El imparable deterioro de la monarquía española

Mis abuelos paternos y algunos hermanos también de mi padre (a sueldo todos en un cortijo entre Andalucía y la Mancha) aprendieron a leer y escribir con aquella reforma. Por lo visto no eran tan torpes como otros "asalariados" y los señoritos viendo que se los comían les ponían dificdi lo de ir al pueblo a la escuela. Cuando mi abuelo murió ya en los cuarenta (mi abuelo tuvo a mi padre con casi cincuenta y a mí mi padre con más de cuarenta) su familia comprobó como la casa que compró antes de aprender a escribir no era suya, las edcrescrit estaban a nombre de los señoritos y de esa familia sigue siendo la casa. Paso por ahí y me enciendo. Un descendiente de esos sensores, médico, coincidió conmigo en un evento en Madrid, ajeno al pueblo y a cuscualqu cosa parecida .Un amigo en común nos reunió "Sois paisanos" hablamos y cuando le dije quién era mi padre su respuesta fue; "Tu no puedes ser hija de ese hombre" Pues lo soy y a mucha honra y ahí acabo el tema con el paisano. No podía ser que siendo hija de un semi esclavo hubiera llegado a tener estudios y "cierto éxito" en lo mío. Año 2010. S. XXI No guardo rencor, solo quiero que mis hijos no tengan que cruzarse nunca con gente de ese pensamiento, llevando siempre por delante quien era su abuelo y bisabuelo.
Que poca educación tenía o tiene ese hombre, palabras necias oídos sordos, yo le pongo igual la boca morada...
 
Mis abuelos paternos y algunos hermanos también de mi padre (a sueldo todos en un cortijo entre Andalucía y la Mancha) aprendieron a leer y escribir con aquella reforma. Por lo visto no eran tan torpes como otros "asalariados" y los señoritos viendo que se los comían les ponían dificdi lo de ir al pueblo a la escuela. Cuando mi abuelo murió ya en los cuarenta (mi abuelo tuvo a mi padre con casi cincuenta y a mí mi padre con más de cuarenta) su familia comprobó como la casa que compró antes de aprender a escribir no era suya, las edcrescrit estaban a nombre de los señoritos y de esa familia sigue siendo la casa. Paso por ahí y me enciendo. Un descendiente de esos sensores, médico, coincidió conmigo en un evento en Madrid, ajeno al pueblo y a cuscualqu cosa parecida .Un amigo en común nos reunió "Sois paisanos" hablamos y cuando le dije quién era mi padre su respuesta fue; "Tu no puedes ser hija de ese hombre" Pues lo soy y a mucha honra y ahí acabo el tema con el paisano. No podía ser que siendo hija de un semi esclavo hubiera llegado a tener estudios y "cierto éxito" en lo mío. Año 2010. S. XXI No guardo rencor, solo quiero que mis hijos no tengan que cruzarse nunca con gente de ese pensamiento, llevando siempre por delante quien era su abuelo y bisabuelo.

Impresentables sinvergüenzas, para éso querían los ricos y los curas el poder, para aprovecharse de los pobres y exprimirles hasta la muerte. Y, claro, como las escrituras están a nombre del cacique, pues a eso se agarran aún hoy sus herederos sin que la Justicia quiera reconocer la estafa que sufrió tu abuelo, aunque se sepa la verdad, en esta pseudodemocracia todo sigue organizado para que no se enseñen las vergüenzas de los poderosos en aquella triste época. Y que todavía existan especímenes que piensen que el pueblo no pueden estudiar ni tener talento ni riqueza alguna...

El reyecito Flip, el PP, C,s y Vox, ahí están los tres mosqueteros para hacer retroceder el reloj en España. El mundo tiene que estar diseñado a su imagen y semejanza, es decir, los ricos y poderosos arriba y el pueblo abajo. Siglo XXI, y así por los siglos de los siglos, esta gentuza no tiene arreglo.

Feliz Año Nuevo, querida amiga, ¡viva la Justicia y la Libertad!
 
