La suela roja: Louboutin.

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El zapatero que se hizo millonario con una suela roja
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Reportaje fotográfico por Leo-Paul Ridet
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Así es el diseñador que convirtió una suela roja en un icono universal.

  • Leo-Paul Ridet
  • Fotografía
11/12/2016 03:00
«Cuando una mujer se prueba unos zapatos hay un ritual que se repite sin excepción. Se calza y camina directa al espejo. Se mira de arriba abajo. Se gira. Se mira el culo. Está feliz. Y sólo entonces, cuando está realmente contenta con el resultado global, mira los zapatos». Christian Louboutin habla de la plenitud femenina cuando se recrea en ese rito del que tantas veces ha sido testigo. Una plenitud que ve en los ojos de sus clientas. La veía cuando abrió su primera tienda parisina, allá por 1991, y la ve todavía hoy cuando vende cualquiera de sus idolatrados zapatos. Esos que alcanzan sin problema los 700 euros y que tienen a Hollywood a sus pies.

A muchas mujeres probablemente no haya que explicarles nada. Porque si los zapatos no dan la felicidad, sí que dan algo que se le parece mucho. Ahora bien, si los zapatos son Louboutin, entonces habrá quien lo llame consumismo, vicio, irresponsabilidad y todo lo demás, pero nadie puede negar que se puede tocar la felicidad en esos tacones. Ése es el poder de su firma.

Para todos aquéllos que sigan perdidos, ahí va una última pista infalible: los suyos son los stilettos imposibles de la suela roja.

«¡Aaah! ¡La suela roja! Ahora sí».

Pues eso.

Monsieur Louboutin nos recibe una mañana de jueves en su particular refugio urbano de la calle Jean Jacques Rousseau, a escasos metros del Louvre. Un antiguo hotel que ahora funciona como enclave para sus guateques personales. También él es uno de los afortunados integrantes de ese París en el que corre el vino caro y todo el mundo es delgado. Ése al que el resto de los mortales sólo podemos acceder a través de las ventanas sin cortinas. Porque a pesar de rellenar la casilla de «oficio» con la palabra zapatero, la historia de este francés de 52 años no se parece nada a la de Paco, el que te repone las tapas de los tacones.

Louboutin es hoy lo que Christopher Nolan al cine. El nombre más deseado. El creador de blockbusters. Sus ventas ascienden a cerca de 700.000 pares al año. ¿Su fortuna estimada? 80 millones de euros. Y todo sin renunciar a la independencia de su firma. Algo insólito en los tiempos que corren, donde tres conglomerados se reparten las casas de moda más influyentes. «Hacerlo de otra forma no tendría sentido para mí. No soy bueno trabajando para otra gente», dice.

Louboutin se inició en los tacones, como corresponde, por todo lo alto: fue becario en el famoso cabaret parisino Folies Bergère a principios de los años 80. Sí, el mismo cabaret que Norma Duval. Sólo que aquí él se centró menos en el plumaje y más en los andares. «Siempre me habían fascinado las showgirls. Eran como pájaros del paraíso. Pero me di cuenta de que había un elemento que no demostraba tal feminidad en su atuendo». ¿A que no adivinan cuál?

