ACTORES-ACTRICES

ENTREVISTA
Helen Mirren: "No es cómodo llevar corsé todo el día"

JIM OWENS
8 MAR. 2018 18:07

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La actriz inglesa 'revive' en la cinta de terror 'Winchester' la vida de una enigmática viuda en una masión embrujada


En San José, en el estado de California, se ubica una misteriosa y enorme mansión con más de 500 habitaciones. La mandó construir a finales del siglo XIX Sarah Winchester, viuda del creador del rifle de repetición. Desde entonces, su fama de mansión embrujada no ha dejado de crecer. En Winchester, Helen Mirren (Londres, 1945) interpreta a esta misteriosa mujer en una cinta de terror en la que Jason Clarke encarna a un doctor que intenta evaluar el estado mental de tan enigmática señora mientras asiste a fenómenos sin explicación.


¿Qué opina de un personaje tan singular como fue Sarah Winchester?
Hay mucha mitología alrededor de Sarah Winchester. Es lógico cuando vemos que, en aquella época, mandó construir una casa como ésta en una zona en la que no había nada. Si a eso le unimos que ella siempre iba vestida de negro y que sus vecinos no la veían nunca, entiendo que generara tanta leyenda a su alrededor.

¿Qué sensación da rodar en un decorado que imita a la perfección la casa real?
Ha sido curioso pasear por una copia tan fiel a la casa real, en la que se reconstruyeron sus habitaciones, escaleras y pasillos. Miraras donde miraras, siempre había algún detalle que te llamaba la atención. En realidad, es como una obra de arte que no estuviera limitada por unas normas.





Dirigen la cinta los hermanos Spierig, responsables de largometrajes como Daybreakers o Saw VIII...
Para dirigir una película así se necesita una comprensión profunda a nivel psicológico de la persona con la que compartes tarea. En su caso, es más fuerte al ser gemelos. Rodar con ellos ha sido como hablar con una misma persona con dos voces diferentes.

¿Y cómo ha sido compartir escenas junto a Jason Clarke?
Jason, además de trabajar duro, es una persona que te hacer reír. En cuanto a su papel, destacaría que su personaje y el mío protagonizan una especie de combate a medio camino entre lo racional y lo espiritual.

¿Le ayudó a meterse en la piel de su personaje llevar vestidos de época?
El trabajo realizado por los responsables del vestuario ha sido impresionante. Aunque he de decir que no es cómodo llevar corsé todo el día. Lo bueno es que ya lo había hecho antes muchas veces...


http://www.elmundo.es/metropoli/cine/2018/03/08/5aa16ce746163fae0c8b4576.html


 
La trágica muerte del eterno perdedor de Hollywood
Se cumplen cuatro décadas desde que un cáncer de pulmón terminó con la vida de John Cazale, el mítico Fredo de «El Padrino», el primer gran amor de Meryl Streep y el único actor que ha conseguido que todas sus películas fueran nominadas en la categoría reina de los Oscar
Lucía M. Cabanelas
Redactora
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Actualizado12/03/2018 a las 15:49

Vividor empedernido, fumaba y bebía en cantidades industriales. Eterno secundario, se movía como si tuviera todo el tiempo del mundo por delante, conocedor de la clandestinidad a la que relegan los segundos planos. Era lento porque disfrutaba de cada instante, de cada secuencia, de su química en el escenario con Meryl Streep, Pacino o De Niro, sin ser consciente de que el tiempo se le escurría entre los dedos. Así lo hizo hasta que empezó a escupir sangre, el primer síntoma de su prematura muerte a los 42 años, de la que este lunes se cumplen cuatro décadas.


John Cazale
John Cazale murió como James Dean, dejando pocas películas atrás pero una huella imborrable en la industria. Paradójicamente, su calma le fue arrebatada de forma fulminante, cuando un cáncer de pulmón frenó de forma repentina su fulgurante trayectoria. Y, pese a sus logros, su nombre apenas es un resuello en los anales de la historia del cine, muy lejos de lo que estaba llamado a ser, un actor legendario.

«Ibas a cenar con él y tú terminabas, te lavabas los dientes y te ibas a la cama antes de que él acabara el primer plato. Luego sacaba el puro. Lo encendía, lo miraba, lo probaba y por fin se lo fumaba», recordó su amigo Al Pacino en el documental «Descubriendo a John Cazale». Se conocieron cuando trabajaban en una empresa petrolera antes de despuntar en la interpretación, y a partir de entonces fueron inseparables, dentro y fuera de la pantalla. «Otra vez tú. Te conozco», le soltó el oscarizado actor cuando se volvieron a encontrar en «El indio quiere el Bronx», una obra de Israel Horovitz, la primera de varias colaboraciones juntos. Gracias a otro trabajo con el director teatral, «La cola», que protagonizaba junto a Richard Dreyfuss, llegaría la segunda: Cazale llamó la atención de Francis Ford Coppola, que creyó ver en él a alguien a quien siempre habían pasado por encima, ideal para encarnar a Fredo, pese a la antagónica descripción que Mario Puzo hizo del mayor de los hijos de Vito Corleone. Y no se equivocó.

«Macho alfa fracasado»
John Cazale no se parecía a ningún otro actor de Hollywood. Era espigado, con una gran frente y una incipiente calva. No era el típico actor del que el público salía hablando sin parar al terminar la película, como sucedía con sus colegas Robert de Niro o Pacino. Si ellos representaban el atractivo y la arrogancia de la nueva generación de Hollywood, él era «la cara B de la masculinidad estadounidense», el mayor exponente de la «filosofía del perdedor». Y sin embargo, de su piel cetrina supuraba talento. «Cuando John fijaba sus ojos hundidos en algo, podía parecer tan lastimado y desesperado como un perro moribundo», le describe el periodista Michael Schulman en «Meryl Streep. Siempre ella» (Ediciones Península, 2018). Una vulnerabilidad que Cazale imprimía en sus personajes, pocos pero potentes, que terminarían haciendo historia como él, sin apenas hacer ruido.



Sin inmutarse, podía transmitir debilidad, cobardía, vergüenza o miedo.
Podía transformar al más débil del grupo en lo mejor de la película.



«Tenía un profundo conocimiento de que en el fondo de cada persona había algún tipo de dolor. Se percibía que estaba un poco dañado y lo convertía en arte», cuenta Shulman que le dijo en una entrevista Robyn Goodman, mujer de su amigo Walter McGuinn. Una filosofía con la que su relación más icónica, Meryl Streep, agradeció hace un año su último Globo de Oro: «Coge tu corazón roto y conviértelo en arte».