Los españoles ya conocen a su Rey
Personaje del año
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  • 31 DIC. 2018 01:52
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El Rey Felipe VI y la Reina Letizia, a su entrada en Teatro Campoamor de Oviedo para la entrega de los Premios Princesa de Asturias, el pasado mes de octubre DAVID S. BUSTAMANTE
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YA TIENE QUE SER RARO un país en el que el principal garante de los valores republicanos es un rey. Felipe VI es un Monarca obstinado en restablecer una suerte de virtud cívica. Su prédica responde, además de a la convicción, a una necesidad vital. Él tenía 10 años cuando el pueblo español aprobó en referéndum la Constitución. Hasta hace bien poco era un Monarca joven. Ya no. Cualquiera de los cuatro hombres que hoy podrían presidir el Gobierno son menores que él. Todos fueron educados en democracia y crecieron, como ya la mayoría de su pueblo, con la falsa certeza de que las libertades son irreversibles y la paz, perpetua. En el discurso navideño más reciente de Felipe VI el salto generacional fue explícito. El Rey trató de explicarle a la nación que la convivencia es una conquista delicada, que en España su restablecimiento fue posible gracias a la confluencia de compromiso, renuncia y miedo; y que por supuesto es revocable. Todo esto ya lo sabían los viejos, pero su último mensaje iba sobre todo dirigido a los jóvenes.

Prueba de lo narcotizante que es la prosperidad es que a Felipe VI siempre se le auguró una vida fácil. Si España no era monárquica sino juancarlista era, decían, porque su padre había ofrecido a su pueblo un argumento más poderoso que la tradición: la utilidad. Para transitar de la ley de la dictadura a la ley de la democracia sin que mediara el enfrentamiento era necesaria una figura situada por encima de la coyuntura y Juan Carlos I fue un agente razonable del cambio. Un traidor para los franquistas irredentos, el ungido del Caudillo para los rupturistas. Como Adolfo Suárez, la persona ideal para pilotar un proceso inevitablemente abocado a decepcionar a los integristas.

¿Qué podía ofrecer el heredero si ya todo estaba hecho en España? ¿Qué, si las libertades ya habían sido conquistadas? ¿Seguía siendo útil la Monarquía? Pareciera que a Felipe VI sólo le quedaba disfrutar de los privilegios inmanentes a la Corona. La realidad, cuando llegó, fue más áspera. Felipe VI fue coronado tras una abdicación vergonzante. Una parte del pueblo español seguía agradeciéndole a Don Juan Carlos los servicios prestados durante la Transición, pero intuía que ya no estaba dispuesto a seguir asumiendo las servidumbres de la Corona. Ni siquiera la de la discreción. Un accidente de caza en Botsuana dio a conocer a todos los españoles a su amante, Corinna Zu Sayn-Wittgenstein. La corrupción del caso Nóos había sentado a una infanta en el banquillo y encerrado en la cárcel a su marido. La distancia mistérica que preserva una institución basada fundamentalmente en la ejemplaridad había sido pulverizada. Cuando Felipe VI heredó, en su reino ya no operaba el pacto de caballeros que protegió durante toda su vida la reputación de su padre, la crisis había impuesto una nueva cultura de lo público en la que cualquier privilegio se consideraba una usurpación y se estaba gestando una coalición de enemigos de la Corona determinada a acabar con él para luego acabar con la nación. No era el panorama idílico que le habían prometido desde niño.

Pareciera que a Felipe VI sólo le quedaba disfrutar de los privilegios inmanentes a la Corona. La realidad, cuando llegó, fue más áspera


