C
CRÓNICA
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Re: URDANGARIN, imputado
EL CAJÓN SECRETO DEL REY
Por PILAR URBANO
La noticia estalló en un periódico. En éste. Aun embalada en prudentes
adjetivos «posibles», «presuntos»… olía ácida y desgarraba el papel.
Era una carga de vitriolo: negocios turbios del más alto, el más guapo, el
más rubio, el más cara inocente de nuestra «royalty». La noticia saltó a
la red. Y de ahí a la calle. Se fue cebando un vocerío mediático de
calentón. Los callejones digitales ardían. Y La Zarzuela empezó a
gesticular. Todo era insólito. El rey salía a escena con los ojos morados y
la nariz averiada. La reina aparecía en «¡Hola!», de turismo paliativo
junto a la infanta-hija y al yerno cuestionado. El jefe de la Casa reunía a
los cronistas de lo regio: por su conducta «no ejemplar» el yerno era
expulsado de la foto, de la agenda y de la membresía de la Familia Real.
Y el futuro de la infanta quedaba en el suspense de un «veremos».
El mensaje del rey en Nochebuena fue un airbag que aplacó y
templó, aunque no dijo lo que el respetable esperaba. Después, los
mandarines de la patria lo tradujeron a su manera y destacaron la
obviedad de que «la justicia es igual para todos». Para mí, la mayor
elocuencia de esa frase estuvo en los puños del rey que los cerró con
fuerza. Luego vino el «hosanna» de aplausos en el hemiciclo. Entre
tanto, sin treguas de turrón, el fiscal seguía apilando facturas en la
«Pieza 25», y el juez Castro miraba las costuras de Nóos y de Aizoom
para saber si la infanta-hija podía quedar fuera del corro de los que
decidían. O sea: si la consorte podía librarse del naufragio, como una
parienta boba que firma y no se entera de los tejemanejes del cónyuge.
A renglón seguido, volvió a gesticular la Real Casa exhibiendo nada
menos que las cuentas del rey. Un «striteas*» innecesario, un arqueo
de caja del que el monarca está eximido por texto constitucional. Pero
todo el mundo se puso a hacer cálculos y a comparar las cestas de la
compra de Isabel II, de Harald el noruego, del carísimo Sarkozy… Saltaba
a la vista la modesta asignación de nuestra monarquía —«nos cuesta 19
céntimos de euro por barba y por año», concluía un colega—; y que los
dos criados «históricos» —los que estaban en el servicio desde los
tiempos de Franco «cuando no éramos nadie»— venían a cobrar la
misma paga que el príncipe. Un buen golpe de marketing. .
Abre su majestad el armario ropero y nos deja curiosear. Echo de
menos los dinerillos ahorrados, los del oro del moro, los del International
Trebol... Veo también que en esas cuentas no entran los galones de fuel
y gasolina, ni los sueldos del Regimiento Real, ni los viajes de Estado, ni
las soirées a toda araña y mayordomía de levita y calzón corto en Palacio
Real. Y que, si a fin de año el presupuesto no le llega, el rey ha de sisar
de la «cuota femenina» para operarse la rodilla o el contorno de ojos.
Con todo, es bueno que la transparencia no sea total. El rey debe tener
en alguna gaveta de doble fondo unos dineros para ciertas gestiones
silenciosas. Un viaje, un encuentro, una cacería… con tal jefe de Estado,
con tal alto baranda de un emporio financiero. Movimientos sin luz ni
taquigrafía, sin registro de agenda, en los que el monarca pone sobre la
mesa el influjo de su prestigio, la garantía de su estabilidad, y maniobra
una operación equis —a corto o a largo plazo— en beneficio de su país. Va
por ahí, pienso, la libre disposición que el artículo 65 le consiente. El rey
no tiene que dar cuenta de sus gastos. Es un biombo para proteger del
exceso de luz ese «oficio de rey» que, si se airease, perdería su eficacia.
En el fragor contestatario, mostrar las cuentas del rey fue un gesto
elegante pero estéril. Como dar botellines de Aquarius a una jauría
ávida de sangre de atleta real. Los mastines mediáticos acechaban
otras cuentas. Y antes de un cuarto de hora se las sirvió el fiscal:
tráfico de influencia, falsedad documental, fraude, malversación,
prevaricación y un desmedido afán de lucro. Alto, guapo, rubio, cara de
inocente, el yerno olímpico recibió la noticia de su grave imputación
esquiando en unas montañas de Washington. ¿Cuál será el gesto
próximo de La Zarzuela? Contenemos el aliento con preocupación.
