimentalmente con un veterano de la guerra de Vietnam, pero la relación no dura mucho tiempo y Robert Berdella comienza a salir con prostitutos a quienes incluso lleva a vivir a su casa a cambio de compartir las labores de limpieza y manutención. Intenta encaminar a varios de ellos hacia el bien. Es un misterio saber por qué Berdella súbitamente comenzó a torturar y asesinar hombres de la manera en que lo hizo. Generalmente ocurre un evento desencadenante de violencia y locura, pero en este caso ese hecho permanece en la oscuridad.

La primer víctima de Robert Berdella fue el homosexual Jerry Howell, viejo conocido y amante suyo a quien decidió castigarlo porque le había prestado dinero para pagar un abogado y ahora se negaba a reembolsarle algo de eso. El 4 de julio de 1984 pasó a por él y ya en su casa le suministró varios calmantes sin que Howell se diera cuenta. Una vez desmayado procedió a sodomizarlo sin parar y hasta empleó un pepino para continuar el ataque. Luego lo dejó bien atado y se fue a su trabajo.

Al día siguiente continuó la tanda de torturas y humillaciones, amén de inyectarle sustancias químicas para mantenerlo sedado. Antes de la medianoche Berdella se convertía en asesino, dado que Howell pasó a mejor vida. Aquello tomó por sorpresa a Robert Berdella, quien declaró que probablemente Howell se había ahogado con su vómito, proceso acelerado por las fuertes dosis de drogas a que lo había sometido. Luego lo colgó por los pies del techo para drenarle la sangre, aprovechando que la postura del cadáver le resultaba sexualmente excitante. Finalizado el desangrado lo cortó en pedazos con sus cuchillos de cocinero y empleó una sierra eléctrica para las partes difíciles. Berdella envolvió los restos en plásticos y papeles y los puso en la esquina de su casa para que el camión de la limpieza se los llevara. Así de sencillo había resultado para Bob Berdella cumplir sus torcidas fantasías.

Después de varios días, Berdella se sentó a analizar lo que había ocurrido y comenzó a escribir una bitácora abundante en detalles de las torturas y las reacciones de Howell. El documento estaba complementado con numerosas fotografías polaroid.

El siguiente en caer fue Robert Sheldon, viejo amante de Robert Berdella que había estado en su casa muchas veces con anterioridad, pero el 10 de abril de 1985 entraría por última vez para salir hecho pedacitos. Sheldon recibió el mismo tratamiento cruel que Howell, aunque esta vez añadió más torturas a su repertorio, por ejemplo esta vez inyectó liquido para destapar caños en el ojo con el fin de cegarlo y que así fuera un esclavo sexual más apto a sus fantasías. También le molió las manos a golpes hasta dejárselas inutilizadas. Pasaron cuatro días de este infierno para Sheldon hasta que un inesperado visitante interrumpió a Robert Berdella. Para que no lo fuera a delatar con algún ruido o movimiento fuerte, Berdella envolvió su cabeza en una bolsa de plástico y murió asfixiado. Ocurrió la misma mecánica para la eliminación del cuerpo excepto que ahora Robert Berdella decidió conservar la cabeza, que enterró en su patio.

Luego le tocó turno a Mark Wallace, otro infortunado conocido de Berdella a quien aparte de las otras torturas le tocaron una serie de descargas eléctricas que terminaron pronto con su sufrimiento. Esa nueva tortura estaba aún en fase experimental.

En el mes de septiembre, James Ferris le pidió a Robert Berdella si podía darle alojamiento en su casa. Ignorante de las sádicas manías de su huésped, Ferris pronto se vio en la antesala del infierno… para su buena suerte murió rápido debido a que Berdella lo drogó de manera equivocada. Hay que comentar que Robert Berdella no tenía conocimientos médicos y usaba tranquilizantes y fármacos de uso veterinario en sus víctimas. Igual que los anteriores, los restos de Ferris fueron a dar al tiradero del condado.

