Juan Carlos I: una vida marcada por corrupción, escándalos y herencia franquista

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Juan Carlos I se jubila: una vida pública marcada por la corrupción, los escándalos y su herencia franquista

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Esta semana la Casa Real ha hecho pública una declaración de Juan Carlos I, actual rey emérito, que ha dirigido a su hijo Felipe VI actual rey del Estado español, en la que señalaba su “retirada de la vida pública”.

Esto supone que ya no va a seguir representando institucionalmente al Estado, pudiendo dedicarse más todavía si cabe a su lujosa vida privada de “toros, regatas, carreras de coches y restaurantes”, como tan acertadamente ha titulado El Mundo.

Tras su abdicación el 19 de junio de 2014 en favor de su hijo Felipe VI, el rey Juan Carlos I pasó a ocupar el título de “rey emérito”, relegando a un segundo plano su papel en la vida pública y en la actividad política. Esta decisión llegaba tras una serie de escándalos en los que se había visto involucrado el monarca, como el del caso Nóos que salpicó a la infanta Cristina y a Iñaki Urdangarin, o el caso de Botsuana. El prestigio de Juan Carlos cayó por los suelos y su abdicación en Felipe VI, que aparecía en los medios de comunicación como “el preparado”, fue un intento de salvar los muebles de la Monarquía en plena crisis de representatividad del propio Régimen del 78.

Desde entonces, Felipe VI ha conseguido capear la situación de crisis, apoyado por los partidos históricos del Régimen, PSOE y PP, por los nuevos partidos de la derecha y la extrema derecha, Ciudadanos y VOX, así como por la connivencia que durante estos años ha mostrado Podemos y Pablo Iglesias. Sin embargo, la figura de Juan Carlos se veía de nuevo envuelta en escándalos con el “affaire Corinna”.


Desde la Transición, la figura de Juan Carlos fue cuidadosamente elaborada desde los medios de comunicación, apareciendo como el garante de la “democracia” en el Estado español, cuando carecía de la más mínima legitimidad democrática. El intento de golpe de Estado del 23F de 1981 y su intervención por televisión, lo catapultaron de hecho como el rey que “salvador de la democracia”. Un capítulo más del relato del “mito de la Transición”, “pacífica y modélica”, donde la “democracia” llegó prácticamente como resultado de la “reconciliación nacional” y de la acción de figuras individuales como Adolfo Suárez, Felipe González, Santiago Carrillo, Manuel Fraga o el propio rey Juan Carlos I. Un relato que más de cuarenta años después ha entrado en crisis de la mano de la crisis económica y política del Régimen del 78 y donde la figura del monarca ha sido de las peores paradas.

Juan Carlos I: el heredero de Franco

Franco, tras su victoria en la Guerra Civil y su consolidación como dictador, estableció en 1947 que el Estado español se definía como “Reino”, con la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado. Se podría decir que era una “monarquía sin rey” ya que la plaza vacante de monarca la ocupaba el propio Francisco Franco hasta que considerara oportuno o se diera lo que después se llamó de forma eufemística “el hecho sucesorio”, es decir, su muerte.

El candidato natural, por la propia sucesión de la monarquía borbónica, debería haber sido Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII y padre de Juan Carlos. Ahora bien, las diferencias políticas entre éste y el dictador impidieron su nombramiento como rey. Sin embargo, ambos acordaron en 1948 que Juan Carlos, nacido y residente en Roma, fuera tutelado por Franco como un posible sucesor al trono.

De esta manera, Juan Carlos fue educado en los principios franquistas del Movimiento Nacional y finalmente, consolidado como candidato al trono cuando Franco decidió, en 1969, nombrarlo como sucesor apoyándose en la propia Ley de sucesión de 1948. Después de la muerte del dictador el 20 de noviembre de 1975 se pusieron en marcha los mecanismos sucesorios: el príncipe Juan Carlos fue proclamado capitán general de los tres ejércitos el 20 de noviembre y el 22 de noviembre rey de España por las Cortes franquistas.

El rey pronunció estas palabras sobre el dictador: “Una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado.

(…) Es de pueblos grandes y nobles saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal.”

Cuando el príncipe Juan Carlos asumía como jefe de Estado, dos días después de la muerte de Franco, el 22 de noviembre de 1975, dijo bajo juramento: “Juro por Dios, y ante los Santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional”.

La Transición y el 23F El papel que jugó Juan Carlos I en la transición fue de una constante ambigüedad, jugando una especie de “juego de tronos” de la época, nunca mejor dicho. El monarca contaba con la legitimidad franquista y con el apoyo tanto de los sectores reformistas del franquismo, como con el de los más reaccionarios del “bunker”; sin embargo, carecía de entrada de cualquier legitimidad democrática. El proyecto de un tímido lavado de imagen a la dictadura, representado por el gobierno de Arias Navarro (1973-1976), resultó un fracaso al ser tumbado por la movilización social, destacando el impresionante movimiento huelguístico de los primeros meses de 1976. Era el primer gobierno de la monarquía de Juan Carlos y no había empezado con buen pie.

