"ARQUEOLOGÍA, PALEONTOLOGÍA"

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Se presentan los resultados del estudio radiológico de tres momias egipcias y una guanche del Museo Arqueológico Nacional
El escáner revela la identidad del médico del faraón

MARÍA PÉREZ ÁVILA Madrid


13 JUN. 2017 21:47

El médico y sacerdote

Gracias al estudio se confirmó que Nespademu, un personaje del periodo Ptolemaico (300-200 a.C.), era un varón que murió en torno a los 50 años y que sufrió algunas fracturas costales a lo largo de su vida que no le provocaron la muerte. No obstante, lo más importante es que se ha podido confirmar que era médico del faraón. El escáner reveló que había 25 piezas ocultas entre las vendas: nueve piezas de joyería y 16 amuletos. Entre estos últimos había dos juegos de cuatro placas que representan a los cuatro hijos de Horus: Duamutef, una cabeza de chacal que simboliza el estómago; Hapi, una cabeza de babuino que representa los pulmones; Amset, una cabeza humana símbolo del hígado; y Kebehsenuf, una cabeza de halcón que simboliza los intestinos.

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Reconstrucción facial de los rasgos de Nespamedu MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL

El médico tenía ocultas 25 piezas, entre joyería y amuletos, en sus vendajes

La momia de Nespademu llegó al Museo Arqueológico Nacional (MAN), en Madrid, en 1925. Fue una donación del empresario y político Ignacio Bauer, quien lo había comprado al museo de El Cairo (Egipto). El objeto pasó cuatro meses en la aduana del puerto de Barcelona y, cuando por fin ingresó en el museo, el entonces director identificó el cuerpo como el de una mujer. Sin embargo, elestudio de las inscripciones de los cartonajes dorados que lo acompañaban indica que fue sacerdote de Imhotep, un sabio considerado dios de la medicina en Egipto.

Ahora, los resultados de un estudio radiológico pionero en España desvelan que fue médico del faraón. La investigación, cuyas conclusiones se presentaron ayer en el salón de actos del MAN, fue llevada a cabo por esta institución y el Hospital Universitario Quirónsalud de Madrid. Hace un año, sometieron a las cuatro momias del museo (tres egipcias y una guanche) a una tomografía computarizada de alta resolución (TAC) y, tras ello, comenzó un trabajo de reconstrucción tridimensional para determinar su edad, el s*x*, las posibles enfermedades que padecieron o su profesión.


También había otras dos placas del dios Thot, dos de las diosas Isis y Neftis en actitud de plañideras, dos ojos de Horus -símbolo de protección- y un amuleto de corazón.

Estos amuletos están hechos del mismo material que los cartonajes exteriores, lo que confirma que era médico del faraón. «Todo lo que eligió para enterrarse tiene que ver con el mundo funerario y con su profesión», explica la responsable del Departamento de Antigüedades Egipcias y del Oriente Próximo del MAN, Carmen Pérez Die. La joya más destacada es una diadema con forma de escarabeo alado invertido. «Es símbolo de la resurrección», afirma Pérez Die. También llevaba unas sandalias, un collar usekh y brazaletes.

Su enterramiento corresponde al de las personas de rango social alto, aunque la experta señala que no se conoce su relación con el faraón. «Se dedicó a curar a los peregrinos, pero no sabemos si tenía contacto directo con el faraón», matiza Pérez Die. Lo que sí han revelado es la posible apariencia física que tendría Nespademu: con la colaboración de escultores forenses y los escaneos en 3D se ha reconstruido su rostro.

Las momias de las mujeres
Las otras dos momias egipcias corresponden a dos mujeres. Como señala la radióloga del Quirónsalud, Silvia Badillo, una de ellas tenía entre 25 y 30 años y la otra, unos 40. La más joven vivió entre los siglos IX y VII a.C. y llegó al MAN en 1887. Muestra luxaciones post mortem y signos de embarazo. La mayor presenta cierto grado de artrosis y conserva el corazón, donde residía el pensamiento y los sentimientos para los egipcios.


En ambas destaca una pésima salud bucodental, ya que les faltan varios dientes a causa de las caries. «Lo que sí sorprende es el buen estado de conservación de las partes blandas además de los huesos, como tendones y ligamentos», explica Badillo.

La momia guanche, una de las mejor conservadas
No se ha podido identificar a qué época corresponde la momia guanche, aunque abarcan desde el siglo II al siglo XV d. C., pero sí ha permitido confirmar que en la cultura de los habitantes canarios prehispánicos no se extraían las vísceras en el embalsamamiento, una técnica llamada mirlado.

La responsable del Departamento de Conservación del MAN, Teresa Gómez Espinosa, explica que esta técnica sólo se aplicaba a los individuos de los estratos sociales elevados. «Se le preparaba con plantas astringentes, aromáticas y repelentes de insectos antes de envolverlo con pieles de ovicápridos», indica.

Esta momia conserva todos sus órganos y tenía una buena alimentación, ya que sus dientes están «en perfecto estado». «Sobre todo comían carnes y cereales, y muy poco pescado y marisco, a pesar de estar tan cerca del mar», señala.

Este ejemplar se encontró en una cueva funeraria del Barranco de Herques, en el suroeste de la isla de Tenerife, y llegó a Madrid en 1764.

El proceso de investigación se recoge, de principio a fin, en el documental La historia secreta de las momias, producido por TVE y Story Producciones.

http://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/ciencia/2017/06/13/59401e95e5fdeaa2178b4649.html video

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    • JAVIER BRANDOLI
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Fotografías: SERGIO GÓMEZ / PROYECTO TLAOLCAN



EL MUNDO recorre las impactantes excavaciones en la ciudadela mágica mexicana

Descubren nuevas galerías en Teotihuacán

Fue una casualidad, un 2 de octubre de 2003, la que descubrió la entrada al inframundo de Teotihuacán y su hasta ahora más importante secreto. Tres pasos: primero la lluvia, luego el agua provocando un agujero en el suelo de 83 centímetros de diámetro y, después, la aparición de un arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Sergio Gómez, que trabajaba en ese momento en la conservación del Templo de Quetzalcóatl.Gómez descendió con una cuerda hasta las entrañas de la tierra que se abrieron. «Cuando vi el agujero, delimitamos el agua, conseguí una cuerda y me bajaron con ella. Y ahí es cuando vi que existía el túnel. No se podía pasar porque estaba totalmente bloqueado con tierra y piedra. Y entonces es cuando inicié esta investigación que años después ya denominé proyecto Tlalocan, que significa camino bajo la tierra».

EL MUNDO desciende hasta ese inframundo teotihuacano cuyo paso está prohibido al público a través de un túnel cavado que ha requerido ocho años de trabajo: la planificación, la retirada de 1.000 toneladas de piedra y tierra y el empleo de pequeños robots que se fueron adentrando por ese universo secreto desde el que se intenta desvelar una enigmática civilización que colapsó en el siglo VIII dejando un fabuloso mundo de piedras abandonado.

