Amantes, Seducción y Sufrimiento

Bombilla Bombilla, no te líes más mujer, que eso ya empieza a cantar.
¿Adónde explico yo (con mis palabras) que la amante de un casado solo lleva sufrimiento? Que no mujer, para algunas, cepillar al marido ajeno, es mejor que ir al parque de diversiones.....
Hay también aquellas, que piensan ser el amor exclusivo del susodicho....y que un día él dejará todo, para formar una nueva familia. Que también se vive de ilusión, no solo de Prozac.
Las esposas se casan pensando que van a ser el amor exclusivo de su marido.
El concepto de amante está muy pasado de moda, de cuando el matrimonio era indisoluble.
Hoy en día hay relaciones de pareja, de dos solteros, o de soltero y casada, de casado y soltera, de separado y separada, de divorciados, de hombres y mujeres o de hombres y hombres y mujeres y mujeres y en fin, cualquier combinación posible, hoy todo es posible; existe el divorcio y hay gente que se divorcia, si, aunque parezca mentira, y hay quien se vuelve a casar y se vuelve a divorciar o se juntan, o conviven, o cada uno en su casa y hacen planes juntos. En fin, existe todo y todos/as pasamos por situaciones distintas. Hay matrimonios con hijos o sin hijos, o con hijos de otras relaciones anteriores y hay personas que simplemente quieren tener una relación, no una familia. Por eso no entiendo que haya personas que cuando ven que su matrimonio se va al carajo se vuelven locas, maridos que matan a sus mujeres porque les van a dejar y esposas que entran en depresión e intentos de su***dio porque su marido se va con otra.
La vida son cuatro días y son para disfrutar, no para vivir culebrones.
 
Las esposas se casan pensando que van a ser el amor exclusivo de su marido.
El concepto de amante está muy pasado de moda, de cuando el matrimonio era indisoluble.
Hoy en día hay relaciones de pareja, de dos solteros, o de soltero y casada, de casado y soltera, de separado y separada, de divorciados, de hombres y mujeres o de hombres y hombres y mujeres y mujeres y en fin, cualquier combinación posible, hoy todo es posible; existe el divorcio y hay gente que se divorcia, si, aunque parezca mentira, y hay quien se vuelve a casar y se vuelve a divorciar o se juntan, o conviven, o cada uno en su casa y hacen planes juntos. En fin, existe todo y todos/as pasamos por situaciones distintas. Hay matrimonios con hijos o sin hijos, o con hijos de otras relaciones anteriores y hay personas que simplemente quieren tener una relación, no una familia. Por eso no entiendo que haya personas que cuando ven que su matrimonio se va al carajo se vuelven locas, maridos que matan a sus mujeres porque les van a dejar y esposas que entran en depresión e intentos de su***dio porque su marido se va con otra.
La vida son cuatro días y son para disfrutar, no para vivir culebrones.

Basta ver lo que la amante hizo al pobre Gabriel. El pequeño no merecia lo que le ha caido, ni mismo los padres, algo que no entra en la cabeza de una persona normal.
Yo creo que todo está en el daño Bombilla, en como las relaciones son formadas.
Sea por la mentira, por la manipulación, por engañar muchas veces a dos personas ofreciendo cosas que no son viables. Un cuerpo no puede estar en dos lugares al mismo tiempo.
Cuando hay honestidad, sinceridad, todo es más facil.
 
Basta ver lo que la amante hizo al pobre Gabriel. El pequeño no merecia lo que le ha caido, ni mismo los padres, algo que no entra en la cabeza de una persona normal.
Yo creo que todo está en el daño Bombilla, en como las relaciones son formadas.
Sea por la mentira, por la manipulación, por engañar muchas veces a dos personas ofreciendo cosas que no son viables. Un cuerpo no puede estar en dos lugares al mismo tiempo.
Cuando hay honestidad, sinceridad, todo es más facil.
O sea, que el matrimonio es indisoluble, que cuando uno y una se casan es para toda la vida y ya nunca nunca se pueden separar y tener otra relación.
Hija, qué antigua.
 
O sea, que el matrimonio es indisoluble, que cuando uno y una se casan es para toda la vida y ya nunca nunca se pueden separar y tener otra relación.
Hija, qué antigua.
No maja, tu solo entiendes lo que quieres....
Dije que todo puede ser realizado con la verdad.
Cuando uno en la relación es engañado, no hay relación.
Sea ella poliamor, triangulo o lo que sea....Hay engaño, mentira y una de las partes no está de acuerdo...hay un problema...
¿Antigua? jajajaaja No, que va, no soy mucho de Prozac jajajaja lo mío es más el deporte.
 
No maja, tu solo entiendes lo que quieres....
Dije que todo puede ser realizado con la verdad.
Cuando uno en la relación es engañado, no hay relación.
Sea ella poliamor, triangulo o lo que sea....Hay engaño, mentira y una de las partes no está de acuerdo...hay un problema...
¿Antigua? jajajaaja No, que va, no soy mucho de Prozac jajajaja lo mío es más el deporte.
Todo se sabe, cuando alguien no ve lo que hay es porque no quiere verlo.
 
Fenomenología de la infidelidad: anatomía de un engaño

Inmaculada Jauregui Balenciaga
Doctora en psicología clínica e investigación. Máster en psicoeducación y terapia breve estratégica

En general, para comprender los fenómenos humanos resulta importante situarlos en su contexto cultural y en este sentido, la infidelidad se inscribe en un marco cultural occidental y dentro de las relaciones amorosas monógamas. En este contexto cultural, destacan las relaciones amorosas exclusivas, es decir, basadas en un pacto más o menos tácito de exclusividad. A este tipo de relación le hemos dado el carácter intimista y de compromiso. Las relaciones amorosas, en este contexto, se basan en la confianza en la otra persona para mantener dicha exclusividad. Es decir, las personas depositan una confianza en la otra persona, se fían de la palabra del otro.

La fidelidad como valor, principio y pilar social, no es sólo exclusivo en las relaciones amorosas, sino en las relaciones en general, incluidas las comerciales. Así, dentro de este contexto se habla de fidelización. Este concepto hace referencia a la construcción de una relación estable, duradera y satisfactoria con las personas compradoras y usuarias de productos que se venden. También a nivel empresarial existen los contratos en exclusividad según los cuales las personas trabajadoras con ese tipo de contratos, no pueden trabajar para otra empresa o para sí mismas como autónomas.

Evidentemente, las influencias de otras culturas e incluso ciertas ideologías de corte “new age” pueden modificar algunas premisas. Pero lo cierto es que somos occidentales y la infidelidad afecta y mucho, porque en el fondo nuestro paradigma es y será occidental. No somos ni boskimanos ni musulmanes ni esquimales. La poligamia está legalmente penalizada en occidente. Vivimos inmersos en una cultura de la fidelidad.

Pero ¿qué es realmente fidelidad? En términos sentimentales, tal noción hace referencia a un acuerdo según el cual, las personas que forman una pareja, se comprometen a estar juntas sin que entre ellas dos haya otra persona que intime con cualquiera de los componentes de la pareja. En este sentido, fidelidad es sinónimo de compromiso y de respeto a las normas de convivencia socialmente admitidas; es sinónimo de civilidad.