"Llevar tacones no hace estúpida a nadie, una mujer es bella sin maquillar, pero no es malo adaptar la naturaleza"
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Leo-Paul Ridet
Y allí empezó todo...
No, allí hice muchos bocetos, pero como puedes imaginarte, siendo becario no había mucho que pudiese hacer. Cuando me fui, trabajé para Dior. Básicamente cogí las páginas amarillas y empecé a llamar a todas las grandes casas de moda en París. Empecé por el principio y la primera fue Balmain. Nadie respondió. La segunda fue Dior. Llamé y simplemente pedí hablar con el director. «¿El director de qué, exactamente?», me preguntaron. Al final conseguí hablar con la directora del atelier, una mujer increíble. Si lo piensas, es una locura que hoy nunca habría sido posible.
Desde aquellos inicios ha sido la fascinación del zapatero por las mujeres la que ha guiado su carrera y sí, también su éxito. «Cuando diseño soy tres personas a la vez: soy el artista, soy el amigo de los hombres que consigue maximizar la belleza de la mujer, pero también soy el mejor amigo de las chicas, el que se preocupa por lo que ellas quieren». Su admiración es obvia, pero también puede resultar contradictoria. Al fin y al cabo, es difícil imaginar a alguien dibujando tacones de 15 centímetros e idolatrando el maquillaje, para cinco minutos después autodenominarse feminista. Él, sin embargo, parece haber encontrado una inesperada coherencia en su discurso. «Cuando tenía 13 años la gente se reía de mí. Me decían que era un feminista porque, en los 70, que una mujer se pusiese maquillaje y que se cuidase la convertía en una mujer estúpida, superficial. Yo nunca he estado de acuerdo con eso», rememora indignado. «Crecí con otras tres hermanas y, como te digo, me encantan las showgirls, así que siempre pensé que no tenía ningún sentido. Ponerse maquillaje, ir limpia o llevar el pelo bien no hace estúpido a nadie. Así que, en resumen, los tacones altos fueron mi batalla durante mi adolescencia. Y, todavía hoy me gustan las mujeres maquilladas, y me gustan los tacones».

¿Pero no resulta extraño eso de amar a la mujer y a la vez querer 'adornarla'?
Yo creo que es muy sencillo. La naturaleza es bella, claro, pero a mí, por ejemplo, siempre me ha apasionado la jardinería. Con las mujeres pasa igual. Por supuesto que una mujer es bella sin maquillar, pero no hay nada de malo en adaptar la naturaleza.
Entonces, ¿cómo es la 'mujer Louboutin'?
Es difícil porque cada mujer es una mujer original. Crecí conociendo muchas mujeres, pero también con tres hermanas, y soy consciente de que las mujeres cambian en cada momento del día; cambian de humor ocho veces, se cambian de ropa, suben un kilo, bajan un kilo... Es complicado, pero si tuviese que decir algo de la mujer Louboutin es que es una mujer contenta de ser una mujer. Bueno, ¡quizás quieran experimentar algún día! Pero digamos que son mujeres que están contentas con su propia feminidad que, además, puede manifestarse de muchas formas distintas. Y sí, también con maquillaje, con tacones o con lo que sea.
Y con los tacones y poco más de 20 años se fue de Dior para llegar Roger Vivier, otra de las grandes firmas de calzado femenino de la historia. En 1991, finalmente, nacía su propia leyenda. «Ya te he comentado que nunca he sido bueno trabajando para los demás. Ya había trabajado para Roger (Vivier) y ninguna otra persona podría superar el nivel de empatía que sentía con él. Así que decidí que era hora de hacer algo», cuenta. «He tenido la suerte de tener a mis dos mejores amigos a mi lado. Una noche les conté que estaba pensando en abrir mi propia marca y me dijeron 'adelante, hagámoslo'».

A los mortales les cuesta convencer a sus amigos para salir un sábado, pero como ya decíamos, este París es diferente y Bruno Chamberlain y Henri Seydoux -que así se llaman- son todavía accionistas de la firma. «Bruno es un poco mayor y muy protector, él se encarga de la parte financiera. Henri venía del mundo de las tecnologías. Cuando abrimos, lo único que le preocupaba es que tuviésemos fax, así que hubo que comprar un fax, claro», cuenta entre risas.

