El Rey en un mundo antimonárquico

https://okdiario.com/opinion/2018/02/04/rey-mundo-antimonarquico-1781294

LA GINCANA QUE LE ESPERA AL CINCUENTÓN FELIPE VI

El Rey en un mundo antimonárquico







Cincuenta años no es nada, que diría el superlativo Carlos Gardel. Entre otras razones, porque Felipe de Borbón y Grecia lleva tan sólo tres y medio como monarca. Puso la primera pica de su reinado con 46 palos, nueve más que los que sumaba su padre en el DNI número 1 cuando sucedió en blanco y negro a título de Rey a un Franco que murió en la cama. A su edad, Juan Carlos I había sorteado un golpe de Estado con tanques y los poderes Legislativo y Ejecutivo secuestrados en el Congreso de los Diputados con guardias civiles bebidos apuntándoles con sus metralletas. Con 46 años el hijo de un ejemplar Don Juan al que nunca se le agradecerán lo suficiente sus grandes renuncias ya había conducido tan pacífica como modélicamente a nuestro país de la dictadura a la democracia. Seguramente el gran hito que subrayarán los libros de Historia del descendiente de los Reyes Católicos que terminó yéndose por la puerta de servicio de Zarzuela en medio de escándalos, elefantes y yernísimos estólidos y tan golfos como sobrados (Iñaki Urdangarin).

Don Felipe puede acabar resultando el mejor Rey de nuestra historia. A su favor cuenta una formación que nadie, ni siquiera Fernando, Isabel o Carlos III tuvieron, una honradez rayana en el estoicismo y un dream team liderado por el gran Jaime Alfonsín que lo mantiene desde hace 20 años con los pies en la tierra recordándole 24/7 que es mortal. Aquí no hay corinnas, ni corinnos ansiosos de sacar tajada de la amistad entrañable o no tan entrañable. Los fústeres y demás incondicionales de verdad son buena gente que jamás ha pedido nada “al gran jefe [como le llaman]” porque son amigos del alma y porque son meridianamente conscientes de que éste es enfermizamente honrado que, dicho sea de paso, es como ha de ser un jefe de Estado. Álvaro y Ricky Fúster, los íntimos de verdad, nada que ver con el enloquecido y pluriimputado López Madrid, amistad de última hora, han optado por hacer negocios fuera de España para evitar que un mal paso, por muy pequeño y legal que fuera, acabase manchando a un tipo al que definen como lo que es: “Entrañable y buena gente”.

Don Felipe ha tenido indirectamente los mejores maestros. Desde el gran Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, al que veía actuar en Zarzuela con su padre a caballo de los 70 y los 80, hasta Sabino Fernández-Campo, pasando por el nunca bien ponderado Fernando Almansa, tipo inteligente y sensato donde los haya, o un Alberto Aza que siempre estuvo en su sitio. Obviamente, no puedo suscribir lo mismo de Rafael Spottorno, condenado a dos años de cárcel por apropiarse la burrada de 235.000 euros con una black card de Caja Madrid. El monarca cuenta desde hace dos décadas con Jaime Alfonsín, no sé si el mejor de los mejores pero que como mínimo está a la altura del marqués de Mondéjar, Sabino o Almansa. Un lujo en los tiempos que corren teniendo en cuenta que el abogado del Estado de origen gallego dejó un formidable puesto en Uría para pasar a ganar cinco veces menos en el Monte de El Pardo. Mejores vistas, eso sí, pero un roto en el bolsillo que dura ya dos décadas.


Don Juan Carlos nunca hizo lo que decía a su hijo que había que hacer. Vamos, que no predicaba precisamente con el ejemplo y sí hacía bueno ese “consejos vendo que para mí no tengo” que sobresale en el refranero patrio. Felipe VI, lejos de imitar a papá, optó por seguir al pie de la letra las recomendaciones epistolares que hace poco recordaba el gran Pepe García Abad. “Sé ejemplar, no protagonices escándalos”, “sé amable aunque no te apetezca” y “forma una familia estrechamente unida”.

El fundamental “sé ejemplar y no protagonices escándalos”, lo ha cumplido al 100% un ADN que por razones obvias es más consciente que nadie que la supervivencia de la institución pasa por esa ejemplaridad que ha sido proverbialmente sinónimo de monarquía. Nadie puede reprocharle siquiera una conducta inapropiada. Ni financiera, ni sentimental (los grandes escándalos del cuore de los primos europeos no existen en Zarzuela), ni desde luego institucional. Es mister cero escándalos. La Reina ha contribuido decisivamente con una familia política a la que nadie puede echar en cara haber aprovechado la proximidad al representante de la continuidad de la dinastía borbónica para dar un salto cuantitativo desde el punto de vista patrimonial. Jesús Ortiz, Paloma Rocasolano y Thelma Ortiz no han dado que hablar en los tres lustros transcurridos desde aquel 1 de noviembre en que la Casa del Rey dejó boquiabierta a España y medio mundo con un anuncio que conocían no más de una docena de personas. Una plebeya, divorciada, agnóstica e incipiente estrella de la tele iba a ocupar el lugar que ansiaba parte del Gotha femenino europeo. Una gran decisión: mejor casarse por amor que hacerlo por obligación. Que luego pasa lo que pasa. Ejemplos hay para dar y tomar: Alfonso XIII, Juan Carlos I y un tan largo como más antiguo etcétera.

No menos relevante fue su impecable papel en la conducción del caso Urdangarin que un servidor y Esteban Urreiztieta destaparon en el verano de 2011. En este apartado tampoco hablo de oídas. Como Príncipe se negó a propiciar trato vip procesal a su cuñado de marras, tres cuartos de lo mismo hizo con su hermana y ahora tampoco ha removido Roma con Santiago en el Supremo para que haya condescendencia con quien practicó la mangancia aprovechándose del real braguetazo. Los tiempos en los que Don Juan Carlos paraba golpes judiciales contra amistades peligrosas quedan ya muy atrás.

Letizia Ortiz ganó donde otras antes perdieron porque supo mantener el flirt en el más absoluto de los secretos. Lista-relista como es, no se le escapaba que la cuasiperfecta Isabel Sartorius y la enigmática Eva Sannum perdieron el tren por culpa de las filtraciones mediáticas. El “¡me caso o renuncio!” que, a modo de ultimátum, espetó Felipe VI a sus padres fue mano de santo. No quería que José María Aznar volviera a forzarle a renunciar al amor, como ocurrió en una tensísima charla en Zarzuela en la que se dijeron de todo y por su orden en presencia del a la sazón jefe de Estado.

Felipe VI es amable y me da la impresión que lo es porque es así. O porque le apetece. O porque le da la realísima gana. Su simpatía no es aparentemente forzada. Como tampoco lo era la de su padre, con ese carisma innato que le llevó a creerse que todo el monte era orégano y hacer lo que le vino en gana como si España fuera su cortijo. La amabilidad del monarca choca con ese rictus de Doña Letizia, más próximo en los actos públicos al de una esfinge que al de un ser humano. El Rey se aplicó el tercer cuento, “forma una familia estrechamente unida”, durante la crisis matrimonial de 2013 que a punto estuvo de hacer saltar por los aires un matrimonio que a día de hoy vive tal vez sus mejores momentos. Optó por salvar la pareja y acertó.