Hace dos semanas se anunció la posibilidad de que bajo la Pirámide de La Luna pudiera haber un tercer pasillo enterrado en el recinto arqueológico, algo que Sergio pone en duda: hasta ahora sólo se había encontrado el «fallido» túnel de la Pirámide del Sol. «En 1973 se descubre en la Pirámide del Sol un túnel muy similar a éste. Entonces no había un arqueólogo y el administrador ordenó limpiar todo y cuando llegó el arqueólogo se espantó y preguntó ¿dónde está todo lo que había aquí dentro?», recuerda Sergio.

La cavidad, de 83 centímetros, es hoy una escalera estrecha e iluminada que conduce al centro mismo de la cosmología teotihuacana. «Lo curioso es que los teotihuacanos rellenaron este túnel con todo tipo de cosas, incluso con cosas que ellos habían usado y ya no les servían como collares o ropa. Entonces nuestra labor se complicaba, ya que no se trataba sólo de retirar lo que había, sino ir explorando poco a poco el relleno con el que ellos sellaron el túnel», dice el arqueólogo.

Hubo ayudas: la tecnología electromagnética y láser permitió medirlo antes de recorrerlo y comprobar que el sellado había dejado todo ese ayer inalterado.


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Fotografías: SERGIO GÓMEZ / PROYECTO TLAOLCAN

Una responsabilidad
La excitación y responsabilidad era enorme. Gómez llegó a plantear la opción de que se encontraran por fin las tumbas nunca halladas de los señores de Teotihuacán. El mundo arqueológico internacional puso sus ojos en un descubrimiento histórico. Se usaron dos robots diseñados especialmente para introducirse por cavidades estrechas con sus cámaras antes de comenzar el lento trabajo manual de desescombro. «Hemos usado instrumentos muy pequeños para no destruir nada. Hemos recuperado más de 100.000 objetos».

El final del trayecto iba enseñando cada vez más ofrendas en las que hallaban cantidad de objetos. «Era un avance casi de centímetros. Hubo dos derrumbes y era peligroso. El túnel tiene 103 metros y quedaban los últimos 36. Allí había ofrendas de caracolas provenientes del mar Caribe traídas por los mayas como regalos, restos de grandes felinos, el jade, inexistente en México y llevado desde Guatemala, y cerámicas con la imagen de Tlaloc, la deidad principal del inframundo», explica el investigador del Instituto de Antropología e Historia. «Sabíamos que había algo importante al final», recuerda.

También se hallaron semillas, más de 19.000, la mayor cantidad nunca encontrada en un sitio arqueológico. Están en excelente estado de conservación y se han pretendido germinar sin éxito: calabaza, maíz, frijol... Milagrosamente se ha encontrado también, en un ejercicio de ciencia milimétrica, un trozo de piel con pelo que se está investigando y parece humana.

Los teotihuacanos desollaban hombres y luego se cubrían con su piel. El sellado del túnel hizo que no hubiera cambios en sus condiciones meteorológicas y todo se ha conservado casi intacto.


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Fotografías: SERGIO GÓMEZ / PROYECTO TLAOLCAN



«Yo planteo que el túnel es una representación, una metáfora del inframundo. Todos los pueblos mesoamericanos conciben el cosmos en tres niveles. La región celeste, arriba; el plano, donde vivimos nosotros; y, debajo, el mundo subterráneo. En lengua náhuatl se llama Mictlán. Es el lugar no de la muerte, sino de la creación, la vida se genera ahí abajo», dice Gómez mientras avanzamos por el túnel.

La excavación tuvo semanas en las que se avanzaba sólo 10 centímetros. Al final, «avanzamos otro metro y una nueva ofrenda. Estábamos en el último tramo y había glifos mayas. La cabecita tenía una escritura maya que sabemos qué dice: 'El señor, el que manda'». La relación comercial y guerrera entre ambos pueblos tiene ahí otra importante señal. «Muchos investigadores dicen que los teotihuacanos querían difundir su ideología y establecer relaciones, pero no, ellos andaban en busca de algo. ¿El qué? El jade de allá, las plumas... las cosas valiosas que necesitaba la élite de aquí para ostentar su poder. Por eso iban allá. Eran expediciones militares y políticas», dice el arqueólogo mexicano. Llegaron hasta las ciudades mayas de Tikal en Guatemala o de Copán en la actual Honduras.

«Llegamos al final del túnel y encontramos dos esculturas. Son una mujer y un hombre. Detrás, decenas de conchas y 14 pelotas de hule (juego de pelota), muchos fragmentos de huesos de grandes felinos traídos de la zona maya a los que cortan la cara. Tenemos grandes colmillos que indican que eran animales enormes. Hay dos mujeres más a los lados. Son, en total, tres mujeres idénticas y un hombre. Ellas son más altas y van vestidas con falda. El hombre va desnudo. Las dos esculturas están de pie, mirando a un punto que es el eje que comunica la cúspide de la pirámide con el inframundo: inframundo, tierra y plano celestial», advierte Gómez.

El inframundo del que habla tiene una expresión muy real en sus restos. En este punto el suelo parece una representación del imaginario moldeado del infierno. La tierra y la piedra se arruga. En las paredes, encima de nuestras cabezas, se observa aún el brillo de pirita espolvoreada y pegada a los muros con la que se pretendía simular el firmamento, las estrellas.

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Fotografías: SERGIO GÓMEZ / PROYECTO TLAOLCAN



«Cuando levantamos las esculturas vemos que llevan algo cargando. Son espejos de pirita y jade. Esto me llevó a plantear la hipótesis de que estos señores son la representación en piedra de los fundadores de Teotihuacán. ¿Por qué? Porque lo que cargan son objetos que sirven para hacer la magia y la adivinación. El espejo sirve para ver el pasado y el futuro. Son los chamanes», explica Gómez.

Lo que aún no se sabe
Por unas cajas de madera que encontraron pudieron datar que las ofrendas son de entre el año 100 y 250 de nuestra era. «Mi idea es que estas imágenes eran objetos de culto y de pronto deciden enterrarlas y rellenar todo el túnel para guardarlas allí abajo. Se trata de resguardar el secreto de la creación. El que tiene el secreto de la creación puede destruir porque tiene los elementos para volver a crear. Por eso rellenan el túnel, para que nadie toque esto», explica el descubridor de todo este mundo oculto bajo la pirámide de La Serpiente Emplumada de Teotihuacán.

Pero el descubrimiento arqueológico más importante de las últimas décadas en la vieja ciudad ceremonial teotihuacana no es suficiente para responder las interrogantes de una civilización envuelta en un halo de misterio. Hace poco se anunció la posible aparición de otro nuevo túnel bajo la Pirámide de La Luna. Pronto se sabrá si es verdad su existencia. «No sabemos hasta que no se explore. Los arqueólogos no somos magos, trabajamos con hipótesis. No debería haber túnel por la orientación. Los túneles deben tener orientación este-oeste. El español Fray Bernardino Sahagún preguntó en el siglo XVI a los nobles indígenas: '¿Cómo entendéis el inframundo?'. Entonces le narraron: 'La entrada al inframundo es desde el oeste y la parte más rica y llena de abundancia está en el este'. Lo que corresponde con la orientación del túnel. El sol, cuando se pone, va al inframundo y recorre el camino del inframundo para volver a surgir», señala Sergio. La Pirámide de la Luna no tiene esa orientación.