EL CAJÓN SECRETO DEL REY
Por PILAR URBANO
La noticia estalló en un periódico. En éste. Aun embalada en prudentes
adjetivos «posibles», «presuntos»… olía ácida y desgarraba el papel.
Era una carga de vitriolo: negocios turbios del más alto, el más guapo, el
más rubio, el más cara inocente de nuestra «royalty». La noticia saltó a
la red. Y de ahí a la calle. Se fue cebando un vocerío mediático de
calentón. Los callejones digitales ardían. Y La Zarzuela empezó a
gesticular. Todo era insólito. El rey salía a escena con los ojos morados y
la nariz averiada. La reina aparecía en «¡Hola!», de turismo paliativo
junto a la infanta-hija y al yerno cuestionado. El jefe de la Casa reunía a
los cronistas de lo regio: por su conducta «no ejemplar» el yerno era
expulsado de la foto, de la agenda y de la membresía de la Familia Real.
Y el futuro de la infanta quedaba en el suspense de un «veremos».
El mensaje del rey en Nochebuena fue un airbag que aplacó y
templó, aunque no dijo lo que el respetable esperaba. Después, los
mandarines de la patria lo tradujeron a su manera y destacaron la
obviedad de que «la justicia es igual para todos». Para mí, la mayor
elocuencia de esa frase estuvo en los puños del rey que los cerró con
fuerza. Luego vino el «hosanna» de aplausos en el hemiciclo. Entre
tanto, sin treguas de turrón, el fiscal seguía apilando facturas en la
«Pieza 25», y el juez Castro miraba las costuras de Nóos y de Aizoom
para saber si la infanta-hija podía quedar fuera del corro de los que
decidían. O sea: si la consorte podía librarse del naufragio, como una
parienta boba que firma y no se entera de los tejemanejes del cónyuge.
A renglón seguido, volvió a gesticular la Real Casa exhibiendo nada
menos que las cuentas del rey. Un «striteas*» innecesario, un arqueo
de caja del que el monarca está eximido por texto constitucional. Pero
todo el mundo se puso a hacer cálculos y a comparar las cestas de la
compra de Isabel II, de Harald el noruego, del carísimo Sarkozy… Saltaba
a la vista la modesta asignación de nuestra monarquía —«nos cuesta 19
céntimos de euro por barba y por año», concluía un colega—; y que los
dos criados «históricos» —los que estaban en el servicio desde los
tiempos de Franco «cuando no éramos nadie»— venían a cobrar la
misma paga que el príncipe. Un buen golpe de marketing. .
Abre su majestad el armario ropero y nos deja curiosear. Echo de
menos los dinerillos ahorrados, los del oro del moro, los del International
Trebol... Veo también que en esas cuentas no entran los galones de fuel
y gasolina, ni los sueldos del Regimiento Real, ni los viajes de Estado, ni
las soirées a toda araña y mayordomía de levita y calzón corto en Palacio
Real. Y que, si a fin de año el presupuesto no le llega, el rey ha de sisar
de la «cuota femenina» para operarse la rodilla o el contorno de ojos.
Con todo, es bueno que la transparencia no sea total. El rey debe tener
en alguna gaveta de doble fondo unos dineros para ciertas gestiones
silenciosas. Un viaje, un encuentro, una cacería… con tal jefe de Estado,
con tal alto baranda de un emporio financiero. Movimientos sin luz ni
taquigrafía, sin registro de agenda, en los que el monarca pone sobre la
mesa el influjo de su prestigio, la garantía de su estabilidad, y maniobra
una operación equis —a corto o a largo plazo— en beneficio de su país. Va
por ahí, pienso, la libre disposición que el artículo 65 le consiente. El rey
no tiene que dar cuenta de sus gastos. Es un biombo para proteger del
exceso de luz ese «oficio de rey» que, si se airease, perdería su eficacia.
En el fragor contestatario, mostrar las cuentas del rey fue un gesto
elegante pero estéril. Como dar botellines de Aquarius a una jauría
ávida de sangre de atleta real. Los mastines mediáticos acechaban
otras cuentas. Y antes de un cuarto de hora se las sirvió el fiscal:
tráfico de influencia, falsedad documental, fraude, malversación,
prevaricación y un desmedido afán de lucro. Alto, guapo, rubio, cara de
inocente, el yerno olímpico recibió la noticia de su grave imputación
esquiando en unas montañas de Washington. ¿Cuál será el gesto
próximo de La Zarzuela? Contenemos el aliento con preocupación.