Pero que no se confíe. Porque si bien es cierto que sus cifras de popularidad rozan las de su padre en los 80, no lo es menos que los menores de 35 años de centroderecha son unánimemente republicanos y sus contemporáneos de izquierdas son más bien antimonárquicos. Los tiempos no corren precisamente a favor de una institución ligada a la cuna y no al mérito. Ningún chico o chica de veintitantos entiende por qué deben gozar de unos privilegios o una posición que no se han ganado en las urnas.

Este Rey ha de buscarse la vida, como me apuntó no tan humorísticamente en los Juegos Olímpicos de Pekín. Tendrá que justificar cada día la vigencia de una institución que, a mi juicio, es más necesaria que nunca aunque moralmente no sea la más justa. No debemos olvidar que la primera democracia española, la Segunda República, acabó como el rosario de la aurora y una Guerra Civil que se cobró la vida de 250.000 personas de ambos bandos. Los experimentos, por tanto, mejor dejarlos para otro momento. Que ya se sabe qué ocurre cuando los ejecutamos con champán y no con gaseosa.

Su intervención en ese 23-F que fue para él el 1-O fue memorable. Ahí es donde se ganó para mucho tiempo la confianza de los españoles, que vieron en su nocturno speech del martes 3 un remake espectacular del que interpretó su padre en la madrugada del 24 de febrero de 1981 tras un “que sí-que no” que tuvo en vilo a España entera temerosa de volver a la oscuridad y a todas las cancillerías occidentales. Hay, por tanto, Felipe VI para rato… con permiso de Juan Carlos I y sus corinnáceosnegocios que cual tsunami podrían llevarse todo por delante. De momento, nos sigue dando más que suficientes motivos para proclamar a los cuatro vientos ese “¡Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley!” que Cristina Cifuentes rescató del baúl de los recuerdos de la Guardia Civil el pasado 12 de octubre. La continuidad de la institución es la continuidad de España. El día que se finiquite esta monarquía parlamentaria que tan bien ha funcionado habrá que atornillar el RIP de rigor sobre la lápida de la nación más antigua de Europa. Que nadie se engañe, ni monárquicos, ni republicanos.
 
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LA GINCANA QUE LE ESPERA AL CINCUENTÓN FELIPE VI

El Rey en un mundo antimonárquico







Cincuenta años no es nada, que diría el superlativo Carlos Gardel. Entre otras razones, porque Felipe de Borbón y Grecia lleva tan sólo tres y medio como monarca. Puso la primera pica de su reinado con 46 palos, nueve más que los que sumaba su padre en el DNI número 1 cuando sucedió en blanco y negro a título de Rey a un Franco que murió en la cama. A su edad, Juan Carlos I había sorteado un golpe de Estado con tanques y los poderes Legislativo y Ejecutivo secuestrados en el Congreso de los Diputados con guardias civiles bebidos apuntándoles con sus metralletas. Con 46 años el hijo de un ejemplar Don Juan al que nunca se le agradecerán lo suficiente sus grandes renuncias ya había conducido tan pacífica como modélicamente a nuestro país de la dictadura a la democracia. Seguramente el gran hito que subrayarán los libros de Historia del descendiente de los Reyes Católicos que terminó yéndose por la puerta de servicio de Zarzuela en medio de escándalos, elefantes y yernísimos estólidos y tan golfos como sobrados (Iñaki Urdangarin).

Don Felipe puede acabar resultando el mejor Rey de nuestra historia. A su favor cuenta una formación que nadie, ni siquiera Fernando, Isabel o Carlos III tuvieron, una honradez rayana en el estoicismo y un dream team liderado por el gran Jaime Alfonsín que lo mantiene desde hace 20 años con los pies en la tierra recordándole 24/7 que es mortal. Aquí no hay corinnas, ni corinnos ansiosos de sacar tajada de la amistad entrañable o no tan entrañable. Los fústeres y demás incondicionales de verdad son buena gente que jamás ha pedido nada “al gran jefe [como le llaman]” porque son amigos del alma y porque son meridianamente conscientes de que éste es enfermizamente honrado que, dicho sea de paso, es como ha de ser un jefe de Estado. Álvaro y Ricky Fúster, los íntimos de verdad, nada que ver con el enloquecido y pluriimputado López Madrid, amistad de última hora, han optado por hacer negocios fuera de España para evitar que un mal paso, por muy pequeño y legal que fuera, acabase manchando a un tipo al que definen como lo que es: “Entrañable y buena gente”.

Don Felipe ha tenido indirectamente los mejores maestros. Desde el gran Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, al que veía actuar en Zarzuela con su padre a caballo de los 70 y los 80, hasta Sabino Fernández-Campo, pasando por el nunca bien ponderado Fernando Almansa, tipo inteligente y sensato donde los haya, o un Alberto Aza que siempre estuvo en su sitio. Obviamente, no puedo suscribir lo mismo de Rafael Spottorno, condenado a dos años de cárcel por apropiarse la burrada de 235.000 euros con una black card de Caja Madrid. El monarca cuenta desde hace dos décadas con Jaime Alfonsín, no sé si el mejor de los mejores pero que como mínimo está a la altura del marqués de Mondéjar, Sabino o Almansa. Un lujo en los tiempos que corren teniendo en cuenta que el abogado del Estado de origen gallego dejó un formidable puesto en Uría para pasar a ganar cinco veces menos en el Monte de El Pardo. Mejores vistas, eso sí, pero un roto en el bolsillo que dura ya dos décadas.


Don Juan Carlos nunca hizo lo que decía a su hijo que había que hacer. Vamos, que no predicaba precisamente con el ejemplo y sí hacía bueno ese “consejos vendo que para mí no tengo” que sobresale en el refranero patrio. Felipe VI, lejos de imitar a papá, optó por seguir al pie de la letra las recomendaciones epistolares que hace poco recordaba el gran Pepe García Abad. “Sé ejemplar, no protagonices escándalos”, “sé amable aunque no te apetezca” y “forma una familia estrechamente unida”.

El fundamental “sé ejemplar y no protagonices escándalos”, lo ha cumplido al 100% un ADN que por razones obvias es más consciente que nadie que la supervivencia de la institución pasa por esa ejemplaridad que ha sido proverbialmente sinónimo de monarquía. Nadie puede reprocharle siquiera una conducta inapropiada. Ni financiera, ni sentimental (los grandes escándalos del cuore de los primos europeos no existen en Zarzuela), ni desde luego institucional. Es mister cero escándalos. La Reina ha contribuido decisivamente con una familia política a la que nadie puede echar en cara haber aprovechado la proximidad al representante de la continuidad de la dinastía borbónica para dar un salto cuantitativo desde el punto de vista patrimonial. Jesús Ortiz, Paloma Rocasolano y Thelma Ortiz no han dado que hablar en los tres lustros transcurridos desde aquel 1 de noviembre en que la Casa del Rey dejó boquiabierta a España y medio mundo con un anuncio que conocían no más de una docena de personas. Una plebeya, divorciada, agnóstica e incipiente estrella de la tele iba a ocupar el lugar que ansiaba parte del Gotha femenino europeo. Una gran decisión: mejor casarse por amor que hacerlo por obligación. Que luego pasa lo que pasa. Ejemplos hay para dar y tomar: Alfonso XIII, Juan Carlos I y un tan largo como más antiguo etcétera.