Ese dolor que perseguía y manejaba Cazale a su antojo resuena en su Fredo de «El Padrino», cuando con su traje amarillo mostaza y las gafas de sol se hace pasar por un pez gordo con las chicas mientras empina el codo en Las Vegas. También en Stan, el bufón del grupo de amigos de «El cazador», «el macho alfa fracasado», como resumió el director del filme Michael Cimino. «Sin inmutarse, podía transmitir debilidad, cobardía, vergüenza o miedo. John podía transformar al más débil del grupo en lo mejor de la película, siempre que se prestara atención», cuenta el editor de «The New Yorker».
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Se ganó a su ídolo, Marlon Brando, que repitió una toma cuando disparan a Vito Corleone en la calle para disfrutar del italoamericano. «Brando tenía en tanta consideración a John que volvió a tumbarse junto a la acera para que John pudiera actuar cerca de él. Era, por así decirlo, el mayor de los cumplidos», reconoció el director Marvin Starkman en una entrevista con Schulzman. Pacino, por su parte, se deshacía en elogios hacia su amigo, que según él le había inspirado mucho: «Aprendí más de interpretación de él que de cualquier otra persona. Todo lo que quería hacer era trabajar con John el resto de mi vida», dijo en 2003 en «Entertainment Weeckly».



Es el único actor en la historia que ha logrado que todas sus películas estuviesen nominadas en la categoría reina de los Oscar. Él nunca fue candidato.


Robert de Niro también se incorporó a la pandilla, después de coincidir con el actor en dos películas. Cuenta la leyenda que fue él quien costeó el seguro del Cazale enfermo, para que los productores no impidiesen su participación en «El cazador», aunque él sigue siendo ambiguo al respecto: «Estaba más grave de lo que pensábamos, pero yo quería que saliese en la película». Sus escenas se rodaron las primeras, apurados por el progresivo declive de Cazale. Después de excederse en el presupuesto y de miles de polémicas, la película se estrenó y batió a «El regreso» en los Oscar, donde Meryl Streep consiguió su primera nominación. Pero Cazale no estaba para verlo.

El amor de su vida
En esa reputada lista de adeptos, Meryl Streep iba en cabeza. Se conocieron en la adaptación teatral de Shakespeare «Medida por medida», donde la mutua atracción sexual sobre las tablas se hizo evidente hasta para los críticos de teatro. Casi le doblaba la edad y, sin embargo, se convirtió en el primer gran amor de la actriz, y también en su más traumática pérdida.

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Streep y Cazale en «El cazador»
Para costear las facturas médicas de Cazale, Streep firmó su primer papel en televisión, en la serie «Holocausto»; para estar junto a él, ya agonizante, aceptó convertirse en la cajera Linda de «El cazador», «la olvidada en el guión y también en las vidas de los demás personajes», llegó a afirmar la propia intérprete. Por Cazale, la considerada como la mejor actriz viva interpretó su mejor papel, mostrando un optimismo que no sentía. «Cuando vi a esa chica allí (en el hospital) con él, pensé que no había nada igual. Eso es lo importante para mí. Por muy buena que sea en su trabajo, eso es lo que recuerdo siempre que pienso en ella», dijo Pacino décadas después de su muerte.



Al Pacino, sobre Meryl Streep: «Cuando la vi en el hospital con Cazale, pensé que no había nada igual. Por muy buena que sea en su trabajo, eso es lo que recuerdo de ella».


Pero pese a la admiración que le profesaban leyendas del cine, nunca fue reconocido por la Academia de Hollywood, que olvidó nominarlo junto a alguna de sus películas. Una exigua, y a veces olvidada, filmografía que, sin embargo, no impidió que lograra un récord todavía imbatido: todos sus filmes (cinco) fueron nominados en la categoría reina de los Oscar.

La madrugada del 12 de marzo de 1978, Cazale cerró los ojos definitivamente. La rabia y la conmoción suplieron por un tiempo el vacío que dejaba su pérdida. En el funeral, diferentes personalidades del espectáculo le rindieron su homenaje. Horovitz, impulsor inconsciente de su fama, escribió en su elegía: «John Cazale solo sucede una vez en la vida. Fue una invención, una pequeña perfección. No sorprende que sus amigos sientan tanto enfado al despertarse de su sueño para descubrir que Cazale descansa con reyes y consejeros, con Booth y Kean, con Jimmy Dean, con Bernhardt, Guitry y Duse, con Stanislavski, con Groucho, Benny y Allen (...) Nos deja, a su público que tanto le quiere, el recuerdo de su gran calma, su silenciosa espera, su amor por la buena música, su afición por los chistes malos, el absurdo límite del bosque que era su nacimiento del pelo, la rodaja de sandía que era su sonrisa. Era inolvidable».

http://www.abc.es/play/cine/noticia...te-del-eterno-perdedor-de-hollywood&ns_fee=21
 
Daniel Radcliffe: la estrella que no guarda sus millones en el banco
Después de Harry Potter, el destino le ofrecía al actor dos opciones: autodestruirse o convertirse en un tipo interesante. Ha hecho lo segundo

BRENDA OTERO
Londres 13 MAR 2018

Daniel Radcliffe, fotografiado en exclusiva para ICON en Londres: viste chaqueta y pantalón Bottega Veneta, camiseta Louis Vuitton y zapatillas Ermenegildo Zegna. En vídeo, el tráiler de su última película, 'Jungle'. MATTHEW BROOKES/ SANTI RODRÍGUEZ


VIDEO:https://elpais.com/elpais/2018/03/06/icon/1520353649_830887.html


Es curioso cómo algunas imágenes se quedan grabadas en la cabeza. Han pasado ocho años desde la última entrega de Harry Potter, pero aún seguimos viendo a
Daniel Radcliffe (Londres, 1989) como un niño. Su barba resulta rara y dan ganas de afearle los cigarrillos que fuma cada poco. Ni el tiempo ni su determinación consiguen borrar ese aire de primero de la clase que rodea al actor. De hecho, llega al estudio del este de Londres donde tiene lugar esta entrevista y la sesión de fotos con los deberes hechos: una playlist de música indie (prepara una diferente para cada sesión) y las referencias fotográficas bien aprendidas.

“Cuando James Dean se levantó el cuello de la chaqueta en Times Square sabía perfectamente que en las siguientes décadas sería imitado. Dean: tres películas, dos nominaciones al Oscar. Nada mal”, comenta al fotógrafo Matthew Brookes mientras repite el gesto frente al objetivo. Radcliffe aún no ha sido nominado, pero nadie puede acusarle de conformista. Ha interpretado a un cadáver flatulento y con priapismo, a un neonazi,
al poeta beatnik Allen Ginsberg; se ha desnudado en los escenarios de Londres. Pero es difícil que cualquier proyecto iguale al niño mago, una de las sagas cinematográficas con más éxito de la historia.