Otro viejo conocido de Berdella, Todd Stoops cayó prisionero en la casa del terror. Stoops ya había vivido algunos encuentros anteriores y de hecho había dicho a la policía que algunos hombres reportados como desaparecidos habían estado con el dueño del Bob’s Bizarre Bazaar y a pesar de sus sospechas no tuvo problema para entrar de nuevo en su casa, a la postre un error que pagaría con la vida misma. Todd era un hombre atlético y fuerte mientras que Berdella era panzón y falto de condición y quizá razonó que si llegara a darse una riña entre homosexuales, él saldría victorioso. Sin embargo una vez sometido le fue aplicada la peor tanda de sodomía. Robert Berdella le introdujo por el recto su puño completo tras lo cual comenzó a sangrar profusamente. También le inyectó Drano por los ojos y las cuerdas vocales. Después de semanas con fiebre y severos tratos, la agonía terminó los primeros días de julio de 1986.

El último en perecer a manos de Robert Berdella fue el joven prostituto Larry Pearson, a quien había conocido la primavera de 1987 y a quien introdujo en su domicilio a mediados de junio. Inicialmente Pearson se portó mucho más cooperativo que el resto de las víctimas así que no hubo necesidad de aplicar tanta “disciplina” en él. Pero después de seis semanas de esclavitud sexual Pearson decidió que aquello era suficiente y decidió rebelarse. Tal afrenta pronto fue contestada con una severa paliza que le causó la muerte. Berdella conservó la cabeza de Pearson en el congelador. Después, sin razón aparente, desenterró la cabeza de Sheldon y puso la de Pearson en el mismo espacio. Cuando el domicilio fue registrado, la policía encontró el cráneo en un armario.

La última víctima fue un sujeto de nombre Chris Bryson, a quien Robert Berdella subió a su coche tras invitarlo a una “fiesta”. Cuando escapó de su cautiverio, Bryson no quiso que la policía lo tomara como un prostituto ni insinuar que Robert Berdella lo había recogido de una conocida zona de prostit*ción masculina.

Una vez dentro del Toyota color café, comenzaron a beber cervezas y cuando llegaron al lugar de la fiesta, Bryson vio que era una casa de barrio común y corriente y que incluso el número de la misma era perfectamente visible. Cuando entraron al sitio, vio que el lugar era un completo desastre con basura y desechos apilados en cualquier esquina. El olor de perros e inmundicias era muy fuerte. Entonces Berdella le contó que antes había sido estudiante de arte y quería enseñarle su colección de objetos que tenía en el piso superior. Cuando llegaron al final de las escaleras, Chris Bryson recibió un fuerte golpe en la cabeza y cayó al suelo. De inmediato quiso reaccionar y defenderse, pero Robert Berdella había sido más rápido y le estaba inyectando una sustancia. Por más que quiso repeler el ataque, Bryson quedó paralizado y se desmayó.

Al recobrar la conciencia se encontró completamente desnudo y atado en posición de águila, con los brazos y las piernas firmemente sujetos a los postes de una cama. No sabía ni cuanto tiempo había transcurrido ni se daba cuenta de que Berdella le estaba colocando un collar de perro en el cuello, ya que volvió a desmayarse.

Entonces Bob comenzó a jugar con su nuevo esclavo sexual mientras este estaba inconsciente, tocándolo y abusando de él en una suerte de regodeo sexual. Cada paso llevado a cabo era detalladamente descrito en una bitácora por Robert Berdella. Habían pasado muchas horas hasta que Bryson recobró la conciencia de nuevo y vio que la luz del sol aparecía por las ventanas. Entonces comenzó a razonar en lo que su esposa estaría pensando ante su prolongada ausencia. Se dio cuenta de que tenía un trozo de trapo en la boca a manera de mordaza y al querer moverse entendió que no podría liberarse por sí mismo. El bullicio que produjeron sus esfuerzos hizo que Robert Berdella entrara en el cuarto. Bryson creyó que recibiría alguna explicación o que le sería informado que era parte de un juego o algo y trató de hablar, pero cuando Berdella le quitó la almohada que tapaba su rostro se dio cuenta que estaba bajo la pesada influencia de alguna droga por la visión tan borrosa que experimentó. Quiso emitir una súplica a Robert Berdella pero este reaccionó violentamente pues comenzó a darle de tingotazos en los ojos y con un cotonete le untó una sustancia que ardía terriblemente. No había nada que pudiera hacer mientras estaba a merced de su captor, lo único que le quedaba era sufrir todas y cada una de las torturas mientras que pensaba en la manera de escapar.