No menos relevante fue su impecable papel en la conducción del caso Urdangarin que un servidor y Esteban Urreiztieta destaparon en el verano de 2011. En este apartado tampoco hablo de oídas. Como Príncipe se negó a propiciar trato vip procesal a su cuñado de marras, tres cuartos de lo mismo hizo con su hermana y ahora tampoco ha removido Roma con Santiago en el Supremo para que haya condescendencia con quien practicó la mangancia aprovechándose del real braguetazo. Los tiempos en los que Don Juan Carlos paraba golpes judiciales contra amistades peligrosas quedan ya muy atrás.

Letizia Ortiz ganó donde otras antes perdieron porque supo mantener el flirt en el más absoluto de los secretos. Lista-relista como es, no se le escapaba que la cuasiperfecta Isabel Sartorius y la enigmática Eva Sannum perdieron el tren por culpa de las filtraciones mediáticas. El “¡me caso o renuncio!” que, a modo de ultimátum, espetó Felipe VI a sus padres fue mano de santo. No quería que José María Aznar volviera a forzarle a renunciar al amor, como ocurrió en una tensísima charla en Zarzuela en la que se dijeron de todo y por su orden en presencia del a la sazón jefe de Estado.

Felipe VI es amable y me da la impresión que lo es porque es así. O porque le apetece. O porque le da la realísima gana. Su simpatía no es aparentemente forzada. Como tampoco lo era la de su padre, con ese carisma innato que le llevó a creerse que todo el monte era orégano y hacer lo que le vino en gana como si España fuera su cortijo. La amabilidad del monarca choca con ese rictus de Doña Letizia, más próximo en los actos públicos al de una esfinge que al de un ser humano. El Rey se aplicó el tercer cuento, “forma una familia estrechamente unida”, durante la crisis matrimonial de 2013 que a punto estuvo de hacer saltar por los aires un matrimonio que a día de hoy vive tal vez sus mejores momentos. Optó por salvar la pareja y acertó.

Pero que no se confíe. Porque si bien es cierto que sus cifras de popularidad rozan las de su padre en los 80, no lo es menos que los menores de 35 años de centroderecha son unánimemente republicanos y sus contemporáneos de izquierdas son más bien antimonárquicos. Los tiempos no corren precisamente a favor de una institución ligada a la cuna y no al mérito. Ningún chico o chica de veintitantos entiende por qué deben gozar de unos privilegios o una posición que no se han ganado en las urnas.

Este Rey ha de buscarse la vida, como me apuntó no tan humorísticamente en los Juegos Olímpicos de Pekín. Tendrá que justificar cada día la vigencia de una institución que, a mi juicio, es más necesaria que nunca aunque moralmente no sea la más justa. No debemos olvidar que la primera democracia española, la Segunda República, acabó como el rosario de la aurora y una Guerra Civil que se cobró la vida de 250.000 personas de ambos bandos. Los experimentos, por tanto, mejor dejarlos para otro momento. Que ya se sabe qué ocurre cuando los ejecutamos con champán y no con gaseosa.

Su intervención en ese 23-F que fue para él el 1-O fue memorable. Ahí es donde se ganó para mucho tiempo la confianza de los españoles, que vieron en su nocturno speech del martes 3 un remake espectacular del que interpretó su padre en la madrugada del 24 de febrero de 1981 tras un “que sí-que no” que tuvo en vilo a España entera temerosa de volver a la oscuridad y a todas las cancillerías occidentales. Hay, por tanto, Felipe VI para rato… con permiso de Juan Carlos I y sus corinnáceosnegocios que cual tsunami podrían llevarse todo por delante. De momento, nos sigue dando más que suficientes motivos para proclamar a los cuatro vientos ese “¡Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley!” que Cristina Cifuentes rescató del baúl de los recuerdos de la Guardia Civil el pasado 12 de octubre. La continuidad de la institución es la continuidad de España. El día que se finiquite esta monarquía parlamentaria que tan bien ha funcionado habrá que atornillar el RIP de rigor sobre la lápida de la nación más antigua de Europa. Que nadie se engañe, ni monárquicos, ni republicanos.

Qué estupendo. Además de preparado, también honrado y eZtoico. Para qué queremos máZ.
 
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LA GINCANA QUE LE ESPERA AL CINCUENTÓN FELIPE VI

El Rey en un mundo antimonárquico







Cincuenta años no es nada, que diría el superlativo Carlos Gardel. Entre otras razones, porque Felipe de Borbón y Grecia lleva tan sólo tres y medio como monarca. Puso la primera pica de su reinado con 46 palos, nueve más que los que sumaba su padre en el DNI número 1 cuando sucedió en blanco y negro a título de Rey a un Franco que murió en la cama. A su edad, Juan Carlos I había sorteado un golpe de Estado con tanques y los poderes Legislativo y Ejecutivo secuestrados en el Congreso de los Diputados con guardias civiles bebidos apuntándoles con sus metralletas. Con 46 años el hijo de un ejemplar Don Juan al que nunca se le agradecerán lo suficiente sus grandes renuncias ya había conducido tan pacífica como modélicamente a nuestro país de la dictadura a la democracia. Seguramente el gran hito que subrayarán los libros de Historia del descendiente de los Reyes Católicos que terminó yéndose por la puerta de servicio de Zarzuela en medio de escándalos, elefantes y yernísimos estólidos y tan golfos como sobrados (Iñaki Urdangarin).

Don Felipe puede acabar resultando el mejor Rey de nuestra historia. A su favor cuenta una formación que nadie, ni siquiera Fernando, Isabel o Carlos III tuvieron, una honradez rayana en el estoicismo y un dream team liderado por el gran Jaime Alfonsín que lo mantiene desde hace 20 años con los pies en la tierra recordándole 24/7 que es mortal. Aquí no hay corinnas, ni corinnos ansiosos de sacar tajada de la amistad entrañable o no tan entrañable. Los fústeres y demás incondicionales de verdad son buena gente que jamás ha pedido nada “al gran jefe [como le llaman]” porque son amigos del alma y porque son meridianamente conscientes de que éste es enfermizamente honrado que, dicho sea de paso, es como ha de ser un jefe de Estado. Álvaro y Ricky Fúster, los íntimos de verdad, nada que ver con el enloquecido y pluriimputado López Madrid, amistad de última hora, han optado por hacer negocios fuera de España para evitar que un mal paso, por muy pequeño y legal que fuera, acabase manchando a un tipo al que definen como lo que es: “Entrañable y buena gente”.