Es una lotería, y una condena. Se dice que la franquicia le ha procurado una fortuna de 84 millones de euros, pero sus trabajos posteriores han tenido tan poca repercusión que se ha hablado de “La maldición de Harry Potter”. Pero él sigue a lo suyo. Presentándose a todos y cada uno de los miembros del equipo de la sesión de fotos para ICON con un “hola, soy Dan”, como si no estuviésemos allí por él. Y trabajando en lo que le da la santa gana.

Su nueva aventura cinematográfica
es La jungla (sin fecha de estreno todavía), la historia real de un israelí perdido en 1981 en la selva amazónica. El rodaje fue bastante complicado. Cámaras transportadas a lomos de burros por la jungla colombiana y Radcliffe adelgazando hasta quedarse en los huesos.

¿Costó recuperarse del rodaje? Cuando pierdes tanto peso, pasan cosas raras. Te empiezan a decir lo bien que estás. Y aunque sean comentarios bienintencionados, te confundes y crees que siempre has de estar así de delgado. Mentalmente cuesta reajustarse. Pero en el fondo es muy satisfactorio usar la energía física, agotarse en un rodaje, algo que no experimento a menudo como actor.

Le van los retos. Existen retos específicos, como imitar acentos o aprender a bailar, pero el mayor es mantener la fe en lo que hago y en cómo dirijo mi carrera.

¿Cómo elige sus proyectos? El guion tiene que gustarme y he de pensar que voy a pasarlo bien en el rodaje. Entonces lo hago, porque, la verdad, puedo escoger. La mayoría de mis amigos actores no tienen otra opción que aceptar un guion de mierda si pagan bien. Es agradable no estar en su posición.

¿Y qué le atrajo de La jungla? Me pareció muy conmovedor lo difícil que resulta que alguien se deje morir. Ya sea en la guerra, o en regímenes tiránicos, es difícil hacer que alguien deje de intentar vivir. Dice mucho sobre el espíritu humano.




El actor perdió mucho peso durante el rodaje de ‘La jungla’ en Colombia y aún no lo ha recuperado. En la foto viste abrigo con doble costura y camisa Bottega Veneta. MATTHEW BROOKES/SANTI RODRÍGUEZ



¿Es larga la sombra de Potter? El único momento en el que me afecta es cuando interpreto a un personaje con gafas. Necesito 30 modelos diferentes para elegir y asegurarme de que son muy cuadradas, no redondas como las de Harry.

¿Echa de menos la espontaneidad o la aventura? No lo sé, nunca las he experimentado, así que no puedo extrañarlas. No me quejo. Es lo mismo que cuando me preguntan si no me arrepiento de no haber ido a la Universidad. Quizás no pueda marcharme mañana mismo de mochilero por Asia, como hacen mis amigos, pero también vivo muchas cosas guais que ellos nunca experimentarán.

Además, deben reconocerle en todas partes. Sí, sí, ¡siempre! Cuando alguien me dice “ven, nadie sabrá quién eres”, pienso: “Aún no he visitado ese lugar”. Digamos que soy bastante famoso.

¿Qué es lo que más le apasiona de su trabajo? Cuando una película va bien, te sientes parte de un equipo y es muy emocionante. Siempre recomiendo a los actores que empiezan que no se vean como alguien independiente. Lo pasas mucho mejor colaborando.

Radcliffe habla muy rápido y con mucho entusiasmo. Tiene una mirada enorme e intensa, y está acompañado de su agente, Vanessa Davies; su asistente personal, Spencer Solomon, que empezó a trabajar con él como su profesor de baile en su primer musical de Broadway, y Sam (así, sin apellido), su guardaespaldas, que luce un físico de estrella de cine. Ahí están siempre, ayudándole discretamente. “Somos una familia, odiamos la idea del séquito”, dice Davies, a la que Daniel conoce desde que tiene diez años. “No le gusta nada que le doren la píldora”, continúa. “Muchos actores, sobre todo los jóvenes, necesitan elogios y que les den siempre la razón, pero Dan no es inseguro”.


Dicen los que le conocen que valora la honestidad. A no ser que tengas tanto talento como las
hermanas Fanning, si empiezas tan joven como yo no vas a mejorar profesionalmente si no recibes críticas.

¿Entonces hace caso de las reseñas?Solía leer los comentarios en Internet, aunque mentía sobre ello todo el rato. En cada entrevista insistía en que no, pero lo hacía, no sé muy bien por qué. Paré hace dos años y soy más feliz. Aunque una película tenga un 99 % de buenas críticas, es la única mala la que se te queda grabada. Ahora sé que lo único que puedo controlar es lo que hago en el plató. Es liberador saber
que hay haters que te odian sin razón y que hagas lo que hagas nunca cambiarán de opinión.

¿Qué es eso de “el test Michael Fassbender”? ¡Fue hace algún tiempo! Un amigo director y yo estábamos debatiendo si hacer un anuncio relacionado con el filme que acabábamos de rodar. Nos hubiera dado publicidad, pero él dijo: “¿Ves a
Fassbender haciendo eso?”. La respuesta fue “no”, y no lo hicimos. Admiro la manera en la que Michael Fassbender ha construido su carrera.

¿Admira a algún actor joven? Christian Bale: nos olvidamos que estaba trabajando con Spielberg a los nueve años. Elijah Wood, Tobey Maguire o Jodie Foster. Siento un gran respeto y admiración por todo el que empieza joven y recibe un montón de mierda, como Miley Cyrus.

Si alguien quiere el morbo de historias de juguetes rotos, que no lo busque en Radcliffe. El actor es un tipo con la cabeza bien amueblada, un entorno estable, y sin más vicios que el café cargado y el tabaco. Dejó el alcohol tras la última entrega de Potter, porque le hacía cambiar (a quién no) y, según él mismo, se le fue la mano con la bebida durante el rodaje.

¿Cómo fue su transición a la madurez profesional? Tuve suerte. Hay casos como el de Lindsay Lohan o
Macaulay Culkin en los que ves que durante una etapa tenían que entender qué significa no ser niño ni adulto. A mí me ayudó que amo la profesión. Hay otros actores jóvenes que se han convertido de golpe en el miembro de su familia con más dinero y los demás viven de ellos. A los 18 años no saben si seguir actuando porque les gusta o porque tienen a seis personas que dependen de ellos. Mis padres tenían trabajo propio y, además, hasta en mis peores momentos adolescentes disfrutaba trabajando. Esa fue mi salvación.