Entre esas interrogantes en suspenso está también el no haber encontrado las tumbas de los gobernantes de Teotihuacán. «No hemos encontrado el lugar donde deben estar. Yo pensé que podía ser aquí. En todo caso, sabemos que a los gobernantes se les incineraba y quizá sus cenizas las pusieron allí abajo y no las hemos podido detectar. Yo tengo una hipótesis, los teotihuacanos sacaron algo muy pesado del túnel. Tenemos evidencias de que con varias cuerdas sacaron algo muy pesado de adentro hacía fuera. Si había una caja con los restos no lo sabemos, es caer en la especulación».

¿Qué más queda por saber? «Sólo se ha explorado el 5% de lo que fue la ciudad. Visitamos la parte cívico ceremonial, pero fuera están los barrios que habitaba la gente. Allí están las evidencias de la vida teotihuacana», responde Sergio. Ese fuera del que habla el arqueólogo es en 2017 un mundo superpuesto de viviendas y poblaciones modernas.

La última gran duda es el colapso de una civilización que alrededor del siglo VIII abandona y destruye en parte una ciudad que dominó lo que hoy es el actual México y dejó un mundo de piedra que tapó la naturaleza y no se redescubrió hasta muchos siglos después. Los aztecas, cuando llegaron al Valle de México en el siglo XIV, vieron las ruinas, renombraron algunos lugares y pasaron de largo antes de fundar Tenochtitlán (actual Ciudad de México), mientras que los españoles, dos siglos después, lo que encontraron ya fueron pirámides y edificios ocultos totalmente por la tierra y la vegetación.

«El colapso de Teotihuacán se explica con muchos factores. Había poco desarrollo tecnológico y una población que alcanzó las 200.000 personas. La ciudad abandonó pronto sus obras hidráulicas y se abastecía de los alimentos que le mandaban otras ciudades que quizá dejaron de mandarles esos abastos. Hubo una extrema desigualdad social que se acrecentó con los siglos y que generó mucha inseguridad y conflictos. Hay evidencias de que se cerraron calles y se instalaron casetas de vigilancia en las esquinas alrededor del año 650. Los numerosos drenajes de agua se taparon por la basura arrojada y el agua entró en las casas. El estado dejó de funcionar. Ya no se podía vivir aquí y la gente abandonó el lugar, enfadada e incendiando edificios públicos. Marcharon a otras ciudades».

Así quedó Teotihuacán, la ciudad de los dioses, oculta durante siglos al ser humano. El México moderno la redescubrió a finales del siglo XIX y ha intentado explicarla desde entonces. Ese agujero de 83 centímetros de diámetro provocado por la lluvia tiene algunas de las respuestas. Ahora se está ordenando y estudiando todo el material hallado, del enigmático inframundo teotihuacano que dejamos atrás para regresar al universo de los vivos, del presente, el del hombre.




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La movilidad de las mujeres, clave en los intercambios culturales de la Edad de Bronce




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(EFE /
STADTARCHÄOLOGIE AUGSBURG)
Enterramiento hallado en el valle del Lech, al sur de la ciudad alemana de Augsburgo, de una mujer no oriunda de esta zona.


Es la conclusión de una investigación basada en el estudio de enterramientos situados en el valle del río Lech, en el sur de Alemania. Hace 4.000 años las mujeres europeas dejaban sus pueblos d nacimiento y se trasladaban lejos para formar una familia, llevando nuevos objetos e ideas. Los hombres normalmente se quedaban en su lugar de origen.

EFE. 05.09.2017 - 04:31h
La movilidad de las mujeres en la etapa final de la Edad de Piedra y el inicio de la Edad de Bronce fue clave para los intercambios culturales entre regiones, según una investigación basada en el estudio de enterramientos situados en el valle del río Lech, , al sur de la ciudad alemana de Augsburgo.. El trabajo, publicado este lunes en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), muestra cómo hace 4.000 años las mujeres europeas dejaban sus pueblos de nacimiento y se trasladaban lejos para formar una familia, llevando con ellas nuevos objetos e ideas culturales, explicó en un comunicado el Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia de la Humanidad.

En las familias de esos asentamientos, la mayoría de las mujeres procedían de otras regiones, probablemente de Bohemia o del centro de Alemania, a varios cientos de kilómetros, mientras que los hombres normalmente se quedaban en el lugar de su nacimiento. Según los investigadores, este patrón patrilocal, en el que las nuevas parejas residen en el territorio de la familia del varón, combinado con la movilidad femenina individual, no fue un fenómeno temporal, sino que se prolongó durante unos 800 años, en la transición del Neolítico a la Edad de Bronce. En el trabajo, dirigido por Philipp Stockhammer, de la Universidad Ludwig-Maximilians de Múnich, han participado Corina Knipper, del Centro de Arqueometría Curt-Engelhorn; y Alissa Mittnik y Johannes Krause, del Max Planck.

Análisis genético
"La movilidad individual fue una de las principales características de la vida de las personas de Europa central, incluso en el tercer y segundo milenio", destacó Stockhammer sobre un fenómeno que los investigadores creen que fomentó el desarrollo de nuevas tecnologías en la Edad de Bronce. El equipo científico recurrió a análisis genéticos e isotópicos, junto a evaluaciones arqueológicas, para investigar los restos de 84 individuos enterrados entre el año 2.500 y el 1.650 aC en cementerios de granjas o asentamientos individuales, en los que se habían sepultado entre una y varias docenas de cuerpos a lo largo de varias generaciones.

"Vemos gran diversidad de linajes femeninos, lo que ocurriría si a lo largo del tiempo muchas mujeres se hubieran trasladado al valle del Lech desde otros lugares", explicó Mittnik al describir los análisis genéticos. Al analizar la proporción de isótopos de estroncio en los molares, añadió Knipper, se puede concluir que la mayoría de esas mujeres no provenían de la región. Los enterramientos de las mujeres no difieren de los de la población nativa, lo que indica que las extranjeras estaban integradas en la comunidad local. Además de demostrar la importancia de la movilidad femenina, apuntó Stockhammer, la investigación revela que al menos una parte de lo que se creía que habían sido migraciones en grupo fueron formas institucionalizadas de movilidad individual.

http://www.20minutos.es/noticia/3126491/0/movilidad-mujeres-intercambios-culturales-edad-bronce/
 
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Reproducciones de cráneos neandertales en el despacho de Antonio Rosas, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales en Madrid. / JUAN MILLÁS
DOCUMENTOS. REPORTAJE

Neandertales, la extinción de los otros humanos
Guillermo Altares

HACE 70.000 AÑOS, un pequeño grupo humano, dos o tres individuos, pescó unos cuantos mejillones, se acercó a un abrigo rocoso, encendió un fuego y, mientras se comía los moluscos, se dedicó a tallar piedras. Las huellas de aquella escena quedaron fosilizadas y esto ha permitido su reconstrucción a los científicos que trabajan en dos yacimientos arqueológicos del peñón de Gibraltar, las cuevas de Vanguard y Gorham. Es un momento muy cercano, familiar, aunque a la vez muy alejado. Y no solo en el tiempo: aquellos humanos no eran sapiens como nosotros. Como neandertales, pertenecían a una especie humana distinta. Sus últimos miembros vivieron en este rincón del sur de Europa. Junto a otros yacimientos peninsulares, como El Sidrón en Asturias, estas cuevas han contribuido a transformar la imagen de aquella especie que habitó durante cientos de miles de años en Europa: la arqueología ha revelado que no fueron unos homínidos brutos y apenas dotados de razón, como se les ha descrito muy a menudo, sino unos seres muy parecidos a nosotros aunque, a la vez, distintos, y no solo anatómicamente.