En su sentido etimológico, fidelidad –fidelitas– significa observancia de la fe, lealtad, sinceridad, constancia en los afectos y cumplimiento de promesas. La fidelidad está profundamente enraizada en la cultura occidental desde tiempos históricamente antiguos y estrechamente vinculada a la religión como creadora de moral. En este sentido, tanto en la tradición judía como griega y romana, fidelidad o buena fe tiene varias acepciones como genuinidad, confiabilidad, constancia, honestidad, a conciencia, creencia, firmeza, seguridad, solidez, verdad. Para los romanos en particular, la fidelidad era la buena fe que debía presidir tanto las convenciones públicas de los pueblos como las transacciones privadas entre las personas. La sociedad medieval también se basó en la fidelidad, quizás más en el sentido de pertenencia y obediencia. Es en la sociedad moderna en donde la fidelidad, en tanto que confianza, es erigida en norma dentro de un nuevo marco relacional: el contrato social. El contrato, esa declaración objetiva y externa a las personas contratantes, es lo que va a regir las relaciones. El contrato representa la versión laica de la fidelidad (A. Martínez Marcos).

Por mucho que la sociedad haya evolucionado y que los valores estén en crisis, la sociedad sigue concediendo un valor fundamental a la fidelidad. Y en este sentido, la fidelidad, fiel a la tradición helénica y judeocristiana que nos precede, sigue significando lo mismo: permanencia, firmeza, constancia, autenticidad, respeto, responsabilidad, compromiso, lealtad, fe, cumplimiento y acatamiento de la norma. Representa una actitud que, además de ser ,tiene que vivirse.

El fenómeno de la infidelidad

En las sociedades occidentales postmodernas globalizadas actuales cuyo proceso de desestructuración y desmantelamiento de lo social ha invadido todos los ámbitos, las relaciones humanas se ven profundamente heridas, debido al debilitamiento de los vínculos humanos (Bauman, 2007). Las patologías del vínculo emergen de manera aguda. Estas patologías vinculares, representadas en pacientes narcisistas, límites, falso-yo –faux self– , personalidades múltiples, personalidad como sí, tienen todas algo en común: la dificultad de la representación psíquica (Lebrun, 2004). Estas nuevas enfermedades del alma características del sujeto moderno narcisista, suponen la falla en cuanto a la capacidad para simbolizar, para representar y por lo tanto, representan una involución respecto a la capacidad de pensar. Por ello en este tipo de patologías destacan tanto los acting-out y las somatizaciones. Los síntomas principales son, entre otros, la depresión, el no estar a la altura para hacer frente a una situación, el tener una autoestima muy devaluada, una disminución del deseo, creer no poder vivir sin el apoyo de otra persona. Siempre con el temor, la angustia y la ansiedad, estas personas tienden a imponer su demanda sin tener realmente un verdadero sentido de la culpabilidad pero, por el contrario, con un desmesurado sentimiento de vergüenza (Lebrun, 2004).

El registro narcisista o individualismo patológico también ha invadido todas las esferas de la vida humana, deshumanizándola a su paso. El narcisismo parece la “enfermedad de nuestro tiempo” (Lowen, 2000). Lo que se lleva ahora es lo light, lo cambiante, lo inconstante, lo infiel, lo líquido, lo incoherente, lo falso, la doble moral, la apariencia, la copia, la mentira, la falta de compromiso. En una sociedad líquida, nada puede solidificarse ni ser duradero: “nada puede permitirse perdurar más de lo debido” (Bauman, 2006).

Dentro de este contexto cultural y social que nos invade, la fidelidad sufre también su revés y la infidelidad cobra protagonismo en el último reducto de intimidad que le quedaba al ser humano. En este contexto, la infidelidad implica la ruptura –unilateral– de un pacto moral entre dos personas, realizado libremente y de manera consensuada. La infidelidad es un engaño porque la persona infiel miente y lo hace de manera consciente. Es una traición porque reniega de un compromiso de lealtad, porque defrauda haciendo lo contrario de lo que dice y una falta de compromiso porque se falla a la promesa de fidelidad. En este sentido cultural, la infidelidad parece hundir sus raíces en el registro narcisista: hacer lo que se quiere, cuando se quiere y con quien se quiere, sin pensar en el daño que puedo generar.

Lo que caracteriza al narcisismo es la evacuación de los sentimientos. Estos forman parte de la realidad básica de la vida humana. Perder el contacto con los sentimientos es perder el contacto con la realidad, lo que supone una forma de locura. Esta desconexión es un signo de enfermedad porque la persona está disociada de lo que siente. Esa vacuidad interior, esa depresión enmasacarada, ese bloqueo emocional; todo ello es sustituido por sensaciones. La realidad es sustituida por la sensación. Y basta con tener sensaciones hacia otra persona para justificar la infidelidad. La persona infiel no ha renunciado a su ego para formar un amor maduro. La infidelidad evoca una falla narcisista en las personas que realizan el acto puesto que ninguna de las dos muestra empatía hacia las personas a quienes traicionan. Ambas personas, que participan conscientemente en la infidelidad, se muestran incapaces de ponerse en el lugar de la persona traicionada. Su felicidad se cimenta sobre la violencia que supone sacrificar al chivo expiatorio, esto es, la o las víctimas, las cuales no saben ni deben saber nada. Las personas que participan en la infidelidad se vuelven frías, calculadoras, egocéntricas e incluso sádicas, puesto que saben que están haciendo daño y aún así, siguen adelante.

Profundizando y ahondando en los trastornos vinculares de corte narcisista, la infidelidad pertenece al ámbito de lo disfuncional, de lo patológico porque se basa en el secreto como forma de control: “Dejar a otro sin acceso a saber qué es lo que pasa equivale a tenerlo prisionero” (Gutman, 2012). No es gratuito dejar a alguien sin enterarse de una determinada realidad. ¿Para qué tanto esfuerzo en engañar, ocultar? La persona infiel es libre de irse, nada ni nadie la retiene. ¿Entonces? La persona infiel arrebata el acceso a la verdad y la persona víctima de la infidelidad, al no saber nada, no puede tomar decisiones.