Su madre nunca le desveló cuánto dinero ganaba usted. Hasta que cumplí 19 años no me lo dijo. Sabía que me pagaban bien, básicamente porque todos los periodistas me preguntaban qué hacía con tanto dinero. Mi madre tomó una buena decisión.

Y ahí va la pregunta: ¿en qué se lo gasta ahora? Lo invierto, porque me han dicho que no lo deje en el banco. Compro libros. A veces, alguno antiguo. Podría gastarme mucho dinero en libros raros del siglo XIV. No tengo coche, pero compro muchos billetes de avión porque mi novia vive en Estados Unidos [lleva seis años saliendo con la actriz Erin Darke] y nunca estamos más de tres semanas sin vernos.

¿Cómo ha vivido el escándalo de Harvey Wenstein? Estoy asqueado y admiro a las mujeres que han denunciado. Lo veo como parte de un problema más amplio en el cine. Cuando algunos profesionales llegan a un cierto nivel, piensan que pueden hacer lo que quieren sin tener que rendir cuentas a nadie. Espero que nadie vuelva a creerlo.

¿Conoce a Wenstein? Nunca he trabajado con él, pero amigas actrices decían que da mucha grima. Todo el mundo sabía que Harvey era un bully[abusón]. Mi padre, exagente de actores, contaba que su asistente vivía aterrorizado. Pero, lamentablemente, las historias de profesionales que tratan mal a otros son habituales en la industria. La cultura de acoso sexual es la misma que permite que a los actores se les vaya la olla y lancen cosas a los asistentes de dirección o que traten mal a sus propios colegas. Espero que esto contribuya a destruir esa estúpida jerarquía. Hay que dejar de alabar a actores, directores y productores que se creen superiores al resto.

¿Cómo era usted de niño? Algo cuadriculado. Regañaba a los niños que hacían muecas a la cámara, porque hacían perder el tiempo al equipo. La única vez que me porté mal fue cuando me reí de un chaval que vino a un casting para el papel de Malfoy y dijo su nombre a lo James Bond. ¡Se me escapó una carcajada mientras él hacía la audición! Aún me siento culpable.

¿Qué quiere hacer a partir de ahora? Estoy rodando una comedia, la serie de televisión Miracle workers, tengo ganas de que el público me vea en ese registro. He escrito guiones que espero llevar a cabo en los próximos dos años. Trabajo en una adaptación con un par de amigos. Y espero dedicarme a dirigir. He trabajado con muy buenos directores y espero hacer lo mismo con otros actores.







 
La trágica muerte del eterno perdedor de Hollywood
Se cumplen cuatro décadas desde que un cáncer de pulmón terminó con la vida de John Cazale, el mítico Fredo de «El Padrino», el primer gran amor de Meryl Streep y el único actor que ha conseguido que todas sus películas fueran nominadas en la categoría reina de los Oscar
Lucía M. Cabanelas
Redactora
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Actualizado12/03/2018 a las 15:49

Vividor empedernido, fumaba y bebía en cantidades industriales. Eterno secundario, se movía como si tuviera todo el tiempo del mundo por delante, conocedor de la clandestinidad a la que relegan los segundos planos. Era lento porque disfrutaba de cada instante, de cada secuencia, de su química en el escenario con Meryl Streep, Pacino o De Niro, sin ser consciente de que el tiempo se le escurría entre los dedos. Así lo hizo hasta que empezó a escupir sangre, el primer síntoma de su prematura muerte a los 42 años, de la que este lunes se cumplen cuatro décadas.


John Cazale
John Cazale murió como James Dean, dejando pocas películas atrás pero una huella imborrable en la industria. Paradójicamente, su calma le fue arrebatada de forma fulminante, cuando un cáncer de pulmón frenó de forma repentina su fulgurante trayectoria. Y, pese a sus logros, su nombre apenas es un resuello en los anales de la historia del cine, muy lejos de lo que estaba llamado a ser, un actor legendario.

«Ibas a cenar con él y tú terminabas, te lavabas los dientes y te ibas a la cama antes de que él acabara el primer plato. Luego sacaba el puro. Lo encendía, lo miraba, lo probaba y por fin se lo fumaba», recordó su amigo Al Pacino en el documental «Descubriendo a John Cazale». Se conocieron cuando trabajaban en una empresa petrolera antes de despuntar en la interpretación, y a partir de entonces fueron inseparables, dentro y fuera de la pantalla. «Otra vez tú. Te conozco», le soltó el oscarizado actor cuando se volvieron a encontrar en «El indio quiere el Bronx», una obra de Israel Horovitz, la primera de varias colaboraciones juntos. Gracias a otro trabajo con el director teatral, «La cola», que protagonizaba junto a Richard Dreyfuss, llegaría la segunda: Cazale llamó la atención de Francis Ford Coppola, que creyó ver en él a alguien a quien siempre habían pasado por encima, ideal para encarnar a Fredo, pese a la antagónica descripción que Mario Puzo hizo del mayor de los hijos de Vito Corleone. Y no se equivocó.

«Macho alfa fracasado»
John Cazale no se parecía a ningún otro actor de Hollywood. Era espigado, con una gran frente y una incipiente calva. No era el típico actor del que el público salía hablando sin parar al terminar la película, como sucedía con sus colegas Robert de Niro o Pacino. Si ellos representaban el atractivo y la arrogancia de la nueva generación de Hollywood, él era «la cara B de la masculinidad estadounidense», el mayor exponente de la «filosofía del perdedor». Y sin embargo, de su piel cetrina supuraba talento. «Cuando John fijaba sus ojos hundidos en algo, podía parecer tan lastimado y desesperado como un perro moribundo», le describe el periodista Michael Schulman en «Meryl Streep. Siempre ella» (Ediciones Península, 2018). Una vulnerabilidad que Cazale imprimía en sus personajes, pocos pero potentes, que terminarían haciendo historia como él, sin apenas hacer ruido.



Sin inmutarse, podía transmitir debilidad, cobardía, vergüenza o miedo.
Podía transformar al más débil del grupo en lo mejor de la película.



«Tenía un profundo conocimiento de que en el fondo de cada persona había algún tipo de dolor. Se percibía que estaba un poco dañado y lo convertía en arte», cuenta Shulman que le dijo en una entrevista Robyn Goodman, mujer de su amigo Walter McGuinn. Una filosofía con la que su relación más icónica, Meryl Streep, agradeció hace un año su último Globo de Oro: «Coge tu corazón roto y conviértelo en arte».

