Emilio Aragón.

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Emilio Aragón: "La muerte de mi padre fue devastadora, aún marco su teléfono"
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Reportaje fotográfico de Luis Cobelo
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Un día de rodaje con el gran 'showman' español. Habla de su 'abuelidad', su autocrítica "enfermiza" y por qué aún marca el número de su padre muerto.

10/07/2016 03:48
A Emilio Aragón hay que seguirlo, y no es fácil. Camina con unos pasos larguísimos y la cabeza por delante, como si todavía no hubiera renunciado a estar en dos sitios al mismo tiempo. Te arrastra por una antigua facultad de Medicina que han transformado en plató porque en esta serie no querían cartón piedra. Te cuenta las reformas: este pasillo ahora es el de un ministerio; esta escalera, la de un juzgado; aquí se han cargado tres aulas, y tira los tabiques con una mano mientras levanta la oficina del comisario con la otra. Dos segundos después, sosteniendo una cámara que no existe, te dice: «Fíjate qué tiro, se ve toda la comisaría. Puedo llenar el fondo de movimiento. Meterle tensión a cada plano». Y yo respondo que sí, claro, e intento ver la serie en sus ojos porque se abren tanto que me parece que apagando las luces podrían proyectar lo que hay dentro de su cabeza. Mientras pienso en esta cursilería de los ojos proyectores, lo pierdo.

«¡Javier!», grita. «¡Ven, tienes que ver el piso de la protagonista!». Y Javier va siguiendo el sonido de esos pasos tan largos y se encuentra un loft, un loft que flipas, un loft que no sé cómo ha llegado a una facultad de Medicina. «¿A que te gusta para ti?», pregunta con una pasión que en este país de furores inmobiliarios no ha tenido nunca un comercial de Tecnocasa, ni un promotor de pelotazos, ni un visionario interiorista. Respondo que sí, que me gusta. Y estoy a punto de preguntarle qué van a hacer con un mueble, cuando se asoma desde el otro lado del baño sosteniendo otra vez la cámara imaginaria: «Le pusimos paredes de cristal, así podemos ver al personaje ducharse y de fondo, el resto de la vivienda». Sí, un baño con paredes de cristal. Y les gustaría para ustedes. Me distraigo imaginando un montón de situaciones incómodas en torno a ese retrete tan pulcro y Emilio sale disparado. Esta vez, vamos a la calle. Está lloviendo, pero cree que se puede rodar. Cree que va a escampar. Cree que les dará tiempo antes de que se haga de noche. Lleva desde las ocho de la mañana trabajando. Tiene los zapatos mojados, la rodilla hinchada y el rodaje empezó hace casi seis meses. Hoy ya ha rodado la última secuencia de Pulsaciones, la serie que va a estrenar Antena 3 en otoño y que él ha creado y escrito con Francisco Roncal y Carmen Ortiz y de la que dirige casi la mitad de los capítulos. Pero todavía tiene ganas: mueve al equipo, se levantan carpas y se va a señalarles cosas con el dedo a los cámaras. Entonces, viene Aruca, su mujer, su constante, su soporte.

Aruca, ¿siempre tiene tanta energía?
No para, a mí me agota.
Aragón se acerca y nos pregunta de qué hablamos. No se lo contamos, pero tampoco hace falta porque se distrae: se acerca a ella, la toca, la abraza, la besa y le dice que la quiere. Intento resaltar que hace todo esto en público y en menos de dos minutos. Intento resaltar que han pasado dos minutos, sí, pero, sobre todo, que han pasado 35 años.

«Treinta y cinco años. Sí, es mucho tiempo», dice. «Lo que ocurre es que Aruca es mucho más sabia que yo. Esta profesión es muy dura porque es anárquica. Los horarios. La forma de trabajar. La línea tan delgada que hay entre el éxito y el fracaso. Te llevas a casa esa inquietud y quien la comparte es tu mujer, tu compañera. Ella es más inteligente y ha sabido muchas veces hacerme esa media verónica que me hacía falta, o redirigirme o lo que fuera en cada momento».

