Asesinos en serie

Inside the McStay Murders : Crime Documentary
 
El carnicero de Hannover

Fritz Harmann



Friedrich "Fritz" Heinrich Karl Haarmann fue un famoso psicópata alemán, ejecutado a causa del asesinato probado de 27 adolescentes alemanes, si bien se le atribuyen más de 100 víctimas.

Aunque habia sido declarado demente mental en varias ocasiones, era confidente de la policia y eso le hacia poco sospechoso. En la Alemania de la postguerra, con poca comida y miseria, este tipo vendia carne barata a sus vecinos y ropa de hombre.

Su primer crimen fue en 1918 pero entre 1923 y 1924 mató a numerosos jovenes estudiantes o vagabundos que captaba en la estación de tren. Les llevaba a su casa para mantener relaciones homosexuales y logrado o no, los mataba después y se pasaba la noche serrando y martilleando. Los huesos los tiraba al rio y asi empezaron a aparecer craneos y huesos humanos. Desecaron el rio y estaba lleno. Por fin hicieron caso al barbero de enfrente que siempre habia dicho que en casa de este tipo ocurria algo raro, pues los chicos entraban pero no salian.

Se mudó a una buhardilla y daba a su casera carne que ella servia en su restaurante. Los clientes no se quejaban mucho pero ella empezó a verla rara, sabia dulce...

Por fin fue detenido y aunque la policia quiso hacer un juicio en secreto un periodista se negó a que su negligencia no se hiciese pública.

Haarmann fue guillotinado y pidiendo que le devolviesen la cabeza al cadaver para poder ir al cielo entero con su madre.

Su caso es contado en un comic:

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El carnicero de Hannover

Fritz Harmann



Friedrich "Fritz" Heinrich Karl Haarmann fue un famoso psicópata alemán, ejecutado a causa del asesinato probado de 27 adolescentes alemanes, si bien se le atribuyen más de 100 víctimas.

Aunque habia sido declarado demente mental en varias ocasiones, era confidente de la policia y eso le hacia poco sospechoso. En la Alemania de la postguerra, con poca comida y miseria, este tipo vendia carne barata a sus vecinos y ropa de hombre.

Su primer crimen fue en 1918 pero entre 1923 y 1924 mató a numerosos jovenes estudiantes o vagabundos que captaba en la estación de tren. Les llevaba a su casa para mantener relaciones homosexuales y logrado o no, los mataba después y se pasaba la noche serrando y martilleando. Los huesos los tiraba al rio y asi empezaron a aparecer craneos y huesos humanos. Desecaron el rio y estaba lleno. Por fin hicieron caso al barbero de enfrente que siempre habia dicho que en casa de este tipo ocurria algo raro, pues los chicos entraban pero no salian.

Se mudó a una buhardilla y daba a su casera carne que ella servia en su restaurante. Los clientes no se quejaban mucho pero ella empezó a verla rara, sabia dulce...

Por fin fue detenido y aunque la policia quiso hacer un juicio en secreto un periodista se negó a que su negligencia no se hiciese pública.

Haarmann fue guillotinado y pidiendo que le devolviesen la cabeza al cadaver para poder ir al cielo entero con su madre.

Su caso es contado en un comic:

Isabel-Kreitz-Haarmann-Cubierta-provisional-555x710.jpg


Isabel-Kreitz-Haarmann-Tripa-95-555x710.jpg
Buenas tardes @Lady Susan Vernon , muchas gracias; primero por entrar en este humilde Hilo; y segundo, y encima poner a compartir este excelente post. Saludos, Serendi
 
Última edición:
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John Paul Knowles

The Casanova Killer
  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Violador
  • Número de víctimas: 35
  • Fecha del crímen: Julio - Noviembre 1974
  • Fecha de la detención: 17 de diciembre de 1974
  • Fecha de nacimiento: 14 de abril de 1946
  • Perfil de las víctimas: Hombres, mujeres y niños
  • Método: Estrangulación - Arma de fuego
  • Localidad: Varios lugares, Estados Unidos (Alabama), Estados Unidos (Connecticut), Estados Unidos (Florida), Estados Unidos (Georgia), Estados Unidos (Nevada), Estados Unidos (Ohio), Estados Unidos (Texas), Estados Unidos (Virginia)
  • Estado: Murió tiroteado por la Policía el 18 de diciembre de 1974
Índice

Paul John Knowles
Última actualización: 15 de marzo de 2015

Entre el 26 de julio y su detención el 17 de noviembre de 1974, vagabundea, asesina y viola a treinta y cinco personas. Al día siguiente de su captura, un agente del FBI lo mata cuando trataba de huir.

El asesino guapo
Una enfermera descubre los cadáveres mutilados de su marido y de su hija. Se produce entonces una masiva búsqueda policial. Ese mismo día, una chica vendía una grabadora a un apuesto joven que salía hacia Atlanta.

La mañana del 6 de noviembre de 1974 era agradable, pero más bien fresca. El aire otoñal tonificaba el rostro de la señora Carr mientras conducía hacia su casa, en Milledgeville, capital del condado de Baldwin, en Georgia (Estados Unidos). Había terminado su turno de noche en el hospital de la localidad donde trabajaba como enfermera. Y llegaba a tiempo para preparar el desayuno de su marido, Carswell, y de su hija de quince años, Mandy. La señora Carr aparcó en el garaje de dos plazas, recorrió un pequeño sendero que conducía hasta la casa y entró en ella.

El espectáculo con que se encontró la dejó horrorizada. La vivienda, siempre limpia y ordenada, aparecía totalmente saqueada: muebles y adornos volcados, y cortinas y tapicerías hechas jirones. Aterrada, entró en el dormitorio principal. La cama estaba sin deshacer. Buscó a su marido en el despacho, donde a veces dormía en un diván.

Y lo encontró allí, pero no precisamente dormido. Yacía boca abajo, desnudo y con las manos atadas a la espalda. Tenía el cuerpo cubierto de sangre. La señora Carr no tuvo que recurrir a sus conocimientos de enfermera para saber que su marido estaba muerto: era obvio. Temiendo por su hija, se precipitó al dormitorio de ésta. Mandy estaba en la cama, boca arriba. Igual que al señor Carswell, le habían atado las manos a la espalda; tenía una media de nylon alrededor del cuerpo y otra embutida hasta la garganta. Los gritos de la señora Carr atrajeron a los vecinos, que llamaron inmediatamente a la policía.

El oficial ayudante del jefe de policía, Charles Osborne, se quedó impresionado ante la escena de casa de los Carr. En aquella parte del mundo los asesinatos eran consecuencia de disputas familiares o del exceso del «claro de luna», un alcohol que se destilaba clandestinamente en las montañas. El forense dictaminó que las muertes se habían producido entre las once y media de la noche y las tres de la madrugada. En el cuerpo del señor Carr aparecían veintisiete heridas superficiales, causadas, al parecer, por unas tijeras. No podía asegurar si Carswell había muerto a consecuencia de las puñaladas o de un ataque al corazón causado por el pánico. La opinión del forense era que el asesino había usado las tijeras para divertirse torturando a la víctima, más que para herirle mortalmente.

No había dudas con respecto al motivo de la muerte de Mandy Carr. La habían estrangulado con una violencia terrible. El patólogo luchó durante quince minutos para extraerle la media que le habían embutido en la garganta. También descubrió que la habían violado, aunque no había huellas de s*men.

Tampoco aparecían huellas dactilares del asesino en la vivienda. Los detectives encontraron las tijeras, pero estaban perfectamente limpias. Y en medio de aquel caos no había la menor huella. El criminal sabía actuar con método.

Faltaban algunos objetos de la casa. La mayoría de ellos pertenecían al armario de Carswell Carr. Se trataba de ropa llamativa: americanas de brocado, toreras, camisas floreadas con corbatas a juego, jerseys polo de cachemira, chaquetas de corte elegante y colores vivos, cinturones y zapatos de piel de marcas conocidas y un maletín de cuero moteado con un estuche de afeitar a juego. Habían descolgado un reloj digital con radio del cuarto de Mandy y a ésta le faltaba el reloj de Mickey Mouse de la muñeca.

Los vecinos no oyeron nada durante la noche y la policía llegó a la conclusión de que el crimen podía ser obra de dos personas. La señora Carr orientó a la policía hacia las tiendas donde su marido compraba la ropa y les entregó algunas fotos del álbum familiar donde aparecía el señor Carr, resplandeciente y vestido de fiesta en un restaurante con baile. Investigaciones posteriores llevaron a la policía al descubrimiento de que el señor Carr acudía alguna vez a un bar frecuentado por homosexuales, donde mantuvo una conversación con un individuo alto, de cabello rubio-rojizo. Sin embargo, nadie observó si se marcharon juntos.

El mismo día de los asesinatos, un hombre alto y de buena presencia llamado Paul John Knowles se trasladó a Macon, en Georgia, una ciudad próxima a Milledgeville, a través de sinuosas carreteras secundarias.

Era una zona de gran arbolado que Knowles conocía muy bien. Había crecido en la cercana Jacksonville, y en una ocasión pensó en casarse con una mujer llama da Jackie Knigh, que vivía allí con sus hijos. Pasó con ellos algunos días, pero no volvió nunca.

En cuanto se compró un magnetófono salió para Atlanta. Llenó el tanque del Chevrolet en una gasolinera, compró un cartón de cigarrillos Kool y pagó con una tarjeta de crédito. El empleado no se fijó en la firma.

Al día siguiente, una dependienta de Zayre, unos grandes almacenes de Macon, leyó el relato de los crímenes en el Macon Telegraph, que publicaba también la descripción, proporcionada por la policía, del hombre al que estaba especialmente interesada en interrogar.

La mujer se puso en contacto con el jefe de policía Osborne para informarle que el 6 de noviembre por la mañana había vendido un magnetófono a un hombre joven, alto, de buena apariencia y bigote caído. Este tardó un buen rato en elegir el modelo adecuado y le explicó que quería usarlo en el coche. También compró cuatro cintas vírgenes y pagó todo con tarjeta de crédito. El nombre de la tarjeta era el de Carswell Carr.

Al dirigirse hacia el Norte, a Atlanta, por la Interstate Route 75, Knowles escribía el último capítulo de su historia. Cuando llegó a Atlanta, envió por correo una cinta a su abogado, Sheldon Yavitz, en Miami, Florida, en la cual le pedía que le preparara un testamento por el que dejaba todos sus bienes a sus padres y al propio abogado. Continuaba explicándole que estos bienes consistían en el contenido de unas cintas que le serían enviadas más tarde. Dichas cintas no podrían oírse hasta después de su muerte o con su autorización escrita.

Yavitz aceptó guardar a buen recaudo las cintas lacradas y cualquier otra información. Según Knowles, el contenido era tan sensacional que haría ricos a su familia y al abogado. El letrado se negó a entrar en conversaciones más detalladas con su cliente.

Durante el largo recorrido entre Macon y Atlanta, Knowles se entretuvo en hablar por el micrófono del nuevo aparato. Pensaba que un día el mundo entero conocería su nombre y se enteraría de sus proezas, que él consideraba absolutamente satisfactorias. Iba a ocupar las cabeceras de los periódicos. El coche grande y cómodo que había comprado en lima, Ohio -un modelo de 1974, cuya flamante tapicería de cuero negro aún conservaba el olor de la sala de exposición-, tragaba kilómetros. En la maleta había un guardarropa completo de vistosos trajes nuevos. Atlanta era una gran ciudad, divertida y de gente adinerada. Knowles se dirigía hacia allí con el propósito de causar sensación.

Knowles se dirigió al Holiday Inn, en el centro de la ciudad. Se registró y pidió al recepcionista un sobre fuerte de papel marrón, sellos y la dirección de la oficina de correos. Después de afeitarse y ducharse, se puso una suave chaqueta de ante y una camisa floreada con corbata a juego. Los pantalones de marca le sentaban perfectamente.

*****

Un amigo leal
Jackie Knight conoció a Knowles en 1967 cuando éste tenía veintiún años y acababa de salir de la cárcel. Ella y su marido, un músico que tocaba en un club, le invitaron a su casa y Knowles se encariñó con sus tres hijos. Pero volvió enseguida a prisión por intento de robo. Durante una de sus visitas, Jackie le contó que su matrimonio había fracasado, y Knowles, que soñaba con formar una familia, le propuso que se casaran. Ella comentaría más tarde: «Yo le quería, pero tenía el presentimiento de que volvería a la cárcel.»

En cuanto salió en libertad, Knowles continuó visitando a Jackie y la consoló cuando se deshizo su segundo matrimonio. En agosto de 1974 le regaló una televisión portátil que, como se supo después, había robado a una de sus víctimas. Volvió a visitarla en noviembre, pero ella se sintió incómoda por primera vez. La mañana del 6 de noviembre salió temprano para cubrir su turno de camarera en un café de carretera mientras Knowles estaba durmiendo. Y cuando al volver comprobó que se había marchado, experimentó un gran alivio.

*****

PRIMEROS PASOS – Buscando problemas
El menor de cinco hijos, Paul John Knowles, llamaba la atención por su mal comportamiento, y poco a poco sus travesuras se convirtieron en pequeñas raterías. Luego, toda su vida tomó un giro siniestro que desembocó en el crimen.

Lejos de ser el hijo preferido del adinerado propietario de un restaurante en Nuevo Méjico -como lo describió la periodista Sandy Fawkes-, Paul John Knowles creció en un miserable barrio blanco de Jacksonville, en Florida. Había nacido en Orlando, Florida, el 14 de abril de 1946, y era el más joven de tres hermanos y una hermana. Vivían escasos de dinero. En aquella época los ex combatientes de la Segunda Guerra Mundial volvían a casa y tenían prioridad para obtener trabajo. El padre de Knowles trabajaba en la construcción y se fue a buscar empleo con toda la familia a Jacksonville, una gran ciudad situada en la frontera entre Georgia y Florida.

Llegó un momento en que los tres hermanos trabajaban con su padre y la hermana se hizo esteticista, mientras que Paul John estudiaba en la escuela de la localidad.

Por entonces, en 1954, Dwight D. Eisenhower era presidente de Estados Unidos; Richard Nixon, vicepresidente, y Te quiero Lucy la serie más popular de la televisión. Acababa de estallar la primera bomba atómica y Paul John Knowles cometía su primer delito. Tenía ocho años y robó una bicicleta.

Las autoridades decidieron que el muchacho vivía sin ninguna disciplina y lo enviaron a una institución para delincuentes juveniles. Fue el principio de toda una vida de rechazo. Es posible que en su interior no perdonara nunca a su padre -un hombre tosco y rudo- por permitir que lo enviaran fuera del hogar. Sin embargo, el cariño del chico por su madre, Bonnie, no disminuyó jamás y creció deseando hacerse un hombre para poder ayudarla.

Al salir del reformatorio era un desarraigado que disfrutaba paseando en coches robados y cometiendo pequeños delitos por los que solía pasar cortos períodos en prisión.

En 1965 cometió su primer delito serio. Un agente de patrulla armado lo detuvo cuando conducía un coche robado. Knowles le arrebató el arma y lo secuestró; no le hizo ningún daño y al cabo de dos horas lo dejó en libertad. Fue sentenciado a cinco años de cárcel. La pena le fue remitida por buen comportamiento, y con veinte años volvió de nuevo a las calles de Jacksonville.

Poco después de su puesta en libertad conoció a Jackie Knight en un bar y se hicieron íntimos amigos. Cuando nuevamente cayó en manos de la ley y fue encarcelado, Jackie le escribía y le visitaba con frecuencia. Su matrimonio se estaba deshaciendo y la amistad acabó transformándose en amor. Knowles aprovechó su estancia en prisión para seguir unos cursos por correspondencia que le permitieran trabajar como soldador. Pidió a Jackie en matrimonio, diciéndole que llevaba toda la vida trabajando y que ahora quería cuidar de ella y de sus hijos.

Al salir de la cárcel, se fue a vivir con ella, pero enseguida volvió a dejarse llevar por su afición a la bebida y las malas compañías. Aún estaba en libertad vigilada cuando Jackie se trasladó a Macon con sus hijos y se volvió a casar. Mientras cumplía sentencia en la Penitenciaría de Rainford, Knowles empezó a mantener correspondencia con Angela Covic, cuyo nombre había encontrado en los anuncios de personas solitarias de una revista. Angela viajó a San Francisco en septiembre de 1973 para conocerlo en la prisión y le sugirió que podía ponerse en contacto con un abogado de Miami, Sheldon Yavitz, que obtendría su rápida liberación. Y le insinuó además que debían casarse.

Yavitz se encargó del caso, pero no consiguió la libertad del joven hasta mayo de 1974. Mientras tanto, Angela Covic había consultado a una médium, que le dijo que veía junto a ella a un hombre muy peligroso. La mujer supuso que se refería a su marido, Bob, pues sus relaciones se estaban agriando y pensaban solicitar el divorcio. En el mes de julio de 1974 le envió a Knowles un billete de avión. Pero cuando llegó a su casa descubrió que se trataba de un compañero incómodo y le insistió para que se alojara en una vivienda cercana que pertenecía a su madre. A los cuatro días le comunicó que había cambiado de idea a propósito del matrimonio. «Tuve el raro presentimiento de que algo no iba bien -recordaría más tarde-. Quizás fue la intuición femenina.» Y le pagó el billete de vuelta a Jacksonville. Tres semanas después, Knowles ya se había embarcado en una nueva carrera: la de asesino en serie.

*****

LA ESCRITORA – La historia de su vida
Para la escritora británica Sandy Fawkes, un viaje de trabajo a Estados Unidos suponía una gran oportunidad. Pero conocer a un americano guapo y rico era aún mejor. Tuvo suerte: salió con vida de la cita. Por lo general él prefería asesinar a simples conocidos.

A primeras horas de la tarde del 7 de noviembre, la periodista británica Sandy Fawkes entraba en la penumbra del bar del Holiday Inn de Atlanta. Estaba haciendo un viaje de trabajo para el periódico Daily Express y acababa de llegar de Washington enviada por el National Enquirer, un semanario de poca tirada. En la semioscuridad observó la habitual colección de hombres obesos y corpulentos, con camisas de cuello desabrochado, solitarios buscando compañía.

También observó a un hombre alto y joven, de espaldas anchas y mirada lánguida, pelo rubio rojizo y bigote del mismo color. La sacó a bailar, pero ella se negó diciendo que tenía que ir a visitar el periódico local, el Atlantic Constitution, aquella misma tarde para buscar información sobre un reportaje en el que estaba trabajando, y él se mostró muy interesado por el trabajo de Sandy.

Cuando volvió, el joven seguía allí y se fueron a comer juntos. Le dijo que se llamaba Daryl Golden y que estaba en Atlanta para solucionar un pleito relacionado con una mujer de la localidad que había tenido un accidente en uno de los restaurantes de su padre. Después pensaba ir a Miami. Entonces Sandy comentó que tenía el proyecto de volar a Palm Beach, en Florida, y Daryl se ofreció a acompañarla en coche para que pudiera conocer algo del país.

La comida era buena y, cuando él pagó la cuenta, Sandy miró cortésmente hacia otro lado para no ver la suma. Así que no pudo observar la firma en la nota de la tarjeta de crédito. Sintiéndose tranquila en su compañía y en vista de que ambos eran libres, volvieron juntos al hotel. Después de todo, bromeaba ella, por lo que sabía de él, podía muy bien ser otro estrangulador de Boston. Él cerró la broma con un beso y se retiró rápidamente porque no se había afeitado el bigote.

Bebieron y bailaron hasta la madrugada y luego subieron al cuarto de Sandy, donde él, galantemente, se puso a afeitarse. Este gesto complació a la joven de tal manera que aceptó pasar la noche con él, aunque al final la relación fracasó y fue decepcionante.

Sandy continuaba teniendo intención de volar a Florida al día siguiente, pero Daryl repitió su ofrecimiento de llevarla en coche y añadió una atrayente proposición: cuando estaban tomando la última copa, le comentó que le gustaría que escribiera un libro sobre él porque no iba a vivir mucho tiempo. También dejó caer, como de pasada, que iba a ser asesinado pronto por algo que había hecho en el pasado y continuó diciendo que tenía grabado el relato de los acontecimientos que le podían llevar a la muerte. La confesión estaba cuidadosamente guardada en la oficina de su abogado, en Miami.

Este tipo de insinuaciones iban encaminadas a despertar el interés periodístico de Sandy; y ésta, aun en contra de su sentido de la prudencia, aceptó el ofrecimiento. Así pues, al día siguiente la pareja salió temprano de Atlanta para iniciar un largo viaje hacia el Sur.

El joven se mostró misterioso y callado durante la mayor parte del trayecto, negándose a darle más detalles sobre su sensacional pasado, y al poco tiempo ella estaba convencida de que la había engañado.