Es ya un lugar común que el 3 de octubre de 2017 fue el 23 de febrero de 1981 de Felipe VI. En ocasiones los malditos lugares comunes tienen la razón y este acierta en lo esencial, aunque la analogía presenta algunos problemas. Suele olvidarse uno. El 23-F los militares sublevados pretendían, mediante métodos criminales, derrocar a un Gobierno. No a un monarca. Las leyes ilegales -sólo mediante la más pura ignorancia se puede apreciar aquí un oxímoron- aprobadas por el Parlamento de Cataluña el 6 y 7 de septiembre de 2017, el fraude electoral del 1 de octubre y la declaración de independencia del 27 de octubre, atacaron a la soberanía nacional sobre la que se sustenta todo el edificio constitucional. La gravedad del desafío permitió a Felipe VI culminar el primer gran hito de su reinado. Al fin, una autoridad del Estado le habló a los nacionalistas como si fueran adultos. El Rey ha demostrado una deferencia insólita con la ciudadanía catalana y lo inusual de esa cortesía ya eleva su figura sobre la coyuntura política. El shock es comprensible. Lo habitual siempre fue combatir la insidia nacionalista con una condescendencia algo insultante, infantilizante, y en estas se apareció un rey en la televisión dispensando ciudadanía. Una maduración tan abrupta tiene efectos traumáticos y confirmó al Monarca como el enemigo principal del separatismo. No lo convirtió en tal, sino que lo confirmó como tal, porque ya lo era y porque no podía dejar de serlo sin que España dejara de ser España y él dejara de ser el Rey. Basta hacer memoria y volver a aquel 17 de agosto en el que se convocó una manifestación para recordar a las víctimas de los atentados yihadistas en Barcelona y Cambrils, y el nacionalismo mudó el luto por un espectáculo difamante, minuciosamente diseñado para que Felipe VI supiera que no era bienvenido en Cataluña.

Al nacionalismo le suele acompañar en su denuncia un coro melifluo que asegura que el Monarca no supo ejercer su papel de árbitro porque, si bien los hechos que le obligaron a reaccionar fueron atroces, él no mencionó la palabra diálogo, ni instó a una superación política del conflicto ni habló en catalán. Todo parte de una confusión interesada. La intromisión hubiera sido hacer lo contrario. El Rey habría excedido su papel si hubiera pedido diálogo en su discurso, si hubiera cedido a la tentación apaciguadora. Sería entonces cuando haría de político y no de árbitro, mientras que al limitar su alocución a la defensa de las instituciones democráticas asumió con escrúpulo el papel moderador que le otorga la Carta Magna. Felipe VI juró dos veces la Constitución: el día que cumplió 18 años y en la ceremonia de su proclamación, casi tres décadas después. Transaccionar con la Ley Fundamental por una cuestión de cálculo, narcisismo o debilidad habría sido una felonía. Un rey también tiene sus servidumbres.

Aquel discurso que marcará su reinado fue pronunciado en 2017, dirá el atento lector, y de lo que aquí se habla es de lo acontecido en el año que dejamos atrás. Si Felipe VI ha sido nombrado personaje del año ahora es porque fue en 2018 cuando tuvo que asumir la tarea más difícil: administrar el caudal de desconfianza y frustración y violencia soterrada que ha dejado tras de sí la delirante aventura del procés. Y hacer frente a la ofensiva iniciada por el eje nacional-populista que se estaba gestando cuando fue proclamado Rey.

El Rey ha asumido en 2018 la tarea más difícil: administrar el caudal de desconfianza y frustración y violencia soterrada del 'procés'


Su reciente discurso navideño es una buena muestra de la magnitud del desafío. Felipe VI habló de convivencia y todo el mundo creyó entender que tras esa fórmula conciliadora se escondía algún tipo de mensaje oculto que alentaba sus ensoñaciones políticas. Entre las servidumbres del Monarca está la imposibilidad de salir de nuevo a la escena y desmentir a sus exégetas. El PSOE creyó escuchar que el Monarca se adhería a la interesada apuesta apaciguadora del Gobierno. Siempre un punto más delirante, Podemos quiso oír una rectificación y Quim Torra, que sólo escucha por los oídos de Puigdemont, una nueva afrenta. Lo cierto es que nada ha cambiado. En democracia sólo hay una rectora de la convivencia y es la ley. La vulneración consciente de la ley por parte de las autoridades del Estado es, sobre todo, un atentado flagrante contra la convivencia. Por eso, en la boca de un Monarca la alusión a la convivencia sólo puede ser entendida como un recordatorio de la vigencia de la ley.

