Gabriel Cruz, asesinado por Ana Julia Quezada, la pareja del padre.

Mira, hay muchas cosas chirriantes en la actitud de esos padres y en lo que pasó esa noche en que desapareció la niña. Pero no compares sus actos o reacciones con los tuyos o con lo que consideras "normal". Son ingleses. Ahí empieza ya todo a ser muy muy distinto.
No no, solo digo lo que dice el artículo. Que la niñera no cree que fueran ellos porque estaban en shock. No comparo, para nada. Solo que lo que opine la niñera no es prueba de nada, ni a favor ni en contra, es solo su opinión.
 
Ángel ha salido a rastrear nuevas zonas acompañado de algunos guardias civiles, mientras Ana se ha quedado en casa por prescripción facultativa debido a las lesiones que sufrió en la cadera y el tobillo al caer por el terraplén al lanzarse a por la camiseta en el camino que lleva a las depuradoras de las Negras.

¿En q quedamos?
Yo creo que exageran un poco con lo de lanzarse al terraplen en busca de la camiseta :D
Por otro lado esto viene a decir que el padre perfectamente puede salir de casa y acompañar a hacer batidas, no tiene porque quedarse en casa pq tiene que estar siempre localizable como he leido por aquí.
 
Yo creo que exageran un poco con lo de lanzarse al terraplen en busca de la camiseta :D
Por otro lado esto viene a decir que el padre perfectamente puede salir de casa y acompañar a hacer batidas, no tiene porque quedarse en casa pq tiene que estar siempre localizable como he leido por aquí.

No, si es q en la otra q pusiste decia q se acordonó inmediatamente la zona. Si acordonas es porq nadie puede tocar nada y si ya se han abalanzado sobre la camiseta, tampoco tiene sentido.
 
Hoy tampoco se ha manifestado mi Susi?
Irá a la concentración, supongo?
Con lo listèrrima que nos es se pensará que una concentración es un grupo de gente que se junta pa meditar y hacer yoga
 
Yo creo que exageran un poco con lo de lanzarse al terraplen en busca de la camiseta :D
Por otro lado esto viene a decir que el padre perfectamente puede salir de casa y acompañar a hacer batidas, no tiene porque quedarse en casa pq tiene que estar siempre localizable como he leido por aquí.
Lo dije yo. Es lo que me dijeron a mi, pero claro este caso ya dura días, es diferente al mío.
 
Ya pero no creo que tengan cosas gordas en ese sentido y de ser así secuestrar a un niño es algo tan chungo que solo lo hacen los muy bestias, pero ojala fuera dinero en principio no tendría interés en el niño....seria lo " menos" malo a mi lo que me pone enferma son los depravados....y que no aparezca, soy una cansina pero preferiría un hijo muerto a un hijo desaparecido mas de un mes creo que es el dolor mas atroz del mundo , tambien hablo de cualquier ser querido
Es que hay que ser un ñordo podrido para hacer eso de coger a un niñito. Los primos no somos capaces de entenderlo porque es asqueroso para nuestro constructo personal.
Vemos asesinatos y hablamos de ellos. Y yo por ejemplo si sería capaz de matar. También he tenido una que porque no me cascaron la cabeza.
He tenido que ver asesinos, y me dio especial asquetamen uno (ETA) y era cooperador.
Un asesino también se ganó mi respeto porque me contó su impulso y me contó su metepatez y gran cagada.9
Lo que nadie entiende es arrebatar la inocencia. Ese bicho se tiene que morir todos los días. Y que n tenga descanso de perder algo para siempre.
Ojalá Lestat mordiendo como gran puñeta a lo de que si la PPR
 
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Yo soy Juanjo

Pensaba, como hago siempre que me pongo ante el desafiante folio en blanco virtual en el ordenador, qué escribir que, en realidad, me haga sentir bien con esta oportunidad que me ofrecen los medios donde colaboro. Próximo el ocho de marzo, quizás sobre las reivindicaciones más hembristas que feministas; viviendo ya la Cuaresma, quizás alguno de aquellos artículos de buenismo o –haciendo uso del término de don Eusebio León– de malajismo cofrade. Me acordé de Tabarnia, y su befa al independentismo. Pensé también en la afrenta de un Gobierno –el español– al castellano; al propio idioma de un país que, con tanto ahogamiento –inmersión le dicen, para dejarlo como si fuese una inocente aguadilla– en favor de otros que, en lugar de crear cultura, fomentan la ignorancia y el odio.

Pensé tanto, tanto pensé que, por una vez, y habida cuenta de tanta madeja desmadejada que volver a religar, nada me salía en mi particular versar.

Sin embargo, en este jaleo en el que de forma estúpida nos confinamos como sociedad, me detuve en una imagen que casi de largo mi vista pasaba; un guardia civil –que entonces este que les escribe desconocía que lo era– metido hasta las narices en aguas fecales –y esto es literal–, mascarilla en rostro y un casco que su nombre adivinaba: «Juanjo». Sin más.