Se entró entonces en el gobierno de Adolfo Suárez y en los procesos de constantes negociaciones entre los sectores reformistas del franquismo, la “oposición democrática” liderada por el PCE y el PSOE, y el propio monarca.

Todo en el marco de la jerarquía creciente del escenario de las relaciones diplomáticas internacionales y el peso decisivo del imperialismo norteamericano.

La movilización social se mostraba muy potente, con los movimientos vecinales, feministas y autonomistas, y, sobre todo, con un movimiento obrero en pie de guerra que estaba erosionando los intereses de los grandes capitalistas, en la plena crisis además del petróleo de 1973. La dictadura se mostraba cada vez más incapaz de gestionar esta conflictividad y una salida como en Portugal, con la Revolución de los Claveles de 1974, era una situación que no deseaba ni el franquismo, ni los EEUU, ni las democracias europeas. Ni siquiera buena parte de la “oposición democrática”, especialmente el grupo de Felipe González que trataba de disputarle la hegemonía al PCE y salir con una posición ventajosa en un escenario de elecciones democráticas, y el propio Partido Comunista liderado por Carrillo.

Una salida rupturista y revolucionaria estaba en el imaginario de muchos sectores sociales y de la clase obrera combativa, pero los dirigentes políticos durante la Transición (desde los sectores reformistas del franquismo como Adolfo Suárez y Fraga, pasando por la oposición democrática, con Felipe González y Santiago Carrillo) eran claramente partidarios de un proceso controlado y de “reforma pactada”. Era un hecho que se iba a dar una situación de cambio político, pero todavía estaba en el aire como se iba a resolver.

Las primeras elecciones después de la muerte de Franco fueron en 1977, un año después de que Adolfo Suárez fuera nombrado presidente por el rey Juan Carlos I. Éstas se celebraron con toda la extrema izquierda ilegalizada, cientos de presos políticos aún en las cárceles y una dura represión contra todo movimiento que se saliera de la dinámica de moderación que defendían ya los dirigentes de la oposición, en especial el PCE (Partido Comunista Español).

La salida “pactada” conservadora de Adolfo Suárez se estaba consolidando, con la clara connivencia del PSOE y el PCE. La plena vigencia de la dictadura veló porque las Cortes Constituyentes nacieran “atadas y bien atadas”. Suárez presidió el último gobierno de la dictadura y el primero de la “nueva democracia”, aprobando con el referéndum de diciembre de 1978 la nueva Constitución monárquica que luego el rey juraría en una sección conjunta del Senado y del Congreso de los Diputados.

Así nace el Régimen del 78’, dando a luz una Monarquía parlamentaria en la que el rey era Jefe de Estado y de las fuerzas armadas. Se daba así una nueva legitimidad al nombramiento de Juan Carlos I como sucesor de Franco. Una nueva fachada “democrática” que no puede ocultar a un rey nombrado “por la Gracia de Franco”.

El rey vino en todo momento a ser la garantía de la moderación de todo el proceso, de que el cambio político no fuera más lejos de una mera “homologación” con las democracias occidentales y que no llegara a cuestionar los pilares centrales de la herencia franquista. De hecho Suárez puso a la Monarquía en el “pack” de la Constitución, ante el riesgo de que no fuera refrendada democráticamente, tal y como él mismo confesó en una entrevista con Victoria Prego en 1995.

Sin embargo, la Transición no era un proceso tranquilo para el Régimen. No le libró de un rápido desgaste y fricciones entre distintas alas del viejo Régimen franquista que querían transigir aún menos y las contradicciones del proceso llevaron a la crisis de la UCD y el gobierno de Suárez. Por otro lado, si bien los Pactos de la Moncloa de 1978 trataban de cargar sobre las espaldas de la clase trabajadora los efectos de la crisis económica y garantizar los intereses capitalistas, la conflictividad obrera seguía más presente que nunca negándose a volver tan fácilmente al redil.

En este momento, en los primeros años del Régimen de 1978, fue fundamental el “ruido de sables”, es decir, el riesgo constante ante una posible intervención del Ejército, que representaba uno de los sectores más reaccionarios del “bunker”. Un riesgo a veces real y a veces sobredimensionado, utilizado políticamente para llamar constantemente a la moderación política.

En ese marco, llegó el golpe de Estado militar del 23 de febrero de 1981, momento en el cual Calvo Sotelo asumía como presidente del Gobierno. El objetivo era, con apoyos entre el aparato del Estado y con simpatías en la misma Zarzuela, la formación de un gobierno, militar o militar civil, presidido por el General Alfonso Armada Comyn, estrechamente vinculado a la Casa Real.