El secreto de la infidelidad significa poner a parte de la realidad de pareja –alienar- y crear otra realidad de tipo alucinatoria; una nueva realidad separada, segregada para que no llame la atención y no pueda distinguirse ni analizarse. El secreto de la infidelidad no significa trascender hacia lo sagrado, separando de lo profano. Al contrario, el secreto de la infidelidad la convierte en tabú y desde ese momento, resulta imposible trascender lo profano, es decir, cambiar. El tabú roto, la infidelidad, es una violación de la ley de la pareja y de las relaciones sociales en general. Ello demuestra realmente una falta de fe, esto es, la imposibilidad por parte de la persona infiel de alcanzar la dimensión sacra y cambiar. La infidelidad es vaciar de sentido la vida en común. Lo único que queda de sagrado en la ruptura del tabú es la violencia, esto es, el sacrificio de la víctima (Girard, 1972). La infidelidad es un intento fallido de simbolizar la matanza de algo representado por, y encarnado en, la víctima. La persona infiel quiere, desea romper, pero como no rompe lo que debe romper ni con quien debe romper, proyecta esta frustración hacia su pareja y rompe violentamente a través del acto de la infidelidad. En este sentido, la infidelidad revela la patología caracterial, estrictamente individual de la persona infiel que no ha conseguido una autonomía y un desarrollo maduro; que se ha quedado anclado, bloqueado en una dependencia afectiva de carácter simbiótico, fusional con la ambivalencia que caracteriza a este tipo de relaciones. Este sacrificio de la pareja a través de la infidelidad tiene la función de calmar la violencia profundamente reprimida, visceral y así impedir que los verdaderos conflictos de la persona infiel, emerjan. Por ello, hay que entender la infidelidad no tanto desde la perspectiva triangular sino desde la binariedad, es decir, no es una cuestión de tres personas sino de dos. Dos personas se unen a sabiendas de estar haciendo daño a una tercera persona que resulta ser el chivo expiatorio, que une y cohesiona la pareja infiel. La pareja infiel está unida justamente por el sacrificio de esa persona; es una manera de matar simbólicamente a la persona objeto de infidelidad. Ninguno de los dos componentes de la pareja infiel construye. Ambos destruyen. Y sobre esa violencia destructiva asientan su amor narcisista y ponen en escena su alucinación.

La infidelidad deja de ser tal cuando el secreto se rompe, es decir, se desvela. En ese momento, la fantasía se desvanece, todo cae por su propio peso. El hechizo se ha roto. Ya nada vuelve a ser igual.

La infidelidad representa esa satisfacción fantástica del deseo insatisfecho en la realidad, ahondando aún más en esa herida profunda en la estima del sujeto, en su narcisismo. La persona infiel, al hacer real la fantasía, también elimina la realidad, la sustituye y lo fantaseado se convierte en real. En este sentido, la persona infiel actúa en modo huida, está como drogado, chutado, lleno de adrenalina y con todo un mundo de sensaciones que sustituyen a los sentimientos. La infidelidad parece funcionar a modo de antidepresivo, procurando una falsa sensación de evasión basada fundamentalmente en un autoengaño. La infidelidad no representa una realidad sino un alejamiento de la misma. Más ahonda en la infidelidad, más se pierde de sí misma y más profundamente se sumerge en la depresión. Depresión disociada, dislocada y por tanto no sentida y evadida, cayendo en esa espiral adictiva y evitante al mismo tiempo. La persona infiel está así instalada en el error, al cual ha llegado tras años de refugiarse en fantasías y para lo cual hace falta un grado de distorsión cognitiva fruto de su visión egocéntrica y egotista. En este sentido, la infidelidad supone un delirio no psicótico. El narcisismo de la persona infiel denota un grado de irrealidad y, por tanto, de locura puesto que “hay algo de locura en una persona que no conecta con la realidad de su propio ser” (Lowen, 2000).

La infidelidad refleja el debilitamiento de los lazos emocionales por parte de la persona infiel. Debilitamiento que se produce por la presencia cada vez mayor de algunos mecanismos de defensa como la negación, la escisión, la identificación proyectiva, la disociación, la represión. La fragmentación de la pareja parece, finalmente, la proyección externa de la fragmentación interior que vivencia la persona infiel. Esta situación de escisión interna hunde sus raíces en la imposibilidad, por parte de la persona infiel, de elaborar sus propios conflictos psicológicos relacionales; conflictos que los proyecta sobre su pareja y amante. En este sentido, la infidelidad funciona como el desplazamiento del síntoma; funciona como una fobia que no es otra cosa que un miedo desplazado. Supone cambiar algo sin cambiar nada; es cambiar el problema de sitio.

La infidelidad, ese acto profundamente egoísta e inmoral que no tiene en cuenta a la otra persona, representa un homicidio simbólico en grado de tentativa; golpea a la otredad sin conciencia. Así pues se trata de un acto profundamente consciente pues la persona sabe lo que hace ya que lo esconde. La infidelidad puede concebirse como un acto cruel porque se es consciente del daño que puede causar. La infidelidad es abandonar a la pareja.

La infidelidad pertenece al ámbito de la patología porque para ello hace falta que la persona infiel no tenga moral o la duerma. Le hace falta una doble moral para acallar sus propias contradicciones, entrando en juego toda una panoplia de distorsiones cognitivas con la finalidad de construir una disonancia cognitiva coherente para así poder vivir con ello.

La infidelidad, ese entramado de engaños, mentiras y secretos, rompe el tejido social; rompe el acuerdo de fidelidad y confianza: dos pilares básicos en las relaciones. La infidelidad pone en jaque la comunidad familiar porque “ya no hay referentes confiables” (Gutman, 2012).

La infidelidad, en este sentido, resulta ser un exorcismo que expulsa los demonios internos, en lugar de elaborarlos como una persona madura. La persona infiel es incapaz de reflexionar porque está como poseída, está como hipnotizada.

La infidelidad es una forma de violencia por parte de la persona infiel porque convierte a su pareja en un enemigo sobre quien proyectar sus propias dificultades.

La infidelidad es un acto arrogante, vanidoso. La persona infiel piensa que ese secreto se puede mantener sin que la otra persona se dé cuenta. Infravalora a la pareja tanto como se infravalora a sí mismo o ha sido infravalorado en alguna esfera de su vida. A través del secreto y la mentira, deliberadamente desorienta al cónyuge infidelizado.

Rompiendo algunos mitos

Alrededor de la infidelidad giran ciertos mitos que habría que deshacer porque empujan a errores y distorsiones cognitivas que confunden aún más la situación. El primero y quizás el más importante y extendido es que la infidelidad es cosa de pareja y por lo tanto, requiere de una terapia de pareja. Dentro de esta visión, se extiende la opinión de que el descubrimiento de la infidelidad puede llevar a un “blanqueamiento” de la misma, de la pareja, reactivándola e incluso mejorándola. Pero la realidad nos indica que no es así. Al contrario: la empeora.

Conviene explicitar y aclarar que las únicas personas responsables y por lo tanto a tratar, son las personas que participan de la infidelidad, esto es la persona que la comete y la persona amante, cómplice de la situación. Las únicas personas responsables son aquellas que rompen el compromiso y que mantienen oculta la situación, llevando una doble vida. Si bien la persona amante o tercera persona, no tiene compromiso con la pareja de su amante, es consciente de que no quisiera esa situación para sí misma y de hecho, si no reclama, sí ansía, más o menos secretamente, exclusividad. Por lo tanto, está faltando a su propio compromiso de buscar y obtener aquello que desea. Cela, envidia la situación de la pareja de su amante y en consecuencia, en vez de perseguir y conseguir aquello que desea y anhela, contribuye a la destrucción de aquello que quiere.