Acto seguido, Robert Berdella se le sentó encima y comenzó a aporrearle las manos con una barra metálica. Después comenzó a hacer algo a la altura de las ingles de Bryson, en un primer instante este no pudo determinar qué sucedía, pero su horror fue grande cuando descubrió que le estaban colocando pinzas de corriente en el escroto y el muslo. Súbitamente sintió una fuerte descarga eléctrica que corría desde su torso bajo hasta el muslo. El intenso dolor de sus manos ya adoloridas se multiplicaba con la contorsión de su cuerpo al paso de la corriente. Con la mordaza solo alcanzó a emitir un apagado quejido de agonía. Al reaccionar vio un resplandor y escuchó un chirrido, entonces se dio cuenta de que Berdella le tomaba fotografías con una cámara Polaroid.

Bryson entendió que había caído en manos de alguien de quien solo había escuchado en extraños relatos de horror, un sádico sexual que con toda seguridad jamás lo iba a dejar libre. No sabía qué pensar y solo atinaba a preguntarse como es que había caído tan fácilmente en semejante circunstancia. Una vez Berdella aplicó un par de toques más, pareció aplacarse. Entonces le informó a Bryson de las reglas que debía obedecer para “llevar la fiesta en paz…”. Especialmente no debía resistirse ni tratar de gritar o hacer ruidos, pues los castigos podrían continuar y ponerse peores aún.

La siguiente vez que alcanzó a reaccionar, Robert Berdella llegó y le informó que ahora era un juguete sexual y que no habría de ir a ninguna parte. Los castigos habían sido para enseñarle cual era su nueva situación, y habría más en caso de ser necesarios; si no, iba a terminar en la basura igual que los “otros” y para convencerlo de esta última sentencia le mostró fotografías de hombres en diversas poses y en las que algunos lucían muertos o al menos dormidos. Todas las instrucciones giraban en torno a ser completamente sumiso y obediente en su nuevo rol de esclavo sexual.

Durante cuatro días Bryson fue objeto de humillantes abusos y violaciones por parte de Robert Berdella, pero llegó el momento en que este cometió un error. Como premio a su comportamiento, le ato las manos al frente, en vez de atarlas a los postes de la cama. Cuando Berdella abandonó la casa se dio a la tarea de liberarse. Después de soltarse saltó por la ventana del cuarto. Fue entonces que un vecino pudo ver a un hombre saltar del segundo piso de la casa de Robert Berdella usando por única vestimenta un collar de perro y una correa. Este vecino al auxiliar al hombre desnudo fue quien realizó la primera llamada a la policía.

Cuando los oficiales llegaron al lugar de los hechos sabían que debían actuar con cautela, pues creían que se enfrentaban a una pelea entre amantes homosexuales. Situación que no era extraña en los barrios de la ciudad y para la cual ya habían desarrollado un protocolo de acción. Auxiliaron a Bryson y le cubrieron con una manta. Cuando este pudo reunir las fuerzas necesarias comenzó a relatar su terrible historia. Aquello era más de lo que esperaban escuchar los oficiales, así que el siguiente paso era escuchar a la otra parte y para tal objetivo esperaron a que el dueño del lugar llegara para interrogarlo. Por muy grave o fantástica que resultara la queja de un sujeto como Bryson debían corroborar cada dato y acusación.

Cuando Berdella llegó a su casa, fue abordado por los oficiales que habían quedado a cargo en el lugar y le informaron que estaba bajo arresto por ser sospechoso de asalto sexual contra un hombre llamado Chris y le pidieron que firmara una hoja donde concediera permiso a los oficiales de entrar a su domicilio. Robert Berdella simuló incredulidad y se negó a que su casa fuera allanada por la policía. Llegando a la estación solicitó un abogado.