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Antonio Rosas, director del Grupo de Paleoantropología del Museo Nacional de Ciencias Naturales, junto a la reproducción de un esqueleto de neandertal. JUAN MILLÁS


Los neandertales tenían la capacidad del lenguaje, enterraban a sus muertos, eran solidarios con aquellos que no podían valerse por sí mismos, se decoraban con plumas y conchas, comían de todo (hasta atún y focas), e incluso se ha encontrado en Gibraltar un dibujo geométrico (aunque ninguna representación de animales o cosas) que indicaría que eran capaces de plasmar un pensamiento simbólico. Nuestra cercanía a esos otros humanos agranda el mayor misterio que les rodea: ¿por qué desaparecieron? Aunque la pregunta clave es aún más inquietante: ¿por qué ellos se fueron y nosotros seguimos aquí?





“ESTAS CUEVAS NOS ACERCAN AL DÍA A DÍA DE LOS NEANDERTALES. POR ESO ES TAN EMOCIONANTE”

“Estas cuevas son muy generosas, nos acercan al día a día de los neandertales. La escena de los mejillones no puede ser más humana: dos personas junto al fuego, que comen y, a la vez, trabajan un poco. Por eso es tan emocionante”, señala Geraldine Finlayson, que, junto a su marido, Clive, director del Museo de Gibraltar, lleva 27 años dirigiendo la excavación de aquellas grutas con un equipo internacional en el que también trabajan un gaditano y un neozelandés afincado en Liverpool. Clive es, además, autor de un excelente ensayo sobre la evolución humana, El sueño neandertal (Crítica). Batidas ahora por el mar, en la vertiente oriental del Peñón, hace miles de años esas cuevas se encontraban a unos cuatro kilómetros tierra adentro, con un paisaje similar al de la actual Doñana y un excepcional clima cálido en Europa cuando el resto del continente vivía periodos glaciales.

Declaradas en 2016 Patrimonio de la Humanidad de la Unesco por su extraordinario valor arqueológico, en Vanguard y Gorham han aparecido todo tipo de restos relacionados con los neandertales, aunque solo un indicio humano: un diente de leche de un ejemplar de cuatro o cinco años de hace unos 50.000 años encontrado a principios de julio. Dado que la presencia de los neandertales allí se prolongó durante 100.000 años, es tal vez el mejor lugar del mundo para tratar de comprender la vida material y simbólica de esta especie. De hecho, las cuevas han recibido el apodo de neandertalandia.

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El nombre de neandertales viene del valle de Neander, en Alemania, donde se descubrieron algunos de los primeros restos. Se trata de una especie humana que vivió en Europa, desde el extremo sur del Mediterráneo hasta Siberia, y en algunas zonas de Oriente Próximo. Aunque muchos datos siguen discutiéndose y, como ocurre siempre con el estudio de la prehistoria, nuevos descubrimientos pueden cambiar el panorama, la mayoría de los científicos cree que evolucionaron desde una especie anterior de homínidos hace unos 250.000-300.000 años (algunos expertos hablan de 400.000). Su misteriosa desaparición, hace unos 40.000 años (el equipo de los Finlayson discrepa y cree que hubo neandertales en Gibraltar hasta hace 28.000), coincide con la llegada a Europa desde África de los sapiens, nuestra especie.

En cualquier caso, el consenso científico nos habla de una especie que habitó Europa durante un periodo larguísimo: unos 200.000 años como mínimo. Para hacernos una idea de esta dimensión, baste recordar que nuestra civilización, que arranca con la agricultura, solo tiene 10.000 años; Altamira se pintó hace unos 15.000 y la pirámide de Keops se construyó hace 4.500. Los neandertales lograron sobrevivir todo ese tiempo adaptados a unas condiciones climáticas variables y en ocasiones tremendamente frías (inviernos como los siberianos en todo el continente), pero se desvanecieron en un espacio de tiempo relativamente breve.



LOS NEANDERTALES SE MEDICABAN CON CORTEZA DE ÁLAMO, FUENTE NATURAL DE ÁCIDO SALICÍLICO


“En la extinción de las especies nunca hay una sola causa, aunque casi siempre existe una por encima: la degradación del medio”, explica Antonio Rosas, director del Grupo de Paleoantropología del Museo Nacional de Ciencias Naturales, uno de los máximos expertos españoles en esta especie y autor del libro de divulgación Los neandertales(Catarata). “En el caso de los neandertales se trata de un fenómeno multifactorial”, prosigue Rosas. “En un periodo especialmente frío, los bosques desaparecen, algo que ocurrió durante el último máximo glacial. Es muy posible que ese deterioro climático y ecológico influyese en la extinción. El número de efectivos era muy bajo y muy variable. Además, llegaron poblaciones nuevas, con una tecnología distinta y un aparato cultural muy potente”. Aquellas poblaciones somos nosotros, los sapiens. Los hombres modernos comenzaron a entrar en contacto con los neandertales hace unos 70.000 años en Oriente Próximo: los sapiens llegaban desde África y ellos desde Europa, en busca de tierras cálidas ante un periodo glacial especialmente intenso.

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Reconstrucciones forenses a partir de cráneos neandertales, en el Museo de Gibraltar. JUAN MILLÁS


Desde el despacho del paleoantropólogo Rosas, junto a la Residencia de Estudiantes, se contempla una soberbia vista de Madrid, pero lo más interesante está dentro. En un armario refrigerado detrás de su mesa se guarda la mayor colección de restos óseos neandertales de la Península, pertenecientes a 13 individuos de la cueva de El Sidrón (Asturias). Después de más de una década excavando, y tras haber encontrado 2.100 restos humanos, el trabajo de laboratorio sigue dando frutos. Gracias a esos vestigios se confirmó que eran caníbales —por los cortes en los huesos—, pero también se descubrió hace unos meses, por el estudio del sarro dental, que se medicaban: un individuo con un doloroso absceso masticó corteza de álamo, una fuente natural de ácido salicílico, el ingrediente analgésico de la aspirina.