Al hilo de lo expuesto anteriormente, si la culpa no recae sobre la persona víctima de la infidelidad, las “razones” por las cuales la persona infiel lo es, tampoco pueden ser ni la monotonía, ni el aburrimiento, ni la falta de feedback positivo ni la falta de sexualidad, ni un vacío emocional, ni el decrecimiento del enamoramiento ni la insatisfacción emocional (Salomón, 2005). La única “causa” es la patología o el trastorno caracterial de la persona infiel que no es capaz de gestionar, de comunicar, de cambiar una situación que no le permite evolucionar como persona. La única causa es la incapacidad de la persona infiel para decir no, para hablar abiertamente de sus dificultades. La única causa es la falta de madurez para encarar y dar un giro a su vida sin faltar al compromiso y a los valores sociales. La única causa es su falta de asertividad. En su incapacidad para comunicar, hay en la persona infiel una involución, una regresión, una inmadurez.

Hay un error conceptual en el que se incurre fácilmente cuando se aborda el tema de la infidelidad y que rápidamente pasa a formar parte de la mitología: la poligamia y la monogamia. La infidelidad no tiene nada que ver con la monogamia o poligamia. El significado de fidelidad no concierne a las relaciones amorosas sino a las relaciones en general. Tiene que ver con la confianza, no con la sexualidad. Tiene que ver con el compromiso, con la lealtad, con la constancia y la coherencia; tiene que ver con la palabra. El ser humano es un ser de palabra: es lo único que tiene y si le falla la palabra, le falla la sociabilidad y las relaciones.

Concebir la infidelidad como una especie de afirmación o puesta en escena de un deseo de evolucionar y cambiar (Salomón, 2005) es falsificar la traumática y patológica realidad. Si la afirmación de la persona a través de su infidelidad genera daño a terceras personas, no es asertividad sino agresividad. Justamente, la evolución y civilidad pasan por la palabra y no por la traición, el engaño y la mentira.

Si la infidelidad es un síntoma, ello significa que algo no va bien en la persona. En tanto que síntoma, se trata de una manifestación subjetiva de una enfermedad y como tal, debe ser tratada. En este sentido, la infidelidad se circunscribe a la patología.

Esta y otras mitologías del estilo minimizan el traumático evento y, de alguna manera, culpan a la víctima de su situación, disculpando a la persona verdaderamente responsable: la persona infiel.

La culpa y la responsabilidad de la infidelidad, en sentido estricto, solo la tiene la persona que es infiel y que falta al compromiso de lealtad y falla a la pareja. La culpa y la responsabilidad de la infidelidad es de quien no comunica, de quien miente, de quien abandona, de quien se separa. De quien no sabe gestionar los conflictos, si es que existen, de quien rompe el vínculo. En un sentido más amplio, también la responsabilidad revierte sobre la amante, persona que alimenta el ego, la disociación, la fuga de su amante a costa de sí misma.

En cuanto a la persona víctima de infidelidad, hay que dejar claro que ella no tiene porqué sospechar nada ni intuir nada. La relación está basada en la confianza y por lo tanto ninguno de los componentes de la pareja tiene que estar obligado a estar en alerta o tener ideas paranoides sobre la posibilidad de que le traicionen. La traición, según el acuerdo más o menos tácito de fidelidad, no tiene cabida. Por lo tanto, estar en pareja pensando en esa posibilidad sería considerado como un rasgo patológico, llamado celos. Por ello, tampoco la persona traicionada ha idealizado a su pareja o se ha negado a ver algo que era evidente. Es imposible ver la realidad si te la niegan, ocultan, disfrazan, tachando a esta persona de celosa y acusándola de “ver cosas donde no hay”. Hay que recordar que un rasgo característico de la infidelidad es su negación y su ocultación, mismo si las pruebas están ahí. La famosa frase “esto no es lo que parece” caracteriza realmente la infidelidad. En este sentido, el factor sorpresa, es decir, el hecho de que la persona víctima de infidelidad no se lo espere, hace de la infidelidad un hecho emocionalmente muy traumático.

La persona infiel

La persona infiel, a través de la infidelidad, separa la ambivalencia relacional, encarnando la pareja todo lo malo y la amante todo lo bueno. La relación con la pareja se convierte en una relación de amor-odio, de la cual no puede ni separarse ni convivir. Así se produce la escisión mental o disociación. El delirio en este caso es un error en el que la persona vive “consecuencia de una dislocación, en la que un objeto interno (representación, interpretación, deseo, sentimiento, etc.) es colocado en el espacio exterior” (Castilla del Pino, 1997).

La persona infiel, a través de la infidelidad, restaura la pérdida de objeto narcisista y evita así caer en la melancolía. Castración inconsciente para el sujeto y que, en tanto que pérdida, oscurece el vitalismo de ese yo, enfermándolo hasta hacer aparecer una patología narcisista depresiva. En este sentido, el interés de vivir ha sido puesto en el objeto amado, el narcisismo ha sido proyectado quedando vacío de libido. Si se pierde el objeto amado, se pierde a sí mismo. Es como si la persona infiel, durante posiblemente años, ha vivido en esa sombra que le ha oscurecido. La melancolía subyacente de la persona infiel pone de manifiesto su incapacidad de amar. En parte, posiblemente debido a esta identificación, la persona infiel no acaba de abandonar a su pareja ya que ello sería abandonarse a sí mismo.

En este contexto melancólico, la infidelidad, para la persona infiel, representa así el todo perfecto. La persona infiel está en su grandiosidad, en la omnipotencia. La persona infiel está en el delirio, en la fantasía. La persona infiel está en el error: está firmemente convencido de que ama a la persona del amante. La razón de su “evidencia” está en la sensación de realidad que le proporciona la alucinación. Pero lo que realmente ocurre es que vive en una perpetua confusión. La persona infiel confunde fantasía con realidad, pasado con presente; situación con persona, exterior con interior, pasión con amor. La infidelidad tiene la estructura psicológica de una alucinación porque se viven sensaciones de enamoramiento. La nueva pareja parece una continuación de la antigua. En esta nueva pareja, se exaltan, se exageran los sentimientos. La persona infiel está en pleno apogeo teatral, en el climax de la obra, su propia obra, la cual es condimentada con trazos histriónicos que evidencian el vacío y la vacuidad narcisista de los componentes de la misma. En este sentido, y al hilo de la dinámica psicológica de la persona infiel, la situación se asemeja enormemente a la adicción donde los sentimientos son sustituidos por sensaciones y los deseos por necesidades. Su enamoramiento, ese estado alterado de conciencia, con carácter temporal, efímero, transitorio, tiene una fuerte dosis de irrealidad por estar basado en una ilusión, en una fascinación exagerada, teatralizada. La amante se convierte en su droga, su chute, su dosis. La vacuidad es temporalmente sustituida por la sensación de lleno, sensación histrionizada para así camuflar la depresión subyacente a tal estado psicológico, semejante a la euforia.

