40 AÑOS DE LA LEGALIZACIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA.

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40 AÑOS DE LA LEGALIZACIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA
ESPECIAL

SABADAZO: EL DÍA QUE SUÁREZ LEGALIZÓ EL PCE
JAVIER REDONDO
Actualizado:09/04/2017 03:48 horas
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Celebración del 60 aniversario de Partido Comunista de España en Las Ventas en 1980. Gianni Ferrari/Cover/Getty Images

  • La Transición fue una operación antimonopolio: nadie poseía toda la verdad y toda la virtud
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La legalización del PCE era un asunto tan incómodo como inevitable. Finalmente, la participación del Carrillo en la Transición reforzó la legitimidad del proceso y lo convirtió en un gran pacto por la concordia y la reconciliación. Las renuncias del PCE no fueron traiciones sino sacrificios que contribuyeron decisivamente a la España democrática

El periodista de RNE Alejo García subió apresuradamente las dos plantas que separaban la redacción del estudio. Era Sábado Santo, un día sin periódicos ni noticias. Llevaba el teletipo en la mano. Ni siquiera le dio tiempo a reparar en su contenido con cierta calma. Jadeante y todavía algo desconcertado, se colocó los auriculares y se dispuso a leerlo en directo. La cadena había interrumpido la emisión para dar la primicia: "Señoras y señores, hace unos momentos, fuentes autorizadas del Ministerio de Gobernación han confirmado que el Partido Comunista..., perdón, que el Partido Comunista de España ha quedado legalizado e inscrito en el..., perdón...". El propio locutor parecía no dar crédito a lo que narraba.

Más reposado, Lalo Azcona apareció en televisión, en un avance del Telediario que duró exactamente 18 segundos: "Buenas tardes a todos, señoras y señores, interrumpimos la programación... [se mira el reloj] a las siete y 20 de la tarde para ofrecerles una información de alcance: el Partido Comunista de España ha sido legalizado. Les ofreceremos en la Segunda Edición de Telediario, dentro de poco más de dos horas, más información sobre esta importante noticia". Se despidió con una sonrisa.

Pese a un mes de enero de 1977 trágico y convulso, o precisamente porque Suárez había aguantado el tipo, el New York Times no se arredró y tituló de manera rotunda un artículo sobre el presidente: "Mr. Suárez has a plan". Lo recuerda el profesor Juan Francisco Fuentes en su extraordinaria Adolfo Suárez. Biografía política (Planeta, 2011). "Sus verdaderos designios son un secreto inescrutable". Tras las elecciones pretendía seguir, pero primero tenía que salir airoso de ellas.



Todos fuimos víctimas de contradicciones. Probablemente, sin las contradicciones no hay renuncia y sin la renuncia no hay reconciliacióny no hay nada que hacer
Manuel Fernández Monzón Altoaguirre en El sueño de la Transición

Lo que no admitía paños calientes era la legalización del PCE. Su intención inicial fue dejar el asunto en el aire hasta después de los comicios. Carrillo le haría ver que eso no era viable. Que la posición que desempeñase su partido contribuiría a definir la Transición de un modo u otro: boicoteándola o reforzándola. Por un lado, la legalización provocaría movimientos sísmicos en el estamento militar y en el menguante pero correoso búnker. Eso se daba por descontado. Sin embargo, era necesaria para completar la Transición tal cual la entendía Suárez, pues, aunque el parámetro político que la definió fue el consenso, su leitmotiv fue la reconciliación.

Como reconoce el veterano militar Manuel Fernández Monzón Altoaguirre en El sueño de la Transición (La Esfera de los Libros, 2014): "Todos fuimos víctimas de contradicciones. Probablemente, sin las contradicciones no hay renuncia y sin la renuncia no hay reconciliación y no hay nada que hacer".