Por otra parte, si hubiera sabido dónde se metía, la periodista podría haber detectado un gran número de huellas. En primer lugar, el relato de un espantoso doble asesinato en Milledgeville que Daryl arrancó de un periódico matutino. Luego, sus ropas de fantasía -las camisas de seda y las chaquetas de brocado-, que no parecían encajar con el saco de dormir y el montón de pertenencias del maletero del coche. Y, por último, el reloj de Mickey Mouse que el joven le regaló y le abrochó en la muñeca.

Cuando llegaron a West Palm Beach, Sandy estaba deseando separarse de Daryl. Pero no era fácil. Él insistió en acompañarla a reunirse con sus colegas del National Enquirer, aunque entre aquel bullicioso grupo de reporteros estaba absolutamente fuera de lugar. También la llevó hasta Miami, donde ella -irónicamente- entrevistó al fiscal general, William Saxbe, sobre el sistema americano de libertad condicional.

Y llegó el momento de la despedida. El 13 de noviembre por la tarde, Sandy le dijo que tenía que preparar su vuelta a Londres y que le agradecía sus atenciones de la última semana. Cuando vio salir del aparcamiento el Chevrolet Impala y la espalda del joven, experimentó una profunda sensación de alivio.

A las dos de la tarde del día siguiente, Sandy recibió una llamada en el periódico. El sargento detective Gabbard, de West Palm Beach, estaba muy interesado en hablar con ella sobre Daryl Golden. Se negó a tocar el tema por teléfono y Sandy comprendió enseguida que las premoniciones de su amante se habían cumplido. Quizá se había estrellado con el coche o se había suicidado.

La verdad era mucho más sorprendente: Daryl había vuelto la noche anterior al hotel de Sandy y, mientras estaba esperándola, se encontró con dos colegas de ella que pensaron que le había dejado plantado. Jim y Susan Mackenzie sintieron lástima de su aspecto solitario y le invitaron a acompañarles aquella noche. Al día siguiente, Daryl se ofreció a dejar a Susan en la peluquería. Ella aceptó encantada, pero en el trayecto él sacó un revólver e intentó violarla. Afortunadamente, Susan consiguió escapar y subir a un coche que pasaba por allí cerca.

Sandy se quedó atónita al escuchar el relato y su confusión aumentó cuando el policía le mostró un expediente con sus hechos criminales. Bajo la foto de su joven y apuesto amigo aparecía un nombre desconocido para ella. A regañadientes tuvo que aceptar que había pasado una semana con Paul John Knowles, un ratero que había violado la libertad condicional en Jacksonville. Sandy le repitió la historia de las cintas y el misterioso abogado de Miami, pero el policía lo consideró carente de sentido y la dejó marchar.

A las nueve de la noche volvieron a buscarla y la llevaron de nuevo a la comisaría.

Ahora se mostraban abiertamente hostiles. Aquella tarde, Knowles había estado muy ocupado. Se introdujo en casa de una señora confinada en silla de ruedas y abusó de la hermana, Bárbara Tucker.

Y aún más: habían recibido el aviso, procedente de la Oficina de Investigación de Georgia (GBI), de que Knowles estaba bajo sospecha por los asesinatos de Milledgeville. Aún los creían obra de dos personas y ya no veían en Sandy a una extranjera crédula y excéntrica, sino a la cómplice del asesinato.

Afortunadamente, Sandy conservaba la cuenta del hotel de Nueva York donde había dormido la noche en que Carswell Carr fue asesinado. Aun así, la esperaba una nueva sorpresa. Alrededor de la medianoche el Chevrolet apareció abandonado. Pertenecía a William V. Bates, de Lima, Ohio, quien había desaparecido el 3 de septiembre con toda su documentación y tarjetas de crédito. La policía confirmó enseguida que Sandy y Knowles se habían inscrito como el señor y la señora Bates en los hoteles donde se alojaron durante su romántica aventura.

*****

Secretos íntimos
El relato de Sandy Fawkes sobre las relaciones íntimas que mantuvo con Knowles sin saber que se trataba de un asesino, no es el único en su género. En 1980 se publicó “Un extraño junto a mí”, de Ann Rule, una escritora norteamericana especialista en crímenes. En él describe su amistad con un asesino en serie de los años setenta llamado Ted Bundy.

Rule entabló con Bundy una amistad que duraría alrededor de tres años. Afirmó que durante todo ese tiempo siempre se mostró encantador, amable y considerado con ella; y, en su opinión, era cortés y agradable con los demás. Sus sospechas comenzaron a despertarse cuando oyó por casualidad una descripción del sospechoso que coincidía con la de Bundy extraordinariamente. Y comprendió que había mantenido una gran amistad con un maníaco asesino.

*****

¿Sanar o matar?
El sistema carcelario plantea complejos problemas morales. Los partidarios de la línea dura acucian a la sociedad para que encierre a los criminales violentos y tire la llave; mientras que los liberales apoyan su rehabilitación.

A mediados de los años setenta -cuando Knowles y Carignan andaban ocupados en sus actividades criminales- en Estados Unidos se cometían anualmente alrededor de 20.000 homicidios. El pueblo americano sentía miedo en las calles y en las casas. Surgió una protesta en contra del gobierno, apoyada por los medios de comunicación y la policía, para que éste reconsiderara su programa de rehabilitación, según el cual los condenados por delitos menores quedarían en libertad condicional para dejar espacio a criminales más importantes. La opinión pública afirmaba que ahora había más criminales rondando por las calles que detrás de las rejas. Las presiones sobre el gobierno fueron muy intensas. A los ciudadanos respetuosos con la ley no les interesaban las condiciones de las cárceles, que habían dado lugar a motines como los de Attica de 1971.

El sistema penitenciario ha sido siempre muy duro en los grandes centros de América, construidos muchos de ellos a principios de siglo y siempre atestados. Los convictos estaban desnutridos a causa de una dieta que costaba exactamente cincuenta centavos diarios. Pero el país, agotado por la guerra del Vietnam, por la depresión económica producida tras la administración del presidente Nixon y por la creciente cifra de crímenes, no estaba de humor para tolerancias. La gente quería seguridad para sí y para sus familias.

El fiscal general del Estado, William B. Saxbe, un antiguo liberal, se vio obligado a ceder. Reconoció que era obvio que algunos criminales no estaban dispuestos a cambiar de vida y el dejarles en libertad antes de que hubieran cumplido sus sentencias pondría en peligro la calidad de vida de los ciudadanos americanos. Esta concesión abrió paso al argumento en favor de la restauración de la pena de muerte y reforzó el derecho a «tirar a matar» de policías y particulares.

Knowles fue el primer caso en el enfrentamiento del pueblo americano. Permaneció en prisión durante años, pero -al contrario de Carignan- sus delitos no habían sido violentos. Sólo se odiaba a sí mismo. Había seguido programas de rehabilitación, hecho cursos por correspondencia, aprendió soldadura para poder encontrar trabajo al salir y asistió a clases de arte, donde fabricó máscaras africanas de papel maché.

Aunque se dijo que Knowles tenía un coeficiente de 128 -bastante superior al término medio-, no constaba que en la prisión hubiera recibido asistencia psiquiátrica. Quizá no lo consideraran lo suficientemente peligroso como para tratar de ayudarle.

Seguramente en la cárcel conoció a criminales más hábiles. Quizás aquellos lugares llegaron a ser su mundo y crearon sus patrones de éxito. O quizá formaba parte del porcentaje de delincuentes que parecían predestinados a volver a prisión una y otra vez. El hecho de ser enviado a un reformatorio con sólo ocho años pudo afectar a su sentido de la propia estimación.

Los reformadores liberales están convencidos de que la cárcel es más propicia para corromper a criminales potenciales que para asegurar su vuelta a la sociedad como ciudadanos respetuosos de la ley. Para quienes tienen que tomar la decisión es difícil saber si la sentencia, corta o severa, va a reformar al maleante o bien a convertirlo en un antisocial resentido. En el caso de Knowles se podría pensar que la exclusión del contacto con la sociedad real durante sus años de formación pudo desequilibrar su mente. No soportaba una sociedad que le había rechazado. Había vivido demasiado sujeto al reglamento para ser capaz de establecer relaciones o para ser independiente.

Es imposible adivinar si las personas como Knowles habrían optado por el camino recto en caso de haber recibido la ayuda apropiada dentro y fuera de la prisión. Aunque en ella la disciplina es dura, no supone un entrenamiento suficiente para adquirir el control necesario que permita desarrollar un trabajo o aprender a ganarse el respeto de parientes y vecinos. En una sociedad que mide a las personas por lo que tienen, los marginados se ven obligados a tomar lo que desean. Hasta que se reconozca que la rehabilitación debe incluir reeducación, los delincuentes seguirán muriendo ejecutados o en tiroteos con la policía.

*****

LAS CINTAS – Documental de la muerte
Ante la posibilidad de que Knowles estuviera en Georgia, la policía lanzó sus redes por toda la frontera de Florida. Al verse atrapado en un control, el fugitivo hizo un último y desesperado intento por escapar. Pero… ¿dónde estaban los rehenes?

La persecución de Paul John Knowles se desarrollaba a buen ritmo. Bárbara Tucker apareció ilesa el 15 de noviembre. Knowles se había limitado a atarla y a robarle el coche. Fue un alivio efímero, ya que enseguida se supo que había tomado dos rehenes más. Un policía montado, Charles E. Campbell, había desaparecido cerca de los límites de Florida; y el Gran Cortina azul de James E. Meyer era el vehículo que usaba en la huida.

A última hora del día, el propietario de un garaje de Lakeland, en Georgia, informó que un coche que respondía a la descripción del noticiario se había detenido allí y que el conductor compró un cartón de cigarrillos Kool. La caza se trasladó de Florida a Georgia, pero el fugitivo parecía haberse esfumado.

A las 10,10 del sábado 17 de noviembre, el Gran Cortina azul fue detectado cuando adelantaba velozmente a dos ayudantes del sheriff en la autopista 42. Montaron varios controles y Knowles destrozó el coche al intentar saltárselos. Comenzó a disparar indiscriminadamente y consiguió adentrarse en un bosque cercano. La policía registró el coche, pero no encontró ni rastro de los rehenes.

Doscientos policías con perros amaestrados y helicópteros lo buscaron durante dos horas a través de los bosques de Henry County, en Georgia. Finalmente, el fugitivo, deslumbrado y exhausto, apareció en manos de un joven llamado David Clark. La policía tenía en su poder al asesino, pero no la pista del paradero de los rehenes.

Provocativamente, Knowles afirmó que una sola palabra suya y podrían localizarlos. Pero se negó a pronunciar aquella palabra.

Entonces pensaron que el mejor modo de avanzar en las pesquisas sería por medio de las cintas. En el Chevrolet abandonado encontraron el testamento del asesino con la dirección de su abogado, Sheldon Yavitz, y se pusieron en contacto con él para que se trasladara a Macon.

Sin embargo, la cooperación de Yavitz no fue mucho mayor que la de su cliente: dio instrucciones a éste para que guardara silencio y se tomó dos días para llegar a Macon por carretera en lugar de ir directamente en avión. Luego, en la audiencia del 19 de noviembre, se negó a entregar las cintas o a admitir oficialmente su existencia y fue encarcelado por desacato.

En una segunda audiencia, el juez Wilbur Owens ordenó a dos oficiales del juzgado que escoltaran al obstinado Yavitz a su casa y registraran la caja fuerte donde éste guardaba las cintas. La búsqueda exhaustiva, que duró cuatro horas, no obtuvo resultado; aparte de que la empleada de hogar se negó a dejarles entrar en su cuarto. Mientras tanto, Patsy Yavitz, que desempeñaba el papel de secretaria de su marido, al que había acompañado a Macon, era citada para comparecer ante el juez al día siguiente. También ella estaba encarcelada por desacato.

El martes 21 de noviembre aquel punto muerto se rompió con un trágico descubrimiento. Unos perros policías encontraron los cuerpos de los dos rehenes en medio de un espeso bosquecillo de pinos de Pulaski County, a unos sesenta kilómetros al sur de Macon. Estaban atados a un árbol y habían muerto de un tiro en la nuca. La palabra que Knowles se negó a decir a la policía era «Pabst», el nombre de una fábrica de cerveza cercana al lugar donde aparecieron los cadáveres.

Dándose cuenta por fin de la gravedad de la situación, el abogado proporcionó a las autoridades la localización y combinación de la caja fuerte. Estaba escondida tras un tabique falso en el cuarto de la criada. Así, el día 22 de noviembre, a las 5,30 de la tarde, los dos paquetes que contenían las cintas decisivas estaban en poder del juez Owens.

Tras escucharlas y confrontarlas con las cuentas de las tarjetas de crédito robadas, los detectives pudieron encajar todas las piezas del itinerario destructor de Knowles. El terrible recorrido cubría 32.000 kilómetros a través de veinticinco Estados.

La espantosa serie de robos, violaciones y asesinatos empezaba pocos días después de que Angela Covic lo despidiera. Una noche del año 1974 amenazó con una navaja al camarero de un bar y fue acusado de atraco. Cuando le conducían a la prisión de Jacksonville Beach, tuvo un golpe de suerte. Sin que le vieran dio una patada a la puerta del coche celular y escapó.

El 27 de julio, aún en Jacksonville Beach, Knowles irrumpió en casa de la señora Alice Curtis, de sesenta y cinco años, una maestra jubilada que vivía sola, y al día siguiente apareció ahogada con su propia dentadura postiza. La habían atado y robado, y su coche, un Dodge Dart blanco, había desaparecido.

El 1 de agosto secuestró a dos niñas pequeñas llevándoselas de su casa cuando la madre había salido a atender a un pariente enfermo. Los cuerpos de Mylette Josephine Anderson, de siete años, y de su hermana Lillian Annette, de once, aparecieron enterrados en un pantano en enero de 1975. La madre era amiga de la familia del asesino.

Al día siguiente, en Atlantic Beach, Florida, apareció estrangulada la señora Marjorie Howie, de cuarenta y nueve años, con una media anudada alrededor del cuello y la compañera hundida en la garganta. Le habían robado la televisión portátil. La noche del 23 de agosto, en Musella, Georgia, la señora Kathy Sue Pierce fue estrangulada con el cable del teléfono en el cuarto de baño de su casa. Su hijo, de tres años de edad, fue testigo del asesinato, pero no sufrió daños físicos.

En August, cerca de Lima, Ohio, William Bates, de treinta y dos años, conoció a Knowles en Scottls Inn. Tres meses después de su desaparición, encontraron su cadáver en el bosque, maniatado y estrangulado. El asesino se había hecho con el coche, un Chevrolet Impala blanco. El Dodge de Alice Curtis apareció en la vecindad.

Paul John Knowles viajó entonces desde Lima a Sacramento, en California. A continuación hacia el norte, a Seattle; de vuelta a Missoula, en Montana, y después a Utah, en el sur. Alrededor del 12 de septiembre estaba en Ely, Nevada. Seis días después fueron descubiertos en una caravana los cuerpos de Emmett y Lois Johnson, una pareja anciana que estaba disfrutando de sus vacaciones. Los cuerpos aparecieron atados; habían muerto de un disparo detrás de la oreja izquierda. Las tarjetas de crédito habían desaparecido.

El 16 de octubre fueron asesinadas en Marlborough, Connecticut, Karen Wine y su hija de dieciséis años, Dawn. A ambas las habían maniatado, violado y estrangulado con medias de nylon anudadas al cuello. Cheryl, la hija mayor de la señora Wine, descubrió los cadáveres unas horas después. En la casa sólo faltaba un magnetófono antiguo.

Mientras tanto, Knowles se dirigía hacia el sur. El 18 de octubre llegaba a Woodford, Virginia, y llamaba a la puerta de una casa. Le abrió la señora Doris Bruce Homey, de cincuenta y tres años; la empujó y entró en la casa. La encontrarían más tarde, muerta de un disparo en la cabeza que procedía de un rifle del marido, que el asesino sacó del estudio. Las cintas enumeraban hasta catorce muertes, incluida la de una autoestopista adolescente inidentificada. A ellas había que añadir las de Carswefl y Mandy Carr y los dos rehenes.

En aquella lista mortal no había un modelo fijo. De las dieciocho víctimas, once eran mujeres, dos o tres adolescentes, cinco hombres y dos niños. De las pobres mujeres el asesino violó o intentó violar a seis. Diez de las víctimas fueron maniatadas antes de morir. Más tarde le dijo a su ahogado que tenía que hacerlo para poder escapar y que no quería asustarlas con su destino.

Nunca se supo el número total de víctimas. Paul John Knowles tal vez fue también responsable de las muertes de Edward Willard y de su novia, Debbie Griffin, dos jóvenes universitarios que estaban haciendo autoestop en Gainesville, Florida. La última vez que se les vio con vida fue el 2 de noviembre de 1974. El cuerpo del joven Willard apareció trece días más tarde en un bosque próximo a Macon con cinco disparos. El cadáver de la chica no se encontró hasta agosto de 1975. El 2 de noviembre, Knowles estaba en la zona de Gainesville.

La prensa calculó un número aún mayor de crímenes. Un reportaje lo elevaba hasta treinta y cinco mientras el asesino disfrutaba con la celebridad. Cuando lo llevaban detenido por los crímenes de Carswell y Mandy Carr, las calles estaban atestadas de gente que se empujaba tratando de echarle un vistazo. Knowles, con grilletes y esposado al agente del GBI, Ron Angel, vestía un mono anaranjado -el uniforme de preso-. Saludó a las cámaras y sonrió en la sala cuando la joven que le había vendido el magnetófono afirmó que se acordaba de él porque «era alto, de buena apariencia y parecía simpático».

Pero su diversión terminó pronto. El 18 de diciembre por la mañana había que trasladarle desde Bibb County hasta la prisión de alta seguridad de Douglas County, en Georgia. Lo escoltaban el sheriff Earl Lee y el agente del GBI Ron Angel. Según sus declaraciones, Knowles se ofreció a enseñarles el lugar donde había escondido el revólver del policía Campbell. Los dos agentes aceptaron su proposición, subieron al automóvil particular de Earl Lee y se sentaron delante; Knowles, esposado y con grilletes, ocupaba el asiento trasero.

Siguiendo las instrucciones del prisionero, tomaron las carreteras secundarias que el asesino conocía tan bien. El sheriff Lee iba al volante, cuando, de repente, Knowles se abalanzó sobre él y le arrancó el arma. El preso había conseguido abrir el cierre de las esposas con un clip. Mientras forcejeaban por la pistola, el coche, incontrolado, iba dando bandazos y una de las balas atravesó el suelo.

En la lucha, el agente Ron Angel disparó tres veces contra el acusado, alcanzándole dos veces en el pecho y una en la sien. Murió instantáneamente. Durante la pelea el automóvil se salió de la carretera y quedó destrozado.

Aunque durante la investigación el jurado calificó el homicidio como de defensa propia justificada, la controversia sobre el caso no acabó allí. Un día después de la muerte de Knowles, su abogado, Yavitz, convocó una rueda de prensa en Miami; a lo largo de ella manifestó que algunos oficiales de policía le habían informado anónimamente de que la vida del preso corría peligro y que le habían advertido que no intentara huir.

Sheldon Yavitz afirmó también que su cliente estuvo drogado mientras permaneció detenido y solicitó que se le hicieran las pruebas al cadáver. Se denegó la petición y Paul John Knowles fue enterrado en el cementerio de Jacksonville. El ministro baptista que celebró el funeral se negó a incluir las palabras «Y que su alma descanse en paz».

*****

Las víctimas
  • 27-7-74. Alice Curtis encontró la muerte en su domicilio de Jacksonville, en Florida.
  • 1-8-74. Las hermanas Lillian y Mylette Anderson, secuestradas en Jacksonville; los cadáveres aparecieron cinco meses después.
  • 2-8-74. Marjorie Howe, estrangulada en su casa de Atlantic Beach, en Florida.
  • 23-8-74. Kathy Sue Pierce, estrangulada en su hogar de Musella, en Georgia.
  • 8-74. Una adolescente autoestopista sin identificar, violada y estrangulada cerca de Macon, Georgia.
  • 3-9-74. Wíliam V. Bates desaparece cerca de Lima, Ohio; su cuerpo apareció tres meses después.
  • 12-9-74. Emmet y Lois Johnson, muertos a tiros en su caravana en Ely, Nevada.
  • 23-9-74. Charlyn Hícks, violada y estrangulada cerca de Seguin, Texas.
  • 10-74. Ann Dawson, desaparecida en Birmingham. Alabama.
  • 16-10-74. Karen Wine y su hija Dawn, violadas y estranguladas en su casa de Marlborough, Connecticut.
  • 18-10-74. Doris Bruce Hovey, asesinada por arma de fuego en su domicilio de Woodford, en Virginia.
  • 6-11-74. Carswell Carr y su hija Mandy asesinados (Mandy además violada) en su casa de Milledgeville, en Georgia.
  • 16-11-74. El patrullero Charles E. Campbell y James E. Meyer, tomados por rehenes; aparecieron muertos a tiros una semana después en el condado de Pulaski, en Georgia.
  • Knowles es también sospechoso del asesinato de los estudiantes Edward Hilliard y Debbie Griffin, muertos cuando hacían autoestop desde la Universidad de Gainesville, en Georgia, a primeros de noviembre de 1974; confesó haber asesinado a tres personas en San Francisco la noche en que Angela Covic lo rechazó. El número total de víctimas se eleva a treinta y cinco.
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Apoyo a las víctimas
Se ha discutido frecuentemente el método de castigo de los criminales y las tentativas por lograr su rehabilitación, pero ahora las familias de las víctimas también están dispuestas a hacerse oír y se unen con fuerza en la lucha contra el delito.