Casi seguro que hubiese pasado la página si no llega a ser por el comentario que lo titulaba: «Juanjo, gracias». ¿Gracias? Solo leí ese final y, por inercia curiosidad, alcé mi mirada al inicio del texto y –por qué entonces no me sorprendería– del pequeño Gabriel hablaba. Es uno de esos niños que, por fortuna, dentro de la grandísima desgracia –paradoja tristísima–, su desaparición no ha caído en saco roto. Al menos nos queda ese hálito, ese suspiro contenido, ese clavo ardiendo que es la mediática publicidad.

Gabriel es uno de esos niños nuestros. Sí, nuestros; como el suyo o los míos, al que le han quitado el derecho a dormir cada noche, y van seis ya, con un beso de sus padres. A jugar con sus amigos, a reír con sus compañeros del colegio, a hacer feliz a sus abuelos, a enfadar con sus travesuras. Gabriel es uno de esos niños nuestros, sí. Aunque nos coja lejos. Aunque no sepamos cómo es su voz, ni si, a pesar de haber visto en apenas unos días mil veces sus ojos, son de tal o cual color. Aunque no sepamos de él más que lo brillante de su sonrisa y el dolor que causa a sus padres su amor, Gabriel es uno de esos niños nuestros, sin ser de nosotros nada más que consternación.

Recapacitaba en él mientras oía discutir a mis hijos, que tantísimas veces me sacan de quicio. Los escuchaba pelearse por unos cromos, por unas estampitas de futbolistas que, con sus propios argumentos, para mí sin fundamento, se reclamaban. Les iba a llamar la atención, pero me di cuenta de mi suerte. Ahí estaban. Debatiéndose. Crispándome los nervios, y a su madre la santa paciencia que solo ella tiene. ¡Dios mío, qué gran suerte! ¿Qué será sufrir lo que aquel matrimonio que a su pequeño reñir no puede? ¿Qué será no besarle, no escucharle, no verle? No, no quiero saber qué es ese puñal de la duda, que con su hoja de sierra desgarra de muerte.

Valiente mal parido. Valiente hijo de mala madre, aunque esta no tenga culpa, y siendo amable por no decirle hijo de put*, será el que ha sido capaz de robarle a un niño la vida.

La vida, sí. Porque capturar la libertad es, en sí mismo, matarla. Y a pesar de mi experiencia, aquella donde le dan palos a la esperanza, quiero creer. Quiero creer no, ¡creo!, que Gabriel está esperando en algún sitio que lo encuentren. Porque no tener fe es como dejar morir a la esperanza apaleada. Porque no tener fe es como dejar a Gabriel en la estacada.

Yo soy Juanjo, sin duda. Sin el menor atisbo de vacilación. Sin caber en mí incertidumbre alguna. Yo soy aquel hombre cubierto de mierda hasta la cara. Porque si por mi fuera, si alguna posibilidad tuviera de poder hacer algo más que escribir y describir el resentimiento de la impotencia, que son estas inútiles palabras, insisto: yo soy Juanjo. Por saber cómo ríe, cómo habla, cómo, de nuevo, Gabriel, a su familia abraza.

Mientras, en tanto el tiempo pasa, seguiré dando a Dios gracias por poder acostar a mis hijos, cada noche, en sus camas. Por oírlos decirme papá, y despertarlos con un beso cada mañana.

Desde aquí me hago eco por aquel y otros tantos Juanjos que se enfangan, ante la desesperación, hasta donde hacen falta. Sí, Juanjo, gracias.

Juan Antonio Carrasco Lobo


https://www.sevillainfo.es/noticias-de-opinion/yo-soy-juanjo/
Por favor no me digáis, esta persona. Que este señor será feliz y satisfecho por volver a su casa. Pero es que es para ponerle un altar. Joder que hay personas así en el mundo y son quienes hacen que merezca la pena el planeta.
 
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Yo soy Juanjo

Pensaba, como hago siempre que me pongo ante el desafiante folio en blanco virtual en el ordenador, qué escribir que, en realidad, me haga sentir bien con esta oportunidad que me ofrecen los medios donde colaboro. Próximo el ocho de marzo, quizás sobre las reivindicaciones más hembristas que feministas; viviendo ya la Cuaresma, quizás alguno de aquellos artículos de buenismo o –haciendo uso del término de don Eusebio León– de malajismo cofrade. Me acordé de Tabarnia, y su befa al independentismo. Pensé también en la afrenta de un Gobierno –el español– al castellano; al propio idioma de un país que, con tanto ahogamiento –inmersión le dicen, para dejarlo como si fuese una inocente aguadilla– en favor de otros que, en lugar de crear cultura, fomentan la ignorancia y el odio.

Pensé tanto, tanto pensé que, por una vez, y habida cuenta de tanta madeja desmadejada que volver a religar, nada me salía en mi particular versar.