A través de la infidelidad, la persona infiel cree ganar autoestima y posiblemente la gana momentáneamente porque se siente elegida. Su narcisismo parece repararse; es el síndrome del elegido. Su impotencia y frustración se tornan omnipotencia y realización. En esta producción fantástica, el sujeto construye un yo, falso, que le hace actuar como él debiera ser en la realidad fantaseada y que no puede ser. Se trata de un yo suficiente, omnipotente, majestuoso.

Pero en el fondo, la persona infiel no hace sino agrandar su psicopatología, su profunda herida narcisista, su melancolía. Porque todo lo que sube baja y en la misma proporción. Así, para que la persona infiel realice la infidelidad requiere de unos mecanismos de defensa para poder pasar al acto. El primer y más importante es la negación. El segundo, la disociación. Es este mecanismo el que permite que la persona infiel pueda llevar esa doble vida. El tercero es el desplazamiento. La persona infiel desplaza su verdadero conflicto que es interno y lo deposita en la persona de su pareja. Después, a través del mecanismo de la identificación proyectiva, proyecta sobre ella todos sus fantasmas, todos sus conflictos. En su cabeza se produce una escisión entre la persona buena, la amante, y la persona mala, la pareja. Como la persona infiel no sabe gestionar sus propios conflictos, los expulsa, los echa y los vierte hacia el otro. La persona infiel eyecta sus propios conflictos internos hacia afuera, proyectándolos en su pareja; en el fondo, le culpa de su situación. A través de la infidelidad, la persona infiel muestra su propia fragmentación interior. Su identidad está rota como consecuencia de esa imposibilidad de elaborar tensiones, ansiedades y conflictos únicamente ubicados en la persona infiel que es la que ha roto la comunicación. La persona infiel hace tiempo que mantiene en funcionamiento todos estos mecanismos de defensa psicológica, es decir, hace tiempo que la escisión se encuentra funcionando dentro de la persona infiel, escisión que culmina en la infidelidad como fin de un proceso de separación iniciado meses o incluso años antes. En este sentido, la infidelidad expresa el fracaso en la persona infiel y una crisis consecuentemente en sus modos habituales de “manejarse” en las relaciones.

La persona infiel lleva separada de su pareja desde hace tiempo y la infidelidad materializa esta realidad de abandono y separación. Pero se trata de una separación traumática en la cual el vínculo es roto unilateralmente, en silencio, sin que la otra persona lo sepa. En este sentido, la persona infiel atenta a los cimientos de la relación, rompe la comunidad familiar, rompe el vínculo. Daña el acuerdo inicial, haciendo tambalear la estructura de la relación.

La persona infiel se disocia de su moral, de su vida, de sus sentimientos, de sus emociones, de sus percepciones. Si bien la persona infiel, posiblemente, no es consciente de su dinámica fantasiosa como no es consciente de toda su problemática psicológica, de su narcisismo, de su depresión, de sus mecanismos de defensa, de su alucinación delirante, de su megalomanía, si es consciente, en todo momento, de que está haciendo mal y, de hecho, acalla la conciencia con justificaciones diversas y actos compulsivos. La persona infiel comienza a retirarse de su mundo habitual y vive en su mundo retraído sin importarle las consecuencias de sus actos. Su vida comienza a centrarse alrededor de una sola cosa: la infidelidad. Todo su mundo se desvanece. La infidelidad se ha vuelto obsesiva. No hay nada más.

La persona infiel, muchas veces, se siente herida en su orgullo; tiene una falla narcisista. Puede ocurrir que se sienta inferior a su pareja o que no esté a su altura y esté enfadada por ello. También puede ocurrir que sienta envidia de su pareja. Ocurre también que la persona infiel plantea la relación en términos de poder o de dominación. En la persona infiel se puede llegar a observar problemas identitarios y falta de reconocimiento social, es decir, la persona infiel, de alguna manera, ha dimitido de su vida, ha tirado la toalla; hace tiempo que dejó de evolucionar y responder a su propio proceso de autorrealización. Ese proceso fue abortado. La persona infiel va progresivamente materializando una depresión enmascarada en su falta de iniciativa y de acción. Toda esta inacción va generando una gran frustración e impotencia. La vida de los demás continúa pero la suya parece haberse parado o estancado.

La persona infiel tiende a controlar la relación a través del silencio, la mentira y la ocultación. Se trata, en general, de una persona inmadura, con serias dificultades en la comunicación. No ha resuelto psicológicamente muchos de los conflictos familiares vividos en su infancia y adolescencia. El triangulo que se forma en la infidelidad parece ser mas la representación simbólica de una escena familiar no superada, es decir, la infidelidad es un teatro, una puesta en escena, una representación de un trauma pasado de la persona infiel. Es su neurosis realizada, actuada. Es un pasaje al acto en el cual se mata a la persona que obstaculiza la realización del ideal del yo. El ego de la persona infiel está herido y para superar esa herida, en vez de esforzarse, luchar y afrontar, la persona infiel echa la culpa a su pareja y se separa de ella buscando un sustituto, alcanzando así su zenit. Ya tiene ese escenario en donde se representa el enamoramiento, ese estado alterado de conciencia transitorio por el cual la persona está en lo álgido. En estos momentos la persona infiel tiene poder; su narcisismo está curado. Tenemos un ego inflado que tarde o temprano caerá tan bajo como alto ha subido.

La persona infiel está a disgusto con su vida en general, con su profesión en concreto o con otras facetas de su vida. Se siente impotente por no atreverse a cambiar la realidad porque tiene miedo y en vez de cambiar la realidad, cambia la percepción de ésta a través del subidón que provoca la infidelidad. A través de la infidelidad, la persona infiel convierte la impotencia en omnipotencia, su ego herido en superego; un ego grandioso, admirado. La realidad es que la persona se hace más pequeña, más impotente.

La infidelidad para la persona infiel es una fantasía, una huida de la realidad que necesita para realizarse –al igual que en las recaídas adictivas–, una autojustificación, un autoengaño. Por eso, la persona infiel no es capaz de separarse, de afrontar la realidad, la cual lleva siendo ocultada desde hace tiempo. La persona infiel deja de hablar, de participar en la vida cotidiana de la pareja. Ha sufrido profundas heridas en su ego y no es capaz de elaborarlas, de cicatrizar sus heridas de otra manera que haciendo daño y profanando la relación. También está presente el espectro ansioso-depresivo, ya que el mundo construido se desvanece.

La persona infiel es rígida e insegura. Tiende a evitar los cambios; no acepta el continuo cambiar de la vida y se aferra al pasado. Hay algo de melancólico y depresivo en la infidelidad y por parte de la persona infiel. Los conflictos interiores sin resolver se acumulan. Así, la infidelidad se revela como un antidepresivo; como la cocaína que se mete para que la noche no decaiga. La persona infiel ha acumulado mucha frustración personal a lo largo de muchos años. Lleva así años bloqueada, anclada en un pasado sin solución. Está enquistada y la infidelidad parece obligarle a mover ficha. La infidelidad no es una acción sino una reacción. La infidelidad equivale a una borrachera, a un colocón. Luego vendrá la resaca, la culpa, el arrepentimiento, la depresión y la ansiedad.