Harvey Carignan y Paul John Knowles no sólo dejaron tras ellos un rastro de cadáveres, sino también un gran número de desconsolados familiares y amigos. Mary Miller fue una de esas personas desoladas por la pérdida de un hijo. Su angustia aumentó cuando la policía le comunicó que, aunque Harvey Carignan era el asesino de su hija, carecía de pruebas suficientes para acusarle. Además del esfuerzo por conservar su trabajo en el banco de Seattle, Mary encontró tiempo para estudiar el asunto en profundidad y descubrió que había miles de condenados como Carignan en libertad condicional. Este convencimiento la incitó a organizar un grupo de apoyo para las personas que, como ella, eran allegados a las víctimas de crímenes violentos.

Su nombre apareció en los periódicos y comenzó a recibir cartas de gente que se encontraba en sus mismas circunstancias. Investigando en la prensa llegó a descubrir otros nombres, se puso en contacto con ellos y formó un grupo que podía presionar para cambiar la ley. «No todos nuestros diputados estaban dispuestos a los cambios -afirmaba Mary-, pero algunos nos escucharon. Deseábamos que los legisladores supieran lo que estaba ocurriendo. Queríamos leyes más estrictas para las sentencias de libertad condicional. Pedíamos que tomaran en cuenta a las víctimas de los crímenes y a sus familias, también víctimas.»

El pequeño núcleo que reunió Mary Miller se convirtió en una agrupación llamada Familias y Amigos de las Personas Desaparecidas y de las Víctimas de Crímenes Violentos. En 1982, Mary estaba considerada como una experta en la materia. Aquel otoño había testificado ante la Organización Presidente Reagan para los Derechos de las Víctimas. Su agrupación tiene ahora docenas de delegaciones en los distintos Estados de la nación. Además de viajar por todo el país para ofrecer aliento y consejo, Mary defendió la causa en numerosas apariciones en televisión.

En Gran Bretaña se han creado organizaciones parecidas. Una de las más conocidas es la de Suzy Lamplugh Trust, fundada por los padres de Suzy Lamplugh, una agente inmobiliaria de veinticinco años que desapareció tras una cita con un misterioso hombre llamado «Mr. Kipper». El propósito de la asociación es evitar que otras mujeres sucumban ante hechos semejantes y «capacitarlas, cualquiera que sea su edad, para cuidar de su seguridad personal, haciendo especial hincapié en las empleadas».

Desde que se fundó la asociación, Diana Lamplugh, la madre de Suzy, llevó a cabo una campaña incansable, con entrevistas en televisión, participación en coloquios y un libro publicado en 1988 bajo el título de Beating Aggression. La organización ha producido películas y cintas de vídeo, y en mayo de 1988 publicó un reportaje, Estudio sobre delitos sexuales, instando al gobierno británico a que reconsiderara su política sobre tales delincuentes y proponiendo alternativas a la cárcel, tales como unidades de terapia o centros de libertad vigilada. La asociación recaudó también los beneficios de un libro de Andrew Stephen, La historia de Suzy Lamplugh, a pesar de que los padres de la chica no estaban de acuerdo con parte del contenido.

En 1986, después de que su hijo fuera asesinado a navajazos por un joven que contaba con treinta y cinco condenas anteriores, Bill Dennison creó una asociación llamada «¿Por qué?» Después del crimen consiguió reunir alrededor de noventa navajas, propiedad de los hijos de sus vecinos. Ante tal despliegue de instrumentos visitó escuelas y bibliotecas del East End londinense para disuadir a los niños de «salir por la mañana hacia la escuela comprobando si llevan en el bolsillo el dinero, el pañuelo y la navaja».

Algunas veces son las mismas víctimas quienes toman el asunto en sus manos y crean asociaciones. Una de sus actividades ofrece ininterrumpidamente las 24 horas del día un teléfono para atender a las víctimas de acciones violentas. Muchos de los consejeros también han sido víctimas con anterioridad.

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Conclusiones
En 1977 Sandy Sakes publicó el relato de sus relaciones con Paul John Knowles. El libro se titulaba Tiempo de matar y daba a conocer algunos detalles íntimos de los días que pasaron juntos. Más tarde, en algunas entrevistas, Sandy manifestó que había sido tan explícita sobre la insuficiencia sexual de Knowles porque la gente suele atribuir a los criminales violentos un voraz apetito sexual.

La batalla por las cintas continuó después de la muerte de Knowles. Yavitz insistía en que eran propiedad suya y de la familia del muerto. Pero los tribunales estaban dispuestos a obstaculizar cualquier explotación comercial de los salvajes crímenes. Por tanto, retuvieron las cintas y dieron a conocer solamente un índice de su contenido al abogado y a la familia del asesino. Según el Acta de Libertad de Información norteamericana, las cintas no se podrían hacer públicas hasta el año 2005.

Bibliografía
Última actualización: 15 de marzo de 2015

– J.H.H. Gaute and Robin Odell, The New Murderer’s Who’s Who, 1996, Harrap Books, London

– Sandy Fawkes, Killing Time, 1977, London

– Georgina Lloyd, One was not enough, 1976, London



MÁS INFORMACIÓN EN INGLÉS

https://criminalia.es/asesino/paul-john-knowles/
 
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Robert Hansen
El cazador de Alaska

  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Violador - Contrataba los servicios de prost*tutas y las llevaba en su avioneta a una remota cabaña en el bosque. Tras violarlas, las liberaba, esperaba un tiempo, y les daba caza como si fueran animales
  • Número de víctimas: 17 - 21
  • Fecha del crímen: 1973 - 1983
  • Fecha de la detención: 27 de octubre de 1983
  • Fecha de nacimiento: 15 de febrero de 1939
  • Perfil de las víctimas: Lisa Futrell, 41 / Malai Larsen, 28 / Sue Luna, 23 / Tami Pederson, 20 / Angela Feddern, 24 / Teresa Watson, 25 / DeLynn Frey, 31 / Paula Goulding, 27 / Andrea Altiery, 28 / Sherry Morrow, 23 / Eklutna Annie, 29 / Joanna Messina 34 / Roxanne Easland, 24 / Ceilia Van Zanten, 17 / Megan Emerick, 17 / María Thill, 23 / Víctima no identificada de entre 20 y 23 años.
  • Método: Arma de fuego (rifle Mini-14 calibre .223)
  • Localidad: Anchorage, Estados Unidos (Alaska)
  • Estado: Condenado a cadena perpetua más 461 años el 28 de febrero de 1984. Muere en prisión el 21 de agosto de 2014.
Índice

Robert Hansen
Telegrafo.com.ec

Robert Hansen cazaba prost*tutas por el placer de asesinarlas.

Fracasado en el amor y cansado de rechazos de las mujeres, este hombre buscaba trabajadoras sexuales para desquitarse, violándolas y luego matándolas con un rifle en un bosque.

Su pasión era la caza. Por su destreza en esta actividad, Robert Hansen era un ciudadano respetado en la localidad de Anchorage, en Alaska.

Entre sus títulos obtenidos, Hansen tenía el de campeón local de tiro y ya gozaba de renombre entre los mejores cazadores a nivel nacional.

De carácter tranquilo y poco problemático, este hombre de familia (era padre de dos hijos) no levantaba la más mínima sospecha de su actividad oculta, el asesinar prost*tutas. Para cometer sus crímenes utilizaba sus habilidades con las armas de largo alcance.

Su método para matar mujeres era ofrecerles grandes cantidades de dinero a cambio de s*x* y luego secuestrarlas. Cuando las tenía en cautiverio las violaba y maltrataba.

Tras horas de castigo, Hansen llevaba a sus víctimas al aeropuerto de la ciudad y las trasladaba en su avioneta a un bosque cercano. Una vez en el sitio, las soltaba y dejaba que corriesen unos metros, para luego empezar la cacería. Él aguardaba tranquilo, se acomodaba y cuando estaban a la distancia adecuada les disparaba. No fallaba, por algo era el campeón local de tiro.

Un chico reprimido
Nacido el 15 de febrero de 1939 en Estherville, Iowa, Robert Hansen fue un chico que sufrió “bullying” en parte de su vida. Pese a haber nacido zurdo, sus padres, Christian y Edna, lo presionaron para que utilice la mano derecha. Esto le creó un conflicto difícil de llevar. Cuando escribía o hacía algo con la mano izquierda era maltratado.

En su adolescencia los chicos del colegio lo molestaban por su excesivo acné y por un problema de tartamudez. Como reacción a esto, cuando se graduó, en forma de rechazo a su mal tiempo vivido en el colegio, quemó el autobus de la institución.

Por esta razón fue al reformatorio por varios meses. A los 21 años se casó, pero su matrimonio duró pocos meses. A menudo era rechazado por las mujeres, por lo que decidió encontrar un refugio a su problema y lo encontró en la caza.

Debido a que su familia no tenía mayores problemas económicos, no era presionado a trabajar, por lo que dedicó mucho tiempo a la cacería. Pasaba horas y días en el bosque practicando esta actividad.

En la década de los 60’, Hansen se vio atraído por el robo. No necesitaba, pero delinquía por placer, por sentir nuevas sensaciones. Como lo dijo alguna vez, “el éxtasis de robar es algo incomparable; hacer lo prohibido y luego sentir que te persiguen no lo comparo con nada”. Ese mismo principio es el que luego puso en práctica con su actividad asesina.

Debido a que era una persona problemática, su familia decidió dejar Iwoa y se trasladó a Anchorage, una localidad de Alaska.

Con 27 años Hansen había logrado casarse por segunda ocasión y ya tenía dos hijos. Aquella etapa de rechazo por parte de las mujeres había terminado… pero él no la había olvidado. Guardaba rencor por aquellas chicas que lo habían repudiado y en su mente rondaba la intención de vengarse de alguna forma.

Sintió que la manera de tomar vendetta contra aquellas personas que lo rechazaron era maltratando a otras mujeres. Vio en las prost*tutas a sus víctimas perfectas.

El “boom” de los prostíbulos
Debido a que la actividad petrolera tuvo éxito en la década de los 70’ en Anchorage, el negocio de la prostit*ción también aumentó en el lugar. Chicas de diversas partes del país se mudaban a este poblado de Alaska para obtener ganancias que llegaban hasta los 50.000 dólares mensuales gracias al s*x*.

Así, en el sitio habían decenas de chicas que no tenían familiares cercanos, que si desaparecían era poco probable que alguien se preocupe por ellas. Fue el escenario perfecto para que Hansen pueda llevar a cabo su venganza.

El para ese entonces afamado cazador tenía dinero, por lo que convencer a una trabajadora sexual de que lo acompañase a cualquier lugar no era un problema. Además de su casa en Anchorage, en la que vivía con su esposa e hijos, el criminal tenía un escondite en las afueras de la ciudad y una choza en un bosque que quedaba a media hora de vuelo de su hogar.

El cazador asesino en acción
En 1971 Hansen, quien para ese entonces tenía 32 años, propuso a Lisa Futrell, una prost*t*ta del lugar, mantener relaciones sexuales a cambio de 500 dólares. El hombre la llevó a su casa de las afueras de la ciudad y cuando la mujer empezaba a realizar su labor, la esposó.

Luego de someterla, el sujeto la violó y maltrató. Tras esto, la subió a su auto y la llevó al aeropuerto, lugar donde tenía su avioneta… se iba de cacería. Una vez en el bosque, practicó su actividad favorita con la mujer, a la que asesinó de un efectivo disparo en la cabeza.

Hansen le quitó la vida a 16 mujeres más (que se le pudieron comprobar en juicio), aunque, según investigadores, las víctimas serían 21.

A una de las prost*tutas del lugar le ofreció 200 dólares para que le practique s*x* oral y a otra le propuso realizarle una sesión fotográfica, pagándole 300 dólares. Los valores eran altamente exagerados para lo que las chicas solían cobrar por este tipo de servicios.

Cuando su caso se hizo público, gracias a una mujer que logró escapar, mientras Hansen la llevaba al aeropuerto, y lo denunció, en Anchorage nadie lo creía, ya que se trataba del cazador insigne de la ciudad, del padre de familia ejemplar y del hombre tranquilo.

Tras haber confesado sus crímenes, Hansen recibió 461 años de cárcel, los que paga en el reclusorio Spring Creek de Alaska.

Datos
Según denuncias, Robert Hansen fue acusado de agredir a más de 30 mujeres, sin contar a las que mató.

Entre las mujeres que Hansen maltrató y violó está Cindy Paulson, quien fue testigo clave en el proceso legal en su contra.

Durante su juicio se le comprobaron 17 asesinatos, aunque se cree que sus víctimas podrían llegar a 21. Las edades de las mujeres que mató están entre 17 y 41 años. Prefería a chicas de cabello castaño.

Las víctimas son:

  • Lisa Futrell, 41 años
  • Malai Larsen, 28 años
  • Sue Luna, 23 años
  • Tami Pederson, 20 años
  • Angela Feddern, 24 años
  • Teresa Watson, 25 años
  • DeLynn Frey, 31 años
  • Paula Goulding, 27 años
  • Andrea Altiery, 28 años
  • Sherry Morrow, 23 años
  • Eklutna Annie, 29 años
  • Joanna Messina 34 años
  • Roxanne Easland, 24 años
  • Ceilia Van Zanten, 17 años
  • Megan Emerick, 17 años
  • María Thill, 23 años
  • Una de sus víctimas no fue identificada. Tenía entre 20 y 23 años.
Robert Hansen – El Cazador de prost*tutas
AsesinatoSerial.net

Robert Christian Hansen nació el 15 de Febrero de 1939 en Estherville, Iowa. Hijo de un cocinero de origen Danés, pasó una infancia muy difícil al lado de su padre que lo obligaba a trabajar largas horas en el negocio de la familia. Al llegar a la adolescencia el severo acné que padeció se sumó al marcado tartamudeo que tenía. Era el perfecto objeto de las burlas y los abusadores de siempre en la escuela.

Quienes se acuerdan de él, lo veían como un sujeto solitario que jamás socializaba con nadie. A pesar de haber nacido zurdo, sus padres lo obligaron siempre a usar la mano derecha, imposición que incrementaba la presión y el estrés en que vivía.

A pesar de todo lo anterior, en 1960 se casó con una muchacha pero su matrimonio no duró mucho. El 7 de Diciembre del mismo año con el objetivo de vengarse por rencillas contra los pobladores de Pocahontas, fueran estas reales o imaginarios, Hansen obligó a un empleado del negocio de la familia a que lo ayudara a incendiar un garaje del autobús de la escuela. Para su desgracia este joven de 16 años tuvo la entereza suficiente de delatarlo. Fue sentenciado a una pena de 3 años en prisión, a los 6 meses su esposa tramitó el divorcio y para su fortuna le fue otorgada la libertad condicional cumplidos 20 meses.

Nuevamente, a pesar de todo lo anterior, no pasaron muchos meses para que Robert Hansen se casara otra vez. De acuerdo a los estudios psicológicos que le fueron practicados, Hansen era de personalidad infantil y obsesiva. Y después de lo del incendio ahora había adquirido la afición por robar. Carecía de necesidades, así que lo hacía por la emoción momentánea del hurto. A pesar de que fue descubierto en sus pillerías, nadie hizo olas y no se levantaron cargos.

En 1967 los Hansen decidieron comenzar una nueva vida y se movieron a Alaska, a la ciudad de Anchorage. Ahí de nuevo continuaron los problemas de Robert, esta vez fue acusado de robar una sierra eléctrica. Fue sentenciado a 5 años de prisión y nuevamente fue estudiado por doctores, quienes diagnosticaron que Hansen padecía de trastorno bipolar, y que requería terapia a base de litio para controlar sus violentos cambios de humor. A pesar de que era ya considerado un peligro para la sociedad jamás se hizo nada por obligarlo judicialmente a seguir el tratamiento.

Una vez fuera de la cárcel, prosiguió su vida matrimonial. Ya era padre de dos hijos cuando ideó una curiosa manera de hacerse con más dinero. Simuló el robo de una serie de objetos de valor de su casa, los cuales escondió en un área apartada y secreta de la misma. El seguro le reembolsó $13,000 dólares con los cuales instaló un negocio de comida. Entre los objetos reportados como robados se encontraban varios trofeos de cacería. Actividad en la que Hansen era una celebridad de la localidad.

Poseía un numeroso arsenal de rifles y era muy comentada la hazaña en la cual con un arco y flecha dio caza a una cabra salvaje, habitante usual de los parajes boscosos de Alaska. La cacería le daba un alto status dentro de la sociedad que antaño cuando adolescente careció completamente. De hecho la gente consideraba a Robert Hansen como uno de los pilares de su comunidad. Era apreciado y respetado.

La gente ignoraba o negaba admitir que este singular hombre bajito y fervoroso padre de familia era en realidad un peligroso sociópata. Criminal consumado que había robado, incendiado y defraudado una aseguradora. Peor aún, era un asesino de bailarinas y prost*tutas, pero ese delito permanecería oculto por algún tiempo.

Como consecuencia del boom petrolero de Anchorage, muchachas jóvenes y guapas pronto fueron seducidas con la posibilidad de hacer grandes ganancias bailando y prostituyendose en el área. El vehículo de estas actividades de alto riesgo fueron la aparición y funcionamiento de numerosos clubes tales como el Wild Cherry Bar, Arctic Fox y el Booby Trap entre otros, que actualmente han desaparecido. Dichos lugares conseguían ganancias mensuales por encima de los $50,000 dólares. Alrededor de estos lugares aparecieron puestos de revistas con toda la por**grafía imaginable en aquella época. Esos y otros negocios de dudosa procedencia. Los robos, fraudes y riñas proliferaron notablemente y fue en este sórdido ambiente donde Robert Hansen acechaba a sus víctimas.

Las nefastas actividades de Robert Hansen aparecieron a la luz poco a poco. El primer incidente ocurrió el 12 de Septiembre de 1982 cuando un par de oficiales cazaban en el valle del río Knik, lugar apartado y fuente inagotable de esparcimiento para cazadores profesionales. Ya fueran venados, ciervos, osos y cabras salvajes, de todo había sin embargo para John Daily y Audi Holloway no había sido un día de suerte así que antes que les cayera la noche encima decidieron regresar y tomaron un inusual atajo por la rivera del río. De pronto, de un banco de arena vieron una bota semienterrada en el suelo. Picados por la curiosidad se acercaron para descubrir una extremidad en descomposición. Les tomó unos instantes darse cuenta de la situación y se apartaron rápidamente para no alterar la escena de un probable crimen. Tomaron nota del sitio del hallazgo y pronto detectives y forenses analizaban minuciosamente el sitio.

El sargento Rollie Port, experimentado veterano analizó meticulosamente la escena del crimen hasta que descubrió un cartucho percutido calibre .223 de uso común en rifles de alto poder como el M16, la AR15 y el Mini-14, armas que en muchas naciones son de uso exclusivo de las fuerzas del estado.

El cadáver fue analizado en Anchorage y se determinó que había muerto por las heridas de 3 disparos del calibre ya citado. Después de algún tiempo se determinó que en vida la mujer se llama Sherry Morrow de 24 años, bailarina exótica y que había fallecido hacía 6 meses. El 17 de Noviembre de 1981 fue vista por última vez por amigos del Wild Cherry Bar a quienes comentó que un hombre le había ofrecido $300 dólares por posar para algunas fotos.

Este inusual crimen hizo sospechar a la policía de Anchorage que tenían algo gordo entre manos. Hacia algún tiempo que se habían presentado reportes de personas extraviadas. La mayoría correspondían a prost*tutas, sin embargo no se había prestado mucha atención dado que ellas tienden a ser solitarias y se mueven de un lugar a otro con frecuencia. Años después regresan al mismo lugar como si nada. Esta preocupación fue mantenida en secreto con el propósito de no alertar a los probables asesinos. Y así en entrevista con los periódicos locales negaron que el cadáver de Sherry Morrow estuviera ligado con la desaparición de otras 3 chicas.