La Monarquía es el lugar desde el que parte toda impugnación de la historia de reconciliación, estabilidad y prosperidad que conforma el relato democrático español. Del búnker al zulo. Para unos el Rey representó la traición de un legado y para otros encarna la continuidad histórica del franquismo que las élites habrían enmascarado con la Transición. Sería injusto decir que todos los que denuestan su figura son antidemócratas, pero lo que es innegable es que todos los antidemócratas que en España ejercen terminan asumiendo un diagnóstico: los planes que las urnas les niegan sólo son posibles mediante el jaque al Rey, esto es, convenciendo a los españoles de que no viven cobijados por una democracia, que sus instituciones no son legítimas, que la soberanía nacional es un artificio autoritario y que España no ha protagonizado cuatro décadas de libertad, paz y transformación social. Extendiendo, en fin, hasta que alcance cotas de pandemia, la enfermedad que se ha propagado de una forma tan devastadora por Cataluña. La enfermedad de los ricos, que es creerse pobres.

La ofensiva nacionalista le ha enseñado a los españoles quién es Felipe VI, del que sólo conocían detalles superficiales con textura couché. Se presentó con un discurso rocoso y unívoco, dotado de la inédita cortesía de tratar al fin a todos como adultos, incluidos los nacionalistas. La retórica regia se permite el lujo de no tener ninguna solidaridad con los golpistas. Para un español cualquiera quizás sea este un lujo excesivo, que diría Chaves Nogales. No, desde luego, para un rey. Es más bien una cuestión de supervivencia
 
Los españoles ya conocen a su Rey
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El Rey Felipe VI y la Reina Letizia, a su entrada en Teatro Campoamor de Oviedo para la entrega de los Premios Princesa de Asturias, el pasado mes de octubre DAVID S. BUSTAMANTE
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YA TIENE QUE SER RARO un país en el que el principal garante de los valores republicanos es un rey. Felipe VI es un Monarca obstinado en restablecer una suerte de virtud cívica. Su prédica responde, además de a la convicción, a una necesidad vital. Él tenía 10 años cuando el pueblo español aprobó en referéndum la Constitución. Hasta hace bien poco era un Monarca joven. Ya no. Cualquiera de los cuatro hombres que hoy podrían presidir el Gobierno son menores que él. Todos fueron educados en democracia y crecieron, como ya la mayoría de su pueblo, con la falsa certeza de que las libertades son irreversibles y la paz, perpetua. En el discurso navideño más reciente de Felipe VI el salto generacional fue explícito. El Rey trató de explicarle a la nación que la convivencia es una conquista delicada, que en España su restablecimiento fue posible gracias a la confluencia de compromiso, renuncia y miedo; y que por supuesto es revocable. Todo esto ya lo sabían los viejos, pero su último mensaje iba sobre todo dirigido a los jóvenes.

Prueba de lo narcotizante que es la prosperidad es que a Felipe VI siempre se le auguró una vida fácil. Si España no era monárquica sino juancarlista era, decían, porque su padre había ofrecido a su pueblo un argumento más poderoso que la tradición: la utilidad. Para transitar de la ley de la dictadura a la ley de la democracia sin que mediara el enfrentamiento era necesaria una figura situada por encima de la coyuntura y Juan Carlos I fue un agente razonable del cambio. Un traidor para los franquistas irredentos, el ungido del Caudillo para los rupturistas. Como Adolfo Suárez, la persona ideal para pilotar un proceso inevitablemente abocado a decepcionar a los integristas.