En ese sentido, el PCE era una pieza con una doble función legitimadora del proceso: con el partido dentro del sistema, el modelo de democracia que ya había expresado Suárez adquiría una dimensión completamente inclusiva y, en relación con esto, su legalización mostró la decidida apuesta por la concordia. Además, las encuestas que manejaba el presidente arrojaban datos cada vez más favorables a la legalización.

Por eso, cuando se produjo -y no es anecdótico ni una intrascendente y ocurrente comparación que el profesor Fuentes se refiera en estas páginas al "otro pacto de El Pardo" para resumir el acuerdo entre Suárez y Carrillo-, asistimos al momento fundacional de un régimen no excluyente. La legalización del PCE supuso renuncias en dos direcciones. Como señala el profesor De la Guardia en su artículo La gran decisión, Carrillo reconoció en Mundo Obrero los esfuerzos reformistas del Gobierno, tanto es así que predijo erróneamente que duraría poco.

Javier Cercas resume de este modo, en Anatomía de un instante (Random House, 2009), el histórico encuentro entre Suárez y Carrillo: "Se portaron como dos ciegos que recobran de golpe la visión para reconocer a un gemelo, o como dos duelistas que cambian un falso duelo por un duelo real en el que ambos se emplean a fondo para terminar de embrujar al contrincante. El vencedor fue Suárez (...) (que) desarmó a Carrillo hablándole de su abuelo republicano, de los muertos republicanos de su familia, de los perdedores de la Guerra (...). El resto de la entrevista estuvo consagrado a hablar de todo y a no comprometerse a nada salvo a continuar respaldándose mutuamente y a consultarse las decisiones de importancia". Surgió una relación basada en la lealtad.

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Carrillo, en rueda de prensa, unos meses después de la legalización.

La decisión de legalizar al PCE fue exclusivamente política y producto de una compleja y secreta negociación. El Gobierno trasladó la cuestión al Tribunal Supremo, que se inhibió. Finalmente, la Junta de Fiscales emitió un informe que permitió la inscripción del partido en el Registro de Asociaciones Políticas, tal y como había solicitado el PCE dos meses antes. Esa misma tarde, Suárez comunicó lo que ya sabía que iba a hacer y de lo que sólo ignoraba el cuándo. El resto ya lo conocemos. El historiador Alfonso Pinilla incorpora al relato los papeles y notas de José Mario Armero y su mujer en La legalización del PCE. La Historia no contada, 1974-1977 (Alianza Editorial, 2017). Refuerza la tesis del compromiso tácito asumido por ambos en aquella reunión de febrero.

Carrillo se independizó definitivamente de Moscú y abrazó el eurocomunismo, que no era, sin más, un acercamiento espurio a la socialdemocracia. Suponía la desaparición de las referencias a la dictadura del proletariado y al internacionalismo proletario: cada país tenía sus propias peculiaridades históricas y por tanto el PCUS no era el órgano adecuado y de referencia para dictar la estrategia. Las crónicas dejaron de hablar de los comunistas o partido comunista. Era el Partido Comunista de España. Tal cual. Entre las siete operaciones del Ejército para controlar la pretransición y Transición, una fue la operación Dentro. Salió medio bien. Consistía en que todos los líderes de la oposición que se consideraran inevitables para forjar la democracia debían vivir en España. Por eso el tardofranquismo prefería a Nicolás Sartorius o Ramón Tamames. No fue ni uno ni otro, pero Carrillo entendió su momento. Después, el recibimiento a Pasionaria fue de perfil bajo. Carrillo no acudió al aeropuerto a recibirla.

En junio, a Carrillo le pasó antes que a Suárez lo que éste decía que le ocurría: le querían pero no le votaban. Las elecciones fueron un chasco. Él había ganado reputación pero su partido era de otra época. Las consecuencias del revolcón en las urnas se dejaron ver en abril de 1978, en el IX Congreso del partido. Algunos militantes históricos reprocharon a Carrillo su sobrevenida alergia al leninismo. El PSUC no había renunciado a sus orígenes y sus resultados habían sido comparativamente mejores. Sin embargo, el PSUC se diluyó y en torno al PCE se construyó IU años más tarde.