Para este momento la policía aún consideraba que el asunto podía ser nada más que un pleito entre dos hombres de los cuales uno involucraba a las autoridades para presionar al otro, pero por si acaso, los oficiales decidieron seguir paso a paso con los procedimientos hasta llegar al final del asunto. Mas que nada es loable el olfato de la policía que no desechó la idea de que si Bryson había sido realmente torturado durante varios días y advertido de muerte si no cooperaba, tal vez hubiera otras víctimas involucradas. Ahí estaba el detalle.

Dentro de la casa de Berdella tuvieron que asegurarse tres perros Chow Chow antes de que los detectives pudieran comenzar a trabajar. La casa era tal cual la había descrito Bryson: un total desorden lleno de basura por doquier. En la planta baja no fue hallado nada fuera de lo normal, pero guiados por el relato de la víctima subieron las escaleras.

Justo como esperaban, había un cuarto cerrado con una televisión y una cama. En el suelo había trozos de cuerda chamuscados, pues así había escapado Bryson: quemando sus ataduras con cerillos tirados en el suelo. En una inspección más cercana vieron que los postes de la cama tenían los bordes muy gastados como si hubieran sido empleados con las cuerdas muchas veces, tal vez para atar a más gente aparte de Chris Bryson. Junto a la cama descubrieron un dispositivo eléctrico del que salían algunos cables que subían por el colchón. En una mesita cercana encontraron varias jeringas listas para usarse. También algunos frascos de gotas para los ojos y líquidos que tenían apariencia de drogas, aparte de algunas revistas pornográficas tiradas en el suelo.

En otro cuarto vieron fotografías de Bryson donde aparecía atado y con cara de sufrimiento. Y a pesar de toda la evidencia hallada, aún no había un grave delito que perseguir. Sin embargo, en el cuarto que parecía ser el dormitorio de Robert Berdella la policía encontró un par de cráneos y unos dientes, lo cual los instó a buscar con más profundidad. Entonces aparecieron unos casetes de audio con descripciones de las torturas y más fotos polaroid donde aparecían otros hombres en similares poses que Bryson, incluso algunos parecían ser cadáveres.

El posterior análisis de la bitácora de Berdella reveló la mentalidad de un sujeto en constante necesidad de tomar el control de sus víctimas. Estaban registrados con sumo detalle cada acto cometido y la subsiguiente reacción. Hasta los movimientos mínimos eran registrados, fuera en conciencia o en desmayo.

Nuevas órdenes de registro fueron efectuadas tras los últimos hallazgos. Un grupo de forenses ocupó el lugar en busca de huellas dactilares y para envolver toda clase de objetos que tenían lo que parecía ser sangre embarrada. Todas las fotos y demás evidencias fueron catalogadas minuciosamente. Cuanto más escarbaban el lugar mayor evidencia surgía que incriminaba a Robert Berdella. De suponerse una simple riña entre amantes varones, ahora la policía parecía lidiar con un caso grande y grave.

En otro armario de la casa se halló guardada una columna vertebral humana, así como libros y extrañas máscaras que sugerían la práctica de algún rito satánico. Más tarde Berdella negaría que practicara tales artes de lo oculto. Las autoridades comenzaron a interrogar a los vecinos acerca de Berdella. Nadie aportó ningún dato revelador, pues todos consideraban a Bob como un vecino amigable y hasta ejemplar. No faltaba algún chisme que circulara en torno suyo pero nada concluyente. A fin de cuentas resultó que Robert Berdella había sido investigado años atrás por la desaparición de Howell y Ferris (recordemos que Stoops había sido el soplón anteriormente).

Aunque los oficiales tuvieron bajo vigilancia a Berdella, el caso se vino abajo por falta de evidencias. Eventualmente Stoops también desaparecería a pesar de las advertencias de que no se metiera más con Berdella, quien por cierto era bien conocido en los círculos homosexuales y era considerado bastante “peligroso…”, aunque nadie dijo realmente el porqué.

Las labores de reconocimiento continuaron en el hogar de Robert Berdella donde los detectives se centraron en el patio particularmente, un sitio donde la tierra parecía haber sido removida poco tiempo atrás. Cuando excavaron se halló un cráneo todavía con vértebras y trozos de piel y cuero cabelludo. Inicialmente se pensó que el lugar podría estar infestado de cuerpos como la casa de John Wayne Gacy, pero a pesar de las numerosas excavaciones no se encontró nada.