¿Qué podía ofrecer el heredero si ya todo estaba hecho en España? ¿Qué, si las libertades ya habían sido conquistadas? ¿Seguía siendo útil la Monarquía? Pareciera que a Felipe VI sólo le quedaba disfrutar de los privilegios inmanentes a la Corona. La realidad, cuando llegó, fue más áspera. Felipe VI fue coronado tras una abdicación vergonzante. Una parte del pueblo español seguía agradeciéndole a Don Juan Carlos los servicios prestados durante la Transición, pero intuía que ya no estaba dispuesto a seguir asumiendo las servidumbres de la Corona. Ni siquiera la de la discreción. Un accidente de caza en Botsuana dio a conocer a todos los españoles a su amante, Corinna Zu Sayn-Wittgenstein. La corrupción del caso Nóos había sentado a una infanta en el banquillo y encerrado en la cárcel a su marido. La distancia mistérica que preserva una institución basada fundamentalmente en la ejemplaridad había sido pulverizada. Cuando Felipe VI heredó, en su reino ya no operaba el pacto de caballeros que protegió durante toda su vida la reputación de su padre, la crisis había impuesto una nueva cultura de lo público en la que cualquier privilegio se consideraba una usurpación y se estaba gestando una coalición de enemigos de la Corona determinada a acabar con él para luego acabar con la nación. No era el panorama idílico que le habían prometido desde niño.

Pareciera que a Felipe VI sólo le quedaba disfrutar de los privilegios inmanentes a la Corona. La realidad, cuando llegó, fue más áspera


Es ya un lugar común que el 3 de octubre de 2017 fue el 23 de febrero de 1981 de Felipe VI. En ocasiones los malditos lugares comunes tienen la razón y este acierta en lo esencial, aunque la analogía presenta algunos problemas. Suele olvidarse uno. El 23-F los militares sublevados pretendían, mediante métodos criminales, derrocar a un Gobierno. No a un monarca. Las leyes ilegales -sólo mediante la más pura ignorancia se puede apreciar aquí un oxímoron- aprobadas por el Parlamento de Cataluña el 6 y 7 de septiembre de 2017, el fraude electoral del 1 de octubre y la declaración de independencia del 27 de octubre, atacaron a la soberanía nacional sobre la que se sustenta todo el edificio constitucional. La gravedad del desafío permitió a Felipe VI culminar el primer gran hito de su reinado. Al fin, una autoridad del Estado le habló a los nacionalistas como si fueran adultos. El Rey ha demostrado una deferencia insólita con la ciudadanía catalana y lo inusual de esa cortesía ya eleva su figura sobre la coyuntura política. El shock es comprensible. Lo habitual siempre fue combatir la insidia nacionalista con una condescendencia algo insultante, infantilizante, y en estas se apareció un rey en la televisión dispensando ciudadanía. Una maduración tan abrupta tiene efectos traumáticos y confirmó al Monarca como el enemigo principal del separatismo. No lo convirtió en tal, sino que lo confirmó como tal, porque ya lo era y porque no podía dejar de serlo sin que España dejara de ser España y él dejara de ser el Rey. Basta hacer memoria y volver a aquel 17 de agosto en el que se convocó una manifestación para recordar a las víctimas de los atentados yihadistas en Barcelona y Cambrils, y el nacionalismo mudó el luto por un espectáculo difamante, minuciosamente diseñado para que Felipe VI supiera que no era bienvenido en Cataluña.

Al nacionalismo le suele acompañar en su denuncia un coro melifluo que asegura que el Monarca no supo ejercer su papel de árbitro porque, si bien los hechos que le obligaron a reaccionar fueron atroces, él no mencionó la palabra diálogo, ni instó a una superación política del conflicto ni habló en catalán. Todo parte de una confusión interesada. La intromisión hubiera sido hacer lo contrario. El Rey habría excedido su papel si hubiera pedido diálogo en su discurso, si hubiera cedido a la tentación apaciguadora. Sería entonces cuando haría de político y no de árbitro, mientras que al limitar su alocución a la defensa de las instituciones democráticas asumió con escrúpulo el papel moderador que le otorga la Carta Magna. Felipe VI juró dos veces la Constitución: el día que cumplió 18 años y en la ceremonia de su proclamación, casi tres décadas después. Transaccionar con la Ley Fundamental por una cuestión de cálculo, narcisismo o debilidad habría sido una felonía. Un rey también tiene sus servidumbres.