Don Felipe ha tenido indirectamente los mejores maestros. Desde el gran Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, al que veía actuar en Zarzuela con su padre a caballo de los 70 y los 80, hasta Sabino Fernández-Campo, pasando por el nunca bien ponderado Fernando Almansa, tipo inteligente y sensato donde los haya, o un Alberto Aza que siempre estuvo en su sitio. Obviamente, no puedo suscribir lo mismo de Rafael Spottorno, condenado a dos años de cárcel por apropiarse la burrada de 235.000 euros con una black card de Caja Madrid. El monarca cuenta desde hace dos décadas con Jaime Alfonsín, no sé si el mejor de los mejores pero que como mínimo está a la altura del marqués de Mondéjar, Sabino o Almansa. Un lujo en los tiempos que corren teniendo en cuenta que el abogado del Estado de origen gallego dejó un formidable puesto en Uría para pasar a ganar cinco veces menos en el Monte de El Pardo. Mejores vistas, eso sí, pero un roto en el bolsillo que dura ya dos décadas.


Don Juan Carlos nunca hizo lo que decía a su hijo que había que hacer. Vamos, que no predicaba precisamente con el ejemplo y sí hacía bueno ese “consejos vendo que para mí no tengo” que sobresale en el refranero patrio. Felipe VI, lejos de imitar a papá, optó por seguir al pie de la letra las recomendaciones epistolares que hace poco recordaba el gran Pepe García Abad. “Sé ejemplar, no protagonices escándalos”, “sé amable aunque no te apetezca” y “forma una familia estrechamente unida”.

El fundamental “sé ejemplar y no protagonices escándalos”, lo ha cumplido al 100% un ADN que por razones obvias es más consciente que nadie que la supervivencia de la institución pasa por esa ejemplaridad que ha sido proverbialmente sinónimo de monarquía. Nadie puede reprocharle siquiera una conducta inapropiada. Ni financiera, ni sentimental (los grandes escándalos del cuore de los primos europeos no existen en Zarzuela), ni desde luego institucional. Es mister cero escándalos. La Reina ha contribuido decisivamente con una familia política a la que nadie puede echar en cara haber aprovechado la proximidad al representante de la continuidad de la dinastía borbónica para dar un salto cuantitativo desde el punto de vista patrimonial. Jesús Ortiz, Paloma Rocasolano y Thelma Ortiz no han dado que hablar en los tres lustros transcurridos desde aquel 1 de noviembre en que la Casa del Rey dejó boquiabierta a España y medio mundo con un anuncio que conocían no más de una docena de personas. Una plebeya, divorciada, agnóstica e incipiente estrella de la tele iba a ocupar el lugar que ansiaba parte del Gotha femenino europeo. Una gran decisión: mejor casarse por amor que hacerlo por obligación. Que luego pasa lo que pasa. Ejemplos hay para dar y tomar: Alfonso XIII, Juan Carlos I y un tan largo como más antiguo etcétera.

No menos relevante fue su impecable papel en la conducción del caso Urdangarin que un servidor y Esteban Urreiztieta destaparon en el verano de 2011. En este apartado tampoco hablo de oídas. Como Príncipe se negó a propiciar trato vip procesal a su cuñado de marras, tres cuartos de lo mismo hizo con su hermana y ahora tampoco ha removido Roma con Santiago en el Supremo para que haya condescendencia con quien practicó la mangancia aprovechándose del real braguetazo. Los tiempos en los que Don Juan Carlos paraba golpes judiciales contra amistades peligrosas quedan ya muy atrás.

Letizia Ortiz ganó donde otras antes perdieron porque supo mantener el flirt en el más absoluto de los secretos. Lista-relista como es, no se le escapaba que la cuasiperfecta Isabel Sartorius y la enigmática Eva Sannum perdieron el tren por culpa de las filtraciones mediáticas. El “¡me caso o renuncio!” que, a modo de ultimátum, espetó Felipe VI a sus padres fue mano de santo. No quería que José María Aznar volviera a forzarle a renunciar al amor, como ocurrió en una tensísima charla en Zarzuela en la que se dijeron de todo y por su orden en presencia del a la sazón jefe de Estado.

Felipe VI es amable y me da la impresión que lo es porque es así. O porque le apetece. O porque le da la realísima gana. Su simpatía no es aparentemente forzada. Como tampoco lo era la de su padre, con ese carisma innato que le llevó a creerse que todo el monte era orégano y hacer lo que le vino en gana como si España fuera su cortijo. La amabilidad del monarca choca con ese rictus de Doña Letizia, más próximo en los actos públicos al de una esfinge que al de un ser humano. El Rey se aplicó el tercer cuento, “forma una familia estrechamente unida”, durante la crisis matrimonial de 2013 que a punto estuvo de hacer saltar por los aires un matrimonio que a día de hoy vive tal vez sus mejores momentos. Optó por salvar la pareja y acertó.

Pero que no se confíe. Porque si bien es cierto que sus cifras de popularidad rozan las de su padre en los 80, no lo es menos que los menores de 35 años de centroderecha son unánimemente republicanos y sus contemporáneos de izquierdas son más bien antimonárquicos. Los tiempos no corren precisamente a favor de una institución ligada a la cuna y no al mérito. Ningún chico o chica de veintitantos entiende por qué deben gozar de unos privilegios o una posición que no se han ganado en las urnas.

Este Rey ha de buscarse la vida, como me apuntó no tan humorísticamente en los Juegos Olímpicos de Pekín. Tendrá que justificar cada día la vigencia de una institución que, a mi juicio, es más necesaria que nunca aunque moralmente no sea la más justa. No debemos olvidar que la primera democracia española, la Segunda República, acabó como el rosario de la aurora y una Guerra Civil que se cobró la vida de 250.000 personas de ambos bandos. Los experimentos, por tanto, mejor dejarlos para otro momento. Que ya se sabe qué ocurre cuando los ejecutamos con champán y no con gaseosa.

Su intervención en ese 23-F que fue para él el 1-O fue memorable. Ahí es donde se ganó para mucho tiempo la confianza de los españoles, que vieron en su nocturno speech del martes 3 un remake espectacular del que interpretó su padre en la madrugada del 24 de febrero de 1981 tras un “que sí-que no” que tuvo en vilo a España entera temerosa de volver a la oscuridad y a todas las cancillerías occidentales. Hay, por tanto, Felipe VI para rato… con permiso de Juan Carlos I y sus corinnáceosnegocios que cual tsunami podrían llevarse todo por delante. De momento, nos sigue dando más que suficientes motivos para proclamar a los cuatro vientos ese “¡Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley!” que Cristina Cifuentes rescató del baúl de los recuerdos de la Guardia Civil el pasado 12 de octubre. La continuidad de la institución es la continuidad de España. El día que se finiquite esta monarquía parlamentaria que tan bien ha funcionado habrá que atornillar el RIP de rigor sobre la lápida de la nación más antigua de Europa. Que nadie se engañe, ni monárquicos, ni republicanos.
Gracias por traerlo, aunque no he podido leerlo entero, me sube el azúcar y me entra una mala leche que pa qué. Creo que el emoticono "flipando en colores" lo voy a usar mucho en este foro monárquico :D:D:D.
 