Un equipo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania), dirigido por el biólogo sueco Svante Pääbo, secuenció el genoma neandertal en 2010, lo que llevó a descubrir que pese a tratarse de dos especies diferentes, se produjeron hibridaciones entre neandertales y sapiens en Oriente Próximo hace 70.000 años. El resultado de esos encuentros sexuales es que los humanos no africanos tenemos entre un 2% y un 4% de genes neandertales que han contribuido, por ejemplo, a una mayor resistencia a ciertas enfermedades infecciosas.

La historia de los neandertales ha despertado un interés inagotable porque habla de un mundo en el que los sapiensno éramos los únicos humanos —hace 150.000 años coincidían cuatro especies: sapiens, neandertales, floresiensis y erectus—. Esos encuentros con otra humanidad, confirmados por la genética aunque casi nunca por la arqueología, han sido imaginados en las mejores novelas sobre la prehistoria: En busca del fuego, de J. H. Rosny, que Jean-Jacques Annaud llevó al cine; en la saga de El clan del oso cavernario, de Jean M. Auel, o la menos conocida Los herederos, del premio Nobel William Golding. En todos los casos, los neandertales salen perdiendo, retratados como seres menos inteligentes que los sapiens, que dominan una tecnología más sofisticada.

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Resto óseo de ave con marcas de cortes neandertales encontrado en los yacimientos de Gibraltar, ahora en el Museo de Gibraltar. JUAN MILLÁS



Golding, el autor de El señor de las moscas, incluso inventa un lenguaje menos evolucionado, sin pensamiento lógico. En el filme de Annaud, los neandertales solo emiten gruñidos y no dominan el fuego (apenas saben conservarlo, y no prenderlo). La arqueología ha desmentido esas teorías.



CLIVE FINLAYSON: “NO ME GUSTA HABLAR DE ÚLTIMO REFUGIO, ESTUVIERON SIEMPRE AQUÍ”


“Los neandertales nos fascinan porque nos recuerdan demasiado a nosotros”, explica el biólogo mallorquín Lluís Quintana-Murci, director de la Unidad de Genética Evolutiva Humana en el Instituto Pasteur de París. “Es una mezcla de miedo y curiosidad, de amor y odio, porque somos nosotros mismos, pero a la vez no”. “Nos apasionan porque en el árbol filogenético humano es la criatura más cercana a los hombres y, al mismo tiempo, es diferente. Es otra humanidad, como si encontrásemos extraterrestres inteligentes”, señala el paleoantropólogo francés Jean-Jacques Hublin, director del Departamento de Evolución Humana del Instituto Max Planck. Él dirige el equipo que ha realizado uno de los descubrimientos más extraordinarios de los últimos años, que ha desplazado el nacimiento de nuestra especie desde Etiopía hace 195.000 años hasta la cueva de Jebel Irhoud (Marruecos) hace 300.000. “Cuando hablamos de los neandertales, nos movemos entre dos caricaturas. Por un lado son presentados como hombres-mono muy primitivos, una especie de chimpancés escapados de un zoo. Pero también hay otra caricatura: decir que son como nosotros, que no hay diferencias”.

Las diferencias son, primero, anatómicas. Un neandertal en el metro dejaría alucinados a sus compañeros de vagón. Su frente prominente, que dibuja una especie de visera sobre los ojos, o su ancha nariz no pasarían inadvertidas. Tampoco su estructura ósea, mucho más maciza que la nuestra, ni su corpulencia. Sin embargo, su cerebro era más grande que el de los humanos modernos. Dependían, como nosotros, de una cultura material para su supervivencia y tenían la misma mutación en el gen FoxP2, asociada en los humanos al habla. Eso significa que disponían de la capacidad anatómica y genética para el lenguaje, y los expertos creen muy difícil que se coordinasen para tantas actividades sociales sin algún tipo de comunicación.

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Clive Finlayson, director del Museo de Gibraltar y de las excavaciones en los yacimientos de Vanguard y Gorham. JUAN MILLÁS


Muchos de esos descubrimientos se han realizado en laboratorios, pero primero hay que encontrar los vestigios de su presencia. Y para ello existen pocos lugares tan importantes como las cuevas en las que vivieron los últimos neandertales. Acceder a Vanguard y Gorham requiere un permiso porque hay que cruzar una zona militar británica. Existe un cupo para visitas turísticas que gestiona el Museo de Gibraltar. Para llegar es necesario bajar (y lo peor, volver a subir) 344 escalones hasta la cueva. Cuando el mar está bravo, lo que ocurre a menudo, el acceso a Gorham es imposible. No así a Vanguard. “Los descubrimientos realizados han contribuido a cambiar la imagen de los neandertales. Lo que consideramos moderno ya aparece aquí”, explica Clive Finlayson.

Una excavación de este tipo se realiza con pinceles y con pequeñas paletas, manejados por un equipo multidisciplinar. Se avanza muy lentamente, en diferentes niveles, y luego en el laboratorio se trilla minuciosamente lo que se descubre: restos de carbón que indican hogueras, huesos de animales que pueden ayudar a la datación o a determinar el tipo de alimentación (comían de todo, focas monje, mariscos, delfines, atunes o cabras), polen y plantas que permiten recomponer el paisaje (es la especialidad de Geraldine Finlayson). Los coprolitos de hienas —las heces fosilizadas—, muy frecuentes, son también una mina de información. En las cuevas de Gibraltar solo faltan los huesos —menos el diente hallado en julio—. En otros yacimientos de la Península se han encontrado restos humanos: las colecciones más completas han aparecido en El Sidrón (Asturias) y en la sima de las Palomas (Murcia).

¿Cómo se sabe que se decoraban con plumas? Por las marcas de cortes que se han encontrado en huesos de pájaros, en partes donde no había nada comestible. De hecho, el equipo ha diseccionado buitres hallados muertos para comprobar si, al sacar las plumas con tejidos, los cortes eran iguales. Resulta increíble cómo, a través de los más pequeños indicios, se puede recomponer el puzle del pasado. Son necesarias muchas horas de laboratorio —el diente se encontró trillando la arena con una pinza — y análisis realizados por expertos en diferentes campos. “Estamos en un sitio donde la arena lo tapa todo muy rápido y guarda el pasado casi como en una fotografía”, explica el arqueólogo gaditano Francisco Giles Guzmán, del equipo del Museo de Gibraltar. Los restos líticos, piedras talladas y utilizadas como instrumentos, se encuentran por todas partes, a veces sin excavar.

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Detalle de la excavación en el abrigo de la cueva de Gorham. JUAN MILLÁS



“Es una zona en la que siempre hubo un clima benigno. Ni en los peores momentos de frío llegó la fauna de la era glacial que se encuentra muy cerca, por ejemplo en Granada. Aquí no vagaron mamuts ni rinocerontes lanudos, ni renos”, asegura Clive Finlayson. “Por eso no me gusta hablar de último refugio: estuvieron siempre aquí, no se trata de poblaciones que se replegaron, sino que sobrevivieron ayudadas por el clima”. La mayoría de los expertos cree que se trata de los últimos neandertales —también hay restos tardíos en Croacia—, pero polemizan sobre las dataciones, difíciles de calcular con el procedimiento del carbono 14. Lo que sí está claro es que la especie fue avanzando hacia el sur, hacia la península Ibérica, conforme las poblaciones se hacían más pequeñas e iban desapareciendo de otros lugares. La ubicación de esas dos cuevas plantea otra incógnita: ¿por qué no cruzaron el Estrecho? Se han descubierto asentamientos humanos al otro lado, en la costa de Marruecos pero no se han encontrado hasta ahora restos de neandertales en África.