Aquel discurso que marcará su reinado fue pronunciado en 2017, dirá el atento lector, y de lo que aquí se habla es de lo acontecido en el año que dejamos atrás. Si Felipe VI ha sido nombrado personaje del año ahora es porque fue en 2018 cuando tuvo que asumir la tarea más difícil: administrar el caudal de desconfianza y frustración y violencia soterrada que ha dejado tras de sí la delirante aventura del procés. Y hacer frente a la ofensiva iniciada por el eje nacional-populista que se estaba gestando cuando fue proclamado Rey.

El Rey ha asumido en 2018 la tarea más difícil: administrar el caudal de desconfianza y frustración y violencia soterrada del 'procés'


Su reciente discurso navideño es una buena muestra de la magnitud del desafío. Felipe VI habló de convivencia y todo el mundo creyó entender que tras esa fórmula conciliadora se escondía algún tipo de mensaje oculto que alentaba sus ensoñaciones políticas. Entre las servidumbres del Monarca está la imposibilidad de salir de nuevo a la escena y desmentir a sus exégetas. El PSOE creyó escuchar que el Monarca se adhería a la interesada apuesta apaciguadora del Gobierno. Siempre un punto más delirante, Podemos quiso oír una rectificación y Quim Torra, que sólo escucha por los oídos de Puigdemont, una nueva afrenta. Lo cierto es que nada ha cambiado. En democracia sólo hay una rectora de la convivencia y es la ley. La vulneración consciente de la ley por parte de las autoridades del Estado es, sobre todo, un atentado flagrante contra la convivencia. Por eso, en la boca de un Monarca la alusión a la convivencia sólo puede ser entendida como un recordatorio de la vigencia de la ley.

La Monarquía es el lugar desde el que parte toda impugnación de la historia de reconciliación, estabilidad y prosperidad que conforma el relato democrático español. Del búnker al zulo. Para unos el Rey representó la traición de un legado y para otros encarna la continuidad histórica del franquismo que las élites habrían enmascarado con la Transición. Sería injusto decir que todos los que denuestan su figura son antidemócratas, pero lo que es innegable es que todos los antidemócratas que en España ejercen terminan asumiendo un diagnóstico: los planes que las urnas les niegan sólo son posibles mediante el jaque al Rey, esto es, convenciendo a los españoles de que no viven cobijados por una democracia, que sus instituciones no son legítimas, que la soberanía nacional es un artificio autoritario y que España no ha protagonizado cuatro décadas de libertad, paz y transformación social. Extendiendo, en fin, hasta que alcance cotas de pandemia, la enfermedad que se ha propagado de una forma tan devastadora por Cataluña. La enfermedad de los ricos, que es creerse pobres.

La ofensiva nacionalista le ha enseñado a los españoles quién es Felipe VI, del que sólo conocían detalles superficiales con textura couché. Se presentó con un discurso rocoso y unívoco, dotado de la inédita cortesía de tratar al fin a todos como adultos, incluidos los nacionalistas. La retórica regia se permite el lujo de no tener ninguna solidaridad con los golpistas. Para un español cualquiera quizás sea este un lujo excesivo, que diría Chaves Nogales. No, desde luego, para un rey. Es más bien una cuestión de supervivencia

Que este Rafa Latorre se permita mencionar a Chaves Nogales ¡da naúsea! Una cosa es que el Flip no apoyase a los independentistas y otra que amparase al Gobierno y las cargas policiales contra civiles que estaban ejerciendo el derecho básico del ciudadano: el del voto. El derecho al voto no se puede negar, diga lo que diga una Constitución conservadora como la de 1978.

¡Que asco, tener que leer tanto azúcar amparando lo indefendible!

Año Nuevo, Vida Vieja ¡Viva la República y la Libertad!
 
A día de hoy, y desde siempre, para el Juancar está prohibido hablar mal de Franco en su presencia. Le llegó a tener más afecto que a su padre, porque Franco lo trataba con respeto, de Alteza, como un tutor afectuoso, y al dictador se lo debe todo. De modo que nadie crea que en ese video, antes de la muerte de Franco, Juancar mentía, sus cercanos llevan cuarenta años sabiéndo que Juancar sigue siendo un agradecido pupilo del dictador.