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LA GINCANA QUE LE ESPERA AL CINCUENTÓN FELIPE VI

El Rey en un mundo antimonárquico







Cincuenta años no es nada, que diría el superlativo Carlos Gardel. Entre otras razones, porque Felipe de Borbón y Grecia lleva tan sólo tres y medio como monarca. Puso la primera pica de su reinado con 46 palos, nueve más que los que sumaba su padre en el DNI número 1 cuando sucedió en blanco y negro a título de Rey a un Franco que murió en la cama. A su edad, Juan Carlos I había sorteado un golpe de Estado con tanques y los poderes Legislativo y Ejecutivo secuestrados en el Congreso de los Diputados con guardias civiles bebidos apuntándoles con sus metralletas. Con 46 años el hijo de un ejemplar Don Juan al que nunca se le agradecerán lo suficiente sus grandes renuncias ya había conducido tan pacífica como modélicamente a nuestro país de la dictadura a la democracia. Seguramente el gran hito que subrayarán los libros de Historia del descendiente de los Reyes Católicos que terminó yéndose por la puerta de servicio de Zarzuela en medio de escándalos, elefantes y yernísimos estólidos y tan golfos como sobrados (Iñaki Urdangarin).

Don Felipe puede acabar resultando el mejor Rey de nuestra historia. A su favor cuenta una formación que nadie, ni siquiera Fernando, Isabel o Carlos III tuvieron, una honradez rayana en el estoicismo y un dream team liderado por el gran Jaime Alfonsín que lo mantiene desde hace 20 años con los pies en la tierra recordándole 24/7 que es mortal. Aquí no hay corinnas, ni corinnos ansiosos de sacar tajada de la amistad entrañable o no tan entrañable. Los fústeres y demás incondicionales de verdad son buena gente que jamás ha pedido nada “al gran jefe [como le llaman]” porque son amigos del alma y porque son meridianamente conscientes de que éste es enfermizamente honrado que, dicho sea de paso, es como ha de ser un jefe de Estado. Álvaro y Ricky Fúster, los íntimos de verdad, nada que ver con el enloquecido y pluriimputado López Madrid, amistad de última hora, han optado por hacer negocios fuera de España para evitar que un mal paso, por muy pequeño y legal que fuera, acabase manchando a un tipo al que definen como lo que es: “Entrañable y buena gente”.

Don Felipe ha tenido indirectamente los mejores maestros. Desde el gran Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, al que veía actuar en Zarzuela con su padre a caballo de los 70 y los 80, hasta Sabino Fernández-Campo, pasando por el nunca bien ponderado Fernando Almansa, tipo inteligente y sensato donde los haya, o un Alberto Aza que siempre estuvo en su sitio. Obviamente, no puedo suscribir lo mismo de Rafael Spottorno, condenado a dos años de cárcel por apropiarse la burrada de 235.000 euros con una black card de Caja Madrid. El monarca cuenta desde hace dos décadas con Jaime Alfonsín, no sé si el mejor de los mejores pero que como mínimo está a la altura del marqués de Mondéjar, Sabino o Almansa. Un lujo en los tiempos que corren teniendo en cuenta que el abogado del Estado de origen gallego dejó un formidable puesto en Uría para pasar a ganar cinco veces menos en el Monte de El Pardo. Mejores vistas, eso sí, pero un roto en el bolsillo que dura ya dos décadas.


Don Juan Carlos nunca hizo lo que decía a su hijo que había que hacer. Vamos, que no predicaba precisamente con el ejemplo y sí hacía bueno ese “consejos vendo que para mí no tengo” que sobresale en el refranero patrio. Felipe VI, lejos de imitar a papá, optó por seguir al pie de la letra las recomendaciones epistolares que hace poco recordaba el gran Pepe García Abad. “Sé ejemplar, no protagonices escándalos”, “sé amable aunque no te apetezca” y “forma una familia estrechamente unida”.

El fundamental “sé ejemplar y no protagonices escándalos”, lo ha cumplido al 100% un ADN que por razones obvias es más consciente que nadie que la supervivencia de la institución pasa por esa ejemplaridad que ha sido proverbialmente sinónimo de monarquía. Nadie puede reprocharle siquiera una conducta inapropiada. Ni financiera, ni sentimental (los grandes escándalos del cuore de los primos europeos no existen en Zarzuela), ni desde luego institucional. Es mister cero escándalos. La Reina ha contribuido decisivamente con una familia política a la que nadie puede echar en cara haber aprovechado la proximidad al representante de la continuidad de la dinastía borbónica para dar un salto cuantitativo desde el punto de vista patrimonial. Jesús Ortiz, Paloma Rocasolano y Thelma Ortiz no han dado que hablar en los tres lustros transcurridos desde aquel 1 de noviembre en que la Casa del Rey dejó boquiabierta a España y medio mundo con un anuncio que conocían no más de una docena de personas. Una plebeya, divorciada, agnóstica e incipiente estrella de la tele iba a ocupar el lugar que ansiaba parte del Gotha femenino europeo. Una gran decisión: mejor casarse por amor que hacerlo por obligación. Que luego pasa lo que pasa. Ejemplos hay para dar y tomar: Alfonso XIII, Juan Carlos I y un tan largo como más antiguo etcétera.

No menos relevante fue su impecable papel en la conducción del caso Urdangarin que un servidor y Esteban Urreiztieta destaparon en el verano de 2011. En este apartado tampoco hablo de oídas. Como Príncipe se negó a propiciar trato vip procesal a su cuñado de marras, tres cuartos de lo mismo hizo con su hermana y ahora tampoco ha removido Roma con Santiago en el Supremo para que haya condescendencia con quien practicó la mangancia aprovechándose del real braguetazo. Los tiempos en los que Don Juan Carlos paraba golpes judiciales contra amistades peligrosas quedan ya muy atrás.

Letizia Ortiz ganó donde otras antes perdieron porque supo mantener el flirt en el más absoluto de los secretos. Lista-relista como es, no se le escapaba que la cuasiperfecta Isabel Sartorius y la enigmática Eva Sannum perdieron el tren por culpa de las filtraciones mediáticas. El “¡me caso o renuncio!” que, a modo de ultimátum, espetó Felipe VI a sus padres fue mano de santo. No quería que José María Aznar volviera a forzarle a renunciar al amor, como ocurrió en una tensísima charla en Zarzuela en la que se dijeron de todo y por su orden en presencia del a la sazón jefe de Estado.

Felipe VI es amable y me da la impresión que lo es porque es así. O porque le apetece. O porque le da la realísima gana. Su simpatía no es aparentemente forzada. Como tampoco lo era la de su padre, con ese carisma innato que le llevó a creerse que todo el monte era orégano y hacer lo que le vino en gana como si España fuera su cortijo. La amabilidad del monarca choca con ese rictus de Doña Letizia, más próximo en los actos públicos al de una esfinge que al de un ser humano. El Rey se aplicó el tercer cuento, “forma una familia estrechamente unida”, durante la crisis matrimonial de 2013 que a punto estuvo de hacer saltar por los aires un matrimonio que a día de hoy vive tal vez sus mejores momentos. Optó por salvar la pareja y acertó.

Pero que no se confíe. Porque si bien es cierto que sus cifras de popularidad rozan las de su padre en los 80, no lo es menos que los menores de 35 años de centroderecha son unánimemente republicanos y sus contemporáneos de izquierdas son más bien antimonárquicos. Los tiempos no corren precisamente a favor de una institución ligada a la cuna y no al mérito. Ningún chico o chica de veintitantos entiende por qué deben gozar de unos privilegios o una posición que no se han ganado en las urnas.