El sargento Lyle Haugsven fue el encargado de investigar los nexos entre las mujeres desaparecidas, el cadáver hallado y un par de casos sin resolver. El primero se trataba de un cadáver de mujer que se denominó Eklutna Annie por el sitio donde fue hallado. En 1980 unos obreros, hallaron los restos de una mujer en una tumba al ras del suelo cerca de la avenida Eklutna. Jamás pudo ser identificado el cadáver dado su avanzado estado de descomposición y a que los animales salvajes habían eliminado gran parte del mismo.

Posteriormente ese mismo año apareció muy cerca de Eklutna otro cuerpo semienterrado en un pozo de arena. Igualmente estaba en avanzado estado de descomposición, pero se pudo identificar como Joanne Messina bailarina topless del lugar. Desafortunadamente Haugsven no pudo contar con pistas ni evidencia suficiente para prosperar en la captura del culpable.

Pasaron los meses hasta que la noche del 13 de Junio de 1983 un camionero que circulaba por el pueblo vio en el camino a una muchacha que frenéticamente le hacía señas para que parara. La mujer traía unas esposas colgando de una mano y la ropa hecha trizas. El hombre la llevo a un hotel que ella le indicó e inmediatamente después pasó a la estación de policía a reportar lo sucedido. Mientras tanto en la recepción del hotel se le permitió hacer una llamada telefónica a la muchacha.

Cuando el oficial Gregg Baker llegó al Big Timber Motel, la chica aún traía las esposas, tras liberarla ella comenzó a relatar una historia casi imposible de creer. Había sido abordada en la calle por un sujeto pelirrojo quien le ofreció 200 dólares para tener s*x* oral. Una vez que comenzaron a hacerlo, el sujeto aprisionó su muñeca con las esposas a la vez que sacó una pistola. Le dijo que si cooperaba no le haría ningún daño y luego la llevó a su casa en el barrio de Muldoon. Ahí el sujeto la había violado y en un momento dado le introdujo el mango de un martillo por la vagina. Al término de todas esas crueldades le dijo que volarían a su cabaña en los bosques. Y así lo hicieron, llegaron hasta un aeroplano y mientras el sujeto metía algunas provisiones dentro del vehículo, aprovechó para salir corriendo. La prost*t*ta sabía que su vida corría grave peligro al lado de ese hombre. Al principio la persiguió pero desistió al ver que ella hacía señas a un camionero en el camino.

Entonces la policía la llevó al aeropuerto del lugar, donde supuestamente se hallaba la avioneta de su atacante. Y ahí estaba el Piper Super Club azul y blanco. Después de revisar con la torre de control, se supo que pertenecía a Robert Hansen, quien vivía en la calle Old Harbor.

Dejaron a la chica en el hospital y con un pequeño grupo de oficiales, Baker visitó la residencia de los Hansen. Confrontado con los cargos que la prost*t*ta señalaba, Robert Hansen se mostró muy molesto. Dijo a la policía que no conocía a la muchacha, que todo el día lo había pasado con unos amigos. Su esposa y dos hijos estaban de viaje por Europa. Además les dijo a los policías que “No se podía violar a una prost*t*ta ¿o si?…” La coartada de Hansen fue verificada y no se levantaron cargos en su contra.

Las cosas se tranquilizaron hasta que apareció el cadáver de otra muchacha enterrado a ras de tierra. El 2 de septiembre de 1983 fue hallada en las riveras del río Knik quien fuera identificada como Paula Golding muchacha de 17 años dedicada a la prostit*ción y al baile exótico. Había sido vista por última vez hacía 5 meses. La autopsia reveló que fue muerta por disparos de arma calibre .223 Entonces el departamento de policía solicitó la intervención de la unidad de soporte del FBI. Sabían que tenían entre manos a un asesino serial y decidieron acudir a los expertos.

Fue así que el legendario profiler del FBI, el agente especial John E. Douglas se trasladó a Alaska para analizar la evidencia que le ofrecía la policía y para discutir acerca del sospechoso número uno, es decir para hablar de Robert Hansen.

Douglas estableció que el asesino elegía prost*tutas y bailarinas topless porque son muy proclives a moverse de ciudad en ciudad y la súbita desaparición de alguna no levantaría mayor preocupación. Al presentársele la información respecto a Hansen, les hizo notar a los oficiales la baja estatura del sospechoso así como el hecho de que tuviera muchas cicatrices producto del acné y el evidente tartamudeo lo hacían pensar que de joven había sido objeto de burlas de sus semejantes y que con toda probabilidad había sido rechazado varias veces por las mujeres a quienes deseaba acercarse. De ese modo era seguro que tenía una autoestima muy baja y vivir en un lugar apartado era para aplacar un poco de su malestar personal. Luego, atacar prost*tutas era la manera de cobrar venganza por las humillaciones vividas durante la adolescencia. Algunos oficiales conocían a Hansen y sus grandes habilidades como cazador a lo que Douglas comentó que tal vez ya se había cansado de los borregos salvajes, los venados y osos y había cambiado su interés en otro tipo de presas más interesantes.

Otro aspecto fundamental era que Hansen podría ser del tipo de asesino que recolecta souvenirs de sus víctimas, por eso era necesario buscar minuciosamente en sus propiedades objetos pertenecientes a las víctimas. La manera de facilitar la investigación era quebrar su coartada para lo cual la policía debía apoyarse en sus amigos a quienes había de forzar a hablar so pena de ser acusados de cargos por obstaculizar la justicia. Con eso podrían descartarlo o incriminarlo pero se necesitaba actuar con firmeza.

Y en efecto, los amigos que supuestamente habían pasado el día junto a Hansen cuando la joven prost*t*ta fue secuestrada terminaron por admitir que no vieron al sospechoso ese día. Además contaron a la policía el fraude de Hansen contra la aseguradora y otros detalles gracias a los cuales la policía pidió 8 órdenes de registro al juez. El 27 de Octubre de 1983 como usualmente hace la policía, un grupo fue al trabajo de Hansen y le pidió que los acompañara a la estación para hacerle unas preguntas. Mientras tanto otros dos grupos iban a su casa y a la avioneta para cumplir las órdenes de registro.

El grupo que investigaba la casa halló numerosas armas en la casa de los Hansen, pero ninguna que pudiera relacionarse con los crímenes. Estaban a punto de terminar y marcharse cuando un oficial descubrió un escondite en el ático de la casa. Ahí encontraron diversos rifles de alto poder, así como pistolas, un mapa de navegación marcado en varios sitios, identificaciones de las víctimas, recortes de periódico y algunas piezas de joyería. Al fondo estaba el rifle Mini-14 calibre .223 con que teóricamente Hansen había cazado a sus víctimas una vez que las soltaba en el bosque.

En la estación de policía Hansen negó cualquier relación con los homicidios, pero abrumado por los alegatos de la policía se dio por vencido y pidió un abogado. Entonces fue arrestado bajo los cargos de fraude, asalto agravado, secuestro, portación ilegal de armas y robo.

El 3 de noviembre de 1983 el jurado de Anchorage acusó formalmente a Hansen de conducta y portación indebida de armas, robo en segundo grado, fraude a una aseguradora y secuestro, guardándose el cargo de homicidio hasta no recibir las pruebas de balística. Hansen se declaró no culpable de los cargos y la fianza fue fijada en medio millón de dólares. Como se puede ver, el estado no iba a permitirle quedar en libertad ante la montaña de evidencia que se había acumulado.

El resultado de las pruebas llegó procedente de los laboratorios del FBI en Washington el 20 de Noviembre de 1983. Quedaba demostrado que los casquillos hallados habían sido disparados con el rifle Mini-14 incautado en la casa de Hansen.

Finalmente Robert Hansen se dio cuenta que ante la enorme cantidad de evidencia en su contra, difícilmente ganaría su caso frente a la corte. El 22 de Febrero de 1984 se arregló un encuentro entre el abogado defensor Fred Dewey y el fiscal general de Anchorage, Victor Krumm para establecer un acuerdo. Este consistió en que Hansen daría una confesión detallada y completa de sus crímenes a cambio de ser condenado únicamente con los 4 homicidios que se conocían hasta el momento. Además purgaría su sentencia de cadena perpetua en un recinto federal, en vez de una prisión de máxima seguridad. Hansen se vio obligado a aceptar este trato, pues era lo mejor que podía obtener.

Entonces explicó su modus operandi que consistía en contratar por una suma de dinero a las prost*tutas. Una vez estando ellas les decía “Muy bien, eres una profesional, lo que hacemos no te excita en nada, sabes bien que existen riesgos en lo que haces. Que esto te sirva de experiencia, para que la próxima vez elijas bien a quien te ofreces. Si haces todo cuanto te ordeno, no saldrás lastimada…”

Hansen hacía lo anterior para ver como la víctima se congelaba del miedo. Disfrutaba verlas sentirse indefensas y sometidas a su voluntad. Una vez que tenía a una mujer bajo su poder, normalmente la llevaba en la avioneta a su remota cabaña de los bosques. Ahí después de violarlas sin misericordia llegaba al extremo de desnudarlas y aún de taparles los ojos antes de soltarlas. Esperaba un poco a que la chica corriera y después con su navaja y con el rifle las cazaba igual que lo hacía contra un venado u oso.

Al término de su declaración, la policía le mostró un mapa de la región a Hansen y le pidió que señalara los sitios donde había cometido sus fechorías. Este señalo numerosos lugares. Al día siguiente se hizo una expedición en un helicóptero militar y Hansen los condujo a 12 sitios diferentes, ahí fueron marcados árboles para regresar posteriormente a revisar. Durante 1984 fueron recuperados únicamente 7 cuerpos.

El 18 de Febrero de 1984 Robert Hansen se declaró culpable de los cuatro homicidios acordados y recibió sentencia de 461 años de cárcel sin derecho a libertad condicional. Inicialmente fue enviado a una penitenciaria en Pennsylvania, pero en 1988 regresó a Alaska a ser uno de los presos fundadores del centro correccional Spring Creek. Poco después de encarcelado su esposa pidió el divorcio. Es mas, hasta su nombre fue borrado del ranking de caza de Pope & Young.



MÁS INFORMACIÓN EN INGLÉS

https://criminalia.es/asesino/robert-hansen/
 
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Robert Hansen
El cazador de Alaska

  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Violador - Contrataba los servicios de prost*tutas y las llevaba en su avioneta a una remota cabaña en el bosque. Tras violarlas, las liberaba, esperaba un tiempo, y les daba caza como si fueran animales
  • Número de víctimas: 17 - 21
  • Fecha del crímen: 1973 - 1983
  • Fecha de la detención: 27 de octubre de 1983
  • Fecha de nacimiento: 15 de febrero de 1939
  • Perfil de las víctimas: Lisa Futrell, 41 / Malai Larsen, 28 / Sue Luna, 23 / Tami Pederson, 20 / Angela Feddern, 24 / Teresa Watson, 25 / DeLynn Frey, 31 / Paula Goulding, 27 / Andrea Altiery, 28 / Sherry Morrow, 23 / Eklutna Annie, 29 / Joanna Messina 34 / Roxanne Easland, 24 / Ceilia Van Zanten, 17 / Megan Emerick, 17 / María Thill, 23 / Víctima no identificada de entre 20 y 23 años.
  • Método: Arma de fuego (rifle Mini-14 calibre .223)
  • Localidad: Anchorage, Estados Unidos (Alaska)
  • Estado: Condenado a cadena perpetua más 461 años el 28 de febrero de 1984. Muere en prisión el 21 de agosto de 2014.
Índice

Robert Hansen
Telegrafo.com.ec

Robert Hansen cazaba prost*tutas por el placer de asesinarlas.

Fracasado en el amor y cansado de rechazos de las mujeres, este hombre buscaba trabajadoras sexuales para desquitarse, violándolas y luego matándolas con un rifle en un bosque.

Su pasión era la caza. Por su destreza en esta actividad, Robert Hansen era un ciudadano respetado en la localidad de Anchorage, en Alaska.

Entre sus títulos obtenidos, Hansen tenía el de campeón local de tiro y ya gozaba de renombre entre los mejores cazadores a nivel nacional.

De carácter tranquilo y poco problemático, este hombre de familia (era padre de dos hijos) no levantaba la más mínima sospecha de su actividad oculta, el asesinar prost*tutas. Para cometer sus crímenes utilizaba sus habilidades con las armas de largo alcance.

Su método para matar mujeres era ofrecerles grandes cantidades de dinero a cambio de s*x* y luego secuestrarlas. Cuando las tenía en cautiverio las violaba y maltrataba.

Tras horas de castigo, Hansen llevaba a sus víctimas al aeropuerto de la ciudad y las trasladaba en su avioneta a un bosque cercano. Una vez en el sitio, las soltaba y dejaba que corriesen unos metros, para luego empezar la cacería. Él aguardaba tranquilo, se acomodaba y cuando estaban a la distancia adecuada les disparaba. No fallaba, por algo era el campeón local de tiro.

Un chico reprimido
Nacido el 15 de febrero de 1939 en Estherville, Iowa, Robert Hansen fue un chico que sufrió “bullying” en parte de su vida. Pese a haber nacido zurdo, sus padres, Christian y Edna, lo presionaron para que utilice la mano derecha. Esto le creó un conflicto difícil de llevar. Cuando escribía o hacía algo con la mano izquierda era maltratado.

En su adolescencia los chicos del colegio lo molestaban por su excesivo acné y por un problema de tartamudez. Como reacción a esto, cuando se graduó, en forma de rechazo a su mal tiempo vivido en el colegio, quemó el autobus de la institución.

Por esta razón fue al reformatorio por varios meses. A los 21 años se casó, pero su matrimonio duró pocos meses. A menudo era rechazado por las mujeres, por lo que decidió encontrar un refugio a su problema y lo encontró en la caza.

Debido a que su familia no tenía mayores problemas económicos, no era presionado a trabajar, por lo que dedicó mucho tiempo a la cacería. Pasaba horas y días en el bosque practicando esta actividad.

En la década de los 60’, Hansen se vio atraído por el robo. No necesitaba, pero delinquía por placer, por sentir nuevas sensaciones. Como lo dijo alguna vez, “el éxtasis de robar es algo incomparable; hacer lo prohibido y luego sentir que te persiguen no lo comparo con nada”. Ese mismo principio es el que luego puso en práctica con su actividad asesina.

Debido a que era una persona problemática, su familia decidió dejar Iwoa y se trasladó a Anchorage, una localidad de Alaska.

Con 27 años Hansen había logrado casarse por segunda ocasión y ya tenía dos hijos. Aquella etapa de rechazo por parte de las mujeres había terminado… pero él no la había olvidado. Guardaba rencor por aquellas chicas que lo habían repudiado y en su mente rondaba la intención de vengarse de alguna forma.

Sintió que la manera de tomar vendetta contra aquellas personas que lo rechazaron era maltratando a otras mujeres. Vio en las prost*tutas a sus víctimas perfectas.

El “boom” de los prostíbulos
Debido a que la actividad petrolera tuvo éxito en la década de los 70’ en Anchorage, el negocio de la prostit*ción también aumentó en el lugar. Chicas de diversas partes del país se mudaban a este poblado de Alaska para obtener ganancias que llegaban hasta los 50.000 dólares mensuales gracias al s*x*.

Así, en el sitio habían decenas de chicas que no tenían familiares cercanos, que si desaparecían era poco probable que alguien se preocupe por ellas. Fue el escenario perfecto para que Hansen pueda llevar a cabo su venganza.

El para ese entonces afamado cazador tenía dinero, por lo que convencer a una trabajadora sexual de que lo acompañase a cualquier lugar no era un problema. Además de su casa en Anchorage, en la que vivía con su esposa e hijos, el criminal tenía un escondite en las afueras de la ciudad y una choza en un bosque que quedaba a media hora de vuelo de su hogar.

El cazador asesino en acción
En 1971 Hansen, quien para ese entonces tenía 32 años, propuso a Lisa Futrell, una prost*t*ta del lugar, mantener relaciones sexuales a cambio de 500 dólares. El hombre la llevó a su casa de las afueras de la ciudad y cuando la mujer empezaba a realizar su labor, la esposó.

Luego de someterla, el sujeto la violó y maltrató. Tras esto, la subió a su auto y la llevó al aeropuerto, lugar donde tenía su avioneta… se iba de cacería. Una vez en el bosque, practicó su actividad favorita con la mujer, a la que asesinó de un efectivo disparo en la cabeza.

Hansen le quitó la vida a 16 mujeres más (que se le pudieron comprobar en juicio), aunque, según investigadores, las víctimas serían 21.

A una de las prost*tutas del lugar le ofreció 200 dólares para que le practique s*x* oral y a otra le propuso realizarle una sesión fotográfica, pagándole 300 dólares. Los valores eran altamente exagerados para lo que las chicas solían cobrar por este tipo de servicios.

Cuando su caso se hizo público, gracias a una mujer que logró escapar, mientras Hansen la llevaba al aeropuerto, y lo denunció, en Anchorage nadie lo creía, ya que se trataba del cazador insigne de la ciudad, del padre de familia ejemplar y del hombre tranquilo.

Tras haber confesado sus crímenes, Hansen recibió 461 años de cárcel, los que paga en el reclusorio Spring Creek de Alaska.

Datos
Según denuncias, Robert Hansen fue acusado de agredir a más de 30 mujeres, sin contar a las que mató.

Entre las mujeres que Hansen maltrató y violó está Cindy Paulson, quien fue testigo clave en el proceso legal en su contra.

Durante su juicio se le comprobaron 17 asesinatos, aunque se cree que sus víctimas podrían llegar a 21. Las edades de las mujeres que mató están entre 17 y 41 años. Prefería a chicas de cabello castaño.

Las víctimas son:

  • Lisa Futrell, 41 años
  • Malai Larsen, 28 años
  • Sue Luna, 23 años
  • Tami Pederson, 20 años
  • Angela Feddern, 24 años
  • Teresa Watson, 25 años
  • DeLynn Frey, 31 años
  • Paula Goulding, 27 años
  • Andrea Altiery, 28 años
  • Sherry Morrow, 23 años
  • Eklutna Annie, 29 años
  • Joanna Messina 34 años
  • Roxanne Easland, 24 años
  • Ceilia Van Zanten, 17 años
  • Megan Emerick, 17 años
  • María Thill, 23 años
  • Una de sus víctimas no fue identificada. Tenía entre 20 y 23 años.
Robert Hansen – El Cazador de prost*tutas
AsesinatoSerial.net

Robert Christian Hansen nació el 15 de Febrero de 1939 en Estherville, Iowa. Hijo de un cocinero de origen Danés, pasó una infancia muy difícil al lado de su padre que lo obligaba a trabajar largas horas en el negocio de la familia. Al llegar a la adolescencia el severo acné que padeció se sumó al marcado tartamudeo que tenía. Era el perfecto objeto de las burlas y los abusadores de siempre en la escuela.

Quienes se acuerdan de él, lo veían como un sujeto solitario que jamás socializaba con nadie. A pesar de haber nacido zurdo, sus padres lo obligaron siempre a usar la mano derecha, imposición que incrementaba la presión y el estrés en que vivía.

A pesar de todo lo anterior, en 1960 se casó con una muchacha pero su matrimonio no duró mucho. El 7 de Diciembre del mismo año con el objetivo de vengarse por rencillas contra los pobladores de Pocahontas, fueran estas reales o imaginarios, Hansen obligó a un empleado del negocio de la familia a que lo ayudara a incendiar un garaje del autobús de la escuela. Para su desgracia este joven de 16 años tuvo la entereza suficiente de delatarlo. Fue sentenciado a una pena de 3 años en prisión, a los 6 meses su esposa tramitó el divorcio y para su fortuna le fue otorgada la libertad condicional cumplidos 20 meses.

Nuevamente, a pesar de todo lo anterior, no pasaron muchos meses para que Robert Hansen se casara otra vez. De acuerdo a los estudios psicológicos que le fueron practicados, Hansen era de personalidad infantil y obsesiva. Y después de lo del incendio ahora había adquirido la afición por robar. Carecía de necesidades, así que lo hacía por la emoción momentánea del hurto. A pesar de que fue descubierto en sus pillerías, nadie hizo olas y no se levantaron cargos.

En 1967 los Hansen decidieron comenzar una nueva vida y se movieron a Alaska, a la ciudad de Anchorage. Ahí de nuevo continuaron los problemas de Robert, esta vez fue acusado de robar una sierra eléctrica. Fue sentenciado a 5 años de prisión y nuevamente fue estudiado por doctores, quienes diagnosticaron que Hansen padecía de trastorno bipolar, y que requería terapia a base de litio para controlar sus violentos cambios de humor. A pesar de que era ya considerado un peligro para la sociedad jamás se hizo nada por obligarlo judicialmente a seguir el tratamiento.

Una vez fuera de la cárcel, prosiguió su vida matrimonial. Ya era padre de dos hijos cuando ideó una curiosa manera de hacerse con más dinero. Simuló el robo de una serie de objetos de valor de su casa, los cuales escondió en un área apartada y secreta de la misma. El seguro le reembolsó $13,000 dólares con los cuales instaló un negocio de comida. Entre los objetos reportados como robados se encontraban varios trofeos de cacería. Actividad en la que Hansen era una celebridad de la localidad.