Como decía mi abuelo: "¿Quien podría haber enseñado a Juanito que es la democracia si pertenecia a la familia destronada por dicha democracia y habia mamado de los pechos de dictador?"

Nadie, claro, pero se puede hacer el paripé para conservar su poltrona.


Citando a otro abuelo, en este caso el mío que siempre decía: Cada quien habla de la feria por cómo le fue en ella.

Si Franco trato bien a Juan Carlos, o sea con respeto e incluyéndole en asuntos de estado (desconozco que tan cercamos fueran) pues me suena lógico que le tuviera más aprecio que a su padres que siempre le trato fríamente
 
Pregunto: si no les gusta la monarquia, no les interesa, a que vienen a este foro y le dan seguimiento a todo lo que hacen los Borbones?
 
  • Felipe VI: "La Corona será garante de la Constitución y la libertad en España"
Personaje del año

Barcelona. 25 de febrero de 2018. Cena del Mobile World Congress. La alcaldesa Ada Colau acude a saludar a Felipe VI tras participar en el desplante institucionalcontra su visita y unos segundos bastan para que el Rey plasme la esencia de su reinado: "Yo estoy aquí para defender la Constitución". La breve conversación escapó a los micrófonos, pero esas siete palabras mostraban el compromiso de la Corona con la defensa del Estado de Derecho en plena afrenta independentista y en medio de una ofensiva contra la Monarquía como forma de socavar a la propia nación española.

Hace unos años, en una conversación con periodistas cuando todavía era Príncipe de Asturias, el actual Monarca reflexionaba así al ser preguntado por el 23-F: "Prefiero no necesitar ese tipo de reválidas". Quién le iba a decir que tendría que afrontar en el inicio de su reinado su particular 23-F en forma de desafío independentista. Un reto que ha encarado en soledad, sin apenas respaldo por parte del Gobierno. Él mismo lo definió hace unos meses como "la más grave crisis que hemos debido afrontar en nuestra historia reciente". Y ante ella, Felipe VI ha sido quien ha vertebrado el compromiso mayoritario de la sociedad con la Constitución y en defensa del Estado de Derecho. Diálogo sí, pero siempre bajo una premisa: "Las reglas que son de todos deben ser respetadas por todos".

EL MUNDO lo designe como el Personaje del Año. Una elección que el Rey ha acogido con "agradecimiento sincero".

En una carta al director de EL MUNDO, Francisco Rosell, Felipe VI ha querido expresar "el compromiso de la Corona con la democracia y la libertad en España, y con la defensa de los principios y valores de concordia y convivencia democrática en los que se basa nuestra Constitución". Más aún, recuerda que es "garante del edificio institucional diseñado en la Constitución y del conjunto de valores de ciudadanía que de ella se desprenden".

Quienes conocen al Rey destacan su pulcra obediencia al mandato constitucional. Es su particular camino de baldosas amarillas. Pero dentro de él, sí exige con firmeza cumplir lo establecido en la Carta Magna y la consiguiente obediencia a la ley. De todos. "La garantía efectiva del Estado de Derecho, sin el cual no cabe el progreso de las sociedades, requiere esa justicia de calidad que la Constitución propugna", defiende Felipe VI.

En el último año, tras el mensaje del 3 de octubre de 2017 en reacción al 1-O, el Rey ha sabido modular su discurso. La dureza y la contundencia se mantienen en sus intervenciones, pero con apelaciones a la "reconciliación", al "diálogo" y al "entendimiento". Una propuesta que, incluso, ha llevado a Podemos a reconocer "aciertos" y un "cambio de tono" en las reflexiones y propuestas del Monarca.

Los dirigentes que han mantenido un contacto fluido con el Rey en 2018 destacan su "labor impecable" y su "perfección innata" a la hora de actuar e interpretar cómo dirigirse a los españoles. Sus interlocutores valoran su "tranquilidad", o al menos así lo transmitía, hasta en los momentos más complejos.

lo reprobaba y pedía la abolición de la Monarquía. La iniciativa fue impulsada por los comunes, la coalición catalana en la que se integra Podemos.

