JUAN CARLOS Y SOFÍA
07/05/2022
POR EDUARDO ÁLVAREZ
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Sin embargo, aquella boda de los tres síes –en realidad, cuatro– celebrada en un espléndido 14 de mayo de 1962 en Atenas es un episodio histórico fundamental para nuestro país. Bueno es por ello echar la vista atrás. Y es que el matrimonio que unió al entonces Príncipe Juan Carlos –Juanito–, poco más que el hijo de los Barcelona –los exiliados Don Juan y Doña María de las Mercedes– que no sabía aún qué intenciones albergaba Franco para él y la dinastía, con la princesa Sofía de Grecia, hija de quien entonces reinaba en el país de los helenos, Pablo I, sería decisivo para la restauración con el tiempo de la monarquía en España con Juan Carlos como rey.
Los novios se habían conocido siendo apenas unos adolescentes, en 1954. Juan Carlos, con 16 años, y Sofía, con uno menos, coincidieron junto a una lista casi interminable de miembros del Götha en el célebre crucero por el Mediterráneo que organizó la reina Federica, madre de nuestra actual Emérita, a modo de casamentera. Su deseo era impulsar el turismo en Grecia con un evento que tuvo gran repercusión en los medios de la época; y, a la vez, que los jóvenes de la realeza se conocieran. Si de ahí salían bodas, miel sobre hojuelas.
No hubo ningún flechazo entre los dos tortolitos. De hecho, se trataron muy poco durante aquel crucero. En años posteriores volvieron a verse en algunas citas internacionales como los Juegos Olímpicos de Roma de 1960.
Pero cuando intimaron algo más fue, en junio de 1961, con motivo de la boda en Londres de los duques de Kent en la que quiso el protocolo que a Juan Carlos y Sofía les tocara formar pareja. Para entonces la princesa griega ya se había desengañado de la posibilidad de matrimoniar con Harald de Noruega. Y su currículum amoroso estaba prácticamente en blanco. No así el del primogénito de los Barcelona, al que ya se le conocían romances como los que había tenido con Olghina de Robilant o con la princesa italiana María Gabriela de Saboya, que habría podido ser candidata a consorte de Juan Carlos si ello no hubiese puesto los pelos de punta a Franco.
El enlace de nuestros protagonistas se forjó semanas después de la boda de los Kent. Todo lo arreglaron fundamentalmente entre la reina Federica y Don Juan, con la colaboración de la reina Victoria Eugenia, viuda de Alfonso XIII. De hecho, el padre de Juan Carlos se cuidó de que Franco se enterara cuando la cosa ya estaba prácticamente cerrada. La petición de mano tuvo lugar el 12 de septiembre de 1961 en el hotel Beau Rivage de Lausana, la ciudad suiza donde residía Victoria Eugenia. Ese día se produjo el archiconocido episodio en el que Juanito le lanzó a su prometida una cajita con el anillo dentro al grito de “¡Sofi, cógelo!”.
No fue nada fácil que pudiera celebrarse la boda ya que hubo que sortear numerosas dificultades. Convencer a Franco de la idoneidad de la hija de los reyes griegos como Princesa de España fue la primera. El dictador tenía muchos recelos y prefería que Juan Carlos –quien aún no había sido designado como sucesor– se casara con alguna compatriota aunque no tuviera en las venas ninguna gota de sangre azul.
La religión de los contrayentes fue otro peliagudo obstáculo, el mayor. Hubo que hacer muchas filigranas diplomáticas para encontrar una solución. Juan Carlos, católico, no podía no casarse según los cánones de la fe verdadera. Y la hija del soberano griego estaba obligada a matrimoniar por el rito ortodoxo. Era necesario que el Vaticano diera su brazo a torcer. Menos mal que la reina Federica y Don Juan se toparon con el bonachón de Juan XXIII en el trono de San Pedro. Al final, como es bien sabido, todo se arregló con la celebración de dos ceremonias religiosas distintas: una en la catedral católica de San Dionisio, adornada con miles de claveles rojos y amarillos como guiño a la bandera española; y otra en la catedral Metropolitana de Atenas, en la que tuvo lugar el bellísimo ritual de las coronas sobre las cabezas de los novios. Si a estos dos síes sumamos los que los novios se dieron para formalizar los papeles ante los registros griego y español, ya tenemos los cuatro sí quiero famosos.
También había sido un problema la aprobación de la dote a doña Sofía por parte del Parlamento heleno. Los diputados de izquierda pusieron considerables trabas. Y alguno quiso que se aclarara que ocurriría si el matrimonio hacia agua; parecía que ya entonces el chico de los Barcelona generaba suspicacias.
Con todo, el enlace se acabó celebrando. Un cuento de príncipes, lo describió la prensa griega que prestó la máxima atención a un acontecimiento que reunió a miles de invitados, entre ellos 143 miembros de 27 dinastías. En España, en cambio, es conocido que el régimen franquista trató de silenciar la boda real al máximo. Hoy producen hilaridad los esfuerzos de la censura para que no se difundieran imágenes de Don Juan, entonces jefe de la dinastía, en la boda de su hijo.
Lo que ha pasado a lo largo de estas seis décadas ya es otra historia, hoy bien conocida. Pero justo es destacar el relevante papel y la influencia ejercida por Doña Sofía para que su marido consolidara su posición en la recta final de la dictadura –con desacuerdos familiares incluidos– y que, con ello, se pudiera restaurar la monarquía en 1975. La griega se acabó metiendo al dictador en el bolsillo.