Poseía un numeroso arsenal de rifles y era muy comentada la hazaña en la cual con un arco y flecha dio caza a una cabra salvaje, habitante usual de los parajes boscosos de Alaska. La cacería le daba un alto status dentro de la sociedad que antaño cuando adolescente careció completamente. De hecho la gente consideraba a Robert Hansen como uno de los pilares de su comunidad. Era apreciado y respetado.

La gente ignoraba o negaba admitir que este singular hombre bajito y fervoroso padre de familia era en realidad un peligroso sociópata. Criminal consumado que había robado, incendiado y defraudado una aseguradora. Peor aún, era un asesino de bailarinas y prost*tutas, pero ese delito permanecería oculto por algún tiempo.

Como consecuencia del boom petrolero de Anchorage, muchachas jóvenes y guapas pronto fueron seducidas con la posibilidad de hacer grandes ganancias bailando y prostituyendose en el área. El vehículo de estas actividades de alto riesgo fueron la aparición y funcionamiento de numerosos clubes tales como el Wild Cherry Bar, Arctic Fox y el Booby Trap entre otros, que actualmente han desaparecido. Dichos lugares conseguían ganancias mensuales por encima de los $50,000 dólares. Alrededor de estos lugares aparecieron puestos de revistas con toda la por**grafía imaginable en aquella época. Esos y otros negocios de dudosa procedencia. Los robos, fraudes y riñas proliferaron notablemente y fue en este sórdido ambiente donde Robert Hansen acechaba a sus víctimas.

Las nefastas actividades de Robert Hansen aparecieron a la luz poco a poco. El primer incidente ocurrió el 12 de Septiembre de 1982 cuando un par de oficiales cazaban en el valle del río Knik, lugar apartado y fuente inagotable de esparcimiento para cazadores profesionales. Ya fueran venados, ciervos, osos y cabras salvajes, de todo había sin embargo para John Daily y Audi Holloway no había sido un día de suerte así que antes que les cayera la noche encima decidieron regresar y tomaron un inusual atajo por la rivera del río. De pronto, de un banco de arena vieron una bota semienterrada en el suelo. Picados por la curiosidad se acercaron para descubrir una extremidad en descomposición. Les tomó unos instantes darse cuenta de la situación y se apartaron rápidamente para no alterar la escena de un probable crimen. Tomaron nota del sitio del hallazgo y pronto detectives y forenses analizaban minuciosamente el sitio.

El sargento Rollie Port, experimentado veterano analizó meticulosamente la escena del crimen hasta que descubrió un cartucho percutido calibre .223 de uso común en rifles de alto poder como el M16, la AR15 y el Mini-14, armas que en muchas naciones son de uso exclusivo de las fuerzas del estado.

El cadáver fue analizado en Anchorage y se determinó que había muerto por las heridas de 3 disparos del calibre ya citado. Después de algún tiempo se determinó que en vida la mujer se llama Sherry Morrow de 24 años, bailarina exótica y que había fallecido hacía 6 meses. El 17 de Noviembre de 1981 fue vista por última vez por amigos del Wild Cherry Bar a quienes comentó que un hombre le había ofrecido $300 dólares por posar para algunas fotos.

Este inusual crimen hizo sospechar a la policía de Anchorage que tenían algo gordo entre manos. Hacia algún tiempo que se habían presentado reportes de personas extraviadas. La mayoría correspondían a prost*tutas, sin embargo no se había prestado mucha atención dado que ellas tienden a ser solitarias y se mueven de un lugar a otro con frecuencia. Años después regresan al mismo lugar como si nada. Esta preocupación fue mantenida en secreto con el propósito de no alertar a los probables asesinos. Y así en entrevista con los periódicos locales negaron que el cadáver de Sherry Morrow estuviera ligado con la desaparición de otras 3 chicas.

El sargento Lyle Haugsven fue el encargado de investigar los nexos entre las mujeres desaparecidas, el cadáver hallado y un par de casos sin resolver. El primero se trataba de un cadáver de mujer que se denominó Eklutna Annie por el sitio donde fue hallado. En 1980 unos obreros, hallaron los restos de una mujer en una tumba al ras del suelo cerca de la avenida Eklutna. Jamás pudo ser identificado el cadáver dado su avanzado estado de descomposición y a que los animales salvajes habían eliminado gran parte del mismo.

Posteriormente ese mismo año apareció muy cerca de Eklutna otro cuerpo semienterrado en un pozo de arena. Igualmente estaba en avanzado estado de descomposición, pero se pudo identificar como Joanne Messina bailarina topless del lugar. Desafortunadamente Haugsven no pudo contar con pistas ni evidencia suficiente para prosperar en la captura del culpable.

Pasaron los meses hasta que la noche del 13 de Junio de 1983 un camionero que circulaba por el pueblo vio en el camino a una muchacha que frenéticamente le hacía señas para que parara. La mujer traía unas esposas colgando de una mano y la ropa hecha trizas. El hombre la llevo a un hotel que ella le indicó e inmediatamente después pasó a la estación de policía a reportar lo sucedido. Mientras tanto en la recepción del hotel se le permitió hacer una llamada telefónica a la muchacha.

Cuando el oficial Gregg Baker llegó al Big Timber Motel, la chica aún traía las esposas, tras liberarla ella comenzó a relatar una historia casi imposible de creer. Había sido abordada en la calle por un sujeto pelirrojo quien le ofreció 200 dólares para tener s*x* oral. Una vez que comenzaron a hacerlo, el sujeto aprisionó su muñeca con las esposas a la vez que sacó una pistola. Le dijo que si cooperaba no le haría ningún daño y luego la llevó a su casa en el barrio de Muldoon. Ahí el sujeto la había violado y en un momento dado le introdujo el mango de un martillo por la vagina. Al término de todas esas crueldades le dijo que volarían a su cabaña en los bosques. Y así lo hicieron, llegaron hasta un aeroplano y mientras el sujeto metía algunas provisiones dentro del vehículo, aprovechó para salir corriendo. La prost*t*ta sabía que su vida corría grave peligro al lado de ese hombre. Al principio la persiguió pero desistió al ver que ella hacía señas a un camionero en el camino.

Entonces la policía la llevó al aeropuerto del lugar, donde supuestamente se hallaba la avioneta de su atacante. Y ahí estaba el Piper Super Club azul y blanco. Después de revisar con la torre de control, se supo que pertenecía a Robert Hansen, quien vivía en la calle Old Harbor.

Dejaron a la chica en el hospital y con un pequeño grupo de oficiales, Baker visitó la residencia de los Hansen. Confrontado con los cargos que la prost*t*ta señalaba, Robert Hansen se mostró muy molesto. Dijo a la policía que no conocía a la muchacha, que todo el día lo había pasado con unos amigos. Su esposa y dos hijos estaban de viaje por Europa. Además les dijo a los policías que “No se podía violar a una prost*t*ta ¿o si?…” La coartada de Hansen fue verificada y no se levantaron cargos en su contra.

Las cosas se tranquilizaron hasta que apareció el cadáver de otra muchacha enterrado a ras de tierra. El 2 de septiembre de 1983 fue hallada en las riveras del río Knik quien fuera identificada como Paula Golding muchacha de 17 años dedicada a la prostit*ción y al baile exótico. Había sido vista por última vez hacía 5 meses. La autopsia reveló que fue muerta por disparos de arma calibre .223 Entonces el departamento de policía solicitó la intervención de la unidad de soporte del FBI. Sabían que tenían entre manos a un asesino serial y decidieron acudir a los expertos.

Fue así que el legendario profiler del FBI, el agente especial John E. Douglas se trasladó a Alaska para analizar la evidencia que le ofrecía la policía y para discutir acerca del sospechoso número uno, es decir para hablar de Robert Hansen.

Douglas estableció que el asesino elegía prost*tutas y bailarinas topless porque son muy proclives a moverse de ciudad en ciudad y la súbita desaparición de alguna no levantaría mayor preocupación. Al presentársele la información respecto a Hansen, les hizo notar a los oficiales la baja estatura del sospechoso así como el hecho de que tuviera muchas cicatrices producto del acné y el evidente tartamudeo lo hacían pensar que de joven había sido objeto de burlas de sus semejantes y que con toda probabilidad había sido rechazado varias veces por las mujeres a quienes deseaba acercarse. De ese modo era seguro que tenía una autoestima muy baja y vivir en un lugar apartado era para aplacar un poco de su malestar personal. Luego, atacar prost*tutas era la manera de cobrar venganza por las humillaciones vividas durante la adolescencia. Algunos oficiales conocían a Hansen y sus grandes habilidades como cazador a lo que Douglas comentó que tal vez ya se había cansado de los borregos salvajes, los venados y osos y había cambiado su interés en otro tipo de presas más interesantes.

Otro aspecto fundamental era que Hansen podría ser del tipo de asesino que recolecta souvenirs de sus víctimas, por eso era necesario buscar minuciosamente en sus propiedades objetos pertenecientes a las víctimas. La manera de facilitar la investigación era quebrar su coartada para lo cual la policía debía apoyarse en sus amigos a quienes había de forzar a hablar so pena de ser acusados de cargos por obstaculizar la justicia. Con eso podrían descartarlo o incriminarlo pero se necesitaba actuar con firmeza.

Y en efecto, los amigos que supuestamente habían pasado el día junto a Hansen cuando la joven prost*t*ta fue secuestrada terminaron por admitir que no vieron al sospechoso ese día. Además contaron a la policía el fraude de Hansen contra la aseguradora y otros detalles gracias a los cuales la policía pidió 8 órdenes de registro al juez. El 27 de Octubre de 1983 como usualmente hace la policía, un grupo fue al trabajo de Hansen y le pidió que los acompañara a la estación para hacerle unas preguntas. Mientras tanto otros dos grupos iban a su casa y a la avioneta para cumplir las órdenes de registro.

El grupo que investigaba la casa halló numerosas armas en la casa de los Hansen, pero ninguna que pudiera relacionarse con los crímenes. Estaban a punto de terminar y marcharse cuando un oficial descubrió un escondite en el ático de la casa. Ahí encontraron diversos rifles de alto poder, así como pistolas, un mapa de navegación marcado en varios sitios, identificaciones de las víctimas, recortes de periódico y algunas piezas de joyería. Al fondo estaba el rifle Mini-14 calibre .223 con que teóricamente Hansen había cazado a sus víctimas una vez que las soltaba en el bosque.

En la estación de policía Hansen negó cualquier relación con los homicidios, pero abrumado por los alegatos de la policía se dio por vencido y pidió un abogado. Entonces fue arrestado bajo los cargos de fraude, asalto agravado, secuestro, portación ilegal de armas y robo.

El 3 de noviembre de 1983 el jurado de Anchorage acusó formalmente a Hansen de conducta y portación indebida de armas, robo en segundo grado, fraude a una aseguradora y secuestro, guardándose el cargo de homicidio hasta no recibir las pruebas de balística. Hansen se declaró no culpable de los cargos y la fianza fue fijada en medio millón de dólares. Como se puede ver, el estado no iba a permitirle quedar en libertad ante la montaña de evidencia que se había acumulado.

El resultado de las pruebas llegó procedente de los laboratorios del FBI en Washington el 20 de Noviembre de 1983. Quedaba demostrado que los casquillos hallados habían sido disparados con el rifle Mini-14 incautado en la casa de Hansen.

Finalmente Robert Hansen se dio cuenta que ante la enorme cantidad de evidencia en su contra, difícilmente ganaría su caso frente a la corte. El 22 de Febrero de 1984 se arregló un encuentro entre el abogado defensor Fred Dewey y el fiscal general de Anchorage, Victor Krumm para establecer un acuerdo. Este consistió en que Hansen daría una confesión detallada y completa de sus crímenes a cambio de ser condenado únicamente con los 4 homicidios que se conocían hasta el momento. Además purgaría su sentencia de cadena perpetua en un recinto federal, en vez de una prisión de máxima seguridad. Hansen se vio obligado a aceptar este trato, pues era lo mejor que podía obtener.

Entonces explicó su modus operandi que consistía en contratar por una suma de dinero a las prost*tutas. Una vez estando ellas les decía “Muy bien, eres una profesional, lo que hacemos no te excita en nada, sabes bien que existen riesgos en lo que haces. Que esto te sirva de experiencia, para que la próxima vez elijas bien a quien te ofreces. Si haces todo cuanto te ordeno, no saldrás lastimada…”

Hansen hacía lo anterior para ver como la víctima se congelaba del miedo. Disfrutaba verlas sentirse indefensas y sometidas a su voluntad. Una vez que tenía a una mujer bajo su poder, normalmente la llevaba en la avioneta a su remota cabaña de los bosques. Ahí después de violarlas sin misericordia llegaba al extremo de desnudarlas y aún de taparles los ojos antes de soltarlas. Esperaba un poco a que la chica corriera y después con su navaja y con el rifle las cazaba igual que lo hacía contra un venado u oso.

Al término de su declaración, la policía le mostró un mapa de la región a Hansen y le pidió que señalara los sitios donde había cometido sus fechorías. Este señalo numerosos lugares. Al día siguiente se hizo una expedición en un helicóptero militar y Hansen los condujo a 12 sitios diferentes, ahí fueron marcados árboles para regresar posteriormente a revisar. Durante 1984 fueron recuperados únicamente 7 cuerpos.

El 18 de Febrero de 1984 Robert Hansen se declaró culpable de los cuatro homicidios acordados y recibió sentencia de 461 años de cárcel sin derecho a libertad condicional. Inicialmente fue enviado a una penitenciaria en Pennsylvania, pero en 1988 regresó a Alaska a ser uno de los presos fundadores del centro correccional Spring Creek. Poco después de encarcelado su esposa pidió el divorcio. Es mas, hasta su nombre fue borrado del ranking de caza de Pope & Young.



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Acabas de fastidiarme el encanto que siento por Alaska desde que ví la serie del Doctor ambientada allí. Por cierto, Anchorage no es una localidad cualquiera de Alaska, es la capital del Estado.
 
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Harvey Carignan

Harv el Martillo
  • Clasificación: Asesino en serie
  • Características: Violador
  • Número de víctimas: 5 +
  • Fecha del crímen: 1949 / 1972 - 1974
  • Fecha de la detención: 24 de septiembre de 1974
  • Fecha de nacimiento: 18 de mayo de 1927
  • Perfil de las víctimas: Laura Showalter, de 58 años / Leslie Laura Brock (19) / Kathy Sue Miller (15) / Eileen Hunley / Kathy Schultz
  • Método: Golpes con un martillo
  • Localidad: Varios lugares, Estados Unidos (Alaska), Estados Unidos (Minnesota), Estados Unidos (Washington)
  • Estado: Fue condenado a un máximo de cuarenta años de prisión en Minnesota en 1975.
Índice

Harvey Carignan
Última actualización: 1 de abril de 2015

DESAPARECIDA – Sospecha en Seattle
Una muchacha de la localidad muere asesinada y Mary Miller prohibe a su hija que mantenga una entrevista de trabajo con un desconocido. Sin embargo, la tozuda Kathy se escurre para encontrarse con el misterioso anunciante…

El pequeño anuncio que aparecía en el Seattle Times el 1 de mayo de 1973 sería el primer eslabón de una cadena de horribles acontecimientos. Dicho anuncio ofrecía empleo en una gasolinera local. Kathy Miller, de quince años de edad, se fijó en él no porque estuviera buscando trabajo para ella, sino porque creyó que sería un empleo adecuado para su novio, Mark Walker.

Sin embargo, cuando a la mañana siguiente marcó el número indicado, Kathy se quedó sorprendida al oír decir a su interlocutor que estaba buscando chicas. Ella le dio su dirección y su número de teléfono y quedó de acuerdo para reunirse con él después de la escuela. Él la recogería con el coche a la puerta del Edificio Sears, de Seattle, y la llevaría a la gasolinera para rellenar el formulario.

La madre de Kathy estaba preocupada. No le gustaba que su hija hubiera dado el número de teléfono a un desconocido ni el modo en que habían concertado la entrevista. Le disgustaba especialmente el hecho de que la jovencita subiera al coche de alguien a quien no había visto nunca. Le rondaba el recuerdo de un artículo reciente sobre Laura Brock, una quinceañera que habían violado y asesinado cuando hacía autoestop. «Ya te lo digo, Kathy -le advirtió Mary a su hija-: no pienses en reunirte con él.» La adolescente, impaciente, así se lo prometió y salió hacia sus clases con un montón de libros debajo del brazo.

A las seis de la tarde la preocupación de Mary Miller se hizo más apremiante. Kathy se retrasaba demasiado. Sus temores aumentaron cuando observó que el anuncio el Times estaba recortado. Pidió un ejemplar a un vecino y llamó al número de teléfono que figuraba en él. Contestó una voz de hombre: «Kathy Miller… Sí; quedó en venir a la estación de servicio a las 2,45 de la tarde, pero no ha aparecido.» Mary se sintió seriamente inquieta.

A las ocho de la noche marcó el 911, número de emergencias, y una patrulla formada por dos hombres llegó a su casa. Les dio los detalles del anuncio y ellos le prometieron ocuparse de ello por la mañana.

A las diez llamó a Mark Walker. El joven sabía que Kathy había salido aquella tarde. «Iba a solicitar un trabajo -dijo-. Al parecer, un hombre la tenía que ir a buscar frente a Sears a las 2,30.» No; no sabía de quién se trataba. Todo lo que podía decir es que era el propietario de una gasolinera y que iba a recoger a su novia en un coche de color morado.

Enloquecida, Mary volvió a llamar al 911. Pero el resultado fue el mismo, ya que poco podían hacer hasta que no entraran a trabajar por la mañana los detectives de la Juvenil y se abrieran las oficinas de la Compañía Telefónica. Así pues, hasta las once de la mañana del día siguiente, 3 de mayo, no logró la primera pista del paradero de su hija. La policía le informó de que el número correspondía a una gasolinera propiedad de Harvey Carignan, situada en el número 7216 de la Aurora Avenue North.

Harvey no se había presentado aquella mañana. Pero cuando la policía lo localizó en su casa, se mostró encantado de colaborar. «Esta chica -esta Kathy Miller- tenía que haber ido ayer por la tarde, pero no apareció”. Aquella noche hacía 24 horas que Kathy faltaba de su hogar y, por lo tanto, era oficialmente una persona desaparecida. Pero la policía no podía hacer nada más. No había pruebas contundentes que relacionaran a Carignan con la desaparición de Kathy y que les permitieran registrar su casa o su lugar de trabajo. Sólo podían investigar el estado de sus cuentas, que era limpio, o sus antecedentes, que eran muy sucios.

Carignan contaba con una ristra de condenas en su haber. En 1949, a los veintidós años, había asesinado a una mujer tras intentar violarla y estuvo a punto de no escapar a la ejecución. Los diez años siguientes los pasó entre rejas, pero la experiencia no sirvió para reformarle. Poco tiempo después de la puesta en libertad, Carignan tuvo de nuevo problemas con la policía al enfrentarse con una acusación de robo con allanamiento y atraco. La última estancia en la cárcel había terminado en 1969, cuatro años antes.

Ante este torvo informe, la policía no perdió más tiempo y asignó la investigación a la Unidad de Homicidios. El 4 de mayo, los detectives Billy Baughman y Duane Homan se encargaron del caso. Conocían la calle y tenían experiencia; y cuando leyeron los antecedentes criminales de Carignan se temieron lo peor. Su inquietud aumentó aún más cuando hablaron con el oficial encargado de su libertad vigilada: “Cuando las cosas van bien -dijo- Harvey es una buena persona; pero cuando le salen mal, se vuelve una fiera. Si tienen que detenerle, será peligroso. No irá por las buenas.»

Mientras tanto, se sucedían los datos inquietantes. El martes 8 de mayo los libros de Kathy aparecieron en un solar de Everett, 40 kilómetros al norte de Seattle. Además, hubo testigos que declararon haber visto a una muchacha que coincidía con la descripción de la desaparecida en la entrada del garaje de Carignan a las cuatro de la tarde del día de su desaparición. El propietario de una gasolinera de Texaco afirmó haber visto a Harvey al día siguiente en un estado lamentable. «Parecía no haber dormido en toda la noche. Tenía unos enormes círculos negros alrededor de los ojos y el rostro desencajado.»

Candy Erling, una joven empleada del mismo garaje, describió a los policías la técnica de Carignan para contratar nuevos trabajadores. Cuando ella fue a solicitar empleo a la gasolinera, Harvey alabó su traje sin espalda, le preguntó si era virgen y si tenía novio formal. Luego le prometió darle un coche si estaba dispuesta a acostarse con él.

