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La oquedad​

De haber asistido a su intervención algún periodista americano, y le hubiera repreguntado acerca de los algoritmos, el periodista habría comprendido al instante los cero escaños obtenidos por la oquedad en Galicia​

28/02/2024Actualizada 01:30
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No me parece cortés ni sensible aplicar a Yolanda Díaz la inmortal descripción que Arthur Baer dedicó a su amigo Spencer Harvey-Parva: «Nació tonto y ha tenido una recaída». Para celebrar su triunfo de cero escaños en las elecciones de Galicia, Yolanda Díaz ha viajado a los Estados Unidos a cumplir su compromiso con la nada. Y allí ha confirmado la importancia de su preocupación por los algoritmos, la algoritmia y lo algorítmico. La mujer que se sentaba a su lado durante su gloriosa intervención no sabía dónde meterse durante la parrafada de la oquedad de Fene. Permanecerá cuatro días en los Estados Unidos con los algoritmos como excusa. Lo que realmente le sucede es que no sabe cómo explicar al bondadoso periodismo español su éxito de cero escaños en Galicia, que ha servido simultáneamente para cepillarse la andadura en la política de su principal víctima, Marta Lois, que al menos ha demostrado dignidad anunciando su abandono de la política y su retorno al magisterio. A Yolanda Díaz le ocurre lo que a Mary Flower Smith, según Nathalie Barney. «De lejos, muy de lejos, parece una mujer más o menos del montón. Pero de cerca, muy de cerca, lo más saludable es retornar al punto de partida y seguirla de nuevo de lejos, muy de lejos».
Yolanda Díaz, ora en Fene, ora en Madrid, ora en la Santa Sede, ora en Nueva York, es el prototipo de la oquedad. Lo más divertido en ella es la persistencia en su error. Todavía, a pesar de las malas experiencias, sigue convencida de su valía como política y parlamentaria. Aparentemente es cariñosa y besucona, pero no hay que olvidar la ajustada máxima de Henry Louis Mencken, el ácido ensayista: «Populista es aquella persona que predica ideas que sabe falsas entre personas que sabe idiotas». Pero cuando acierta plenamente es en su visión del abrazo y los besuqueos:
«Cuando las mujeres se besan siempre recuerdan a los boxeadores profesionales cuando se estrechan las manos».
Cuando se obtienen en unas elecciones cero escaños, no resulta tan difícil explicarlo ante los periodistas. «He fracasado. Y lamento haber terminado con la carrera política de Marta Lois. De igual modo, deploro lo poco que me quieren en mi pueblo, después de llevar años y años besando a mis paisanos». Pero no. La oquedad se fugó a los Estados Unidos a soltar el tostón de los algoritmos, porque Yolanda Díaz es prepotente y vanidosa. No admite errores. Y haciendo uso de mi libertad de opinión, creo que su aspecto ha cambiado pero no su alforja de odio acumulado con los años. Es fácil cambiar de aspecto cuando la estética no agobia al propio bolsillo. Sucede que, dentro de lo que cabe, era una mujer más atractiva –siempre sometida a la medida, claro– cuando se vestía con unos vaqueros y una camiseta del Che, y lucía su espesa melena morenaza, que de rubia de bote y carísimos modelos de las firmas más exclusivas. En la primera Yolanda había algo auténtico, y en la segunda, todo es oquedad y mala interpretación. En los Estados Unidos ha hablado de los algoritmos como si lo hiciera de las alcachofas. De haber asistido a su intervención algún periodista americano –el interés que despertó su convocatoria fue muy descriptible–, y le hubiera repreguntado acerca de los algoritmos, el periodista habría comprendido al instante los cero escaños obtenidos por la oquedad en Galicia. Pero todos eran amigos de las subvenciones, y no entraron en detalles.
A mí, como español, me avergonzó su desprecio por la síntesis y la inteligencia. Se trabuca y extiende como los siete pelos que cubren la calva de Anasagasti. Y lógicamente, calculé lo que nos ha costado a los españoles el viaje de huida de la oquedad a los Estados Unidos para hablar de algoritmos y no de Galicia.
Y el cálculo me concedió un resultado final.
Nos ha costado un huevo.