El periodista Gregorio Morán advirtió en su momento de una cuestión redundante en cada pugna intestina: el conflicto entre renovadores y dogmáticos se reducía a una lucha por el control de la organización. Carrillo lo mantuvo a pesar del elevado coste: expulsiones y disidencias. Como todo ocurrió antes de su celebración, el Congreso transcurrió en relativa calma. El PCE abjuró del leninismo, adoptó la fórmula liberal-democrática, mostró su disposición a que España ingresara en las Comunidades Europeas y expresó su rechazo a la OTAN. Por último, Carrillo defendió los Pactos de La Moncloa. El resultado del cónclave: 968 votos carrillistas, 248 leninistas y 40 abstenciones. Pasionaria, ausente durante la votación, clausuró el Congreso. En poco más de un año, el PCE perdió 30.000 militantes.



Se portaron como dos ciegos que recobran de golpe la visión para reconocer a un gemelo, o como dos duelistas que cambian un falso duelo por un duelo real en el que ambos se emplean a fondo para terminar de embrujar al contrincante. El vencedor fue Suárez (...) (que) desarmó a Carrillo hablándole de su abuelo republicano, de los muertos republicanos de su familia, de los perdedores de la Guerra (...).
Javier Cercas en Anatomía de un instante

De todos modos, Carrillo se atribuyó dos victorias no menores: de facto, aunque no de origen, las elecciones de 1977 fueron constituyentes, como él pretendió. Luego la ponencia constitucional se amplió a siete miembros -la idea original era con cinco- e incluyó a Jordi Solé Tura, que presentó el anteproyecto al Comité Central del partido el 7 de enero de 1978: "Creo que se puede decir que (...) refleja, de una manera muy aproximada, la correlación de fuerzas existente en el Parlamento (...). En líneas generales es un texto positivo".

La Constitución de 1978 también la hizo el PCE de entonces. No a costa de traicionarse a sí mismo. Ese argumento es falaz. Los sacrificios no son traiciones. Contribuyó a llevar a llevar a buen puerto la Transición y apostó por el pacto y la concordia. Las acusaciones de traición lanzadas ahora por neocomunistas y populistas no tienen que ver tanto con las renuncias sino con el rechazo de la idea de reconciliación. Inconformes con la fórmula "ruptura pactada", reconocen que en política siempre hay un nosotros. El consenso -también habermasiano- es inclusivo, mientras que el populismo es excluyente, se basa en la existencia de antagonismos (pueblo-antipueblo).

Sin confrontación -y trauma- no hay política. El neocomunismo de estirpe populista desprecia el acuerdo procedimental, o sea, los consensos fundacionales, pues su victoria consiste en la erradicación del conflicto mediante la eliminación o imposición sobre el adversario, no en su superación. Para ellos, por tanto, no hay transiciones exitosas sino claudicaciones humillantes. La Transición fue al final una operación de antimonopolio. Los acuerdos políticos sobre los que se erigió la democracia constituyen el reconocimiento explícito de que nadie tiene el monopolio de la verdad y de la virtud.

*Javier Redondo es profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid.

http://www.elmundo.es/espana/2017/04/09/58e66d14268e3e5e3b8b4698.html
 
Carrillo siempre me ha parecido un político muy peculiar,diferente,un hombre que ya no se asombraba de casi nada,estaba de vuelta de conspiraciones,estrategias y no le hacían mella.Siempre con el cigarro en la boca y era una naturaleza tan especial que creo que murió a los 98 años en plena facultades mentales y casi físicas.Una figura muy notable, al margen de que guste o no,según a quienes.Muy pragmático evaluó con frialdad, si era mejor de momento aceptar la monarquía como condición indispensable para su legalización, y consideró que era mejor estar, que no estar.Un personaje histórico que da mucho de si para escribir sobre él,por que tuvo una vida muy larga y llena hasta rebosar.
 