El papel del Rey Juan Carlos en los preparativos del golpe ha sido objeto de dudas y mucho debate, en el marco de que el hermetismo y la censura han hecho imposible desarrollar una investigación libre e independiente. Sin embargo, la participación del monarca en la preparación de un golpe en favor de un gobierno de unidad nacional encabezado por el General Armada ha sido reconocida hasta por periodistas de investigación tan poco sospechosos cómo la monárquica Pilar Urbano. Sin embargo, la histórica imagen presentada por el Régimen sigue siendo la del entonces monarca desvinculándose del golpe en la madrugada en su famoso discurso en TVE.

Al margen de las incógnitas, lo cierto es que el golpe sirvió para aumentar el miedo al “ruido de sables” y consolidó la figura de Juan Carlos I casi como el “héroe de la democracia” y, sin lugar a dudas, fue un punto de inflexión. Las consecuencias más inmediatas determinaron el rumbo y la configuración del Régimen del 78 y cerraban la Transición. Se consolidaba una auténtica “contrarrevolución democrática” que desvió un movimiento ascendente de movilización social, consolidando las continuidades franquistas y abriendo el escenario político a la ofensiva neoliberal que llega hasta nuestros días. La abdicación en Felipe VI El 23F otorgó a la Monarquía una legitimidad democrática que no tenía y lo distanció de su pasado franquista, al tiempo que se construía su imagen desde los medios de comunicación. Una imagen que ha sido inviolable y no ha podido ser cuestionada, hasta el punto de que las denuncias o las sátiras de la misma han acarreado duras represiones judiciales. No podía ser de otra manera, siendo la cabeza del Régimen del 78, la garantía de los intereses del IBEX 35, de la “Unidad de España” y de que todas las impunidades y continuidades del franquismo no sean cuestionadas.

No obstante, esta imagen que se ha construido de Juan Carlos I ha entrado en profunda crisis en el marco de la propia crisis económica y política del Régimen, por todos los escándalos de corrupción y personales de la Familia Real, así como por cuestiones como su estrecha relación con otras monarquías absolutamente repugnantes, como la Monarquía saudí. Desde su llegada al trono ha conseguido acaparar una de las mayores fortunas del mundo. El año pasado The New York Times calculaba que la fortuna de Juan Carlos se elevaba a 2.300 millones de dólares, casi 1.800 millones de euros. La crisis del Régimen del 78 desencadenada con la crisis económica de estos últimos años genero un cuestionamiento general de las instituciones del Estado español, destacando como ya mencionábamos, de la Monarquía. El prestigio de Juan Carlos I cayó de tal modo que fue necesaria una rápida maniobra de abdicación tratando de que Felipe VI supusiera un nuevo recambio que capeara el temporal. Y en cierta manera, la Monarquía ha conseguido estabilizar su situación, aunque no ha recuperado el prestigio que gozaba décadas atrás cuando el “mito de la Transición” y del “héroe de la democracia” funcionaban sin fisuras.

El propio Régimen del 78 está en un proceso de profunda crisis a la que intenta dar una salida en forma de dos vertientes, la salida abiertamente reaccionaria y “recentralizadora” representada por PP, Ciudadano y Vox; y la salida regeneradora y “progresista” representada por el PSOE, con el apoyo de Unidas Podemos. La Monarquía en este sentido, ya con Felipe VI, ha jugado un claro papel reaccionario como se ha visto con el derecho a decidir en Catalunya y su total posicionamiento a favor de una salida represiva y del 155.

Una muestra más de que en los momentos claves, se aprecia claramente el rol reaccionario y autoritario de una Monarquía que fue elegida por Franco, impuesta en la Transición y que de “demócrata” no tiene absolutamente nada. Ahora bien, ni la crisis política del Régimen del 78 está cerrada ni mucho menos la crisis de la Monarquía.

Su cuestionamiento está más vivo que nunca, como lo demuestra todo el proceso de los referendos que se han vivido entre la juventud de las universidades y que continúan surgiendo en las ciudades y barrios. Con la consigna de que “no queremos este régimen impuesto, queremos cuestionar y decir todo”, miles de jóvenes han puesto de manifiesto el papel reaccionario y obsoleto de esta institución. Juan Carlos I ha podido jubilarse con total impunidad, no dejemos que Felipe VI pueda hacer lo mismo.
 
En vez de kaosenlared es kaosenlacabeza, porque si eso es todo lo que sacan del reinado de Juan Carlos, apaga y vámonos...

La demagogia tiene las patas cortas.
 
En vez de kaosenlared es kaosenlacabeza, porque si eso es todo lo que sacan del reinado de Juan Carlos, apaga y vámonos...

La demagogia tiene las patas cortas.

Vuelves a citar la demagogia, recurso facilísimo y que tambien me aplicaste a mi.

En este caso ¿serías capaz de señalar donde está la tal demagogia?
 

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