07/05/2022
LA BODA DE LA QUE YA NO HAY NADA QUE CELEBRAR
Se cumplen 60 años del matrimonio de los príncipes ‘Juanito’ y ‘Sofi’. Un enlace decisivo para que él se sentara en el trono algún tiempo despuésPOR EDUARDO ÁLVAREZ
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Sin embargo, aquella boda de los tres síes –en realidad, cuatro– celebrada en un espléndido 14 de mayo de 1962 en Atenas es un episodio histórico fundamental para nuestro país. Bueno es por ello echar la vista atrás. Y es que el matrimonio que unió al entonces Príncipe Juan Carlos –Juanito–, poco más que el hijo de los Barcelona –los exiliados Don Juan y Doña María de las Mercedes– que no sabía aún qué intenciones albergaba Franco para él y la dinastía, con la princesa Sofía de Grecia, hija de quien entonces reinaba en el país de los helenos, Pablo I, sería decisivo para la restauración con el tiempo de la monarquía en España con Juan Carlos como rey.
Los novios se habían conocido siendo apenas unos adolescentes, en 1954. Juan Carlos, con 16 años, y Sofía, con uno menos, coincidieron junto a una lista casi interminable de miembros del Götha en el célebre crucero por el Mediterráneo que organizó la reina Federica, madre de nuestra actual Emérita, a modo de casamentera. Su deseo era impulsar el turismo en Grecia con un evento que tuvo gran repercusión en los medios de la época; y, a la vez, que los jóvenes de la realeza se conocieran. Si de ahí salían bodas, miel sobre hojuelas.
No hubo ningún flechazo entre los dos tortolitos. De hecho, se trataron muy poco durante aquel crucero. En años posteriores volvieron a verse en algunas citas internacionales como los Juegos Olímpicos de Roma de 1960.
Pero cuando intimaron algo más fue, en junio de 1961, con motivo de la boda en Londres de los duques de Kent en la que quiso el protocolo que a Juan Carlos y Sofía les tocara formar pareja. Para entonces la princesa griega ya se había desengañado de la posibilidad de matrimoniar con Harald de Noruega. Y su currículum amoroso estaba prácticamente en blanco. No así el del primogénito de los Barcelona, al que ya se le conocían romances como los que había tenido con Olghina de Robilant o con la princesa italiana María Gabriela de Saboya, que habría podido ser candidata a consorte de Juan Carlos si ello no hubiese puesto los pelos de punta a Franco.
El enlace de nuestros protagonistas se forjó semanas después de la boda de los Kent. Todo lo arreglaron fundamentalmente entre la reina Federica y Don Juan, con la colaboración de la reina Victoria Eugenia, viuda de Alfonso XIII. De hecho, el padre de Juan Carlos se cuidó de que Franco se enterara cuando la cosa ya estaba prácticamente cerrada. La petición de mano tuvo lugar el 12 de septiembre de 1961 en el hotel Beau Rivage de Lausana, la ciudad suiza donde residía Victoria Eugenia. Ese día se produjo el archiconocido episodio en el que Juanito le lanzó a su prometida una cajita con el anillo dentro al grito de “¡Sofi, cógelo!”.
No fue nada fácil que pudiera celebrarse la boda ya que hubo que sortear numerosas dificultades. Convencer a Franco de la idoneidad de la hija de los reyes griegos como Princesa de España fue la primera. El dictador tenía muchos recelos y prefería que Juan Carlos –quien aún no había sido designado como sucesor– se casara con alguna compatriota aunque no tuviera en las venas ninguna gota de sangre azul.
La religión de los contrayentes fue otro peliagudo obstáculo, el mayor. Hubo que hacer muchas filigranas diplomáticas para encontrar una solución. Juan Carlos, católico, no podía no casarse según los cánones de la fe verdadera. Y la hija del soberano griego estaba obligada a matrimoniar por el rito ortodoxo. Era necesario que el Vaticano diera su brazo a torcer. Menos mal que la reina Federica y Don Juan se toparon con el bonachón de Juan XXIII en el trono de San Pedro. Al final, como es bien sabido, todo se arregló con la celebración de dos ceremonias religiosas distintas: una en la catedral católica de San Dionisio, adornada con miles de claveles rojos y amarillos como guiño a la bandera española; y otra en la catedral Metropolitana de Atenas, en la que tuvo lugar el bellísimo ritual de las coronas sobre las cabezas de los novios. Si a estos dos síes sumamos los que los novios se dieron para formalizar los papeles ante los registros griego y español, ya tenemos los cuatro sí quiero famosos.
También había sido un problema la aprobación de la dote a doña Sofía por parte del Parlamento heleno. Los diputados de izquierda pusieron considerables trabas. Y alguno quiso que se aclarara que ocurriría si el matrimonio hacia agua; parecía que ya entonces el chico de los Barcelona generaba suspicacias.
Con todo, el enlace se acabó celebrando. Un cuento de príncipes, lo describió la prensa griega que prestó la máxima atención a un acontecimiento que reunió a miles de invitados, entre ellos 143 miembros de 27 dinastías. En España, en cambio, es conocido que el régimen franquista trató de silenciar la boda real al máximo. Hoy producen hilaridad los esfuerzos de la censura para que no se difundieran imágenes de Don Juan, entonces jefe de la dinastía, en la boda de su hijo.
Lo que ha pasado a lo largo de estas seis décadas ya es otra historia, hoy bien conocida. Pero justo es destacar el relevante papel y la influencia ejercida por Doña Sofía para que su marido consolidara su posición en la recta final de la dictadura –con desacuerdos familiares incluidos– y que, con ello, se pudiera restaurar la monarquía en 1975. La griega se acabó metiendo al dictador en el bolsillo.