Alberto Garzón: “El PCE de la transición se autoengañó y engañó a los militantes”
Por
Medios CC/CL
-
10/04/2017
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Juan Fernández | El Periódico | 10/04/2017

En el despacho de Alberto Garzón en el Congreso de los Diputados no hay banderas rojas ni atrezzo de inspiración comunista. Solo una bandera de la República reclama la atención tras su mesa de trabajo. Los que le acusan de haber liquidado la memoria del PCE al coaligarse con Podemos encontrarán coherentes sus reparos hacia la liturgia del viejo partido, con cuyo pasado es muy crítico. Sin embargo, se sorprenderán al escucharle: he aquí un comunista de 31 años que pide devolver la lucha del marxismo a las calles.

¿Por qué se hizo comunista?

Mi caso fue tardío y raro. La mayoría de la gente de mi edad se afilió siguiendo los pasos de sus padres. Los míos votaban a Izquierda Unida, pero no militaban en el partido. En la adolescencia empecé a moverme en el espacio de la izquierda progresista y a los 17 años me afilié a IU. A partir de ahí hice el camino contrario al habitual y pasé de la moderación del republicanismo democrático al comunismo más radical. A los 20 años entré en las Juventudes Comunistas tras leer una biografía de Julio Anguita.

¿Qué descubrió?

En Anguita vi un compromiso político con el que me sentí identificado. Entendí que esas ideas que yo también compartía solo podían llevarse a la práctica si la gente se implicaba. Curiosamente, esto me pasó mientras estudiaba Económicas en la Universidad de Málaga. Allí enseñan el funcionamiento del capitalismo para optimizarlo, pero yo descubrí que esas teorías eran fantasías que no se correspondían con la realidad, que la vida la explicaban mejor los textos de Marx. Yo me hice comunista estudiando el capitalismo. Pero no quise limitarme a analizar el marxismo, sino que me propuse trabajar para hacer realidad esas ideas. Por eso me afilié.

¿Qué encontró en el partido?

Un montón de familias que interpretaban el comunismo cada una a su manera. Teníamos discusiones larguísimas sobre la revolución de 1917, la primavera de Praga, la caída del Muro de Berlín, el carrillismo… Yo venía del movimiento libertario y la democracia radical, así que impugné el modelo vertical y centralista que imperaba en el partido. Mi análisis era muy crítico, porque encontré discutibles muchos momentos de la historia del PCE.

¿Por ejemplo?

Su papel en la transición. El PCE cometió el error de racionalizar su derrota. Sabía que no había conseguido lo que perseguía, pero se autoengañó y engañó a los militantes diciéndoles que la Constitución del 78 era el camino al socialismo. A partir de ahí, el partido adoptó una estrategia conservadora con un deje muy institucionalista y moderó su discurso para competir en las elecciones. Renunció al leninismo, asumió la bandera monárquica y firmó los Pactos de la Moncloa, que fueron la primera medida neoliberal que se tomó en la España democrática.

¿Carrillo no debió haber firmado aquel pacto?

No coincido con los que dicen que Carrillo fue un traidor al comunismo, pero creo que se equivocó al apostar por la moderación. La relación de fuerzas era la que era, había un clima de violencia insoportable y se hizo lo que se pudo, pero si pides 10 no puedes conformarte con cinco. Carrillo pensó que si se mostraba responsable borraría la imagen que había creado el franquismo sobre el comunismo, pero fue una trampa. Los militantes no se sintieron identificados con ese discurso y en dos años pasamos de 200.000 afiliados a la mitad.

¿Llegó a hablar de todo esto con Carrillo?

Coincidimos un par de veces y siempre le traté con mucho respeto. Me parece injusto que la memoria de este país le haya equiparado a Fraga, igualando a un luchador contra la dictadura con alguien que justificaba la represión, pero esto es otra consecuencia de la cultura de la transición, que se basó en el olvido. De pronto, todos éramos hermanos y nadie hablaba de lo que había pasado. No se podía decir que Suárez había sido un líder falangista ni que Fraga había sido el ministro que justificó el fusilamiento de Grimau. La transición impuso ese silencio, y Carrillo fue uno de los promotores de esa cultura.