“NOS HEMOS CREÍDO DURANTE UNA GRAN PARTE DE LA HISTORIA QUE LOS ‘SAPIENS’ SOMOS SUPERIORES”


El retrato que se extrae de esas últimas poblaciones de neandertales es el de una sociedad compleja. Pero, al igual que no pasaron a la costa africana mientras que los sapiensatravesaron 100 kilómetros de mar abierto para alcanzar Australia, nunca superaron ciertas límitaciones tecnológicas. Los neandertales cazaban con lanzas de contacto, escondiéndose, no habían inventado el arco o las lanzas que se arrojaban desde la distancia. Tenían pensamiento simbólico y se decoraban el cuerpo, pero no produjeron el arte figurativo característico de los sapiens. Al igual que nosotros, dominaban el fuego, procesaban los alimentos y, sobre todo, sobrevivieron en un ambiente inimaginablemente hostil. Conocían a fondo el entorno en el que vivían, como demuestra su manejo de la corteza de álamo para el dolor o su consumo de criaturas marinas. ¿Es superior nuestra tecnología o solo diferente? La llegada de los humanos modernos a Australia y América coincidió con extinciones masivas de megafauna, lo que prueba que nuestros inventos plantean enormes problemas, como queda claro con lo que está ocurriendo en el planeta desde la revolución industrial.

“¿Qué es una especie humana?”, se pregunta Antonio Rosas. “Nos hemos creído durante mucho tiempo que los sapiens somos superiores. Durante gran parte de la historia, el concepto de humanidad no incluía a otras poblaciones, basta con ver lo que se decía y escribía en la época del colonialismo. Ellos habían desarrollado todos los atributos que consideramos humanos y, sin embargo, no son iguales a nosotros. Es una humanidad diferente, seguramente con una psicología distinta. La inteligencia es una potencialidad, una capacidad para aprender, que se manifiesta de diferentes maneras”. Clive Finlayson señala por su parte: “Las diferencias con nosotros son culturales y la cultura material no es un indicador de inteligencia. ¿Eran menos inteligentes que nosotros en el Renacimiento porque no tenían Internet? ¿Eran menos inteligentes mis abuelos porque no tenían aviones?”.

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Escena tomada durante unas recientes tareas de investigación sobre los neandertales llevadas a cabo en las cuevas de Vanguard y Gorham (Gibraltar). JUAN MILLÁS


Su habilidad técnica, su capacidad para adaptarse a diferentes ambientes, su larguísima presencia en hábitats cambiantes hace todavía más profundo el misterio de su desaparición. Los estudios genéticos trazan un panorama con muy pocos individuos en un espacio muy grande. Una cifra aceptada es la de 30.000 neandertales en Europa (algunos expertos hablan de 100.000). Cuando una población así sufre una crisis, por motivos climáticos o porque disputan unos recursos escasos con otra especie cuya tecnología es más eficaz, su supervivencia se convierte en muy frágil. Tal vez, sencillamente, no superaron una de esas crisis y los grupos dispersos, sin contacto, se extinguieron poco a poco.

Sin embargo, resulta imposible esquivar un dato: ellos se van cuando llegamos nosotros. “Su desaparición está ligada a la llegada de los hombres modernos”, señala Jean-Jacques Hublin. “Fueron reemplazados y en parte absorbidos por los sapiens. El problema no es por qué desaparecieron los neandertales, sino por qué los hombres modernos conocieron esa expansión planetaria. Todas las formas humanas que se encontraron a su paso fueron extinguiéndose”.

El descubrimiento de varios cráneos de neandertal a mediados del siglo XIX se produjo más o menos cuando Darwin estaba a punto de publicar El origen de las especies. De hecho, el científico tuvo en sus manos un cráneo encontrado en Gibraltar en 1848. Esos restos probaban que habían existido otros humanos diferentes. Ahora las preguntas que nos plantean los neandertales son diferentes, pero igualmente significativas. ¿Por qué desaparece una especie? ¿Qué nos convierte en humanos? ¿La tecnología nos hace superiores? Y, en tiempos de cambio climático, resulta especialmente importante preguntarse hasta qué punto es posible sobrevivir a una transformación drástica en el medio ambiente. Aquellos otros humanos cambiaron una vez nuestra forma de ver el mundo y está ocurriendo de nuevo. El lugar donde sobrevivieron los últimos neandertales es ahora una cata en el suelo húmedo de la cueva de Gorham, donde un grupo internacional de arqueólogos excava pacientemente, mientras otros científicos escrutan restos milimétricos en un laboratorio. Tratan de entender quiénes fueron esos otros humanos y, por lo tanto, quiénes somos nosotros.

http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/neandertales/?por=mosaico
 
Última edición por un moderador:
Hallado en Soria un braquiosaurio de 130 millones de años de antigüedad
El ‘Soriatitan golmayensis’ es un dinosaurio saurópodo, herbívoro y de unos 14 metros de longitud

ISABEL RUBIO
11 SEP 2017 - 06:26 CEST

Húmero del dinosaurio saurópodo Soriatitan. DINÓPOLIS


Una excavación paleontológica en Soria ha sacado a la luz por primera vez en Europa restos de un braquiosaurio de 130 millones de años de antigüedad. Se trata del Soriatitan golmayensis, un dinosaurio saurópodo, herbívoro y de unos 14 metros de longitud. "Hasta ahora se creía que los braquiosaurios se habían extinguido en Europa en aquella época", explica Rafael Royo, paleontólogo de la Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis.


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Reconstrucción del Soriatitan. DINÓPOLIS

La noche de dos años que acabó con los dinosaurios
Este tipo de dinosaurios vivían hace 150 millones de años en África, Estados Unidos y Europa. "Por aquel entonces, en el jurásico superior, los continentes estaban más o menos unidos. Después, en el cretácico inferior se fueron separando y se pensaba que en Europa no había braquiosaurios", explica Royo. El paleontólogo subraya que hasta ahora, lo máximo que se ha encontrado han sido restos aislados que podían parecer de este tipo de dinosarios, pero no una especie definida.

El estudio de los huesos, realizado por la Fundación Dinópolis, indica que se trata de un dinosaurio cuadrúpedo, con un cuello largo hacia arriba y una cabeza pequeña. El Soriatitan sería similar al Brachiosaurus de Estados Unidos o al Giraffatitan de Tanzania. El ejemplar encontrado en Soria, con unos dientes de cerca de 18 milímetros, se alimentaba de hojas de coníferas. Royo señala que en aquella época la península ibérica tenía mucha vegetación, ríos caudalosos y un clima subtropical.