Ese dolor que perseguía y manejaba Cazale a su antojo resuena en su Fredo de «El Padrino», cuando con su traje amarillo mostaza y las gafas de sol se hace pasar por un pez gordo con las chicas mientras empina el codo en Las Vegas. También en Stan, el bufón del grupo de amigos de «El cazador», «el macho alfa fracasado», como resumió el director del filme Michael Cimino. «Sin inmutarse, podía transmitir debilidad, cobardía, vergüenza o miedo. John podía transformar al más débil del grupo en lo mejor de la película, siempre que se prestara atención», cuenta el editor de «The New Yorker».
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Se ganó a su ídolo, Marlon Brando, que repitió una toma cuando disparan a Vito Corleone en la calle para disfrutar del italoamericano. «Brando tenía en tanta consideración a John que volvió a tumbarse junto a la acera para que John pudiera actuar cerca de él. Era, por así decirlo, el mayor de los cumplidos», reconoció el director Marvin Starkman en una entrevista con Schulzman. Pacino, por su parte, se deshacía en elogios hacia su amigo, que según él le había inspirado mucho: «Aprendí más de interpretación de él que de cualquier otra persona. Todo lo que quería hacer era trabajar con John el resto de mi vida», dijo en 2003 en «Entertainment Weeckly».



Es el único actor en la historia que ha logrado que todas sus películas estuviesen nominadas en la categoría reina de los Oscar. Él nunca fue candidato.


Robert de Niro también se incorporó a la pandilla, después de coincidir con el actor en dos películas. Cuenta la leyenda que fue él quien costeó el seguro del Cazale enfermo, para que los productores no impidiesen su participación en «El cazador», aunque él sigue siendo ambiguo al respecto: «Estaba más grave de lo que pensábamos, pero yo quería que saliese en la película». Sus escenas se rodaron las primeras, apurados por el progresivo declive de Cazale. Después de excederse en el presupuesto y de miles de polémicas, la película se estrenó y batió a «El regreso» en los Oscar, donde Meryl Streep consiguió su primera nominación. Pero Cazale no estaba para verlo.

El amor de su vida
En esa reputada lista de adeptos, Meryl Streep iba en cabeza. Se conocieron en la adaptación teatral de Shakespeare «Medida por medida», donde la mutua atracción sexual sobre las tablas se hizo evidente hasta para los críticos de teatro. Casi le doblaba la edad y, sin embargo, se convirtió en el primer gran amor de la actriz, y también en su más traumática pérdida.

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Streep y Cazale en «El cazador»
Para costear las facturas médicas de Cazale, Streep firmó su primer papel en televisión, en la serie «Holocausto»; para estar junto a él, ya agonizante, aceptó convertirse en la cajera Linda de «El cazador», «la olvidada en el guión y también en las vidas de los demás personajes», llegó a afirmar la propia intérprete. Por Cazale, la considerada como la mejor actriz viva interpretó su mejor papel, mostrando un optimismo que no sentía. «Cuando vi a esa chica allí (en el hospital) con él, pensé que no había nada igual. Eso es lo importante para mí. Por muy buena que sea en su trabajo, eso es lo que recuerdo siempre que pienso en ella», dijo Pacino décadas después de su muerte.



Al Pacino, sobre Meryl Streep: «Cuando la vi en el hospital con Cazale, pensé que no había nada igual. Por muy buena que sea en su trabajo, eso es lo que recuerdo de ella».


Pero pese a la admiración que le profesaban leyendas del cine, nunca fue reconocido por la Academia de Hollywood, que olvidó nominarlo junto a alguna de sus películas. Una exigua, y a veces olvidada, filmografía que, sin embargo, no impidió que lograra un récord todavía imbatido: todos sus filmes (cinco) fueron nominados en la categoría reina de los Oscar.

La madrugada del 12 de marzo de 1978, Cazale cerró los ojos definitivamente. La rabia y la conmoción suplieron por un tiempo el vacío que dejaba su pérdida. En el funeral, diferentes personalidades del espectáculo le rindieron su homenaje. Horovitz, impulsor inconsciente de su fama, escribió en su elegía: «John Cazale solo sucede una vez en la vida. Fue una invención, una pequeña perfección. No sorprende que sus amigos sientan tanto enfado al despertarse de su sueño para descubrir que Cazale descansa con reyes y consejeros, con Booth y Kean, con Jimmy Dean, con Bernhardt, Guitry y Duse, con Stanislavski, con Groucho, Benny y Allen (...) Nos deja, a su público que tanto le quiere, el recuerdo de su gran calma, su silenciosa espera, su amor por la buena música, su afición por los chistes malos, el absurdo límite del bosque que era su nacimiento del pelo, la rodaja de sandía que era su sonrisa. Era inolvidable».

http://www.abc.es/play/cine/noticia...te-del-eterno-perdedor-de-hollywood&ns_fee=21

John Cazale era un as de la interpretación. Como dice el reportaje, su Fredo supura dolor, frustración y bondad innata. Y su atracador en "Tarde de perros", junto a su amigo Al Pacino, que pidió tenerlo de partenaire en la película, es asombroso en lo surrealista que es. De haber vivido habria seguido empalmando grandes películas. Y era una grandisima persona, muy querido por sus amigos y que tuvo el corazón de su novia, Meryl Streep, a su lado hasta el final.
 
Diez años sin Charlton Heston, el villano de una integridad sin resquicios
Se cumplen diez años de la muerte de uno de los más grandes actores de la Historia
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Este jueves cinco de abril se cumplen diez años de la muerte de Charlton Heston, uno de los nombres que ya están en el olimpo de los grandes del séptimo arte. Recuperamos La Tercera de ABC que Oti Rodríguez Marchante publicó tras conocerse la noticia de su fallecimiento.

– Charlton Heston fue uno de esos actores a los que le crujía la mandíbula al recitar las frases del guión. Siempre se le oyó llegar al plano con unos pasos rectos, fuertes, decididos, y con ellos atravesó varias décadas del mejor cine, y en ocasiones también el más grande, de Hollywood, un lugar en el que no todos consiguen morirse antes que su propia imagen. Él no sólo se ha muerto mucho antes que su leyenda, sino que, probablemente, su olfato de hombre de cine y de finales de película le advirtiera de que su imagen llevaba varias secuencias sitiada y rodeada por una horda de truhanes y que él, aún a precio de su propia vida, tendría que rescatarla de allí. Y ya tiene su merecido final: les ha dejado sus sobras a la jauría y ha rescatado para siempre a su propia imagen, y sin un solo disparo.