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Y de esos momentos ha habido unos cuantos, porque Emilio Aragón empezó a surfearse la tele pronto y con poco freno. Como si tuviera hambre. Esto no lo había contado nunca, pero a los 22 hizo la primera prueba para salir en la tele sin la familia. Y apuntó alto: presentar un programa. Suban un poco más la mirilla: era el Un, dos, tres. Al terminar la audición, Chicho Ibáñezresumió las pegas: «Está bien, Emilio, pero te tiene que salir barba. Eres demasiado niño». Y cogió a otra persona, también imberbe, Mayra GómezKemp. Chicho, su Chicho. San Chicho: «Si me preguntas un nombre de la televisión en España, ese nombre es Chicho Ibáñez Serrador».

Pero no le hiciste caso, unos meses después de eso no sólo presentabas; dirigías y escribías tu programa. 'Ni en vivo ni en directo'. ¿No es raro que uno tenga un programa en La1 a los 22?
No, porque era algo que llevaba persiguiendo desde hacía mucho tiempo. Tenía ganas de hacer eso. Todos los recuerdos que tengo de esa época son bonitos. Todos. Esa ilusión de la primera vez que escribías y dirigías un programa. La gente que podías conocer.
¿Qué sientes cuando lo vuelves a ver?
Qué jovencito era. Y qué osado en algunas cosas. Pero es lo de siempre. A veces, veo eso y digo: Ay, qué pena, si lo hubiera hecho de esta manera o de aquella.
Sí, acaba de criticar algo que hizo hace más de 30 años. Sí, acaba de criticar uno de los poquísimos programas españoles nominados a los Emmy. Y eso no es un TP, esos son los premios de televisión más importantes del mundo. Acaba de criticar el formato por el que lo metieron en el Waldorf Astoria la mañana siguiente a la gala, a los 23, y los productores estadounidenses del momento le dijeron: «Chaval, danos formatos». La pregunta se cae sola:

¿Te das mucha cera a ti mismo? ¿Te obsesionas con facilidad?
Mucho, mucho. Es terrible. En este último mes, me he despertado un montón de veces de madrugada con algo que no me gustó del rodaje. Soy un insatisfecho estructural. Esto es bueno, porque te concentras en hacerlo mejor. Y es malo, porque es perverso. Soy de una autocrítica enfermiza.
Y, sin embargo, no es un cabrón. Lo explico. Estamos en el rodaje de la última secuencia de su serie. Se ensaya tres veces y él la corrige unas 200. Corre escaleras arriba y escaleras abajo. Coloca a 30 figurantes con las manos. Tú, aquí. Tú, allí. Tú, sube la cabeza. Tú, te agachas cuando ocurra esto. Le da clases particulares de marcialidad a un extra que hace de policía. Así se coge una pistola. Así te mueves. Así. Así. Así. Y, entonces, cuando todo está fino, nos vamos a la caseta donde está el equipo de dirección. Alguien grita: «¡Vamos a primera, señores!». Alguien grita: «¡Rueda!». Alguien grita: «¡Sonido, graba!». Emilio se pone las gafas de concentrarse, masca chicle como los que ya no fuman y se clava en dos monitores. «¡Acción!».

Y la acción va como la seda. La acción fluye. La acción... se va por el retrete. Entra el policía y no hay manera de creerse una zancada. Le queda grande el traje. Coge la pistola como si fuera un chorizo y ni si quiera se mueve como le habían pedido. Pienso: «Esto, en la HBO, no pasa». Soy el único de allí que no tiene ni idea de hacer cine, pero estoy seguro de que Emilio va a gritar corta. Que se va a poner como una fiera. Que está a punto de llover y esto hay que terminarlo antes de que caiga una gota. Que aquí van a haber hondonadas de hostias. Y no, la secuencia termina y Emilio Aragón grita: «¡Bárbaro!». Y grita: «¡Magnífico!». Y grita: «¡Muy bien todos!».

