Una abdicación precipitada

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Una abdicación precipitada
Jaime Peñafiel
04/07/2016


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¡Pobre Felipe!, si llega a saber todo lo que iba a suceder, no hubiera propiciado la abdicación de su padre, por muchas ganas que tuviera de convertirse en sucesor, al igual que su inefable esposa en consorte real.

“El preparao” carece de la experiencia, la sabiduría, la mano izquierda y también la derecha del rey emérito. Cierto es que lo sucedido, lo que está sucediendo y por suceder, nadie lo tenía previsto.

Esta semana, exactamente ayer lunes 4 de julio, se han cumplido cuarenta años de la primera decisión política de don Juan Carlos, contraviniendo esa norma no escrita de que el rey reina pero no gobierna. En teoría.

En la práctica, tuvo que mojarse como Jefe del Estado, solo unos días después de haber sido proclamado rey y no precisamente de todos los españoles. A pesar de la inestable situación en la que se encontraba, tomó el toro por los cuernos, primero para destituir al presidente Arias Navarro, a quien detestaba tanto como éste a él y segundo para elegir uno a su medida.

Lo hizo no como el pobre Felipe VI, recibiendo uno a uno a todos los candidatos (para nada) sino encargando a Torcuato Fernández Miranda, el entonces presidente de las Cortes (nada que ver en ningún sentido con Patxi López) que desbloqueara el problema y se pudiera elegir presidente del gobierno , el primero de la democracia, y, además, uno en concreto, Adolfo Suárez, para que le ayudara a desmontar el franquismo desde dentro.

Con la gran inteligencia con que Torcuato Fernández Miranda estaba dotado, maniobró organizando ternas de candidatos que se fueron descartando sucesivamente hasta que el presidente de las Cortes estuvo en condiciones de “ofrecer al rey lo que me ha pedido”.

Ante esta lección de altísima política, no puedo, por menos, que recordar hoy y aquí la figura de don Juan Carlos. No me cabe la menor duda que hubiera actuado de manera diferente a como lo está haciendo su hijo. Solo recibiendo, uno a uno, a todos los candidatos, escuchando sus propuestas que, en algunos casos, no eran ninguna y designar a uno para que formara gobierno. Como se vio, no pudo, renunciando a ello. El segundo, aunque aceptó, tampoco lo consiguió. De nuevo, convocatoria de elecciones.

¿Qué hubiera hecho don Juan Carlos en esta situación? Muy sencillo. Reunir a los tres ó cuatro con posibilidades, aunque para ello tuviera que utilizar el sistema Vaticano para la elección del Papa. Todos encerrados, de aquí no sale ni dios, hasta que se elija un candidato.

Estos días, aún lo hubiera tenido más fácil. Seguro estoy de su capacidad e inteligencia para poner de acuerdo a tiros y troyanos. Ya lo hizo en la Transición, mucho más importante y trascendental políticamente hablando. Solo por aquello, su nombre figurará siempre en letras de oro en el frontispicio de la historia.

No existe la menor duda que Felipe ha heredado de su padre los derechos dinásticos. Solo los derechos pero no los méritos, que son personales e intransferibles.

A pesar de ser una buena persona, bueno sin esfuerzo, cargado de buenas intenciones, carece del coraje y la capacidad política de su padre.

Lo más sorprendente es que la Constitución le ampara, según el art. 56.1 de la Corona: el rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las Instituciones…

Pues eso

http://www.republica.com/reino-de-corazones/2016/07/04/una-abdicacion-precipitada/
 
Una abdicación precipitada
Jaime Peñafiel
04/07/2016
Amadis este te<img >

¡Pobre Felipe!, si llega a saber todo lo que iba a suceder, no hubiera propiciado la abdicación de su padre, por muchas ganas que tuviera de convertirse en sucesor, al igual que su inefable esposa en consorte real.

“El preparao” carece de la experiencia, la sabiduría, la mano izquierda y también la derecha del rey emérito. Cierto es que lo sucedido, lo que está sucediendo y por suceder, nadie lo tenía previsto.

Esta semana, exactamente ayer lunes 4 de julio, se han cumplido cuarenta años de la primera decisión política de don Juan Carlos, contraviniendo esa norma no escrita de que el rey reina pero no gobierna. En teoría.

En la práctica, tuvo que mojarse como Jefe del Estado, solo unos días después de haber sido proclamado rey y no precisamente de todos los españoles. A pesar de la inestable situación en la que se encontraba, tomó el toro por los cuernos, primero para destituir al presidente Arias Navarro, a quien detestaba tanto como éste a él y segundo para elegir uno a su medida.

Lo hizo no como el pobre Felipe VI, recibiendo uno a uno a todos los candidatos (para nada) sino encargando a Torcuato Fernández Miranda, el entonces presidente de las Cortes (nada que ver en ningún sentido con Patxi López) que desbloqueara el problema y se pudiera elegir presidente del gobierno , el primero de la democracia, y, además, uno en concreto, Adolfo Suárez, para que le ayudara a desmontar el franquismo desde dentro.

Con la gran inteligencia con que Torcuato Fernández Miranda estaba dotado, maniobró organizando ternas de candidatos que se fueron descartando sucesivamente hasta que el presidente de las Cortes estuvo en condiciones de “ofrecer al rey lo que me ha pedido”.

Ante esta lección de altísima política, no puedo, por menos, que recordar hoy y aquí la figura de don Juan Carlos. No me cabe la menor duda que hubiera actuado de manera diferente a como lo está haciendo su hijo. Solo recibiendo, uno a uno, a todos los candidatos, escuchando sus propuestas que, en algunos casos, no eran ninguna y designar a uno para que formara gobierno. Como se vio, no pudo, renunciando a ello. El segundo, aunque aceptó, tampoco lo consiguió. De nuevo, convocatoria de elecciones.

¿Qué hubiera hecho don Juan Carlos en esta situación? Muy sencillo. Reunir a los tres ó cuatro con posibilidades, aunque para ello tuviera que utilizar el sistema Vaticano para la elección del Papa. Todos encerrados, de aquí no sale ni dios, hasta que se elija un candidato.

Estos días, aún lo hubiera tenido más fácil. Seguro estoy de su capacidad e inteligencia para poner de acuerdo a tiros y troyanos. Ya lo hizo en la Transición, mucho más importante y trascendental políticamente hablando. Solo por aquello, su nombre figurará siempre en letras de oro en el frontispicio de la historia.

No existe la menor duda que Felipe ha heredado de su padre los derechos dinásticos. Solo los derechos pero no los méritos, que son personales e intransferibles.

A pesar de ser una buena persona, bueno sin esfuerzo, cargado de buenas intenciones, carece del coraje y la capacidad política de su padre.

Lo más sorprendente es que la Constitución le ampara, según el art. 56.1 de la Corona: el rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las Instituciones…

Pues eso

http://www.republica.com/reino-de-corazones/2016/07/04/una-abdicacion-precipitada/

Amadis este tema ya esta aqui. Saludos

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