Desde que lo acorralara desarmado y herido el «Gordo de Flint», también conocido como Michael Moore, en «Bowling for Columbine», y lo paseara maniatado, agotado y viejo por el Salón de Progre, Charlton Heston se convirtió para todos aquellos con la frente de sistema binario en el presidente de la Asociación Americana del Rifle y en un ferviente republicano, que, en efecto, presidió durante tres o cuatro años. En eso ha querido convertir en estos últimos tiempos la detestable maquinaria de honras y reputaciones a Charlton Heston: en un votante y en un presidente. ¡A Charlton Heston!, que sólo ha necesitado morirse para desbaratar el plan y diluir en agua clara todo el veneno del Salón.

Sed de mal». Charlton Heston es el príncipe Judah Ben Hur, judío en la antigua Roma y eterno conductor de cuadrigas en una carrera sin fin. Charlton Heston es el mayor Amos Charles Dundee, un tipo temerario y de dudoso origen que llegó a cruzar sable con Peckimpah y que le señaló, al fin, el camino para que unos años después hiciera su obra maestra, «Grupo salvaje». Charlton Heston es el duro e insobornable capataz Steeve Leech de «Horizontes de grandeza», un don nadie que le da toda la gloria y hasta todo el romance (la chica, Jean Simmons) al héroe (Gregory Peck) en algunas de las mejores escenas de peleas, pasiones y anhelos que se han rodado nunca... No llevaba las mejores cartas del guión, pero se jugó hasta el cuello con ellas.

Sus últimos años de desmemoria y destierro no han de servirnos de aranceles ahora a los demás para olvidarnos de quién es y será Charlton Heston, un hombre que ha llegado al mejor puerto con los vientos de «la corrección ideológica» siempre en contra. Ni siquiera podemos decir de él que es uno más de una larga lista del color que se quiera: es un exclusivo como John Wayne.



«Tenemos al gran Heston, el histórico, el trascendental, pero también tenemos a los que llegaron luego: el apocalítico y el integrado.»


Sus biógrafos aseguran que sus mayores ambiciones profesionales fueron algo así como sacarle brillo al verso de Shakespeare y que sus condiciones y cualidades como actor estaban afiladas y enfiladas para ello por sus comienzos teatrales: una voz de cuero curtido y una presencia física para alimentar grandes pasiones y tremendas intrigas y traiciones. Pero Hollywood lo midió con otro patrón y en seguida advirtió que sus espaldas aguantarían todo el peso de la Historia: Moisés, El Cid, Marco Antonio, Miguel Ángel, el cardenal Richelieu... Desde Cecil B. De Mille, con quien empezó a ser alguien en 1952 tras «El mayor espectáculo del mundo» y con quien insistió cinco años después en «Los Diez Mandamientos», hasta «55 días en Pekín», de Nicholas Ray, o «La Historia más grande jamás contada», de George Stevens; y entre estos esplendores, aquella primera idea de interpretación de Charlton Heston fue estrangulada con sus propias manos, o tal vez más certeramente: moldeada por sus propias manos.

A pesar del ojo de Hollywood, nunca dejó de usar el suyo propio para buscar el modo de sacarse agua o petróleo a sí mismo, y por eso algunos de los más grandes proyectos de los más grandes directores fueron, en ese fondo indeterminado de los propósitos, también proyectos suyos.Orson Welles y «Sed de mal», Sam Peckimpah y «Mayor Dundee» yFranklin J. Schaffner y «El señor de la guerra», son algo más que unos buenos testigos de la buena vista y las mejores aspiraciones de Charlton Heston, quien, por cierto, ha tenido la osadía de ser a la vez versátil y rocoso e inmóvil, tanto que ni siquiera se puede decir con precisión cuáles son sus papeles de «bueno» y cuáles los de «malo».

Así, tenemos al gran Heston, el histórico, el trascendental, pero también tenemos a los que llegaron luego: el apocalítico y el integrado. El actor de películas clave en el cine de jóvenes, como «El planeta de los simios», «El último hombre vivo» y «Soylent Green» («Cuando el destino nos alcance»), o el de ese augur de catástrofes y tempestades con títulos como «Terremoto» o «Aeropuerto 75». Y del apocalíptico, al integrado en esa horma de los seriales televisivos («Los Colby»). En fin, que la muerte de Charlton Heston habrá de significar, como se busca siempre en las elegías, la muerte también de tantas otras cosas, pero, ¿cuáles?,¿será el fin de una época en la que hay asociaciones de rifles?, ¿o será, acaso, el ocaso de las ideas «conservadoras»?, ¿o se habrá ido con él el último ejemplar de una especie, de un mundo, que sabía el significado de una estatua semienterrada en una playa con una antorcha en la mano?... Tal vez el asunto sea mucho más sencillo: se ha ido un actor que fue grande como héroe y tan grande o más como villano, y parece ser que un hombre de una integridad completa, sin resquicios, como si, en cierto modo, Charlton Heston fuera uno de esos tipos que se llevan el trabajo a casa... a Beverly Hills, donde vivía con su primera y única esposa, Lidia, a la que conoció en la Escuela de Arte Dramático y con la que ha vivido estos últimos sesenta y cuatro años. Y a pesar de lo sencillo de sus números y claves, a pesar del crujido de su mandíbula y de que siempre se le oyó llegar al plano con pasos rectos, querrán mudarle la leyenda los cinceladores de epitafios.

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Callao, engalanada para el estreno de «El asesinato de Julio César»

http://www.abc.es/play/cine/noticia...idad-sin-resquicios-201804041925_noticia.html
 
María Félix, la cara más bella de la Época de Oro del cine mexicano
La actriz más temperamental y seductora, conocida también como ‘La Doña’ o ‘María Bonita’, es un mito viviente gracias al carácter indomable que demostró dentro y fuera de las pantallas
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Fue un rostro impenetrable, cargado a partes iguales de belleza y personalidad. “Tanta y tan intensa es su hermosura, que duele”, la definió Jean Cocteau cuando la conoció en un rodaje en 1950. Alguien tan segura de sí misma como María Félix, nunca se sorprendió cuando le llegó el éxito, porque presumía de haber podido elegir el momento. Siempre supo decir “no” a Hollywood y jamás quedó satisfecha de los papeles que interpretó en casi medio centenar de películas. Tal era su desdén, que siempre argumentó para rechazar la llamada del cine americano que “siempre me ofrecían papeles de campesina india y yo no nací para llevar canastas”.