Anguita, su referente, veía las encuestas y clamaba: “No me queráis tanto y votadme más”. ¿Por qué el comunismo no ha conectado con el electorado de este país?

Para el poder económico, el comunismo ha sido siempre una pesadilla. Hay quien opina que con ese miedo ya hemos cumplido nuestra misión, porque así los capitalistas son más sensibles a las demandas de los trabajadores. Desde el poder económico se ha promovido una propaganda anticomunista que nos pinta como diablos con cuernos y rabo que ha acabado calando en la sociedad. Hoy mismo, en una comisión del Congreso, me han llamado tres veces “comunista” pensando que así me ofenden.

Pero el comunismo tampoco ha sabido contrarrestar esa estrategia.

La única forma que hay de luchar contra la propaganda anticomunista es construyendo tejido social a través de la práctica política. Los comunistas italianos lo hicieron durante años. Crearon asociaciones de vecinos, ateneos, clubes deportivos e incluso bares comunistas que demostraban que la sociedad podía organizarse de otra manera. El PCE también lo hizo durante la dictadura, pero al llegar la democracia renunció a esa estrategia y dedicó todos sus esfuerzos a la contienda electoral. Al final, el partido y la calle se alejaron, y las clases populares dejaron de votar a los partidos que dicen representarles.

¿No es paradójico?

Sí. Según todos los estudios, el votante mayoritario de IU, PSOE y Podemos es de clase media ilustrada. ¿Dónde están los desposeídos? El reto de la izquierda de este país es resolver este dilema si no queremos vernos como en Francia, donde los hijos de los trabajadores comunistas de los años 70 que sufrieron la desindustrialización liberal de los años 80 y 90 se ven sin industrias donde trabajar y abrazan el discurso fascista de Le Pen. Ser comunista hoy no consiste en votar a un partido que pide nacionalizar las grandes empresas, consiste en construir red social, implica activismo.

¿Cómo lleva que la vieja guardia del PCE le acuse de ser el sepulturero del comunismo por coaligarse con Podemos?

Curiosamente, los más mayores entienden mejor el concepto de Unidad Popular que los que se criaron en la transición. El viejo movimiento obrero pensaba en la clase social, no en el partido. Los que se formaron en la cultura de la transición se obsesionaron con el instrumento, llámese PCE o IU, y empezaron a verlo desde una óptica empresarial. Su único objetivo era maximizar los resultados electorales. Precisamente, estos son los más críticos con Unidos Podemos.

¿Para hacer realidad su objetivo político, cree que suma o resta presentarse como comunista?

Hemos estado mucho tiempo asumiendo que decir que eres comunista restaba. En tiempos de Carrillo se pensaba así, por eso intentaban parecer que no lo eran y perdieron la batalla cultural. Comunista equivalía a ser defensor de la democracia y nada más. Tengo la sensación de que esa idea está cambiando. Hace poco di una charla sobre marxismo en la Universidad Complutense y se presentaron 1.300 jóvenes a escucharme. Los viejos decían que no habían visto nada igual desde el comienzo de la democracia. Esta recuperación está siendo posible porque hoy reclamamos ser comunistas, porque ya no nos escondemos.

¿Celebraremos el 50º aniversario de la legalización del PCE o dentro de 10 años hablaremos de otras siglas?

El comunismo va a tener sentido hasta que superemos el capitalismo. Lo de menos son los instrumentos para lograrlo, llámense PCE, IU, Podemos o Unidad Popular. El Partido Comunista, tal y como yo lo concibo, debería encargarse de construir esa nueva sociedad, pero ha de hacerlo de abajo arriba, empezando en la calle. Hablo de un proyecto a largo plazo. Y de una batalla política, porque dentro del partido no todo el mundo lo ve de esta manera.

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FUENTEelperiodico.com
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