Era la culminación de una campaña de ataques personales y a la institución protagonizada por los independentistas y Podemos, que ha incluido reproches por su defensa de la Constitución en Cataluña, referencias a Juan Carlos I y recordatorios del caso Urdangarin, ya juzgado y con el cuñado del Rey en prisión.

Frente a ello, Felipe VI ha apostado por enfatizar la necesidad de "diálogo" y "consenso" para proteger la convivencia y por trasladar un mensaje de futuro para la Corona como garante de la concordia y la libertad. Ahí se enmarca la decisión de que la Princesa Leonor empiece a cobrar protagonismo en la vida institucional. Este año la heredera ha protagonizado su primer viaje oficial (a Asturias) y su primera intervención pública (leyendo el artículo 1 de la Constitución).

cuyo 40º aniversario se acaba de celebrar. Es por ello que en 2018 la situación laboral de los jóvenes y su futuro profesional y personal se hayan plasmado en los discursos del Monarca.

La actual situación de España concede escasos respiros. Felipe VI muestra tranquilidad y relajación cuando está en compañía de sus hijas, momentos en los que se aprecian continuos gestos de cariño y complicidad. O cuando viaja Asturias. El traje, la corbata y los pantalones no impidieron que en su visita a Moal, pueblo ejemplar de 2018, participara en una partida de bolo vaqueiro, ante el asombro de los vecinos y la Reina Letizia. Es el hombre del año que se esconde detrás del Rey



Me alegra saber que defiende la Constitución ya que en ello va su futuro y el de su nena...faltaría mas. Pero de eso a ser el garante va un trecho y eso es lo que nos han vendido.
 
Citando a otro abuelo, en este caso el mío que siempre decía: Cada quien habla de la feria por cómo le fue en ella.

Si Franco trato bien a Juan Carlos, o sea con respeto e incluyéndole en asuntos de estado (desconozco que tan cercamos fueran) pues me suena lógico que le tuviera más aprecio que a su padres que siempre le trato fríamente

Por supuesto, alguien sin conciencia como el Juancar puede llegar a querer tanto a un genocida que no tolere que se hable mal de él en su presencia, solo porque a él le trató bien.
 
Pregunto: si no les gusta la monarquia, no les interesa, a que vienen a este foro y le dan seguimiento a todo lo que hacen los Borbones?

Madame, señora mia, no me gusta la miseria, lógico, pero me intereso por la miseria. A un médico no le gusta la enfermedad, lógico, pero se interesa por la enfermedad, no gusta la delincuencia pero mucha gente se interesa por la delincuencia......
El seguimiento a que usted se refiere, señora mia, es nada menos que el de la Jefatura de Estado del pais y cuando se está en contra de algo, mi caso y otros muchos, si no se hace el seguimiento que dice y que incluye gran parte de nuestra historia no se pueden establecer las bases pertinentes para rebatir tal sistema.
Tengo entendido que hay foros tan monárquicos, tan de pro, que en ellos todo son loas y alabanzas a este sistema, y se lo digo para que no los desaproveche, le gustarán.
 
Madame, señora mia, no me gusta la miseria, lógico, pero me intereso por la miseria. A un médico no le gusta la enfermedad, lógico, pero se interesa por la enfermedad, no gusta la delincuencia pero mucha gente se interesa por la delincuencia......
El seguimiento a que usted se refiere, señora mia, es nada menos que el de la Jefatura de Estado del pais y cuando se está en contra de algo, mi caso y otros muchos, si no se hace el seguimiento que dice y que incluye gran parte de nuestra historia no se pueden establecer las bases pertinentes para rebatir tal sistema.
Tengo entendido que hay foros tan monárquicos, tan de pro, que en ellos todo son loas y alabanzas a este sistema, y se lo digo para que no los desaproveche, le gustarán.
Ahhh es que a mi me gusta este.
 
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