Después fuiste donde el policía y le hiciste salir de plano. Se lo dijiste tan suave que parecía un premio.
Y quedó bien, porque la cámara sube en ese cenital y se ve al policía cruzando.
Pues yo en el momento creí que te ibas a liar a voces.
Es que yo no sé trabajar con tensión. No sé trabajar con gritos. No puedo. Me bloqueo. Yo de verdad no entiendo cómo puede haber gente que pueda crear amargada. O enfadada. Yo es que no sabría.
¿Tú eres feliz?
Yo intento ser feliz.
¿Es una labor?
Yo creo que ser feliz es un trabajo. La felicidad hay que trabajarla. Es una actitud. Yo creo que si algo he heredado de mi madre es eso. Ella siempre tiene una sonrisa. Quizá por eso a mí me sale naturalmente.
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La familia y las sonrisas. En su despacho estamos rodeados de las dos cosas. Las fotos con Aruca, con los hijos, con el nieto y la foto de los padres están por todas partes. Y todos sonríen. Los premios hay que buscarlos, pero los Aragón se te caen encima. Hay una mesa de trabajo, un piano, una mesa de reuniones, un sofá y una mesilla. Y, sobre la mesilla, un libro. Una edición preciosa. Un retrato magnífico. Una mirada en la que no haces pie. Y un título: Miliki, el último gran payaso.

Cuando veo vídeos en los que salís tu padre y tú hablando entre vosotros se ve una conexión especial. ¿Cómo fue la pérdida?
Terrible. Devastadora. Me he encontrado muchas veces a mí mismo marcando su teléfono. Me costaba procesar que había muerto. Y hasta mucho tiempo después... -silencio. El aire se le mueve lento, la lengua se le mueve sola. Es un segundo. Un reflejo-. Todavía hoy me emociona. Todavía tengo que tragar. No era solamente una relación padre hijo, era algo más. Nos lo contábamos todo desprendidos de cualquier superficialidad, con sinceridad total. Era mi padre y era mi amigo. El recuerdo es absoluto.
¿Sois una familia muy unida, no?
Yo creo que este sentimiento de familia viene del hecho de haber viajado con el baúl. De haber sido migrante. Yo llegué a España por primera vez con 13 años. Fui al colegio en Caracas, en Puerto Rico, en Buenos Aires, en México, en Miami, en Chicago, y estar un año aquí y otro allí nos hizo querer estar siempre juntos. En casa, antes de irnos a la cama, nos íbamos juntos a la cocina. Nos tomábamos un café con leche y nos contábamos qué íbamos a hacer al día siguiente. Lo hacíamos cada noche. Todos juntos.
¿Quiénes fueron tu padre y tus tíos?
Pues unos grandes artistas y unos amantes de su trabajo como ningún otro. Era su oficio. Ellos no trabajaban para hacerse famosos, trabajaban para darnos de comer. Pero tenían auténtica pasión por la profesión. Pasión, pasión y respeto.
Ahora podría añadir que estuvieron un año de gira con Buster Keaton, o que salían con Carmen Amaya y Sabicas en Nueva York, o que recorrieron América de éxito en éxito, teniendo un programa de televisión en cada país que pisaban. Pero no. Para hablar de esa pasión y ese respeto por su oficio, Emilio Aragón cuenta la primera borrachera de su padre: «La tuvo con 15 ó 16 años. Se emborrachó tanto que no sabía dónde estaba, pero estaba solo. No tenía cómo avisar a mis tíos, pero sabía que tenía función. Le dio miedo empezar a caminar y perderse, y le vino la responsabilidad. Así que cogió la cejilla, porque sabía que sin la cejilla de la guitarra no había número, se metió en el baúl y se encerró. Mis tíos llegaron y al no encontrarlo lo llamaron. No respondía. Lo buscaron por todas partes. Ya estaban maquillados y preparados para salir cuando abrieron el baúl, porque tenían que coger cosas de ese baúl a la fuerza. Allí estaba mi padre, durmiendo la mona agarrado a la cejilla».