Siguiendo la mitología, la infidelidad representa una bofetada hacia la pareja, Eco, porque Narciso ya no se ve en el otro; porque ya no ve en la pareja ni admiración ni seducción. La depresión, esa cara oculta de Narciso, se torna agresión externa para así evitar ser vivenciada. La persona infiel castiga a su pareja por haber cambiado, por vivir en la realidad, por haberlo abandonado, por haberlo perdido. La persona infiel revela una fuerte resistencia a madurar. La persona infiel retrocede a la adolescencia y su silencio es su forma de controlar. Si la persona infiel no está a gusto ¿por qué no deja a la pareja? Porque la necesita y esa es la auténtica paradoja de la persona infiel. En la infidelidad no confluyen problemas de pareja sino problemas psicológicos individuales de aquella persona que es infiel y de aquella persona, la otra, que mantiene y alimenta la infidelidad. Parece más una “folie-à- deux”, es decir, una alucinación compartida por individuos social o físicamente aislados o con poca interacción con otras personas. En este sentido, la infidelidad sería esa locura compartida que justamente tiene lugar gracias al aislamiento y el secreto.

Buscar las causas de la infidelidad, particularmente dentro de la pareja, es echar balones fuera y sobre todo justificar algo del todo injustificable. Es lo que se denomina “sesgo a posteriori” (Hallinan, 2009). De manera divulgativa, es una manera de culpar a alguien o atribuir erróneamente la culpa a otra persona.

La única persona responsable de la infidelidad es la persona que es infiel. En el apartado anterior ya he esbozado algunos errores cognitivos en forma de creencias irracionales al respecto. La pareja puede estar en crisis, puede vivir monotonía, puede haber problemas sexuales u otras carencias. Pero una vez más, eso debe arreglarse dentro de la pareja y la persona infiel, si está mal, debe responsablemente dar cuenta a su cónyuge de su situación. Debe comunicar. Si no lo hace, la causa de la infidelidad está, única y exclusivamente, en ella. Sus problemas estrictamente personales son la única causa de su infidelidad. Si queremos comprender el fenómeno de la infidelidad, hay que situar el problema en su sitio: en la persona infiel.

En cuanto a los móviles de la infidelidad no es el deseo de otras experiencias, ni el aburrimiento, ni la soledad afectiva, ni los cambios biográficos, entre otros. Estos “móviles” no son sino falsas justificaciones para una acción cuyo móvil está única y exclusivamente en la incapacidad de la persona infiel para gestionar sus propios problemas. La persona infiel viene arrastrando trastornos caracteriales fruto de su trayectoria afectiva individual enquistada, bloqueada, no resuelta. Al igual que la persona adicta, la persona infiel se conduce huyendo de afrontar sus propios problemas, sus propias carencias. A través de la infidelidad, la persona infiel se anestesia, se droga, altera su conciencia para así evitar alterar su realidad. También en modo adictivo, la persona infiel es impulsiva y no sopesa las consecuencias de sus actos. También adictivamente, la infidelidad se vuelve obsesiva y monotemática, al punto de plantearse dejarlo todo para vivir “la aventura”. También, como la persona adicta, la persona infiel cree ser libre por creerse estar sin ataduras, por salirse de las leyes humanas del compromiso, la palabra, la implicación. Cree que puede hacer lo que le da la gana, cuando le da la gana y como le da la gana, pero recordemos que no deja hacer lo mismo a la persona víctima de su infidelidad, puesto que la ha condenado al silencio.

No es una relación igualitaria o, cuanto menos, simétrica. La persona víctima de infidelidad no puede, debido al engaño, tomar ninguna decisión respecto a la pareja. La persona víctima de la infidelidad no puede defenderse. El ataque es por sorpresa y con alevosía.

Se trata de una relación asimétrica, de una relación desigual, en donde predomina una voluntad desinformativa por parte de la persona infiel. En este sentido, la infidelidad es una forma de violencia directa [1]. Es una bofetada por parte de la persona infiel, es un golpe bajo. La persona infiel es consciente en todo momento de lo que está haciendo. Sabe del daño que puede causar pero no lo evita. La crueldad de la infidelidad está en el hecho de no pararla a pesar de la consciencia del daño. La infidelidad es un caso de heteroagresividad. La persona infiel está enfadada, frustrada probablemente consigo misma, pero la paga con su pareja. En el fondo, consciente o inconscientemente, le culpa a ella de sus propias desgracias. La infidelidad pone de manifiesto el tipo de vinculación que hay en la pareja: dominación. Se trata de una relación en la que, al menos la persona infiel, vive en una perpetua lucha de poder. La persona infiel domina y controla la relación desde el momento en que deja a su pareja sin acceso a la información. La persona infiel manipula a su antojo la realidad vincular. Ella se arroga el derecho a decidir qué decir y qué ocultar.

La persona infiel somete a su pareja a una distancia emocional, a una frialdad y desdén, a una cierta deshumanización, a una cierta cosificación; de alguna manera, la petrifica. Este proceso de petrificación simboliza el castigo por haber desobedecido la ley divina de no parar para no mirar atrás ¿De qué ley hablamos en el caso de la infidelidad? ¿Qué ley ha podido desobedecer, vulnerar, la persona víctima de infidelidad? ¿No mirarle lo suficientemente? A través de la clínica, he podido ver que muchas personas que han sido infieles lo han sido en parte tras múltiples cambios en la pareja, por los cuales la persona infiel ha dejado de ser la protagonista. Parece como si la persona víctima de infidelidad haya dejado de servir de espejo de la persona infiel y ya no le devuelve esa imagen perfecta, exitosa e idílica. La persona víctima de infidelidad parece ya no reflejar en la persona infiel esa perfección. Parece que tiene “otras cosas de las que ocuparse”.

El pasaje al acto (acting out), al igual que la adicción, no puede hacerse sin una justificación interna que permita abrir la veda. Este proceso psicológico se hace a través de todo un entramado de errores cognitivos, creencias irracionales y mecanismos de defensa que justifican la infidelidad. En definitiva, la persona infiel construye un entramado de trampas mentales que le conduce al delirio.

Para tomar conciencia de lo que no funciona en la pareja, para resolver una crisis de pareja, no es necesario ser infiel. Si las personas que componen la pareja son maduras, serán capaces de hablar y solucionarlo. Pero basta con que uno de los dos componentes sea inmaduro para que esa inmadurez revierta en la pareja. La infidelidad no quiere decir que la relación no esté bien cimentada; quien no está bien cimentada es la persona infiel.