Ante la evidencia se estableció la urgencia de identificar si los restos hallados en la propiedad correspondían a los sujetos que se describía en la bitácora de Berdella. De ser así se podían ya levantar cargos formales de homicidio contra el sospechoso. Para tal efecto los cráneos fueron llevados a la universidad de Kansas para ser analizados con todo rigor por un equipo de estudiosos liderado por el Dr. Finnegan.

Tras los estudios se determinó que los restos correspondían a hombres de entre 21 y 32 años de edad al tiempo de su muerte y que no llevaban más de año y medio que habían fallecido. En cuanto a la causa de muerte, esa permanecía desconocida siendo necesario contar con el resto del cadáver para poder determinarla con precisión. Una sierra también fue decomisada y estudiada acuciosamente. Resultó tener entre sus dientes fragmentos de cabellos, hueso y sangre. Todo fue preservado para emplearse como evidencia crítica en caso de llegar a juicio.

En un cuarto de la casa, con Luminol se detectó la presencia de sangre en grandes cantidades por el suelo. Cuando se aplicó el mismo tratamiento a cubetas y recipientes hallados en el lugar dieron iguales resultados. Había muchas evidencias, pero el problema principal es que se carecía de cadáveres.

De forma por demás asombrosa se llegó a la conclusión de que alrededor de 20 hombres figuraban en las fotos encontradas. Era muy complicado identificar a cada uno. Al final quedó claro que de todos ellos muchos no estaban muertos, inclusive se sabía que acaso disfrutaran el tratamiento sádico de Robert Berdella. Muchos otros hombres habían estado en la casa del sospechoso sin ser requeridos para favores sexuales. Era difícil de creer pero Berdella de entre todas sus posibles víctimas elegía solo a algunos para someterlos a la esclavitud sexual. El primer cráneo resultó pertenecer a Larry Pearson y la policía procedió a acusarlo de homicidio.

En un rápido movimiento Berdella se declaró culpable de la muerte de Pearson. Usualmente hubiera sido al contrario, pero el argumento detrás del audaz giro de su defensa fue evitar la pena capital si se encontraba evidencia de varios crímenes en su contra. Así por un solo asesinato y estableciendo ciertos atenuantes podían bajar de grado la sentencia del juez. Después de la identificación positiva de los restos de Sheldon el fiscal buscaba la pena de muerte, y esta vez la defensa ofreció un trato. Robert Berdella realizaría una completa confesión de todos sus crímenes a cambio de cadena perpetua. El trato fue aceptado. La necesidad de conocerlo todo al detalle, en aras de las víctimas pesó más que freír en la silla eléctrica a Robert Berdella.

Comenzando el 13 de diciembre y bajo juramento la declaración fue registrada y duró cerca de 3 días. Al final el documento llenaba más de 700 páginas. Después de un corto juicio Berdella comenzó a purgar su condena. La prensa aún perpleja por la increíble historia que acababa de surgir no soltaba al homicida acusándolo una y otra vez de ser satánico y asesino. En respuesta Berdella declaró que era una persona normal y buena, muy a pesar de sus anteriores actos y para demostrarlo constituyó un fondo para las familias de sus víctimas con una suma inicial de 50,000 dólares.

Después de permanecer solo cuatro años en prisión, Berdella falleció el 8 de octubre de 1992 de “causas naturales” aunque algunos sugieren que fue envenenado en prisión. Una de sus últimas quejas fue que los guardias no le suministraban sus medicamentos para el corazón. Los restos de todas sus víctimas nunca fueron encontrados. Se piensa que aún permanecen en el relleno sanitario donde descargaba el camión de la basura que pasaba por Charlotte Street.

Bibliografía:
  • Rites of Burial: The Shocking True Crime Account of Robert Berdella, Tom Jackman y Troy Cole
  • Mortal Evidence: The Forensics behind Nine Shocking Cases, Cyril Wecht y Greg Saitz
  • The Serial Killer Files, Harold Schechter


MÁS INFORMACIÓN EN INGLÉS

https://criminalia.es/asesino/robert-berdella/
 
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