Este Rey ha de buscarse la vida, como me apuntó no tan humorísticamente en los Juegos Olímpicos de Pekín. Tendrá que justificar cada día la vigencia de una institución que, a mi juicio, es más necesaria que nunca aunque moralmente no sea la más justa. No debemos olvidar que la primera democracia española, la Segunda República, acabó como el rosario de la aurora y una Guerra Civil que se cobró la vida de 250.000 personas de ambos bandos. Los experimentos, por tanto, mejor dejarlos para otro momento. Que ya se sabe qué ocurre cuando los ejecutamos con champán y no con gaseosa.

Su intervención en ese 23-F que fue para él el 1-O fue memorable. Ahí es donde se ganó para mucho tiempo la confianza de los españoles, que vieron en su nocturno speech del martes 3 un remake espectacular del que interpretó su padre en la madrugada del 24 de febrero de 1981 tras un “que sí-que no” que tuvo en vilo a España entera temerosa de volver a la oscuridad y a todas las cancillerías occidentales. Hay, por tanto, Felipe VI para rato… con permiso de Juan Carlos I y sus corinnáceosnegocios que cual tsunami podrían llevarse todo por delante. De momento, nos sigue dando más que suficientes motivos para proclamar a los cuatro vientos ese “¡Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley!” que Cristina Cifuentes rescató del baúl de los recuerdos de la Guardia Civil el pasado 12 de octubre. La continuidad de la institución es la continuidad de España. El día que se finiquite esta monarquía parlamentaria que tan bien ha funcionado habrá que atornillar el RIP de rigor sobre la lápida de la nación más antigua de Europa. Que nadie se engañe, ni monárquicos, ni republicanos.



Me hace gracia estos periodistas tan baboso-as. A toro pasado cuentan que si en el 2013 la parejita sufrió una crisis matrimonial, que si bla,blá, bla. Alguien recuerda si en aquellos años de hablaba de crisis a punto de una separación ? En el presente siempre hablan de lo perfecta y maravillosa que es la familia Borbón- Ortiz. Aggg que asco de periodisto tan adulador !!
https://okdiario.com/opinion/2018/02/04/rey-mundo-antimonarquico-1781294

LA GINCANA QUE LE ESPERA AL CINCUENTÓN FELIPE VI

El Rey en un mundo antimonárquico







Cincuenta años no es nada, que diría el superlativo Carlos Gardel. Entre otras razones, porque Felipe de Borbón y Grecia lleva tan sólo tres y medio como monarca. Puso la primera pica de su reinado con 46 palos, nueve más que los que sumaba su padre en el DNI número 1 cuando sucedió en blanco y negro a título de Rey a un Franco que murió en la cama. A su edad, Juan Carlos I había sorteado un golpe de Estado con tanques y los poderes Legislativo y Ejecutivo secuestrados en el Congreso de los Diputados con guardias civiles bebidos apuntándoles con sus metralletas. Con 46 años el hijo de un ejemplar Don Juan al que nunca se le agradecerán lo suficiente sus grandes renuncias ya había conducido tan pacífica como modélicamente a nuestro país de la dictadura a la democracia. Seguramente el gran hito que subrayarán los libros de Historia del descendiente de los Reyes Católicos que terminó yéndose por la puerta de servicio de Zarzuela en medio de escándalos, elefantes y yernísimos estólidos y tan golfos como sobrados (Iñaki Urdangarin).

Don Felipe puede acabar resultando el mejor Rey de nuestra historia. A su favor cuenta una formación que nadie, ni siquiera Fernando, Isabel o Carlos III tuvieron, una honradez rayana en el estoicismo y un dream team liderado por el gran Jaime Alfonsín que lo mantiene desde hace 20 años con los pies en la tierra recordándole 24/7 que es mortal. Aquí no hay corinnas, ni corinnos ansiosos de sacar tajada de la amistad entrañable o no tan entrañable. Los fústeres y demás incondicionales de verdad son buena gente que jamás ha pedido nada “al gran jefe [como le llaman]” porque son amigos del alma y porque son meridianamente conscientes de que éste es enfermizamente honrado que, dicho sea de paso, es como ha de ser un jefe de Estado. Álvaro y Ricky Fúster, los íntimos de verdad, nada que ver con el enloquecido y pluriimputado López Madrid, amistad de última hora, han optado por hacer negocios fuera de España para evitar que un mal paso, por muy pequeño y legal que fuera, acabase manchando a un tipo al que definen como lo que es: “Entrañable y buena gente”.

Don Felipe ha tenido indirectamente los mejores maestros. Desde el gran Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, al que veía actuar en Zarzuela con su padre a caballo de los 70 y los 80, hasta Sabino Fernández-Campo, pasando por el nunca bien ponderado Fernando Almansa, tipo inteligente y sensato donde los haya, o un Alberto Aza que siempre estuvo en su sitio. Obviamente, no puedo suscribir lo mismo de Rafael Spottorno, condenado a dos años de cárcel por apropiarse la burrada de 235.000 euros con una black card de Caja Madrid. El monarca cuenta desde hace dos décadas con Jaime Alfonsín, no sé si el mejor de los mejores pero que como mínimo está a la altura del marqués de Mondéjar, Sabino o Almansa. Un lujo en los tiempos que corren teniendo en cuenta que el abogado del Estado de origen gallego dejó un formidable puesto en Uría para pasar a ganar cinco veces menos en el Monte de El Pardo. Mejores vistas, eso sí, pero un roto en el bolsillo que dura ya dos décadas.


Don Juan Carlos nunca hizo lo que decía a su hijo que había que hacer. Vamos, que no predicaba precisamente con el ejemplo y sí hacía bueno ese “consejos vendo que para mí no tengo” que sobresale en el refranero patrio. Felipe VI, lejos de imitar a papá, optó por seguir al pie de la letra las recomendaciones epistolares que hace poco recordaba el gran Pepe García Abad. “Sé ejemplar, no protagonices escándalos”, “sé amable aunque no te apetezca” y “forma una familia estrechamente unida”.

El fundamental “sé ejemplar y no protagonices escándalos”, lo ha cumplido al 100% un ADN que por razones obvias es más consciente que nadie que la supervivencia de la institución pasa por esa ejemplaridad que ha sido proverbialmente sinónimo de monarquía. Nadie puede reprocharle siquiera una conducta inapropiada. Ni financiera, ni sentimental (los grandes escándalos del cuore de los primos europeos no existen en Zarzuela), ni desde luego institucional. Es mister cero escándalos. La Reina ha contribuido decisivamente con una familia política a la que nadie puede echar en cara haber aprovechado la proximidad al representante de la continuidad de la dinastía borbónica para dar un salto cuantitativo desde el punto de vista patrimonial. Jesús Ortiz, Paloma Rocasolano y Thelma Ortiz no han dado que hablar en los tres lustros transcurridos desde aquel 1 de noviembre en que la Casa del Rey dejó boquiabierta a España y medio mundo con un anuncio que conocían no más de una docena de personas. Una plebeya, divorciada, agnóstica e incipiente estrella de la tele iba a ocupar el lugar que ansiaba parte del Gotha femenino europeo. Una gran decisión: mejor casarse por amor que hacerlo por obligación. Que luego pasa lo que pasa. Ejemplos hay para dar y tomar: Alfonso XIII, Juan Carlos I y un tan largo como más antiguo etcétera.