La vida de María Félix solo es posible de explicar a través de sus películas y de su gran personalidad y belleza, con personajes que parecieran hechos a medida y que interpretó en melodramas campesinos, temas revolucionarios, dramas urbanos y adaptaciones de novelas. “María Félix nació dos veces: sus padres la engendraron y ella, después, se inventó a sí misma”. Es una frase del Premio Nobel mexicano Octavio Paz que define la esencia de la que probablemente sea la actriz más importante de la historia del cine mexicano.

La diva y una de las figuras más importantes de la llamada Época de Oro del séptimo arte de México se llamaba en realidad María de los Ángeles Félix Güereña. Nació tal día como hoy de hace 108 años, un 8 de abril de 1914 en Álamos -en el estado de Sonora- y, como si lo hubiese planeado, murió el mismo día 88 años después. Conocida por el sobrenombre de ‘La Doña’ a partir de su personaje en el filme Doña Bárbara (1943), también es conocida como ‘María Bonita’ gracias a la canción compuesta exclusivamente para ella como regalo de bodas por el compositor Agustín Lara.

Su padre era descendiente de los indios yaqui y su madre tenía ascendencia española. Tuvo 15 hermanos, de los cuales murieron tres. De niña disfrutó con aficiones propias de los chicos, alejada de los juegos y conversaciones típicas femeninas. María se ejercitó como consumada jinete, subía a los árboles y, por encima de todo, admiró siempre a su hermano Pablo, hasta tal punto que sus padres los separaron por miedo a que la relación pasase de lo fraternal a lo incestuoso y lo enviaron a él a una academia militar. Nunca tuvo buena relación con sus hermanas, quizás por su diferencia física, ya que todas eran rubias por herencia materna, así como por el contraste de personalidad de María respecto a ellas.

El paso del tiempo transformó la belleza natural de María Félix en hermosura y desde muy pronto su aspecto comenzó a llamar la atención allá por donde iba. Logró el título de reina de la belleza estudiantil en la Universidad de Guadalajara y a pesar de su juventud, a los 17 años se casó con Enrique Álvarez Alatorre, un vendedor de la firma de cosméticos Max Factor con quien tuvo a su único hijo, Enrique Álvarez Félix, que también después fue actor.

El amor no le duró mucho a lo largo de su vida a María, y acabo divorciándose de Enrique. Tras su separación, regresó a Guadalajara con su familia, siendo objeto de rumores debido a su condición de divorciada. Ante esta situación, decidió trasladarse a Ciudad de México con su hijo y empezar una nueva vida como recepcionista en la consulta de un cirujano plástico y viviendo en una casa de huéspedes. Un día, el padre de su hijo la visitó en la capital mexicana y se lo llevó a Guadalajara, negándose a devolvérselo. María le juró que algún día sería más influyente que él y se lo quitaría, algo que logró algunos años después con la ayuda de su segundo marido.

La diferencia entre la joven y la arrolladora María Félix y la diva en que se convirtió después fue que a la primera poco menos que la casaron a la fuerza para que pudiera emanciparse, y la segunda tuvo múltiples amantes y se casó tres veces más, con la fama de hablar en la vida real como lo hacían los personajes de sus películas y convirtiéndose en una especie de ‘mujer fatal’ para el público que la seguía.

Casi recién llegada a Ciudad de México, el director de cine Fernando Palacios le preguntó a María en plena calle que si le gustaría hacer cine. Ella respondió de forma directa: “Si me da la gana, lo haré. Pero cuando yo quiera. Y será por la puerta grande”. Y, efectivamente, la puerta grande no tardó en abrirse, y en 1942 rodó El peñón de las ánimas al lado de Jorge Negrete, si bien el éxito le llegaría con Doña Bárbara, un personaje que, a partir de entonces, interpretaría delante y fuera de las cámaras: dura, altanera, dominante, desafiante y lo que se definía como hembra-macha por sus movimientos y forma de hablar. Basada en la novela de Rómulo Gallegos, en la que encarnaba a una mujer soberbia, temperamental y devorahombres. Fue su tercera película y, gracias a ella, María Félix se ganó el mote de ‘La Doña’ y su fama se disparó.

Con su estrellato cinematográfico despertó esa nueva María tan segura de lo que hacía y de lo que podía conseguir y empezó la sucesión de hombres en su vida. “Yo los escogí a todos. Por eso los podía dejar cuando quería. ¿Luchar por un hombre? ¡Hay tantos!”, ironizaba con frecuenta para demostrar su seguridad. Se casó tres veces más, pero sus amores más sonados fueron los que mantuvo con Jorge Negrete y con el compositor Agustín Lara, quien hasta le compuso un himno.

Más tarde, por las películas como Enamorada, Río escondido y Doña Diabla, obtuvo el Premio Ariel como mejor actriz, y años después la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas (AMACC) reconoció su carrera con un Ariel de Oro a su trayectoria.



La diosa arrodillada, Maclovia, La cucaracha, Tizoc, Camelia,La Valentina, La estrella vacía, Mesalina, La monja alférez, La mujer sin alma, French Cancan y La pasión desnuda fueron otras de sus películas más destacadas. En total, participó en 47 largometrajes entre México, España, Italia y Francia, pero nunca sucumbió a la llamada de Hollywood. Se alejó de los rodajes cinematográficos en 1970 y a partir de ese momento se dedicó a vivir de su leyenda acudiendo a estrenos, certámenes internacionales de cine y yendo a la televisión para hablar de sus recuerdos, mientras dedicaba unos meses del año a pasarlos en su casa de París, donde también tenía un establo de caballos de carreras.

Trabajó con los grandes directores de la época como Emilio ‘El Indio’ Fernández, Ismael Rodríguez, Roberto Gavaldón, Julio Bracho, Emilio Gómez Muriel, al igual que con extranjeros como Luis Buñuel, Jean Renoir, Luis César Amadori y Carmine Gallone, entre otros.

María bonita, 100 años después
En 1992, su hijo Enrique publicó un libro con las fotografías de María Félix y prologado por Octavio Paz. Ella misma escribió una autobiografía, Todas mis guerras, en 1993. Además de su carrera profesional, María siempre fue noticia. Su tercer marido, Jorge Negrete, murió de hepatitis 14 meses después de su matrimonio en 1952 y, a su regreso a México con sus restos, fue criticada por llevar pantalones. Su cuarto marido, un empresario suizo, Alex Berger, con quien se casó en 1956, murió en 1974. Con él quiso tener su segundo hijo “precisamente porque no me lo pidió”, explicó, pero sufrió un aborto.