La infidelidad no es una crisis de pareja y, por lo tanto, tampoco es una oportunidad para el cambio. Esto es, la infidelidad no indica que algo está fallando en la relación. Trasladar la infidelidad a la relación es desplazar el verdadero problema, convirtiéndose en cómplice de la persona infiel. Algo falla sí, pero solamente en la persona que engaña, no en la relación. Si la relación no funciona es porque la persona infiel ha faltado a su palabra, a su compromiso. Porque la persona infiel no ha sido capaz de hablar cuando estaba mal, de acudir a un profesional si la situación lo requería. Por lo tanto, el problema de la infidelidad no es relacional ni intersubjetivo sino individual y, por lo tanto, el tratamiento terapéutico también debe ser orientado a la incapacidad individual del sujeto infiel para gestionar sus problemas psicológicos no resueltos. La infidelidad no es un problema sistémico, pero sí afecta al sistema completo, sea éste la pareja o la familia.

La infidelidad parece más un acto regresivo, involutivo, una vuelta a la infancia, etapa caracterizada por la no palabra (in-fans). La infidelidad es una modalidad infantil, inmadura, de “abordar” los propios problemas. La persona infiel, para estar bien ella, hace daño a otra persona. La persona infiel tiene un problema en el autocontrol de sus impulsos. La infidelidad lo único que pone claramente de manifiesto es que la persona infiel tiene déficits en sus habilidades sociales. El primero y más evidente es la comunicación. La persona infiel no sabe comunicar porque ha decidido no hablar. También tiene un problema con el control. No dar información es tener el control en la pareja, es dominarla. Entre otros déficits, está la empatía. La persona infiel está tan imbuida en sí misma que es incapaz de ponerse en el lugar del otro. Sólo piensa en sí misma y su felicidad es a acosta de la de su pareja. Además, dado que la infidelidad es una huida, la persona carece de habilidades para resolver sus propios problemas de manera satisfactoria. La infidelidad resulta ser una tapadera, una distracción, para evitar hacer frente a los verdaderos problemas. La infidelidad, en este sentido, es una auténtica resistencia al cambio. La persona infiel se anestesia, se chuta para así no sentir su verdadero vacío, sus insatisfacciones, sus frustraciones. La persona infiel parece estar prisionera de sí misma, de su propia rigidez, de no haber hecho lo que realmente deseaba. Y la infidelidad representa la fuga perfecta: la fantasía hecha realidad. En definitiva, un acto compensatorio, un acting out [2].

La persona infiel pone en marcha una serie de mecanismos patológicos que dan una visión distorsionada de sí misma. Dichos mecanismos tienen la finalidad de suprimir el autojuicio moral, de desarrollar creencias que posibiliten continuar mintiendo, de justificar las acciones, de sesgar cognitivamente la motivación y así suplir su pobre autoimagen con la admiración y atención de otras personas como la amante. De todos, el mecanismo más evidente parece ser la disociación. A través de este mecanismo, la persona infiel se distancia física y emocionalmente de su entorno, perdiendo de vista la realidad. La persona infiel sueña despierta y confunde sueño con realidad. La disociación hace referencia a una sintomatología donde los elementos inaceptables son eliminados de la autoimagen, negados a la conciencia. Se trata de un mecanismo de defensa para escindir de la psique, elementos disruptivos (molestos) del yo (Steinberg, 2002). Por lo que, en consecuencia, estos elementos disruptivos se eyectan fuera. La persona infiel culpa al exterior y también pone en el exterior su salvación: algo o alguien va a sacar a la persona infiel de donde está, de ese insoportable vacío interior. Si gran parte de lo psicológico se expulsa fuera, lo que se queda dentro es la conciencia de que está haciendo mal, que también será anulada, permitiendo continuar en el error, en la fantasía. Es una manera de desresponsabilizarse de sus actos y así responsabilizar a otras personas. Por eso se escinde y así no se asume el propio fracaso. La persona infiel se coloca fuera de la pareja. En realidad, todo lo pone fuera, incluida también la solución. Todo lo proyecta fuera, porque no puede mirarse para adentro, porque si se mirase para adentro, se vería el error en el que esta persona vive. Y esa es en realidad la doble vida. Este proceso de distorsión cognitiva parece producirse antes y durante la infidelidad, pudiéndose extender incluso después, una vez descubierta la infidelidad.

La persona infiel, como su nombre lo indica, infidelis, es una persona que ha perdido la fe, que no cree, que es incapaz de transcender de su yo a un nosotros. En este sentido, la persona infiel rechaza los principios de la comunidad, de la pareja para permanecer anclada en su ego, en su individualidad. Es incapaz de renunciar a su narcisismo para aceptar las reglas de la comunidad; es incapaz de intimidad, de darse, de entregarse. La persona infiel rechaza la ley, que en el caso de la pareja, es la fidelidad, la confianza, la comunicación. En este sentido, la persona infiel es aquella que está fuera de la ley, que vive en su propio mundo y con sus propias reglas, de igual modo que actúa el delincuente. De ahí que se oculte, mienta, manipule, transgreda.

La “nueva pareja”: la figura del amante

La persona infiel utiliza a la persona con la que es infiel –su nueva pareja–. La utiliza para reequilibrar su propia balanza. La nueva pareja se convierte en cómplice de esa mentira, participa y se nutre de ella; acepta ese “compromiso” a medias, lo que también delata la existencia de dificultades personales en ella. Una de las habilidades de las que carece esta nueva pareja es la empatía. Ella sabe que está haciendo daño, que su situación es irregular pero aún así sigue adelante, siendo cómplice de las mentiras, de los silencios, de la ocultación. Ello demuestra que la falla es de tipo narcisista: ¿será ella la elegida? La vanidad se muestra en estos casos en su punto más álgido. Es el cuento de Blancanieves hecho realidad. Es como si la nueva pareja supusiese el complemento narcisista perfecto. Es la otra cara de la falla narcisista de la persona infiel. Ambos dos se nutren narcisisticamente. Por fin, Narciso ha encontrado al Eco perfecto, el perfecto reflejo de su imagen, el espejo que le devuelve su imagen agrandada, admirada, gracias a la cual seguirá sobreviviendo y viviendo en la tierra de nunca jamás. Y, por otra parte, Eco podrá estar con él, siempre y cuando su papel quede relegado a repetir lo que Narciso dice. En esos momentos entra en juego el complejo del elegido y aquí es donde el ego de la persona amante se infla aún más si cabe. La persona infiel actúa de espejo que confirma a su “nueva pareja” que es la más bella, la más perfecta, la mejor. En este sentido, también la persona infiel está siendo narcisisticamente utilizada, investida. Ambas fallas narcisistas parecen mostrarse complementarias.

La figura de la amante encarna la eterna disposición, la pareja sin demandas ni exigencias. La figura de la amante, en este sentido, también está cosificada. Está condenada a jugar un rol, un papel. Pero condenada a la soledad y a la imposibilidad relacional. También esta persona es víctima de la infidelidad, ya que también ella es engañada. La diferencia es que lo sabe y lo acepta. En gran parte, esta persona se autoengaña, se miente a sí misma ilusionándose con una fantasía que no ocurrirá. ¿Quién es esta persona? ¿Quién acepta este tipo de condiciones? En este tipo de relaciones, la persona cómplice de la infidelidad, o amante, parece tener un patrón disfuncional en la forma de relacionarse. De corte más bien masoquista, la figura de amante parece funcionar bajo la máxima de existir a través del sufrimiento. Sentimientos inconscientes de culpa, baja autoestima, actitudes y comportamientos de corte neurótico parecen dominar la vida de estas personas.