No menos relevante fue su impecable papel en la conducción del caso Urdangarin que un servidor y Esteban Urreiztieta destaparon en el verano de 2011. En este apartado tampoco hablo de oídas. Como Príncipe se negó a propiciar trato vip procesal a su cuñado de marras, tres cuartos de lo mismo hizo con su hermana y ahora tampoco ha removido Roma con Santiago en el Supremo para que haya condescendencia con quien practicó la mangancia aprovechándose del real braguetazo. Los tiempos en los que Don Juan Carlos paraba golpes judiciales contra amistades peligrosas quedan ya muy atrás.

Letizia Ortiz ganó donde otras antes perdieron porque supo mantener el flirt en el más absoluto de los secretos. Lista-relista como es, no se le escapaba que la cuasiperfecta Isabel Sartorius y la enigmática Eva Sannum perdieron el tren por culpa de las filtraciones mediáticas. El “¡me caso o renuncio!” que, a modo de ultimátum, espetó Felipe VI a sus padres fue mano de santo. No quería que José María Aznar volviera a forzarle a renunciar al amor, como ocurrió en una tensísima charla en Zarzuela en la que se dijeron de todo y por su orden en presencia del a la sazón jefe de Estado.

Felipe VI es amable y me da la impresión que lo es porque es así. O porque le apetece. O porque le da la realísima gana. Su simpatía no es aparentemente forzada. Como tampoco lo era la de su padre, con ese carisma innato que le llevó a creerse que todo el monte era orégano y hacer lo que le vino en gana como si España fuera su cortijo. La amabilidad del monarca choca con ese rictus de Doña Letizia, más próximo en los actos públicos al de una esfinge que al de un ser humano. El Rey se aplicó el tercer cuento, “forma una familia estrechamente unida”, durante la crisis matrimonial de 2013 que a punto estuvo de hacer saltar por los aires un matrimonio que a día de hoy vive tal vez sus mejores momentos. Optó por salvar la pareja y acertó.

Pero que no se confíe. Porque si bien es cierto que sus cifras de popularidad rozan las de su padre en los 80, no lo es menos que los menores de 35 años de centroderecha son unánimemente republicanos y sus contemporáneos de izquierdas son más bien antimonárquicos. Los tiempos no corren precisamente a favor de una institución ligada a la cuna y no al mérito. Ningún chico o chica de veintitantos entiende por qué deben gozar de unos privilegios o una posición que no se han ganado en las urnas.

Este Rey ha de buscarse la vida, como me apuntó no tan humorísticamente en los Juegos Olímpicos de Pekín. Tendrá que justificar cada día la vigencia de una institución que, a mi juicio, es más necesaria que nunca aunque moralmente no sea la más justa. No debemos olvidar que la primera democracia española, la Segunda República, acabó como el rosario de la aurora y una Guerra Civil que se cobró la vida de 250.000 personas de ambos bandos. Los experimentos, por tanto, mejor dejarlos para otro momento. Que ya se sabe qué ocurre cuando los ejecutamos con champán y no con gaseosa.

Su intervención en ese 23-F que fue para él el 1-O fue memorable. Ahí es donde se ganó para mucho tiempo la confianza de los españoles, que vieron en su nocturno speech del martes 3 un remake espectacular del que interpretó su padre en la madrugada del 24 de febrero de 1981 tras un “que sí-que no” que tuvo en vilo a España entera temerosa de volver a la oscuridad y a todas las cancillerías occidentales. Hay, por tanto, Felipe VI para rato… con permiso de Juan Carlos I y sus corinnáceosnegocios que cual tsunami podrían llevarse todo por delante. De momento, nos sigue dando más que suficientes motivos para proclamar a los cuatro vientos ese “¡Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley!” que Cristina Cifuentes rescató del baúl de los recuerdos de la Guardia Civil el pasado 12 de octubre. La continuidad de la institución es la continuidad de España. El día que se finiquite esta monarquía parlamentaria que tan bien ha funcionado habrá que atornillar el RIP de rigor sobre la lápida de la nación más antigua de Europa. Que nadie se engañe, ni monárquicos, ni republicanos.
 
Me hace gracia estos periodistas tan baboso-as. A toro pasado cuentan que si en el 2013 la parejita sufrió una crisis matrimonial, que si bla,blá, bla. Alguien recuerda si en aquellos años de hablaba de crisis a punto de una separación ? En el presente siempre hablan de lo perfecta y maravillosa que es la familia Borbón- Ortiz. Aggg que asco de periodisto tan adulador !!
Pues este no es de los peores, al menos pone un punto de cordura cuando dice que entre los menores de 30 la cosa la tienen chunga independientemente de la ideologia de cada cual.
 
https://okdiario.com/opinion/2018/02/04/rey-mundo-antimonarquico-1781294

LA GINCANA QUE LE ESPERA AL CINCUENTÓN FELIPE VI

El Rey en un mundo antimonárquico







Cincuenta años no es nada, que diría el superlativo Carlos Gardel. Entre otras razones, porque Felipe de Borbón y Grecia lleva tan sólo tres y medio como monarca. Puso la primera pica de su reinado con 46 palos, nueve más que los que sumaba su padre en el DNI número 1 cuando sucedió en blanco y negro a título de Rey a un Franco que murió en la cama. A su edad, Juan Carlos I había sorteado un golpe de Estado con tanques y los poderes Legislativo y Ejecutivo secuestrados en el Congreso de los Diputados con guardias civiles bebidos apuntándoles con sus metralletas. Con 46 años el hijo de un ejemplar Don Juan al que nunca se le agradecerán lo suficiente sus grandes renuncias ya había conducido tan pacífica como modélicamente a nuestro país de la dictadura a la democracia. Seguramente el gran hito que subrayarán los libros de Historia del descendiente de los Reyes Católicos que terminó yéndose por la puerta de servicio de Zarzuela en medio de escándalos, elefantes y yernísimos estólidos y tan golfos como sobrados (Iñaki Urdangarin).

Don Felipe puede acabar resultando el mejor Rey de nuestra historia. A su favor cuenta una formación que nadie, ni siquiera Fernando, Isabel o Carlos III tuvieron, una honradez rayana en el estoicismo y un dream team liderado por el gran Jaime Alfonsín que lo mantiene desde hace 20 años con los pies en la tierra recordándole 24/7 que es mortal. Aquí no hay corinnas, ni corinnos ansiosos de sacar tajada de la amistad entrañable o no tan entrañable. Los fústeres y demás incondicionales de verdad son buena gente que jamás ha pedido nada “al gran jefe [como le llaman]” porque son amigos del alma y porque son meridianamente conscientes de que éste es enfermizamente honrado que, dicho sea de paso, es como ha de ser un jefe de Estado. Álvaro y Ricky Fúster, los íntimos de verdad, nada que ver con el enloquecido y pluriimputado López Madrid, amistad de última hora, han optado por hacer negocios fuera de España para evitar que un mal paso, por muy pequeño y legal que fuera, acabase manchando a un tipo al que definen como lo que es: “Entrañable y buena gente”.