María Félix fue modelo de pintura de muchos artistas famosos, entre ellos Jean Cocteau y Diego Rivera, uno de sus numerosos amantes, quien, tal vez como venganza, la retrató con un vestido transparente; también inspiró a muchos escritores, entre otros a Octavio Paz y Carlos Fuentes. Asimismo, fue vestida por los mejores diseñadores y, en 1984, fue nominada en Francia e Italia como una de las mujeres mejor vestidas del mundo. Ficción o realidad, se decía que hasta el rey Faruk de Egipto le habría ofrecido la corona de Nefertiti por una noche de amor.

María fue una coleccionista de porcelana, alfombras, joyas, plata, chales de cachemira, vestuario chino, libros y muebles antiguos. La mañana del 8 de abril de 2002, el cantante Juan Gabriel, que al igual que Agustín Lara le había compuesto un himno, María de las María, la llamó por teléfono para felicitarla por su 88 cumpleaños. “La Doña todavía no se ha despertado”, le dijo el mayordomo, pero en realidad La Doña ya estaba muerta, el mismo día de su nacimiento, como si lo hubiese planeado para acrecentar su leyenda.

La sombra de la herencia empaña el velatorio de la diva María Félix
Meses después, cuando se supo que le había dejado todas sus propiedades y dinero a su joven asistente, Luis Martínez de Anda, y nada a sus hermanos, estos pidieron que se exhumara el cadáver “para comprobar que María no fue envenenada”. Este acto fue retransmitido en directo por la televisión aunque el resultado confirmó que “murió por una insuficiencia cardiaca”.

Sus familiares dejaron entonces de hacer ruido y el heredero comenzó a subastar los muebles, los cuadros, los vestidos y las joyas de la diva, siendo muchos de ellos comprados por sus seguidores.

El carácter indomable de María Félix, su altivez y su mirada retadora la encumbraron como una gran diva del cine mexicano. Quienes la conocieron defendieron siempre, sin embargo, su amabilidad y dulzura, y culparon su fama a los papeles que en realidad interpretaba en el cine. Lo que nadie puede negar es que la actriz desafió de manera continua las normas establecidas y evitó siempre ser encasillada en un cine que bordeaba de forma continua los estereotipos de la época.

Fue una mujer avanzada a su tiempo y que tuvo un comentario acertado cuando se le preguntaba de política. Es recordada también por su oposición al machismo, sus opiniones sobre el mundo del espectáculo, la moda, su rivalidad con Dolores del Río, sus joyas y sus hombres… porque en el fondo, María Félix continúa siendo noticia en todo el mundo.

https://elpais.com/cultura/2018/04/08/actualidad/1523172333_865535.html
 
100 ANIVERSARIO
William Holden, el galán de Hollywood con la muerte más «salvaje»
Tal día como hoy hace un siglo nacía el actor de «El crepúsculo de los dioses», cuyo final certificó un tropiezo con una alfombra en su casa, que terminó con su vida a los 63 años

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Foto: William Holden y Gloria Swanson en «El crepúsculo de los dioses» - ABC Multimedia

18/04/2018 a las 08:56

Cuando la Guerra Civil en España tocaba a su fin, a William Holden, de cuyo nacimiento se cumple hoy un siglo, le sonó la campana. Cumplió su «sueño dorado» en 1939, cuando un buscador de talentos de la Columbia le fichó como protagonista de «Golden boy», donde combatiría su propia batalla, esta vez sobre el ring y a puñetazos. La suerte de sus inicios se esfumó al final de su camino, y su último suspiro lo certificó un tropiezo con una alfombra en su casa, que terminó con su vida a los 63 años.

Incansable luchador, contra quien no pudo ni el cáncer, sirvió dos años en la US Air Force como teniente, pero no tardó en volver a la industria para pelearse con el éxito. Eso sí, primero tuvo que bajar al barro. Su primera nominación al Oscar la encontró boca abajo en una piscina. La muerte que le «encargó» Billy Wilder en «El crepúsculo de los dioses» sirvió para que los estudios intentaran sentenciar, sin éxito, al genio que,según Garci, «vapuleó como nadie el llamado sueño americano», pero también para aupar al hombre de «la sonrisa oportuna», como le describió Pedro Crespo en ABC a principios de los ochenta, que se ganó el apelativo de galán cortejando a la estrella venida a menos interpretada por Gloria Swanson en la película.

Un comienzo similar al final del actor, que sobrevivió al cáncer pero no pudo sobreponerse a un tropiezo. Así, a sus 63 años falleció «por causas naturales, pero muy poco usuales», como escribiría José María Carrascal, por entonces corresponsal de ABC en Nueva York, el 19 de noviembre de 1981: «Encontrándose solo, el artista resbaló en una pequeña alfombra sobre el piso encerado, golpeándose al caer con la cabeza contra una mesa de mármol». En esta ocasión, sin embargo, no fue ficción, ni la marchita Norma Desmond la que orquestó su desenlace, sino su propia adicción al alcohol, cuya cantidad doblaba lo permitido en California «para considerar a un individuo embriagado».
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Poco más de dos décadas antes, este conquistador disfrazado de cínico en pantalla saboreó su punto álgido, de nuevo a las órdenes de Wilder, cuyo «Traidor en el infierno» le dio el único Oscar de su prolífica carrera, salpicada de unos cuantos grandes títulos pero también de mucha Paj*, la calidad mezclada con el impacto popular.


Un galán rodeado de divas
Era Holden de acompañar en sus cintas a las divas de la época, aprovechándose de las ínfulas de Swanson en su mansión californiana, disputándose con Humphrey Bogart a Audrey Hepburn y, paradójicamente, ayudando a Grace Kelly a cuidar de su marido alcohólico.


Entre sus muchos méritos estuvo el de liderar, hasta 1961, la popular lista de los diez hombres dorados de la industria hollywoodiense, pero también ser el actor más taquillero dos décadas antes de que Steven Spielberg inaugurase con su «Tiburón» los blokbuster.


Hasta su muerte siguió engordando su nada exigua filmografía, con más de sesenta títulos, entre los que destacan «Network», «El puente sobre el río Kwai», «Grupo salvaje» o «El coloso en llamas». Pero ni su comprometida dedicación al séptimo arte le impidió pretender, como buen galán, otros campos, y se adentró en la escritura para elevar la figura de su mejor amiga, a la que rindió homenaje en «Susan Hayward: una estrella inigualable». Como ella, William Holden también lo era.


http://www.abc.es/play/cine/noticia...od-que-sufrio-la-muerte-mas-salvaje&ns_fee=21




 
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