Y, claro, hubo función.

¿Tú has heredado esa pasión de tu padre?
No sé si de mi padre o de mi madre, pero sí creo que todos necesitamos nuestro siguiente Everest. El siguiente objetivo.
¿Y cuál es?
Pues mira, sin salir de mi padre, hay una espina que tengo clavada. Siempre le dije: algún día me escucharás interpretar el Concierto en Sol Mayor de Ravel, que nos gustaba a los dos mucho, y llevo ya un par de meses pensando que voy a estudiarlo. Que eso para mí, ahora con mis manos, es como si le dices a una persona obesa que tiene que correr un Ironman.
¿Por qué?
Porque tengo 57 años. La articulación es otra. Tengo que volver a empezar. Pero quiero que de alguna manera este proyecto se llame Nunca es tarde. Ver si a mi edad puedo con ese concierto. Y tocarlo aquí, en Madrid, con la Sinfónica. Aquí o donde sea. Y programarlo. Para mí es un salto mortal, pero qué sería la vida de un artista sin saltos mortales. Hacen que estés vivo, que te sientas vivo. Y que no es incompatible en absoluto con escribir una película como la que estoy escribiendo...
Espera. ¿Estás montando la serie, vas a preparar un concierto con una orquesta sinfónica y estás escribiendo una película?
Sí.
¿Le tienes pánico al vacío?
No, pero llegará un momento en el que físicamente las cosas me van a costar. Yo creo que me quedan unos seis o siete años buenos. Luego sé, y no tengo más que mirar a los demás, que ya te empiezan a pesar las cosas: rodar por la noche, irte de gira o prepararte un concierto.
¿Estás corriendo contra el reloj?
Sí, hay algo de eso. Sé que en algún momento pararé. Porque Aruca es de las que me dice: «Frena un poco, frena». Pero no quiero que pasen seis o siete años y pensar tenía que haberlo hecho. Mejor hacerlo ahora. Y luego hay otra cosa. Salen proyectos a los que no les puedes decir que no. Cuando me ofrecieron hacer las orquestaciones para un disco de Plácido Domingo, yo estaba hasta arriba, ¿pero cómo le iba a decir que no a eso? Imposible. Yo creo que estos pequeños Everest que se nos van cruzando por el camino hay que afrontarlos.
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No se deja uno. Lleva años sin apearse de la cordillera. Ha dirigido cine, orquestas, ballets. Aunque, si preguntamos por una composición de este hombre que lo mismo transforma a Bach en cubano, que te dirige una Sinfónica, que compone una obra para orquesta a partir de un cuento de su amigo Saramago, la respuesta mayoritaria seguramente tenga que ver con el olor a pies o con que hay que tener cuidado con una tal Paloma de la que se comenta que es de goma. «Aquello fue una barbaridad. Arrastraba el cansancio de aquel año en la tele, que tenía programa seis días a la semana. Además, venía sin parar desde los 80, con Saque Bola en Canal Sur. Llegó un momento en el que físicamente no podía. Era un concierto diario. Todo el verano. Estadios, plazas de toros... Menos mal que venía Aruca conmigo. Salía de los conciertos y me escondían en la parte de atrás de un coche. Íbamos conduciendo hasta la ciudad del concierto del día siguiente. El protocolo siempre era: hotel, dormir, prueba de sonido, reunión o comida con las autoridades y rueda de prensa.

