IAJE A LA CUNA DE LOS MENAS
"Mi hijo se marchó de Tánger y ahora vive en las calles de Barcelona"
Un mujer descubre que, tras cumplir 18 años, su hijo Housam se ha convertido en un sintecho
Decenas de niños subsisten en la ciudad fronteriza marroquí pidiendo limosna y durmiendo en portales
Elisenda Colell
Tánger (Marruecos) - Martes, 13/08/2019 | Actualizada14/08/2019 - 16:37
- no contactó con su madre hasta que pisó su El Dorado: Barcelona. Ahora vive en las calles del Raval. Como también hacen decenas de niños en Tánger.
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Fotos diferentes
Hamiya dice que intentó disuadir a su hijo, pero sabía que no había nada que hacer. «Nunca pude luchar contra su sueño». ¿Cómo cree que está ahora Housam? «Dejó el centro de Lleida cuando cumplió los 18 años, tiene papeles y ahora vive en un piso para mayores». Pues no. Al cumplir la mayoría de edad, lo expulsaron del centro de menores donde vivía. Ahora duerme en las calles de Barcelona. Ve una foto hecha el día anterior. No es el tipo de imágenes que les manda su hijo y a las que ella está acostumbrada.
¿No preferiría que volviera a casa? Hamiya se queda paralizada. Su mirada se pierde durante unos segundos. «Prefiero que esté en las calles de Barcelona antes que aquí, en Tanger». Parece una barbaridad, pero enseguida lo argumenta. «Si vuelve, si lo deportan, será peor, no quiero ver cómo echa a perder su vida». Imagina a un joven enganchado a la cola, robando y desesperado por haber fracasado. Es inevitable pensar en el fracaso colectivo. Esta mujer lleva dos años hablando de su hijo y fiando su jubilación a él, puesto que ninguno de los padres ha cotizado jamás. Que volviera sería un fracaso para todos. Y también para el barrio.
Alambres de concertinas impiden la entrada en el puerto de Tanger-Ville/ FERRAN NADEU
El joven, con el que contactamos días antes en el Raval, tiene graves problemas para conectar el móvil que coge entre sus manos. Entre sonrisas cómplices, dice que se lo ha «encontrado». Como está todo en alemán, le es imposible descifrarlo. Habla con orgullo de su hermano, «el listo de la familia», y se le empañan los ojos cuando se acuerda de su madre. «Dile que estoy bien, que voy a clase y que tengo un piso. Enséñale estas fotos con la ropa buena y dile que pronto le mandaré dinero».
La mujer confía en que Housam encontrará un buen trabajo en España y le mandará dinero para poder prosperar. «Somos muy pobres», insiste. Su marido, dice, trabaja, pero sufren para mantener a las dos niñas pequeñas que tiene el matrimonio. En el fondo, Housam es su única vía para salir de la pobreza. «No lo obligamos, pero espero que algún día nos envíe algo». Está convencida de que su hijo no roba ni hace nada malo.
Housam emigró desde el puerto de Tánger Ville, que parte en dos el paseo marítimo de esta ciudad. Hace apenas un año era habitual ver a niños durmiendo en la playa esperando el momento justo para esconderse en los bajos de un camión con destino a España. Ahora, la policía blinda el puerto de día y de noche. Hay agentes con pistola y también concertinas, y colarse dentro es, prácticamente, una misión suicida. Dentro solo quedan embarcaciones pesqueras.
Un niño pide limosna en una calle de la ciudad de Tánger / FERRAN NADEU
En primera línea de playa apenas se ven niños desvalidos. Hay familias haciendo pícnics, jóvenes jugando a voleibol, discotecas que se llenan de madrugada. Pero existen. Solo basta con adentrarse en la ciudad. Niños durmiendo en parques, en portales. Niños mal vestidos, que huelen mal y que piden limosna. En la medina, el centro histórico, la estampa se repite. Un grupo de cinco renacuajos merodean por la zona. Visten camisetas cortitas, tienen melenas despeinadas y sus chanclas están llenas de barro. Algunos llevan la ropa sucia, otros tienen incluso agujeros en ella.
Aparecen, de repente, en un lugar muy concurrido por jóvenes y adolescentes. Son las antiguas tumbas fenicias. Un sitio ancestral que se ha convertido en espacio de reunión. Es un balcón al mar. Fácilmente se ve la costa andaluza. Muchos jóvenes se hacen fotos y se las mandan a otros amigos. Ríen. Fuman. Algunos sueñan con el día en que alcanzarán la otra orilla.
Un niño duerme en un portal, en la ciudad de Tánger. / FERRAN NADEU
Los menores se acercan a los vendedores ambulantes y les piden comida. «Son niños de la calle, muchos no tienen familia que se haga cargo de ellos», aclara uno de los vendedores, que les da alguna que otra patata frita de su puesto. Persiguen a los turistas, pero no hablan nada más que árabe. Solo ponen la manita. Idioma universal.
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Pues es terrible, pero la responsabilidad es de los países de residencia de estas personas. Todos se llevan las manos a la cabeza porque no aplaudimos la llegada de pateras o los saltos en la valla, pero nadie carga contra los países de origen, como si fuera normal que un Estado se desentendiera de sus propios ciudadanos.