Golmayo. Las excavaciones tuvieron lugar del año 2000 al 2005. Allí, además del Soriatitan, se han encontrado restos de un dinosaurio acorazado y de un ornitópodo. "Es un yacimiento muy rico porque son tres tipos de dinosaurios muy diferentes entre sí, esto indica que había una gran diversidad de fauna en la Península ibérica", explica Royo.

https://elpais.com/elpais/2017/09/07/ciencia/1504780013_553491.html
 
ARQUEOLOGÍA
Nuevo hallazgo
La tumba del orfebre del dios Amón resucita en una colina de Luxor
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La tumba del orfebre del dios Amón, descubierta en una colina de Luxor


VIDEO:http://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/ciencia/2017/09/09/59b3d9a222601d935a8b4682.html


Arqueólogos egipcios encuentran un tesoro con 3.500 años de antigüedad que aún esconde secretos por descubrir


Descubren un tesoro de hace más de 3.000 años oculto en Tebas

El rastro de Amenemhat, un orfebre del dios Amón, ha resucitado este sábado en las arenas de Luxor, la Tebas faraónica. Una suerte de sacerdote del antiguo Egipto que guardaba en las estancias de su tumba una vasta colección de máscaras funerarias, cerámica, figurillas y esqueletos. Un tesoro con 3.500 años de antigüedad que aún esconde secretos por descubrir.

"Se trata de un hallazgo científico relevante que firma una misión egipcia. El equipo comenzó sus trabajos en abril y ha continuado durante todo el verano, en condiciones realmente duras", ha relatado el ministro de Antigüedades egipcio Jaled el Anani bajo un sol de justicia en las inmediaciones de la oquedad.

El enterramiento está ubicado sobre la falda norte de la pedregosa colina de la necrópolis de Dra Abu el Naga, en la orilla occidental de Luxor, a escasos metros de donde excava el proyecto español Djehuty del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). En el páramo reposan nobles y altos funcionarios de la corte faraónica.

El lugar del descanso eterno de Amenemhat -ligado al dios del poder creador- tenía su acceso en el patio de otra tumba ya excavada del imperio medio, la Kampp 150. La entrada conduce hasta una estancia cuadrada. En uno de sus muros, un nicho cobija los restos de una estatua con algunos de sus colores originales que representa al dueño del enterramiento y su esposa. El orfebre, que vivió durante la dinastía XVIII (1550-1295 a.C.), aparece sentado en una silla de alto respaldo en compañía de su cónyuge, que luce peluca y vestido largo. Entre sus piernas, a menor escala, una escultura retrata a uno de sus hijos.

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E. M.
El plano de la tumba continúa a siete de metros de profundidad, en las entrañas de un pozo al que se accede por unas escaleras colocadas por la expedición. En las estancias, angostas y húmedas, un puñado de empleados sigue auscultando el terreno. "Hemos hallado un gran número de objetos de la colección funeraria como cerámica, joyas, conos funerarios, máscaras funerarias o ushebtis [figurillas funerarias colocadas en las tumbas del Antiguo Egipto con la creencia de que sus espíritus trabajarían para el difunto en la otra vida]", ha detallado Al Anani.

En los alrededores de la cámara principal de la tumba, el equipo ha localizado restos en piedra caliza de una mesa de ofrendas, sarcófagos de las dinastías XXI y XXII -decorados con jeroglíficos y escenas de deidades del Antiguo Egipto y dañados durante el periodo tardío- así como una extensa colección de esqueletos humanos. La presencia de medio centenar de conos funerarios esparcidos por las estancias ha disparado las expectativas del equipo, que especula ya con la aparición de nuevas tumbas.

"Cuando los encontramos y comenzamos a leer los nombres, nos resultaron muy extraños. Se llamaban Maati, Bengy, Ruru o el visir Ptahmes. Estudiamos entonces a estos personajes y sus posibles enterramientos. Nos hemos dado cuenta de que sus tumbas no han sido aún halladas. Creemos que este área tiene aún muchos secretos por revelar", señala a EL MUNDO Mustafa al Waziri, el exultante director de la excavación.

"Los conos funerarios indican efectivamente que las tumbas están cerca, aunque si los conos, salvo el del visir, solamente tienen los nombres de los individuos y no sus títulos más prestigiosos como alto sacerdote de Amón, contable del granero del templo o arquero del rey es que debe tratarse de individuos del Reino Nuevo de la clase media y con tumbas menores", explica a este diario Antonio Morales, profesor de la Universidad de Alcalá de Henares y director del Middle Kingdom Theban Project que horada también el terruño de Luxor.


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En el patio abierto, además, los expertos egipcios y la cuadrilla de obreros han desempolvado la memoria de una mujer y sus dos hijos junto a dos ataúdes de madera y una colección de reposacabezas y vasijas de cerámica. La fémina falleció a los 50 años tras, a decir por sus huesos, una vida plagada de dolores. Sufría de caries que le provocaron abscesos en la mandíbula y una enfermedad bacteriana en los huesos.

Hasta su recuperación de las tierras cálidas de Abu el Naga, el segundo ataúd alojaba las momias de sus dos vástagos, que tenían entre 20 y 30 años en el momento de su óbito. Su estado de conservación es tal que sus huesos aún almacenaban los líquidos empleados en su momificación.

El hallazgo se suma al firmado por la misión egipcio el pasado abril. Entonces el equipo desenterró la sepultura de Userhat, un noble de Reino Nuevo que hace más de tres mil años sirvió en los pasillos judiciales de Tebas. La tumba contenía decenas de estatuas, ataúdes y momias.
 
Egipto descubre la momia de un orfebre real de más de 3.500 años
La momia ha sido hallado en el Valle de los Reyes, cementerio de faraones situado en la ciudad de Luxor

RICARD GONZÁLEZ
Túnez 22 SEP 2017 - 10:22 CEST
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Un arqueólogo restaura un sarcófago hallado en el Valle de los Reyes recientemente KHALED DESOUKI

El Valle de los Reyes de Luxor, el más valioso cementerio de faraones, es una fuente inagotable de descubrimientos arqueológicos. A principios de septiembre, una expedición descubrió la tumba de un orfebre real llamado Amenemhat que vivió durante la dinastía 18 del Antiguo Egipto (1550 a. C. a 1292 a.C), la mítica era de Tutankamon, Hatshepsut y Nefertiti. La cámara subterránea contiene también diversos esqueletos, varios sarcófagos, y otros objetos como estatuas, joyas y unos 50 conos funerarios, por lo que los expertos lo consideran un importante descubrimiento.

Según los arqueólogos responsables de la expedición, el hecho de que la mayoría de los conos funerarios pertenezcan a altos funcionarios hace suponer que sus restos están enterrados en cámaras cercanas, por lo que esperan que durante las próximas semanas se produzcan nuevos hallazgos. “Es un descubrimiento significativo en todos los campos”, declaro Jaled Alnani, ministro de Antigüedades. “El trabajo no se ha terminado. Esperamos hacer nuevos anuncios el próximo mes”, añadió el ministro, que se desplazó a la ciudad de Luxor, situada en el sur del país, para anunciar el hallazgo.