En esta nueva relación se anula el principio de realidad para dejarse dominar por el principio de irrealidad, lo que convierte a esta “nueva relación” en una relación patológica y tóxica. Y por supuesto, el secreto parece ser el ingrediente fundamental que cohesiona y pega a la nueva pareja. Una pareja cimentada en la versatilidad, la inestabilidad, en el sacrificio del chivo expiatorio, en el silencio de la complicidad en el crimen de matar a una pareja para crear otra. Para seguir en esta relación, una relación en la que la figura del amante es la segunda, la madrastra de Blancanieves, hace falta toda una distorsión cognitiva, toda una serie de autoengaños y así anestesiar lo que realmente está haciendo y poder justificárselo ante sí misma, evitando los remordimientos y la culpabilidad por el daño que causa. Esta situación pone en evidencia también en esta nueva pareja su propia falla narcisista, porque su felicidad es a costa de otra persona. Estas personas también carecen de autocontrol porque no sopesan las consecuencias de sus actos. ¿Qué tipo de persona acepta una situación así? ¿Qué tipo de falla psicológica presenta? ¿Qué carencias afectivas presenta para aceptar esa situación? ¿Quién quiere ser la otra? La envidia ha sido siempre una profunda motivación humana: tener lo que otra persona tiene. El sentimiento de envidia parece esconder un profundo y oculto sentimiento de inferioridad por no tener aquello que se estima ideal. La envidia en el adulto representa una reminiscencia del mundo infantil, de un narcisismo no transcendido, no madurado. Esta persona parece tener una estructura de personalidad masoquista puesto que vive en el sufrimiento de no tener ni ser lo que desearía: la primera dama. Es una reina sin trono. Vive oculta, como un fantasma, en la sombra; carece de reconocimiento. Su narcisismo está oculto [3] y, a la vez, resulta complementario al narcisismo de su pareja que lo “tiene” todo. El único reconocimiento le viene por el hecho de ser la otra. En otras palabras, es la perversión del reconocimiento, su negativo: “Espejito, espejito ¿quién es la más guapa?”

A nivel psicopatológico, también utiliza los mismos mecanismos de defensa que su Narciso: disociación, distorsión cognitiva, identificación proyectiva, envidia. La falta de empatía de esta reina sin trono reside en el hecho de que es consciente de que hace daño. En muchos casos, además de envidiar a la pareja oficial, tiene celos. Se pregunta qué tiene la pareja que no tiene ella. Ella es solo la doble, la copia; no el original. La sombra necesita del astro rey para brillar porque no tiene luz propia. La sombra no es más que una proyección del sol al encontrarse con un obstáculo. En efecto, Narciso proyecta sobre su amante sus propias proyecciones y conflictos psicológicos sin resolver.

La otra, la amante, entra también en juegos imaginarios de poder. Accede al amor por rivalidad. Poder, rivalidad, envidia… todo ello nos remite, una vez más, al espectro narcisista, a conflictos psicológicos más profundos que han hecho de ella, no una persona completa, sino la otra.
 
Y ¿por qué no admitir que el matrimonio con esa persona es un error, que ha encontrado la felicidad con otra persona y romper el vínculo sin dramatismo?


Muchas veces esa felicidad encontrada no es más que hormonal, pasional, sexual, el click de iniciar algo novedoso, otro cuerpo, otra piel, una seducción mutua nueva donde no ha sobrevenido la rutina ni la convivencia diaria ni los problemas. Si te das cuenta puedes haber experimentado exactamente lo mismo con tu pareja años antes cuando os conocisteis....y también muchas veces es activar la rueda de " quiero volver a sentir lo que sentía antes"
 
Muchas veces esa felicidad encontrada no es más que hormonal, pasional, sexual, el click de iniciar algo novedoso, otro cuerpo, otra piel, una seducción mutua nueva donde no ha sobrevenido la rutina ni la convivencia diaria ni los problemas. Si te das cuenta puedes haber experimentado exactamente lo mismo con tu pareja años antes cuando os conocisteis....y también muchas veces es activar la rueda de " quiero volver a sentir lo que sentía antes"
Bueno, pero todo vale para ser feliz. Las hormonas y todo eso alegran la vida mucho más que compartir problemas. Qué le gusta a la gente compartir problemas, a mi lo que me gusta es compartir alegrías, hormonas, seducción, piel y todo eso.
Eso de compartir problemas y tal es la excusa para soportar una relación que ya no se soporta.
 
Bueno, pero todo vale para ser feliz. Las hormonas y todo eso alegran la vida mucho más que compartir problemas. Qué le gusta a la gente compartir problemas, a mi lo que me gusta es compartir alegrías, hormonas, seducción, piel y todo eso.
Eso de compartir problemas y tal es la excusa para soportar una relación que ya no se soporta.


Bueno, estoy de acuerdo y no estoy de acuerdo.
Me explico, coincido contigo en que compartir alegrias, piel y seducción es lo más, pero cuando esa relación avanza y se asienta, los problemas llegan, irremediablemente. Si a la minima que ese problema, sea por carácter, familias, hijos y mil cosas más que surgen en una convivencia, te agria hasta el punto de romper una relación buscando de nuevo la alegria y la jarana, desde luego madurez no demuestras. El amor es compartir y superar problemas.
El s*x* y la seducción es efimero, y no siempre son la base de amor verdadero.
Obviamente el feeling, la chispa, las hormonas, la pasión, te tiran hacia el lado salvaje e irracional, quienes lo han experimentado ( lo hemos experimentado) lo sabemos, pero y después? Es imposible mantener esa sensación para siempre, se convierte en otra cosa, no peor, pero otra cosa.
 
Bueno, estoy de acuerdo y no estoy de acuerdo.
Me explico, coincido contigo en que compartir alegrias, piel y seducción es lo más, pero cuando esa relación avanza y se asienta, los problemas llegan, irremediablemente. Si a la minima que ese problema, sea por carácter, familias, hijos y mil cosas más que surgen en una convivencia, te agria hasta el punto de romper una relación buscando de nuevo la alegria y la jarana, desde luego madurez no demuestras. El amor es compartir y superar problemas.
El s*x* y la seducción es efimero, y no siempre son la base de amor verdadero.
Obviamente el feeling, la chispa, las hormonas, la pasión, te tiran hacia el lado salvaje e irracional, quienes lo han experimentado ( lo hemos experimentado) lo sabemos, pero y después? Es imposible mantener esa sensación para siempre, se convierte en otra cosa, no peor, pero otra cosa.
Bueno, el caso es que la gente cambia de pareja, se separa, encuentran la felicidad en otra persona y el discurso de la madurez, la fidelidad, el compromiso pues está muy bien, pero al final cada uno hace lo que le parece. La gente se junta, se separa, cambia de casa, cambia de trabajo, de amigos, hasta de religión, porque la vida es así por muchos discursos que se hagan.
 

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