Más de Alfonso Ussía​

 

Gran Jefe «Pato Cojo»​

El Gran Jefe Pato Cojo ha pasado de cortar y pinchar a cortarse y pincharse de manera inclemente, y esa exposición de males autopropiciados le ha situado en lo más alto del escalafón de gafes​

29/02/2024Actualizada 01:20
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Hoy se celebra el cumpleaños del Gran Jefe Pato Cojo, según ha dictado el talento de Luis Ventoso. Nos recuerda Ventoso que así son denominados en los Estados Unidos –«lame duck»–, los presidentes que ya ni pinchan ni cortan. Me figuro que se refiere a los expresidentes, si bien el actual en activo es un pato cojo de considerable perniquebrada. Se podría aplicar al dibujo –no recuerdo si de Forges o Chumy Chúmez– que tanto me hizo reír hace años. Dos soldados de la Caballería, amparados tras una roca, comentan el ataque de los pieles rojas. Los dos están perforados de flechas y sangran caudalosamente. Uno de ellos tiene la nariz atravesada de un flechazo, y es el primero en hablar. «Morgan, para mí que son los apaches del Gran Jefe 'Pato Cojo'»; y Morgan responde: «Te equivocas, Mac Callum, son los comanches del gran jefe 'Águila Gris'», a lo que Morgan sentencia: «Pues no sabes el peso que me quitas de encima». Si los americanos hubieran conocido los balnearios de los años cuarenta del pasado siglo, llamarían a los patos cojos «cuchillos de balneario», de acuerdo a uno de los aforismos encadenados más sobresalientes de Enrique Jardiel Poncela. «¿Qué es una rueda? La que se pincha; ¿qué es la leche? La que se corta. ¿Qué es un cuchillo para la carne en un balneario? El que ni pincha ni corta».
El Gran Jefe Pato Cojo nació un 29 de febrero, año bisiesto. Los años bisiestos son rechazados por los supersticiosos. Cuando tocaba año bisiesto, «Manolito el Puyas», picador retirado, se metía en la cama el uno de enero, y no la abandonaba hasta el 31 de diciembre del mismo año. No todos los nacidos un 29 de febrero son gafes, pero el Gran Jefe Pato Cojo lo es en su máximo nivel, gafe sotanillo con agravamiento de manzanoide. El sotanillo es el gafe que procura el mal ajeno pero no el propio, en tanto que el manzanoide es un gafe –como dicen los cursis–, más solidario. Con los años, el sotanillo degenera en manzanoide y se convierte en un peligro para sí mismo. Y ya ha dado el salto. El Gran Jefe Pato Cojo ha pasado de cortar y pinchar a cortarse y pincharse de manera inclemente, y esa exposición de males autopropiciados le ha situado en lo más alto del escalafón de gafes. Un Gran Jefe que ni pincha ni corta, y cojea en los andares, origina murmullos de burla cuando deambula entre sus guerreros, y es causa de simuladas risitas al pasar entre las mujeres de la tribu y los niños que se bañan en el río porque aún no tienen edad para combatir contra los «casacas azules». Puede seguir siendo el Gran Jefe, pero los guerreros de la tribu procuran no hacerle caso.
Uno de sus más fieles guerreros, el que conoce todos los secretos del Gran Jefe Pato Cojo, el que sabe dónde guarda lo que la tribu ignora, el conocido guerrero «Pitilín Insaciable», que a su vez tenía como protector a «Oso Desmesurado», se ha sentido exigido para que abandone el Gran Consejo de la tribu por asuntos que el propio Gran Jefe Pato Cojo, conoce a la perfección. Y «Pitilín Insaciable» le ha hecho frente, y se ha marchado con «Oso Desmesurado» a la tribu mixta, donde conviven los guerreros sin futuro, si bien mantienen en perfecto estado de uso toda suerte de arcos, flechas y «tomahawks». En la tribu del Gran Jefe Pato Cojo ha cundido el temor y el desánimo, porque se figuran el nivel de conocimiento y la buena memoria de «Pitilín Insaciable», muy capaz de soltarse la húmeda si se considera atacado por sus antiguos compañeros de fechorías.
Y el Gran Jefe Pato Cojo, que es osado, pero no tonto, sabe que esto no ha hecho más que empezar.