Los zapatos a medida cuestan 3.000€. Hay 6 meses de lista de espera. Entre sus clientes están Madonna o Nicole Kidman
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Leo-Paul Ridet

Hábleme de esos primeros años. ¿Fueron difíciles los inicios?
Pues la verdad es que a partir del segundo mes empezamos a vender bastante. Los primeros en llegar fueron los compradores americanos. Llegaron, de hecho, bastante rápido y fue cuestión de suerte. Yo tenía un amigo, que tenía una amiga de una amiga que era periodista en la revista estadounidense W y justamente estaba escribiendo un artículo en el que necesitaba mostrar nuevas tiendas en París. Así que vino. Ella estaba esperando en la tienda cuando en ese preciso momento entró una personalidad conocida de perfil revista ¡Hola!
¿Quién era?
Era la princesa Carolina de Mónaco. La periodista se quedó tan impresionada que cuando escribió el artículo dijo algo como «esta nueva tienda es la favorita de todas las princesas en Europa». Y de la noche a la mañana éramos los favoritos de los americanos.
Hoy no sólo los americanos han sucumbido a la creatividad del diseñador francés. Christian Louboutin es uno de esos popes que todavía conduce las riendas de su propio caballo entaconado. Él ejerce de alfa y omega de cada una de sus colecciones y sus zapatos trascienden al mundo de los accesorios. Son auténticos objetos de deseo.

«Me acuerdo de una clienta que se volvió loca porque no podía encontrar un zapato. Estuvo buscándolo en un montón de tiendas diferentes y no dejaba de insistir. Tenía incluso a una de sus asistentes recorriéndose diferentes localizaciones. Una amiga cenó con ella y escuchó todo su drama. Pero la realidad es que a la mujer le encantaba esa sensación. Todo el mundo es igual: si no puedes tener algo, te excita, te enervas, te sientes vivo».

He oído que no regala sus diseños a 'celebrities', como hacen muchos otros diseñadores. ¿Tiene algo que ver?
Cuando haces algo que te gusta, es importante mantener el valor de lo que haces. Te voy a explicar algo: cuando vas a tu terapeuta, pagas. Si tienes el deseo de comprar algo, pagas. Así que no es que nunca haya regalado nada, hay mucha gente a la que les he regalado muchas cosas pero, en cierto modo, es importante no arrebatar el deseo a la gente.
¿Por qué?
Primero, porque el hecho de que seas una celebrity no te exime de desear algo. Todavía tienes antojos. Si simplemente les regalan las cosas, terminamos creando un vegetal. Si te lo dan todo, pierdes el interés. Segundo, tengo cierto orgullo. Si a la gente le gusta lo que hago, vienen y me lo piden. No quiero ser yo el que acuda a la gente. Y tercero, sería irrespetuoso hacia mis clientes.
Es en el atelier de la firma donde ese respeto que el diseñador siente por sus clientes vive su máxima expresión. Porque aunque el grueso de las ventas -esos modelos semi aspiracionales que se pueden encontrar en tiendas por precios que se sitúan por debajo de los 1.000 euros- se fabrican a las afueras de Milán, todavía hay unas decenas de afortunados que gozan del trato exclusivo y del savoir faire del atelier, situado, como no, en la misma calle Jean Jacques Rousseau. Allí dos relaciones públicas y un grupo de cinco artesanos con aires hipster -ninguno de ellos parece superar la treintena- se dividen el trabajo. Siete. Ése es el equipo artífice de toda la magia. En los estantes en los que se amontonan las hormas, con nombres como Halle Berry, Nicole Kidman, Madonna, Kylie Minogue o Prince. Al parecer, a los 3.000 euros que cuesta de base uno de estos pares hay que sumarles unos cuantos discos de platino o nominaciones a los Oscar.

Pero no sólo ellos consumen este tipo de producto. «Vienen muchas novias o clientas que quieren algo exclusivo y especial. Puede ser tanto la customización de un modelo, como la realización de un zapato a medida. No rechazamos pedidos, pero sí hay lista de espera, especialmente durante la época de bodas y las semanas de la moda, donde puede alargarse hasta seis meses», explica una de las relaciones públicas del taller.