El sitio arqueológico fue utilizado con fines funerarios durante diferentes periodos del Antiguo Egipto. De acuerdo con las primeras investigaciones, se cree que la tumba fue reutilizada durante el Tercer periodo intermedio del Antiguo Egipto (entre 1070 a. C. y 650 a.C), cuando el valle del Nilo se dividió en dos unidades políticas, una dirigida desde Tanis, en el Bajo Egipto, y la otra desde Tebas, en el Alto Egipto. En una sala adyacente a la principal, se hallaron tres momias en dos ataúdes pertenecientes al Imperio Medio (entre 2050 a. C. y 1.800 a.C), junto con diversos artefactos y textos poéticos, por lo que durante los próximos meses los arqueólogos de la expedición tendrán trabajo para extraer toda la información presente.

El 2017 está siendo un año de notables hallazgos arqueológicos, como el de un coloso en el pasado mes de marzo que corresponde al faraón Psamético I. Los restos de la mastodóntica estatua estaban enterradas en un suburbio de El Cairo, y salieron a la luz de forma casual mientras un grupo de obreros excavaba el terreno para construir los cimientos de un edificio.

Sin embargo, algunos expertos han señalado que las autoridades egipcias actuales tienden a exagerar la importancia científica de los restos hallados como parte de una estrategia para intentar recuperar el maltrecho sector turístico, uno de los puntales tradicionales de la economía del país. De hecho, como es habitual en los últimos tiempos, el descubrimiento del sito funerario fue presentado a los medios de comunicación con gran pompa. El año pasado fue el más duro para las empresas turísticas, pues tan solo visitaron el país 4,8 millones de visitantes extranjeros, menos de un tercio de los recibidos en 2010, el año anterior a la Revolución. Y es que a finales de 2015, un atentado derribo un avión ruso provocando la muerte de las 224 personas a bordo.

https://elpais.com/internacional/2017/09/15/mundo_global/1505475399_593665.html
 
Así crecía el cerebro de un niño neandertal
Una investigación reconstruye el desarrollo de un chico que vivió hace 49.000 años

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“Así sería su cerebro”, proclama el paleoantropólogo Antonio Rosas. Su mano alza un molde realizado con una impresora 3D, poco mayor que un tetrabrik de leche. El cerebro original, relata, perteneció a un niño neandertal de casi 8 años que murió hace otros 49.000 en lo que hoy es Piloña (Asturias). Nadie sabe de qué fue capaz aquel cerebro.

“Estoy convencido de que ellos, como yo, podían comunicarse, y si podían comunicarse debían de tener conciencia de la inmensidad del universo, del paso del tiempo y de la fragilidad de la existencia humana. Debían preguntarse, también como yo, ¿cuántas lunas llenas más?, ¿cuántas primaveras? ¿Cuánto me queda”, escribió el genetista Carles Lalueza Fox en su libro Palabras en el tiempo (editorial Crítica), tras una visita a la cueva de El Sidrón, donde entre 2000 y 2013 aparecieron los restos del niño y de otros 12 neandertales.

Hace 100.000 años, sobre la faz de la Tierra se paseaban al menos cinco especies humanas diferentes: Homo sapiens, neandertales, Homo floresiensis, Homo erectus y denisovanos. Su coexistencia habría hecho temblar los actuales relatos religiosos de creaciones divinas, pero solo quedaron los sapiens. El esqueleto del pequeño neandertal —“el mejor conservado de su edad en el mundo”, según Rosas— permite ahora iluminar el desarrollo de su especie, extinguida hace unos 40.000 años en sus últimos reductos del sur de la península Ibérica. Todos los detalles del niño se publican hoy en la revista Science.

El “guaje”, como lo llama en broma Rosas, tenía exactamente 7,7 años cuando murió, medía 111 centímetros y pesaba 26 kilos. Los restos de los 13 miembros de su familia, algunos de ellos con señales de haber sido canibalizados, fueron posiblemente arrastrados por la riada de una tormenta al fondo de la cueva de El Sidrón, donde permanecieron 49.000 años.

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El paleoantropólogo Antonio Rosas, en la cueva de El Sidrón (Asturias). CSIC


“El niño era un aprendiz que empezaba a desarrollar las actividades propias de los neandertales”, sostiene Rosas, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC), en Madrid. A sus casi 8 años, el guaje, como sus adultos, usaba la boca como una tercera mano, con la que podría agarrar pieles para su curtido. En sus dientes han quedado las marcas de golpes accidentales con el filo de sus herramientas de piedra. Era diestro.

Un equipo dirigido por Antonio Rosas y su colega Luis Ríos ha establecido que aquel niño, bautizado científicamente El Sidrón J1, presentaba un ritmo de crecimiento “muy similar” al de los niños actuales. Con una diferencia: su cerebro. Los neandertales tenían una mayor capacidad craneal que los humanos modernos, 1.520 centímetros cúbicos frente a 1.195. El guaje murió con 1.330 centímetros cúbicos, casi el 88% del total. A esa edad, subrayan los investigadores, un niño actual ya ha desarrollado toda su capacidad craneal.

“El tejido del cerebro es muy caro. El organismo necesita mucha energía para hacer crecer un gran cerebro”, apunta Rosas. En los sapiens, crece primero el cerebro y luego el cuerpo “recupera de golpe todo el tiempo perdido con el estirón de la adolescencia”. Es una estrategia evolutiva que “permite a los niños pasar mucho tiempo aprendiendo, adquiriendo conocimiento”, según Ríos. Es lo que nos hace humanos.

“Es un patrón humano que creíamos exclusivo de nuestra especie”, explica Rosas. El paleoantropólogo y su grupo defienden que el crecimiento y el desarrollo del niño neandertal se ajusta al de los chavales actuales, con una fase lenta entre el destete y la pubertad, para compensar el enorme coste energético de desarrollar un cerebro de gran tamaño. “A los 7,7 años su cerebro todavía estaba creciendo”, subraya.

El paleoantropólogo estadounidense Erik Trinkaus, de la Universidad Washington en San Luis (EE UU), aplaude el nuevo estudio, en el que no ha participado. “Es un trabajo muy bonito en un importante fósil neandertal, que refuerza lo que ya debería ser obvio desde hace tiempo: que las tasas y patrones de crecimiento neandertal rara vez difieren de las de los humanos modernos”, apunta.

“La conclusión evolutiva es que neandertales y sapiens básicamente compartimos un mismo modelo de crecimiento y desarrollo, posiblemente heredado de un antepasado común”, prosigue Rosas. Ese ancestro fue, posiblemente, el Homo antecessor de la sierra de Atapuerca, en Burgos. Especies anteriores, como el Homo ergaster que vivió en África hace unos 1,6 millones de años, crecían de manera veloz, como la inmensa mayoría de los animales. No necesitan años de aprendizaje, como el guaje.

https://elpais.com/elpais/2017/09/21/ciencia/1506013776_695158.html
 
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