¿Así, todos los días de aquel verano?
Sí. Me llegó a pasar que salía al escenario y no sabía dónde estaba.
¿Y se notó?
No, porque se acercó el guitarra y me dijo estamos en tal sitio. Yo juraría que era en Galicia. Pero es que me llegué a olvidar de las letras de las canciones. Empezó un tema, miré a Toni Carmona y no se acordaba tampoco él. Me fui a la esquina, entre cajas, a preguntar cómo era la letra, pero nadie me decía nada. Así que de ahí en adelante, cuando se me olvidaban las letras, dejaba que cantase el público y luego ya me enganchaba yo.
Aquel Emilio Aragón era famosísimo. Aquel Emilio Aragón rompía el audímetro en Telecinco, y después en Antena 3 con El juego de la oca. Pero aquel Emilio Aragón no es el más famoso, ni el más visto y ni el más agotado. Ése, estaba por llegar. Es el final de la década que empieza con VIP, no hace falta que cambien de canal. «Recuerdo perfectamente el día que dije no puedo más. Era en la tercera temporada de Médico de familia. La fama se había disparado, y eso llega un momento que es un poco difícil de gestionar. Y luego la serie demandaba mucho. Estábamos encerrados en el plató desde por la mañana temprano hasta la una o las dos de la madrugada. Y en la tercera temporada de Médico recuerdo, literalmente, parar el coche en el arcén y decir: "No puedo más". Volvía a casa. Tuve una especie de ataque de ansiedad allí mismo y paré».

«¿Y tus socios?», le digo. No es una pregunta despiadada: es que Médico de familia hizo aquella temporada una audiencia media del 48%. Es decir, hablamos de una mina. De oro. «Pensaban que era una broma, pero luego ya vieron que era una cuestión física. Que no podía. Como son fantásticos, lo entendieron perfectamente. Escribimos mis tramas antes, las grabamos y así me pude ir. Fueron nueve meses y luego me reenganché. Si no lo hubiese hecho, yo no sé qué hubiera sido de mí. Me habría dado un ataque de... de cualquier cosa».

Se fueron a Boston, a descansar. Escolarizaron allí a los hijos y alquilaron una casa. Una semana después, Aruca y él estaban en un parque. Se sentaron a tomar un café y hubo un silencio muy largo. El silencio más largo en años. Entonces, se miraron. Se miraron y se dieron cuenta de que estaba ocurriendo algo raro. Se miraron, supieron que los dos estaban pensando lo mismo y empezaron reírse. No pudieron parar. «Nos dio un ataque de risa, de esa risa nerviosa, cuando nos dimos cuenta de que no nos molestaba nadie». Les dio un ataque de libertad.

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Seguramente por eso, Aragón se puso a hacer lo que hace cuando tiene tiempo libre: buscar el Everest. Encontró uno, continuar la carrera de Historia en la Suffolk University. La había empezado el año anterior, cuando el agobio con la serie, según dice porque «necesitaba otra ventana para liberar la cabeza». ¿Tendría con una carrera suficiente leña para calentar su descanso? No. Decidió estudiar Composición en el New England Conservatory. Terminaría ambas cosas a base de aviones de ida y vuelta. Y la Universidad de Boston le acabaría dando un doctorado honorífico en Arte. Ah, y recuerden que estudió, también allí y por llenar huecos, Dirección de Orquesta. «Lo hice simplemente por tener unas nociones mínimas para afrontar cosas que vendrían años después», afirma como disculpándose por tanto conocimiento.

Hoy, le hemos hecho fotos. Muchas. Itziar, su asistente, su sombra, su todo, ve alguna en la cámara de Luis Cubelo. Y afina: «Has hecho una cosa muy difícil, Luis. Has captado exactamente el momento en el que está». «¿Y qué momento es ése?», pregunto. «La abuelidad -responde Emilio-. Es un término no acuñado, pero que a mí me gusta. Te coloca en otro sitio».