Pero la policía sospechaba que tras ese aspecto de torpe mariposón se ocultaba algo considerablemente siniestro. Baughman y Homan tenían el recuerdo de Laura Brock, asesinada el 15 de octubre de 1972, quien fue vista por última vez en compañía de un hombre de mediana edad dentro de una furgoneta con la cubierta metalizada (descripción de uno de los muchos vehículos de la flota personal de Harvey).

Entonces se descubrió que a Carignan le habían puesto una de sus numerosas multas de tráfico en Mount Vernon, Washington, el mismo día y en la misma carretera donde ocurrió el crimen. Y comenzaron a pensar que podría estar complicado en más de un delito.

Por fin, el sábado 3 de junio por la mañana, dos muchachos de dieciséis años que circulaban con sus ciclomotores por la Reserva Tulalip, al norte de Everett, descubrieron el cadáver de Kathy Miller. El cuerpo apareció desnudo y envuelto en una bolsa de plástico. Estaba tan descompuesto que al principio fue imposible hasta determinar el s*x*. En el momento de la autopsia se comprobó que la dentadura coincidía con los informes dentales de Kathy. Era patente que los daños en el cráneo los habían producido con un objeto contundente.

A pesar del hallazgo, no parecía que fuera inminente un arresto por parte de la policía. El amplio espacio de la reserva no suministró pistas y el registro del coche morado de Carignan resultó infructuoso. En una de las ventanillas aparecía la huella de una mano, pero el cuerpo de Kathy estaba tan descompuesto que no había posibilidad de obtener la huella de la suya.

Pasaba el tiempo. La publicidad que rodeaba el caso perjudicó al negocio de Harvey, quien comunicó a los detectives su traslado a Denver, en Colorado, en busca de trabajo. Al parecer, iba a escapar de sus garras.

Una pesadilla premonitoria
Cuando Kathy Miller tenía cuatro meses, su madre tuvo una pesadilla que la obsesionaría durante los años siguientes. Mary Miller la contaba así: «Soñé que tenía una hija con el cabello largo y oscuro. En mi sueño tenía catorce años y alguien la golpeaba. Tenía la cara cubierta de sangre. No sabía si estaba muerta, pero sí horriblemente herida. Había muchísima sangre y yo trataba de socorrerla como podía … »

Durante toda la infancia de Kathy, Mary la vigilaba estrechamente, preocupándose por su seguridad con un afán mayor de lo normal. Pero cuando su hija conservó el cabello rubio de su infancia, Mary comenzó a tranquilizarse; y al superar los catorce años la señora Miller creyó que el peligro había desaparecido. Y, sin embargo, antes de un año su pesadilla se había hecho realidad.

PRIMEROS PASOS – Movido por el odio
Hijo ilegítimo y no deseado por su madre, Harvey creció como un niño solitario y trastornado. Cuando se le contrariaba, su resentimiento se transformaba en furia.

Harvey Carignan nació en Fargo, Minnesota, el 18 de mayo de 1927. Era hijo ilegítimo y, al no tener padre, vivió dominado por su madre, Mary. Esta se casó cuando Harvey tenía cuatro años, pero el nuevo hogar de Backoo, en Dakota, no dejó en él dulces recuerdos de la infancia o de la vida familiar.

Harvey mostró muy pronto signos de desequilibrio. Tenía el problema periódico de mojar la cama y durante su infancia pasó mucho tiempo con distintas mujeres de la familia. Estas, a su vez, tardaban muy poco tiempo en devolvérselo a su madre. Este prematuro rechazo por parte de sus allegados alimentó en gran manera su resentimiento contra las mujeres.

Enseguida Mary Carignan se vio impotente para manejar a su hijo. Este había comenzado a realizar pequeños hurtos y sufría una versión infantil del baile de San Vito. Así que a los once años lo enviaron a un reformatorio para delincuentes juveniles en Mandan, Dakota del Norte.

El centro era una pesadilla y los chicos mayores pegaban a Harvey continuamente, hasta que por fin lo pusieron en distinta habitación. Cuando en 1946 salió de allí para alistarse en el ejército, Carignan había alcanzado un peligroso nivel de furia reprimida.

Su temperamento violento no tardó mucho en estallar. En 1949, cuando estaba destinado con la tropa en Anchorage, Alaska, mató a golpes a una mujer de cincuenta y ocho años, Laura Showalter, después de intentar violarla. Seis semanas más tarde atacó a otra mujer, Dorcas Callen, que logró escapar y pudo identificar al asaltante. Harvey Carignan confesó ambos crímenes y fue condenado a la horca. Sin embargo, el Tribunal de Apelación detectó un defecto de forma en la acusación de asesinato y Harvey Carignan fue condenado a quince años de cárcel por el asalto a Dorcas Callen.

Quedó en libertad, pero pronto volvió a robar y permaneció entre rejas diez años más antes de que transcurrieran tres sin que se metiera en problemas. Se casó en dos ocasiones y logró un respetable nivel de vida con la gasolinera.

Pero la cárcel no le había reformado. Su violencia destrozó sus dos matrimonios y el que volviera a matar sólo era cuestión de tiempo.

MENTE ASESINA – Matar al azar
Cuando una persona crece odiando a la sociedad, ese sentimiento es indiscriminado y puede matar a cualquiera.

Nada puede describir mejor la perversa mentalidad de un asesino en serie que los brutales crímenes de Knowles y Carignan. Para ambos el crimen era un acto impersonal en el que no existía animosidad hacia la víctima. Formaba parte, en cambio, de su guerra en contra de una sociedad que los había rechazado.

El propósito de Knowles al matar era el de hacerse un nombre y destacar de la masa. Por este motivo vivía peligrosamente. Grabó cintas detallando sus crímenes a sabiendas de que podían emplearse como pruebas en su contra.

Harvey Carignan sufría el mismo desesperado afán de atención. «Puesto que no tenía amigos -dijo en una ocasión-, lograría una reputación que los demás no podrían ignorar, aunque no la admirasen. Si no querían o no podían amarme, era seguro que me odiarían. Tenía que ocupar el primer lugar en sus pensamientos.»

Como en el caso de Knowles, el resentimiento de Carignan era fruto del rechazo. En su caso el factor crucial fue la actitud de abandono de su madre, que provocó en él un intenso rencor hacia las mujeres.

Por otra parte, tenía también un impulso sexual feroz: siempre necesitaba mujeres. En una ocasión, alardeó delante de una de sus empleadas de sus supuestos éxitos: «Me dijo que les llenaba el tanque de gasolina y luego las llevaba a la habitación de atrás y se acostaba con ellas.»

Prefería a las ágiles quinceañeras, pero mientras perseguía jovencitas, Carignan buscaba desesperadamente una figura maternal.

En sus intentos por lograr una relación estable demostraba la misma combinación de encanto y astucia que Paul John Knowles, consiguiendo ocultar el más turbio aspecto de su personalidad.

Carignan era consciente de sus tendencias asesinas. Después de ser encarcelado concedió una entrevista a la televisión; le preguntaron si creía que lo iban a condenar a cadena perpetua y respondió: «No sería lo mejor para mí… pero sí para otras personas.»

Las víctimas de Carignan
  • 31-7-49. Laura Showalter, apaleada hasta morir en Anchorage, Alaska.
  • 15-10-72. Laura Brock, violada y asesinada cerca de Mount Vernon, Estado de Washington.
  • 2-5-73. Kathy Sue Miller desaparece en Seattle. Su cuerpo fue hallado al cabo de un mes cerca de Everett, Estado de Washington.
  • 4-8-74. Eileen Hunley desaparece en Mineápolis. Su cuerpo se encontró un mes después en Sherbourne, condado de Minnesota.
  • 20-9-74. Kathy Schultz desaparece en Minneápolis. Su cuerpo fue descubierto al día siguiente en el condado de lsanti, Minnesota.
  • Carignan es sospechoso también de la muerte de once mujeres en los alrededores de San Francisco entre 1972-1973.
Múltiples personalidades
Según sus propias palabras, Carignan oía voces desde su juventud. Hasta la edad de doce años, cuando entró en el correccional, tenía un amigo imaginario que, al parecer, le incitaba a la desobediencia. «Era un tipo que siempre me creaba problemas. En una ocasión había pintores en casa; me desafió a manchar la pintura; yo acepté la apuesta, lo hice y me metí en líos.» Cuando se hizo mayor, afirmó que las voces procedían de Dios. Es probable que Carignan sufriera un trastorno de doble personalidad y que en el momento de las agresiones su cuerpo obedeciera las órdenes de su «parte» más violenta.

En 1990 se produjo un caso de agresión sexual en Wisconsin, pero con distintas características. En este caso era la víctima la que sufría el trastorno de múltiple personalidad. El hombre acusado de atacarla declaró que una de las más promiscuas personalidades de la mujer le había ofrecido mantener relaciones sexuales. La víctima, Sarah, de veintisiete años, aseguró tener cuarenta y ocho personalidades diferentes. Mark Peterson, el acusado, de veintiocho, dijo haber estado con la personalidad llamada Jennifer, «una chica de veinte años aficionada a bailar y a divertirse». Tres de las personalidades de la víctima testificaron en el juicio. Peterson fue declarado culpable de violación.

AGRESIONES SEXUALES – “Harv el Martillo”
En los años 1973-74 la policía de Minnesota se enfrentaba con una serie de depravados ataques a mujeres y niñas: dos de ellas fueron asesinadas y la tercera quedó como una sombra de lo que había sido.

Si Carignan tenía intención de dirigirse a Denver, nunca lo hizo. En vez de ello, se fue a Minnesota en la llamativa camioneta de cubierta metalizada y luego se trasladó a casa de uno de sus hermanos, en Minneápolis.

No tardó en reanudar sus violentas actividades. El 28 de junio Marlys Townsend estaba parada en una esquina cuando súbitamente cayó inconsciente a causa de un golpe en la nuca. Al recobrar el conocimiento se encontró en una camioneta en compañía de un hombre calvo y fornido que le pidió que le tocara los genitales. Ella luchó por alcanzar la puerta, pero el asaltante la agarró por el pelo. Por suerte, Marlys llevaba puesta una peluca y pudo escapar dejando a Carignan maldiciendo y aferrado al pelo postizo.

El ataque a Marlys supuso el comienzo de una larga búsqueda por parte de la policía de Minnesota. El siguiente ataque se produjo en la persona de Jerri Billings, una niña de trece años que se había fugado de su casa. El 9 de septiembre de 1973 la jovencita hacía autoestop en el noroeste de Minneápolis, cuando advirtió que Harvey Paul, como decía llamarse- no seguía el rumbo de la dirección que ella le había indicado, sino que se encaminaba a la zona desierta de Hennepin County.

Allí, Carignan la golpeó con un martillo en la cabeza, arrastrándola después hacia un maizal donde la forzó al acto sexual. Jerri estaba convencida de que el hombre iba a matarla. Pero, ante su asombro, la dejó vestirse y la condujo de vuelta a Crystal, una ciudad pequeña al noroeste de Minneápolis. «Vete -le dijo-, y no se lo cuentes nunca a nadie.»

Afortunadamente para Carignan, Jerri tomó en cuenta la amenaza y no denunció el ataque hasta el 29 de octubre. Entonces estaba en un reformatorio y, al ver en la capilla a un hombre que se parecía a su asaltante, decidió hablar. El pobre hombre, Karl Olafson, mostraba una curiosa semejanza con Carignan y la policía tardó un año entero en disipar las sospechas que recayeron sobre él.

Mientras tanto, los asaltos del asesino remitieron. En febrero de 1974 regresó a Seattle para intentar reconciliarse con su segunda esposa, Alice. Al no lograrlo, entabló una relación con Eileen Hunley, otra joven que recogió cuando hacía autoestop. Esta era miembro del «The Way», una secta fundamentalista a la que Harvey se unió inmediatamente. Al principio, Eileen sintió lástima por él. Lo creía un chico decente, piadoso y trabajador que luchaba por superar la dureza con que la vida lo había tratado. Pero en el verano ya estaba completamente desilusionada. Su compañero bebía en exceso y su violento temperamento le llevaba a encolerizarse con creciente frecuencia.

Eileen fue vista con vida el sábado 4 de agosto de 1974 en su vivienda de Minneápolis. Al día siguiente no fue a la iglesia y el lunes no apareció en la guardería donde trabajaba. Carignan se presentó al final de la semana diciendo que estaba enferma y que le había enviado a recoger el cheque de su paga. Pero los jefes de la chica sospecharon algo, se negaron a entregárselo y comunicaron a la policía su preocupación por la seguridad de la joven.

La desaparición de Eileen fue el primero de la serie de actos de violencia que se produjeron en Minnesota. El sábado 8 de septiembre, June Lynch y Lisa King, dos estudiantes de dieciséis años, fueron atacadas a martillados después de subirse en un Chevrolet verde conducido por un desconocido.

Seis días después, Carignan salía en el mismo coche del aparcamiento Sears, en Minneápolis, cuando una estudiante de enfermería, bajita y morena, estaba hurgando el motor de su coche intentando ponerlo en marcha. Él se ofreció a ayudarla, pero le dijo que tendría que ir a su casa a buscar las herramientas. Gwen estaba aún dudando qué hacer cuando de repente se encontró metida de un empujón dentro del vehículo.

La angustiosa experiencia de las horas siguientes fue como una repetición de la prueba sufrida por Jerri Billings. Carignan condujo hasta una apartada carretera de grava, donde la forzó y la sometió a vejaciones con el mango del martillo. En esta ocasión Harvey se comportó aún con más violencia: le dio un puñetazo en el estómago e intentó estrangularla antes de golpearle en la cabeza con el martillo en un intento por liquidarla.

Pero el asesino se equivocó. Gwen Burton recobró el conocimiento bañada en su propia sangre en una zanja de casi dos metros de profundidad. Salió de ella a rastras y atravesó reptando tres sembrados hasta llegar a la autopista, en un recorrido que duró tres horas y media. Y esperó aún más tiempo hasta que un tractor se detuvo para recogerla.

Sin embargo, la policía de Minneápolis había descubierto un rasgo común en aquella serie de delitos. Cuando el detective Archie Sonenstahl interrogó a Gwen, le sorprendió la semejanza con las vejaciones sufridas por Jerri Billings. También parecía comparable con el trato recibido por Marlys Townsend. Y el 18 de septiembre apareció una nueva posible víctima: en un bosque de Sherbourne County fue encontrado el cuerpo de una joven con el cráneo machacado -seguramente con un martillo-. Sonenstahl supo más tarde que era el cadáver de Eileen Hunley.

Por otra parte, las agresiones no cesaban. El 19 de septiembre dos quinceañeras, Sally Versoi y Diana Flynn, escaparon milagrosamente tras subir al Chevrolet verde. Dos días después unos cazadores de faisanes hallaron el cuerpo de Kathy Schultz, de dieciocho años, en Isanti County, una zona situada a unos sesenta kilómetros al norte de Minneápolis. Carignan había elegido astutamente a sus víctimas en un condado distinto con objeto de entorpecer las investigaciones. Sin embargo, su última atrocidad indujo a la policía a coordinar sus esfuerzos. Archie Sonenstahl se encargó de estudiar todas las pistas conseguidas.

El atracador, de acuerdo con las descripciones, era alto, medio calvo, con pelo castaño y canoso y un hoyuelo en la barbilla; usaba ropa de trabajo con los pantalones embutidos dentro de las botas. Fumaba, empleaba un lenguaje obsceno y era increíblemente fuerte. Además, conducía o bien una furgoneta con el techo metalizado o bien un Chevrolet verde con la tapicería negra. Este último dato proporcionó a Sonenstahl su primera pista sólida. La policía de Isanti había tomado un molde de las huellas de los nuevos neumáticos Atlas marcadas en el suelo junto al cuerpo de Kathy Schultz y, si coincidían con las de la furgoneta de techo metalizado o el Chevrolet verde, tendrían por fin alguna prueba concreta.

Casi inmediatamente encontraron a su hombre. El 24 de septiembre dos policías de patrulla de Minneápolis atraparon a Carignan cuando subía al Chevrolet verde. Consciente de que en el interior del vehículo descubrirían numerosas huellas, admitió tranquilamente haber subido en su coche a las chicas en cuestión. Pero esta jugada le perjudicó. Una tras otra, Lisa King, Sally Versoi, Diana Flynn y June Lynch lo identificaron como su agresor. Prepararon una serie de fotografías del asaltante y se las presentaron a Gwen Burton, que aún permanecía en el hospital. También ella lo reconoció al momento.

La policía amplió la investigación llegando hasta el actual propietario de la antigua furgoneta de Harvey, ahora pintada de nuevo. Aún había en ella restos de cabellos humanos y un mapa marcado con unos enigmáticos círculos rojos. Aunque no identificaron el pelo, uno de los círculos correspondía al lugar del rapto de Laura Brock, mientras que otro indicaba el punto de la reserva de Tulalip donde apareció el cuerpo de Kathy Miller. Parecía como si el asesino hubiera tratado de conservar una relación secreta de sus siniestras hazañas.

El juicio de Carignan por agresiones a Gwen Burton se inició en la sala del condado de Carver, en Chaska, el 19 de febrero de 1975. Desde la apertura los abogados prescindieron de negar los hechos, pero basaron su defensa en la afirmación de que Harvey estaba «sexualmente traumatizado» desde la infancia y que no era responsable de sus actos.

Carignan interpretó bien su papel en esta elaborada patraña. En el estrado contestaba a las preguntas con tono claro y cortés y declaró que Dios hablaba con él desde que cumplió los cuatro años. Hasta describió la apariencia de Dios: «Lleva una capucha y no le puedes ver la cara; en los pies calza una especie de sandalias con correas.» Harvey detalló también que Dios le había ordenado matar a tres mujeres y asesinar y humillar -eufemismo con el que se refería a las agresiones sexuales- a otras cuatro.

El juicio, pues, se desarrolló alrededor de un prolongado debate psiquiátrico. El doctor Hector Zeller, testigo de la defensa, alegó que Carignan odiaba a su madre por haberle rechazado. Sin embargo, «no quería matarla porque Dios no lo aprobaría. Así pues, transfirió su odio a otras mujeres. Cree ser un embajador de Dios encargado de la misión de matar a determinadas mujeres jóvenes».

El psiquiatra de la acusación, el doctor Dennis Philander, afirmaba por el contrario que Carignan podía muy bien ser un esquizofrénico paranoide; pero apuntaba que su comportamiento parecía demasiado estudiado como para haber obrado incontroladamente al cometer los crímenes. Su opción por obedecer «la ley de Dios» en lugar de la de los hombres era deliberada.

Los miembros del jurado podían haber basado su opinión en factores menos cerebrales. En su recuerdo estaba grabada la imagen de Gwen Burton caminando con dificultad hacia el estrado de los testigos. Con voz débil, describió los sucesos del 14 de septiembre y las consecuencias que habían tenido en ella. Dijo que había sido una deportista entusiasta, que nadaba, esquiaba y jugaba al balonmano. «Pero ahora ya no puedo hacer nada de eso.» Declaró que aún tenía débil el lado derecho, que empezaba a recuperar el equilibrio y que, cuando estaba cansada, se expresaba con dificultad.

El día 3 de marzo el jurado tardó tres horas en dictar el veredicto de culpabilidad. El alegato de enfermedad mental fue desestimado y en el siguiente juicio de Harvey no se volvió a mencionar a Dios. «No creo que debamos intentarlo otra vez; no ha dado resultado», le dijo a su abogado Joseph Friedberg. El segundo juicio fue por agresiones a Jerri Bilfings. Aquí el acusado se mostró natural y negó con toda sencillez haber estado con ella. El resultado fue el mismo, y el 5 de mayo Harvey recibió dos sentencias a treinta años de cárcel por sus agresiones contra Burton y Billings.

Al año siguiente, y tras el juicio por los asesinatos de Kathy Schultz y Eileen Hunley, Carignan acrecentó aún más su cuenta. Gracias a un trato, la sentencia de homicidio en segundo grado se redujo a cuarenta años. En el caso de Hunley, se negó a declararse culpable y fue condenado a cadena perpetua como autor de homicidio en primer grado.

Aunque parecían desoladoras, todas estas sentencias se aplicarían al mismo tiempo y él podría acogerse a la libertad condicional al cabo de diecisiete años. Cuando Harvey Carignan entró en los desapacibles límites de la prisión Stillwater, de Minnesota, comenzó a contar los días. Serán seis mil cuando, el 8 de mayo de 1993, consiga la libertad condicional.

Cartas de amor
Cuando se trasladó a Minneápolis, Hazvey Carignan desplegó todo su encanto y bombardeó a su lejana esposa, Alice, con cartas en las que le juraba amor eterno. Mientras la culpaba de su separación, continuaba asegurándole que estaba deseando perdonar y olvidar.