Sin embargo, en este jaleo en el que de forma estúpida nos confinamos como sociedad, me detuve en una imagen que casi de largo mi vista pasaba; un guardia civil –que entonces este que les escribe desconocía que lo era– metido hasta las narices en aguas fecales –y esto es literal–, mascarilla en rostro y un casco que su nombre adivinaba: «Juanjo». Sin más.

Casi seguro que hubiese pasado la página si no llega a ser por el comentario que lo titulaba: «Juanjo, gracias». ¿Gracias? Solo leí ese final y, por inercia curiosidad, alcé mi mirada al inicio del texto y –por qué entonces no me sorprendería– del pequeño Gabriel hablaba. Es uno de esos niños que, por fortuna, dentro de la grandísima desgracia –paradoja tristísima–, su desaparición no ha caído en saco roto. Al menos nos queda ese hálito, ese suspiro contenido, ese clavo ardiendo que es la mediática publicidad.

Gabriel es uno de esos niños nuestros. Sí, nuestros; como el suyo o los míos, al que le han quitado el derecho a dormir cada noche, y van seis ya, con un beso de sus padres. A jugar con sus amigos, a reír con sus compañeros del colegio, a hacer feliz a sus abuelos, a enfadar con sus travesuras. Gabriel es uno de esos niños nuestros, sí. Aunque nos coja lejos. Aunque no sepamos cómo es su voz, ni si, a pesar de haber visto en apenas unos días mil veces sus ojos, son de tal o cual color. Aunque no sepamos de él más que lo brillante de su sonrisa y el dolor que causa a sus padres su amor, Gabriel es uno de esos niños nuestros, sin ser de nosotros nada más que consternación.

Recapacitaba en él mientras oía discutir a mis hijos, que tantísimas veces me sacan de quicio. Los escuchaba pelearse por unos cromos, por unas estampitas de futbolistas que, con sus propios argumentos, para mí sin fundamento, se reclamaban. Les iba a llamar la atención, pero me di cuenta de mi suerte. Ahí estaban. Debatiéndose. Crispándome los nervios, y a su madre la santa paciencia que solo ella tiene. ¡Dios mío, qué gran suerte! ¿Qué será sufrir lo que aquel matrimonio que a su pequeño reñir no puede? ¿Qué será no besarle, no escucharle, no verle? No, no quiero saber qué es ese puñal de la duda, que con su hoja de sierra desgarra de muerte.

Valiente mal parido. Valiente hijo de mala madre, aunque esta no tenga culpa, y siendo amable por no decirle hijo de put*, será el que ha sido capaz de robarle a un niño la vida.

La vida, sí. Porque capturar la libertad es, en sí mismo, matarla. Y a pesar de mi experiencia, aquella donde le dan palos a la esperanza, quiero creer. Quiero creer no, ¡creo!, que Gabriel está esperando en algún sitio que lo encuentren. Porque no tener fe es como dejar morir a la esperanza apaleada. Porque no tener fe es como dejar a Gabriel en la estacada.

Yo soy Juanjo, sin duda. Sin el menor atisbo de vacilación. Sin caber en mí incertidumbre alguna. Yo soy aquel hombre cubierto de mierda hasta la cara. Porque si por mi fuera, si alguna posibilidad tuviera de poder hacer algo más que escribir y describir el resentimiento de la impotencia, que son estas inútiles palabras, insisto: yo soy Juanjo. Por saber cómo ríe, cómo habla, cómo, de nuevo, Gabriel, a su familia abraza.

Mientras, en tanto el tiempo pasa, seguiré dando a Dios gracias por poder acostar a mis hijos, cada noche, en sus camas. Por oírlos decirme papá, y despertarlos con un beso cada mañana.

Desde aquí me hago eco por aquel y otros tantos Juanjos que se enfangan, ante la desesperación, hasta donde hacen falta. Sí, Juanjo, gracias.

Juan Antonio Carrasco Lobo


https://www.sevillainfo.es/noticias-de-opinion/yo-soy-juanjo/

Me dan una pereza tremenda los artículos donde se ensalza, convierte en héroe o endiosa a alguien por algo que se supone que es su trabajo... ugh. Y es que lo he visto mucho estos días. Puedo entender que le parezcan admirables las tareas que realizan todos ellos, porque sí, son dignas de valorar, pero es su deber, no es que Juanjo en particular sea un héroe por meterse en aguas fecales. Encima empieza el texto dando caña, pero todo con tono poético, diciendo que el ocho de marzo son sobre todo reivindicaciones "hembristas"... Se ve que no valora del mismo modo el trabajo de tantas mujeres como el de Juanjo. Esas que trabajan en su casa, que se encargan de cuidar a sus hijos, que se pasan el día en una oficina o que limpian los culos de ancianos, esas no son Juanjo.
 
No, si es q en la otra q pusiste decia q se acordonó inmediatamente la zona. Si acordonas es porq nadie puede tocar nada y si ya se han abalanzado sobre la camiseta, tampoco tiene sentido.
No recuerdo haber puesto otra noticia hoy, debe haber sido otra persona, pero vaya que si, en un lado son unas cañas y en el otro un terraplen, mañana sera un charco :D
 
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