Don Felipe ha tenido indirectamente los mejores maestros. Desde el gran Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, al que veía actuar en Zarzuela con su padre a caballo de los 70 y los 80, hasta Sabino Fernández-Campo, pasando por el nunca bien ponderado Fernando Almansa, tipo inteligente y sensato donde los haya, o un Alberto Aza que siempre estuvo en su sitio. Obviamente, no puedo suscribir lo mismo de Rafael Spottorno, condenado a dos años de cárcel por apropiarse la burrada de 235.000 euros con una black card de Caja Madrid. El monarca cuenta desde hace dos décadas con Jaime Alfonsín, no sé si el mejor de los mejores pero que como mínimo está a la altura del marqués de Mondéjar, Sabino o Almansa. Un lujo en los tiempos que corren teniendo en cuenta que el abogado del Estado de origen gallego dejó un formidable puesto en Uría para pasar a ganar cinco veces menos en el Monte de El Pardo. Mejores vistas, eso sí, pero un roto en el bolsillo que dura ya dos décadas.


Don Juan Carlos nunca hizo lo que decía a su hijo que había que hacer. Vamos, que no predicaba precisamente con el ejemplo y sí hacía bueno ese “consejos vendo que para mí no tengo” que sobresale en el refranero patrio. Felipe VI, lejos de imitar a papá, optó por seguir al pie de la letra las recomendaciones epistolares que hace poco recordaba el gran Pepe García Abad. “Sé ejemplar, no protagonices escándalos”, “sé amable aunque no te apetezca” y “forma una familia estrechamente unida”.

El fundamental “sé ejemplar y no protagonices escándalos”, lo ha cumplido al 100% un ADN que por razones obvias es más consciente que nadie que la supervivencia de la institución pasa por esa ejemplaridad que ha sido proverbialmente sinónimo de monarquía. Nadie puede reprocharle siquiera una conducta inapropiada. Ni financiera, ni sentimental (los grandes escándalos del cuore de los primos europeos no existen en Zarzuela), ni desde luego institucional. Es mister cero escándalos. La Reina ha contribuido decisivamente con una familia política a la que nadie puede echar en cara haber aprovechado la proximidad al representante de la continuidad de la dinastía borbónica para dar un salto cuantitativo desde el punto de vista patrimonial. Jesús Ortiz, Paloma Rocasolano y Thelma Ortiz no han dado que hablar en los tres lustros transcurridos desde aquel 1 de noviembre en que la Casa del Rey dejó boquiabierta a España y medio mundo con un anuncio que conocían no más de una docena de personas. Una plebeya, divorciada, agnóstica e incipiente estrella de la tele iba a ocupar el lugar que ansiaba parte del Gotha femenino europeo. Una gran decisión: mejor casarse por amor que hacerlo por obligación. Que luego pasa lo que pasa. Ejemplos hay para dar y tomar: Alfonso XIII, Juan Carlos I y un tan largo como más antiguo etcétera.

No menos relevante fue su impecable papel en la conducción del caso Urdangarin que un servidor y Esteban Urreiztieta destaparon en el verano de 2011. En este apartado tampoco hablo de oídas. Como Príncipe se negó a propiciar trato vip procesal a su cuñado de marras, tres cuartos de lo mismo hizo con su hermana y ahora tampoco ha removido Roma con Santiago en el Supremo para que haya condescendencia con quien practicó la mangancia aprovechándose del real braguetazo. Los tiempos en los que Don Juan Carlos paraba golpes judiciales contra amistades peligrosas quedan ya muy atrás.

Letizia Ortiz ganó donde otras antes perdieron porque supo mantener el flirt en el más absoluto de los secretos. Lista-relista como es, no se le escapaba que la cuasiperfecta Isabel Sartorius y la enigmática Eva Sannum perdieron el tren por culpa de las filtraciones mediáticas. El “¡me caso o renuncio!” que, a modo de ultimátum, espetó Felipe VI a sus padres fue mano de santo. No quería que José María Aznar volviera a forzarle a renunciar al amor, como ocurrió en una tensísima charla en Zarzuela en la que se dijeron de todo y por su orden en presencia del a la sazón jefe de Estado.

Felipe VI es amable y me da la impresión que lo es porque es así. O porque le apetece. O porque le da la realísima gana. Su simpatía no es aparentemente forzada. Como tampoco lo era la de su padre, con ese carisma innato que le llevó a creerse que todo el monte era orégano y hacer lo que le vino en gana como si España fuera su cortijo. La amabilidad del monarca choca con ese rictus de Doña Letizia, más próximo en los actos públicos al de una esfinge que al de un ser humano. El Rey se aplicó el tercer cuento, “forma una familia estrechamente unida”, durante la crisis matrimonial de 2013 que a punto estuvo de hacer saltar por los aires un matrimonio que a día de hoy vive tal vez sus mejores momentos. Optó por salvar la pareja y acertó.

Pero que no se confíe. Porque si bien es cierto que sus cifras de popularidad rozan las de su padre en los 80, no lo es menos que los menores de 35 años de centroderecha son unánimemente republicanos y sus contemporáneos de izquierdas son más bien antimonárquicos. Los tiempos no corren precisamente a favor de una institución ligada a la cuna y no al mérito. Ningún chico o chica de veintitantos entiende por qué deben gozar de unos privilegios o una posición que no se han ganado en las urnas.

Este Rey ha de buscarse la vida, como me apuntó no tan humorísticamente en los Juegos Olímpicos de Pekín. Tendrá que justificar cada día la vigencia de una institución que, a mi juicio, es más necesaria que nunca aunque moralmente no sea la más justa. No debemos olvidar que la primera democracia española, la Segunda República, acabó como el rosario de la aurora y una Guerra Civil que se cobró la vida de 250.000 personas de ambos bandos. Los experimentos, por tanto, mejor dejarlos para otro momento. Que ya se sabe qué ocurre cuando los ejecutamos con champán y no con gaseosa.

Su intervención en ese 23-F que fue para él el 1-O fue memorable. Ahí es donde se ganó para mucho tiempo la confianza de los españoles, que vieron en su nocturno speech del martes 3 un remake espectacular del que interpretó su padre en la madrugada del 24 de febrero de 1981 tras un “que sí-que no” que tuvo en vilo a España entera temerosa de volver a la oscuridad y a todas las cancillerías occidentales. Hay, por tanto, Felipe VI para rato… con permiso de Juan Carlos I y sus corinnáceosnegocios que cual tsunami podrían llevarse todo por delante. De momento, nos sigue dando más que suficientes motivos para proclamar a los cuatro vientos ese “¡Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley!” que Cristina Cifuentes rescató del baúl de los recuerdos de la Guardia Civil el pasado 12 de octubre. La continuidad de la institución es la continuidad de España. El día que se finiquite esta monarquía parlamentaria que tan bien ha funcionado habrá que atornillar el RIP de rigor sobre la lápida de la nación más antigua de Europa. Que nadie se engañe, ni monárquicos, ni republicanos.
madre mía que artículo
me dan ganas de emigrar
 

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