Ambos eran -le hacía saber Carignan- «unos pobres amantes atormenta dos, como Abelardo y Eloísa, Antonio y Cleopatra, Romero y julieta». Se extendía describiéndose como un hombre amante de la paz. En una carta le comentaba que sus sobrinos se habían reído viendo cómo un pájaro mataba a una serpiente en un programa de televisión. Se sintió horrorizado, decía, de ver que alguien «podía divertirse tanto con el espectáculo de la muerte».

Se describía además como una continua víctima de la vida. Le enumeraba su sueldo, el gasto del mobiliario y el modo en que administraba los 7,60 dólares que ganaba a la hora. Parecía que todo el mundo le perseguía. Le contaba que le había atacado una banda de cuatro jóvenes, que le pegaron tan violentamente con un martillo de orejas que temía perder la vista del ojo derecho.

Si en realidad dicho ataque tuvo lugar, Carignan nunca lo denunció a la policía de Minneápolis. En todo caso, es poco probable que tuviera ninguna repercusión, ya que la policía estaba demasiado ocupada investigando los crímenes que él mismo había cometido.

Deseos de vivir
En el juicio de Carignan, Gwen Burton describió el intento de salvarse tras el espantoso ataque que la dejó casi muerta. «Al principio, me tumbé para dormir. Entonces me acordé de que mi hermana me había telefoneado aquella mañana para decirme que estaba embarazada. Como quería conocer al niño, decidí que lo mejor que podía hacer era pedir ayuda.» Cada dos o tres pasos tenía que detenerse para descansar, de modo que tardó tres horas en llegar a la carretera; durante ese tiempo «sólo pensaba en tener la oportunidad de conocer al niño de mi hermana».

Crímenes en California
A Harvey Carignan se le suponía implicado en una serie de crímenes cometidos en California entre febrero de 1972 y julio de 1973. A raíz de ellos se produjeron once víctimas: cuatro asesinadas en San Francisco y las otras en condados próximos. Carignan fue multado por exceso de velocidad en el condado de Solno, que se encuentra en esa zona, un 20 de junio de 1973, cuando daba un largo rodeo desde Seattle a Minneápolis. Todos los cuerpos aparecieron desnudos; siete mostraban huellas de violación; y otro había recibido un golpe en la nuca. Solamente una de las víctimas -que había sido envenenada- se apartaba del patrón de los crímenes cometidos por Carignan. No se consiguieron pruebas definitivas y los asesinatos quedaron impunes.

Conclusiones
La apelación de Carignan fue desestimada el 11 de agosto de 1978. El 16 de febrero de 1983 lo trasladaron a la prisión de alta seguridad de Oak Park Heights, en Minnesota, donde se le conoce como «Harv el Martillo».

En 1983 Larry Wood, de la Cable News Network, entrevistó a Carignan en la televisión. Él describió frente a las cámaras su tierna infancia que, según afirmó, le habla formado el carácter. Habló también del asesinato de Eileen Hunley; declaró que la mató después de salvarla de una violación. Siguió negando tenazmente su participación en las muertes de Jerry Billings y Kathy Miller.

En 1983 Ann Rule, una célebre escritora de novelas de crímenes, hizo la crónica de los asesinatos de Carignan en una obra excelente titulada El asesino pide ayuda.

Los detectives Homan, Baughman y Sonensthal sufrieron todos ellos las consecuencias de la tensión del caso Harvey Carígnan. Homan padeció una enfermedad de la columna; Bauqhman, una úlcera, y Sonensthal tuvo un ataque al corazón. Baughman y Homan dejaron la policía en 1980.



MÁS INFORMACIÓN EN INGLÉS

https://criminalia.es/asesino/harvey-carignan/
 
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Juan Manuel Alvarez
  • Clasificación: Asesino en masa
  • Características: su***dio frustrado - Aparcó su camioneta en las vías del tren y provocó un descarrilamiento
  • Número de víctimas: 11
  • Fecha del crímen: 26 de enero de 2005
  • Fecha de la detención: Mismo día
  • Fecha de nacimiento: 26 de febrero de 1979
  • Perfil de las víctimas: Manuel Alcala, de 51 años / Julia Bennett, de 44 / Alfonso Caballero, de 62 / Elizabeth Hill, de 62 / Henry Kilinski, de 39 / Scott McKeown, de 42 / Thomas Ormiston, de 58 / William Parent, de 53 / Leonard Romero, de 53 / Deputy James Tutino, de 47 / Don Wiley, de 58
  • Método: Descarrilamiento de tren
  • Localidad: Glendale, Estados Unidos (California)
  • Estado: Condenado a 11 cadenas perpetuas el 20 de agosto de 2008.
Índice

Juan Manuel Álvarez – Un suicida frustrado provoca un choque de trenes con diez muertos en Los Angeles
Libertaddigital.com

26 de enero de 2005

La investigación policial del descarrilamiento de trenes que dejó este miércoles en Glendale, al norte de Los Angeles, diez muertos y más de 200 heridos apunta a un hispano que se arrepintió a la hora de suicidarse y dejó su automóvil en las vías. El sospechoso ha sido identificado como Juan Manuel Alvarez, de 26 años, residente en el barrio de Compton, al sur de Los Angeles.

Las autoridades encargadas del caso confirmaron que hay una persona detenida como sospechosa de homicidio tras aparcar su vehículo en las vías del tren y causar el descarrilamiento en el que se vieron implicados tres trenes. Según las primeras informaciones, el sospechoso dirigió su vehículo, un Jeep Cherokee verde, a las vías del tren en el área de Glendale en un intento de suicidarse.

Al parecer no era su primer intento de su***dio, ya que esa misma noche se había asestado varias puñaladas y se había intentado cortar las venas, señaló el jefe de la policía de Glendale, Randy Adams. Una vez en el vehículo, el sospechoso cambió de opinión y abandonó el automóvil en las vías de ferrocarril, contra el que se estrelló el primer tren de pasajeros, que se dirigía al centro de Los Angeles. Esta primera colisión hizo descarrilar al tren de pasajeros, que chocó contra una locomotora que circulaba por la zona.

El choque del tren de cercanías contra la locomotora dejó a uno de los vagones de pasajeros bloqueando la vía contraria, donde fue golpeado por un tercer tren de cercanías que procedía del centro de Los Angeles hacia la localidad de Burbank, barrio contiguo a Glendale. Adams señaló que el sospechoso se había quedado a ver el accidente y que fue detenido por la policía sin ofrecer resistencia.

En total, hasta el momento se ha confirmado la muerte de diez personas, entre ellas un agente de policía, y han sido trasladados a diferentes centros hospitalarios en la zona otras 89 personas. El número total de víctimas resulta difícil de precisar dado que al tratarse de trenes de cercanía no existen listas de pasajeros.

Varias decenas de heridos han sido atendidos en la zona del accidente, una localidad residencial al norte de Los Angeles con una gran actividad ferroviaria a primera hora de la mañana, hora punta para acudir a los centros de trabajo. Mientras continúa la investigación de esta tragedia, el tráfico ferroviario ha quedado cortado, lo que ha paralizado el resto del transporte en la ciudad.

Arrestan a conductor que ocasionó descarrilamiento de tren
La Opinión

26 de enero de 2005

La Policía de Oxnard detuvo al conductor del auto impactado por el tren de Metrolink que se descarriló esta mañana en esa ciudad.

Las autoridades reportaron que un camión lleno de grava estaba presuntamente estacionado sobre la vía y habría provocado el accidente que provocó que 5 vagones se salieran de la vía, tres de ellos se volcaron.

El auto se prendió en llamas luego del impacto.

El conductor de ese vehículo huyó del lugar, pero fue aprehendido más tarde y está bajo custodia de la Policía. Se desconoce su identidad.

Las autoridades también reportan que no hubo fatalidades en el choque y que al menos cuatro personas están en condición crítica, de un total de 51 víctimas. Al menos 28 de ellas tuvieron que ser trasladadas a un hospital local.

Muchos otros pasajeros tienen brazos y piernas rotas, o sufrieron lesiones significativas en la cabeza.

Además, alrededor de 1,700 galones de diésel se desparramaron por el área como consecuencia del choque. Un equipo de químicos tóxicos ya controló ese problema y está en el lugar de los hechos ayudando con esa tarea.

Los trenes de Metrolink ya enfrentaron otros accidentes con resultados fatales.

El 26 de enero de 2005, Juan Manuel Álvarez estacionó su camioneta SUV, a la que roció con gasolina, en las línea de ferrocarril en Glendale esperando el paso de un tren de Metrolink que se dirigía a Los Ángeles.

Álvarez, quien luego dijo que quería suicidarse, se arrepintió y se salió del auto al último momento para ver como el tren impactaba el vehículo, provocando un descarrilamiento. El tren luego chocó con un tren de carga de Union Pacific estacionado en una vía alterna, así como otro tren de Metrolink que iba en dirección norte.

El accidente dejó a 11 personas muertas y casi 200 heridos.

Álvarez, un jornalero residente en Compton, fue convicto a 11 sentencias consecutivas de cadena perpetua y actualmente está recluido en la Prisión Estatal de Kern Valley.

El 12 de septiembre de 2008, 25 personas murieron y 135 resultaron heridas cuando un tren de Metrolink colisionó con un tren de cargo de Union Pacific en el área de Chatsworth.

Los investigadores determinaron que el ingeniero de Metrolink se pasó una señal que le habría advertido que se detuviera para dejar pasar al tren de carga.

Se cree que el ingeniero, quien falleció en el accidente, iba enviando mensajes de texto al momento del suceso.

Hispano causa trenazo fatal
J. Jaime Hernández – El Universal

27 de enero de 2005

Un choque de trenes en California, el peor que se haya registrado en el estado, dejó ayer un saldo de 10 personas muertas y 20 heridas. La causa: una camioneta atravesada a la mitad de las vías.

El reloj de la estación del Metrolink, en el centro de Los Ángeles, marcaba las 6 de la mañana cuando Juan Manuel Álvarez, un suicida reincidente de 26 años, estacionaba su camioneta Grand Cherokee sobre las vías del tren. En su mente la idea del su***dio había vuelto a atormentarle desde que, la víspera, su mujer lo había rechazado por enésima ocasión y lo [había] denunciado ante la policía por el incumplimiento de una orden de alejamiento.

El intento de su***dio de Juan Manuel, que ya había intentado cortarse las venas y contaba con un largo historial delictivo por violencia y posesión de drogas, se transformaría en la peor tragedia ferroviaria en la historia de California cuando se arrepintió en el último minuto y abandonó su vehículo en el cruce de las avenidas Chevy Chase y San Fernando.

«Toda esta tragedia ha sido provocada por un solo hombre perturbado con impulsos suicidas que ha dejado tras de sí la muerte de 10 personas y más de 200 heridos de diversa gravedad», aseguraba indignado el jefe de la policía de Glendale, Randy G. Adams, mientras los equipos de rescate de los bomberos y la policía se empleaban a fondo en el rescate de los cuerpos y en el traslado de los supervivientes a los hospitales de Glendale, Burbank y Los Ángeles.

Adams precisó que Álvarez será puesto bajo custodia y se le hará una acusación de homicidio por cada muerte que resulte del accidente que provocó.

Según la reconstrucción de los hechos, uno de los trenes que viajaba en dirección a la terminal de Burbank se estrelló contra el coche de Juan Manuel Álvarez y se descarriló. El convoy, fuera de control, se fue a estrellar contra otro tren que viajaba en dirección contraria y contra una locomotora que se encontraba realizando maniobras en ese mismo cruce.

En la escena de la tragedia, los convoyes del Metrolink parecían una serpiente lustrosa de metal seccionada en varias partes. Mujeres y hombres intentaban a duras penas abandonar el amasijo de hierros retorcidos en que se encontraban atrapados. Los equipos de rescate trabajaban a marchas forzadas por rescatar los cuerpos de decenas de supervivientes, mientras el olor a gasolina lo impregnaba todo.

«Fue un estruendo horrible. Mi mujer fue a estrellarse hasta el otro extremo del tren, mientras el carro se partía en dos y estallaba. El fuego y el humo me impidieron ver a dónde había ido a parar, pero al final la pudimos rescatar para llevarla al hospital», narró José Francisco Martínez, un enfermero que trabaja en un hospital en el condado de Burbank.

Impasible ante el escenario de caos y destrucción que había provocado, Juan Manuel Álvarez intentó escapar. Sin embargo, una larga lista de testigos que lo habían visto abandonar su coche lo acorralaron hasta que elementos de la policía llegaron para detenerlo e interrogarlo.

«Nos dijo que intentaba suicidarse y que, en el último momento se arrepintió y abandonó su vehículo para evitar ser arrollado por el tren. Sin embargo, el convoy no pudo frenar y provocó una serie de choques y descarrilamientos en cadena que se han saldado con la muerte de al menos 10 personas», aseguró el jefe de la policía, Randy Adams.

Según testimonios recabados entre la familia de Juan Manuel Álvarez, sus continuos pleitos y su reciente separación de su esposa le habían costado una orden de alejamiento emitida por un juez del condado de Burbank. En la víspera de la tragedia, Juan Manuel habría desafiado esa orden de restricción para ir a buscar a su mujer y a su hijo y asegurarles que ya había abandonado las drogas, que había encontrado un nuevo empleo y que quería una nueva oportunidad.

Pero su esposa lo rechazó y lo denunció ante la policía, desatando así la cólera y la desesperación de un hombre que provocó la peor tragedia ferroviaria en la historia de California y que hoy se enfrenta a una larga lista de cargos criminales y a la posibilidad de una cadena perpetua.

Decenas de expertos y peritos de la Junta Nacional para la Seguridad en el Transporte permanecían en el lugar de la tragedia realizando estudios y mediciones para documentar uno de los peores accidentes ferroviarios en la historia de Estados Unidos. En marzo de 1999, un tren de la Amtrak chocó contra un camión y descarriló cerca de Burbonnais, Illinois, dejando un saldo de 11 muertos y más de 100 heridos.

Cientos de familias afectadas por este accidente se agolpaban en los hospitales, mientras el consulado de México en Los Ángeles se mantenía en guardia ante la eventualidad de que compatriotas mexicanos hubieran fallecido o se encuentren hospitalizados en los distintos hospitales de la zona.

Sangre en las vías
Joseph Trevino – El Sol de Yakima

2 de julio de 2008

El triste caso de Juan Manuel Álvarez, el inmigrante mexicano que causó la muerte de 11 personas al poner su SUV frente a un tren pasajero, tiene lecciones importantes para los residentes del Valle.

Llamadme Jeremías.

Me refiero al profeta del Antiguo Testamento, el que advirtió al pueblo judío de un sinfín de calamidades.

El viernes estuve como invitado en Radio KDNA con la señora Ninfa Gutiérrez. El programa estilo foro se trató de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, pero creo que en parte el tema que se robó la atención fue el de la asimilación.

Y al hablar sobre la asimilación se me vino a la mente el caso de Juan Manuel Álvarez, el hombre de 29 años de edad (entonces tenía 26) que en el 2005 puso su Jeep Cherokee en las vías de un tren en Glendale, California (una ciudad en medio de Los Ángeles), en un intento de su***dio. A último minuto, según él, se arrepintió e intento quitar su vehículo, pero éste no encendió, por lo que lo abandonó ahí.

Lo que sí sucedió fue que un tren pasajero se estrelló de lleno contra el Jeep, causando que la locomotora se descarrilara, yendo a impactarse contra un tren de carga. El resultado fue 11 muertos y 180 heridos.

La semana pasada, un jurado encontró culpable a Álvarez de 11 cargos de asesinato en primer grado. Podría ser sentenciado a muerte.

¿Qué qué tiene eso que ver con Yakima y con la asimilación? Ah, para allá voy.

Pues verán, yo solía tomar ese mismo tren Metrolink apenas unos meses antes de esa tragedia cuando trabajaba para un semanario de Ventura, ciudad al norte de Los Ángeles. Es curioso que a veces abordaba el tren en Glendale, precisamente muy cerca de donde sucedió semejante incidente.

Creo que como seres humanos, y en mi caso como periodista, la pregunta que retumbó en mi cerebro en cuanto escuché de esta tragedia hace tres años fue, ¿por qué?

¿Por qué?
¿Qué fue lo que llevó a un inmigrante mexicano oriundo de Mexicali, ciudad fronteriza que colinda con la ciudad de mi niñez, Calexico, a cometer la peor catástrofe ferroviaria de los últimos tiempos en los Estados Unidos?

Según las declaraciones del mismo Álvarez en el tribunal y otros testigos, el homicida convicto se había separado de su esposa y vivía en una casa de huéspedes durante el tiempo del intento de su***dio. Dijo, de acuerdo a los reportes de prensa, que intentó quitarse la vida para llamar la atención de su exmujer.

Los diarios locales han publicado muchas notas al respecto, pero fue el Washington Post el periódico que entrevistó a fondo a la esposa de Álvarez y sus familiares y estuvo más cerca de todos en contestar el elusivo por qué. Según los entrevistados, Álvarez sufría de alucinaciones desde niño; aseguran que decía que un ser fantasmagórico dormía con él.

«Cuando tenía nueve años, siempre decía que había alguien más en el cuarto», le dijo Beto, primo de Álvarez, al Post. «Decía que se metían en su cama y dormían con él. Decía que era un espíritu malo».

Como muchos inmigrantes, Álvarez dejó a su familia en Baja California y se fue a vivir a Los Ángeles, de acuerdo al Post. Ahí conoció a su esposa, Carmelita, en un grupo de danza azteca, Xipe Totec, con el que bailaban en festivales, iglesias etc.

Se unieron. Pero con el tiempo él comenzó a sospechar de su mujer, quien trabajaba como mesera, pensando que lo engañaba con otro; alucinaba que su esposa hacía vídeos pornográficos con el supuesto amante.

Según la esposa, las alucinaciones de Álvarez empeoraron cuando él perdió su trabajo y comenzó a consumir metanfetamina y entró en una profunda depresión. Resultó ser tan insoportable que tuvo que echarlo de la casa, consiguiendo una orden de restricción en su contra, declaró la esposa.

La mañana en que Álvarez provocó la muerte de 11 personas, conducía su Jeep Cherokee. En los asientos traseros, según declaraciones de prensa, veía a su esposa y al amante de ella, riéndose de él.

El resto ya es historia.

Tal vez nunca sepamos -y quizás sea mejor así- lo que realmente pasó entre Álvarez, su esposa y su familia. Lo cierto es que algo andaba mal.

Muy mal.

Sí. La historia de Álvarez y su mujer, con los bemoles que trae consigo el emigrar a tierras lejanas, con costumbres nuevas, muchas veces hostiles, es algo que también se puede ver en el Valle de Yakima.

Es el lado oscuro de la asimilación. Es la parte que nadie nos advirtió cuando nos hablaron del sueño Americano.

Para nada estoy exonerando de culpa a Álvarez. Algunos familiares de las víctimas dijeron tras la sentencia que Álvarez se merece la pena de muerte. Sin duda que su dolor es muy grande.

Pero lo que también es cierto es que muchas veces la asimilación a este nuevo mundo en los Estados Unidos nos pide mucho. Aparte de aprender inglés, nos exige constantemente de forma sutil y a veces no tanto que dejemos a nuestras familias, que nos deshagamos de nuestros valores, que olvidemos nuestras raíces, que abandonemos al esposo o esposa que nos fue fiel en nuestra peor época; que si somos hijos desamparemos a nuestros padres (muchas veces en un asilo) y que de plano hagamos un borrón y cuenta nueva.

Es un precio muy alto que pagar.

Creo que haríamos bien en definir lo que realmente significa asimilarse.

Llamadme Jeremías.

Concluyó el juicio de Juan Manuel Álvarez, quien causó un descarrilamiento que provocó la muerte de 11 personas en enero de 2005
Univision.com

20 de agosto de 2008

Un hombre que en enero de 2005 aparcó su camioneta deportiva en las vías ferroviarias de la frontera Glendale-Los Ángeles y causó un descarrilamiento de tren que dejó a 11 muertos y 118 heridos, fue sentenciado el miércoles a 11 cadenas perpetuas consecutivas.

Juan Manuel Álvarez, de 29 años, fue condenado el pasado 26 de junio bajo 11 cargos de homicidio premeditado y un cargo por incendio premeditado por sus acciones el 26 de enero de 2005, que ocasionaron el accidente ferroviario más letal en la historia de Estados Unidos desde 1999.

El mismo jurado que lo encontró culpable el 15 de julio recomendó que el exresidente de Compton fuera sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de salir en libertad bajo fianza en lugar de la pena capital.

Durante la audiencia, el juez de la Corte Superior de Los Ángeles, William Pounders, escuchó los emotivos testimonios de los parientes de las personas que murieron o resultaron heridas en la catástrofe.

Álvarez, que pasó más de cuatro días en el estrado durante su juicio, testificó que intentaba suicidarse cuando estacionó su Jeep Cherokee verde en las vías de tren al sur de la calle Chevy Chase en Glendale, pero que cambió de parecer y no pudo mover la camioneta a tiempo.