El proceso es completamente artesanal. Sólo se fabrican entre 10 y 20 pares al mes. Durante nuestra visita, uno de los zapateros coloca cristales Swarovski -uno a uno- con una pinza en unos afiladísimos tacones. A escasos metros, una joven pega la archiconocida suela roja al calor de una vela. Han leído bien: una vela. La icónica etiqueta recibe ligeros martillazos reblandecida por el calor hasta que finalmente se queda en su sitio.

Ha rechazado infinitas ofertas de los gigantes de la moda: "No soy bueno trabajando para otros"
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Leo-Paul Ridet
Precisamente la suela es la que más martillazos ha vivido también fuera del taller. Desde Zara hasta Saint Laurent han vivido enfrentamientos con la firma por el uso del trasero patentado. Sin embargo, hubo un tiempo en el que el rojo no era todavía causa de litigios. El propio Louboutin reconoce que el azar lo llevó a decantarse por el escarlata: «Un día, acababa de recibir el prototipo de uno de los zapatos que había diseñado. Era un modelo muy colorido, pero por algún motivo, en mi boceto parecía más bonito que en la realidad. Y de repente, volteé el zapato para verlo desde atrás. Me di cuenta de que en la vista trasera del boceto la mancha negra de la suela no existía», recuerda. «Así que la asistente de mi tienda estaba allí mismo pintándose las uñas y, tras un poco de forcejeo porque no le hacía gracia quedarse sólo con dos uñas pintadas, conseguí que me dejase su esmalte de uñas. Empecé a pintar la suela con la laca roja allí mismo».

Y se convirtió en su sello...
Bueno, al principio la idea era que fuese cambiando de color en cada temporada, o algo por el estilo. Pero luego me di cuenta de que el rojo siempre está presente. En aquella época el color no estaba de moda. Todas las mujeres vestían de negro o colores oscuros. ¡Como ahora! Pero el rojo siempre está presente. Fíjate en Léa [responsable de comunicación de la marca, que nos acompaña], va de negro, sí, pero siempre hay rojo: en los labios, en las uñas... Así que decidí que el rojo sería el color.
La propia Léa será la que poco después ofrezca su pierna para la sesión de fotos. El diseñador posa con total naturalidad mientras se abraza a su media con liguero. Y pese a la estampa sexual y, para algunos, un tanto machista, Louboutin, consigue que esa pierna se desprenda de su significado. Porque esa pierna es ya parte de su obra. Es el artista frente a su creación. Y, Léa, mientras tanto, se ríe y manda mensajes con el móvil, pierna en alto mediante. Imponente, poderosa y sí, lo sentimos, pero también feliz.

¿Qué cree que encuentran las mujeres en sus zapatos?
Pongo este ejemplo a veces: una botella de vino y un par de zapatos. Tienes una botella de vino que tiene la misma forma y el mismo color que muchas otras botellas de vino, aunque hay botellas que cuestan 10 euros y otras que 250. Todo el mundo entiende la diferencia entre un buen vino y un mal vino. Así que igual que con el vino, lo que no ves: la construcción, el proceso de elaboración... Todo eso marca la diferencia. Y sólo cuando lo pruebas entiendes cuán importante es esa diferencia.
Ya les decía que en este París aprecian el vino caro. Y ése es precisamente el secreto de los zapatos del millón de dólares. Que sólo cuando se miran muy de cerca los cristales, cuando se aprecia el rojo a la luz de la vela y cuando se prueban las hormas aunque sólo sea a través de las ventanas sin cortinas, sólo ahí se entiende que ahora todo lo demás nos sabrá a vino de cartón.

http://www.elmundo.es/papel/historias/2016/12/11/5848005ae5fdea5e328b459f.html
 
A mi no. ¿ No es posible que el tacón sea de 3-4 cms ?

Nos parece una barbaridad que a las niñas chinas se les venden los pies para que no les crezcan.
O que a las mujeres padaung les coloquen aros para estirarles el cuello.
Y en el norte de Europa les parece horrible que a nuestras niñas se les ponga pendientes con un mes de vida.