¿En qué te cambia?
En todo. Por ejemplo, estoy deseando terminar esto para ir a darle un beso al gordo. Además, todo ha cambiado mucho desde que lo viví con mis hijos. Los hábitos, la tecnología, las costumbres. Me resulta muy interesante ver cómo crece mi nieto en esta sociedad.
¿Y qué te parece esta sociedad?
Te encuentras diciendo cosas que ya dijo tu padre. Si yo digo ahora que la sociedad se ha deshumanizado, estoy convencido de que hace 50 años dijeron eso. Y que hace 100, también. Pero me parece muy preocupante lo que estamos viendo con el tema sirio. Avergüenza la actitud de Europa.
¿No estamos a la altura ética que nos habíamos dicho?
Yo pensé que sí, pero muchas cosas nos están sorprendiendo. Y no precisamente para bien.
¿Y en España, qué te parece el crecimiento de la implicación política?
Una suerte. Que debería ser mayor, por supuesto, pero afortunadamente parece que hay más implicación. No voy a entrar, eh. En que si unos u otros. Pero da igual. El caso es que al final es una buena noticia que la gente se implique.
A tu nieto, ¿le pones las canciones de tu padre?
Sí, él al bisa lo ve mucho. Le pongo las canciones y los vídeos. Él lo mira y dice: «Bisa, bisa». Ya verás.
Entonces busca en el móvil, la prueba definitiva de que Emilio Aragón se ha convertido en abuelo. Busca en el móvil durante cinco minutos y al final no encuentra la foto, así que nos la cuenta. Nos la cuenta enamorado, orgulloso, encantando: «Me lo pongo en las piernas y tocamos el piano. Y el tío, por lo menos, sentido del ritmo ya tiene».

¿Emilio, por qué te cuesta tanto dar entrevistas?
Porque yo creo que tampoco tengo mucho que decir. Hay gente más interesante que yo. Y no es falsa modestia, eh. Además, yo creo que soy joven. Sé que tengo 57 años porque tengo las rodillas fatal, pero pienso que todavía tengo muchísimas cosas por hacer. Puedo saber algo del oficio, pero estoy convencido de que llegaré a los sesenta y pico años y diré: «Pero qué pichón era a los 57, que hacía esas cosas».
El día que le envío esta entrevista a los de PAPEL, Emilio ya está trabajando dos o tres horas diarias en su concierto de piano. Le duelen las manos y le han dicho que todavía no puede hacer arpegios muy grandes si quiere evitar una tendinitis. En su foto de perfil de WhatsApp hay, en efecto, unas manos tocando un piano. Unas manos que pulsan, elegantes y redondas, seis teclas. Podrían ser las suyas, pero no. Son las del nieto, que ya toca.

http://www.elmundo.es/papel/historias/2016/07/10/577f8e89ca474168158b45c9.html
 
No recordaba especialmente esa etapa,lo que sí recordaba era que estaba omnipresente en la programación.
Me gusta que ahora reconozca la locura que padeció y es que la tv marca un ritmo muy alocado, normal que se pierda el saber donde está uno.
Entrevista interesante, de un currante nato,nada que ver con algunos personajes que si los sacas del guión ya no saben que hacer.
 
No sé, con Emilio no es oro todo lo que reluce, por ejemplo se dice que en su productora las condiciones laborales no eran ideales y, tanto reivindicar el espíritu de familia, pero se ha referido solo a sus padres, hermanas, esposa e hijos, eso del clan Aragón no lo ha practicado respecto a primos...

A mi "Médico de familia" me parecia muy rancia y hasta clasista poniendo a los médicos o gente con estudios como gente sensata y cabal, pero los subalternos, ya no hablemos la Juani, parecian sacados de una españolada antigua de los Ozores, tontorrones y hablando a gritos...
 
No sé, con Emilio no es oro todo lo que reluce, por ejemplo se dice que en su productora las condiciones laborales no eran ideales y, tanto reivindicar el espíritu de familia, pero se ha referido solo a sus padres, hermanas, esposa e hijos, eso del clan Aragón no lo ha practicado respecto a primos...

A mi "Médico de familia" me parecia muy rancia y hasta clasista poniendo a los médicos o gente con estudios como gente sensata y cabal, pero los subalternos, ya no hablemos la Juani, parecian sacados de una españolada antigua de los Ozores, tontorrones y hablando a gritos...
La primera época era mejor,un humor sano...a mí me gustaba,sus series no.Como empresario tiene su lado oscuro,claro,pero esta entrevista es desde un punto de vista humano.
 
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