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Otro extracto:
Nos recibió la regenta de la Casa del Rey y nos introdujeron en un salón de unos ochenta metros cuadrados don de al fin respiramos. Allí estaban Paloma, Chus, Erika y su novio Antonio Vigo, y Telma. Lo de su novio Antonio Vigo lo digo para aclarar, pues desde ese momento ambos, Erika y Antonio, eran los señores de Vigo, marido y mujer a los ojos de nuestra puritana prensa.
Paloma y Chus intentaban conversar con naturalidad, a pesar de que hacia tres años que no se veían El odio se puede transformar en complicidad. Todo depende de los intereses de cada uno.
Nos unió inmediatamente el instinto de protección pero, a pesar de los intentos por parecer serenos, nos contagiábamos del nerviosismo los unos a los otros e intercambiábamos frases inocuas para llenar los silencios.
-Jo, que guapa vas.
-Te veo muy bien.
-Que nervios, ¿eh?
-Ay, si
-Espera, que te coloco bien el cuello de la camisa.
Antonio Vigo, pareja de Erika, se arrimo a mi enseguida. Es un tío sencillo y muy tímido y, por alguna razón que desconozco, yo siempre le he inspirado seguridad. Tampoco es que yo sea el americano impasible de Graham Green, pero me sentí en el deber de relajar un poco a Antonio, que jamas en su vida se habría enfundado en traje y corbata, y empece a dirigirle comentarios insulsos, a los que el respondía con una sonrisa pétrea y forzada. Todos mis esfuerzos, y mi fingido aplomo se vinieron abajo cuando entro en la sala... firmes!...el jefe de protocolo de la Casa del Rey. Es un hombre de 1,80 de estatura, ni delgado ni grueso, con aspecto impecable y un pelo bastante cómico La calvicie inunda la parte central de su cráneo e intenta disimularlo a lo Anasagasti, peinándose desde el lateral izquierdo hacia el derecho unos largos mechones. Hablar con el produce un cierto azoramiento, pues la vista se te va irremediablemente hacia su peinado, como sucede con las mujeres de pecho demasiado exuberante.
- Buenas tardes. ¿Como están? - sonreía melifluo y a cada frase juntaba delicadamente las palmas de las manos ate el pecho, como dando palmadas sordas. Es un hombre beatifico, amable, camarlengo que rebosa por sus poros paz y sosiego, como un jesuita-. Dentro de unos minutos van a acceder a la estancia varios familiares de Sus Majestades los Reyes de España -dijo estas cuatro palabras con mayúsculas. Después entraran los hijos de Sus Majestades, su Alteza el Príncipe don Felipe y su prometida y, finalmente, Sus Majestades.
Siguió su larga perorata rogándonos que, delante de las cámaras deberíamos también saludar a Letizia agachando la cabeza o con genuflexion. Ahí empece a cabrearme con tanto protocolo. ¿Que sensación te queda en el cuerpo cuando te llega un señor que no conoces de nada y te ordena que agaches la cabeza ante tu prima? Yo nunca lo he hecho ni lo haré. Yo no agacho la cabeza ante nadie.
- Por favor, estén tranquilos -termino el caballero- Trátenlos con la mayor naturalidad posible. Sobre todo, normalidad y naturalidad.
El famulo real hizo un breve gesto de cortesía hacia nosotros y salio. Y en ese momento empezó el cachondeo. Por lo menos para quien viera aquella escena con cierta distancia. Como la observábamos Patricia y yo. Tras un silencio no demasiado extenso, Paloma quiso tomar la voz cantante. Y se dirigió a nosotros como una maestra de escuela frente a unos alumnos indisciplinados.
- Bueno, bueno. Cuando estemos ante los reyes, las chicas tenemos que hacerle la genuflexion y los chicos la inclinación de cabeza. No mucho. Así -e inclino primero levemente la cabeza y después practico el real agachamiento femenino.
- Claro, claro. La genuflexion - corroboro no se quien, como si llevara haciendo genuflexiones toda la vida.
Y entonces todas las mujeres se pusieron a ensayar la genuflexion. Y los hombres la inclinación de cabeza. Patricia me miraba asombrada o quizás a punto de decir: "Vaya gilipollas".
Mis tías y primas practicaban la genuflexion como muñecas con las pilas aceleradas, unas se agachaban mas y otras menos, y se daban explicaciones entre ellas y se corregían con la autoridad de quien ha estado toda la vida saludando a altezas reales, e intercambiaban explicaciones muy versadas unos con otros.
- Que no. Que no. Que no te agaches tanto. Tienes que agacharte pero que no se te note tanto, que parece que te vas a arrodillar.
- No tienes ni idea. No se hace tan para arriba. Se hace así. Mira. Así.
En aquel gran salón de techos altísimos parecían una banda de patos intentando bailar El lago de los cisnes, incómodos en su papel y embutidos en unas galas que no habían lucido nunca. Hablaban serios. Concentrados y muy nerviosos. Habían convertido la genuflexion y la inclinación de cabeza en una cuestión de Estado, como si de esa ridiculez dependiera el mantenimiento de la monarquía O lo que es peor, como si de la pericia en el gesto dependiera el lograr o no que Letizia se casara con Felipe, con todas las ventajas futuras que eso podía conllevar. Durante aquel extenso instante, nadie revivió la viejas bromas republicanas bañadas de exabruptos hacia la monarquía, tan habituales en otros tiempos entre los Ortiz y los Rocasolano.