Pero todos admiten que la moda nos muestre los tacones de 12 cms como algo apetecible y símbolo de "éxito social".
 
la otra noche vi en la 2 de rtve un reportaje de la historia de los zapatos, muy interesante. por supuesto salian todos los grandes zapateros y todos dijeron que lo de menos era la comodidad, solo una zapatera, mujer por supuesto, resaltaba que ella si la buscaba.
me he probado estos zapatos y la verdad es que no pude dar un paso con ellos, me debe faltar entrenamiento y ganas de sufrir.
os recomiendo una diseñadora coreana, creo, que fabrica en españa y que su prioridad es la comodidad, chie mihara, se llama y aunque algunos modelos son dificiles de ver, hay varios muy ponibles y puedes usarlos durante horas sin morir en el intento.
 
Gracias @Sawuas
Algunos modelos son difíciles de mirar, pero otros parecen muy ponibles (según estilos personales). Al menos las hormas parece que están pensadas para que quepan todos los dedos en el zapato.

He visto que tienen domicilio en Alicante y fabrican en Elda, paso la info al hilo de "hartos del calzado chino"
 
Gracias @Sawuas
Algunos modelos son difíciles de mirar, pero otros parecen muy ponibles (según estilos personales). Al menos las hormas parece que están pensadas para que quepan todos los dedos en el zapato.

He visto que tienen domicilio en Alicante y fabrican en Elda, paso la info al hilo de "hartos del calzado chino"

Los venden en el corte ingles, ahí te puedes probar.
 
CHRISTIAN LOUBOUTIN: "LA GENTE EN ESPAÑA ES MUY AMABLE CON LOS MOCHILEROS"

El famoso zapatero conoció nuestro país de adolescente con una mochila y le impresionó la amplitud de miras de la gente. A punto de inaugurar su gran retrospectiva en París, conversamos con él.



POR PALOMA SIMÓN
22 DE FEBRERO DE 2020



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Retrato de juventud de Christian Louboutin.CORTESÍA CHRISTIAN LOUBOUTIN



Ama España desde que leyó de niño el cómic Asterix en Hispania. “Es un país muy abierto. De Carlos V a Almodóvar, su hermosa cultura pervive hasta nuestros días”, me cuenta Christian Louboutin (París, 1963) desde sus oficinas en la capital francesa, de cuyo techo cuelga un galeón español de glitter. El, probablemente, zapatero más famoso del mundo —gracias a sus suelas de color rojo— visitó por primera vez nuestro país de adolescente con una mochila. “La gente allí es muy amable con los mochileros”, evoca. “Me llamó la atención vuestro orgullo. De lo que sois, de la belleza de vuestro país y de sus particularidades. Mi primer libro de mesa fue El arte del baile flamenco, que perdí hace años. Me pone nostálgico recordarlo. Incluso si pienso en religión, lo hago en el Barroco español”.

España es pues una de las protagonistas de Christian Loutoutin. l’Exhibition[iste], la retrospectiva que se inaugura el 26 de este mes en el Palais de la Porte Dorée de París. Un edificio art déco de 1931 próximo al lugar de nacimiento de Louboutin. Allí vio de adolescente el cartel que prohibía a los visitantes entrar con tacones y que le inspiraría uno de sus modelos más populares: el Pigalle, el favorito de Kate Moss o Zendaya. “Pasé horas en los cines de la cercana Avenue Daumesnil, que ponían películas indias y egipcias todo el rato”. Toutenkaboucle, Zigounette o Murderess son otros de los nombres de sus zapatos. “Algunos vienen de historias propias o que me han contado. No podría vivir sin escuchar noticias, cuentos... cotilleos”, reconoce.