«Iba a matarme», testificó Álvarez. «Me siento horrible y pido perdón».

Durante el juicio, el subfiscal de distrito John Monaghan le dijo al panel que el acusado merecía la pena de muerte porque éste nunca dio señales de arrepentimiento verdaderas y porque no le importaba nadie más que él.

El fiscal dijo que los hechos del crimen eran «tan aplastantes… que solo eso dictaba el castigo de muerte».

El abogado de Álvarez, Michael Belter, respondió que «la justicia en este caso sería efectuada al darle una sentencia en la penitenciaría por el resto de su vida».

Dolorosa catástrofe
Los fiscales respondieron que el trabajador de la construcción que entonces tenía 26 años trató de ocasionar una catástrofe para obtener la atención de su esposa.

El tren No. 100 de Metrolink, que se dirigía en dirección sur a Union Station, se desrieló tras impactarse con el vehículo de Álvarez para después chocar con el tren 901 de Metrolink que viajaba en dirección norte.

El tren también se impactó con una locomotora de Union Pacific que terminó volcándose.

Investigadores del Departamento de Bomberos de Glendale dijeron que el Jeep había sido bañado por dentro y fuera con gasolina. Esto causó un incendio después de que el tren 100 se impactara con el vehículo en las vías.

Se trató del accidente más letal en las historia de Metrolink, que empezó sus servicios en 1992.

Los jurados escucharon durante dos días y medio testimonios de las 11 familias de las víctimas que murieron en el choque, además de testimonios de pasajeros que sobrevivieron pero que tendrán que vivir con dolor físico el resto de sus vidas.

El panel también escuchó de varios parientes de Álvarez, entre ellos su esposa Carmelita, de quien estaba separado cuando ocurrió el choque, así como de su madre Leticia Ayala.

Entre los fallecidos en el incidente estuvieron el conductor de tren Tom Ormiston, un veterano de la guerra de Vietnam de 58 años que estaba cerca de jubilarse de una carrera ferroviaria que inició en 1970; el oficial del alguacil James Tutino, de 47 años, quien ocasionalmente tomaba el tren para ir a su trabajo en la cárcel central para hombres en el centro de Los Ángeles.
Índice

Juan Manuel Álvarez – Un suicida frustrado provoca un choque de trenes con diez muertos en Los Angeles
Libertaddigital.com

26 de enero de 2005

La investigación policial del descarrilamiento de trenes que dejó este miércoles en Glendale, al norte de Los Angeles, diez muertos y más de 200 heridos apunta a un hispano que se arrepintió a la hora de suicidarse y dejó su automóvil en las vías. El sospechoso ha sido identificado como Juan Manuel Alvarez, de 26 años, residente en el barrio de Compton, al sur de Los Angeles.

Las autoridades encargadas del caso confirmaron que hay una persona detenida como sospechosa de homicidio tras aparcar su vehículo en las vías del tren y causar el descarrilamiento en el que se vieron implicados tres trenes. Según las primeras informaciones, el sospechoso dirigió su vehículo, un Jeep Cherokee verde, a las vías del tren en el área de Glendale en un intento de suicidarse.

Al parecer no era su primer intento de su***dio, ya que esa misma noche se había asestado varias puñaladas y se había intentado cortar las venas, señaló el jefe de la policía de Glendale, Randy Adams. Una vez en el vehículo, el sospechoso cambió de opinión y abandonó el automóvil en las vías de ferrocarril, contra el que se estrelló el primer tren de pasajeros, que se dirigía al centro de Los Angeles. Esta primera colisión hizo descarrilar al tren de pasajeros, que chocó contra una locomotora que circulaba por la zona.

El choque del tren de cercanías contra la locomotora dejó a uno de los vagones de pasajeros bloqueando la vía contraria, donde fue golpeado por un tercer tren de cercanías que procedía del centro de Los Angeles hacia la localidad de Burbank, barrio contiguo a Glendale. Adams señaló que el sospechoso se había quedado a ver el accidente y que fue detenido por la policía sin ofrecer resistencia.

En total, hasta el momento se ha confirmado la muerte de diez personas, entre ellas un agente de policía, y han sido trasladados a diferentes centros hospitalarios en la zona otras 89 personas. El número total de víctimas resulta difícil de precisar dado que al tratarse de trenes de cercanía no existen listas de pasajeros.

Varias decenas de heridos han sido atendidos en la zona del accidente, una localidad residencial al norte de Los Angeles con una gran actividad ferroviaria a primera hora de la mañana, hora punta para acudir a los centros de trabajo. Mientras continúa la investigación de esta tragedia, el tráfico ferroviario ha quedado cortado, lo que ha paralizado el resto del transporte en la ciudad.

Arrestan a conductor que ocasionó descarrilamiento de tren
La Opinión

26 de enero de 2005

La Policía de Oxnard detuvo al conductor del auto impactado por el tren de Metrolink que se descarriló esta mañana en esa ciudad.

Las autoridades reportaron que un camión lleno de grava estaba presuntamente estacionado sobre la vía y habría provocado el accidente que provocó que 5 vagones se salieran de la vía, tres de ellos se volcaron.

El auto se prendió en llamas luego del impacto.

El conductor de ese vehículo huyó del lugar, pero fue aprehendido más tarde y está bajo custodia de la Policía. Se desconoce su identidad.

Las autoridades también reportan que no hubo fatalidades en el choque y que al menos cuatro personas están en condición crítica, de un total de 51 víctimas. Al menos 28 de ellas tuvieron que ser trasladadas a un hospital local.

Muchos otros pasajeros tienen brazos y piernas rotas, o sufrieron lesiones significativas en la cabeza.

Además, alrededor de 1,700 galones de diésel se desparramaron por el área como consecuencia del choque. Un equipo de químicos tóxicos ya controló ese problema y está en el lugar de los hechos ayudando con esa tarea.

Los trenes de Metrolink ya enfrentaron otros accidentes con resultados fatales.

El 26 de enero de 2005, Juan Manuel Álvarez estacionó su camioneta SUV, a la que roció con gasolina, en las línea de ferrocarril en Glendale esperando el paso de un tren de Metrolink que se dirigía a Los Ángeles.

Álvarez, quien luego dijo que quería suicidarse, se arrepintió y se salió del auto al último momento para ver como el tren impactaba el vehículo, provocando un descarrilamiento. El tren luego chocó con un tren de carga de Union Pacific estacionado en una vía alterna, así como otro tren de Metrolink que iba en dirección norte.

El accidente dejó a 11 personas muertas y casi 200 heridos.

Álvarez, un jornalero residente en Compton, fue convicto a 11 sentencias consecutivas de cadena perpetua y actualmente está recluido en la Prisión Estatal de Kern Valley.

El 12 de septiembre de 2008, 25 personas murieron y 135 resultaron heridas cuando un tren de Metrolink colisionó con un tren de cargo de Union Pacific en el área de Chatsworth.

Los investigadores determinaron que el ingeniero de Metrolink se pasó una señal que le habría advertido que se detuviera para dejar pasar al tren de carga.

Se cree que el ingeniero, quien falleció en el accidente, iba enviando mensajes de texto al momento del suceso.

Hispano causa trenazo fatal
J. Jaime Hernández – El Universal

27 de enero de 2005

Un choque de trenes en California, el peor que se haya registrado en el estado, dejó ayer un saldo de 10 personas muertas y 20 heridas. La causa: una camioneta atravesada a la mitad de las vías.

El reloj de la estación del Metrolink, en el centro de Los Ángeles, marcaba las 6 de la mañana cuando Juan Manuel Álvarez, un suicida reincidente de 26 años, estacionaba su camioneta Grand Cherokee sobre las vías del tren. En su mente la idea del su***dio había vuelto a atormentarle desde que, la víspera, su mujer lo había rechazado por enésima ocasión y lo [había] denunciado ante la policía por el incumplimiento de una orden de alejamiento.

El intento de su***dio de Juan Manuel, que ya había intentado cortarse las venas y contaba con un largo historial delictivo por violencia y posesión de drogas, se transformaría en la peor tragedia ferroviaria en la historia de California cuando se arrepintió en el último minuto y abandonó su vehículo en el cruce de las avenidas Chevy Chase y San Fernando.

«Toda esta tragedia ha sido provocada por un solo hombre perturbado con impulsos suicidas que ha dejado tras de sí la muerte de 10 personas y más de 200 heridos de diversa gravedad», aseguraba indignado el jefe de la policía de Glendale, Randy G. Adams, mientras los equipos de rescate de los bomberos y la policía se empleaban a fondo en el rescate de los cuerpos y en el traslado de los supervivientes a los hospitales de Glendale, Burbank y Los Ángeles.

Adams precisó que Álvarez será puesto bajo custodia y se le hará una acusación de homicidio por cada muerte que resulte del accidente que provocó.

Según la reconstrucción de los hechos, uno de los trenes que viajaba en dirección a la terminal de Burbank se estrelló contra el coche de Juan Manuel Álvarez y se descarriló. El convoy, fuera de control, se fue a estrellar contra otro tren que viajaba en dirección contraria y contra una locomotora que se encontraba realizando maniobras en ese mismo cruce.

En la escena de la tragedia, los convoyes del Metrolink parecían una serpiente lustrosa de metal seccionada en varias partes. Mujeres y hombres intentaban a duras penas abandonar el amasijo de hierros retorcidos en que se encontraban atrapados. Los equipos de rescate trabajaban a marchas forzadas por rescatar los cuerpos de decenas de supervivientes, mientras el olor a gasolina lo impregnaba todo.

«Fue un estruendo horrible. Mi mujer fue a estrellarse hasta el otro extremo del tren, mientras el carro se partía en dos y estallaba. El fuego y el humo me impidieron ver a dónde había ido a parar, pero al final la pudimos rescatar para llevarla al hospital», narró José Francisco Martínez, un enfermero que trabaja en un hospital en el condado de Burbank.

Impasible ante el escenario de caos y destrucción que había provocado, Juan Manuel Álvarez intentó escapar. Sin embargo, una larga lista de testigos que lo habían visto abandonar su coche lo acorralaron hasta que elementos de la policía llegaron para detenerlo e interrogarlo.

«Nos dijo que intentaba suicidarse y que, en el último momento se arrepintió y abandonó su vehículo para evitar ser arrollado por el tren. Sin embargo, el convoy no pudo frenar y provocó una serie de choques y descarrilamientos en cadena que se han saldado con la muerte de al menos 10 personas», aseguró el jefe de la policía, Randy Adams.

Según testimonios recabados entre la familia de Juan Manuel Álvarez, sus continuos pleitos y su reciente separación de su esposa le habían costado una orden de alejamiento emitida por un juez del condado de Burbank. En la víspera de la tragedia, Juan Manuel habría desafiado esa orden de restricción para ir a buscar a su mujer y a su hijo y asegurarles que ya había abandonado las drogas, que había encontrado un nuevo empleo y que quería una nueva oportunidad.

Pero su esposa lo rechazó y lo denunció ante la policía, desatando así la cólera y la desesperación de un hombre que provocó la peor tragedia ferroviaria en la historia de California y que hoy se enfrenta a una larga lista de cargos criminales y a la posibilidad de una cadena perpetua.

Decenas de expertos y peritos de la Junta Nacional para la Seguridad en el Transporte permanecían en el lugar de la tragedia realizando estudios y mediciones para documentar uno de los peores accidentes ferroviarios en la historia de Estados Unidos. En marzo de 1999, un tren de la Amtrak chocó contra un camión y descarriló cerca de Burbonnais, Illinois, dejando un saldo de 11 muertos y más de 100 heridos.

Cientos de familias afectadas por este accidente se agolpaban en los hospitales, mientras el consulado de México en Los Ángeles se mantenía en guardia ante la eventualidad de que compatriotas mexicanos hubieran fallecido o se encuentren hospitalizados en los distintos hospitales de la zona.

Sangre en las vías
Joseph Trevino – El Sol de Yakima

2 de julio de 2008

El triste caso de Juan Manuel Álvarez, el inmigrante mexicano que causó la muerte de 11 personas al poner su SUV frente a un tren pasajero, tiene lecciones importantes para los residentes del Valle.

Llamadme Jeremías.

Me refiero al profeta del Antiguo Testamento, el que advirtió al pueblo judío de un sinfín de calamidades.

El viernes estuve como invitado en Radio KDNA con la señora Ninfa Gutiérrez. El programa estilo foro se trató de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, pero creo que en parte el tema que se robó la atención fue el de la asimilación.

Y al hablar sobre la asimilación se me vino a la mente el caso de Juan Manuel Álvarez, el hombre de 29 años de edad (entonces tenía 26) que en el 2005 puso su Jeep Cherokee en las vías de un tren en Glendale, California (una ciudad en medio de Los Ángeles), en un intento de su***dio. A último minuto, según él, se arrepintió e intento quitar su vehículo, pero éste no encendió, por lo que lo abandonó ahí.

Lo que sí sucedió fue que un tren pasajero se estrelló de lleno contra el Jeep, causando que la locomotora se descarrilara, yendo a impactarse contra un tren de carga. El resultado fue 11 muertos y 180 heridos.

La semana pasada, un jurado encontró culpable a Álvarez de 11 cargos de asesinato en primer grado. Podría ser sentenciado a muerte.

¿Qué qué tiene eso que ver con Yakima y con la asimilación? Ah, para allá voy.

Pues verán, yo solía tomar ese mismo tren Metrolink apenas unos meses antes de esa tragedia cuando trabajaba para un semanario de Ventura, ciudad al norte de Los Ángeles. Es curioso que a veces abordaba el tren en Glendale, precisamente muy cerca de donde sucedió semejante incidente.

Creo que como seres humanos, y en mi caso como periodista, la pregunta que retumbó en mi cerebro en cuanto escuché de esta tragedia hace tres años fue, ¿por qué?

¿Por qué?
¿Qué fue lo que llevó a un inmigrante mexicano oriundo de Mexicali, ciudad fronteriza que colinda con la ciudad de mi niñez, Calexico, a cometer la peor catástrofe ferroviaria de los últimos tiempos en los Estados Unidos?

Según las declaraciones del mismo Álvarez en el tribunal y otros testigos, el homicida convicto se había separado de su esposa y vivía en una casa de huéspedes durante el tiempo del intento de su***dio. Dijo, de acuerdo a los reportes de prensa, que intentó quitarse la vida para llamar la atención de su exmujer.

Los diarios locales han publicado muchas notas al respecto, pero fue el Washington Post el periódico que entrevistó a fondo a la esposa de Álvarez y sus familiares y estuvo más cerca de todos en contestar el elusivo por qué. Según los entrevistados, Álvarez sufría de alucinaciones desde niño; aseguran que decía que un ser fantasmagórico dormía con él.

«Cuando tenía nueve años, siempre decía que había alguien más en el cuarto», le dijo Beto, primo de Álvarez, al Post. «Decía que se metían en su cama y dormían con él. Decía que era un espíritu malo».

Como muchos inmigrantes, Álvarez dejó a su familia en Baja California y se fue a vivir a Los Ángeles, de acuerdo al Post. Ahí conoció a su esposa, Carmelita, en un grupo de danza azteca, Xipe Totec, con el que bailaban en festivales, iglesias etc.

Se unieron. Pero con el tiempo él comenzó a sospechar de su mujer, quien trabajaba como mesera, pensando que lo engañaba con otro; alucinaba que su esposa hacía vídeos pornográficos con el supuesto amante.

Según la esposa, las alucinaciones de Álvarez empeoraron cuando él perdió su trabajo y comenzó a consumir metanfetamina y entró en una profunda depresión. Resultó ser tan insoportable que tuvo que echarlo de la casa, consiguiendo una orden de restricción en su contra, declaró la esposa.

La mañana en que Álvarez provocó la muerte de 11 personas, conducía su Jeep Cherokee. En los asientos traseros, según declaraciones de prensa, veía a su esposa y al amante de ella, riéndose de él.

El resto ya es historia.

Tal vez nunca sepamos -y quizás sea mejor así- lo que realmente pasó entre Álvarez, su esposa y su familia. Lo cierto es que algo andaba mal.

Muy mal.

Sí. La historia de Álvarez y su mujer, con los bemoles que trae consigo el emigrar a tierras lejanas, con costumbres nuevas, muchas veces hostiles, es algo que también se puede ver en el Valle de Yakima.

Es el lado oscuro de la asimilación. Es la parte que nadie nos advirtió cuando nos hablaron del sueño Americano.

Para nada estoy exonerando de culpa a Álvarez. Algunos familiares de las víctimas dijeron tras la sentencia que Álvarez se merece la pena de muerte. Sin duda que su dolor es muy grande.

Pero lo que también es cierto es que muchas veces la asimilación a este nuevo mundo en los Estados Unidos nos pide mucho. Aparte de aprender inglés, nos exige constantemente de forma sutil y a veces no tanto que dejemos a nuestras familias, que nos deshagamos de nuestros valores, que olvidemos nuestras raíces, que abandonemos al esposo o esposa que nos fue fiel en nuestra peor época; que si somos hijos desamparemos a nuestros padres (muchas veces en un asilo) y que de plano hagamos un borrón y cuenta nueva.

Es un precio muy alto que pagar.

Creo que haríamos bien en definir lo que realmente significa asimilarse.

Llamadme Jeremías.

Concluyó el juicio de Juan Manuel Álvarez, quien causó un descarrilamiento que provocó la muerte de 11 personas en enero de 2005
Univision.com

20 de agosto de 2008

Un hombre que en enero de 2005 aparcó su camioneta deportiva en las vías ferroviarias de la frontera Glendale-Los Ángeles y causó un descarrilamiento de tren que dejó a 11 muertos y 118 heridos, fue sentenciado el miércoles a 11 cadenas perpetuas consecutivas.

Juan Manuel Álvarez, de 29 años, fue condenado el pasado 26 de junio bajo 11 cargos de homicidio premeditado y un cargo por incendio premeditado por sus acciones el 26 de enero de 2005, que ocasionaron el accidente ferroviario más letal en la historia de Estados Unidos desde 1999.

El mismo jurado que lo encontró culpable el 15 de julio recomendó que el exresidente de Compton fuera sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de salir en libertad bajo fianza en lugar de la pena capital.

Durante la audiencia, el juez de la Corte Superior de Los Ángeles, William Pounders, escuchó los emotivos testimonios de los parientes de las personas que murieron o resultaron heridas en la catástrofe.

Álvarez, que pasó más de cuatro días en el estrado durante su juicio, testificó que intentaba suicidarse cuando estacionó su Jeep Cherokee verde en las vías de tren al sur de la calle Chevy Chase en Glendale, pero que cambió de parecer y no pudo mover la camioneta a tiempo.

«Iba a matarme», testificó Álvarez. «Me siento horrible y pido perdón».

Durante el juicio, el subfiscal de distrito John Monaghan le dijo al panel que el acusado merecía la pena de muerte porque éste nunca dio señales de arrepentimiento verdaderas y porque no le importaba nadie más que él.

El fiscal dijo que los hechos del crimen eran «tan aplastantes… que solo eso dictaba el castigo de muerte».

El abogado de Álvarez, Michael Belter, respondió que «la justicia en este caso sería efectuada al darle una sentencia en la penitenciaría por el resto de su vida».

Dolorosa catástrofe
Los fiscales respondieron que el trabajador de la construcción que entonces tenía 26 años trató de ocasionar una catástrofe para obtener la atención de su esposa.

El tren No. 100 de Metrolink, que se dirigía en dirección sur a Union Station, se desrieló tras impactarse con el vehículo de Álvarez para después chocar con el tren 901 de Metrolink que viajaba en dirección norte.

El tren también se impactó con una locomotora de Union Pacific que terminó volcándose.

Investigadores del Departamento de Bomberos de Glendale dijeron que el Jeep había sido bañado por dentro y fuera con gasolina. Esto causó un incendio después de que el tren 100 se impactara con el vehículo en las vías.

Se trató del accidente más letal en las historia de Metrolink, que empezó sus servicios en 1992.

Los jurados escucharon durante dos días y medio testimonios de las 11 familias de las víctimas que murieron en el choque, además de testimonios de pasajeros que sobrevivieron pero que tendrán que vivir con dolor físico el resto de sus vidas.

El panel también escuchó de varios parientes de Álvarez, entre ellos su esposa Carmelita, de quien estaba separado cuando ocurrió el choque, así como de su madre Leticia Ayala.

Entre los fallecidos en el incidente estuvieron el conductor de tren Tom Ormiston, un veterano de la guerra de Vietnam de 58 años que estaba cerca de jubilarse de una carrera ferroviaria que inició en 1970; el oficial del alguacil James Tutino, de 47 años, quien ocasionalmente tomaba el tren para ir a su trabajo en la cárcel central para hombres en el centro de Los Ángeles.

https://criminalia.es/asesino/juan-manuel-alvarez/
 
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