Más de Alfonso Ussía​

 

Jersey de dimisión​

La señora Armengol está obligada a dimitir. Ya. Ya es tarde, pero ya. Que lo haga en español, mallorquín o en su adorado catalán, resulta irrelevante​

01/03/2024Actualizada 01:30
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Francina Armengol, la balear y catalanista presidente del Congreso de los Diputados, preside los plenos muy malamente vestida. El último de ellos, el de los rifirrafes «koldóbicos» y abalenses, con un jersey horroroso que sólo puede ser admitido en tres escenarios. Durante la visita a una fábrica de helados, en una breve estancia en Anchorage para hacer turismo fotográfico a los osos, o en el patio central de la prisión de mujeres de Buelna (Ávila) en el recreo vespertino. Mi informador en el Congreso me asegura que en la agenda de la señora Armengol no aparece cita alguna para visitar fábricas de helados, y menos aún para viajar a la capital de Alaska con el fin de fotografiar osos. Quizá ha adquirido ese espantoso jersey por si se diera la tercera opción, como consecuencia de las mascarillas inservibles que adquirió a sabiendas de su inutilidad cuando era la presidente de las Islas Baleares. Las principales islas Baleares, para conocimiento de Yolanda Díaz, son Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera, y Cabrera, y no deben confundirse –apunte, Yolanda–, con las Canarias, que son, al menos hasta la fecha, Gran Canaria, Tenerife, Fuerteventura, Lanzarote, La Palma, Gomera y Hierro, a las que hay que añadir la Graciosa y Alagranza. Francina Armengol fue, durante la pandemia y los tiempos de adquirir mascarillas inservibles, presidente de las Baleares, y el actual ministro Ángel Víctor Torres, también cliente de Koldo, presidente de Canarias. Las primeras –no se confunda, Yolanda Díaz–, se ubican en el Mediterráneo, y las segundas, en el océano Atlántico, que luego, con los algoritmos vienen las confusiones y nuestra comunista gallega se bloquea.
Francina Armengol, la gran enemiga del idioma español en sus islas, compró una partida de carísimas mascarillas al empresario «Koldo», a su vez, subalterno de Ábalos, y éste, ministro de plena confianza y amigo personal de Sánchez. Ella sabía que había comprado una chapuza, y ordenó que, sin desempaquetar, fueran depositadas en un almacén de productos inservibles. Por ello, y como bien se explica y se aclara en el editorial de El Debate de hoy –cuando escribo–, 29 de febrero, la señora Armengol, dirigente que alimentó la trama corrupta e hizo todo lo posible para ocultarlo, no puede ser la tercera autoridad del Estado, del mismo modo que otros compradores de mascarillas cuchufletas, como Marlasca, Illa y Torres, ya tendrían que haber dimitido y aguardar pacientemente la acción de la Justicia.
La señora Armengol, la enemiga de enseñar el español en España, fue sorprendida en pleno confinamiento a altas horas de la madrugada, quizá algo piripi, en un bar mallorquín cerrado para el resto de los ciudadanos. Y algo tiene que ver en la indolencia de algún caso de abusos en centros que dependían de su autoridad. La situación no admite otra solución que su inmediata dimisión, con jersey o sin jersey, si bien lo recomendable es que lo haga con el jersey de marras, por aquello de la estética.
Con los labios en pretemblor lloroso, y después de restar callada durante 48 horas, la señora Armengol manifestó que sentía «muchísimo asco» por el asunto «Koldo», y que ella se precipitó en la compra de las mascarillas koldianas porque estaba muy preocupada por la cantidad de fallecimientos que se registraban cada día en España. Como dicen los monteros cuando, acuciados por una necesidad en la soledad del campo, son sorprendidos por la res en momentos inapropiados para su abatimiento, «me ha entrado cuando estaba en cuclillas y con el papel en la mano».
La señora Armengol está obligada a dimitir. Ya. Ya es tarde, pero ya. Que lo haga en español, mallorquín o en su adorado catalán, resulta irrelevante. Sucede lo mismo con el jersey que se pone para presidir los plenos en el Congreso de los Diputados. Pero su permanencia en la Presidencia del Congreso, vistas las cosas y analizados los antecedentes, alcanza los espacios de la indecencia política.

Más de Alfonso Ussía​

 
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