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Christian Louboutin en el lugar de la exposiciónCORTESÍA CHRISTIAN LOUBOUTIN



Louboutin pasó pronto de los cines del distrito 12 de la capital a Le Palace, el mítico club nocturno del París de los años setenta y ochenta, y al cabaret Folies Bergère, donde fue becario. La vida nocturna lo absorbió, pero le dejó tiempo suficiente para aprender el oficio con Roger Vivier —“El Fabergé de los zapatos”— y Charles Jourdan. Con este último conoció los entresijos de la industria. “Aquello no era Fantasía. Era más bien Durolandia. Y olía a pegamento”, ha confesado. Se estableció por su cuenta en 1991 y pronto empezó a calzar a celebridades como Carolina de Mónaco o Catherine Deneuve.

Hoy, Céline Dion y Victoria Beckham se cuentan entre sus fieles. O Melania Trump, lo que no le supone un problema en absoluto. “Nunca juzgo a mis clientas. No es mi papel. Yo propongo y las mujeres disponen”. Con Tina Turner vivió uno de sus escasos momentos “incómodos”, cuando le diseñó el calzado de un espectáculo en el Madison Square Garden de Nueva York. “Vi el concierto en primera fila. Fue increíble, pero tuve que cerrar los ojos en varias ocasiones por miedo a que se cayese”, admite. “Me llevó su tiempo sentirme el 95% seguro al ver a los artistas actuar con mis propuestas. Incluso hoy cruzo los dedos para que no haya incidentes”.



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Una de las siete vidrieras que La Maison du Vitrail ha creado para la muestra



Jennifer Lopez le dedica su canción Louboutins y Aretha Franklin pidió ser enterrada con un par de zapatos de la firma. “Siempre he tenido una relación muy cercana con la cultura popular, impregna mis diseños”, dice. “El modelo Pensées, por ejemplo, parte de las pinturas de Andy Warhol. Tengo que admitir que es siempre una sorpresa —de las agradables— escuchar a cantantes, actores o deportistas celebrar mi trabajo. Por eso en la exposición hay una sala dedicada al pop que mezcla fotografías de la alfombra roja, vídeos musicales y otras manifestaciones”, me adelanta.

La retrospectiva plantea un recorrido por sus primeros años, que incluye referencias a su adorado Egipto, donde tiene una de sus casas, o al Folies Bergère; en el llamado Cuarto del Tesoro se expone un zapato de cristal en un palanquín de plata, realizado por artesanos sevillanos de la Orfebrería Villarreal, y una instalación del artista paquistaní Imran Kureishi. Hay una sala dedicada a sus famosos nudes —que imitan el color de la piel— y, naturalmente, otra al fetichismo, que recupera su célebre colaboración con David Lynch.

“Es un genio embrujado, un artista y un amigo. El término complementarios se queda corto. Yo solo puse los zapatos, él dotó al proyecto de vida y poder”, cuenta sobre Fetish, el proyecto que los unió en 2007. Además de Lynch, en l’Exhibition[iste] han participado su íntima amiga, la coreógrafa Blanca Li; Dita von Teese, que presta su holograma para una coreografía en el Teatro de Bután, otra de las instalaciones de la muestra; o Mika, por quien Louboutin decidió en 2012 lanzar colecciones masculinas. “Poco después, al comprobar que las mujeres se compraban las de hombre, saqué mi línea de deportivas”, revela.



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Un artesano sevillano trabaja en el palanquín MACASSAR PRODUCTIONS


Sus suelas rojas nacieron por casualidad, cuando usó la laca de uñas de una asistente. Por eso l’Exhibition[iste] reserva un lugar especial a la doble vida —y sentido— de los objetos, algo con lo que está más que familiarizado. “Cuando empecé a usar pinchos en el cuero negro, la gente lo percibió como una alusión a sadomasoquismo, pero lo era a la Haute Époque, un estilo de mobiliario de los siglos XIV y XV caracterizado por las maderas oscuras con remaches metálicos”, apunta. “La palabra sexy tiene un montón de significados y de connotaciones. Ser sexy es un estado mental, no tiene nada que ver ni con los centímetros del tacón ni con la altura en general”, zanja este parisino que, en persona, es más alto de lo que parece.

 
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